Martina

Martina


Capítulo 43

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Capítulo 43

 

 

 

 

 

No sé el tiempo que he pasado yendo de una notica a otra, llorando desconsoladamente, por los perros maltratados y muertos, por las madres que asesinan a sus hijos, por tantos desplazados de una Siria de la que ya nadie habla (ya han dejado de hablar de ellos en los periódicos. Qué extraño, si continúan ahí, huyendo, pidiendo un lugar de acogida. Sobre todo ahora, que ya es invierno. ¿Qué pueden hacer ellos y sus hijos? ¿Cómo calentarlos, alimentarlos?). Y me fijo en otra noticia, en otro punto del diario: la noche anterior, unos vándalos han entrado en un colegio de Almería y no solo han robado los ordenadores y las tablets, sino que lo han destrozado todo a su paso. Y por todo se refieren a todo, incluido los estuches (¡los estuches!) de los niños y los trabajos que estos tenían colgados en las paredes (¡los dibujos de papel, pequeñas obras de arte que solo tienen valía para ellos mismos y sus familias!). El huerto infantil, también. Las fotografías resultan desoladoras.

Me falta el aire. No veo nada más, mis ojos están repletos de lágrimas. La cara y el cuello, empapados.

Astérix ha notado que algo me pasa y ha venido hasta mí, apoyando su largo hocico en mis piernas. Y Ricardo. También ha tenido que notar algo Ricardo, porque justo en esos momentos ha entrado en la casa sin llamar (para no perder la costumbre), y al verme con las convulsiones del llanto ha dejado caer su sonrisa al suelo y ha acabado pisándola cuando ha venido hasta mí dando grandes zancadas. Me ha abrazado desde su altura infinita. Yo, sentada, me sentía menguada, mínima, apenas nada. Su helado anorak traía el olor de las ovejas, del campo, del humo de las chimeneas encendidas, del café que seguramente ya se habrá tomado en el bar de Berta.

–Hay tanta maldad en el mundo –le he dicho con voz entrecortada. Por decir algo. Porque, ¿qué otra cosa podía decirle?

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