Mao

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15. Cataclismo

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15. Cataclismo

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Cataclismo

En febrero de 1965, el presidente envió a Jiang Qing a Shanghai. Su misión consistía en extender un rastro de pólvora que, cuando llegase el momento oportuno, él mismo prendería, desencadenando los tortuosos acontecimientos que sumergirían a China en el violento caos de la Revolución Cultural del Gran Proletariado.[1]

El mecanismo que Mao escogió para provocar la amenazadora tormenta se había gestado seis años antes, en su llamada a los miembros del partido a emular a Hai Rui, el burócrata de la dinastía Ming.[2] Peng Dehuai le había obedecido demasiado literalmente, y fue purgado por su empeño. Pero el movimiento continuó y durante 1959 y 1960 se escribió un buen número de obras de teatro que debían ilustrar el pensamiento de Mao, incluida una de un reconocido intelectual llamado Wu Han. Algunos miembros del círculo íntimo de Mao, entre ellos Jiang Qing, habían argumentado que la obra de Wu, titulada La destitución de Hai Rui, era una defensa alegórica de Peng. Mao, que apreciaba la obra de Wu, desestimó inicialmente los cargos.[3] Pero a principios de 1965 comenzó a ser consciente de las posibilidades que ofrecían.

Wu Han no era simplemente un historiador. También era segundo alcalde de Pekín y, como tal, protegido de Peng Zhen. Peng era tanto el primer secretario del Comité Municipal del Partido en la capital como diputado jefe del Secretariado del Comité Central, el corazón mismo de la máquina nacional del Partido Comunista Chino. Y como muchos otros dirigentes de alto rango, era una figura remota y bastante solitaria, cuyo aislamiento le hacía vulnerable.

Un ataque contra Wu, comprendió Mao, podía convertirse en la afilada punta de una cuña política capaz de quebrantar el imperio de Peng Zhen. Y, por detrás de Peng, aguardaba Liu Shaoqi.

En Shanghai, Jiang Qing contrató los servicios de un periodista radical del ala izquierda llamado Yao Wenyuan, de quien Mao inicialmente había tenido noticias, durante la campaña antiderechista, como hostigador de la burguesía intelectual. En medio de un secretismo extraordinario —Yao fingió estar enfermo y se retiró a un sanatorio para trabajar—, ella le encargó una diatriba de diez mil palabras de extensión denunciando la obra de Wu por ser una «hiedra venenosa».[4]

Necesitó de todo el verano para completar el escrito. Redactó diez borradores del artículo, en tres de los cuales trabajó Mao personalmente.[5] Cuando al fin, en agosto, fue completado, el presidente aguardó tres meses más, durante los cuales tuvo la precaución adicional de enviar a Peng Dehuai, en arresto domiciliario en la capital desde 1959, a Sichuan para que ocupase un puesto menor de defensa.

El 10 de noviembre de 1965, cuando tanto Peng Zhen como Wu Han estaban de viaje y, por tanto, ausentes de Pekín, el ensayo de Yao apareció publicado en el Wenhuibao, periódico de Shanghai. Siguiendo las instrucciones de Mao, no contenía referencia directa alguna sobre el asunto de Peng Dehuai. Lo mantenía en la recámara. En su lugar, Yao acusó a Wu Han de haber descrito el apoyo de Hai Rui al campesinado en unos términos que despertaban simpatías hacia el concepto de labor privada (que, por supuesto, era la cuestión que había encendido la disputa entre Mao y Liu Shaoqi). La obra, declaraba, se debía considerar por tanto como parte de «la lucha de la clase capitalista contra la dictadura del proletariado … Su influencia es muy destacada y su veneno se ha extendido ampliamente. Si no la purificamos, perjudicará la causa del pueblo».

En el comité del partido de Pekín, el libelo de Yao causó consternación.

Los ataques ad hominem se suponían prohibidos por las directrices impuestas previamente aquel mismo año por el Departamento de Propaganda. Era imposible descubrir quién lo había autorizado, y Peng Zhen, a su vuelta, ordenó a la prensa de Pekín, incluido el Diario del Pueblo, que no lo reimprimiese. Unos días después se negó a autorizar su distribución en forma de panfleto, provocando las retrospectivas quejas de Mao de que el control de Peng en Pekín era tan estrecho que «ni siquiera una aguja puede clavarse, ni una gota de agua filtrarse».[6]

En aquellas circunstancias el presidente podría haber ordenado que el artículo volviese a ser publicado. Pero todavía se resistía a mostrar sus cartas. En lugar de ello, por tanto, puso en escena a su reconciliador, Zhou Enlai. El 28 de noviembre, Zhou convocó una reunión en Pekín, en la cual, después de escuchar las acusaciones de los compañeros de Peng de que Yao había recurrido «al abuso y al chantaje», determinó que el enfoque más correcto en asuntos literarios de ese tipo consistía en «conceder libertad de crítica y contracrítica».[7] Dos días después, acompañado de una nota editorial al efecto, que contaba con la aprobación de Zhou, el artículo de Yao apareció publicado en la sección literaria del Diario del Pueblo.

Se había conseguido clavar una aguja.

