Mao

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11. El interludio de Yan’an: el filósofo es el rey

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Las mujeres que compartieron la vida de Mao tuvieron todas su ración de infortunio. La señorita Luo, la joven campesina que habían escogido sus padres, sufrió la deshonra del rechazo y murió todavía joven. Yang Kaihui acudió al campo de ejecución proclamando su lealtad a Mao, aunque con el espíritu quebrantado al saber que él estaba viviendo con He Zizhen. Ésta, a su vez, afrontó dificultades extraordinarias —obligada a abandonar a tres de sus cuatro hijos y perdiendo el otro, recién nacido; compartiendo el destino de Mao durante los períodos más oscuros de su carrera política; y siendo terriblemente malherida durante la Larga Marcha— sólo para descubrir que, cuando finalmente eran capaces de volver a vivir con normalidad, se habían distanciado demasiado.

Edgar Snow recordaba a He Zizhen en Bao’an como una joven afable y sin presunciones, cuya edad Mao doblaba, ducha en las tareas del hogar, capaz de elaborar compota de melocotones silvestres, y cuidar de su cuarto hijo, el único que sobrevivió: una pequeña niña, Li Min, nacida poco después de la llegada de Snow.[81] En una ocasión, recordaba el norteamericano, «los dos se inclinaron repentinamente y exclamaron de gozo al observar una mariposa nocturna que se había posado lánguidamente junto a una vela, [una] … cosa encantadora con alas de un delicado verde manzana, ribeteadas con un suave arco azafrán y rosa». Pero aquella imagen de dulzura era engañosa. Como el propio Mao reconocía, He Zizhen poseía un espíritu indómito y un carácter terco e inflexible, capaz de rivalizar con el suyo. «Somos como el hierro y el acero», le dijo a ella después de una espectacular pelea. «A menos que intentemos llegar a un compromiso el uno con el otro, ambos sufriremos». De hecho, era Mao el que siempre tenía que intentar limar las asperezas. Su joven esposa era demasiado obstinada para dar el primer paso.

En los tiempos de delirio en Jiangxi y durante los peligros de la Larga Marcha se mantuvieron unidos por una necesidad común de supervivencia política y física. La falta de formación de He Zizhen —había abandonado la escuela a los dieciséis años— no parecía importar demasiado. Era inteligente y poseía una mente ágil. Amaba a Mao. Y él, a su vez, sentía un gran afecto por ella.

En Shaanxi todo fue diferente. Mao dedicaba sus noches a las lecturas filosóficas y sus días a la lucha con la teoría marxista. Tenía un auténtico afán de conversar con intelectuales como él, y buscaba ávidamente a los estudiantes que se congregaban en Yan’an para unirse a la causa comunista. He Zizhen se sentía excluida.[82]

Ella no era la única. La mujer de Edgar Snow, Nym Wales, habló de una «crisis real en las relaciones entre los hombres y las mujeres», ya que las mujeres que habían realizado la Larga Marcha vieron amenazada su posición por la llegada de unas jóvenes, de talento y belleza, que traían consigo una moral muy libre y los modales poco artificiosos de las cosmopolitas ciudades de la costa. Ding Ling, escritora feminista, y la norteamericana Agnes Smedley fueron vistas con especial desconfianza por su visión anarquista del matrimonio y su defensa del amor libre, doctrinas antagónicas al estilo de vida puritano que los comunistas impusieron en Yan’an. Fue precisamente en la cueva de Agnes Smedley, una tarde de finales de mayo de 1937, donde las dificultades por las que pasaban él y He Zizhen afloraron a la superficie. Wales, Smedley y su intérprete, una joven actriz llamada Lily Wu, estaban preparando la cena cuando Mao llegó de improviso. Estuvieron hasta la una de la madrugada jugando al borracho, un juego de naipes que Snow había enseñado a los comunistas un año antes en Bao’an y por el que Mao, por encima de todos, había desarrollado una auténtica pasión. Nym Wales apuntó en su diario:

Él estaba de muy buen humor aquella noche … Agnes [le] observaba con auténtica devoción, con sus grandes ojos azules que en ocasiones albergaban una mirada fanática. Lily Wu también contemplaba a Mao con la adoración de los héroes. Un poco más tarde quedé aturdida al ver que Lily Wu se le acercaba y se sentaba junto a Mao en el banco, situando ella su mano (muy tímidamente) sobre su rodilla. Lily explicó que había bebido demasiado vino … Mao también aparentaba estar sorprendido, pero habría sido muy embarazoso rechazarla rudamente, y era evidente que parecía divertirle. También él anunció que había bebido demasiado vino. Lily después se atrevió a tomar la mano de Mao, gesto que repitió algunas veces durante la noche.

En aquel momento nadie prestó demasiada atención a lo ocurrido. Nym Wales aceptó como válida la explicación de Lily Wu de que había bebido demasiado. Lily, escribió, era «muy bella, con largos rizos, acababa de llegar a Yan’an, y su figura estaba generosamente recortada»,[83] y era lo suficientemente poco convencional —la única mujer en Yan’an que usaba lápiz de labios— para que Mao dejase pasar el incidente sin tomar medida alguna.[84] Sin embargo, He Zizhen, a cuyos oídos llegaron las noticias de lo ocurrido, adoptó una postura muy distinta. Reprimió sus sentimientos, escribió ella tiempo después, hasta que consumieron totalmente su corazón.[85]

Mao descubrió entonces que ella volvía a estar embarazada. Fue la gota que colmaba el vaso. He Zizhen sólo tenía veintisiete años. Anhelaba tener una vida propia, no simplemente cuidar de los hijos de un hombre con el que se sentía cada vez más asfixiada. Aquel verano comunicó a Mao que había decidido dejarle.[86]

Parece ser que sólo entonces fue consciente Mao del problema que tenía ante sí.[87]

He Zizhen evocó en sus memorias, publicadas después de su muerte, que él le suplicó que se quedase, recordándole lo mucho que habían pasado juntos y diciéndole lo mucho que la quería. Para demostrar su sinceridad expulsó tanto a Lily Wu como a Smedley de Yan’an. Pero no sirvió de nada. A principios de agosto partió hacia Xi’an.

