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11. El interludio de Yan’an: el filósofo es el rey

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11. El interludio de Yan’an: el filósofo es el rey

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El interludio de Yan’an: el filósofo es el rey

Poco después de la liberación de Chiang Kai-shek en Xi’an, el Ejército Rojo desplazó su cuartel general a un ambiente más cómodo y algo más sofisticado, noventa kilómetros al este del mísero poblado de cuevas de Bao’an.[1]

La vieja ciudad amurallada de Yan’an, que Zhou Enlai había visitado secretamente el año anterior para celebrar su primer encuentro clandestino con el Joven Mariscal, descansa sobre el meandro de un río poco profundo salpicado de rocas, bajo una blanca y antigua pagoda, construida sobre un promontorio como talismán contra las inundaciones de otoño.[2] Desde la época Song, se había erigido como un importante enclave comercial, donde las caravanas de camellos llegaban desde Mongolia transportando ponis, lana y pieles. Los leñadores cargaban madera aserrada sobre las mulas y troncos de árbol enteros sobre unas tartanas de grandes ruedas tiradas por bueyes. La sal llegaba de contrabando desde las ciudades del sur. Por detrás de la Torre de la Campana, un herbolario vendía polvo de diente de león, serpientes secas y otros remedios caseros. Durante las ferias y los días de mercado, un gentío ruidoso y alborotado hormigueaba por las polvorientas calles, ataviado con vestidos burdos y turbantes blancos en la cabeza, provocando la fascinación de los jóvenes soldados recién llegados de la región de las montañas áridas del oeste, y suponiendo, a su vez, un agradable cambio para los dirigentes del partido y sus esposas, que en los días señalados y las fiestas podían pasear por la ciudad, gozando del bullicio y el colorido.

Mao y He Zizhen, quien todavía no se había recuperado de las heridas sufridas durante la Larga Marcha, se mudaron a la casa de un rico mercader de la parte oeste de la ciudad amurallada, en las laderas más bajas de Fenghuangshan, la Montaña del Fénix. Zhang Wentian, en tanto que líder en funciones del partido, ocupaba el patio central, que incluía un salón de recepciones donde se celebraban las reuniones del Politburó. Zhu De y Peng Dehuai tenían sus aposentos en otro patio cercano, donde se ubicó la Oficina de la Comisión Militar. Mao disponía de una estancia donde recibía a los visitantes, así como de un espacioso estudio dotado de ventanas con celosías de papel, y un gran baño circular de madera. Pero las comodidades materiales tenían sus límites. La única calefacción para combatir el helado invierno norteño llegaba del fuego de debajo del kang; el agua tenía que ser transportada desde el pozo; y los documentos de Mao, la razón misma de su existencia política, fueron archivados en armarios provisionales fabricados con barriles de la Standard Oil.[3]

Durante la década posterior, la pagoda de Yan’an, su paisaje estratificado, su maciza muralla dentada y su puerta del siglo XII se convirtieron en un símbolo de la esperanza, un faro para los jóvenes chinos de ideas progresistas y los simpatizantes occidentales. Pero, como anotó prosaicamente un sensato viajero que visitó a lo largo del verano de 1937 a los dirigentes del Partido Comunista Chino, en realidad se trataba, entonces como ahora, de una «ciudad china bastante corriente situada en un remanso de Shaanxi».[4] El aura de romanticismo que exudaba «de valiente juventud, coraje y pensamiento elevado», emanaba de la extraordinaria concentración de personas que allí se congregaban.[5]

Michael Lindsay, un aristócrata inglés cuyo padre había sido rector del Colegio Superior de Balliol, en Oxford, pasó parte de la guerra en Yan’an adiestrando operadores de radio para el Ejército Rojo. Lo recordaría como «la época heroica del comunismo chino».[6] El periodista Gunther Stein ensalzó «el decidido entusiasmo guerrero de una pionera comunidad primitiva … Parecía que sentían, lo creamos o no, que el futuro era suyo».[7] Thomas Bisson, un académico norteamericano, descubrió allí un compromiso igualitarista, «una cualidad especial de vida».[8] Sólo algún que otro escéptico percibía la existencia de un lado oscuro; la uniformidad del pensamiento, o los jóvenes guardas, armados con máusers, que rondaban inadvertidos alrededor de los principales dirigentes, como otras tantas sombras.[9]

El mito del «Camino de Yan’an» —la distintiva rama de comunismo que Mao desarrolló durante el interludio de diez años que se extiende entre el final de la primera guerra civil china y el principio de la segunda— se unió a la leyenda de la Larga Marcha como uno de los emblemas más imperecederos del sistema que se disponía a crear.

No obstante, antes de que pudiera ocurrir así, Mao primero debía alcanzar dos objetivos a largo término por los que había estado luchando conscientemente desde su llegada a Shaanxi, dos años antes: la consolidación de su poder político y la elaboración de un cuerpo de teoría marxista que llevase su sello personal.

Ambos elementos estaban íntimamente relacionados entre sí. Todo líder comunista, a partir de Lenin, había basado su autoridad en sus contribuciones teoréticas a la doctrina marxista. Ésta era la pieza más débil de la coraza de Mao. Mientras sus rivales de partido, los estudiantes retornados y su dirigente, Wang Ming, se habían impregnado de ortodoxia leninista en las universidades rusas, él siempre había permanecido en las tierras salvajes, luchando en una guerra de guerrillas. Pero existía una opción, comprendió Mao, para que aquella debilidad se transformase en su punto fuerte. Diez años antes, durante el invierno de 1925, había reclamado «una ideología construida en concordancia con la situación china».[10] En China, durante dos mil años, cada régimen había elaborado su propia ortodoxia. Ello habilitaría al partido para alimentarse de la abundante sangre del nacionalismo chino, erosionaría la influencia de los rivales de Mao, de formación rusa, y reforzaría extraordinariamente sus propias pretensiones de liderazgo.