El mismo día que el artículo de Yao Wenyuan era publicado en Shanghai, Mao anunció al Comité Permanente del Politburó la destitución de Yang Shangkun, el veterano de Zunyi que dirigía la Oficina General del Comité Central.[8] El pretexto era que Yang había autorizado en 1961 las escuchas en el tren de Mao. Pero Mao había conocido la implicación de Yang durante cuatro años y no había emprendido acción alguna. Si se había decidido entonces a actuar era porque la Oficina General era el centro de comunicaciones del partido, y debía asegurarse de que estaba en manos de alguien digno de su confianza. Yang fue sustituido por Wang Dongxing, rechoncho comandante de la División Central de Guardas, conocida como la Unidad 8341, responsable de la seguridad de los dirigentes. Wang había permanecido como miembro del entorno del presidente durante más de veinte años, y su devoción por Mao quedaba fuera de toda cuestión.

Cuatro semanas después fue purgado otro oficial de alto rango. La carrera de Luo Ruiqing se remontaba a los años treinta, en Jiangxi.[9] Cuando Lin Biao se convirtió en ministro de Defensa, Mao designó a Luo para servir como jefe del Estado Mayor. Pero ambos se enfrentaron sobre la cuestión de si el Ejército Popular de Liberación debía ser una fuerza profesional o política, y Luo había sugerido imprudentemente que Lin «debería dedicar más tiempo al descanso» para conservar su salud. Cuando el asunto llegó al Comité Permanente, Mao accedió, ante las reclamaciones de Lin, a que Luo fuese suspendido y se crease un «grupo de investigación», bajo el control de Zhou Enlai y Deng Xiaoping, para «persuadir» a Luo de que confesase que había intentado apartar de su cargo al ministro de Defensa.

De este modo, a mediados de diciembre de 1965, los colegas más veteranos de Mao se vieron inmersos en un esfuerzo por comprender una inexplicable sucesión de acontecimientos. El presidente había disparado contra un veterano del partido, Yang Shangkun, en apariencia por unos errores que había cometido hacía algunos años. Había aprobado la purga de otro, Luo Ruiqing, según parecía para complacer a Lin Biao. Y estaba impulsando una oscura campaña literaria que quizá presagiaba, o quizá no, un ataque a gran escala contra la organización del partido en Pekín.

Liu Shaoqi, por una vez, no concedió ninguna oportunidad.[10] Desde finales de noviembre, en virtud del instinto de supervivencia que compartían todos los subordinados de Mao, se había distanciado de Peng Zhen, decidido a que, fuese cual fuese la disputa política que pudiese llegar, él no se vería implicado en ella.

Aprovechando este tenso ambiente, Mao dio un segundo paso.

Justo antes de Navidad, en Hangzhou, dijo a Chen Boda y a un pequeño grupo de radicales del periódico del partido, Bandera Roja, que el artículo de Yao Wenyuan (en el que seguía negando que hubiera tomado parte) había errado el blanco. El auténtico problema de la obra de Wu Han residía en las tres últimas palabras del título: «Hai Rui es destituido del cargo». «El emperador Jiaqing depuso a Hai Rui de su puesto», dijo Mao. «Nosotros destituimos a Peng Dehuai de su cargo. Hai Rui es realmente Peng Dehuai»[11]. La importancia de esta aseveración residía en el hecho de que, en el futuro, el caso de Wu Han sería considerado un asunto político, no ya literario.

El mes de enero representó un estancamiento. Las observaciones de Mao no habían sido hechas públicas, ni siquiera en el seno del Politburó, y cuando un miembro del personal de Chen Boda redactó un artículo, detallando por vez primera (sin identificar su fuente) la vehemente alegación del presidente de que Wu había pretendido la rehabilitación de Peng Dehuai, Peng Zhen consiguió que sus aliados del Departamento de Propaganda bloqueasen su publicación. Pero fue incapaz de detener todos los ataques lanzados contra Wu. El mes de febrero trajo nuevamente malas noticias.[12] Jiang Qing, con el apoyo de Lin Biao, había comenzado a trabajar con el Departamento de Asuntos Culturales del Ejército Popular de Liberación para promocionar un nuevo movimiento contra el pensamiento feudal y capitalista. Esto significaba que la campaña contra Wu Han experimentaría una rápida aceleración.

En este punto, el líder de la ciudad de Pekín realizó un intento desesperado, aunque tardío, para recuperar la iniciativa.

Durante los dieciocho meses anteriores había encabezado un «grupo para la revolución cultural» del Comité Central, que Mao había creado para combatir el revisionismo en las artes.[13] A sugerencia de Peng, este cuerpo aprobó unas nuevas directrices que le permitían abordar las divergencias ideológicas. El «compendio de febrero», tal como fue conocido, afirmaba que se preparaba una «gran batalla» entre «el pensamiento de Mao Zedong, por un lado, y las ideas burguesas, por otro», y reconocía que Wu Han había cometido errores políticos.[14] Pero también mantenía que, como había dispuesto Zhou Enlai en noviembre, las disputas académicas debían ser resueltas siguiendo mecanismos culturales, no políticos.