Mao le envió hasta allí una tradicional caja de cosméticos de madera, fabricada por sus propios guardaespaldas, así como un cuchillo para la fruta y otros objetos que ella apreciaba. De nuevo le pidió que reconsiderase su decisión. Pero ella siguió sin cambiar de opinión.

Cuando Shanghai, su destino original, cayó a manos de los japoneses, partió a través de la provincia de Xinjiang hacia Urumqi, mil quinientos kilómetros al oeste. Entonces, llegada la primavera, ignorando nuevas súplicas de Mao y desobedeciendo una orden directa de la jerarquía del partido para que volviese a Yan’an, viajó hasta la Unión Soviética, donde finalmente pudo recibir tratamiento médico para la metralla que continuaba incrustada en su cuerpo.

Lejos de ser un nuevo comienzo, la estancia de He Zizhen en Moscú la hundió aún más en la desesperación. El bebé, hijo de Mao, nacido poco después de llegar, murió diez meses después de neumonía. Todavía consumida por la aflicción de su muerte, recibió la noticia de que Mao se había vuelto a casar. Explicó a sus amigos que les deseaba lo mejor, y se sumergió en el estudio. Pero la imagen de su propia muerte comenzó a obsesionarla. Cayó víctima de una espantosa depresión, y las autoridades locales finalmente la confinaron en un asilo mental. Mao dispuso que volviese a China en 1947.[88] Continuó recibiendo tratamiento psiquiátrico, y durante el resto de su vida padeció manía persecutoria, convencida de que sus médicos pretendían envenenarla.

Poco después de la partida de He hizo su entrada en escena Jiang Qing.[89]

Ella tenía entonces veintitrés años; era una joven grácil y sofisticada, de labios carnosos y sensuales, una figura que recordaba la de un muchacho y una sonrisa vivaz, lo que hacía pensar fugazmente en He Zizhen durante su adolescencia, cuando la vio Mao, casi diez años antes, por primera vez.

Al igual que el jefe de seguridad del partido, Kang Sheng, Jiang Qing procedía de una pequeña ciudad de Shandong, a unos ochenta kilómetros del antiguo puerto de la concesión alemana de Qingdao.[90] Su padre era carpintero; su madre trabajaba como sirvienta a tiempo parcial en la casa familiar burguesa de los padres de Kang, mientras por las noches se dedicaba a la prostitución. Según su propio relato, Jiang Qing creció en medio de una miseria proverbial. Cuando todavía era una niña su madre huyó con ella de la casa familiar para escapar de las palizas de su marido. A su vez, cuando contaba con dieciséis años, ella también se escapó con una compañía teatral. Tres años después, durante la primavera de 1933, llegó a Shanghai, donde se convirtió en una estrella de segunda fila, consiguiendo con el tiempo interpretar papeles principales en películas de izquierdas, como Sangre en el Monte del Lobo, que incitaba a la resistencia contra Japón, o de dramas occidentales, incluyendo Casa de muñecas de Ibsen. En el proceso, el Guomindang la arrestó por supuesta comunista y la encarceló durante ocho meses en una prisión antes de ser inesperadamente puesta en libertad, supuestamente gracias a la intervención de un misterioso y anónimo extranjero. Tuvo numerosos y reconocidos romances y se casó al menos en dos ocasiones, la segunda con el actor Tang Na, al que ella trastornaba hasta el punto de que en varias ocasiones él intentó suicidarse.

Los motivos de su viaje a Yan’an fueron muy diversos. Su carrera en Shanghai se había estancado. Su matrimonio con el veleidoso Tang Na era un riesgo. Era lo suficientemente sagaz como para comprender que si la guerra con Japón continuaba, la ciudad sería un blanco prioritario. Yan’an, desde el Incidente de Xi’an, se había convertido en el destino de moda de los jóvenes radicales chinos. Su mentor en el partido (y amante en el pasado), Yu Qiwei, dirigente comunista clandestino infiltrado en la zona blanca, que había ayudado a que previamente Edgar Snow se desplazase hasta Bao’an, estaba también de viaje hacia aquel destino. Desde todos los puntos de vista, Yan’an parecía el lugar más adecuado.

Como todos los recién llegados, ella tuvo que superar una meticulosa investigación. Al comienzo las cosas no marcharon bien. No tenían pruebas de que se hubiese unido al partido en 1932, como afirmaba, y se formularon preguntas embarazosas (que nunca se dejaron completamente de lado) sobre la manera exacta en que había conseguido librarse dos años antes de las garras de los carceleros del Guomindang.[91] Pero finalmente, en octubre, Yu Qiwei llegó y ratificó sus credenciales de pertenencia al partido, y al mes siguiente se le permitió iniciar sus estudios de marxismo-leninismo en la escuela del partido. Seis meses después, en abril de 1938, se trasladó a la Academia Lu Xun de Literatura y Artes para colaborar como ayudante de administración.