En diciembre de 1935, en Wayaobu, realizó sus primeros tanteos.

Allí, a exigencia suya, el Politburó extendió su ratificación al planteamiento que consistía en afirmar que el marxismo debía aplicarse flexiblemente a las «condiciones específicas y concretas de China», y condenó el «dogmatismo izquierdista», término que se refería a la adherencia servil a las ideas de Moscú.

Tres meses más tarde comenzó a argumentar que el partido chino debía «organizar las cosas por sí mismo y tener fe en sus propias capacidades»; la Unión Soviética era un amigo, pero su ayuda era algo secundario. La política soviética y la china coincidían, afirmó, «sólo donde los intereses de las masas chinas coinciden con los intereses de las masas rusas».[11]

En junio de 1936 se inauguró la Universidad del Ejército Rojo en un minúsculo templo taoísta de Wayaobu de una sola estancia, destinada a funcionar como foro donde Mao podía conferenciar sobre asuntos políticos y militares.[12] Tuvo una vida muy breve, ya que la ciudad fue entregada a los nacionalistas tres semanas después. Pero, tras la mudanza a Bao’an, la «universidad» quedó restablecida, con Lin Biao como rector, en un entorno igualmente humilde; una cueva natural donde los comandantes del Ejército Rojo se acuclillaban sobre improvisados escabeles de piedra y tomaban notas, con la ayuda de estiletes, en «libretas» de piedra blanda.[13] Allí, aquel otoño, Mao ofreció una serie de charlas titulada «Problemas de estrategia en la guerra revolucionaria de China», en la que desarrolló por vez primera la noción de la especificidad de China, aparentemente refiriéndose a asuntos militares pero, de hecho, también a cuestiones no tan restringidas:[14]

La guerra revolucionaria de China … se desarrolla en el específico entorno chino y tiene por tanto sus propias circunstancias y naturaleza específicas [y] … sus propias leyes específicas … Algunos … dicen que es suficiente simplemente con estudiar la experiencia de la guerra revolucionaria en Rusia … y los manuales militares publicados por las organizaciones militares soviéticas. Ellos no entienden que esos … manuales incorporan las específicas características de la … Unión Soviética, y que si los copiamos y los aplicamos mecánicamente sin introducir ningún cambio, tendremos que … «cortarnos los pies para ponernos los zapatos», y seremos derrotados … A pesar de que debemos valorar la experiencia soviética … debemos apreciar aún más la experiencia de la guerra revolucionaria de China, ya que existen muchos factores sólo inherentes a la revolución china y al Ejército Rojo chino.

Al enfatizar las diferencias entre la Unión Soviética y China, y afirmar la primacía de la experiencia autóctona, «adquirida al precio de nuestra propia sangre», Mao estaba preparando minuciosamente el terreno para la idea del marxismo de características nacionales. Para subrayar el mensaje lanzó una extensa crítica a los «oportunistas izquierdistas de 1931-1934» —los líderes de los estudiantes retornados—, a los que acusaba de comportarse como «alborotadores y pedantes» y perseguir «teorías y prácticas [que] no tenían el más mínimo sabor a marxismo; de hecho, eran antimarxistas».

A pesar de utilizar ese lenguaje, Mao fue capaz de evadirse impunemente gracias a que no mencionó a nadie por su nombre, y a que sus observaciones no trascendieron más allá de una selecta audiencia perteneciente a la elite militar. No obstante, estaba llegando a los límites de lo que sus compañeros estaban dispuestos a aceptar. En febrero de 1937, cuando su antiguo protegido de Anyuan, Liu Shaoqi, entonces responsable del trabajo clandestino del partido en el norte de China, sostuvo que la década anterior, en su totalidad, había sido un período de «aventurismo izquierdista», el resto de dirigentes puso el grito en el cielo.[15] Sin embargo, en verano los vientos ya habían cambiado, y cuando Liu repitió sus acusaciones, Mao salió abiertamente en su defensa. «El informe de Shaoqi es básicamente correcto», dijo al Politburó. «Es como un médico que diagnostica nuestros padecimientos, señalando sistemáticamente las enfermedades que hemos tenido con anterioridad». A pesar de que el partido acumulaba a su favor grandes méritos, explicó Mao, sufría aún una «errónea tradición izquierdista». Todavía había mucho por hacer si se quería superar ese problema.[16] Aquel episodio marcó el inicio de la ascensión de Liu, que le llevaría a convertirse, a lo largo de los siguientes cinco años, en el compañero que mayor confianza inspiraba a Mao.

Mientras el debate sobre el izquierdismo se cocía a fuego lento, Mao retomó sus estudios sobre marxismo.[17] No había realizado la exégesis de ningún texto filosófico desde su época de estudiante, hacía veinte años, y se sentía intimidado ante esa perspectiva. Aquel invierno anotó un importante número de pesados volúmenes escritos por teóricos soviéticos,[18] incluyendo el filósofo de cabecera de Stalin, Mark Mitin,[19] y la primavera siguiente inició una serie de conferencias dos veces por semana, los martes y los jueves por la mañana, sobre materialismo dialéctico.[20]

No resultó un éxito.

