Mao

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13. El aprendiz de brujo

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Para Mao, y para los emperadores chinos antes que él, Zhongnanhai era como un caparazón. En lugar de eunucos, estaba rodeado de secretarios y guardaespaldas. Para su protección, se habían dispuesto tres anillos concéntricos de tropas del servicio especial, discretos pero omnipresentes. Su comida llegaba de una determinada granja de seguridad, y era probada antes de que él la ingiriese como precaución para prevenir envenenamientos. Tras la muerte de Ren Bishi, en octubre de 1950, a Mao y los otros máximos dirigentes se les asignó un médico personal. Mientras que en Yan’an y en Shijiazhuang Mao se había sentido libre para moverse a su antojo, aunque con una escolta de seguridad, en Pekín no podía ni siquiera moverse sin que cada detalle de su ruta hubiese sido planeado y reconocido de antemano. Cuando viajaba, siempre lo hacía a bordo de un tren especial. Raramente volaba, para evitar que los nacionalistas de Taiwan intentasen sabotear o derribar su avión.[162]

Durante los primeros años, Mao intentó repetidamente romper el muro preventivo que sus protectores habían levantado a su alrededor. En general, esos intentos terminaron mal.

El jefe de su cuerpo de guardaespaldas, Li Yinqiao, rememoraba una de esas ocasiones, en Tianjin, cuando Mao insistió en comer en un restaurante. Se avisó con antelación. Los encargados desalojaron a los clientes, y el lugar fue ocupado por policías de paisano. Pero cuando Mao se detuvo ante una ventana del piso superior para observar la calle fue descubierto por una mujer que colgaba la colada en un balcón. Sus gritos atrajeron a una multitud tan densa que a la comandancia de la guarnición local le llevó seis horas persuadir al gentío para que se dispersara y Mao pudiese salir. A partir de entonces, siempre que Mao deseaba romper con la ruta que los oficiales de seguridad habían establecido, se mencionaba este incidente como una razón para no hacerlo.[163]

El aislamiento de Mao quedó acentuado por la ausencia de una familia que llenase su entorno.

Anying estaba muerto, y Anqing en un hospital psiquiátrico de Dalian.[164] Jiang Qing estuvo postrada en la cama durante la mayor parte de los años cincuenta —inicialmente por enfermedades psicosomáticas, la naturaleza de las cuales no pudo ser descubierta ni por los médicos chinos ni por los rusos, y después por un cáncer uterino— y realizó varias estancias prolongadas en Moscú, la más larga de cerca de un año de duración, para recibir tratamiento médico.[165] Pero Mao se sintió tan complacido al librarse de ella que, cuando pidió permiso para retornar, él insistió en que residiese allí hasta que estuviese completamente repuesta. Según su doctor, Li Zhixun, en 1955 llevaban ya vidas separadas: se había desvanecido, ya hacía mucho, cualquier afecto que hubiesen sentido en el pasado el uno por el otro.[166] Incluso Li Yinqiao, que intentaba ser misericordioso, concluyó que a mediados de los años cincuenta el matrimonio estaba ya arruinado.[167] Comían, dormían y trabajaban por separado. En las raras ocasiones en que pasaban el tiempo juntos, Jiang desquiciaba los nervios de Mao, y éste, poco después, gruñía a los guardias que no quería volver a verla nunca más.

Su alejamiento le hizo recordar con nostalgia a sus anteriores esposas: a He Zizhen, a la que volvió a ver por primera vez en veintiún años;[168] y a Yang Kaihui, cuya memoria emergió en un poema romántico y sorprendentemente bello que tituló «Los inmortales».[169] Estaba dirigido a una antigua amiga, Li Shuyi, la mujer que, treinta años antes, se había puesto en pie, con su bebé en brazos, cuando comenzó la masacre del Día del Caballo. El marido de Li, Liu Zhixun, fue asesinado poco después que Kaihui. Sus nombres, en chino, significan «sauce» y «álamo»,[T20] un juego de palabras que Mao entrelazó con la leyenda de Wu Gang, una figura similar a Sísifo, condenado a cortar eternamente un osmanto en la luna.

He perdido mi orgulloso álamo, y tú tu sauce;

el álamo y el sauce se elevan hasta el cielo,

Wu Gang, requerido a ofrecerles un presente,

les agasaja humildemente con licor de flores de osmanto.

La solitaria diosa de la luna agita sus amplias mangas

para danzar en el cielo infinito en honor a estas bellas almas.

Llegan repentinas nuevas de la derrota del Tigre en la tierra

las lágrimas caen como de un cuenco de lluvia al quebrantarse.

Las lágrimas (ante la derrota de Chiang Kai-shek) eran agridulces, reflejando el estado de ánimo del propio Mao durante aquel verano, cuando lanzaba su recuerdo hasta unos tiempos pasados mucho más ingenuos.[170]

En el vacío dejado por aquella soledad y un pasado que nunca podría recuperar, Mao atrajo, inicialmente, una sucesión de amantes que, con el tiempo, cuando había pasado de los sesenta años, cedieron terreno a los placeres más terrenales y anónimos que le ofrecía la compañía de mujeres mucho más jóvenes.

La tradición de los bailes del sábado noche de Yan’an había sobrevivido hasta instaurarse en Zhongnanhai. Desde la pista de baile, Mao y sus jóvenes parejas gravitaban hasta su estudio, donde hacían el amor junto a montones de libros apilados sobre su enorme camastro. Las chicas provenían de compañías de baile organizadas por la división cultural del Ejército Popular de Liberación, escogidas tanto por su aspecto como por su fidelidad política. La capacidad amatoria de Mao, al igual que su aptitud para el baile, era torpe, según una antigua compañera suya, pero variada e infatigable. Maurice Faure, el político francés, señaló en una ocasión de Mitterrand: «Il a besoin des fluides feminines». Igual que Mao.