Allí, aquel mismo verano, ella desplegó todo su arsenal para atraer la atención de Mao. Existen muchas versiones, todas ellas más o menos groseras, y todas imposibles de comprobar, sobre cómo lo consiguió. Lo que parece cierto es que fue ella, no él, la que tomó la iniciativa. Fueron formalmente presentados poco después de su llegada, pero en aquel momento los esfuerzos de Mao se centraban en intentar salvar su relación con He Zizhen. Después volvieron a encontrarse, probablemente durante una representación teatral, justo en el momento en que finalmente comenzaba a aceptar que su esposa le había abandonado y que nada que él pudiese hacer se la devolvería.[92] Nym Wales, reflexionando sobre sus devaneos con Lily Wu, había señalado: «Mao era el tipo de hombre … al que realmente le gustan las mujeres … Disfrutaba con las mujeres de mentalidad moderna …».[93] La cama de Mao estaba vacía, y Jiang Qing cumplía con todos los requisitos.

En agosto, exactamente un año después de su llegada a Yan’an (y de la partida de He Zizhen), fue elegida para trabajar como asistente de Mao, asignada nominalmente a la Comisión Militar. En otoño comenzaron a vivir juntos, y en noviembre Mao ofreció una serie de cenas a sus compañeros del Politburó en las que Jiang Qing ofició como anfitriona.[94] Era la consumación de su «matrimonio». No hubo ceremonia oficial, y aún menos divorcio oficial. Ni había verdad alguna en la historia que circuló profusamente después de la muerte de Mao de que sus compañeros impusieron tres condiciones antes de acceder a que se «casase» con Jiang Qing: ella no podía ocupar cargo alguno en el partido, desempeñar funciones públicas; en lugar de ello, debía dedicarse en exclusiva a sus asuntos privados.[95]

Las principales preocupaciones giraban en torno al pasado de Jiang Qing. Teniendo en cuenta su promiscuo círculo de Shanghai, las persistentes incertidumbres sobre cómo había ingresado en el partido, y los constantes rumores de que había llegado a un acuerdo con el Guomindang para librarse de la prisión. ¿Era una compañera apropiada para Mao? Xing Ying, responsable de la ciudad de Shanghai a través de la Oficina Oriental, estaba lo suficientemente alarmado como para escribir al secretario personal de Mao, Ye Zilong, advirtiéndole de los rumores que sobre su conducta circulaban por la ciudad. Concluyó con rotundidad: «Esta persona no es adecuada para casarse con el presidente». Otros eran más circunspectos, pero albergaban las mismas dudas.[96]

La respuesta de Mao llegó en dos entregas.

Oficialmente defendió que Kang Sheng, como jefe del aparato de seguridad del partido, había dirigido una exhaustiva investigación y no había encontrado en Jiang Qing mayores problemas. Kang, por supuesto, tenía sus propios planes. Apoyar a su compañera no sólo era una manera de congraciarse con Mao (y con la misma Jiang Qing), sino que además le aseguraba un privilegiado canal de acceso al presidente a través de la compañera de almohada de Mao.[97]

Por todo ello, y para mayor seguridad, Mao decidió que su nueva esposa debía permanecer a su alrededor, dirigiendo su secretaría privada, como He Zizhen y Yang Kanghui habían hecho antes que ella, sin responsabilidades oficiales.[98] Jiang Qing muy probablemente se ofendió por ese nombramiento, pero era lo que Mao necesitaba. Él se sentía atraído por su juventud y su sexualidad, como le había ocurrido con Lily Wu. Pero quería una esposa, no una compañera de pantomima. A pesar de todo su intelectualismo sobre la igualdad de la mujer, Mao no toleraba a los rivales, y aún menos en su alcoba nupcial.

Durante un tiempo las dudas quedaron silenciadas. Jiang Qing tejía los jerséis de Mao y cocinaba para él las picantes especialidades de Hunan que tanto le gustaban.[99] Su guardaespaldas de aquella época, Li Yinqiao, recordaba:

Tenía el pelo negro como el azabache, arreglado con un flequillo y una diadema, largo en la espalda; las cejas eran delicadas y sus ojos brillantes, la nariz bonita, y la boca generosa … En Yan’an la mirábamos siempre como a una estrella. Su caligrafía era buena, especialmente en estilo cursivo. Le gustaba montar a caballo y jugar a cartas … Cortaba sus propios vestidos, y eran hermosos … En aquella época se sentía muy próxima al pueblo llano. Cortaba el pelo a los guardaespaldas y les enseñaba a coser. En los días de marcha, les animaba, y les explicaba acertijos … En invierno todos llevábamos vestidos gruesos. Pero ella confeccionaba los suyos de modo que se ajustasen perfectamente a su cuerpo y realzasen su figura … Era muy orgullosa; le gustaba estar en el centro de la escena. Realmente disfrutaba exhibiéndose.[100]

En agosto de 1940, para regocijo de Mao, dio a luz una niña, Li Na (que tomó su apellido, como la hija de He Zizhen, Li Min, del alias de Mao en el partido, Li Desheng). Era el noveno hijo de Mao, de los cuales cuatro habían sobrevivido. Sin embargo, la educación de los hijos no formaba parte de los gustos de Jiang Qing, y dejó bien claro que no se sometería al proceso de constantes embarazos que He Zizhen había tenido que soportar. Un año después, cuando volvía a estar encinta, insistió en abortar. La operación se realizó toscamente. Padeció de fiebre alta, y poco después se descubrió que además tenía tuberculosis. Entonces optó por esterilizarse.[101]

Mao, que, a pesar de sus ideas progresistas en otros ámbitos, conservaba la actitud tradicional de asimilar el número de descendientes a la felicidad, se sintió afligido.

