Max

Max


Capítulo 9

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Capítulo 9

 

Y encima se ponía a llover. Max apresuró el paso e intentó, inútilmente, taparse con la capucha del anorak para no terminar calado hasta los huesos. Sin embargo la lluvia apretaba y con ella llegaría el hielo, no quería ni pensarlo, para alguien como él, el hielo podía ser una trampa mortal. Prefería la nieve, también resbalaba, aunque estaba algo más blanda. Apretó su caminar y decidió correr los últimos doscientos metros hasta llegar a refugiarse bajo el porche, dentro se veía luz y se escuchaba la música. Buscó en los bolsillos las llaves, pero con los guantes y el frío que le agarrotaba los dedos era casi imposible hacer nada, gruñó cabreado, se estaba congelando y de golpe la puerta se abrió.

 

—Te dije que te llevaras un paraguas… —Con ese saludo Andy se hizo a un lado para dejarle entrar.

 

Max la miró entornando los ojos, queriendo mostrar un gran enfado, pero a quién pretendía engañar, era imposible enfadarse con ella, a pesar de ser una mandona insoportable. Cuando consiguió arrancar la mano de dentro del bolsillo dónde había quedado encajada saltaron las llaves por los aires aterrizando en el suelo cerca de Andy que lo miró alzando una ceja, ella fue a decir algo, sin embargo al final se quedó callada observándole. Estaba mojado, despeinado, congelado… y al ver las llaves en el suelo puso cara de niño pillado en un renuncio, así que Andy no pudo evitar ponerse a reír.

 

—¿Encima te ríes de mí? Estoy helado —se quejó.

—¿Pero lo tienes?

 

Max alzó la bolsa de papel con aire triunfal, lo había logrado, casi le había costado la vida y sino se daba una ducha caliente seguramente entraría en hipotermia, pero lo tenía, lo había conseguido. Andy sonrió divertida y dio un saltito de alegría antes de coger la bolsa entre sus manos y abrirla despacio para observar y olisquear en su interior, se mordió el labio de puro placer.

 

—Voy a darme una ducha —anunció Max empezando a sortear las cajas de la mudanza—. No empieces sin mi —advirtió el chico mirándola muy serio.

—Nunca —prometió ella, aunque las promesas, cuando había dulces de por medio, eran bastante más fáciles de romper.

—Cuando baje no quedará nada —se lamentó él—, a no ser que… —y tirando de ella la acercó a su cuerpo— ¿Te duchas conmigo?

 

Andy sonrió y dejando la bolsita con los donuts sobre la mesa de la entrada se dejó arrastrar escaleras arriba. Hacía dos días que oficialmente Max y ella vivían juntos, él había trasladado todas sus cosas y a pesar de que conservaba el piso, que ya estaba pagado hasta final de mes, ya era público que eran una pareja. Jamás se había sentido más feliz. Habían sido las mejores navidades un muchos años, pues por fin había logrado tener lo que más quería en ese mundo, a él.

Max empezó a quitarle la ropa, y cada vez que él hacía eso, el corazón de Andy se aceleraba de un modo inusual. ¿Es que jamás lograría controlar eso? Dejó que él mordisqueara sus labios, se apretó contra su cuerpo y saltó sobre su cintura. Ahora era ella la que jugaba a morderle, clavaba los dientes despacio, por todo su cuerpo, se lo quería comer…

 

—Te quiero —susurró Max apretando con fuerza sus caderas para eliminar toda posible separación entre ellos—. Te amo… —le confesó entre jadeos mientras se hundía en el interior de su cuerpo.

 

Andy dejó caer la cabeza hacia atrás y se dejó follar por ese hombre que la tenía loca desde que era tan solo una cría, disfrutó de cada penetración, de cada beso, de cada caricia, de cada palabra susurrada en el hueco de su oído… No podía ser mejor, no había nada mejor en el mundo que enredarse entre su cuerpo, coserse a su piel, respirarle, amarle… tenerle. Saberse suya. Saberle suyo. Andy gritó de placer cuando alcanzó el orgasmo, pero no dejó que Max saliera de su interior, quería sentirle dentro un poco más. Nunca tenía suficiente de él. Dejó caer la cabeza hacía adelante apoyando la frente sobre la de Max.

 

—Sigo empapado —susurró besando la punta de su nariz.

—Pero ¿a qué ya no notas el frío?

—Eres única calentándome —le guiñó un ojo y la ayudó a descender de su cintura—. Venga pequeña —soltó palmeándole el culo— voy a cambiarme todo esto —dijo señalando la camiseta empapada.

—Me va a gustar ver eso —replicó ella sonriendo recolocándose la ropa interior e intentando atusar su pelo—. Frío, frío… —rio ella viendo a Max rebuscar entre las cajas— Te congeeeelas…

—¡Congelado ya estoy! ¡Dime dónde está!

—Llevo dos días diciéndote que coloques las cosas —respondió cruzando los brazos a la altura del pecho.

—Hay que joderse —se quejó él.

—Voy a empezar a preparar el chocolate.