El 8 de febrero, Peng y el resto del grupo volaron hasta Wuhan, donde informaron a Mao de todo ello. El presidente no ratificó explícitamente el «compendio», pero tampoco presentó ninguna objeción. Preguntó a Peng Zhen si creía que Wu Han era un «elemento contrario al partido», y expresó de nuevo su preocupación por el significado de las palabras «destituido del cargo». Pero añadió que si no se encontraban evidencias de la existencia de vinculaciones organizativas entre Wu y Peng Dehuai, el historiador continuaría ejerciendo como segundo alcalde.[15]

Peng regresó a Pekín creyendo que había conseguido apaciguar la tormenta.

En las semanas que siguieron se produjeron algunos alborotos menores. Mao se lamentó de que el Diario del Pueblo era únicamente un «periódico semimarxista».[16] Y se quejó a Zhou y Deng Xiaoping de que Peng Zhen estaba gobernando Pekín como si fuese un «reino independiente».[17]

Más preocupante, si Peng lo hubiese sabido, era la aprobación de Mao de un documento programático, elaborado después del foro cultural celebrado por Jiang Qing y el Ejército Popular de Liberación, que afirmaba que, desde 1949, «hemos estado bajo la dictadura de una negra corriente contraria al partido y al socialismo, diametralmente opuesta al pensamiento del presidente Mao».[18] En tanto que Peng había estado al cargo de cultura desde julio de 1964, estaba implicado; al igual que el Departamento de Propaganda, dirigido por un miembro suplente del Politburó, Lu Dingyi; y, del mismo modo, en general, todos los funcionarios de cultura a partir de 1949. Aquí se vislumbraba, por vez primera, y claramente formulada, la perspectiva de un rechazo global de los valores culturales entonces imperantes.

Antes de dar el siguiente paso, Mao esperó hasta finales de marzo, cuando Liu Shaoqi abandonó el país en un viaje por Asia de un mes de duración. Entonces hizo público que quería que se repudiase el «compendio de febrero» a causa de que «oscurecía la separación de clases».[19] Wu Han y los otros intelectuales de sus mismas tendencias eran «dictadores intelectuales», declaró, protegidos por un «tirano del partido», Peng Zhen. Amenazó con disolver no sólo el «grupo para la revolución cultural», sino también el Departamento de Propaganda del Comité Central, al que se refirió con el apelativo de «palacio del rey de los infiernos», e incluso el mismo comité del partido de Pekín.

Las ideas de Mao fueron formalmente divulgadas por Kang Sheng en una reunión del Secretariado presidida por Deng Xiaoping el 9 de abril.[20]

Kang enumeró los «errores» cometidos por Peng en el caso de Wu Han; Chen Boda ofreció un listado de sus «crímenes» de línea política, remontándose hasta la década de 1930. Se decidió traspasar el caso al Politburó en pleno para que decidiese. Dos semanas después, cuando Liu Shaoqi regresó de Birmania, última escala de su periplo asiático, se encontró con que le aguardaba un requerimiento para que se trasladase directamente a Hangzhou, donde Mao había convocado un encuentro del Comité Permanente para pronunciarse sobre el destino de Peng Zhen. Allí el presidente le informó de que Peng y sus supuestos socios debían ser purgados, y que Liu en persona debía entregar el veredicto en una reunión ampliada que, en ausencia de Mao, se celebraría en Pekín al cabo de una mes.

El encuentro comenzó el 4 de mayo y duró más de tres semanas.[21] Kang Sheng, secundado por Chen Boda y el principal radical de Shanghai, Zhang Chunqiao, actuó de nuevo como acusador. La existencia de la «banda contra el partido de Peng Zhen, Lu Dingyi, Luo Ruiqing y Yang Shangkun», afirmó, probaba que el revisionismo había resurgido en el seno del Comité Central, tal como Mao había predicho durante los debates sobre el Movimiento de Educación Socialista, dieciséis meses antes. Sus miembros debían ser públicamente criticados y destituidos de todos sus cargos. Zhou Enlai acusó a los cuatro de «tomar el camino capitalista».[22] Lin Biao habló melodramáticamente del «aroma de la pólvora» y «la palpable posibilidad de un golpe de Estado que conllevaría asesinatos, la toma del poder y la restauración de la clase capitalista».[23]

El 16 de mayo se aprobó en la reunión una circular del Comité Central, aparentemente distribuida para reemplazar el entonces desacreditado «compendio de febrero», pero de hecho fue la primera salva oficial de lo que sería conocido (en chino) como la «gran revolución [para establecer] la cultura proletaria», la Revolución Cultural.[24] Había estado incubándola durante un mes, y Mao en persona la revisó no menos de siete veces. La principal cuestión política, declaraba la circular, consistía en la disyuntiva de «si se optaba por poner en práctica la postura del camarada Mao Zedong sobre la Revolución Cultural o, de lo contrario, por resistirse a ella». Peng Zhen y sus aliados no eran los únicos traidores. Existían otras «personas que ocupan cargos y siguen el camino capitalista» que debían ser desenmascaradas:

Aquellos representantes de la burguesía que se han introducido furtivamente en nuestro partido … son de hecho un grupo de revisionistas contrarrevolucionarios. Cuando llegue el momento, intentarán hacerse con el poder, convirtiendo la dictadura del proletariado en la dictadura de la clase capitalista. Algunas de estas personas ya han sido desenmascaradas por nosotros; pero otras no. Algunos todavía gozan de nuestra confianza, y han sido prometidos como nuestros sucesores, gente de la misma calaña que Khruschev que anida junto a nosotros. Los cuadros del partido de todos los rangos deben prestar especial atención a este punto.