Surgieron otras diferencias. Con frecuencia Mao trabajaba durante toda la noche y dormía durante el día. Zizhen se había adaptado a sus costumbres. Pero Jiang Qing rehusó hacerlo. En Yangjialing Mao tenía una cama preparada en su estudio para poder trabajar con tranquilidad. Después de 1942, cuando se trasladaron a Zaoyuan (Jardín del Dátil), otro valle situado tres kilómetros a las afueras de Yan’an, donde tenían su base Zhu De y la comandancia del Ejército Rojo, Jiang Qing y él ocuparon habitaciones separadas.[102]

De cara al exterior, ella se mostraba como una joven esposa y madre entregada. Pero, en privado, su relación con Mao era a menudo turbulenta. Su importuna insistencia en que él intercediera ante la jerarquía del partido y le consiguiese un trato especial enfurecía particularmente a Mao. En esos momentos le gritaba furiosamente, calificándola de puta y ordenándole que se alejase de su presencia.

Aparte de Kang Sheng, Chen Boda y unos pocos más, el resto de la elite del partido nunca acabó de aceptarla. Li Yinqiao, guardaespaldas de Mao, compartía una comida con ella cuando de repente exclamó: «¡Monstruos, hijos de puta!». Al observar su aturdida expresión, le explicó que no se estaba refiriendo a él, sino a «quienes en el partido» se negaban a aceptar su buena fe política. Veinticinco años después, cuando durante la Revolución Cultural consiguió por sí misma asir el poder, se vengaría de estas comprensibles humillaciones.

También confesó Mao a Li Yinqiao, un día de 1947, su paulatino desencanto. «No me casé como es debido», dijo apesadumbrado. «Lo hice demasiado a la ligera». Entonces suspiró. «Jiang Qing», dijo, «es mi esposa. Si simplemente fuese miembro de mi personal, me libraría de ella tan pronto como tuviese una oportunidad … Pero no hay nada que pueda hacer. Simplemente tengo que aguantarla»[103] En aquel momento, tanto el hijo de Mao, Anying, como Li Min vivían en su hogar.[104]. Él no habría sido un ser humano si esos dos recuerdos de carne y hueso de sus pasados y más felices matrimonios no le hubiesen obligado a realizar comparaciones de las que Jiang Qing no podía salir airosa. No obstante, incluso sin su presencia, su relación era cada vez más agria. En público, las apariencias se mantenían, pero a partir de finales de la década de 1940 Mao se dedicó a buscar, en cualquier ocasión, y con cada vez mayor frecuencia, otras compañías femeninas.

Mientras, según admitía él mismo, la vida personal de Mao era un auténtico caos, su causa política prosperó como nunca.

Tal como había vaticinado en el Sexto Pleno, al cabo de poco tiempo el Guomindang demostró ser un aliado muy poco digno. Pasados apenas dos meses, en enero de 1939, los dirigentes del partido nacionalista aprobaron en una decisión secreta «corroer, reprimir, limitar y combatir» el Partido Comunista.[105] La contraorden de Mao de aquel mismo mes rezaba: «No atacaremos a menos que seamos atacados. Pero si somos atacados, sin duda contraatacaremos».[106]

A lo largo del siguiente año, se multiplicaron las «fricciones», tal como eran eufemísticamente llamados los enfrentamientos entre las tropas del Guomindang y el Ejército Rojo.[107]

Ninguno de los dos bandos era inocente. Los comunistas ampliaban su área base a expensas del Guomindang; los nacionalistas estaban decididos a detenerles. Pero ninguno quería que la alianza se rompiese por completo. Mao temía que el Guomindang, dejado a su antojo, pudiese firmar por su propia iniciativa una tregua con Japón. Y Chiang no deseaba perder el apoyo militar de Rusia. No obstante, los nacionalistas impusieron restricciones a los comunistas en las áreas que ellos controlaban; y se impuso un bloqueo no declarado en la región fronteriza alrededor de Yan’an.

Las tensiones llegaron a su cúlmen después de una ofensiva comunista a gran escala,[108] la llamada «campaña de los cien regimientos», desplegada en otoño de 1940.[109]

Desde el punto de vista de la guerra contra Japón, se desarrolló con gran éxito. Veintiséis mil soldados japoneses resultaron heridos o muertos. Pero Chiang lo interpretó como una advertencia de que los comunistas estaban creciendo con demasiada fuerza. Aquel invierno decidió que era el momento de darles una lección. En enero, el nuevo Cuarto Ejército de los comunistas, formado por antiguas guerrillas de las viejas bases del sur, fue destinado a posiciones del otro lado del río Amarillo. En Anhui fue víctima de una emboscada perpetrada por una fuerza muy superior del Guomindang. Después de una semana de duros combates, hasta nueve mil comunistas resultaron capturados o fallecieron.

Aquello representó la ruptura de las relaciones. Se suspendieron los contactos directos entre Yan’an y los cuarteles de Chiang Kai-shek en Chongqing, y las oficinas de enlace de otras provincias fueron clausuradas. Pero incluso en medio de estas adversidades, el frente unido seguía siendo demasiado valioso para los comunistas como para abandonarlo. La legitimación que el frente les otorgaba había permitido que el Ejército Rojo creciese desde los cincuenta mil hasta el medio millón de hombres. La militancia del partido crecía tan velozmente que el Politburó se vio obligado a denegar nuevas admisiones; la estructura existente no podía ya ocuparse de todas ellas.[110] Para Mao, el frente había sido un «arma mágica» que había allanado el camino de los comunistas hacia el poder.[111] Chiang Kai-shek lo sabía. Pero estaba atado de pies y manos. La guerra con Japón, que inicialmente había motivado la alianza, suponía que él no podía acabar unilateralmente con esta última sin volver a suscitar las acusaciones de que estaba más interesado en combatir a los rojos que a los japoneses.

Finalmente, en junio de 1941, la entrada de la Unión Soviética en la guerra, seguida en diciembre de la de Estados Unidos, no les dejó otra opción que mantenerse unidos. China entró a formar parte de una emergente alianza en el Pacífico que, temporalmente, enmascaró los imperativos de las rivalidades domésticas. Ambos bandos mantuvieron encendido el fuego, intentaron conservar sus fuerzas y se prepararon para el conflicto que sabían que estallaría después de la todavía lejana pero ya previsible derrota de Japón.

