Max

Max


Capítulo 8

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Capítulo 8

 

—¡No lo entiendo! ¿Tiempo? Tiempo ¿para qué?

—Tengo que dejarlo reposar —susurró Andy sabiendo que esas palabras no convencerían a Marian.

—El vino, la masa de las galletas, esas cosas sí se dejan reposar, pero no una relación.

 

Marian se levantó del sofá y arrancó la tarrina de helado de entre las congeladas manos de Andy, que solo emitió un gruñido a modo de queja. Pensaba que las tardes de helados y lamentaciones habían quedado atrás. Iba a matar a Max, una muerte dolorosa, tenía mucha imaginación y tiempo libre como para que se le ocurriera algo horrible y espantoso.

Andy seguía con la mirada fija en la tarrina de helado, pero no decía nada, estaba como ida, Marian movió a derecha e izquierda la tarrina viendo como Andy la seguía con la mirada de manera autómata.

 

—No entiendo una mierda —dijo sentándose y devolviéndole el helado.

—No tengo ganas de hablar de eso ahora.

—¿Pero has sido tú? ¡No lo entiendo! Llevas toda la puta vida enamorada de ese gañán y ahora que lo tienes…

 

Andy se dejó caer hacia atrás en el sofá y se acurrucó sobre sí misma, confundida, aturdida, rota, como llevaba las últimas horas, desde que Max se había marchado de su casa poco después de confesarle todo lo que había vivido al lado de… No, no podía ni pronunciar su nombre. Si Marian decía no entenderla a ella, ella no podía comprender a Max. Lo intentaba, de verdad que sí, trataba de emplear su formula mágica, ese «es Max» que valía siempre para todo, sin embargo en este caso, no era así.

Siempre había estado enamorada de él, era un chulo, un macarra que gustaba de pelearse con todos, que no se amilanaba con nada y competía por todo. Pero a pesar de esa fachada que se había construido, ella conocía ese interior dulce, Max siempre había sido un buen tío y no entendía, no encontraba justificación alguna para lo que le había explicado. ¿Y John? Incluso le sorprendía de Heit, aunque siempre había estado un poco loco, de esa clase de chicos que no sabías nunca si bromeaban o hablaban en serio, del tipo que daba escalofríos, aún con eso, todo lo que le había contado Max era tan horrible que se estremecía solo de pensarlo. Andy dejó escapar un nuevo suspiro entre sus labios.

 

—Puedes suspirar todo lo que quieras, que no vas a solucionar nada con eso —la regañó Marian.

—Lo sé.

—Andy —dijo tirando de ella para que se sentara— solo dime una cosa, ¿le quieres?

—Claro.

—No sé qué es lo que ha pasado, pero seguro que tiene solución, dicen que todo lo tiene menos la muerte, y sea lo que sea, está hecho polvo, supongo que por eso regresó y ha roto su amistad con los otros dos… Eso es un punto a su favor. No quiero justificar lo que haya pasado, porque ¡no sé qué es! Pero él te quiere…

—Lo sé —reiteró Andy.

—Voy a ir a hablar con él —anunció Marian resuelta.

—¡No! —exclamó Andy.

—Oh sí…

—Marian, por favor…

—Andy, eres mi mejor amiga y las amigas hacen esas cosas, partirle la cara a los gilipollas… ¿No has visto Sexo en Nueva York? —le preguntó ufana Marian.

—Creo que ahí no parten caras.

—¡Pues deberían!

 

Era imposible detener a Marian, si ya en condiciones normales era infructuoso, en el estado en que se encontraba Andy ni se lo podía plantear. Solo quería comer helado, dormir y llorar, llorar, comer helado y dormir, o diferentes combinaciones con esas tres premisas como eje principal.

