Mao

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13. El aprendiz de brujo

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13. El aprendiz de brujo

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El aprendiz de brujo

La economía no era una de las virtudes de Mao.[1]

Los estudios que realizó en Jiangxi a principios de los años treinta estaban centrados en las relaciones de clase existentes en el campo, no en la dinámica del comercio rural. Incluso cuando el objetivo manifiesto era describir la vida mercantil de las pequeñas ciudades comerciales, el resultado era un listado exhaustivo de cientos de oscuros productos locales, meticulosamente recopilados, pero sin apenas una mínima comprensión de lo que motivaba que la economía creciese, generando empleo y prosperidad, o lo que, en los malos tiempos, la hacía tambalearse.[2]

En Yan’an, hacía una década, la plataforma para la Nueva Democracia de Mao, condicionada por los imperativos políticos del frente unido y la guerra contra Japón, concibió un sistema de economía mixta con un fuerte componente capitalista. Las dos principales aportaciones que los comunistas introdujeron a principios de los años cuarenta en la esfera económica, la implantación de cooperativas y el avance hacia la autosuficiencia del Ejército Rojo, tenían igualmente objetivos políticos: por un lado, el paso de la propiedad campesina individual al sistema colectivizado, y por otro, la disminución de la carga que los militares imponían a la población civil.[3] Ambas se mantuvieron vigentes durante la República Popular. Cuando el Ejército Popular de Liberación ocupó el Tíbet, durante el invierno de 1951, la principal preocupación de Mao consistió en que el ejército produjese suficientes alimentos para cubrir sus propias necesidades.[4] De lo contrario, advirtió, sería imposible ganarse a los tibetanos y éstos, con el tiempo, acabarían rebelándose.

La insistencia de Mao en la autosuficiencia era consecuencia del sistema de economía campesina en que había sido educado, ratificado por su experiencia en las regiones base, sujetas a la amenaza constante del bloqueo enemigo. La autarquía económica, tanto a nivel provincial como nacional, era un dogma de fe. La experiencia histórica de China había mostrado que los países extranjeros eran explotadores, y debían ser mantenidos a distancia. A lo largo del período maoísta, el comercio extranjero se mantuvo bajo mínimos, y la balanza de pagos fue claramente positiva. China sólo aceptó préstamos extranjeros de la Unión Soviética, y únicamente en cantidades muy limitadas, si exceptuamos las provisiones militares durante la guerra de Corea. Cuando, en 1949, los rusos ofrecieron un crédito de cinco años por valor de sólo trescientos millones de dólares, una suma muy modesta incluso en aquella época, se aludió a la tacañería de Stalin.[5] Pero Mao, en privado, se sintió aliviado de que los préstamos a China fuesen pequeños.

Poco después de alcanzar la victoria a nivel nacional, Mao habló públicamente de sus preocupaciones sobre las tareas de índole económica que les aguardaban. «Debemos dominar lo que no conocemos», advirtió.[6] «Debemos aprender economía de todos aquellos que ahora la comprenden, quienesquiera que sean … Debemos reconocer nuestra ignorancia, y no pretender saber lo que no conocemos».

Tres años después, cuando él y sus compañeros se enfrentaron con la tarea de elaborar una estrategia de desarrollo global para su vasto y recién pacificado país, actuaron precisamente en consecuencia: pidieron ayuda a los expertos rusos. Se elaboró un Plan Quinquenal, configurado a partir de la experiencia soviética, con más de cien grandes plantas de industria pesada de construcción soviética como base de partida.[7]

Tiempo después, Mao se lamentaba de que el «dogmatismo» tomó en aquel período las riendas.[8] «Como no entendíamos de ello y no teníamos ninguna experiencia», se quejaba, «todo lo que en nuestra ignorancia podíamos hacer era importar métodos del extranjero … No preocupaba que un detalle [impuesto por los rusos] fuese o no correcto, los chinos igualmente escuchaban y obedecían respetuosamente». Pero la guía ofrecida por los rusos era, en 1953, lo que Mao exactamente necesitaba. Aquella primavera reclamó personalmente a los funcionarios que contribuyesen a «levantar una gran marea de aprendizaje de la Unión Soviética por todo el país».[9]

China se apartó del camino ruso en sólo dos aspectos importantes. En lugar de un programa estalinista de colectivizaciones forzadas, Mao impuso un enfoque voluntario y gradual.[10] Se animó a los aldeanos a formar primero equipos de ayuda mutua, a los que se unieron un buen número de familias para mancomunar animales de tiro, herramientas y mano de obra; después llegaron las cooperativas de productores agrícolas de bajo nivel, cuyos miembros eran remunerados en proporción a la cantidad de tierras y trabajo que habían aportado; y, finalmente, las cooperativas de productores agrícolas de alto nivel, en las que las tierras y el equipamiento de un pueblo entero se convertían en propiedad colectiva, y sus miembros eran pagados en virtud únicamente de su trabajo. De manera similar, en el comercio y la industria, la «directriz general para la transición al socialismo», que Mao presentó el verano de 1953, mantenía los elementos fundamentales de la plataforma para la Nueva Democracia.[11] Para construir una economía socialista, declaró, serían necesarios «quince años, o algo más» en las ciudades,[12] y dieciocho años en el campo.[13] Mientras tanto, los empresarios privados de China (cuyas esperanzas habían sido aniquiladas ya entonces por la campaña de los «cinco antis») tendrían que transformar sus empresas en sociedades mixtas con participación del Estado, de las que podrían retirar una cuarta parte de los beneficios.

Todo ello parecía, ante todo, razonable. Demasiado razonable, no hay duda, para un país de enconados odios de clase, liderado por un grupo de revolucionarios partidarios de los cambios radicales. En cualquier caso, resultó ser demasiado razonable para durar.