La circular anunció la abolición del «grupo para la revolución cultural» de Peng Zhen y la formación de una nueva célula con el mismo nombre, encabezada por Chen Boda, y con Jiang Qing, Zhang Chunqiao y otros dos miembros como sus lugartenientes, contando con Kang Sheng de consejero. Peng y su cohorte fueron arrojados a la oscuridad —el encarcelamiento en algunos casos, y el arresto domiciliario en otros— y se fundó un Grupo para la Investigación de Casos Centrales destinado a investigar su «conducta contra el partido».[25]

De este modo, a mediados de mayo de 1966, Mao había mostrado cumplidamente al partido el vasto propósito de la gran conmoción que estaba diseñando tan concienzudamente: expulsar del poder a «los del camino capitalista» que planeaban traicionar la causa socialista. Con ese propósito estableció un cuartel general encargado de dirigir ese movimiento fuera de la jurisdicción del Politburó y la cadena de control principal del partido, cuyos miembros reproducían el diagrama de influencia radical que Mao había comenzado a acumular en 1962; con la excepción de Lin Biao, para el que reservaba otros planes. Pero no estaban nada claros, ni siquiera para los más próximos, los motivos que le habían impulsado a llevarlo a cabo en la forma que lo hizo, y aún menos cuál iba a ser el resultado final.

Una consideración que Mao había tenido en cuenta para actuar de un modo tan tortuoso y retorcido era la posibilidad del rechazo.

Si el ataque inicial a Wu Han hubiese errado, podría atribuirlo al excesivo celo de Jiang Qing, cuya función pública en los asuntos culturales habría hecho de ella una víctima expiatoria convincente. Fue también muy prudente al ceder a Liu Shaoqi la responsabilidad de dar el coup de grâce a Peng Zhen, mientras que él se mantenía al margen. El resto de dirigentes difícilmente se podían alzar para quejarse de que Peng había sido tratado injustamente, cuando ellos mismos habían hecho el trabajo sucio.

Pero había todavía otra razón fundamental.

Cuando se produjo la última confrontación entre los dirigentes, en 1959, el presidente había sido capaz de poner al resto del Politburó de su parte al hacer de ello un voto de confianza a su propia persona. Su adversario, Peng Dehuai, era un viejo soldado irascible y taciturno, cuya afilada lengua le había granjeado más enemigos que amistades. Había sido relativamente simple para Mao presentarlo como una amenaza para la estabilidad del partido. Sin embargo, en esta ocasión, la justificación de sus actos era, siguiendo criterios objetivos, no ya débil, sino totalmente inexistente. Mao deseaba depurar a Liu Shaoqi, cuyo prestigio iba a la zaga del suyo, y al secretario general, Deng Xiaoping; ninguno de los cuales había presentado una oposición abierta a su política, contando ambos además con el apoyo de la mayoría de los dirigentes de la vieja generación. No existía un fundamento lo suficientemente sólido, en un debate cara a cara, para que Mao pudiese persuadir a sus colegas de que Liu y Deng debían irse.

Como el ataque frontal estaba descartado, el presidente retomó la táctica de guerrilla que tan bien conocía. «La guerra es política», había escrito. «La política es la continuación de la guerra por otros medios». Es evidente que a Liu no se le había pasado por la cabeza que las acciones de Mao podían ser el preludio de un conflicto más amplio. Simplemente vio que el presidente estaba empeñado en lanzar un nuevo movimiento para revolucionar la cultura, y que Peng se había cruzado en su camino.

Si en aquel momento el resto de la cúpula se hubiese unido para detenerle, es posible que hubiesen evitado el desastre que se cernía sobre ellos. Pero para conseguirlo tendrían que haberse enfrentado cara a cara a Mao, en el Comité Permanente del Politburó. Y ninguno de ellos tenía el suficiente estómago para hacerlo.

La misma combinación de cobardía y egoísmo que hicieron posible que Peng Dehuai fuese la víctima en Lushan reapareció en 1966, aunque de un modo aún más pronunciado. La sacralización de Mao y sus escritos, ávidamente impulsada por Lin Biao, había llegado en aquel momento a unas cotas sin precedentes, de modo que oponérsele directamente se había convertido en algo impensable. De todos modos, Mao no dejó nada al azar. La ausencia de Liu Shaoqi hasta la víspera del cónclave de Hangzhou significaba que, incluso si alguien lo hubiese pretendido, no había tiempo para organizar la resistencia. La consiguiente sesión del Politburó celebrada en Pekín fue ampliada, siguiendo las instrucciones de Mao, para poder incluir a dieciséis de sus seguidores, por él seleccionados. A pesar de que no podían votar, su presencia hacía imposible una discusión razonada.