Sus charlas iniciales, trazando la evolución de la filosofía europea como una lucha entre el materialismo y el idealismo, primero en Francia durante los siglos XVII y XVIII, y después en Alemania en el siglo XIX, fueron en extremo monótonas.[21] El propio Mao advirtió a su audiencia: «Estas charlas están lejos de ser apropiadas, ya que apenas he empezado a estudiar dialéctica».[22] A mediados de los años sesenta se sentía tan mortificado por aquel recuerdo que intentó negar su autoría.[23] Pero en al menos una cuestión Mao aportó alguna novedad, al argumentar que lo particular y lo general estaban «vinculados entre sí y [eran] inseparables», lo que posteriormente le proporcionaría la base teórica que le permitiría afirmar que los principios marxistas generales debían materializarse siempre en una formulación nacional particular.[24] Pero en casi todos los aspectos avanzó como un neófito, embarrancado en un tópico con el que todavía luchaba, antes de alcanzar su comprensión.

Las dos series siguientes fueron bastante mejores, en parte porque estaban basadas de un modo más sólido en la propia experiencia de Mao. «Sobre la práctica» desarrollaba los temas de un ensayo que había escrito en 1930, durante sus estudios rurales en Jiangxi, titulado «¡Oponerse a la adoración!».

Si no has investigado sobre un determinado problema, pierdes el derecho a hablar sobre él. ¿No es esto demasiado brutal? De ningún modo. Mientras no hayas investigado la situación actual y las circunstancias históricas de ese problema, y no tengas un conocimiento preciso sobre él, todo lo que digas serán únicamente necedades … También hay algunos que dicen: «Enséñame en qué libro está escrito» … Este método de dirigir una investigación, a través de la adoración de los libros, [es] muy peligroso … Debemos estudiar los «libros» marxistas, pero se los ha de adaptar a la situación actual. Necesitamos «libros», pero debemos acabar con esta idolatría de los libros que se aleja de la realidad. ¿Cómo podemos corregir esta adoración de los libros? Sólo investigando la situación actual.[25]

En «Sobre la práctica», esta idea fue resumida con el aforismo «la práctica es el criterio de la verdad»:

La tendencia al cambio en el mundo de la realidad objetiva es ilimitado, y también lo es el conocimiento humano de la verdad a través de la práctica. El marxismo de ningún modo ha agotado la verdad, sino que incesantemente abre [nuevos] caminos para [su] conocimiento … Práctica, conocimiento, de nuevo práctica, y de nuevo conocimiento. Los patrones se repiten en un ciclo sin fin, y con cada ciclo los contenidos de la práctica y el conocimiento se encaraman hasta niveles más elevados … Así es la teoría materialista dialéctica de la unidad del conocimiento y la acción.[26]

Se pueden encontrar algunos precedentes a «Sobre la contradicción» en los días de Mao como estudiante.[27] Descubrió, al igual que Lenin antes que él —lo que había inspirado, en sus notas a Paulsen, el pasaje: «La vida es muerte y la muerte es vida, arriba es abajo, sucio es limpio, lo masculino es lo femenino, y lo grueso es fino»—, que la unidad de opuestos era «la base de la dialéctica … el fundamento teórico más importante de la revolución del proletariado … la ley esencial del universo y del método ideológico».[28] Para formular una política correcta, argumentaba Mao, era necesario, en cualesquiera circunstancias, determinar cuál era la contradicción primordial, y cuál su aspecto principal.

Comentaristas posteriores defenderían que Mao alcanzó el éxito en su intento de imbuir el marxismo-leninismo de las «características nacionales chinas» mediante la incorporación de algunos elementos del pensamiento chino antiguo.[29] Pero de importancia más inmediata es el hecho de que entonces comenzó a elaborar una justificación teórica a la búsqueda, por parte del partido chino, de su propio e independiente camino hacia el comunismo.

También en otros aspectos importantes Mao cortó muy libremente sobre los patrones de la ortodoxia estalinista.

El marxismo afirma que la base económica y las fuerzas productivas que operan en ésta determinan la superestructura política y cultural de la sociedad. En ocasiones, afirmaba entonces Mao, esta relación se puede invertir. «Cuando la superestructura obstruye el desarrollo de la base económica, los cambios políticos y culturales se convierten en principales y determinantes … En general, lo material determina lo mental. [Pero] también podemos, y de hecho debemos, reconocer la acción de lo mental sobre las cosas materiales»[30]. Aquí, expresándolo en terminología marxista, se escondía la creencia que él había alimentado desde su infancia del poder de la mente humana. Décadas después le proporcionaría el sustrato ideológico de sus dos grandes intentos de transformar China a través de la movilización de su espíritu: el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural.

En agosto de 1937, la serie de conferencias llegó abruptamente a su fin, cuando el avance japonés sobre Shanghai obligó a Mao a prestar atención a cuestiones prácticas mucho más inmediatas.[31]

Esto no significa que dejase la filosofía a un lado. Aquel otoño, a petición suya, Ai Siqi, la máxima figura entre la joven generación de marxistas teóricos académicos, llegó a Yan’an para organizar un círculo de estudios que se reunía semanalmente.[32] Uno de los seguidores de Ai, Chen Boda, un hombre bajo y nervioso con un ininteligible acento de Fujian, agravado por su pronunciado tartamudeo, se convirtió en el secretario político de Mao.[33] Durante los años que siguieron, Mao leyó con voracidad todos los textos marxistas que conseguía localizar; incluso, en otro reflejo de sus días de estudiante, comenzó un «diario de lecturas» en el que anotaba todos los libros que leía.[34]

Años después Mao desarrollaría un auténtico placer por la especulación filosófica, y sus conversaciones, fuesen discusiones públicas o privadas, se adornaron de tal modo de analogías arcanas y referencias enigmáticas a abstrusas cuestiones de debate que incluso sus compañeros del Politburó tenían que esforzarse para poder comprenderle. A pesar de ello, es difícil evitar tener la impresión de que la filosofía era para Mao, esencialmente, un punto de partida —un trampolín al reino de las ideas—, no algo que le fascinase intrínsecamente. «Sobre la práctica» y «Sobre la contradicción» fueron importantes en tanto que establecieron sus credenciales como teórico, y fortalecieron sus aspiraciones de liderar el partido, pero para él representaron simple y llanamente una ingrata tarea.[35] El estilo era pedestre, falto de la mordacidad y la profundidad habituales. La teoría pura era un medio para llegar al fin, no una disciplina en la que Mao se regocijase.