¿Cómo había podido Max acceder a esa locura? Él no era así… No era el Max que ella conocía, su Max era diferente, era él único que no se burlaba de ella por los brackets o por ser una flacucha… Era el tío que con una guitarra en la mano era capaz de obrar milagros, que siempre estaba al lado de sus amigos, en lo bueno y en lo malo, Max era un hombre leal, brutalmente sincero y a la vez la clase de tío al que se le podía confiar un secreto sabiendo que jamás traicionaría la confianza depositada en él. Y si era sincera consigo misma, cosa que le costaba horrores en ese momento, puede que lo que más le doliera, no era todo lo que habían «jugado» con esa chica, sino que Max le había confesado que se había enamorado de ella, por ese motivo había sido él quién le había dado el empujón para que pudiera irse… Enamorado de ella… Andy sintió como de nuevo todo su cuerpo sucumbía a la tristeza.

Y llegados a ese punto, no sabía qué debía hacer, nunca había sido una chica decidida, de haberlo sido, seguramente toda su historia con él habría sido diferente. Ella era de las que dejaba el tiempo pasar. Si algo podía poner las cosas en su lugar, ese era el tiempo, aunque el lugar de Max fuera lejos de ella.

 

Había pasado ya todo un día, veinticuatro horas… Max miró el móvil por enésima vez en el último rato. Despidió a los alumnos entregándoles unas partituras que debían ensayar para la siguiente clase, observó el móvil de nuevo, enfundó la guitarra y se sentó en la silla derrotado.

Ella le había pedido tiempo. Tiempo para pensar. Tiempo para aclararse. Tiempo para terminar decidiendo que él no la merecía. Una mano estampándose contra su nuca le hizo reaccionar y regresar al presente.

 

—¡Joder! —se quejó por el fuerte golpe de su madre.

—¿¡Se puede saber qué le has hecho a Andy!?

—¡Me cago en mi vida! ¿Pero cómo te enteras siempre de todo? —inquirió Max poniendo mala cara.

—Pues porque esto es un pueblo y aquí todo se sabe. Mira Max… pensé que dejarte ir a vivir con tus amigos sería al fin y al cabo una buena experiencia para ti. Madurar y esas cosas, no obstante está claro que me equivoqué.

—Vale, también sabes lo de Heit.

—¡Claro que lo sé! Os vio la mujer de Ricardo peleando como dos animales frente a la casa de Andy.

—¡Empezó él! —exclamó y acto seguido se sintió de lo más ridículo.

—Maxwell, volveré a intentarlo, porque la paciencia de una madre es infinita… ¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó su madre con un tono cercano al susurró, se sentó frente a él cogiéndole de la mano— ¿Qué ha pasado? Intento entenderlo hijo, pero… es que no puedo… Tú no eres así y estoy preocupada, llegaste tan triste y ahora que parecías de nuevo feliz… No sé de qué manera puedo ayudarte cariño, no me cuentas nada, yo…

 

Max miró la manera en la que su madre acariciaba tiernamente el dorso de su mano. Era una buena mujer, su padre era un buen hombre, le habían dado una buena educación y colmado de atenciones. Puede que le hubiesen forzado un poco con todo lo de la música, pero no les podía culpar por ello, sus padres eran grandes músicos también y siempre habían deseado que su hijo siguiera sus pasos. Supuso que eso era lo normal.

 

—No ha pasado nada mamá —susurró ahora siento él el que tomara su mano—, y te prometo que arreglaré las cosas con Andy —sonrió con amargura—. Si ella me deja, voy a demostrarle lo mucho que la quiero.

—Me alegra escuchar eso, es una buena chica —comentó su madre forzando una sonrisa.

—Si sobrevivo… —Y su tono de voz pasó de dulce susurró a un aullido cercano al terror.

 

En la puerta del aula Marian estaba observando la tierna escena de madre e hijo, había llegado dispuesta a coger a Max del cuello y arrancarle la cabeza, sin embargo esas últimas palabras que había dicho él habían disipado un poco, solo un poco, sus ansias de matarlo.