Ya en 1951 había emergido una disputa sobre el camino que debían seguir las transformaciones que intentaban poner en práctica. Aquel mismo año, el ministro de Hacienda, Bo Yibo, apoyado por Liu Shaoqi, había hablado vehementemente en contra de los intentos de acelerar demasiado la colectivización rural. Doce meses antes, con la aprobación de Mao, Gao Gang, entonces miembro veterano del Politburó y jefe del partido en Manchuria, había presentado la opción opuesta. Las rápidas colectivizaciones eran un imperativo, dijo, ya que si la «tendencia espontánea de los campesinos hacia el capitalismo» continuaba sin restricciones, el futuro de China no sería ya socialista, sino más bien capitalista. Aquellos hombres volvieron a enfrentarse posteriormente, en esta ocasión a causa de la política de impuestos. Bo proponía un trato idéntico a las firmas estatales y privadas. Gao le acusó de estar abogando por la «paz de clases». Una vez más, Mao respaldó a Gao. Bo, dijo, había recibido el impacto de una «bala espiritual recubierta de azúcar» que le había hecho sucumbir a la influencia de las ideas burguesas. Para que la causa del partido triunfase, era necesario corregir semejantes «desviaciones oportunistas derechistas» y «clarificar la cuestión del camino socialista frente al camino capitalista».[14]

De este modo quedaron fijadas las líneas de combate. El dilema planteado en estos oscuros debates de principios de los años cincuenta —el crecimiento económico frente al capitalismo espontáneo; los imperativos ideológicos frente a la realidad objetiva; la vía socialista frente a la vía capitalista— resonaría a lo largo de los grandes trastornos políticos de años posteriores: la campaña antiderechista, el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural. Las semillas del caos no se sembraron al final, sino al principio del mandato de Mao.

La disputa entre Bo y Gao también proporcionó el trampolín de la primera gran lucha interna entre los dirigentes chinos desde que Mao, a finales de los años treinta, había desahuciado a Zhang Guotao y Wang Ming.[15]

Gao era una estrella emergente dentro de la jerarquía comunista. Seis o siete años más joven que Liu Shaoqi y Zhou Enlai, era poco sofisticado, enérgico, capaz y —lo que era más importante— gustaba a Mao. Era también terriblemente ambicioso. En Manchuria se esforzó por cultivar a los oficiales rusos, y por lo que parece se valió de este canal para difundir rumores de que Liu y Zhou eran proamericanos. Liu además fue el auténtico blanco que se escondía tras sus ataques contra Bo Yibo. A finales del otoño de 1952, Gao y él evidentemente no sentían el más mínimo aprecio por el otro, en un momento en que Mao convocó a Gao en Pekín para dirigir la Comisión de Planificación Estatal, una tarea especialmente importante en un momento en que China se estaba preparando para su transición hacia una economía planificada. En primavera, Gao estaba ya ideando planes para suplantar a Liu.

Mao animó a Gao a actuar así, aunque continúa siendo un misterio saber hasta qué punto. Estaba irritado con Liu y Zhou a causa de lo que él consideraba la ralentización de la transición hacia el sistema socialista. Aquel mismo invierno se quejó de ellos privadamente ante Gao, que quedó convencido de que el presidente lo situaba en un lugar de privilegio para ascender a un rango de mayor eminencia.

Existieron otros factores que concurrieron en esta situación. Cumplir con sus deberes de estado hacía que Mao se sintiese exhausto. En 1952 comenzó a hablar de «retirarme al segundo frente», lo que quería decir ceder los quehaceres diarios del partido y el gobierno a sus compañeros más jóvenes, de modo que pudiese concentrarse en grandes cuestiones estratégicas y teóricas. Esto no implicaba disminución alguna del control de Mao. Al contrario, durante ese período su dominio en la toma de decisiones aumentó de modo aún más pronunciado. En mayo de 1953 se irritó al descubrir que Yang Shangkun, director de la Oficina General del Comité Central, la espina dorsal del partido, había publicado algunas directrices sin su previo consentimiento. «Esto es un error y una violación de la disciplina», explotó. «Los documentos y los telegramas enviados en nombre del Comité Central sólo se pueden despachar después de que yo los haya examinado, de lo contrario no son válidos»[16]. Su reacción mostraba hasta qué punto había cambiado la concepción de su propia posición. En 1943 sus compañeros le habían concedido el poder de tomar decisiones, en casos excepcionales, con independencia del resto del Secretariado. Ahora, diez años después, se arrogaba una autoridad total sobre cualquier asunto: sus compañeros no podían realizar absolutamente nada sin su explícito consentimiento.

Para Gao Gang, oír hablar de «un segundo frente» representó una señal para actuar con velocidad, antes de que la retirada de Mao permitiese a Liu posicionarse como su sucesor. Los acontecimientos de Moscú, donde, tras la muerte de Stalin, el comparativamente joven Malenkov había heredado su cetro, dejando de lado a otros miembros más veteranos del Politburó, como Molotov y Kaganovich, alimentaron aún más sus esperanzas. Si Malenkov lo había conseguido en Rusia, se preguntaba Gao, ¿por qué no podía hacer él lo mismo en China?

Resultado de ello: se fraguó una conspiración de palacio.