—¡Esa es otra! La próxima vez que tengas antojo de chocolate y donuts vas a ir tú a por ellos.

—Si, si… claro.

—Pero ¡¡¿dónde está la ropa?! —gruñó.

 

Andy jugaba con ventaja y lo peor de todo era que lo sabía. Sabía que estaba loco por ella y que haría cualquier cosa que le pidiera, como ir a buscar donuts a las diez de la noche con la tormenta que estaba cayendo, o salir a soportar las tediosas tardes de compras para «vestir» la casa al gusto de los dos, cuando estaba claro que él no tenía gusto alguno para vestir, aunque se defendía muy bien desvistiéndola.

La vio descender los escalones a pequeños saltitos. Era feliz. Andy era feliz y él era el hombre más afortunado del mundo. Había estado a punto de perderla y ahora valoraba mucho más el hecho de que ella estuviese a su lado. La quería y la necesitaba, era extraño, jamás había sentido nada parecido por nadie, era como quitarse la máscara y mostrarse tal como era, se sentía vulnerable pero fuerte a la vez, y sobre todo totalmente capaz de todo.

Pateó una de las cajas haciendo que se desparramara todo su contenido.

 

—¡Bien!

 

Se quitó la camiseta, pasó una toalla por su cuerpo y se puso un chándal viejo para estar por casa.

Ahora que parecía que todo se empezaba a enderezar, había vuelto a pensar en ellos. En John, en Heit y de nuevo en Lena. No podía quitársela de la cabeza y le alegraba poder hablar de ello con Andy, pues ella le estaba ayudando a comprender, analizar y superar todo lo que había vivido. Le gustaría poder encontrarla, necesitaba hablar con ella, pero a la vez tenía miedo de hacerlo, así que, a pesar de quererlo, algo lo retenía.

Terminó de enfundarse en esa ropa roída por el paso del tiempo y las clases de gimnasia, pasó una toalla por el pelo, fue a tirarla al suelo, pero recordó las regañinas de Andy, así que la dobló y la dejó en su lugar. Descendió los escalones tranquilamente, a su nariz llegaba el olor a chocolate caliente. Era la hora de irse a dormir, pero ella quería chocolate. Andy era una golosa sin límite, cuanto más dulce más le gustaba y él se divertía viéndola disfrutar como una niña de todo aquello que llevara azúcar.

Cuando entró en la cocina le golpeó una imagen idílica, perfecta, una de esas escenas que jamás pensó que sería capaz de vivir y mucho menos de disfrutar. Él, con todo lo que arrastraba a sus espaldas, con todos esos años de peleas, gamberradas, de sus desfases, todas las chicas que habían pasado entre sus brazos, sus descabelladas ideas, las noches locas… Suspiró.

 

—¿Pasa algo? —preguntó Andy parándose en medio de la cocina observándole.

—Eres preciosa.

 

Andy no pudo evitar sonreír.

 

—En realidad me quieres porque cocino bien.

—Eso también es verdad, preciosa y buena cocinera.

—Ejem —carraspeó.

—Y una fiera en la cama —añadió él dando un paso hacia ella para poder besarla.

—Y me quieres más que a cualquier otra cosa…

—Yo a ti sí, pero a veces me pregunto, si te dieran a elegir entro yo y un pastel de chocolate…

—Te elegiría a ti…. Cubierto de pastel de chocolate —soltó con una carcajada.

 

Esa mañana cuando despertó, Andy ya no estaba en la cama. Era horrible esa manía suya de madrugar, ¿por qué? No lo entendía, si al menos fuera para salir a correr, tendría algo de sentido, pero no, nada, simplemente decía que no podía dormir más y se levantaba para hacer nada, solo sentarse en el sofá a leer o escuchar música.

Saltó de la cama y se enfundó una sudadera de esas afelpadas y pasó de los pantalones. Se lavó la cara y se cepilló los dientes, una sana costumbre para poder besarla con aliento fresco. Se peinó recogiendo su pelo hacía atrás. Bajó los escalones de dos en dos y fue directo a por café, que estaba recién hecho. Abrió el armario, cogió una taza y al cerrar la puerta golpeó fuerte. Era domingo, le gustaban mucho los domingos, no tener que ir a trabajar y poder pasar el día acurrucado en el sofá con ella. Le gustaban los domingos menos cuando su madre se ponía pesada con lo de ir a comer.

Terminó el café y dejó la taza en la encimera, cogió una galleta de chocolate de la caja, que se le resbaló de las manos dando contra el suelo, adiós a las galletas enteras, hola a las migas para la leche. Salió en dirección al salón para buscar a Andy. Estaba sentada frente al piano, sus dedos se movían rápido por el teclado, pero sin apretar las teclas, sus ojos de vez en cuando se desviaban a la partitura que tenía en frente, detenía su peculiar serenata silenciosa y anotaba algo para después volver a empezar.

 

—¿Qué haces?

—¡Joder! —chilló ella dando un bote y llevándose ambas manos al corazón— Casi me provocas un infarto.

—¿No me has escuchado? Llevo un rato por aquí abajo haciendo ruido.