Entre la vasta colección de volúmenes de historia y literatura que se alineaban en sus anaqueles había copias de los manuales taoístas que usaban los literatos chinos, desde tiempos inmemoriales, para iniciar a sus descendientes masculinos en las artes amatorias. Entre ellos había un texto de la dinastía Han, «Los métodos secretos de la joven sencilla», de especial relevancia para los hombres mayores:

La unión entre el hombre y la mujer es como el apareamiento entre el Cielo y la Tierra. Gracias a su correcto apareamiento el Cielo y la Tierra perduran eternamente. Sin embargo, el hombre ha olvidado este secreto. Si los hombres pudiesen aprenderlo, alcanzarían la inmortalidad … Este método consiste en mantener frecuentes relaciones con muchachas jóvenes, pero eyacular sólo en raras ocasiones. Este método provoca que el cuerpo del hombre sea ligero y expulse todas las enfermedades … Todos los que pretenden prolongar su vida deben buscar la fuente misma de la vida.[171]

Los chinos son un pueblo práctico y, más allá de su aparente mojigatería, son mucho más tolerantes por lo que a libertades sexuales se refiere que los norteamericanos o los británicos. Si Mao se entregaba a las pasiones, nadie pensaría lo peor de él. Incluso Jiang Qing sufría sus flirteos en el más absoluto silencio. La única crítica real en China ante tal comportamiento, sólo aireada mucho después de su muerte, se refería a la hipocresía de Mao: en un país donde las relaciones ilícitas eran motivo suficiente para enviar a los ciudadanos corrientes a los campos de trabajo, el presidente podía llenar su alcoba, como de hecho hacía, con tantas jóvenes como desease. La «joven sencilla» y otros textos antiguos le ofrecían la bendición de la autoridad clásica, justificando sus costumbres libertinas como la acumulación de yin, la esencia femenina, para restaurar su yang, en una tradición milenaria de conservación de la potencia y la salud masculinas. Sus guardaespaldas tenían otra explicación mucho más sencilla: él tenía el poder, y era su derecho.

Los encuentros satisfacían a ambas partes. Las jóvenes de Mao no eran concubinas en el antiguo sentido imperial. Eran más bien groupies, congregadas alrededor del presidente, al igual que algunas jóvenes occidentales van en busca de pilotos de carreras o cantantes de pop. Durante un breve espacio de tiempo, se regodeaban en la refulgente gloria de su cama, infinitamente orgullosas de su buena fortuna. Los ayudantes de Mao se aseguraban después de que se casasen con buenos maridos comunistas.[172]

Entre los que le rodeaban, algunos conjeturaron que se estaba obsesionando con la edad, rechazando los síntomas de la vejez.[173] Pero probablemente Li Yinqiao se aproximaba más a la verdad cuando afirmó que Mao se rodeaba de gente joven para escapar de la soledad.[174] Las jóvenes muchachas contribuían a satisfacer esa necesidad. Al igual que los jóvenes que actuaban como sus sirvientes personales. En los últimos veinte años de su vida, admitió el mismo Mao, ellos se convirtieron en una familia sustitutiva.[175] Les veía mucho más que a sus propias hijas, que pasaban la mayor parte del tiempo en un internado. Sus guardias personales le proporcionaban somníferos todas las noches y combatían su insomnio con masajes; le ayudaban a vestirse; le servían la comida; vigilaban todos sus movimientos. Pero eran una familia transitoria, cuyos miembros podían ser destituidos por un antojo; una familia simulada, que no comportaba responsabilidades, preocupaciones, ni ataduras.

Más allá de este estrecho y reducido círculo, Mao, durante sus años de poder ilimitado, se vio privado de todos los contactos humanos habituales. Sus relaciones con el resto del Politburó eran estrictamente políticas. A diferencia de Stalin, que se había dedicado a rondar la noche con sus camaradas, Mao se retiraba a una lejanía cada vez mayor, recluido en sus propios pensamientos. La amistad quedó totalmente descartada.[176] «La relación entre los hombres y un “dios” está marcada por la oración, y por la respuesta a las oraciones», escribió años después Li Yinqiao.[177] «No puede existir ningún intercambio en pie de igualdad entre ambas partes». Tiempo atrás, buena parte de la atención de Mao había estado dedicada a las cuestiones militares: la guerra civil, la guerra con Japón, nuevamente la guerra civil y la guerra con Corea. Pero, a partir de 1953, sólo le quedaba la política.

El movimiento de las «cien flores» había sido el primer intento llevado a cabo por Mao de liberarse del rígido sistema jerárquico de gobierno del comunismo soviético, y de encontrar un camino distintivamente chino para el Estado que él entonces gobernaba. Khruschev lo había desaprobado.[178] En privado, Mao replicó que la mente de los rusos se había petrificado, y que estaban abandonando los fundamentos del marxismo-leninismo.[179]

Cuando el experimento llegó a su doloroso final en plena campaña antiderechista, Mao comenzó a anhelar un retorno a la vieja y tantas veces probada estrategia de la movilización de las masas, que había mostrado sus posibilidades durante el movimiento de colectivización.