El 29 de noviembre de 1937, mientras el ejército japonés de Kwangtung avanzaba sin pausa hacia el sur cruzando las planicies del norte de China, apareció un avión en los cielos de Yan’an y comenzó a sobrevolar su primitivo aeródromo.[36] Inicialmente, los vigías pensaron que se trataba de un aparato japonés en una misión rutinaria de bombardeo. Pero después observaron sus emblemas soviéticos, y Mao y el resto del Politburó se apresuraron hacia la pista de aterrizaje. Del aeroplano descendió Wang Ming, el solemne y algo obeso director de la «Sección sobre China de Stalin», al que el dirigente soviético enviaba entonces de vuelta para robustecer el compromiso del partido chino en el frente unido con Chiang Kai-shek. Le seguía un hombre delgado de aspecto erudito llamado Kang Sheng, especializado en tareas de espionaje policial; así como Chen Yun, enviado a Moscú dos años antes para informar al Comintern de las decisiones tomadas en Zunyi.

Mao había sido avisado por radio del inminente retorno de Wang, pero el viaje, a través de Xinjiang, le había llevado dos semanas, y desde allí no tenían ningúna posibilidad de saber exactamente cuándo llegaría.

Aquella noche los cocineros del Ejército Rojo prepararon un banquete. En los discursos de bienvenida, Mao celebró la llegada de Wang como «una bendición del cielo», mientras Zhang Wentian elogió sus logros en el Comintern.[37] Poco después comenzaron las artimañas para alcanzar una posición de privilegio. Wang era demasiado astuto para desafiar abiertamente el dominio de Mao, pero le contradecía en algunos asuntos políticos en los que, según permitía que se infiriese, contaba con el respaldo de Moscú.[38] El eje de sus diferencias, que fueron públicamente expuestas de una manera perceptible durante la reunión del Politburó que comenzó el 9 de diciembre y se prolongó durante seis días, era el frente unido con el Guomindang.

Mao había elaborado su estrategia tres meses y medio antes, durante un congreso de dirigentes celebrado en la ciudad de Luochuan, noventa kilómetros al sur de Yan’an.[39] Si China quería derrotar a Japón, defendió, era esencial conseguir la unificación de todas las fuerzas antijaponesas. Pero dentro de este frente unido, «el Partido Comunista Chino debe continuar siendo independiente, y nosotros tenemos que mantener la iniciativa en nuestras propias manos». Políticamente, ello significaba que el partido debía esforzarse por interpretar el «papel principal» en la guerra, y ampliar sus propias filas. También debía mantener «un alto grado de vigilancia» del Guomindang, entendiendo que, junto a la unidad, continuarían coexistiendo las rivalidades y la lucha. Militarmente, implicaba la preparación para una guerra prolongada, en la que el Octavo Ejército de Campaña confiaría principalmente en las tácticas de guerrilla y evitaría la guerra posicional. «La base de la guerra de guerrillas», les recordó Mao, «consiste en expandirse e incitar a las masas [para unirse a la lucha], y concentrar las fuerzas regulares [sólo] cuando se pueda destruir al enemigo. Hay que luchar cuando se sabe que se puede vencer. ¡No hay que luchar en batallas que se pueden perder!». Las principales fuerzas comunistas, insistió, se debían emplear con prudencia «a la luz de la actual situación» para preservar su capacidad.

Mao sintió que los acontecimientos, a medida que avanzaba el otoño, ponían de manifiesto la cordura de esta política. Chiang Kai-shek, creía él, estaba intentando forzar al Ejército Rojo para que cargase con el peso de la lucha.[40] Se inició una campaña para asegurar que los oficiales del partido defendían los intereses del Partido Comunista Chino y que no caían ciegamente en la invitación del Guomindang.[41] En sus telegramas a los comandantes del Ejército Rojo, Mao repitió hasta la extenuación el mensaje de que la guerra de guerrillas debía ser «la única guía», luchar en batallas con piezas de artillería pesada resultaría «absolutamente infructuoso».[42] Cuando, a finales de septiembre, las fuerzas de Lin Biao emboscaron una columna japonesa en Pingxingguan, al norte de Shanxi, aniquilando a un millar de tropas enemigas, Mao quedó dividido entre el júbilo por la primera victoria china en la guerra, que elevó el prestigio del Ejército Rojo y encendió un sentimiento de júbilo por toda China, y el enojo, dado que Lin, al igual que otros, se había arriesgado a que sus fuerzas quedasen peligrosamente amenazadas.[43] Unos días después, una campaña del Guomindang para reagrupar (y, de ese modo, controlar) las fuerzas comunistas guerrilleras supervivientes en el sur de China provocó un renovado desasosiego ante las intenciones de Chiang.[44] Llegaron después señales preocupantes —mientras, una tras otra, en el norte abandonaban las ciudades chinas a manos del furioso ataque japonés— de que el Guomindang mostraba un renovado interés por alcanzar una paz entre los nacionalistas y Tokio.[45] Mao estaba más convencido que nunca de que el Partido Comunista Chino debía mantener sus intenciones en secreto[46] y «rechazar, criticar y luchar contra» las «erróneas políticas» del Guomindang.[47]