En el caso de Mao, ello supuso un nuevo impulso para someter al partido a su voluntad.

El método, en esta ocasión, representó una vuelta atrás en la historia del partido, con el propósito de mostrar incluso a los más escépticos que Wang Ming y sus aliados estaban equivocados, no sólo por lo que se refería a la política sobre el frente unido, sino a todas las decisiones tomadas desde 1931, y que Mao, en cambio, se había mantenido firme en la verdad.

En los primeros cuatro años que siguieron al inicio de la guerra con Japón se había realizado ya mucho trabajo de campo. El propio Mao había escrito, en octubre de 1939, sobre la necesidad de llegar a un consenso común sobre la historia del partido, para conseguir su consolidación «ideológica, política y organizativa», y «evitar la repetición de errores históricos». Sólo después de Zunyi, afirmó, el partido había conseguido mantenerse «firmemente en la vía bolchevique».[112] Para Wang Ming, cuyos valedores se habían conservado en el poder durante los cuatro años anteriores a Zunyi, la advertencia era perfectamente visible: lo único que pretendía Mao era repudiar las decisiones políticas que ellos habían apoyado.

Para intentar cortarle el paso, Wang esbozó la base de un pacto.[113] No intentaría disputar la primacía actual de Mao. Pero Mao tampoco debía intentar negar las aportaciones del propio Wang.

Durante un tiempo pareció que el compromiso se mantenía. Pero entonces, en diciembre de 1940, Mao publicó una lista exhaustiva de lo que él consideraba que habían sido los «errores ultraizquierdistas» del grupo de Wang Ming en Jiangxi:

Hubo la eliminación económica de la clase capitalista (la política ultraizquierdista sobre el trabajo y los impuestos) y de los campesinos ricos (concediéndoles tierras baldías); la eliminación física de los terratenientes (al no concederles tierras); el ataque a los intelectuales; la desviación «izquierdista» en la eliminación de contrarrevolucionarios; la monopolización de los órganos de poder político por parte de los comunistas … la política militar ultraizquierdista (de atacar grandes ciudades, y negar la importancia de la guerra de guerrillas) … y la política interna del partido contra los camaradas abusando de las medidas disciplinarias.

Estas políticas ultraizquierdistas … causaron graves pérdidas al partido y la revolución.[114]

Tampoco en esta ocasión ofreció Mao nombre alguno. Y cuando Liu Shaoqi le animó a definir los errores como «errores de una línea política», él prudentemente rehusó.[115] «Los melones maduran», anotó Kang Sheng como respuesta de Mao.[116] «No se pueden golpear cuando no están maduros. Cuando estén a punto, caerán por su peso. No hay que ser demasiado rígido en la batalla».

No obstante, aquel otoño, mientras el Partido Comunista Chino y el Guomindang retrocedían hasta las posiciones previas al nadir en que se había convertido la masacre del nuevo Cuarto Ejército, Mao decidió que había llegado el momento de lanzar la gran ofensiva política que había estado preparando tan cuidadosamente.

La «campaña de rectificación» de Yan’an, como sería conocida, se prolongó durante casi cuatro años. Cuando llegó a su fin, Mao había dejado de ser el primero entre sus iguales. Él sería el único hombre que lo decidiría todo; un demiurgo, sentado sobre un pedestal, avistando por encima de sus compañeros, más allá de todo control institucional.

Inició su ataque en una reunión plenaria del Politburó, inaugurada el 10 de septiembre de 1941, con una crítica al «subjetivismo», término empleado para designar la incapacidad de adaptar las políticas del partido a la situación real de China.[117] Como proposición abstracta, éste había sido uno de los temas de las charlas de Mao desde la pasada primavera. Pero ahora asumió mayor concreción. La «línea Li Lisan» de 1930 había sido un ejemplo, dijo. Las políticas adoptadas por los dirigentes del Cuarto Pleno, desde 1931 a 1934, habían resultado aún más perjudiciales. Más aún, el problema no había quedado solucionado. El subjetivismo, el sectarismo y el dogmatismo continuaban haciendo mucho daño, y era necesario iniciar un movimiento de masas para combatirlos.

Cuando la reunión finalizó, seis semanas después, Mao había conseguido casi todo lo que se había propuesto. Wang Ming y Bo Gu habían sido condenados por su «errónea línea izquierdista» de Jiangxi, y muchos de sus antiguos asociados, incluyendo Zhang Wentian, habían realizado autocríticas. El único desacuerdo marginal se refería al momento exacto en que habían comenzado los errores de los estudiantes retornados: durante el mismo Cuarto Pleno, en enero de 1931, como argumentaba Mao; o, como prefería Wang Ming, en septiembre del siguiente año, después de que Wang hubiese vuelto a Moscú dejando a Bo Gu al mando. Pero incluso esto tuvo la feliz consecuencia de enfrentar a los dos principales dirigentes de los estudiantes retornados.

Diversos factores intervinieron para hacer posible esta ruptura. A fuerza de repetirlo durante los años anteriores, las llamadas de Mao a seguir una vía distintivamente china habían calado en la conciencia colectiva del partido. Él mismo ejemplificaba aquella visión, y ya en 1941 sus acciones hablaban por sí mismas. Desde la reunión de Zunyi, el partido había prosperado; antes había llegado, con los estudiantes retornados en el poder, al borde de la destrucción. Además, Mao prometía a sus compañeros que el siguiente movimiento estaría dirigido a «rectificar» las ideas equivocadas, no a quienes las habían encumbrado. La pauta sería «curar la enfermedad para salvar al paciente», y no la de «dura lucha y golpes sin piedad» que había caracterizado las anteriores campañas políticas.