Durante la primavera de 1956, había intentado aplicar este principio a la economía. Pero el llamado «pequeño salto adelante» se había ido a pique cuando los cuadros locales se fijaron objetivos imposibles, y los campesinos y los disgustados obreros dejaron sus herramientas como protesta. Cuando Zhou Enlai demandó una reducción de la velocidad, Mao, remiso, se mantuvo al margen. Un editorial del Diario del Pueblo que le habían remitido para su aprobación sobre el tema de «oponerse a un avance precipitado», fue retornado con dos palabras escritas de su propio puño y letra: «sin leer».[180]

En aquel momento, Mao justificó este revés argumentando que en la construcción económica, al igual que en la guerra, el avance nunca es como una línea recta, sino que se produce en distintas etapas.[181] «Siempre hay altibajos», dijo, «una ola persigue a la otra … Las cosas deben desarrollarse y avanzar según las leyes del oleaje». El «pequeño salto» había fracasado, sugirió, porque había coincidido con la recesión de una ola; en un momento más apropiado del ciclo habría alcanzado logros mucho mayores.

En otoño de 1957, Mao decidió que había llegado el momento de volver a intentarlo.

En esta ocasión, la mayor parte de la cúpula estuvo de acuerdo. Comenzaban a comprender que el modelo soviético estaba fracasando. Las cooperativas no generaban los excedentes agrícolas necesarios para financiar un programa de industrialización de estilo soviético;[182] los intelectuales, necesarios para ponerlo en práctica, se habían mostrado indignos de su confianza;[183] no disponían de la ayuda financiera soviética, indispensable para pagar una parte de su coste, a causa de que los rusos destinaban su dinero a reflotar sus clientes de la Europa del Este.[184] Emergió un consenso sobre la necesidad de encontrar medios alternativos para activar la economía de China que tradujese el excedente de mano de obra rural en capital industrial.

Al igual que estos imperativos prácticos, el contexto político también había cambiado.

A lo largo de la primavera que coincidió con las «cien flores», Mao había repetido constantemente la fórmula aprobada durante el Octavo Congreso de que la lucha de clases había «fundamentalmente finalizado».[185] Después de que en junio se diese inicio a la campaña antiderechista, argumentó que mientras que «la turbulenta lucha de clases a gran escala» había llegado «en esencia, a su fin», la lucha de clases per se, en cambio, se desarrollaba con aún mayor viveza.[186] La principal contradicción de la sociedad china, afirmaba ahora, no era la economía, como erróneamente había argumentado el Congreso, sino la vieja y fundamental línea divisoria entre «los caminos socialista y comunista».[187] En breve estaría preparado el escenario para una renovada irrupción del izquierdismo.

En un pleno del Comité Central del mes de octubre, Mao vislumbró un radiante futuro basado en la revolución económica en el campo.[188] China, dijo, alcanzaría los niveles de producción agrícola más altos del mundo. La producción de acero llegaría a los veinte millones de toneladas en un plazo de quince años (cuatro veces el nivel de 1956). Con mayor extravagancia, también insistió en que se debían eliminar las «cuatro plagas», convirtiendo a China en «el país de los cuatro “sines”: sin ratas, sin gorriones, sin moscas y sin mosquitos». Como respuesta a esa llamada, por todo el país, los ciudadanos se organizaron. Un experto ruso de visita recordaba:

Unos gritos de mujer que helaban la sangre me despertaron de buena mañana. Me apresuré hasta la ventana y vi a una joven corriendo de un lado a otro sobre el tejado del edificio contiguo, agitando frenéticamente una vara de bambú que tenía un gran trapo atado a la punta. La mujer se detuvo repentinamente … pero un momento más tarde, en la calle, comenzó a sonar un tambor, y ella reanudó sus terroríficos chillidos y los enajenados movimientos de su peculiar bandera … Me di cuenta de que en los pisos superiores del hotel había mujeres dispuestas para la ocasión agitando sábanas y toallas que se suponía que servían para evitar que los gorriones se posasen sobre el edificio.[189]

El plan funcionó. Miles de gorriones murieron de fatiga.[190] Otro extranjero informó algunos meses después que no había visto un solo gorrión en cuatro semanas, y sólo en quince ocasiones había encontrado moscas, por lo general aisladas. Desafortunadamente, Mao desoyó las advertencias que decían que el gorrioncidio causaría la proliferación de orugas (comida habitual de los gorriones) en la cosecha.[191] Al año siguiente, las chinches sustituyeron a los pájaros como blanco.

El vigor revolucionario en casa vino acompañado de los acontecimientos que se sucedían en el extranjero. El 4 de octubre, mientras el pleno del Partido Comunista Chino estaba reunido, la Unión Soviética lanzó el primer Sputnik, en un momento en que, como lo expresó Mao, Estados Unidos «no había lanzado ni siquiera una patata».[192]

Poco después, Khruschev habló de superar los niveles de producción cárnica y lechera de Occidente, insistiendo en que no se trataba de «un asunto de aritmética; es una cuestión política»[193] —una frase que sonaba como música celestial a oídos de Mao, ya que él había afirmado recientemente ante su propio Comité Central que, en la dicotomía entre la política y la tecnología, «la política es lo principal y [siempre] ocupa el lugar de privilegio».[194] Al mes siguiente, mientras Mao se encontraba en Moscú para tomar parte en la Conferencia de los Partidos Comunistas del Mundo, el líder soviético anunció sus planes de sobrepasar a Estados Unidos, en el plazo de quince años, en la producción de hierro, acero, energía eléctrica, aceite y varias clases de bienes de consumo.[195] Mao, poco dispuesto a dejar pasar un desafío, informó rápidamente a los dirigentes del mundo comunista allí reunidos que China superaría en quince años a Gran Bretaña.[196].