Gao comenzó por ganarse la confianza del líder de la China oriental, Rao Shushi, a quien ofreció la posibilidad de convertirse en primer ministro. Después, por un extraño golpe de fortuna, consiguió la copia de un listado provisional de miembros para un nuevo Politburó, preparado por uno de los socios de Liu Shaoqi integrado en el aparato del Comité Central, como documento de trabajo previo al inminente Congreso del partido. Proponía incrementar la representación de figuras que, como Liu, habían pasado la mayor parte de la guerra civil en las zonas «blancas» controladas por el Guomindang, incluyendo, notablemente, a Bo Yibo, en detrimento de los que habían luchado en las zonas rojas. Armado con esta pistola de humo y clamando que Mao le respaldaba, Gao comenzó a labrarse el apoyo de los indignados antiguos compañeros de las áreas rojas.

Peng Dehuai cayó en su trampa. Al igual que Lin Biao. Pero Deng Xiao ping, después de comenzar a negociar con Gao el futuro de los cargos del partido, percibió algunas irregularidades y envió un informe a Mao. Chen Yun, que había afilado sus antenas políticas en Moscú observando el trabajo de Stalin durante las purgas, también se resistió. También informó al presidente, quien ordenó callar a ambos.

Mao preparó entonces una de sus emboscadas. Cuando el Politburó se reunió en diciembre, anunció que pretendía descansar algunas semanas en el sur, y propuso que, como era habitual, Liu actuase en su lugar. Gao se tragó el anzuelo. ¿Por qué no alternar esa responsabilidad, en ausencia del presidente, entre algunos de los otros miembros veteranos del Politburó?, sugirió. Mao indicó que consideraría la idea, y durante las posteriores semanas Gao cabildeó a sus compañeros frenéticamente para promover otros cambios en el liderazgo, incluyendo su propia promoción como vicepresidente o, en su defecto, secretario general.

El 24 de diciembre, cuando el Politburó volvió a reunirse, Mao decidió que ya había oído demasiado. Acusó a Gao de faccionalismo sin principios, de llevar a cabo «actividades clandestinas» e intentar acrecentar su poder personal. La conspiración había fracasado.

En los meses siguientes, vencedores y vencidos recibieron sus recompensas.

Gao estaba convencido de que Mao le había traicionado, y en febrero de 1954 intentó infructuosamente acabar con su vida. En agosto lo volvió a intentar, y lo consiguió, en esta ocasión con veneno. Rao Shushi fue arrestado, sólo para morir de neumonía, todavía en la cárcel, veinte años después.

Peng Dehuai y Lin Biao fueron exonerados, después de alegar que ellos habían pensado que Gao actuaba con la aprobación de Mao (aunque la relación de ambos con Liu se deterioró sin remedio). Deng Xiaoping fue designado secretario general del Comité Central, y posteriormente fue ascendido al Politburó. También Chen Yun prosperó. En el Octavo Congreso, dos años después, se convirtió en vicepresidente del partido, al tiempo que Deng era nombrado secretario general.

En la primavera de 1954, el «siniestro viento» contra el partido de Gao Gang y Rao Shushi, como lo llamó Mao, se había desvanecido por completo.[17] Oficialmente no tuvo mayor significación. Pero si, como evidentemente había ocurrido, Mao había infundido en la mente de Gao la idea de que Liu y Zhou eran prescindibles, sus motivos debía de tener. Ambos eran extraordinariamente competentes, entregados a Mao, no menos que a la causa comunista. Él sólo tenía que dar la orden y ellos harían cualquier cosa que desease. Retrospectivamente, es evidente que no tuvo intención alguna de librarse de ellos. Pero esto no significa que no pretendiese desestabilizar a sus dos compañeros más próximos. Mao descubrió en las ambiciones de Gao Gang un instrumento para desconcertarlos, obligándoles a conocerse mejor, a estar más en sintonía con sus pensamientos. Gao no había sido tan estúpido como para malinterpretar las intenciones de Mao: él, simplemente, había ido demasiado lejos.[18]

La purga proyectó una larga sombra. Que Peng Dehuai, Lin Biao e inicialmente Deng Xiaoping hubiesen podido creer que Mao estaba conspirando a espaldas de Liu y Zhou expresa muy claramente el nivel de desconfianza que había fomentado su estilo imperial de liderazgo. La preeminencia y el sentido de misión nacional que Mao se arrogaba supuso que la única lealtad que todavía albergaba estuviese ligada a su visionario proyecto para el futuro de China. Sus compañeros —hombres y mujeres con los que, en algunos casos, había compartido treinta años de lucha— estaban siendo reducidos a meros instrumentos para la construcción de sus sueños.[19]

El debate sobre los cambios que Bo Yibo había iniciado finalizó sin un claro consenso sobre el ritmo que debería seguir la colectivización.[20] El instinto de Mao le sugería avanzar más rápido. Pero cada vez que forzaba la marcha, los funcionarios locales, demasiado ávidos, coaccionaban a la población rural para que formasen cooperativas mal preparadas en las que el socialismo era visto como «comer de un gran cazo», los pobres vivían de los ricos hasta que sus recursos se agotaban, y entonces toda la aventura se arruinaba bajo una montaña de deudas.

Durante la primavera de 1953 se lanzó una campaña, que contaba con la bendición de Mao, contra el «avance temerario». Pero tan pronto como la situación se estabilizó, el «capitalismo espontáneo» hizo su aparición: los campesinos mejor situados comenzaron a contratar mano de obra, prestar dinero, y comprar y vender tierras. Ello trajo a escena una nueva campaña. En esta ocasión contra el «retroceso temerario». La colectivización volvió a rugir, con unos resultados aún más nocivos; los campesinos acaudalados sacrificaron a sus reses, en lugar de compartirlas con sus vecinos pobres. Después, en 1954, las severas inundaciones que afectaron todo el curso del Yangzi mermaron la cosecha del verano. Los cuadros locales, dispuestos a mostrar su valía, insistieron en mantener las previsiones de grano. Estallaron disturbios originados por la escasez de alimentos. En las provincias del sur, los campesinos acusaban a los comunistas de ser peores que el Guomindang.