—Estaba concentrada.

—¿Qué es? —se interesó terminando de tragar la galleta y sentándose a su lado.

—Llevo unos días trabajando en esto.

 

Max cogió la partitura y la ojeó por encima, tomó el lápiz e hizo un par de anotaciones que Andy aceptó asintiendo con la cabeza.

 

—¿A ver? —dijo Max señalándole el teclado.

 

Andy movió los dedos unos segundos, los posicionó sobre las teclas y se dispuso a tocarla. Sonaba muy bien. Miró de reojo a Max que cerró los ojos y se dejó envolver por la melodía. Ella sonrió y siguió hasta el final.

 

—¿Te gusta? —inquirió ella nerviosa.

—Me encanta ¿tiene letra? —preguntó y la sensación de déjà vu volvió a él.

—Estoy en ello.

—¿Eres feliz? —la interrogó Max de pronto.

—¡Vaya! Así, sin anestesia —respondió Andy y se giró para quedar frente a él, ambos sentados en la banqueta del piano.

—Quiero que seas feliz.

 

Andy sonrió y atrapó sus mejillas entre las manos y lo acercó a ella despacio. Besó la punta de su nariz para después buscar de manera tierna sus labios. Lo amaba, lo quería tanto que hasta dolía. Max dejó que ella lo besara, dejo que Andy devorara sus labios con pasión, entreabrió la boca para dar cobijo a su lengua, y sin apartarse, sin que sus labios se despegaran un solo instante Andy se levantó para terminar sentada a horcajadas sobre él, con la espalda pegada al piano.

 

—Un polvo contra el teclado —gruñó Max a mil por hora.

—Ni se te ocurra, rómpeme el piano y te rompo yo a ti las piernas.

 

Max soltó una estruendosa carcajada de las suyas, de esas que rompían el aire en dos y que tanto le gustaban a Andy. Se levantó con ella asida de la cadera para ir al sofá, a repetir esa primera vez suya, aunque sin helado de por medio. Seguía besándola con pasión, sin darle tregua ni tan siquiera para respirar, desde que estaban juntos la pasión les devoraba cada vez que estaban solos, y desde que se había mudado era constante. Disfrutaba de cada instante con ella, pero en el sexo…

 

—Auch —se quejó ella de uno de sus mordiscos.

—Voy a comerte enterita… —afirmó Max mordiendo su cuello, su hombro, para después ir bajando y deslizando hacía abajo la ropa de ella, dejando al aire más porción de piel que poder devorar.

 

El móvil empezó a sonar en ese instante, justo cuando Max estaba tirando de sus braguitas para hacerlas descender por sus muslos ya mordisqueados. Ignoró la llamada y se lanzó sobre su chica para volver a iniciar una sesión dominguera de sexo salvaje, sin embargo de nuevo el móvil arrancó a sonar. Gruñó molesto. Decidió volver a ignorarlo cuando Andy le empujó con ambas piernas.

 

—Anda, cógelo o no me voy a poder concentrar.

—¿Necesitas concentración para esto? —inquirió alzando una ceja.

—Ya sabes que sí… Necesito concentración para no desmadrarme —sonrió.

 

Max se levantó, solo llevaba puesto los calzoncillos, Andy recogió sus braguitas, tiró de ellas hacia arriba y se cubrió de nuevo con la camiseta del pijama para después seguir a Max hacía la cocina donde ya había contestado. Cogió una taza del armario para hacerse un nuevo café, el que se había tomado de buena mañana ya lo tenía en los pies.

 

—Espera, espera, más despacio…

 

Andy sacó la leche de la nevera y lo miró, parecía nervioso, pero no identificaba con quien estaba hablando Max, parecía la voz de una mujer, una mujer joven, aunque no pudo escuchar mucho más.

 

—¡Joder! —exclamó.

 

Y de pronto Andy vio cómo se tambaleaba como si fuese a caerse, corrió a su lado para sujetarlo, parecía ido, fuera de sí, lo ayudó a deslizarse hasta el suelo, el móvil resbaló de entre sus manos, al otro lado la mujer seguía hablando, ahora al prestar más atención le pareció que al otro lado de la línea quien fuera estaba llorando.

Andy se quedó por un momento colapsada sin saber qué hacer, Max parecía que se había quedado en estado de shock. Dudó un instante, pero recogió el teléfono del suelo, notó como toda ella temblaba al acercárselo al oído para escuchar lo que el interlocutor decía. Miró a Max y se concentró en el móvil que acercó lentamente a su oído sin poder evitar el temblor de sus manos.

 

—¿Sí? —preguntó y su voz se quebró.

—¿Andy? —respondió la mujer al otro lado.

 

 Entonces reconoció la voz de quien había llamado y su mirada se desvió un segundo a Max que seguía sentado en el suelo con el rostro escondido tras sus manos.

 

—¿Leah, eres tú? —inquirió asustada— ¿Ha pasado algo?

 

Andy clavó la mirada en su chico, que había empezado a llorar desconsolado.

 

 

 

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