Después les ofreció sus ideas sobre el estado contemporáneo del mundo, refiriéndose a una sentencia de la novela El sueño del Pabellón Rojo: «O el viento del este predomina sobre el del oeste, o el viento del oeste predomina sobre el del este»:

Actualmente, siento que la situación internacional ha llegado a un punto de inflexión … Se caracteriza por el hecho de que el viento del este prevalece sobre el viento del oeste. Esto es lo mismo que decir que el socialismo es absolutamente superior a las fuerzas del imperialismo … Creo que podemos [afirmar] que el mundo occidental ha quedado por detrás nuestro. ¿Están lejos de nosotros? ¿O sólo un poquito por detrás? Tal como lo veo —y quizá sea en ello un poco aventurero—, afirmo que han quedado definitivamente por detrás.[197]

Mao regresó a Pekín, a finales de noviembre, en este acalorado estado de ánimo, por no decir eufórico, para enfrentarse a los desafíos económicos que le esperaban en su tierra. La dirección a seguir había quedado delimitada. Al prometer dejar atrás a Gran Bretaña, Mao había comprometido a China a producir cuarenta millones de toneladas de acero a principios de los años setenta (el doble de la ya desmesurada cifra aprobada algo menos de dos meses atrás por el pleno del Comité Central), además de tener que superar la producción británica de cemento, carbón, fertilizantes químicos y maquinaria industrial.[198] La única cuestión era cómo conseguirlo.

Para hallar la respuesta, Mao inició un viaje que se prolongó durante cuatro meses por diversas provincias de China y que le llevó desde el sur del país hasta Manchuria; de allí, en el mes de marzo, hasta Sichuan, en el oeste; después, en un vapor por el río Yangzi, hasta Wuhan; y, finalmente, en abril, hasta Hunan y Guangdong.

De manera ostensiva, Mao estaba «buscando la verdad en los hechos», llevando a cabo investigaciones en las raíces antes de proceder a formular una nueva política, al igual que había hecho en Jiangxi durante los años treinta. Pero había una diferencia crucial. En la «República Soviética China», un cuarto de siglo antes, Mao se había sentido libre para investigar a su antojo. En 1958, en la República Popular, todos sus movimientos eran coreografiados con días e incluso semanas de antelación. El significado de «buscar en las raíces» había pasado ya entonces a designar un sinfín de reuniones con los primeros secretarios provinciales y visitas a granjas cuidadosamente seleccionadas en las que todo el mundo había sido instruido para decirle a Mao sólo lo que las autoridades provinciales querían que oyese. Mao no disponía de información precisa y de primera mano. En lugar de ello, creyó en la ilusión de estar bien informado, lo que se mostraría mucho más peligroso que la ignorancia.

En todas las etapas de su peregrinación, Mao convocó conferencias de la cúpula dirigente, en las que se fue forjando gradualmente la base teórica de lo que sería el «Gran Salto Adelante».

En Hangzhou, el cuatro de enero de 1958, presentó por vez primera su idea de una «revolución ininterrumpida» (concepto que, como pronto explicaría, no tenía nada que ver con la herejía trotskista), por medio de la cual la «revolución socialista» (la colectivización de los medios de producción), que ya entonces había sido completada en China, sería irremisiblemente culminada por una «revolución ideológica y política» y por una «revolución tecnológica».[199]

Diez días después, en Nanning, dio rienda suelta a su cólera contra los que, dieciocho meses antes, le habían persuadido de abortar el «pequeño salto».[200] «Yo soy el “principal culpable” del progreso precipitado», anunció desafiante. «Estáis en contra del progreso precipitado. Pues bien, ¡yo estoy en contra vuestra!». Zhou Enlai realizó una autocrítica, confesando que «había vacilado sobre la política a seguir» y había cometido «errores de conservadurismo derechista».[201] En Chengdu, en marzo, Mao castigó a los ministros encargados de la planificación por haberse adherido servilmente a las prácticas soviéticas, y al partido, por mostrar una «mentalidad de esclavo» ante los «expertos» en general y los expertos burgueses en particular.[202] Un mes después, en Hankou, fue más allá, declarando que los intelectuales burgueses constituían una clase explotadora a la que se debía combatir, y que China no debía quedar amordazada por las leyes económicas que ellos habían diseñado:

Debemos acabar con la superstición, creyendo a —y también no creyendo a— los científicos … Siempre que se discute un problema, debemos también discutir sobre ideología. Cuando estudiamos un problema, debemos someter los [hechos] a una idea, y dejar que la política articule el asunto en cuestión … ¿Cómo se puede [resolver cualquier cosa] sólo cuando se discute de números, prescindiendo de la política? La relación entre la política y los números es como la que existe entre los oficiales y los soldados: la política es el comandante (la cursiva es mía).[203]

La exaltación de la voluntad política era bastante habitual, pero Mao raramente había afirmado con tanto descaro que podía hacerse caso omiso de los hechos y las cifras. A finales de la primavera de 1958 vivía un punto álgido en su euforia, impelida por la visión sin límites de un brillante futuro comunista en el que nada podría resistirse al esfuerzo unido de seiscientos millones de personas.

