Maverick

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9. Cola blanca

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Cola blanca

El viejo Aullador, líder espiritual de la manada de la Madriguera y proclamado a sí mismo Primer creyente en Plateada, se sentó en la entrada de la cueva, observando a la multitud apiñada en el claro de más abajo:

—¿Escuchas eso, hija? —dijo orgulloso utilizando palabras informales del lenguaje de los seres-lobo—. Todos ellos están diciendo mi nombre.

Desde algún lugar del interior de la cueva, Cola blanca respondió:

—Eso es dulce, padre.

Ignoró el tono irónico de su voz y volvió a mirar hacia la multitud:

—«Aullador», eso es lo que están diciendo. «Hemos viajado durante días para escuchar a Aullador» —dejó la lengua colgando y sonrió ampliamente dejando al descubierto su segunda línea de molares—. Tú nunca pensaste que tu viejo padre sería nombrado fuera de la manada.

Cola blanca acarreó unos pocos huesos secos y viejos desde la oscuridad y los depositó en un montón de basura cerca de la entrada:

—Por supuesto que lo hice, padre —se giró para volver a internarse en la oscuridad pero él levantó una pata y la detuvo gentilmente.

—Míralos, Cola blanca. Sólo míralos. ¿Qué ves?

Cola blanca se levantó sobre sus patas traseras y examinó a la multitud. Después, con un resoplido de disgusto, se dejó caer sobre las cuatro patas:

—Veo unas doscientas bocas extra que alimentar. Estaremos mal de comida si sigue así la cosa.

El viejo lobo sonrió tristemente y sacudió la cabeza:

—Oh, qué visión tan pobre. Éste es el comienzo de la Gran manada.

Cola blanca resopló con desdén:

—Es una pandilla hambrienta de marginados, rebeldes y perdedores, eso es lo que es. No hay ni diez cazadores decentes entre ellos. Ni, desde luego, ningún líder de cazadores.

Aullador la ignoró:

—Piensa en ello, hija. Tenemos el privilegio de formar parte de la cosa más grande que jamás ha ocurrido a la manada. La primera Plateada fue enviada por la Abuela. Ahora la Gran manada se está formando. Pronto todas las manadas estarán unidas y los colmillos agudos serán expulsados para siempre. ¡Estamos presenciando cómo generaciones y generaciones de profecías se cumplen justo delante de nuestros ojos!

Cola blanca suspiró profundamente y lanzó una mirada destemplada a su padre:

—¿Dicen algo las profecías sobre cómo se supone que vamos a alimentarlos?

—Oh, hija, qué poca perspectiva —intentó enrollar la cola en la espalda de la joven pero ella se apartó—. ¿Todavía estás pensando en meras necesidades físicas cuando poseemos el sustento espiritual de Plateada?

Cola blanca saltó sobre sus patas y enrolló impacientemente su larga cola en forma de látigo:

—Todo lo que estoy diciendo es que será mejor que alguien cace algo por aquí o Plateada tendrá pocos seguidores si es que vuelve.

—«Cuando», hija —Aullador se levantó suavemente sobre sus patas y se estiró con un tranquilo bostezo—. «Cuando» Plateada vuelva, ella nos conducirá a todo lo que podamos desear. Buenos cuchillos. Buenas pieles. Más comida de la que…

Cola blanca entornó los ojos:

—¿Sí? Estoy escuchando.

—Bueno, más comida de la que puedas imaginar, en cualquier caso. No tendremos que desear nada más.

—Y entretanto, ¿tenemos que sentamos y esperar pacientemente?

—No te preocupes, hija. Plateada nos liderará y protegerá. Ella prometió que lo haría. Igual que prometió que volvería.

Cola blanca se giró sobre sí misma, trazando un estrecho y nervioso círculo, miró fijamente a su padre y se volvió a girar. Lo que quedaba de su paciencia se había agotado finalmente:

—¡Confuso y viejo tonto! ¡Durante doce días y doce noches has mantenido a los cazadores aquí en la Madriguera y llenado sus cabezas con historias sobre Plateada! ¡Mientras tanto, los vientres de los adolescentes rugen de hambre y los cachorros lloran porque sus madres no tienen leche!

Aullador giró la cara hacia ella; de manera involuntaria, el pelo de Cola blanca se erizó y sus labios se retiraron con un gruñido, dejando ver una doble fila de dientes afilados como agujas.

—¡Padre, no me importa que Plateada vuelva algún día. Tu manada se está muriendo de hambre ahora! Puedes llamarte a ti mismo el líder de la Familia, pero ¿cuándo saldrás de tu madriguera y encabezarás la caza?

Aullador se apoyó sobre las patas y agachó las orejas. Con un súbito sobresalto, Cola blanca sintió el dolor y la confusión en sus viejos ojos de lobo.