 

—Todo tuyo Marian —dijo la mujer soltando a su hijo y acariciando su mejilla de manera tierna—, pero si os tenéis que pelear, hacedlo fuera de aquí.

—Por supuesto —respondió Marian.

—No le hagas mucho daño —murmuró la mujer al pasar al lado de la chica.

—Lo intentaré.

 

Salieron a la calle y caminaron en silencio un par de manzanas, hasta llegar cerca del parque. Max iba siguiendo a Marian, empezando a temer que le quisiera llevar a algún lugar apartado para realmente cumplir su amenaza. Le dolía todo el cuerpo de la pelea con Heit, si es que había podido considerarse una riña, pues sentía que bastante poco había golpeado él.

Marian seguía ensimismada, perdida en su mundo, caminando, seguramente intentando disipar su rabia. Se paró de pronto divisando un banco de madera y dirigiendo sus pasos hacia allí.

 

—¿Tienes un cigarrillo?

—¿No lo estabas dejando? —inquirió Max, arrepintiéndose del comentario al momento y sacando enseguida el paquete para ofrecerle uno.

—¡Ni veinticuatro horas! —exclamó después de la primera calada— Hablé contigo y acto seguido… Dame una buena excusa Max, algo que haga que no quiera matarte cada vez que te tenga cerca.

—La quiero.

—No es suficiente. Finge por un momento que eres un adulto y dime por qué…

—Marian… —susurró tomando aire— No sé qué es lo que quieres que te diga, quiero a Andy de verdad, en estos meses ha sido… ¡cómo si el tiempo no hubiese pasado! Y me he dado cuenta de muchas cosas, cosas que antes no había visto, y me he enamorado. Me he enamorado de la fantástica chica que ya era entonces y fui tan gilipollas que no supe ver, y de la mujer que es ahora y que ¡joder! Salta a la vista, es preciosa y perfecta, es más de lo que un tío como yo podría soñar… ¿Quieres que te lo diga? No la merezco y si no logro que me perdone… puede que ese sea el castigo que deba pagar… Mi penitencia por todo lo que he hecho.

—¡La quieres! Joder, no lo entiendo, la quieres y vas y la jodes.

—Bueno, para ser sinceros, la jodí ahora hace más de un año… —masculló Max.

—Pero, ¿qué hiciste? ¿Has matado a alguien? Ella no me lo ha querido contar —Marian aguardó, pero la paciencia no era uno de sus fuertes—. ¡Está bien! No me lo cuentes. Me importa una mierda lo que hicieras con esos dos capullos, lo que me importa en realidad es lo que vas a hacer ahora, ¡arreglarlo! —exigió—. No puede ser que algo que pasó hace tanto tiempo y que nada tiene que ver con ella le joda la vida ahora, Andy no se merece esto.

—Estamos de acuerdo, ella no merece nada de esto…

—Escúchame bien, Andy merece un puto final de cuento de hadas. ¿Me has entendido? Así que no sé cómo piensas hacerlo, pero ¡hazlo ya! —le instó con vehemencia.

—Voy a hacer que me perdone.

—Más te vale Max, porque sino habrás perdido la oportunidad de estar con la mujer más maravillosa del mundo.

—Lo sé, créeme que lo sé —dijo con pesar.

 

Realmente lo era, Andy era la mujer más extraordinaria que había conocido nunca, y se maldecía una y mil veces por no haberlo sabido ver antes. Era un estúpido, lo había sido siempre, lo era en el colegio, en el instituto, lo fue de más mayor y más recientemente lo había sido con Lena. Solo esperaba que no fuese demasiado tarde para enmendar sus errores, empezando por Andy… Solo quería que ella fuese feliz. Max se estremeció cuando el aire helado del invierno se arremolinó a su alrededor.

 

Habían pasado ya cuarenta y ocho horas. Max estaba sentado en la mesa de la cafetería, releyó lo que llevaba escrito y después de valorarlo, sopesarlo y analizarlo, concluyo que era una mierda. Arrugó el papel y lo tiró al suelo.