Wang Ming, recién llegado de Moscú, adoptó una postura muy diferente.[48] Stalin consideraba al Guomindang un colaborador indispensable para mantener acorralados a los japoneses (y prevenirles de dirigir su atención hacia Siberia). El partido chino, como miembro leal del Comintern, debía hacer todo lo posible para fortalecer la alianza con el Guomindang. La cuestión clave, argumentaba Wang, era «consolidar y desarrollar la unidad entre el Guomindang y el Partido Comunista Chino» basándose no en la «mutua competencia», sino en el «respeto, la confianza, el apoyo y la supervisión mutuas». Las cuestiones relativas a cómo «mantener la iniciativa en nuestras propias manos» y qué partido debía ocupar el papel principal quedaban en segundo término. El principio básico rezaba: «Resistirse a Japón precede a cualquier otro asunto, y todo se debe subordinar a la resistencia ante Japón. Todo está supeditado al frente unido, y todo se debe canalizar a través del frente unido».

Cuando Wang Ming expuso estas ideas en la reunión del Politburó del mes de diciembre, Mao replicó que la estrategia ideada en Luochuan era la correcta.[49] El Partido Comunista Chino debía mantener su independencia, de lo contrario sería reducido a la condición de auxiliar del Guomindang. La unidad y la lucha eran complementarias, continuó, empleando su recién adquirido repertorio de dialéctica marxista. Era imposible, en el contexto del frente unido, la una sin la otra.

Para Zhou Enlai, hasta entonces principal interlocutor del Guomindang, y para algunos de los comandantes militares, que apostaban por una ofensiva a mayor escala contra los japoneses, los argumentos de Wang Ming de «toda ayuda es buena» presentaban un aliciente definido, especialmente porque contaban con el respaldo soviético.[50] Según se dice, Mao comentó con posterioridad, con el dramatismo ligeramente complaciente que le invadía en semejantes circunstancias, que después de la vuelta de Wang Ming «mi autoridad no llega más allá de mi cueva».[51] Pero en realidad contaba con el suficiente apoyo como para bloquear las propuestas de Wang, y como ninguno de los bandos pretendía forzar la situación, el encuentro terminó en tablas.

Los esfuerzos de Wang para robustecer su sostén dentro del partido obtuvieron un éxito a medias.[52] Él, Chen Yun y Kang Sheng, todos miembros plenarios del Politburó, se unieron a Mao y Zhang Wentian en el Secretariado. Pero se dejó que prescribiese el cargo de «líder en funciones del partido», en manos de Zheng desde principios de 1935, y, en interés del «liderazgo colectivo» (otra estratagema para minar la influencia de Wang), se acordó que ningún documento importante del Partido Comunista Chino pudiese ser publicado sin la aprobación de al menos la mitad de los miembros del Secretariado del Politburó. Teniendo en cuenta que Wang partió poco tiempo después hacia Wuhan, donde se convertiría en secretario de la Oficina del partido del Yangzi y jefe de la delegación del Partido Comunista Chino en el Guomindang, estas maniobras significaron que Mao y Zhang Wentian mantenían el control de la toma de decisiones cotidianas. El Politburó también decidió, a demanda del Comintern, que se iniciasen los preparativos del Séptimo Congreso del partido, pospuesto largo tiempo, acto del que, a priori, Wang esperaba salir fortalecido, pues razonablemente esperaba que le confirmase, como mínimo, dirigente del partido de segundo rango. Pero en términos prácticos no le ayudó en absoluto, ya que Mao fue nombrado presidente del comité preparatorio y actuó con torpe premura.

El desafío que ofreció Wang Ming fue, aun así, el más serio que Mao había tenido que afrontar en los casi dos años y medio anteriores. Wang era el principal representante de la cohorte de educación soviética que Mao intentaba desterrar del seno del partido chino. Era ambicioso, poseía un enorme prestigio dentro del partido y contaba con el apoyo de Moscú. Consideraba que Mao era esencialmente una figura militar cuyo cetro político con el tiempo podía acabar en sus manos. Después del Cuarto Pleno de 1931, Wang se había erigido como el más eminente dirigente del partido, hasta que abdicó sus poderes en Bo Gu. Pero no había perdido la esperanza de recuperar esa posición.

Inicialmente, la política de Wang pareció dar sus frutos.[53] En enero, los intentos alemanes de mediar entre China y Japón fracasaron, y las relaciones entre el Partido Comunista Chino y el Guomindang comenzaron a mostrar signos de mejora. En Wuhan se autorizó la distribución de un periódico comunista, el Xinhua ribao, concediendo al partido por primera vez un medio no clandestino para propagar sus ideas en las zonas controladas por el Guomindang. Los reclutamientos del Partido Comunista Chino en las ciudades aumentaron a gran velocidad.

Pero el avance japonés continuaba.

Nanjing había caído en sus manos. En febrero la amenaza se cernió sobre Xuzhou. El siguiente gran objetivo sería Wuhan. La defensa de aquella ciudad, argüía ahora Wang, debía convertirse en la máxima prioridad.[54] Si allí se podía detener el avance japonés, la victoria final estaría asegurada. El frente unido debía fortalecerse aún más, estableciendo «un ejército nacional unificado … [con] una comandancia unida, una sede unida … planes únicos de batalla y combates conjuntos», así como creando una «alianza nacional revolucionaria» en la que todos los partidos políticos —incluidos el Guomindang y el Partido Comunista Chino— se unirían en la causa común.