De este modo, en enero de 1955, Mao volvió a tirar de las riendas por tercera vez. Las exigencias de la colectivización, admitió, no se correspondían con las posibilidades reales del campesinado. La nueva política debía ser un «clásico de tres caracteres: “parar, contratar, desarrollar”». El número de cooperativas de productores agrícolas se había incrementado de las cuatro mil del otoño de 1952 a las seiscientas setenta mil de aquel invierno, comprendiendo una de cada siete familias campesinas. Entonces Mao decretó que durante los dieciocho meses siguientes dejasen de expandirse. Liu Shaoqi autorizó un plan para desmantelar más de una cuarta parte de las cooperativas de productores agrícolas existentes, destinado a estabilizar la situación, y las expectativas de producción de grano se redujeron drásticamente.

Si Mao hubiese tenido la voluntad de dejarlo de aquel modo, todo habría ido bien. Sin embargo, en abril, partió en un viaje de inspección al sur para ver la situación con sus propios ojos. Allí, incitado por los oficiales locales, cuyos intereses personales estaban íntimamente vinculados con la campaña de colectivización —y que por tanto estaban deseosos de decir a Mao lo que él quería oír—, el presidente concluyó que la resistencia campesina había sido vencida.

Sólo Deng Zihui, un leal aliado desde finales de los años veinte, a quien Mao había designado para supervisar el impulso de la colectivización, tuvo el coraje de encararse al presidente y decirle que estaba equivocado.

En el fondo, Mao sabía que Deng tenía razón. En una reveladora concesión, admitió: «Los campesinos quieren ser libres, pero nosotros queremos el socialismo».[21] Sin embargo, Mao estaba demasiado encorsetado en su visión de una agricultura socializada para permitir que los obstáculos materiales, incluso cuando reconocía su existencia, impidieran su avance. El problema, dijo Deng inflexiblemente a sus subordinados, era que el presidente creía que «las condiciones [materiales] para poner en marcha las cooperativas son innecesarias».[22] Pero sus objeciones quedaron arrinconadas a un lado. «Tu mente necesita ser bombardeada con artillería», se encolerizó Mao.[23] Y eso hizo en una conferencia de secretarios provinciales del mes de julio:

Es inminente la irrupción en todo el país de un renovado oleaje socialista de masas. Pero algunos de nuestros camaradas, vacilantes como una mujer con los pies vendados, se lamentan continuamente: «Vas demasiado rápido, demasiado rápido». Demasiados reparos, quejas sin fundamento, preocupaciones desmesuradas e incontables tabúes; con todo ello elaboran su correcta política para guiar el movimiento socialista de masas en las áreas rurales.

Pero no, ésta no es la política correcta. Es la equivocada…

[Éste] es un … movimiento que involucra una población rural de más de quinientos millones y tiene una importancia extraordinaria a nivel mundial. Deberíamos liderar este movimiento activa [y] entusiastamente, en lugar de intentar refrenarlo por todos los medios.[24]

Acalladas las dudas del propio Mao, y con toda la oposición silenciada, los objetivos se ampliaron exponencialmente. Él mismo habló de colectivizar la mitad de la población rural para finales de 1957. Los oficiales provinciales estaban decididos a ir aún más rápido. En julio de 1955, diecisiete millones de familias pertenecían a las cooperativas de productores agrícolas. Seis meses después, la cifra había alcanzado los setenta y cinco millones, el 63 por 100 de la población campesina. Mao comunicó a su secretario que no se había sentido tan feliz desde la victoria sobre Chiang Kai-shek.[25] Mientras se preparaba para celebrar su sexagésimo segundo aniversario, se regocijó:

Durante la primera mitad de 1955, el ambiente estaba viciado y poblado de amenazadoras nubes negras. Pero durante la segunda mitad se ha producido un cambio drástico, las circunstancias son completamente diferentes … Este [movimiento cooperativista] es como una marea enfurecida, que barre todos los demonios y los monstruos … Cuando el año termine, la victoria del socialismo estará plenamente asegurada.[26]

Efectivamente, en diciembre de 1956 sólo el 3 por 100 de los campesinos continuaba laborando individualmente.[27] La transformación socialista de la agricultura, que no debía ser completada hasta 1971, había cumplido con sus objetivos quince años antes de lo previsto.

Desde el punto de vista ideológico fue un éxito tremendo. Políticamente, representó una bendición múltiple. Pero, económicamente hablando, escondía las semillas del desastre, ya que convenció a Mao, y a otros líderes, de que, contando con una firme voluntad para alcanzar el éxito, las condiciones materiales no tenían por qué ser decisivas.

La colectivización agotó las energías de toda una generación de campesinos, causando un retroceso en la sociedad rural que ahogó la iniciativa independiente, desmotivó a los más productivos, recompensó a los menos capaces, y sustituyó el dominio de los terratenientes y los intelectuales por el de las delegaciones del partido, cuyos miembros disfrutaban de poder y privilegios sin los condicionantes derivados del bandidaje y las rebeliones que, durante siglos, habían mantenido a sus predecesores en jaque.