 

—Después vas a limpiarlo todo tú —le recordó Rosa.

 

Miró el móvil con la esperanza de encontrar algún mensaje, alguna llamada que se le hubiese pasado, aunque era complicado, pues llevaba dos días atento a ese chisme como jamás había estado pendiente de otra cosa. Suspiró cuando la pantalla le mostró que no había actividad alguna, gruñó antes de volver a dejarlo sobre la mesa. Había pensado en ir a verla, pero no quería agobiarla, intentaba ser capaz de darle su espacio como ella había pedido, sin embargo la espera le estaba matando, una muerte lenta, dolorosa y agónica, justo la clase de muerte que sabía que merecía. Pensó en Heit y al hacerlo volvió a dolerle el cuerpo entero, pero sobre todo, en lo que más pensaba era en sus palabras y su mirada, desencajada y roja, llena de ira, de odio, resentimiento… y las palabras cargadas de verdad. Una verdad sobrecogedora. Heit estaba tan roto que dolía, era su amigo, no obstante en ese momento le pudo su propio egoísmo, y él necesitaba recuperar a Andy. Siete meses habían valido para destrozar sus vidas y ahora, de propina, la de ella. No merecía eso, Andy era una buena chica, una buena persona, no era justo que todo eso la hiciera infeliz. Max dejó caer la cabeza sobre la mesa golpeando la frente sobre la madera. Estaba acabado. Si no era capaz de lograr que le perdonara ya nada tendría sentido. Sonaba fatalista, pero era verdad. Había sentido algo parecido con Lena, aunque ahora, con el paso de los meses, veía que lo que Lena había despertado en él era compasión y un sentimiento exacerbado de intentar protegerla, evitar que se hiciese más daño. ¿Amor? Ahora no estaba seguro. Ahora era más consciente que el amor era un sentimiento puro que llenaba de felicidad, de alegría, que hacía reír, que disipaba las penas y las tristezas, un sentimiento que llenaba por dentro y te hacía creer que podías comerte el mundo. No había sentido eso con Lena. Con ella no hubo risas, solo remordimientos, culpa, frustración, miedo… Lena era una mujer rota que él había intentado remendar, pero estaba claro que era un imposible si ella no quería. Aun así, seguía pensando en ella, en dónde estaría, qué haría o con quien. Sentía que debía haberla protegido mejor, puede que hubiese tenido que ir con ella o llevársela con él, cuidarla y evitar que volviese a hacerse daño.

Seguía con la frente pegada sobre la mesa. La levantó un poco cuando escuchó el sonido metálico de una de las sillas. Óscar le miró de hito en hito, rebufó, cogió uno de los papeles de la mesa y otro del suelo, los alisó como pudo y leyó lo que en ellos había escrito. Una mueca se dibujó en su rostro.

 

—Tienes que escribir lo que te salga del corazón, no intentes encajarlo en nada, de eso nos encargaremos nosotros.

—¿Vosotros? —inquirió Max terminando de alzar la cabeza.

—¿Crees que vamos dejarte solo en esto? —señaló los papeles— Eres un paquete componiendo y ¿hip hop? Pppfff… ¿No había nada peor?

—¿Lo haríais por mí?

—No te confundas amigo, yo por ti no haría una mierda, lo hago por Andy, no quiero verla así —le aclaró Óscar.

—Supongo que gracias de todos modos —respondió Max.

 

Óscar se levantó de la silla sacando un cigarro de la cajetilla y dejándoselo entre los labios sin encender, volvió a mirar a Max y todos los papeles por allí esparcidos. Suspiró y se despidió de él.

Pasó las siguientes horas enfrascado en ello. Nunca se le había dado muy bien el tema de la composición, pero quería ser capaz de hacerlo, porque de eso se trataba de «ser capaz de», capaz de escribirle una canción, ser capaz de que le perdonara, ser capaz de hacerla feliz, aunque esto último creía que no sería difícil lograrlo, solo necesitaba la oportunidad de demostrárselo.