—Mi propia hija —susurró Aullador—. Mi propia hija me desafía.

Viendo el dolor en los ojos de su padre, Cola blanca sintió una repentina punzada de arrepentimiento. Luchando por controlar sus emociones, agachó sus cabellos, se agazapó sobre su vientre e inclinó la cabeza sobre sus patas delanteras:

—Lo siento padre —lo miró con grandes y tristes ojos de cachorro—. He hablado sin pensar. He dicho cosas que no siento.

Aullador se levantó, la alcanzó trotando y la acarició amorosamente con el hocico detrás de las orejas, como solía hacer cuando ella era sólo una cría:

—Está bien, Cola blanca. Antes o después la Primera bestia se introduce en nosotros y nos hace decir cosas que no pensamos —ella se relajó y le dio un lametón de disculpa en la boca. Aullador recuperó su sonrisa paternal—. Estoy seguro de que Plateada te perdonará tu momentánea pérdida de fe.

Con un gran esfuerzo, Cola blanca mantuvo el pelaje sin erizar. Aullador la acarició una vez más detrás de las orejas y después comenzó a olisquear las pieles para dormir que estaban apiladas en la esquina de la cueva:

—Bueno, ¿dónde dejé el amuleto? Ah, aquí está —Aullador retiró una chapa (una placa de circuitos rota suspendida de un collar trenzado hecho de cable robótico nervioso) y se las colgó del cuello—. Bueno, es el momento de liderar a los fíeles. ¿Vienes hija?

En un primer momento, ella iba a negarse pero entonces se le ocurrió una idea. Conteniendo una picara sonrisa, dijo dulcemente:

—Por supuesto, padre. Me encantará acompañarte —el viejo lobo volvió sobre sus pasos y salió al trote fuera de la cueva con Cola blanca a su lado.

Los ladridos y aclamaciones comenzaron en el momento en que alguien entre el gentío señaló a Aullador. Unos pocos de la multitud se dejaron llevar por la excitación y aullaron en la lengua de las bestias. En el tiempo que el viejo lobo tardó en cruzar la colina rocosa desde la que se oteaba el claro, el ruido se había convertido en un rítmico canto:

—¡Aullador, Aullador, Aullador…!

Cola blanca se detuvo en la base de la colina y miró a su padre mientras trepaba. Una vez en la cima, él hizo una pausa para mirar sobre la multitud con una amplia sonrisa en el rostro. Todos los ojos estaban fijos en él, lo sabía, y se bañó en su gloria. Después se sentó, dejó caer las orejas, cerró los ojos y levantó la voz con un largo y lastimero aullido en la lengua de las bestias.

La multitud reclamó su bendición. La vista y el ruido asombraban a Cola blanca; alrededor de doscientos lobos reunidos en un claro, sentados con los lomos arqueados y rígidos y con sus hocicos levantados en un único y ensordecedor aullido.

Aullador dejó caer la cabeza y cambió a las formales cadencias de la lengua de los cazadores:

—¡Escuchad! —de forma abrupta, los aullidos cesaron—. ¡Escuchadme, oh manada! Hablo del tiempo antes del tiempo y de una promesa que hizo la madre de la madre de nuestra primera madre.

—¡Alabada sea la Abuela! —gritó un encendido converso cerca de Cola blanca. Ella le dirigió una rápida mirada y lo encontró como los demás: desaliñado, mal alimentado, posiblemente apuesto si tan sólo arreglara un poco su pelaje. Pero había un poco más de hambre en sus ojos y lucía una herida aún fresca en la pata izquierda trasera. «Otro perdedor», decidió, descartándolo con un resoplido.

—¡Escuchad! —dijo de nuevo Aullador—. En el principio fue la Gran manada. Ellos vivieron en el Bosque del amanecer, cuando el mundo era joven. Los juegos no tenían fin. No había enemigos, ninguno que osara invadir la guarida de la Familia. Cada cazador tenía su compañera perfecta, cada madre sus fuertes y obedientes cachorros y la manada vivía en armonía. Todos los días eran verdes y frescos y todas las noches dulces y templadas, el tiempo no había llegado aún y la muerte era una extraña para la manada. Siempre era verano en el Bosque del amanecer y grandes eran las bendiciones que la Abuela esparcía sobre la Familia.

—¡Alabada sea la Abuela! —gritó de nuevo el fiel, esta vez en el momento adecuado.

El rostro de Aullador se oscureció y su voz tomó un tono siniestro:

—Pero aunque estaban bendecidos, aquellos primeros lobos no lo sabían. En lugar de eso, dejaron que el espíritu de la Primera bestia se moviera entre ellos y les diera malos consejos. Entonces los hermanos se volvieron contra las hermanas y los padres contra sus hijos porque todos deseaban liderar la Familia. Cuando la Abuela vio esto, se disgustó mucho y envió a su elegido, Melena gris, para devolverles al camino de la rectitud.