Con las zonas rurales en manos socialistas, Mao dirigió su atención hacia las ciudades, donde debían solucionar «de una vez por todas» el problema de la burguesía, ya por completo aislada. Su promesa de hacía dos años de que la economía mixta continuaría vigente hasta mediados de los años sesenta quedó convenientemente olvidada:

¡A este respecto, somos unos desalmados! Por lo que a esto se refiere, el marxismo es incluso cruel y no muestra la menor piedad, ya que está decidido a acabar de un puntapié con el imperialismo, el feudalismo, el capitalismo y la pequeña producción … Algunos de nuestros camaradas son demasiado amables, no son lo suficientemente severos, en otras palabras, no son lo marxistas que deberían ser. La exterminación de la burguesía y el capitalismo en China es algo bueno, y también muy lleno de significado … Nuestro objetivo es exterminar el capitalismo, borrarlo de la faz de la tierra y convertirlo en algo propio del pasado.[28]

Este discurso pertenece a una reunión restringida de dirigentes del partido celebrada en octubre de 1955. En sus encuentros con los empresarios chinos, Mao comprensiblemente adoptaba una postura más sutil, que algunas mentes ingeniosas y anónimas pertenecientes a la esfera capitalista de Shanghai resumieron como el enfoque de «cómo hacer que el gato coma pimienta».[29]

Liu Shaoqi, se decía, abogaba por la firmeza: «Consigues que alguien coja el gato», dijo, «le atiborras la boca de pimienta, y se la haces engullir con un palillo». Mao estaba horrorizado. La violencia, declaró, era antidemocrática: se debía persuadir al gato para que comiese voluntariamente. Después lo intentó Zhou Enlai: «Dejaría morir de hambre al gato», dijo el primer ministro. «Entonces envolvería la pimienta en un filete. Si el gato tiene el hambre suficiente, se lo tragará entero». De nuevo, Mao meneó la cabeza. «No se puede usar el engaño», dijo. «¡Nunca engañéis al pueblo!». Su respuesta, explicó, era muy simple. «Restriegas la pimienta por la espalda del gato. Cuando comience a abrasarle, el gato se lamerá —y se sentirá feliz de que le dejen actuar así».

De acuerdo con ello, en lugar de nacionalizar por decreto, Mao pidió a sus interlocutores en el sector privado que le aconsejasen qué hacer.[30] Los empresarios, cuyas espaldas abrasaban por la pimienta que habían recibido durante la campaña de los «cinco antis», compitieron para decirle que la nacionalización era lo que ellos deseaban, y cuanto más rápida, mejor.

Aun así, la velocidad con que se realizó fue sorprendente.[31]

El 6 de diciembre de 1955 Mao afirmó que los negocios privados debían pasar a manos del Estado antes de finalizar el año 1957, doce años antes de lo marcado en el calendario original. Pero en la práctica, toda la industria y el comercio privado de Pekín habían quedado convertidos en una copropiedad, de titularidad privada y estatal, antes de que transcurriesen los doce primeros días del año. Para conmemorar el acontecimiento, Mao y el resto de la cúpula presidieron el 15 de enero una celebración que congregó a doscientas mil personas en la plaza de Tiananmen. Otras grandes ciudades siguieron apresuradamente el ejemplo. A finales de enero de 1956, la economía urbana se había unido a las áreas rurales en la camisa de fuerza tejida por el partido y el control estatal.

Aquello, por su parte, fue la señal para un nuevo salto adelante que desafiaba la gravedad.

Al declarar que el «conservadurismo derechista» era el principal obstáculo para el progreso, Mao se estaba planteando una serie de nuevos objetivos.[32] En las próximas décadas, dijo, China debía convertirse en «el primer país del mundo», superando a Estados Unidos en desarrollo cultural, científico, tecnológico e industrial.[33] «No creo que [los logros de los norteamericanos] sean algo tan asombroso», dijo con indiferencia. Si Estados Unidos produce anualmente cien millones de toneladas de acero, «China debería producir varios centenares de millones de toneladas».

Como paso previo, exigió que el Primer Plan Quinquenal quedase completado antes de lo previsto, y desveló su Plan Agrícola en Doce Años que proponía doblar la producción de grano y algodón.[34] El eslogan «más, más rápido, mejor» que había usado en los últimos meses de 1955,[35] durante el momento álgido de la marea de colectivizaciones, se modificó para convertirse en «más, más rápido, mejor y más económico», como si ello de algún modo lo hiciese más racional.[36] El socialismo saltacionista, como lo ha definido algún especialista extranjero, se había impuesto como el modelo preferido de Mao para el avance económico.[37]

El 25 de febrero de 1956, Nikita Sergéievich Khruschev, que doce meses antes se había convertido en sucesor del efímero Malenkov, se alzó ante sus compañeros en el blanco y dorado salón de banquetes de estilo barroco del Kremlin donde se estaba celebrando el Vigésimo Congreso del partido soviético, y les dijo lo que todos sabían en el fondo de su corazón pero nadie esperaba oír: Stalin, ante cuya presencia se habían estremecido durante tan largo tiempo, había sido un psicópata brutal, impulsado por «una manía persecutoria de increíbles dimensiones», cuyo culto a la personalidad había ocultado un gobierno caprichoso y despótico; cuyo «genio militar» había llevado a Rusia al borde de la derrota contra Alemania; y cuya suspicacia y desconfianza enfermizas habían enviado a millones de hombres y mujeres inocentes a una muerte cruel e innecesaria.[38]

El «discurso secreto», tal como fue conocida su intervención, se pronunció el día antes de que el Congreso finalizase en una sesión cerrada en la que se denegó el acceso a los representantes de los partidos fraternales. Una semana después, Deng Xiaoping, quien, junto a Zhu De, había encabezado la delegación china, voló de vuelta a casa con una copia del discurso, traducida apresuradamente.[39]