Mao describiría tiempo después este encuentro del Politburó de septiembre de 1941 como uno de la media docena de pasos fundamentales en su ascensión al poder supremo.[118] Alineó al resto de la cúpula junto a él (con la excepción de Wang y Bo, que rehusaron admitir sus errores), y aprobó los mecanismos prácticos para el movimiento de rectificación que estaba a punto de desplegar.[119]

Hasta ese momento todas las maniobras de Mao habían estado dirigidas hacia los escalafones más altos de la elite del partido.[120] Probablemente menos de ciento cincuenta personas, en un partido que entonces contaba con ochocientos mil miembros, eran conscientes de la lucha que se estaba desarrollando. Incluso Peng Dehuai, miembro plenario del Politburó, admitió tiempo después que él no había ni imaginado lo que estaba en juego hasta pasado más de un año.[121] Los miembros de menor rango no tenían la más mínima sospecha de lo que se estaba preparando.

Pero en febrero de 1942 el movimiento de rectificación llegó a ser de dominio público.

Aquel mes Mao dio dos destacadas conferencias en la Escuela Central del Partido en las que determinó los propósitos del movimiento.[122] «Somos comunistas», les dijo, «por lo que debemos mantener nuestras filas en orden, debemos marchar al unísono»[123]. Y entonces explicó la naturaleza de la música que debía marcar su paso:

Al igual que una flecha con su blanco, así es el marxismo-leninismo con la revolución china. Algunos camaradas, sin embargo, «disparan sin diana» … inopinadamente … Otros simplemente acarician la flecha con ternura, exclamando, «¡Qué flecha tan delicada!», pero nunca quieren lanzarla … La flecha del marxismo-leninismo se puede emplear para lanzar contra una diana … ¿Para qué, si no, querríamos estudiarlo? No estudiamos el marxismo-leninismo porque place a la vista, o porque tiene un valor místico, como las doctrinas de los sacerdotes taoístas que ascienden el monte Maoshan para aprender a dominar los demonios y los malos espíritus. El marxismo-leninismo no posee ninguna belleza, ni tiene ningún valor místico. Es sólo extraordinariamente útil … Los que contemplan el marxismo-leninismo como si fuese un dogma religioso muestran … una ciega ignorancia. Debemos decirles abiertamente: «Tu dogma no sirve para nada», o hablarles cruelmente, «Tu dogma vale menos que el excremento de perro». El excremento de perro sirve para fertilizar los campos, y el del hombre puede alimentar a los perros. Pero ¿los dogmas? No pueden fertilizar los campos ni alimentar a los perros. ¿Para qué sirven?[124]

En el futuro, declaró, los oficiales del partido serían juzgados por su aptitud para aplicar «la visión, los conceptos y los métodos del marxismo-leninismo» en la resolución de problemas prácticos, no por su capacidad para «leer diez mil volúmenes de Marx, Engels, Lenin y Stalin, y … recitar cada frase de memoria».[125]

La erudición, desde siempre una de las bêtes-noires de Mao, entró en escena para ser objeto de una memorable acometida:

Cocinar para preparar la comida es realmente un arte. Pero ¿y el estudio de los libros? Si no haces nada más que leer, lo único que sabrás es reconocer unos tres o cinco mil caracteres chinos … [y] sosteniendo algunos libros con tus manos, el público te concederá los medios para vivir … Pero los libros no pueden andar … [Leerlos] es … muchísimo más fácil que cocinar para un cocinero, mucho más fácil para él que matar un cerdo. Él tiene que coger el cerdo. El cerdo puede escaparse. (Risas en la sala). Lo mata. El cerdo chilla. (Risas). Cuando está encima de la mesa, un libro no puede correr, y aún menos gritar … (Risas). ¿Existe algo que pueda ser más sencillo? De modo que aconsejo a aquellos de vosotros que sólo estudiáis libros sin mantener contacto alguno con la realidad … que seáis conscientes de vuestros defectos y tengáis una actitud un poco más humilde.[126]

Había mucho más de este tenor. Las conferencias vacías y abstractas, que eran «como el vendaje de los pies de una pazpuerra, largos y malolientes»; el «individualismo», que violaba la disciplina del partido; y el «formalismo extranjero», fueron vigorosamente denunciados:

Debemos apuntalar nuestras espaldas sobre la superficie de China. Debemos estudiar capitalismo y socialismo mundiales, pero si queremos estar seguros sobre su relación con la historia del partido chino, todo depende de dónde situamos nuestra base … Cuando analizamos China, debemos tomar a China como nuestro centro … Tenemos algunos camaradas que padecen una enfermedad, consistente en situar los países extranjeros en el centro y actuar como fonógrafos, concediendo crédito a todo lo extranjero y aplicándolo a China.[127]

Estas críticas estaban menos dirigidas a Wang Ming y los incondicionales que todavía le quedaban, que eran entonces como juncos rotos, que a la mentalidad que ellos representaban. Durante los doce meses siguientes, el centro de gravedad intelectual del partido chino se fue desplazando, mientras sus miembros absorbían las ideas y la visión de la historia del partido que surgían en las charlas y pequeños grupos de discusión. La fuente de sabiduría marxista-leninista ya no estaba en Moscú, sino en Yan’an.