Varios de los conversos habían captado el ritmo del sermón y gritaron:

—¡Ten piedad de nosotros, Abuela!

Aullador agradeció la réplica con una ligera inclinación de cabeza y continuó:

—Pero los corazones de aquellos primeros lobos eran duros y sus ojos estaban cerrados a la verdad. El hermano de Melena gris estaba poseído por el espíritu de la Primera bestia y la manada permaneció a su lado cuando le arrebató la vida de su garganta. Entonces la Abuela descendió sobre la Familia, con sus patas tan altas como árboles y sus colmillos centelleando como el sol. Con fuego y trueno, condujo a la manada fuera del Bosque del amanecer y los diseminó con los vientos para que sufrieran y murieran por el mundo hasta que los hijos de los hijos de sus hijos hubieran pagado el precio de sus pecados —Aullador hizo una pausa para tomar aliento.

Los fieles gritaron sus entusiastas rezos.

Lenta y amorosamente, Aullador miró desde arriba a la multitud. Sus orejas se relajaron; su expresión se suavizó. Con un suave tono de voz, continuó:

—Así ha sido durante miles de generaciones. Nosotros nacemos, sufrimos, morimos. Nuestros cachorros pasan hambre, nuestros ancianos caen víctimas de los colmillos agudos y nuestros mejores y más brillantes cazadores luchan con uñas y dientes por ser líderes de un verano a otro. A través de los siglos, la fe ha sabido esperar la señal de que por fin estamos perdonados. A pesar de la sangre y la hambruna, a pesar de los oscilantes fuegos de otoño y los amargos fríos del invierno, incluso cuando la esperanza parecía tan difícil de encontrar como el diente de un tordo alirrojo, las generaciones de lobos han vivido y muerto en la creencia de que la Abuela enviaría al Elegido y de que los lobos podríamos de nuevo vivir en armonía en el Bosque del amanecer. Algunos dicen que los creyentes están locos. Algunos dicen que esperamos en vano —Aullador hizo una pausa para mirar de nuevo a la multitud, con una enigmática sonrisa dibujándose en sus labios.

El único sonido que podía oírse entre los creyentes era un murmullo desorganizado. Entonces, el viejo lobo infló el pecho, levantó las orejas y dejó escapar un alegre ladrido:

—Hermanos, amigos, miembros de la Gran Manada: estoy hoy aquí para deciros que la espera no ha sido en vano. Porque os traigo buenas noticias: ¡el Elegido ha sido enviado entre nosotros y su nombre es Plateada!

Durante un momento, observando el fervor de la multitud, Cola blanca se preguntó si su padre tenía alguna idea del tipo de energía que estaba alimentando. Enseguida se quitó la idea de la cabeza. Ya había demasiados problemas menores como para tener que pensar en afrontar el más grande.

—¡Escuchad, escuchad! —en un segundo, la multitud se acalló y Aullador continuó—. Mirad a vuestro alrededor. Mirad a vuestros vecinos. Hace un año, este humilde lugar, la Madriguera, era un sitio moribundo y necesitado. Cercados por otras manadas, tu vimos que hacer frente a la invasión de la Colina de las estrellas. Los Piedra caminantes eran enemigos terribles: altos y veloces, capaces de matar con una mirada, eran tan mortíferos como los silenciosos colmillos agudos y dos veces más difíciles de matar. Estábamos perdiendo la partida y nuestros jóvenes cazadores eran asesinados sin honor. Si había algún lugar que necesitara a la Abuela, seguramente era la Madriguera.

—Ahora, algunos han dicho que la Abuela ha hecho oídos sordos a los llantos de los lobos y que su corazón se ha endurecido con nosotros. Pero hermanos, estoy aquí para deciros que ella todavía nos escucha. La Abuela escucha los lamentos de la Madriguera, ve a los cachorros hambrientos, olfatea los cadáveres no enterrados. El corazón de la Abuela se ha conmovido y en nuestra hora más oscura nos ha enviado su aliento y su ayuda, y su nombre es Plateada.

La voz de Aullador se convirtió en un susurro. De manera extraordinaria, la multitud se quedó en silencio para escuchar. Por un momento, lo único que Cola blanca pudo oír fue cómo el viento hacía crujir las hojas de los árboles y la distante llamada de un solitario cresta azul.