Teniendo en cuenta los problemas personales de Mao con Stalin, se podía esperar que diese la bienvenida a ese colofón póstumo del dictador. Y en un importante aspecto, así lo hizo: semejantes críticas, dijo, «han destruido mitos y abierto cajas. Esto conlleva la liberación … [permitiendo al pueblo] abrir su mente y ser capaz de pensar por sí mismo»[40]. En general, sin embargo, Mao mantenía serias dudas ante el enfoque de Khruschev. En una reunión con el embajador soviético, a finales de marzo, habló largo y tendido sobre los errores que Stalin había cometido con China, pero dijo muy poco sobre el culto a la personalidad —la esencia del ataque de Khruschev—, enfatizando en su lugar que Stalin había sido «un gran marxista, un revolucionario bueno y honesto» que había cometido errores «no en todo, sino [sólo] en determinadas cuestiones».[41]. Estas ideas quedaron pronto reflejadas en un editorial del Diario del Pueblo, titulado «Sobre la perspectiva histórica de la dictadura del proletariado», en el que, casi seis semanas después de la intervención de Khruschev y mucho después de que el resto del bloque comunista hubiese ratificado la nueva línea soviética, mostró por vez primera públicamente la posición del partido chino:

Cualesquiera sean los errores [que se hayan cometido], la dictadura del proletariado es siempre, para las masas populares, muy superior a la dictadura de la burguesía … Hay quien considera que Stalin se equivocó en todo: éste es un grave malentendido … Deberíamos considerar a Stalin desde una perspectiva histórica, realizar un análisis coherente y multifacético para lograr comprender cuándo estuvo en lo cierto y cuándo se equivocó, y extraer de ello lecciones de utilidad. Tanto lo que hizo bien como lo que hizo mal son fenómenos del movimiento comunista internacional, y llevan la impronta de los tiempos.[42]

Bajo el liderazgo de Stalin, insistió Mao, la Unión Soviética había alcanzado «logros gloriosos», en los que tuvo una «participación indeleble», mientras que sus errores quedaron confinados al último período de su vida.

El editorial fue el primer paso del lento desguace de la alianza chino-soviética. Estaba claro que, en el futuro, China imitaría la experiencia soviética sólo de manera selectiva. Ello planteaba cuestiones, aunque implícitas, sobre el papel que habían interpretado los subordinados de Stalin, ahora sus sucesores, en los crímenes de los que se le acusaba; desencadenando, no mucho después, un mordaz intercambio entre Mikoyan y Peng Dehuai. «¡Si hubiésemos hablado, habríamos sido ejecutados!», admitió el armenio. «¿Qué clase de comunista teme a la muerte?», replicó desdeñoso Peng.[43] Pero, lo más importante de todo, los comentarios del Diario del Pueblo representaron un cambio en la actitud de China hacia Moscú. No habían sido escritos siguiendo los puntos de vista de un socio menor, sino los de un semejante. Mao se erigía como juez de las precipitadas acciones de unos inexpertos dirigentes soviéticos.

Mucho más allá de las diferencias ideológicas, sería esta afirmación de igualdad, por un lado, y los esfuerzos de Khruschev y sus colegas por mantener la vieja posición de «hermano mayor», por otro, lo que encaminaría a Pekín y Moscú, antes de que la década se extinguiese, hacia un punto sin retorno.[44]

A medida que el año 1956 avanzaba, el temor que Mao albergaba de que Khruschev estuviese «tirando al bebé comunista junto con el agua de la bañera estalinista», como anotó un escritor contemporáneo, parecía ampliamente justificado.[45] Después de los disturbios acaecidos en Polonia durante el verano, la cúpula de Varsovia, que contaba con el respaldo soviético y que Khruschev había impuesto personalmente hacía apenas medio año, fue sustituida, a pesar de la fuerte oposición rusa, por un nuevo grupo «liberal», encabezado por una de las víctimas de Stalin, Wladyslaw Gomulka.[46] Poco después llegó desde Hungría un desafío a Moscú aún mayor, cuando el primer secretario, el estalinista Matyas Rakosi, fue depuesto por los reformistas liderados por Imre Nagy.

En Polonia, Mao apoyó a Gomulka, aduciendo que la raíz del problema era el mismo «chovinismo de gran potencia» que China había tenido que soportar durante tanto tiempo.[47] Liu Shaoqi fue enviado a Moscú, donde persuadió en octubre a Khruschev de que no realizara una intervención armada. Pero cuando Hungría anunció que abandonaba la alianza militar del bloque soviético, el pacto de Varsovia, Mao adoptó una posición muy distinta. Apoyar el derecho de un partido hermano a escoger su propio camino hacia el socialismo era una cosa; sentarse con los brazos cruzados ante la contrarrevolución era otra muy distinta. Una vez más, Liu presionó a Khruschev, en esta ocasión para que enviase tropas para acabar con la revolución por la fuerza.

La confusión que los dirigentes soviéticos habían provocado en su propio terreno europeo contribuyó a desarrollar aún más el menosprecio que Mao sentía por ellos.

El 15 de noviembre de 1956, poco después de que el ejército ruso ocupase Hungría, Mao concedió al Comité Central chino, elegido unas pocas semanas antes durante el Octavo Congreso, el privilegio de oír sus reflexiones sobre los sucesos de los últimos años:

Creo que existen dos «espadas»: una es Lenin y la otra es Stalin. Los rusos han desechado ahora la espada de Stalin … Pero los chinos no lo hemos hecho. Nosotros protegemos primero a Stalin y, además, al mismo tiempo, criticamos sus errores…

Y sobre la espada de Lenin, ¿acaso no es verdad que algunos de los dirigentes soviéticos se han despojado también de ella? Según mi punto de vista, la han dejado de lado en muchos aspectos. ¿Continúa siendo válida la Revolución de Octubre? … El informe de Khruschev del Vigésimo Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética dice que es posible tomar el poder estatal por la vía parlamentaria, lo que es lo mismo que decir que ya no es necesario para ningún país aprender de la Revolución de Octubre. Una vez se ha abierto esta puerta, el leninismo ha quedado completamente abandonado…