Existían otros signos de alarma que deberían haber alertado de que esta última campaña sería totalmente diferente de cualquier otra que Mao hubiese promovido. El lenguaje utilizado en la polémica era más radical, con mayor carga emocional, pertrechado para instigar a la turba al desenfreno, en lugar de hacer de ello una cuestión política. Los motivos personales y políticos estuvieron desde el comienzo inextricablemente mezclados. El empleo de Jiang Qing y de un círculo de hombres que contaban con la confianza de Mao ratificaba esta tendencia. Lin Biao abrió una reunión del Politburó con la acusación de que un oponente político había denigrado a su esposa, clamando que no era virgen cuando se casaron.[26]

En mayo se produjo otro acontecimiento que podría haber alertado a Liu Shaoqi de la trama que Mao estaba tejiendo.

Yao Wenyuan publicó una nueva polémica, en esta ocasión atacando no sólo a Wu Han sino a dos de sus colaboradores Deng Tuo, en otro tiempo editor del Diario del Pueblo al que Mao había censurado en 1957 por no haber divulgado las «cien flores»; y un novelista llamado Liao Mosha, que había colaborado con él a principios de los años sesenta en una columna satírica semanal titulada «Notas de una aldea de tres familias».[27] La columna, proclamaba ahora Yao, se había servido de un lenguaje esópico para atacar a Mao mediante insinuaciones, siguiendo la largo tiempo honrada tradición china de «señalar el algarrobo para denostar la morera».[T21]

La acusación era, con casi total certeza, infundada. A pesar de ello, leído con perspectiva, piezas como «El camino del rey y el camino del tirano» o «Amnesia» (que describía un desorden mental para el cual la única cura era el «completo reposo») parecían escritas de un modo tal que sólo se podían aplicar a Mao; nadie en China realizó semejante conexión en aquel momento, del mismo modo que en su momento nadie había interpretado la «destitución de Hai Rui de su cargo» como una defensa de Peng Dehuai. En lugar de ello, los ensayos se leyeron como ingeniosas caricaturas de los oficiales de bajo rango, cuyas necedades habían contribuido a lo que era eufemísticamente conocido como los «tres años de desastres naturales», de los que nadie albergaba duda alguna de a qué se referían.

Pero el quid del artículo de Yao residía en otro punto.

Si un miembro del Politburó, Peng Zhen, había sido capaz de establecer «una oscura corriente contraria al partido y al socialismo» en oposición a las políticas culturales del presidente; y si un grupo de escritores del partido habían sido capaces, durante cuatro años, de ridiculizarlo groseramente con impunidad desde las imprentas públicas de la capital, ¿por qué el hombre al que Mao había situado en el cargo del partido, Liu Shaoqi, no había hecho nada para detenerles?

Sólo había dos posibles respuestas. O Liu era un incompetente, o actuaba en coalición con los oponentes de Mao.

Habiendo completado las disposiciones preliminares, Mao puso en movimiento la siguiente pieza de su infernal maquinación.

El 14 de mayo, Kang Sheng envió a su esposa, Cao Yiou, a la Universidad de Pekín para contactar con la secretaria del partido del Departamento de Filosofía, una mujer llamada Nie Yuanzi.[28] Diez días más tarde, después de que Cao le diese garantías de su pleno respaldo, Nie y un grupo de seguidores escribieron una pancarta mural acusando al rector de la universidad, Lu Ping, de haber suprimido las directrices elaboradas por Mao sobre la Revolución Cultural, y lo encolaron en el mismo muro, en el exterior de la cantina universitaria, en que había estallado el movimiento de las cien flores, nueve años antes. Reclamaba a los estudiantes y conferenciantes que era necesario «eliminar decidida, concienzuda, pura y completamente a todos los demonios y los monstruos, a todos los revisionistas contrarrevolucionarios que pertenecen a la misma estirpe que Khruschev, y poner completamente en práctica, hasta sus últimas consecuencias, la revolución socialista».[29]

El comité del partido de la universidad, con Lu Ping en la presidencia, se puso manos a la obra. A la mañana siguiente aparecieron cientos de nuevas pancartas, la mayoría de ellas condenando al grupo de Nie.

El 1 de junio llegó el prometido «respaldo de alto nivel».

Mao en persona sancionó el póster de Nie, y ordenó que fuese retransmitido por las emisoras de radio de todo el país.[30] El Diario del Pueblo, ocupado dos días antes por Chen Boda, denunció a la universidad como «un bastión irreductible en contra del partido y el socialismo», y a Lu Bing como al líder de una «banda negra». Nie se convirtió inmediatamente en una celebridad. Llegaron telegramas de apoyo de todo el país. Los estudiantes de otras universidades de China se agolparon para verla, y para encontrar consejo sobre cómo actuar ante los recalcitrantes comités del partido de sus propios institutos de enseñanza superior.

Los estudiantes de las escuelas secundarias de la capital, encabezados por los descendientes de la elite (que habían oído hablar a sus padres de las convulsiones políticas que se avecinaban), se movieron aún con mayor urgencia.