A Mao, los llamamientos de Wang a «defender las posiciones importantes para detener el avance enemigo» le recordaban el desastroso lema de Bo Gu, «¡Defender cada pulgada de territorio soviético!», que cuatro años antes había llevado a la pérdida de la base de Jiangxi.

Cuando el Politburó se volvió a reunir, a finales de febrero, Mao expuso su propio y desolador análisis del futuro devenir de la guerra.[55] El Guomindang era un partido corrompido, dijo. El Partido Comunista Chino no poseía la fuerza necesaria para derrotar a Japón por sí solo; y los japoneses no disponían de suficientes tropas para ocupar todo el territorio de China. En esas circunstancias el conflicto no podía acabar con inmediatez. Lejos de defender Wuhan, la política más correcta era optar por una retirada estratégica. Pretender continuar con las extenuantes pero poco decisivas batallas de los últimos meses era una equivocación, advirtió Mao. China debía preservar sus fuerzas para el día en que pudiese alcanzar la victoria final. En esta ocasión, de hecho, no empleó la expresión «seducir al enemigo», pero ninguno de sus compañeros podía albergar duda alguna sobre lo que significaban sus palabras: para resistir ante Japón, China debía usar la misma estrategia, a nivel nacional, que los comunistas habían empleado en Jiangxi para derrotar las campañas de asedio del Guomindang.[56]

Tres meses más tarde, Mao amplió esas ideas en dos ensayos que se convertirían en clásicos militares, estableciendo los principios rectores del Ejército Rojo durante los siguientes siete años, hasta el final de la guerra en 1945.

En «Problemas de estrategia en la guerra de guerrillas» argumentaba que cuando un país grande y débil (China) era atacado por un vecino pequeño y poderoso (Japón), una parte, incluso la mayor parte, de su territorio está destinada a acabar en manos del enemigo. En esas circunstancias, los defensores deben establecer bases en los montes, como había hecho el Ejército Rojo en Jiangxi, y llevar a cabo una guerra de cerco mutuo, similar a una partida de ajedrez,[57] en la que cada bando avanza desde sus plazas fuertes e intenta dominar «los espacios vacíos del tablero», las enormes regiones en las que se puede aplicar la estrategia de guerrillas.

En el segundo ensayo, «Sobre la guerra prolongada», intentó preparar al partido, y a la opinión pública en general, entonces accesible a través del Xinhua ribao, para el largo y arduo conflicto que entrañaba semejante estrategia.[58]

La capitulación, a pesar de ser una cuestión muy discutida en el seno del Guomindang, era muy improbable, defendía Mao, a causa del «carácter obstinado y particularmente bárbaro» de la agresión japonesa, lo que había suscitado la incansable hostilidad de todos los sectores de la población china. De este modo, a pesar de que «ciertos subyugacionistas aparecerán de nuevo arrastrándose y se confabularán con [el enemigo]», la nación entera se alzará para luchar.[59] Sin embargo, una victoria rápida era del mismo modo improbable. En las etapas iniciales de la guerra, que podían durar meses o incluso años, China sufriría derrotas parciales y Japón obtendría victorias igualmente parciales. Pero a medida que las líneas de abastecimiento japonesas se fuesen extendiendo hasta traspasar sus limitaciones y la fatiga de la guerra fuese haciendo mella, la balanza iría variando su signo. Los factores subjetivos, afirmaba Mao, como la determinación del pueblo a luchar por sus hogares, su cultura y sus tierras, prevalecerían en último término:

La teoría de que «las armas lo deciden todo» [es] … totalmente parcial … Las armas son un factor importante en la guerra, pero no el factor decisivo; es el pueblo, no las cosas, lo realmente decisivo. La disputa por la fuerza no es únicamente una contienda militar o económica, sino también una lucha del poder y la moral humanas …

Continuó citando a Clausewitz, cuyos escritos sobre política y guerra habían recibido aquella primavera, por primera vez, la atención de Mao:

«La guerra es la continuación de la política». En este sentido, la guerra es política, y la guerra misma es una acción política. No ha existido desde los tiempos antiguos una guerra que no tuviese un matiz político … Pero la guerra posee sus propias características peculiares y en este sentido no se la puede comparar con la política en sentido general. «La guerra es una técnica política especial para la obtención de ciertos objetivos políticos». Cuando la política avanza hasta determinado plano, más allá del cual no se puede proceder con los medios habituales, surge la guerra para barrer los obstáculos del camino … Se puede decir, por tanto, que la política es la guerra sin derramamiento de sangre, mientras que la guerra es la política con derramamiento de sangre.

La clave de la victoria, concluía Mao, residía en la movilización del pueblo de China, para crear «un inmensa marea de humanidad en la que el enemigo se ahogará».

Para Wang Ming, esto era, con mucho, demasiado pesimista.

Una vez más, el Politburó quedaba dividido.[60] Wang, Zhou Enlai y Bo Gu se alinearon en un bando; Mao, Zhang Wentian, Chen Yun y Kang Sheng (que había cambiado rápidamente su adhesión una vez pudo percibir hacia dónde soplaban los vientos) en el otro. Wang, evidentemente confiando en que Stalin le brindaría su apoyo, se avino a que Ren Bishi, entonces director político de la Comisión Militar, fuese a Moscú para recibir nuevas instrucciones.[61] Después enfureció a Mao al anunciar públicamente, en su retorno a Wuhan, que su cruzada por la defensa de la ciudad contaba con el apoyo unánime de los dirigentes comunistas.[62]

A partir de entonces, los dirigentes de Wuhan y Yan’an constituyeron dos diferentes focos de poder comunista, derivándose de ello conflictivas decisiones políticas y la publicación de instrucciones contradictorias.

