Mashenka

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El ruido adquirió mayor intensidad, penetró en la casa, la pálida nube cubrió la ventana, el vaso del palanganero temblequeó. Había pasado un tren, y ahora podía verse de nuevo el vacío trecho de las vías surgiendo de la ventana. Berlín, dulce y neblinoso, al atardecer, en el mes de abril.

Aquel jueves, a la caída de la tarde, cuando el ruido de los trenes era más hueco que en cualquier otro instante, Klara, muy excitada, visitó a Ganin para transmitirle un mensaje de Liudmila, quien había dicho: «Dile, Klara, dile lo siguiente. Dile que yo no soy una de esas mujeres a las que los hombres pueden despachar como si tal cosa. No, porque yo soy quien despacha. Dile que no quiero nada de él, dile que nada pido, pero dile también que a mi juicio se portó como un cerdo al no contestar mi carta. Yo quería romper mis relaciones con él de un modo amistoso, quería dejar sentado que, incluso en el caso de que hayamos dejado de amarnos, podemos seguir siendo amigos, Pero él ni siquiera se molestó en llamarme por teléfono. Dile, Klara, que deseo muy sinceramente que sea feliz con su novia alemana, y que me consta que no podrá olvidarme tan fácilmente como imagina».

—¿Y de dónde diablos ha sacado a la chica alemana? —preguntó Ganin componiendo una mueca, después de que Klara, sin mirarle, hubiera transmitido el mensaje, en voz baja y hablando muy aprisa.

Y Ganin añadió:

—De todos modos, no sé por qué Liudmila ha tenido que mezclarte en este asunto. Me parece todo muy fatigoso.

En un impulso, envolviendo a Ganin en una de sus húmedas miradas, Klara dijo:

—No tienes corazón, Lev Glebovich. Liudmila tiene un alto concepto de ti, te ha idealizado. Sin embargo, si supiera cómo eres en realidad…

Ganin la miró con expresión de benévolo pasmo. Inhibida, Klara bajo la vista, y, despacio, dijo:

—Te he transmitido el mensaje porque Liudmila me lo ha pedido, y esto es todo.

Después de un silencio, Ganin dijo:

—He de irme de aquí. Este dormitorio, estos trenes, la comida que nos da Erika… Estoy cansado de todo. Además, casi me he quedado sin dinero, y pronto tendré que volver a trabajar. Tengo el proyecto de dejar Berlín el próximo sábado, y de irme a alguna ciudad con puerto, hacia el sur.

Cerró y abrió la mano, y quedó sumido en meditación. Después, dijo:

—No sé… Realmente no sé, porque hay que tener en cuenta una circunstancia. Quedarías sorprendida si supieras lo que se me acaba de ocurrir, ahora, ahora mismo. ¡Es un plan extraordinario, increíble! Si sale bien, pasado mañana estaré fuera de esta ciudad.

Con aquel doloroso sentimiento de soledad que siempre nos acomete cuando alguien a quien queremos se entrega a un sueño en el que nosotros no ocupamos lugar alguno, Klara pensó: «¡Qué extraño es este hombre!».

Las negras y cristalinas pupilas de Ganin se dilataron, sus espesas pestañas dieron a sus ojos una cálida y sumisa expresión, y una serena sonrisa meditativa alzó levemente su labio superior, dejando al descubierto los dientes brillantes y regulares. Sus negras cejas, que parecían a Klara tiras de caras pieles, se juntaron y se separaron, y suaves surcos se formaron y desaparecieron en su lisa frente.

Al advertir el modo en que Klara le miraba, Ganin parpadeó, se pasó la mano por la cara y recordó lo que había querido decir a Klara:

—Sí, Klara, me voy, y esto es el fin de todo. Dile que Ganin se va, y que le gustaría que Liudmila conservara un buen recuerdo de él. Esto es todo.

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