—Yo estaba allí, oh hermanos —susurró Aullador—. Vosotros y yo nacimos de nuestras madres. Pero la madre de Plateada es la Abuela, que vive en el cielo, y Plateada nadó de una estrella encendida. Estos viejos ojos la vieron bajar desde el cielo, acarreando llamas y gloria. Era como un cachorro pero credo y se formó por completo. Tan pronto como se pudo mover, derribó a un imponente colmillo agudo con solo un mordisco —Aullador miró en tomo al claro, calibrando la incredulidad de su audiencia—. Con un único mordisco, hermanos. Incluso antes de que aprendiera a comunicarse, ella salvó a una manada entera de cazadores. Y cuando por fin pudo hablar, ¿creéis que sustituyó a Ojo Avizor como líder de los cazadores como era su derecho según la ley de la Primera bestia? «No», dijo ella, «estoy aquí para serviros».

Hizo una pausa para dejar que asimilaran esa idea y contuvo la respiración. Después de unos rápidos jadeos, continuó hablando con voz normal:

—Ésta es la primera lección, oh miembros de la Gran manada. Ella llevó a cabo grandes cosas, luchó con gran valor. Pero hizo todas esas cosas para servir a la manada. Cazó junto a la jauría y era una excelente cazadora. Nos lideró contra los Piedra caminantes y los condujo a la derrota —se encaramó sobre las patas traseras y sostuvo en alto el amuleto. La luz del sol rebotaba e iluminaba la rota placa de circuitos—. Ésta es la prueba que ella me dio para que tuviera siempre presente mi fe. ¡Es una pieza del cerebro de un Piedra caminante y nunca se descompone!

Aullador mostró el amuleto de manera que todos pudieran verlo. Cuando los gritos de asombro fueron apagándose, se colgó de nuevo el amuleto alrededor del cuello y se dejó caer sobre sus cuatro patas.

—Éste fue sólo uno de sus milagros. Hubo muchos más y os hablaré sobre ellos a su debido tiempo. Pero por ahora, para aquéllos que estáis dando vuestros primeros pasos en el camino de la fe, os dejaré con cuatro promesas que ella me hizo. Éstas deben ser las cuatro patas sobre las que se sustente vuestra fe: Plateada nos protegerá, Plateada nos servirá, Plateada vino una vez para despertarnos, Plateada volverá para conducimos de vuelta al Bosque del amanecer.

De forma brusca, Aullador se dio la vuelta y comenzó a descender la rocosa colina. La multitud explotó en un tumulto de ladridos y aullidos. Gritos de «¡Alabado sea Aullador!» se elevaban desde uno de los lados del claro y «¡Alabada sea la Abuela!» se decía desde el otro y los adolescentes situados en el medio eran balanceados por una multitud de conversos que se precipitaba hacia delante para intentar tocar el pelaje de Aullador.

Pasando desapercibida entre tanto mido y tanta confusión, Cola blanca se encaminó cuidadosamente hacia la parte de atrás de la colina. Se detuvo tan sólo un momento para pensar «Espero saber lo que estoy haciendo». Después, con una rápida carrera, correteó hasta la cima de la colina y desde allí se rasgó con su mejor y más terrorífico aullido.

Asombrado, el populacho se quedó helado y se giró para mirarla.

«Vamos allá». Cola blanca esbozó una amplia, alegre y totalmente falsa sonrisa, movió nerviosa la cola y ladró:

—¡Escuchadme! Soy Cola blanca, la hija de Aullador.

—¡Alabado sea Aullador! —gritó el zarrapastroso que estaba justo delante.

Ella sonrió de nuevo a la multitud. «Hagas lo que hagas no mires a los ojos a tu padre».

—Aullador me ha pedido que os dé una noticia —sintió cómo se le erizaba el pelo de detrás de la cabeza y supo que su padre la estaba mirando fijamente. Ella podía imaginar fácilmente su expresión perpleja mientras intentaba entender qué iba a hacer ella esta vez y comenzó a mirar en su dirección: «¡No lo mires!».

—¡Para celebrar esta alegre ocasión —ladró Cola blanca—, Aullador desea que sea conocido que él mismo liderará la primera cacería de la Gran manada! Él va hacia el bosque ahora; todos los que verdaderamente queráis seguir los pasos de Plateada, ¡seguid a Aullador! —la manada irrumpió en un torbellino de gritos y aullidos de caza y se embraveció para envolver a Aullador.

«Ahora, chica». «Ahora puedes mirarle». Cola blanca aisló el rostro de su padre dentro de la multitud al pie de la colina. Por un instante, Aullador se giró para mirarla con puñales brillando en sus ojos y después se perdió en la peluda corriente que corría hacia el bosque. «De acuerdo, padre», pensó Cola blanca riéndose por lo bajo, «vamos a ver cómo sales de ésta». Saltando colina abajo, se mezcló con la multitud y los siguió.

Todos sus esfuerzos estaban centrados en seguir el rastro de su padre. No se percató del pequeño y verde robot de observación que avanzaba sobre la copa de los árboles, siguiéndola.

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