¿De cuánto crédito disponen [los rusos]? Sólo de Lenin y Stalin. Ahora han abandonado a Stalin, así como prácticamente todo lo de Lenin —un Lenin sin pies, o quizá conservando sólo su cabeza, o con una de sus manos cortada. Nosotros, en cambio, seguimos fieles al estudio del marxismo-leninismo y al aprendizaje de la Revolución de Octubre.[48]

Eran las palabras más duras que jamás hasta entonces hubiese pronunciado Mao, incluso para la privacidad del Politburó. A pesar de que sus observaciones fueron mantenidas en secreto, sirvieron de inspiración para un segundo editorial del Diario del Pueblo, publicado a finales de diciembre con el título «Más sobre la experiencia histórica de la dictadura del proletariado».[49] El camino seguido por la Revolución de Octubre y, más específicamente, la violenta llegada del proletariado al poder, arrancando a la burguesía de su trono, declaró, eran «verdades universalmente aplicables». Cualquier intento de «eludir este camino» constituía un acto de revisionismo.

Cuando Zhou Enlai visitó Moscú en enero de 1957 descubrió que, como era previsible, los dirigentes soviéticos estaban «molestos».[50]

Por aquel entonces habían surgido cuatro grandes cuestiones de disputa entre los dos partidos, todas derivadas del Vigésimo Congreso. En primer lugar, existía la de la valoración de Stalin: Mao insistía en que tenía «tres partes malas y siete buenas».[51] Después, había la discusión sobre «la vía parlamentaria al socialismo» de Khruschev, muy relacionada con la tercera problemática, la coexistencia pacífica. El imperialismo, según la visión de Mao, era irremisiblemente hostil al mundo socialista. El editorial de diciembre había llegado a la conclusión de que «los imperialistas están siempre dispuestos a destruirnos. Por ello, nunca debemos dejar de lado … la lucha de clases a nivel mundial».[52] Para China, esto tenía todo el sentido del mundo: su escaño en las Naciones Unidas continuaba todavía ocupado por Taiwan;[53] el último contacto mantenido con Estados Unidos había tenido lugar en el campo de batalla de Corea. Pero la posición de los dirigentes soviéticos era bastante diferente. Efectuaban acuerdos con Estados Unidos y las otras potencias capitalistas de un modo rutinario, en el marco de las Naciones Unidas y a través de los canales diplomáticos. Para el Kremlin, esa razonable mezcla de competencia y contactos con Occidente era mucho más atractiva que el estéril inmovilismo de la guerra fría.

En último lugar, y en cierto sentido el más problemático para los rusos —a causa de que era imposible predecir hacia dónde les encaminaría—, estaba la insistencia de Mao en las contradicciones. Ésta nunca fue demasiado bien vista en Moscú. El propio Stalin la había criticado aduciendo que era contraria al marxismo. Pero allí estaba Mao proclamando ahora que los abusos de poder de Stalin mostraban que las contradicciones aparecían incluso bajo el cielo socialista. En diciembre, el Diario del Pueblo había afirmado la existencia «en los países socialistas de contradicciones entre diferentes secciones del pueblo, entre camaradas del partido socialista, [y] entre el gobierno y el pueblo», así como «contradicciones entre los países socialistas, [y] las contradicciones entre partidos comunistas».[54] Desde el punto de vista ruso, que sostenía que la unidad monolítica era la mayor de las dichas posibles, aquello era como una lata llena de gusanos que nadie desea abrir. El comunicado publicado tras la visita de Zhou Enlai era diáfano: «No ha habido ni hay contradicciones esenciales … en la relación entre los estados socialistas. Incluso si en el pasado existieron … negligencias, están siendo ahora rectificadas y eliminadas».[55]

Sin embargo, a pesar de esas diferencias, a principios de 1957 no existía apenas nada que pudiese sugerir una ruptura inminente.

Mientras Zhou se lamentaba de la falta de voluntad de los líderes soviéticos para enfrentarse a sus propios errores, así como de su «subjetividad [y] estrechez de miras … y [su] tendencia a patrocinar a unos e interferir en los asuntos internos de otros partidos y gobiernos hermanos», al mismo tiempo añadía cuidadosamente que «a pesar de lo anterior, las relaciones chino-soviéticas son ahora mucho mejores que durante la época de Stalin».[56] También Mao se mostró bastante vehemente. «¡No todos los pedos soviéticos huelen bien!», señaló. Khruschev era un engreído y estaba cegado por el poder, y si los rusos persistían en sus errores, «seguro que, algún día, todo saldrá a la luz».[57] Pero las disputas entre los partidos comunistas eran inevitables, y Pekín y Moscú siguieron cultivando los nexos de unión entre ambos.

A lo largo de la primera mitad de los años cincuenta, los intelectuales de China habían sido tratados como una de las «clases negras», hostiles o como mínimo indiferentes a la revolución comunista.