 

Esa semana había pasado dolorosamente lenta, como si el tiempo se confabulara contra él solo para hacerle sufrir. Sin embargo ya era viernes, tenía todo preparado, todos estaban listos, los instrumentos montados. Su madre ejercería de gancho para atraer a Andy hasta la plaza del pueblo y allí la sorprendería, no obstante había un problema, un ligero, minúsculo y ridículo problema. Estaba bloqueado. Como ninguna otra vez en su vida. Sudaba tanto que, a pesar del frio helado y la nieve que había enharinado el pueblo, tuvo que cambiarse la camiseta ya dos veces y no descartaba una tercera. Miró el reloj de su muñeca, solo faltaban escasos diez minutos para que Andy llegara, podían ser unos pocos más o tal vez unos pocos menos, tenía que estar preparado, pero no podía moverse de esa silla donde Marian le había sentado hacía un rato.

 

—Toma —Diana le ofreció un botellín de agua fría— respira Max, tú solo respira.

 

Intentó sonreír, pero sentía que, si forzaba la mueca, terminaría devolviendo todo el contenido de su estómago. Tenía nauseas solo con pensar en moverse.

 

—No has llegado hasta aquí para ahora acojonarte, sube ahí arriba y canta ¡joder! —insistió Jayden, a lo que Diana asintió.

—Venga hijo, sé que puedes hacerlo —le animó su padre que le miraba con extrema preocupación—. Dale otra de esas —instó el hombre a Marian que enseguida rebuscó otra pastilla.

—Le estáis hinchando a mierda —se quejó Jayden.

—Bueno cruasán, no le van a hacer un control antidoping.

—A ver si le van a sentar mal —dijo Víctor sentándose al otro lado de Max.

—¿No serían mejor unas Valerianas? —preguntó su mujer, Gloria.

—Yo le hago un café de los míos y ya veréis como espabila. ¡Venga chico! Que he cerrado la cafetería solo por verte —se quejó Rosa.

 

Max se sentía apabullado y empezaba a plantearse si no habría sido mejor su idea inicial, lo típico, él bajo su ventana guitarra en mano, sin más acompañamiento que ellos dos. Pero no, tenía que dejarse convencer y montarlo a lo grande, de ese modo solo podían pasar dos cosas, que frente a tanta gente se viera algo forzada a perdonarle, o que su tajante negativa le hiciese hacer el ridículo más espantoso del mundo, en presencia de todos sus amigos y conocidos. Cada uno opinaba, hablaba, decía y le aconsejaba, por turnos o todos a la vez, cosa que aún le confundía más, hasta el extremo de sentir ganas de gritar y casi de llorar. Sus voces se mezclaban dentro de su cabeza y pronto lo harían enloquecer, es posible que fuese lo que pretendían, dejarlo aturdido hasta el punto que actuara por inercia y sin control.

 

—No va a lograrlo —empezó a decir una voz que se alzó por encima del resto, o bien pudiera ser que su negativa hubiese acallado a todo el mundo allí presente—. ¿Me has escuchado? No serás capaz —repitió y su risa reverberó por encima del sonido de la plaza—. Lo estoy viendo, vas a quedarte aquí gimoteando y ¿sabes qué es lo que va a pasar? Lo que llevo años currándome, que Andy pasará definitivamente de ti y será mía. Ella será mi chica.

—Los cojones —gruñó Max alzando la cabeza que había escondido entre sus manos.

 

Frente a él Óscar seguía mirándole con suficiencia.

 

—Llevo tiempo trabajando en una canción, «Ella será mi chica» ¿Quieres escucharla? —soltó con un tono metálico.

 

Max se levantó de la silla para enfrentar sus ojos, ambos se miraron y el tiempo pareció detenerse entre ellos, con las miradas suspendidas y los puños apretados.