Mientras Mao denunciaba a los nacionalistas por aceptar sobornos y comprometerles, Wang y Zhou Enlai exigían relaciones más estrechas con Chiang Kai-shek.[63] Cuando Mao les ordenó que se desplazasen al campo, argumentando que Wuhan era imposible de defender,[64] ellos hicieron un llamamiento a los habitantes de la ciudad para que emulasen Madrid, donde los republicanos resistían heroicamente ante los fascistas españoles.[65]

Al final, el populismo de Wang resultó ser su perdición. Sus llamamientos a la población para que ésta se alzase en defensa de la ciudad conjuraron en las mentes del Guomindang el espectro de una insurrección comunista. En agosto, Chiang Kai-shek inició el amordazamiento de las organizaciones comunistas del frente, y muchas de las más activas fueron prohibidas.[66] Los esfuerzos de la Oficina del Yangzi por aumentar por medios legales la representación comunista se vinieron abajo.

Por aquel entonces la causa de Wang ya había recibido un golpe aún más duro y de muy diferente naturaleza. A su llegada a Moscú, Ren Bishi fue recibido por el antiguo aliado de Mao, Wang Jiaxiang, que había ido a la Unión Soviética para ser tratado de sus heridas de guerra y se había mantenido a partir de entonces como representante del Partido Comunista Chino en el Comintern.[67] Ren y Wang Jiaxiang habían trabajado juntos anteriormente, como miembros de la delegación del Cuarto Pleno en el soviet de Jiangxi, en 1931. Ambos habían pertenecido al círculo de Wang Ming. Ambos habían observado cómo Mao se convertía en un líder de ámbito nacional. Y en aquel momento decidieron abogar conjuntamente por Mao. En julio, si no antes —en todo caso, varias semanas antes de que las iniciativas de Wang Ming tropezasen con problemas en Wuhan—, Stalin y Dimitrov estuvieron de acuerdo en que Mao, no Wang, debía recibir la bendición del Kremlin como nuevo jefe del partido chino.[68]

De hecho, parece ser que Wang se engañó a sí mismo en todo lo concerniente a la extensión del apoyo soviético. Antes de su partida hacia China, Dimitrov le había advertido que no debía intentar suplantar a Mao,[69] cuyas aptitudes como dirigente militar eran reconocidas en Moscú desde hacía mucho, y a quien Stalin contemplaba, como mínimo a partir de la reunión de Wayaobu de diciembre de 1935, como la figura dominante del partido chino. Ren Bishi no halló dificultad alguna en convencer al Comintern de que había llegado la hora de acabar con cualquier ambigüedad.

Una mañana de la segunda semana de septiembre de 1938, Mao acudió a la puerta sur de Yan’an para, de pie, bajo los torreones de piedra de la robusta muralla, esperar la llegada de Wang Ming por carretera desde Xi’an y acudir después a una reunión del Politburó.[70] Había hecho lo mismo en Bao’an, cuando las fuerzas derrotadas de Zhang Guotao llegaron rezagadas desde Gansu. Era un gesto que Mao nunca más necesitaría volver a realizar. Sabía, a diferencia de Wang, que el juego había llegado a su fin.[71] Cuando se inauguró la reunión, Wang Jiaxiang leyó una declaración del Comintern aprobando los esfuerzos del Partido Comunista Chino al manejar la cuestión del frente unido en medio de «circunstancias complejas y condiciones muy difíciles», y después comunicó dos instrucciones verbales, emitidas por el mismo Dimitrov:

Para lograr resolver el problema de la unificación del liderazgo del partido, la cúpula del Partido Comunista Chino debe considerar a Mao Zedong como su centro.

Debe existir un ambiente de unidad y cohesión.

Las ulteriores dos semanas de discusiones estuvieron dedicadas a la preparación del pleno del Comité Central, el primero desde enero de 1934, convocado por Mao tan pronto como Wang Jiaxiang hubo llegado con la noticia de la decisión de Moscú.

Mao intervino en dos ocasiones, los días 24 y 27 de septiembre. Como en ocasiones anteriores, cuando su estrategia política había triunfado —en Zunyi, en enero de 1935; en Huili, después del exitoso cruce del Yangzi, cuatro meses después; y en Wayaobu—, se mostró igualmente magnánimo, insistiendo en que el punto más importante de la directriz del Comintern radicaba en la necesidad de «salvaguardar la unidad interna del partido». Al mismo tiempo subrayó otras cuestiones. Las instrucciones del Comintern, dijo, establecían los «principios rectores» no sólo para el inminente pleno, sino también para el Séptimo Congreso (cuyo cometido, según indicó, sería el de valorar las acciones pasadas del partido y elegir una nueva cúpula dirigente de acuerdo con los principios promulgados por Dimitrov). El partido se debía preparar para un estancamiento militar: la «guerra prolongada» de la que Mao había estado escribiendo el verano anterior. El frente unido con los nacionalistas estaría dominado por la creciente lucha.[72]

El Sexto Pleno, inaugurado el 29 de septiembre, se prolongó más de un mes.[73]

En su intervención inicial, Mao esbozó las líneas generales de su ataque. Wang Ming y sus seguidores, dejó entrever, tras ser instruidos en marxismo extranjero, habían perdido toda vinculación con su propia cultura

Si un comunista chino, que forma parte de la gran nación china, unido a ella por su propia carne y su propia sangre, habla sobre el marxismo aislándolo de las características chinas, ese marxismo es mera abstracción. Por lo tanto, la sinización del marxismo —es decir, asegurarse de que cualquier manifestación del mismo tiene un carácter indudablemente chino— es un problema que el partido en su conjunto debe comprender y solucionar sin dilación. Los estereotipos extranjeros deben abolirse, no puede existir tanta salmodia de cánticos vacíos y abstractos, y el dogmatismo debe ser retirado de nuestro camino … En relación con esta cuestión, entre nuestras filas se cometen errores graves que deben ser superados con decisión.[74]

El objetivo de Mao, hasta entonces, se mantenía oculto bajo un velo. Pero los veteranos del partido comenzaban a escuchar una música familiar. Años antes, en Jiangxi, los estudiantes retornados ya habían sido despectivamente conocidos como yang fanzi, «caballeros de casa extranjera».