A finales de mayo, un estudiante emprendedor y por siempre anónimo de la Escuela Media de la Universidad de Qinghua acuñó el término hongweibing, «guardia rojo».[31] El movimiento a que ello dio lugar se difundió por las escuelas de Pekín como un fuego incontrolado, alimentado por una campaña para adular a Mao que se convertía en más extravagante e insólita cada día que pasaba. Lin Biao la inició con un discurso dirigido el 18 de mayo al Politburó, en el que afirmó: «El presidente Mao es un genio … Una sola frase suya es mejor que diez mil de las nuestras».[32] El Diario del Pueblo siguió con la cantinela: «El presidente Mao es el rojo sol de nuestros corazones. El pensamiento de Mao Zedong es la fuente de nuestra vida … El que se oponga a él debe ser prendido y aniquilado». Las obras de Mao, añadía, eran «más preciosas que el oro»; «cada frase es un tambor de guerra, cada afirmación, una verdad».[33]

Liu y Deng observaban los acontecimientos con consternación y creciente desconcierto.

Ya durante la primavera se habían producido algunos anticipos de la crueldad con que se iba a desatar la caza de brujas contra los revisionistas. El antiguo jefe de Estado, Luo Ruiqing, había saltado desde la ventana de un piso elevado en un intento de suicidio.[34] Sobrevivió, pero se rompió ambas piernas: las sesiones contra él continuaron. Tras la publicación del artículo de Yao Wenyuan, Deng Tuo se quitó la vida.[35] Menos de una semana después le llegó el turno al secretario de Mao, Tian Jiaying. Se le comunicó que había sido destituido, acusado de derechista; aquella misma noche también él se suicidó.[36] Los suicidas han sido un exponente común en los movimientos políticos de China; pero no se había producido ningún caso entre los oficiales veteranos del partido desde Gao Gang, en 1954. Las muertes de Deng Tuo y Tian Jiaying fueron ampliamente interpretadas como la encarnación del tradicional modo de protesta de los intelectuales chinos ante la injusticia.

A estos siniestros sucesos entre la clase política había que añadir ahora un torbellino de caos en las universidades y escuelas.

Habiendo sido testimonios de los efectos de las «cien flores», nueve años antes, por no mencionar su propia experiencia juvenil como instigadores estudiantiles, Liu y Deng sabían perfectamente cuán rápido se podían extender a todo el país, una vez desbordados, los desórdenes de los recintos universitarios. Además, en esta ocasión, Chen Boda, evidentemente con la aprobación de Mao, publicó editoriales incendiarios que avivaban aún más el fuego. El recurso más habitual en aquellas circunstancias consistía en enviar al exterior equipos de trabajo, que se encargaban de la rectificación y la reorganización de los comités del partido descarriados. Así se había hecho ya en la Universidad de Pekín. Pero ¿era lo que deseaba hacer el presidente?

Liu y los otros dirigentes del «primer frente» se sentían superados por los acontecimientos.

Mao se encontraba entonces en Hangzhou. No había pisado la capital desde el noviembre anterior. Liu le telefoneó para pedirle su regreso y que tomase personalmente las riendas de la campaña.[37] Mao replicó que continuaría en el sur un poco más de tiempo, y que se las debían arreglar para manejar la situación como mejor supiesen. Algunos días después, Liu y Deng tomaron un avión para recibir directamente sus instrucciones. Mao les ofreció la misma respuesta. En esta ocasión se dignó a dejar entrever que no excluía el empleo de las células de trabajo, teniendo siempre en cuenta que, «con independencia de si deben o no deben ser enviadas, no se las puede enviar apresuradamente». La sentencia era ambigua, y esa era la intención.

A pesar de todo, partiendo de ese principio, se destinaron equipos de cuadros del partido y de miembros de la Liga de las Juventudes a todas las instituciones de enseñanza superior de la capital y de las otras grandes ciudades, con el cometido de restaurar el orden y poner el movimiento bajo control.[38]

Este enfoque ortodoxo y jerárquico se contradecía con las ardientes exhortaciones lanzadas por el Diario del Pueblo y otros periódicos. También fracasó en su intento de reconocer los genuinos motivos de queja de los estudiantes. En las universidades chinas, en la víspera de la Revolución Cultural, los problemas que los «derechistas» habían hecho emerger durante las «cien flores» no sólo no se habían disipado; en aquel momento, en la mayoría de los casos, eran mucho más graves. Las acusaciones de Mao de que los burócratas del partido en las universidades actuaban como «tiranos intelectuales» reverberaban entre los que tenían que padecer sus arbitrarios antojos. Se protegía a los miembros incompetentes del personal, se reprimía la originalidad, y el amiguismo y el nepotismo eran generalizados. El método preferido de enseñanza seguía siendo el del «relleno del pato» —al igual que lo había sido durante los años treinta—, a causa de que el estudio memorístico comportaba menos riesgos políticos. Los miembros del partido y la Liga de las Juventudes copaban los cargos de honor; y dado que la economía avanzaba todavía torpemente, éstos eran muy escasos.

A los pocos días, los conflictos se generalizaron.[39] Las células de trabajo trataron a los rebeldes estudiantiles como «elementos contrarios al partido y al socialismo». Pero los radicales arguyeron que los hombres de Liu eran «gángsters negros» en coalición con los desahuciados comités del partido. A finales de junio, cerca de cuarenta células de trabajo habían sido violentamente expulsadas de los recintos universitarios. En respuesta, Liu estigmatizó a miles de estudiantes acusándoles de ser «derechistas» y se organizaron sesiones de lucha contra sus dirigentes.