 

—¿Qué vas a hacer? —inquirió Óscar con los labios apretados.

—Cantar y recuperar a MI chica.

—¡Pues venga! —gritó Marian— ¡Está a punto de llegar! Todos a su sitio.

 

Max clavó la mirada en Óscar por última vez antes de subir a esa tarima que habían improvisado como escenario. Su madre había hecho todos los trámites para poder hacerlo a lo grande y como pretexto, lo llamó pequeño concierto de Navidad. Después de él, actuarían un par de alumnos más de la escuela.

Se situó en medio de la tarima, cogió la guitarra y respiró hondo. A su lado Óscar hizo lo propio y también Marian, un poco más atrás estaba Víctor con la batería. Movió el cuello a derecha e izquierda haciendo crujir todas las vértebras. Tomó aire. Puede que fuese la última vez que respirara hasta que terminara de cantar.

La vio aparecer a lo lejos, tan preciosa como siempre. Iba escondida bajo un anorak oscuro y llevaba un divertido gorro con orejas de gato que le tapaba el pelo y parte de la cara, aun así pudo ver la sorpresa en sus ojos. Miró a su alrededor, sin entender nada, parecía confusa y clavó los ojos en él. Max sintió como su verde mirada le atravesaba y le tocaba el alma, como nadie en la vida habría podido hacer. Agarró con fuerza el instrumento, para intentar que el temblor de las manos no estropeara la canción, se acercó al micrófono y sin apartar los ojos de ella susurró.

 

—Esto es para ti, espero que algún día, no muy lejano, puedas perdonarme.

 

Ahora sé, que siempre lo supe

Aunque no lo quisiera ver

Puede que ahora sea demasiado tarde

Jamás supe lo que iba a perder

 

Me dijiste que no viviera en el pasado

Y yo ya no concibo un futuro sin ti

Eres mi luz, mi faro, mi estrella y mi guía

Y yo tan estúpido que ni lo sabía

 

Reapareciste de nuevo en mi vida

Para poner mi mundo patas arriba

Con tan solo una simple sonrisa

Hiciste presente la nostalgia de esos días

 

Me duele hasta la piel si no estás a mi lado

Ese brillante amanecer, lo oscuro de mi pasado

Pero claro, saco en claro: somos noche y día

Clarifica que los polos opuestos se necesitan

 

Sigo siendo ese que fui, distante para ti

Pero Andy, yo no te merecía

Ahora dime sí y no te andes con rodeos

Fijo el trazo de mis notas, por el de tus deseos

 

Reapareciste de nuevo en mi vida

Para poner mi mundo patas arriba

Con tan solo una simple sonrisa

Hiciste presente la nostalgia de esos días

 

 

 

Temblaba. No había dejado de hacerlo ni un solo momento desde que la voz de Max la había acariciado por primera vez. A la segunda estrofa ya no había podido contener el llanto, y ahora sus mejillas debían estar emborronadas de máscara de pestañas. Cuando la canción terminó todos los ojos giraron hacía ella. No sabía si debía quererle por lo que acababa de hacer u odiarlo por ese mismo motivo. Intentó dar un paso en su dirección, pero estaba claro que la distancia que les separaba sería un largo trecho si no conseguía templar su estado de ánimo y dejar de temblar. Observó entre la neblina de su llanto cómo él dejaba la guitarra y saltaba de la tarima para aproximarse a ella, lo hizo a paso lento, como retardando el momento de reencontrarse, seguramente temeroso de cual sería su reacción, una reacción que ni ella misma iba a ser capaz de controlar. Le quería, estaba claro que lo amaba por encima de todas las cosas, así había sido durante años, sin embargo la sombra de la duda planeaba sobre ella los últimos días, pues lo quería por entero, con sus manías, sus múltiples defectos, con sus borderías y sus malas formas, lo quería a pesar de ser un chulo y un desordenado, no obstante lo necesitaba todo de él, no quería conformarse con menos. Y sentía qué, de algún modo, ella era su premio de consolación. Siempre estaría Lena en su cabeza, su memoria y hasta, en cierto modo, en su corazón. Fuese porque la había amado o porque se sintiera culpable por lo que había ocurrido, de algún modo Lena siempre permanecería allí y ella no quería tener que estar compitiendo con eso.