A finales de octubre, tal como Mao había vaticinado que ocurriría, Wuhan fue tomada, añadiendo mayor dramatismo al derrumbe de la estrategia de Wang. Para entonces, el propio Wang Ming había partido para asistir a una conferencia sobre la política del frente unido patrocinada por el Guomindang, permitiendo que el pleno concluyese sin su presencia.[75] Era la señal esperada por Mao para asegurar su ventaja. Ridiculizó la máxima de Wang de «todo a través del frente unido», porque «simplemente nos ata de manos y pies», e hizo resucitar su propio lema, «iniciativa e independencia». Todo el que fuese incapaz de salvaguardar su independencia, declaró —apuntando de nuevo a Wang— merecía ser llamado «oportunista derechista». Lejos de desmoralizar a las masas, una guerra a largo término desarrollada por las guerrillas, en las que podrían tomar las armas y luchar, era precisamente un medio para despertar su conciencia política.

Todo comunista debe aferrarse a esta verdad: El poder político surge del cañón de las armas. Nuestro primer principio es que el partido empuña el arma, pero no debemos permitir que el arma dirija al partido. De este modo, poseyendo armas, podemos crear organizaciones del partido … Podemos crear escuelas, cultura, movimientos de masas … Todo surge del cañón de las armas … Es sólo a través del poder de las armas como la clase obrera y las masas trabajadoras pueden derrotar a la burguesía y los terratenientes armados; en este sentido podemos decir que sólo con las armas se puede transformar completamente el mundo. Abogamos por la abolición de la guerra … pero la guerra sólo puede ser abolida a través de la guerra. Para librarnos de las armas es necesario tomar las armas.[76]

Era la fórmula que Mao había acuñado por primera vez en Hankou, en agosto de 1927, y que los dirigentes del partido entonces habían rechazado. Ahora acusaba a Wang Ming y los estudiantes retornados de menospreciar la importancia de los asuntos militares y haber originado «graves pérdidas» en la base central soviética durante los años en que ellos habían detentado el poder.

Para Mao, el otoño de 1938 representó una línea divisoria. Intelectualmente sus ideas habían madurado. Sus escritos mostraban, en el proceso de asimilar la dialéctica marxista a los patrones tradicionales de pensamiento chino, una facilidad y una confianza en sí mismo que hasta entonces habían brillado por su ausencia. A partir de entonces Mao interpretaría el mundo con ese mismo y distintivo estilo elíptico, argumentando a partir de los opuestos, analizando las contradicciones inherentes que, en sus palabras, «determinan la vida de todas las cosas y las impulsan a desarrollarse». Las líneas principales de su pensamiento habían quedado definidas cuando se acercaba a su cuadragésimo aniversario: continuaría refinando sus ideas, pero incorporaría muy pocos elementos radicalmente nuevos.

En términos políticos, su larga campaña para controlar el partido había finalizado en victoria. Wang Ming era todavía un rival a tener en cuenta, pero su desafío había llegado a su fin. Mao podía convivir con ello. Mientras tanto inició un proceso para consolidar los nuevos poderes que había adquirido.

Al igual que Stalin, eligió como instrumento al Secretariado del partido, que pasó a asumir las responsabilidades cotidianas del partido, siempre que el Politburó no se encontrase en sesión.[77] Aquel que controlase el Secretariado controlaría las acciones de la cúpula central. Mao se convirtió en su director, con Wang Jiaxiang, que tan buen trabajo había realizado por él en Moscú, como su lugarteniente. Rechazó la propuesta de convertirse en el secretario general en funciones, a la espera del Séptimo Congreso, al igual que había hecho Zhang Wentian después de Zunyi.[78] Mao ansiaba el control real; el reconocimiento público ya llegaría más tarde.

La posición de Wang Ming quedó aún más deteriorada por la decisión de disolver la Oficina del Yangzi, que él mismo había encabezado. Sus atribuciones quedaron repartidas entre la Oficina del Sur, bajo el control de Zhou Enlai, una nueva Oficina de la Planicie Central, dirigida por Liu Shaoqi, y la degradada Oficina del Sureste, cuyo responsable era el antiguo adversario de Mao, Xiang Ying.

El mes de noviembre de 1938 trajo consigo nuevos cambios a la vida de Mao. Poco después de que el pleno fuese clausurado, los aeroplanos japoneses, cuyas operaciones sobre Yan’an aquel año se habían multiplicado, bombardearon con certera puntería Fenghuangshan.[79] La residencia de Mao resultó gravemente dañada. Él y el resto de dirigentes se mudaron a las cuevas de un cercano pueblo en Yangjialing, un estrecho valle situado a unos cinco kilómetros al norte de las murallas de Yan’an. Pero He Zizhen no fue con él. Mao se casó en noviembre con una joven y esbelta actriz de cine de Shanghai que había adoptado el nombre artístico de Manzana Azul (Lan Ping), pero que ya entonces se hacía llamar Jiang Qing.[80]

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