En marzo de 1943 la composición de los órganos de gobierno del partido quedó tardíamente ajustada a la nueva realidad política configurada como consecuencia de la campaña de rectificación.[128] Mao fue designado presidente del Politburó, y de un nuevo Secretariado formado por tres hombres, en el que se le unieron Liu Shaoqi, confirmado entonces, de facto aunque no nominalmente, como dirigente de segundo rango del partido, y Ren Bishi, el compañero de Wang Jiaxiang cuando promocionó en Moscú la causa de Mao. El propio Wang se convirtió en segundo director del Departamento de Propaganda, por debajo de Mao, mientras Kang Sheng, cuya carrera había despegado desde que en 1938 se había alineado con Mao, pasó a ser segundo director, por debajo de Liu, de la otra entidad central, el Departamento de Organización. Wang Ming, miembro de la cúpula de dirigentes desde 1931, fue desposeído de cualquier cargo que implicase toma de decisiones.

Las auténticas innovaciones, no obstante, aparecían en la letra pequeña. Al igual que antes, el Secretariado quedó habilitado para tomar decisiones cuando el Politburó no estuviese en sesión. Pero en esta ocasión se afirmó explícitamente que, en caso de que sus miembros no consiguiesen llegar a un acuerdo, Mao tendría la última palabra. Esto era mucho más que simplemente una manera de concederle el voto de castigo o incluso el poder de veto. Significaba que, en el caso de que los otros dos miembros del Secretariado no estuviesen de acuerdo, las ideas de Mao prevalecerían.

En tiempos de guerra, quizá una concentración extraordinaria de poder como aquélla en manos de un solo hombre pudo parecer justificada. Los compañeros de Mao podían asegurarse a sí mismos que el Politburó y el Comité Central, ambas instituciones colegiadas, retenían el poder último. Pero la verdad era que todos apostaban al caballo ganador. Para entonces Bo Gu había capitulado. Sólo Wang Ming se mantenía como último escollo desafiante, un ejemplo a evitar para los demás. El resto de dirigentes, habiendo contemplado la ascensión de Mao, y sabiendo que sus propios futuros dependerían del modo en que manejasen sus relaciones con él, tenían muy poco interés en enfrentarse a lo que la mayoría de ellos consideraban de todos modos una acumulación inevitable de poder.

En 1943, Mao adquirió un estatus en el partido que ningún otro dirigente comunista había alcanzado hasta entonces.

Pero sus atribuciones estaban todavía limitadas a las regiones controladas por los comunistas, apenas una pequeña parte del país. El siguiente paso supondría la creación de una nueva mitología alrededor de su personalidad y sus ideas que le permitiría, durante los siguientes seis años, inspirar y dirigir una lucha armada que acabaría por otorgarle el apoyo mayoritario de la población, unificando, en esta ocasión, no sólo el partido, sino toda China bajo la causa comunista.

Al igual que la Revolución Cultural, veinticinco años después, la campaña de rectificación de Yan’an fue mucho más que una simple lucha por el poder. Se convirtió en un intento de introducir cambios fundamentales en la manera en que la gente pensaba.

Sus raíces se aferraban a la lógica de la política del frente unido, que había obligado al partido a ampliar extraordinariamente sus presupuestos. En Wayaobu, en diciembre de 1935, el Politburó había aceptado, a instancias de Mao, que la militancia del partido debía abrirse a «todos los que desean luchar por las ideas del Partido Comunista, sin importar su origen de clase».[129] Después de que el Comintern pusiese reparos, la medida fue retirada. Pero la política de puertas abiertas continuó vigente. Para lograr ganarse a las llamadas «clases medias» —la burguesía patriótica, los pequeños y medianos terratenientes y los intelectuales— que constituían el grueso del electorado político del Guomindang, el Partido Comunista Chino moderó su posicionamiento. En un artículo de marzo de 1940 titulado «Sobre la nueva democracia», Mao apuntó que a pesar de que el socialismo continuaba siendo el fin último, todavía quedaba un largo camino por recorrer. La tarea, que podía perdurar varios años, consistía en combatir el imperialismo y el feudalismo.

Esta política de colaboración entre clases tuvo mayor éxito del esperado. En los tres años que siguieron al incidente del Puente de Marco Polo, a mediados de los años cuarenta, los miembros del partido se multiplicaron casi por veinte. Pero muchos de los nuevos reclutamientos, si no la mayoría, eran fruto del patriotismo, más que de las convicciones comunistas.[130]

El siguiente problema, por lo tanto, consistía en hallar un método para fusionar esta enorme y dispar militancia y convertirla en una fuerza política disciplinada.

A principios de los años treinta, el Partido Comunista había sido «bolchevizado» por el miedo. Pero la ola de repulsa que generó descartaba cualquier repetición de lo ocurrido, incluso en el caso de que Mao lo hubiese deseado así, aunque a finales de la Larga Marcha también él había admitido que debía de existir un método mejor para resolver las diferencias en el seno del partido.[131] Hombres que habían compartido dificultades tan extraordinarias, dijo en 1935 a Xu Haidong, no podían ser por definición desleales. Por consiguiente se realizaron varios intentos para ingeniar nuevos métodos, incluyendo «nuevas reuniones de contrición», en las que los camaradas descarriados confesaban sus faltas y suplicaban públicamente que se les concediese la posibilidad de comenzar de nuevo. Pero Mao al fin encontró una solución que brotaba de las enseñanzas clásicas de su juventud.[132]

«Si el modo de proceder de nuestro partido es completamente ortodoxo», anunció a principios de la campaña de rectificación, «toda la nación aprenderá de nosotros»[133] La fuerza del ejemplo virtuoso, como Confucio había escrito —del «rojismo», como lo había designado en Jiangxi y volvería a hacerlo de nuevo durante la Revolución Cultural—, era la clave para influir en la mente del pueblo.[134] No obstante, allí donde Confucio afirmaba que a las masas «se les puede obligar a seguir el curso de la acción, pero no se les puede obligar a comprenderlo», Mao, como buen comunista, insistía en que «las masas son los auténticos héroes», capaces de concebir ideas revolucionarias:[135].