Retrospectivamente, no es fácil comprender cómo Liu y Deng pudieron valorar tan erróneamente las intenciones de Mao.

En aquella época, no obstante, la dimensión de lo que el presidente vislumbraba estaba más allá de la comprensión no sólo de sus adversarios, sino también de sus aliados. Que hubiese decidido lanzar a las masas contra el mismo partido era algo tan retorcido que nadie en el Politburó lo podía creer. Cuando los radicales de la Universidad de Pekín prepararon teatralmente una sesión de lucha en la que Lu Ping y otros sesenta «elementos de las bandas negras» fueron obligados a arrodillarse, ataviados con ridículos sombreros, las caras tiznadas, las ropas hechas harapos, y carteles pegados por todo el cuerpo, para que los estudiantes les golpearan y patearan, les tirasen del cabello y les atasen con sogas, antes de hacerles desfilar por las calles, no sólo Liu Shaoqi, sino también Chen Boda y Kang Sheng declararon que se trataba de un «incidente contrarrevolucionario» cuyos autores debían ser severamente castigados.[40]

Mientras Mao escondía la mano, todos intentaban comprender a su modo los sucesos que estaban aconteciendo. Para Liu y Deng, era un rebrote siniestro de las «cien flores», para «incitar a la serpiente a salir de su agujero» y poner al descubierto a quienes albergaban ideas capitalistas, al tiempo que representaba una lección para los jóvenes embaucados por éstos. Chen Boda y Kang Sheng comprendieron que Mao pretendía limitar el poder de Liu Shaoqi, pero lo consideraron una parte de un renovado esfuerzo por radicalizar la política, no el punto de partida de un asalto encaminado a demoler el sistema del partido.

Se acercaba rápidamente el momento en que todos ellos saldrían de su engaño.

La trampa de Mao estaba a punto de cerrarse. Tal como había explicado a Kang Sheng en Yan’an, un cuarto de siglo antes: «Los melones maduran. No los recojas cuando no están todavía maduros. Cuando estén a punto, caerán por su peso».

El 16 de julio, Mao nadó durante algo más de una hora en el río Yangzi, en las inmediaciones de Wuhan, flotando cerca de quince kilómetros río abajo mecido por la corriente. Fue una demostración de vigor, una metáfora de su retorno a la lucha.[41] Las fotografías de la hazaña del presidente de setenta y dos años aparecieron impresas en todos y cada uno de los periódicos de China, y en todos los cines se mostró la noticia.

Dos días después, sin informar de ello a Liu Shaoqi, voló de regreso a Pekín.

Aquella noche, en un acto de menosprecio aún mayor, Mao, reunido con Chen Boda y Kang Sheng, se negó a recibir al jefe de Estado.

A la mañana siguiente comunicó a Liu que el envío de células de trabajo había sido un error. Jiang Qing se desplazó hasta la Universidad de Pekín, donde dijo a los estudiantes radicales: «¡El que no se una a la rebelión, que se aparte a un lado! ¡Los que deseen la revolución, que se queden con nosotros!». Chen Boda declaró que la sesión de lucha de masas contra Lu Ping había sido, finalmente, un acto revolucionario, no contrarrevolucionario. El día 25 Mao exigió que todos los equipos de trabajo se retirasen, describiendo las decisiones adoptadas por Liu como «un error político». Dos días después, Jiang Qing, Chen Boda y Kang Sheng encabezaron el Grupo para la Revolución Cultural al completo hasta la Facultad de Pedagogía de Pekín, donde, en una congregación de masas, animaron a los estudiantes a «superar todos los obstáculos, liberar su pensamiento y poner en práctica una revolución a conciencia».[42]

Poco tiempo después, en una reunión de los activistas de la Revolución Cultural, en el Gran Salón del Pueblo, Liu se inculpó de los errores de las células de trabajo. Pero ahora se percibía un punto de resentimiento en sus palabras, una toma de conciencia inicial del hecho de que Mao le había vendido. «Nos preguntáis cómo hay que llevar a cabo esta revolución [cultural]», dijo a los activistas. «Os lo diré francamente, ni siquiera nosotros lo sabemos. Creo que muchos camaradas de la central del partido y muchos miembros de los grupos de trabajo no lo saben». El resultado, añadió matizadamente, era que «incluso cuando no has cometido ningún error, alguien dice que lo has hecho».[43]

El 1 de agosto, el presidente convocó un pleno del Comité Central —el primero en casi cuatro años—, para aprobar las bases políticas e ideológicas por las que se debía regir la Gran Revolución Cultural del Proletariado.[44] En su informe político, Liu volvió a reconocer los errores de enfoque de las células de trabajo. Pero, al igual que antes, sugirió que éstos eran más el resultado de la falta de claridad (atribuible, según dejó a entender, a Mao) que consecuencia de un error fundamental de la línea política. El debate que siguió dejó bien claro que existían no pocas simpatías por su opinión.