Su confianza se había inflamado con un proyecto de irrigación iniciado durante el invierno anterior.[204] En el espacio de cuatro meses, cien millones de campesinos habían cavado diques y depósitos de agua hasta casi alcanzar los ocho millones de hectáreas, sobrepasando con mucho el objetivo inicialmente fijado. Sólo era necesario «levantar la tapa, echar abajo las supersticiones, y dejar que irrumpiesen la iniciativa y la creatividad del laborioso pueblo», y así se conseguirían milagros, dijo en la segunda sesión del Octavo Congreso, celebrado en mayo, que oficialmente lanzó el Gran Salto. Y añadió, en lo que casi fue una ocurrencia de última hora: «¡No, no estamos locos!».[205]

Locos o no, los objetivos marcados aquel año, tanto para la producción agrícola como para la industrial, se elevaron exponencialmente.

En la reunión celebrada en marzo en Chengdu, Mao había reclamado a los dirigentes provinciales que se mantuviesen en el reino de lo posible. «El romanticismo revolucionario es bueno», les dijo, «pero no sirve para nada si no existe algún modo de ponerlo en práctica»[206].

En mayo, Mao había incrementado el objetivo de producción de acero de los seis a los ocho millones de toneladas, y recortó a la mitad el lapso de tiempo necesario para superar a Gran Bretaña (fijándolo en siete años), y en quince años, el mismo plazo que Khruschev había propuesto en el caso de Rusia, para hacer lo propio con Estados Unidos. De hecho, sugirió Mao, era posible que China pudiese llegar primero a esa meta y «consiguiese encabezar el programa comunista».[207] Finalmente, se dejaron de lado todas las reservas. En otoño de 1858, la estimación de acero se encaramó hasta la cifra de diez millones setecientas mil toneladas, y tres semanas después hasta «los once o doce millones». En aquel momento Mao preveía que en 1959 la producción anual de acero sería de treinta millones (superando a Gran Bretaña); en 1960, de sesenta millones (superando a Rusia); en 1962, de cien millones (superando a Estados Unidos); y a principios de los años setenta, de setecientos millones, varias veces la producción del resto del mundo. La previsión para el grano se elevó en 1958 de manera similar, primero hasta los trescientos millones (incrementando en más de la mitad el mejor registro anterior de cosechas), y después hasta los trescientos cincuenta millones.[208]

El propósito, como siempre, era hacer de China una gran nación.

«A pesar de que contamos con una gran población», dijo Mao al Politburó, «todavía no hemos demostrado cuál es nuestra fuerza.[209] Cuando alcancemos a Gran Bretaña y a Estados Unidos, [incluso el secretario de Estado norteamericano] Dulles nos respetará y reconocerá nuestra existencia como nación». Pero eso no era todo. La nueva China comunista sería además elegante. «Los franceses», apuntó Mao, «han creado sus calles, sus casas y sus avenidas con gran belleza: si el capitalismo lo puede hacer, ¿por qué no nosotros?»[210]. Y estaría también plena de comodidades. Tan Zhenlin, antaño uno de los comandantes de batallón de Mao en Jinggangshan, que había sustituido a su contemporáneo, el desapasionado Deng Zihui, como ministro de Agricultura, desveló una visión de opulencia que ponía en evidencia al «comunismo goulash» de Khruschev:

Al fin y al cabo, ¿qué significa el comunismo? … En primer lugar, comer buenos alimentos, y no simplemente llenarse la panza. En cada comida, se disfruta de una dieta cárnica, comiendo pollo, cerdo, pescado o huevos … Las exquisiteces como las manos de mono, el nido de golondrina o los hongos blancos se sirven «a cada uno según sus necesidades» … En segundo lugar, ropa. Todo lo que el pueblo anhele debe estar disponible. Vestidos de varios diseños y estilos, no [sólo] una masa de atavíos azules … Después de la jornada de trabajo, el pueblo se vestirá con sedas, satenes … y abrigos de piel de zorro … En tercer lugar, la vivienda … Se proporcionará calefacción en el norte y aire acondicionado en el sur. Todo el mundo vivirá en edificios elevados. No hace falta decirlo, estarán dotados de luz eléctrica, teléfono, agua corriente [y] televisión … En cuarto lugar, comunicaciones … Se abrirán servicios aéreos en todas las direcciones, y todos los distritos tendrán su aeropuerto … En quinto lugar, educación superior para todos … La suma total de todo esto es el comunismo.[211]

Tan no era el único que se dejaba llevar por tan extravagantes especulaciones. El propio Mao imaginaba autopistas de asfalto que servirían al mismo tiempo de pistas de aterrizaje, con cada municipio disponiendo de sus propios aviones, y sus propios filósofos y científicos residiendo en él.[212] «Es como jugar al mahjong», exclamó deleitado mientras contemplaba la gran opulencia de China: «¡Simplemente, doblad vuestras apuestas!».[213] Los otros líderes se unieron a él. Incluso Deng Xiaoping, siempre con los pies en el suelo, previó que todos los chinos poseerían su bicicleta, y que las mujeres llevarían tacones altos y usarían pintalabios.[214]

¿Cómo pudo llegar a producirse este extraordinario cambio de actitud?

¿Cómo Mao, quien para llegar al poder había dedicado toda su vida adulta a realizar juicios rigurosamente calibrados sobre lo que era y lo que no era posible, pudo suspender repentinamente todos los criterios racionales para arriesgarse en un sueño utópico que incluso la reflexión más sumaria debería haber mostrado que era imposible? ¿Cómo hombres como Zhou Enlai y Bo Yibo, que sólo un año antes se habían opuesto a previsiones mucho más modestas, pudieron entonces apoyar unos planes que, tal como debería haber sido obvio, no eran más que meras fantasías?

Incluso en la actualidad, casi medio siglo después, no es fácil aportar una respuesta plenamente satisfactoria.