Todo liderazgo correcto necesariamente «emana de las masas y fluye hacia las masas». Esto significa que toma las ideas de las masas … [y] a través del estudio, las convierte en ideas concretas y sistemáticas, después se dirige a las masas y explica y difunde esas ideas hasta que las masas las adoptan como propias, se acogen a ellas y … prueban [su] validez a través de la acción. Después, una vez más, reúnen las ideas de las masas y las entregan de nuevo a las masas … y así, una y otra vez en una espiral sin fin, y las ideas son cada vez más correctas, más vitales y ricas en cada ocasión.[136]

Este modelo se aplicó durante la campaña de rectificación en las filas del partido. El «movimiento de iluminación» que Mao proponía se debía aplicar de manera voluntaria por los miembros del partido: «Los miembros del Partido Comunista deben preguntar “¿por qué?” ante cualquier fenómeno, subvertir todas las cosas en su mente y preguntar si se adaptan a la realidad. Evidentemente no deben seguir a los otros ciegamente. Ni deben favorecer el servilismo».[137] Pero, al mismo tiempo, insistió en la necesidad de uniformizar el pensamiento.[138] «La sumisión al liderazgo central» quedó ratificada de manera explícita.[139]

La predilección de Mao por las contradicciones de este tipo se convirtió en un sello distintivo de su estilo político. Se trataba de una estratagema perversamente inteligente, aunque extraordinariamente simple, que le permitía dominar el progreso de una campaña ideológica para que se acomodase a sus necesidades políticas, cambiar su orientación a voluntad, y tentar a los rivales, supuestos o reales, para que formulasen sus opiniones y, en el mejor de los casos, para refutarlas.

La rectificación nunca estuvo pensada como un proceso amable y benigno. Debía ser la lucha final, no ya contra Wang Ming y las ideas que él representaba, sino, más ampliamente, contra quienes en el partido eran de algún modo reacios a aceptar la hegemonía del pensamiento de Mao. «Curar la enfermedad para salvar al paciente» era un bello principio, pero Mao no había prometido que no fuese un proceso doloroso. «El primer paso», había explicado, «consiste en producir en el paciente una fuerte conmoción. Decirle, “¡Estás enfermo!”. Después le asaltará el miedo y romperá a llorar. En ese momento se puede iniciar el camino de la recuperación».[140] Más aún, la persuasión a la manera confuciana podía ser el método principal; pero, al igual que sus predecesores imperiales, Mao reservaba la coacción legista para aquellos que rechazasen someterse; no los dirigentes veteranos como Wang Ming, cuya posición les protegía de la represión más cruda, sino las almas más pequeñas y vulnerables, cuyas súplicas servirían de advertencia a los demás.

En Yan’an, en 1942, el más destacado entre estos irreductibles fue un joven e idealista escritor llamado Wang Shiwei.[141]

La sinceridad, por no mencionar la credulidad, ha sido una de las más destacadas y perdurables características de los intelectuales chinos a lo largo de los siglos. Las llamadas de Mao al debate interno del partido y a cuestionar verdades aceptadas desde tiempo inmemorial provocaron entre los escritores que desde el principio de la guerra se habían aproximado a las formas comunistas una nueva efervescencia de boletines murales —con nombres como Shiyudi (Flecha y Diana), Qing qibing (Caballería ligera), Tuo ling (Campanas de camello) o Xibei feng (Viento del Noroeste)— similares a los del movimiento del 4 de mayo, veinte años antes.

La feminista Ding Ling había dirigido un denigrante ataque contra la hipocresía del partido ante las mujeres. Su colega, el poeta Ai Qing, se lamentó cáusticamente de que los comisarios culturales de Mao pretendieran que «describiese las úlceras de la tiña como si fuesen flores». Pero el artículo más devastador, con mucho, fue el ensayo satírico de Wang Shiwei, «Azucena salvaje», que apareció en el mes de marzo en el periódico del partido, el Jiefang ribao (Diario de la Liberación). Denunciaba el «lado oscuro de Yan’an»: las «tres clases de vestidos y los cinco grados de comida» que se repartían entre los oficiales veteranos, mientras que «los enfermos no disponen ni de un cuenco de fideos, y los jóvenes cuentan sólo con dos cuencos de gachas al día»; el acceso privilegiado a las chicas jóvenes de que gozaban los que controlaban el poder político; el elitismo y el alejamiento protagonizado por los cuadros respecto de los miembros de a pie.

En la actualidad, pasado medio siglo, los chinos todavía discuten si Mao preparó deliberadamente una trampa, en la que cayeron Wang Shiwei y otros, o si la reacción de los escritores le cogió desprevenido.

En un gesto típico, él favoreció ambas interpretaciones, describiendo a Wang, en un primer momento, como un blanco lamentablemente útil para la campaña de rectificación y, en otro, como una distracción, minimizando su objetivo político.[142] Pero, de manera premeditada o no, el calvario de Wang se convirtió en un modelo para la represión de los intelectuales disidentes, cuya lecciones se aplicarían, casi inalteradas, a los escritores y artistas de China durante la vida de Mao, y aún más allá.

Éstas fueron dictadas por Mao en un foro especialmente convocado en mayo sobre literatura y arte.[143] La sátira y el criticismo son necesarios, dijo, pero los escritores y artistas deben comprender a qué lugar de la divisoria revolucionaria pertenecen. Aquellos (como Wang Shiwei) que dedicaban sus energías a exponer «la llamada “oscuridad” del proletariado» eran «individualistas pequeñoburgueses», «meras termitas en las filas revolucionarias». El propósito del arte, continuó, era servir la política proletaria. La «tarea fundamental» de los escritores y artistas consistía en convertirse en «leales portavoces» de las masas, sumergiéndose en sus vidas y ensalzando sus luchas revolucionarias.

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