El movimiento de reforma del pensamiento que había acompañado la guerra de Corea destacó por los ataques personalizados contra individuos señalados y sus obras, entre ellos el filósofo Hu Shi, a cuyas conferencias Mao había asistido cuando era asistente de biblioteca en Pekín.[58] Hubo no pocas campañas contra diversas películas, como La historia secreta de la dinastía Qing, ambientada en la rebelión de los bóxers, y denunciada por representar una capitulación ante el capitalismo;[59] o La vida de Wu Xun, sobre un mendigo del siglo XIX que empleó sus ahorros en construir escuelas para los pobres, acusada de fomentar la capitulación ante el feudalismo.[60] Otro esfuerzo importante por poner límites a los intelectuales afectó a Liang Shuming, un pensador liberal que había cometido la temeridad de criticar a los comunistas por cargar a los campesinos con impuestos demasiado elevados.[61] En un encuentro del Consejo del Gobierno Central, al que Liang asistió como invitado, se convirtió en el objeto de los ataques de Mao durante más de una hora:

El señor Liang se considera a sí mismo un «hombre íntegro» … ¿Realmente eres «íntegro»? Si lo eres, confesémoslo sinceramente todo sobre tu pasado —cómo te opusiste al Partido Comunista y al pueblo, cómo asesinaste con tu pluma … Hay dos maneras de matar a la gente: la primera es esgrimiendo las armas y la segunda utilizando la pluma. Lo más habilidosamente disimulado y menos sangriento es matar con la pluma. Ésta es la clase de asesino a la que perteneces.

Liang Shuming es un reaccionario total, pero él lo niega decididamente … ¿Qué servicio realizas, Liang Shuming? A lo largo de tu vida, ¿qué servicio has hecho al pueblo? Ni el más mínimo, ni siquiera un poco … Liang Shuming es un intrigante ambicioso, un hipócrita.

Estaba utilizando un yunque para cascar una nuez. Para Mao, cualquier expresión de pensamiento heterodoxo podía esconder las semillas de una oposición futura. Liang escapó con sólo un varapalo verbal. Pero dos años después, cuando Mao decidió que los intelectuales se merecían una lección más severa, el guante abrasivo de la persuasión dejó paso a una manifiesta represión.

En un caso que mostró un claro paralelismo con la persecución de Wang Shiwei en Yan’an, un escritor de izquierdas llamado Hu Feng fue acusado de liderar una «camarilla contrarrevolucionaria» y fue encarcelado.[62] Durante el segundo semestre de 1955 se lanzó una caza de brujas por todo el país en busca de los «elementos de Hu Feng», que provocó numerosos suicidios en los círculos literarios y académicos. Al igual que Wang, una década antes, la ofensa de Hu había consistido en el rechazo a someterse a la voluntad del partido. Como Wang, su destino ofreció una advertencia terrorífica a los intelectuales en su conjunto sobre los peligros de no obrar según la línea del partido.

No debió de ser una sorpresa que, cuando en abril de 1956 Mao impulsó una nueva primavera del debate intelectual con el eslogan «Dejemos que cien flores florezcan, dejemos que cien escuelas compitan»,[63] ésta cayese en un terreno realmente pedregoso.[64] Después del varapalo que habían recibido durante los seis años anteriores, lo último que querían los intelectuales chinos era erguir públicamente sus cabezas y volver a mostrar abiertamente sus mentes.

Diversos factores se combinaron para producir este abrupto —y, en aquel momento, poco convincente— cambio de acontecimientos.

La paz reinaba en China. El partido estaba bajo un firme control. La transición hacia un sistema de economía socialista estaba ya muy avanzado. El dominio excesivamente rígido que el régimen había mantenido en todos los aspectos de la vida nacional, justificable, quizás, durante los primeros años, se había tornado improductivo. El principal tema de los discursos de Mao de aquella primavera fue la necesidad de descentralizar el poder. «Debemos abolir aquella disciplina que inhibe la creatividad y la iniciativa», dijo en una ocasión. «Necesitamos un poco de liberalismo para facilitar la consecución de los objetivos. Ser siempre estrictos no nos va a funcionar»[65].

Tarde o temprano era inevitable que comenzasen a soltarse las cadenas, fuese cual fuese la causa. Tal como lo habría dicho Mao, ello era una parte de la dialéctica inherente en todas las cosas. «Si la guerra no se tejiese en tiempos de paz, ¿cómo podría estallar tan repentinamente? Si la paz no se gesta durante la guerra, ¿cómo puede llegar de manera tan súbita?»[66].

Pero en el primer semestre de 1956, dos fuerzas adicionales comenzaron a presionar al partido para que avanzase hacia la liberación. Una fue la escasez de mano de obra cualificada —especialmente, científicos e ingenieros—, que bloqueaba los planes de Mao de acelerar el desarrollo económico.[67] Para intentar remediarlo, se elevaron los salarios de los intelectuales; se les permitió poseer mejores viviendas; y se realizaron intentos para atraer a los profesores chinos que vivían en Estados Unidos y en Europa. Pero Mao pronto reconoció que, si querían resolver el problema, los burócratas del partido tendrían que dejar de interferir en unas cuestiones académicas que no comprendían; y se debería conceder a los intelectuales más libertad para trabajar como juzgasen mejor.[68] La segunda fuerza fue el Discurso Secreto y, consecuencia suya, la decisión de China de dejar de copiar mecánicamente los métodos soviéticos. Repentinamente, en cuestiones de educación, dirección de fábricas, y en campos tan diversos como la genética o la música, los intelectuales y directivos chinos se encontraron, por primera vez en muchos años, con el suficiente margen de movimiento como para experimentar.

Ninguno de estos cambios pudo ser descrito como drástico durante el verano de 1956. El efecto más visible de la relajación política fue la concesión de nuevo colorido y vitalidad a la espartana austeridad de la vida cotidiana china. Las jóvenes comenzaron a vestirse con blusas floreadas. Los extranjeros describían la menos frecuente cheong-sam, la tradicional camisa larga china, abierta decorosamente una pulgada por encima de la rodilla. Se permitieron los bailes, desde música de Gershwin a Strauss. El Diario del Pueblo pasó de las cuatro a las ocho páginas, y Liu Shaoqi exhortó a los periodistas para que escribiesen historias menos monótonas.[69]

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