El catalizador fue sin duda el exitoso lanzamiento ruso del Sputnik, que representó para Mao un despertar ante las posibilidades abiertas por el avance tecnológico.[215] La ciencia, una vez atraído su interés, le fascinaba, pero en un sentido más medieval que moderno. Leía ávidamente, pero no tanto en busca de nuevas ideas sino más bien para fortalecer su propia visión del mundo. Sus discursos se amenizaron pronto con analogías científicas que ilustraban sus ideas políticas: la estructura del átomo demostraba las contradicciones inherentes en todas las cosas; la proliferación de elementos químicos mostraba que «la materia siempre cambia y se convierte en su contrario»; el metabolismo era un ejemplo de la tendencia de todas las cosas a dividirse. Para Mao, el progreso científico justificaba su creencia, largo tiempo postulada, de que la mente puede triunfar sobre la materia (o, según lo había definido en 1937, su tesis de «la acción de la mente sobre las cosas materiales»).[216] Como una piedra filosofal de los tiempos modernos, la ciencia transmutaría la realidad de aquella China, acuñada en la miseria, para convertirla en un resplandeciente nuevo mundo en el que no se conociese la escasez ni el hambre. La rigurosa disciplina del análisis y el experimento no estaba hecha para Mao. China no contaba con un Galileo, un Copérnico, un Darwin o un Alexander Fleming que alentase la investigación escéptica. La ciencia moderna, al igual que la industria moderna, era una importación reciente y ajena, sin raíces en la cultura china, y Mao admitía sin rubor que no sabía nada de ninguna de aquellas dos disciplinas.[217] Se limitó a tomar el concepto: la perspectiva de un progreso ilimitado a través de la revolución técnica.

En un país con una tradición de expertos en ciencia e industria, los objetivos planteados en el Gran Salto habrían sido desestimados como las utopías ociosas que de hecho eran.

Pero no en China. En el seno del Politburó, sólo Chen Yun lanzó preguntas comprometidas sobre cuestiones económicas, pero desde principios de 1958 quedó sistemáticamente marginado. Quizá Zhou Enlai albergaba reservas. Pero, de ser así, se las guardaba para él: ya se había pillado los dedos en una ocasión por oponerse al anhelo de Mao de un «avance poderoso».

Entre los otros dirigentes, Liu Shaoqi tenía sus propias razones para apoyar la causa del presidente. Su relación con Zhou Enlai tenía un componente de rivalidad mucho mayor de lo que ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir. El Gran Salto debía ser impulsado por la sección del aparato del partido que dependía de Liu, no por el Consejo de Estado de Zhou: los errores de uno iban en beneficio del otro. Más aún, dos años antes Mao había informado a los miembros del Comité Permanente que pretendía dejar el cargo de jefe de Estado.[218] En la segunda sesión del Octavo Congreso, celebrada en el mes de mayo, se anunció oficialmente que Liu le sucedería. En caso de que Liu hubiese albergado dudas con respecto al Gran Salto —de lo que no existe indicio alguno—, las perspectivas de poder señalar su toma de posesión del más alto cargo del Estado con un crecimiento espectacular de la economía habrían sido una razón más que suficiente para haber cerrado sus ojos ante las posibles vacilaciones.

El resto del Politburó estaba formado por figuras leales de la vieja guardia, como Lin Boqu, que había estado junto a Mao en Cantón a mediados de los años veinte, y Li Fochun, ahora presidente de la Comisión Económica del Estado, cuya relación con Mao se remontaba a los días de la Asociación de Estudios del Nuevo Pueblo; por algunos hombres recientemente ascendidos, como los primeros secretarios de Shanghai y Sichuan, cuyos nombramientos Mao había ratificado precisamente por razón de su entusiasmo ante el Gran Salto; y por figuras militares, encabezadas por Lin Biao (recientemente promocionado como miembro del Comité Permanente del Politburó) y el ministro de Defensa, Peng Dehuai, quienes habían aprendido, en las dificultades de tantos años, que en todas las grandes cuestiones Mao invariablemente tenía razón.

Ninguno de estos hombres estaba en 1958 preparado para desafiarle. La mayoría estaban convencidos de que se aproximaba una nueva era de prosperidad. El único corpúsculo que les podría haber salvado del engaño —los intelectuales burgueses— había quedado desacreditado.

Cuando llegó el verano, Mao sabía lo que quería; conocía el porqué; pero todavía no sabía cómo llevarlo a cabo. En mayo se preguntaba todavía lamentándose: «Al margen del método soviético, ¿no es posible encontrar algo mejor e incluso más rápido?».[219]

De hecho, a pesar de que no era consciente de ello, el germen de la respuesta estaba muy próximo. El proyecto de irrigación del invierno anterior había iniciado una reacción en cadena de fusión de cooperativas, con el fin de que los cuadros estuviesen capacitados para movilizar las enormes cantidades de mano de obra necesaria para construir las redes de diques y canales.[220]

De este modo habían quedado ya elaborados los ladrillos con los que se edificaría la sociedad comunista del futuro. A finales de junio, Mao hurgó en su memoria para encontrar un nombre, y un concepto, originario de los días premarxistas, que llevaría el proceso un paso más allá. Lo que se necesitaba, dijo, era una forma de «gran comuna» que combinase la agricultura, la industria, el comercio, la cultura, la educación y la autodefensa.[221] El nombre derivaba de la Comuna de París de 1871, a cuyo «profundo significado» se había referido en un artículo de 1926;[222] el concepto emergió de las experiencias de vida comunitaria que había probado cuando era un joven estudiante y profesor, en sus días anarquistas de finales de la primera guerra mundial.