Pero no podía ser injusta, Max había vivido, había amado, había recorrido su camino y ahora llegaba a ella. Puede que de no haber ocurrido todo de ese modo nunca se hubieran reencontrado.

Sintió como ambos puños se cerraban al pensar en ello, y ya solo dos pasos la separaban de él. Max la miró y en sus ojos no se veía arrepentimiento, ni dudas, ni tristeza, no veía remordimientos, rabia o ira. Lo único que se podía leer en su oscura mirada era amor. Andy sintió como se le paraba el corazón en el instante en el que él cogió una de sus manos. Max la quería, no albergaba dudas en eso, y si realmente dudaba de algo, la oscura mirada de él, tan cargada de amor, acababa de fulminar todas esas vacilaciones. Jamás nadie la había mirado así, nunca nadie la había hecho sentir como Max, incluso antes ni tan siquiera de ser consciente de ello.

 

—¿Qué me dices? —susurró él simplemente al llegar frente a ella.

—Podemos empezar ensayando un poco y ya veremos qué sale de todo esto, ¿te parece? —respondió ella repitiendo las palabras que él mismo le había dicho meses atrás en referencia al grupo.

—Tendré que conformarme con ello, supongo.

—Deberás.

 

Max soltó una estruendosa carcajada y tirando de su mano la hizo tambalear para rodearla por la cintura. Andy se dejó atrapar por sus brazos, se arrellanó en su abrazo pegándose a su cuerpo, buscó sus labios para comprobar como ellos solo destilaban toneladas de cariño y una infinita ternura. Esas cosas una mujer las sabía.

 

Max dejó su alma en ese beso, como si fuese el primero, lo degustó como si fuera a ser el último, la apretó contra sí y respiró el aroma a perfume que emanaba siempre su cuerpo, la ternura de sus mejillas sonrosadas, el calor de su menudo cuerpo apretándose contra él. El sabor de sus labios, esos besos que hacían que se le erizara la piel y no pudiese pensar en nada más que no fuese en no darles fin. La quería, la quería con toda el alma, la quería como se quieren todas las cosas que cuestan conseguir, como ese tesoro que no sabías que tenías hasta que lo recuperas del fondo de tus recuerdos y sabes que se ha hecho un hueco en tu corazón, como lo más importante de uno mismo. Y quiso decírselo, lo intentó, sin embargo no era bueno con las palabras, nunca lo había sido, pero no importaba, ella lo sabía.

Andy buscó su mirada, esos ojos negros que nunca podían mentir, y supo qué, si bien tendría que aprender a asimilar todo lo que Max arrastraba, ella le ayudaría a sobrellevar esa carga. Los errores del pasado, no deberían condicionar el futuro. Max se culpaba por lo que había hecho, no obstante ella estaba dispuesta a que nada más le hiciera sufrir, no lo merecía. Le observó unos instantes más, ese temblor en el mentón, ese imperceptible abrir de sus labios, ese suspiro apenas audible, Max buscaba esas palabras que nunca encontraba y como siempre, sonrió y pensó, «es Max» y con eso lo justificó todo o casi todo.

 

—Yo también te quiero —susurró Andy en el hueco de su oído anticipando lo que él quería decirle— pero…

—No Andy, por favor, sin peros, déjame disfrutarlo un poco más —respondió, hundiéndose en la cascada de su dorado cabello, agarrándola con más fuerza, como si fuese consciente que alguien se la fuera a arrebatar.

—Está bien, sin «peros», aunque solo iba a decirte que toda la plaza nos está mirando —sonrió.

—Pues que miren —sentenció volviéndola a besar.

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