El 9 de agosto de 1958, Mao proclamó formalmente que «las comunas populares son buenas», un veredicto elevado a los altares tres semanas después en una reunión plenaria del Politburó celebrada en el complejo turístico costero de Beidaihe, a orillas del mar Amarillo, al norte de Tianjin.[223] La comuna, afirmó el Politburó, era «la mejor forma de organización para edificar el socialismo y la paulatina transición hacia el comunismo».[224] El jefe de la policía secreta de Mao desde la época de Yan’an, Kang Sheng, que se había mantenido como uno de los confidentes del presidente, lo resumió sucintamente en un pueril pareado que compuso y que en otoño era entonado por los campesinos de toda China:

El comunismo es el paraíso,

las comunas populares son el camino para llegar hasta él.[225]

El mismo Mao era aún más temerario. «El espíritu comunista es muy bueno», dijo a sus colegas en Beidaihe. «Si los seres humanos viviesen sólo para comer, ¿no sería como si los perros se dedicasen a comer mierda? ¿Qué sentido tiene la vida si no pones en práctica … un poco de comunismo? … Deberíamos poner en práctica algunos de los ideales del socialismo utópico»[226] El camino hacia delante, argumentaba, consistía en una vuelta al «sistema de aprovisionamiento» que los comunistas habían utilizado en Yan’an. De manera progresiva, China avanzaría hacia una economía no monetaria, donde se proporcionarían la comida, la ropa y la vivienda de manera gratuita. «El comunismo consiste en alimentarse en comedores públicos sin tener que pagar por ello», declaró.[227] Cuando llegase el momento, incluso el dinero quedaría abolido.[228].

Durante los dos meses siguientes, el Salto, que había estado inexorablemente tomando impulso desde la primavera, explotó en un frenesí de agitación que cambió para siempre la faz del mundo rural chino.

Unos quinientos millones de personas, muchos de ellos todavía intentando adaptarse a la vida en las cooperativas, creadas sólo dos o tres años antes, vieron que ahora pertenecían a algo llamado renmin gongshe, literalmente «organizaciones comunes del pueblo», donde debían compartir riquezas e infortunios con miles de completos extraños originalmente repartidos por diferentes pueblos. La comuna se convirtió en la unidad básica de la sociedad rural, así como en el supuesto modelo para el resto del país. «En el futuro», dijo Mao, «todo será designado con el nombre comuna, [incluidas] las fábricas … y las ciudades»[229].

Para muchos, especialmente para las familias adineradas, la transición fue dolorosa.

Los terrenos y el ganado de titularidad privada fueron confiscados, normalmente sin compensación alguna. En el sur de China, incluso los giros postales de los familiares de ultramar quedaron absorbidos por el fondo público. Se obligó a las familias a entregar sus enseres de cocina, en tanto que los comedores públicos los habían convertido en superfluos. Se promovieron «casas de felicidad» para los ancianos, e internados de infancia para los más jóvenes. Se exigió a los padres que abandonasen «los apegos emocionales burgueses» en favor de un estilo de vida colectivizado y militarizado, en el que la unidad familiar ideal estaba constituida por una pareja sana, deseosa y capaz de trabajar con eficiencia ejemplar como miembros de las brigadas de choque.

Se suponía que oficialmente todos podían disponer de seis horas de sueño cada dos días, pero algunas brigadas se enorgullecían de trabajar cinco o seis días sin descanso. Al tratarse de una situación imposible de mantener, se generalizaron las artimañas. Los campesinos dejaban los faroles encendidos en los campos durante toda la noche mientras dormían, con un vigía para dar la alarma en caso de que algún funcionario se acercase. Se abolieron los incentivos materiales al considerarlos innecesarios, dado el sistema de aprovisionamiento gratuito, pero muchas comunas comprobaron que sus miembros declinaban trabajar sin ellos. Sólo las unidades más avanzadas podían ofrecer las «diez garantías» que sintetizaban el fin último del sistema: asegurar a sus miembros «comida, vestidos, vivienda, escolarización, atención médica, entierros, peluquerías, entretenimientos teatrales, dinero para la calefacción y dinero para las bodas».[230]

Todo ello estaba en gran parte animado por la nostalgia de la simplicidad y el fervor de los primeros años de revolución comunista.[231]

Se ordenó a los cuadros del partido que laborasen codo con codo con el pueblo. El propio Mao, junto a Zhou Enlai y otros miembros del Politburó, emergieron como ejemplos al ser fotografiados «trabajando arduamente» en los terrenos de un nuevo embalse cerca de Pekín.[232] Se ordenó a los oficiales del Ejército Popular de Liberación, comenzando por los generales, que dedicasen un mes cada año a servir junto a la soldadesca.[233] Se lanzó una vigorosa campaña militar con el lema «Todos somos soldados», gracias a la cual los campesinos trabajaban en los campos con anticuados rifles dispuestos junto a ellos.[234]

Sin embargo, el fundamento del Gran Salto lo constituían los objetivos de producción de grano y acero.

Cuando se hizo evidente que las grandes y medianas acererías del país serían incapaces de satisfacer los nuevos objetivos, Zhou Enlai, a quien Mao había puesto a la cabeza de la campaña del acero, propuso una campaña popular para usar «hornos de patio trasero», similares a las pequeñas plantas locales de fundición de hierro usadas en el campo para fabricar herramientas agrícolas.

Los resultados fueron inmediatos y espectaculares. El campo chino se convirtió en una celosía de chimeneas humeantes. Sydney Rittenberg, que se había unido al partido en Yan’an y que entonces trabajaba para Radio Pekín, cayó presa del entusiasmo. «Cada colina, cada campo», escribió, «reluce con la luz de los hornos caseros que producen acero en lugares donde hasta entonces no se había fabricado ni un dedal de metal»[235] Albert Belhomme, otro norteamericano que había abrazado la causa comunista, ofreció una visión bastante distinta. Cuando se ordenó que su fábrica de papel de Shandong construyese hornos, «los miembros de los comités de barrio del partido iban de casa en casa, confiscando ollas y calderos, arrancando cercados de hierro e incluso las cerraduras de las puertas».[236] Un visitante inglés de la provincia de Yunnan, en el lejano sureste, describió que, en una aldea donde se habían equipado cuatro improvisados hornos ennegrecidos, halló «una furiosa, agitada y alborotada escena de embriaguez … El pueblo cargaba cestos de mineral, el pueblo lo almacenaba, el pueblo arreaba los búfalos que tiraban de las carretas, el pueblo inclinaba los calderos de metal calentado al rojo, el pueblo aguardaba sobre las desvencijadas escaleras y observaba fijamente lo que sucedía en el interior de los hornos, el pueblo tiraba de carretillas llenas de metal crudo».[237]. El presidente de la comuna le explicó que habían aprendido a fabricar acero al leer un artículo de un periódico.

La misma escena se repetía en todas las ciudades y aldeas de China. En Pekín, las fábricas, las oficinas gubernamentales, las universidades e incluso las asociaciones de escritores crearon primitivas fundiciones. Los editores de la Revista de Pekín informaron:

En respuesta a la llamada del gobierno … también nosotros nos hemos dedicado a la fabricación de acero en nuestro propio patio … Algunos trajeron calderos rotos; otros contribuyeron con ladrillos viejos y cemento; y otros incluso aportaron todo tipo de cachivaches. En cuestión de horas, hemos construido un horno de reverbero de estilo chino cubierto de arcilla … La única persona del grupo que podía afirmar que tenía algún conocimiento técnico era un joven que había visitado varios hornos construidos en oficinas similares antes de emprender la construcción del nuestro.

En septiembre de 1958, el 14 por 100 de la producción de acero de China provenía de pequeños hornos locales; en octubre, la cifra había alcanzado el 49 por 100. Cuando la campaña llegó a su culminación, noventa millones de personas, cerca de una cuarto de la población activa, habían abandonado sus tareas habituales para participar en ella.[238]

El resultado, inevitable, fue una acuciante carestía de mano de obra agrícola que puso en entredicho la cosecha de otoño. En octubre se ordenó el cierre de las escuelas, y los estudiantes y todo personal no esencial, incluidos los asistentes de las tiendas, fueron enviados a trabajar a los campos. Una vez más, las brigadas campesinas de choque trabajaron duramente durante toda la noche.

Mao y el resto de dirigentes estaban convencidos que se estaba recogiendo una cosecha extraordinaria. Los cultivos cerrados, combinados con técnicas de arado profundo, habían sido motivo de extraordinarios informes de producción en terrenos experimentales. Un emprendedor campesino modélico hizo creer a Deng Xiaoping que había obtenido el equivalente de quinientas toneladas por hectárea. Se estimaba que incluso los campos de alta producción más «normales» producían setenta y cinco toneladas, y los ordinarios entre veintidós y treinta y siete toneladas; en un país en que la producción media, incluso en los años benignos, se había elevado sólo hasta las dos toneladas y media por hectárea. El Politburó habló de incrementos de producción del «cien por cien, de algunos cientos por cien, por encima del mil por cien, y de algunos millares por cien». A principios de invierno, algunas de las pretensiones llegaron a ser tan extravagantes que incluso Mao comenzó a dudar de ellas. Pero continuaba albergando la suficiente confianza en el sorprendente crecimiento de la productividad que su revolución verde supuestamente había desencadenado como para proponer que dos tercios de la tierra cultivable fuesen reforestados o se los dejase en barbecho.[239]

El inconveniente de la labranza era que requería gran cantidad de mano de obra. Ello impulsó a Mao a tomar la funesta decisión de abandonar el programa de control de la natalidad de China, quizás la más crítica, en último término, de todas las consecuencias del Gran Salto.[240]

Mientras tanto, los dirigentes de China, en un olvido colectivo de su desconfianza, saboreaban lo que estaban convencidos de que sería un futuro radiante.

Cuando el Comité Central se reunió en diciembre en Wuhan, Mao anunció que la producción de grano alcanzaría unos asombrosos cuatrocientos treinta millones de toneladas, doblando con mucho la mejor de las cosechas jamás habidas. Como medida de «prudencia», la cifra anunciada públicamente fue un 15 por 100 más moderada; y a pesar de que el objetivo de diez millones setecientas mil toneladas fijado para el acero también había sido satisfecho, Mao reconoció que sólo nueve millones de toneladas (cifra posteriormente revisada y rebajada hasta los ocho millones) eran de calidad aceptable. Aquello le obligó a admitir que las cifras de producción de acero impuestas en Beidaihe eran poco realistas. «Cometí un error», dijo al pleno. «En aquel momento [también] me mostré demasiado entusiasmado, y fracasé a la hora de combinar el fervor revolucionario con el espíritu práctico». Pero su misma disposición a criticarse en estos términos era la prueba más evidente de que creía que el Salto había sido un logro enorme. Además, era igualmente obvio por los nuevos objetivos de producción de acero que propuso; a pesar de que más moderados que en Beidaihe, eran decididamente optimistas: veinte millones de toneladas para 1959, y sesenta millones para 1962.[241]

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