Por ello, tres días más tarde, Mao convocó una reunión ampliada del Comité Permanente del Politburó, donde comparó el envío de los equipos de trabajo con la supresión de los movimientos estudiantiles por parte de los señores de la guerra del norte y el Guomindang de Chiang Kai-shek. Liu y Deng habían llevado a cabo «un acto de exterminio y terror», dijo, añadiendo amenazador: «Hay “monstruos y demonios” entre los aquí presentes». Cuando Liu replicó que estaba dispuesto a asumir su responsabilidad, en tanto que él había estado al mando en la capital durante ese tiempo, Mao se mofó: «Estabais ejerciendo una dictadura en Pekín. ¡Hiciste un gran trabajo!».[45]

Esta provocadora afirmación circuló inmediatamente en un documento de trabajo del congreso. Al igual que su discurso de Lushan, siete años antes, condenando a Peng Dehuai, la ira de Mao sorprendió al pleno.

Al día siguiente, por si todavía no había cundido el mensaje, lo deletreó en una pancarta, titulada «¡Bombardeemos los cuarteles generales!».[46] Desde mediados de junio, aseguró Mao, ciertos «camaradas dirigentes muy importantes», que se habían opuesto a su persona ya en dos ocasiones anteriores —en 1962 (sobre las labores agrícolas privadas) y en 1964 (con motivo del Movimiento de Educación Socialista)— se habían intentado resistir a la Revolución Cultural y pretendían instaurar una dictadura burguesa. «Han subvertido lo bueno y lo malo, y confundido lo blanco y lo negro», clamó. «Han asediado y exterminado a los revolucionarios, y han ahogado las opiniones que divergen de las suyas. Han puesto en práctica el terror blanco, glorificando el capitalismo y denigrando al proletariado. ¡Cuánta maldad!». El título de la pancarta acentuaba el ataque al dejar entrever que los «camaradas dirigentes» sin nombrar habían formado un cuartel burgués en el seno del partido.

El cartel de Mao confirmaba lo que Liu había comenzado a barruntar confusamente algunos días antes: el presidente había decidido librarse de él.

Sus aliados en el Politburó, dirigidos por Deng Xiaoping, y sus seguidores del Comité Central aguardaban a que el hacha cayera sobre sus cabezas. Pero no lo hizo: Mao seguía sin querer asumir riesgos. Siguiendo sus instrucciones, Chen Boda, Kang Sheng, Xie Fuzhi, ministro de Seguridad Pública, y otros portavoces radicales concentraron todo su fuego sobre Liu. Pocos de los presentes comprendían cual había sido el error que había cometido el jefe de Estado. Pero nadie intentó defenderle. En los últimos treinta y dos años, desde el comienzo de la Larga Marcha, nadie se había enzarzado en una pelea con Mao y había salido victorioso. En agosto de 1966, con el presidente fomentando el desorden entre la cúpula y por todo el país, no parecía el mejor momento para intentarlo.

Aquella tarde Mao envió un avión en busca de Lin Biao, entonces en Dalian, adonde había acudido con su familia para eludir el calor del verano.[47] Zhou Enlai se reunió con él en el aeropuerto y, en el trayecto en coche hasta Pekín, le informó de lo que ocurría. El presidente en persona le recibió después, y le explicó que estaba destinado a convertirse en el segundo dirigente del partido en sustitución de Liu. Lin, que conocía demasiado bien los peligros que encarnaba un ascenso tan vertiginoso, intento rechazarlo, excusándose en su delicada salud. Pero Mao ya había tomado una decisión.

El 8 de agosto, el Comité Central aprobó dócilmente —por unanimidad— un documento, del que Mao realizó los arreglos finales, conocido como los «Dieciséis puntos».[48] Fue el anteproyecto para el dalun, el «gran caos» en que se sumergiría China durante los tres años siguientes.

La Revolución Cultural, declaró, era «una gran revolución que penetra hasta el alma misma del pueblo», una «tendencia general irrefrenable», destinada a derrotar la ideología feudal y burguesa y propagar la «opinión del proletariado», ilustrada por «el gran estandarte rojo del pensamiento de Mao Zedong». Era una revolución desde la base, en la que las masas se liberarían a sí mismas. «Confíad en las masas», exhortó Mao al partido, «creed en ellas y respetad su iniciativa, desechad vuestros miedos y no temáis los disturbios». Había dicho lo mismo en 1957. Pero en esta ocasión sus tropas de asalto eran «los jóvenes revolucionarios», «los osados y valientes que abren el camino». Su tarea era además diferente de la de los intelectuales burgueses a los que había dado rienda suelta durante las «cien flores». El blanco no era ahora la pereza y la arrogancia de los cuadros burócratas, sino «todos los que gozan de autoridad y siguen la vía capitalista».

Mao no estaba dispuesto a afirmar abiertamente que Liu Shaoqi era el cabecilla de este colectivo. Pero cuando el pleno eligió un nuevo Politburó —a partir de una lista confeccionada, no por el Departamento de Organización del partido, como exigían las normativas, sino por Jiang Qing, siguiendo los deseos personales de Mao—, Liu pasó del segundo al octavo lugar de la jerarquía.

Desapareció la distinción entre el «primer» y el «segundo» frente. Lin Biao se convirtió en el único lugarteniente de Mao, con el título de vicepresidente. El primer ministro Zhou Enlai, al igual que antes, era el tercero, pero, del mismo modo que los achacosos Chen Yun y Zhu De, era únicamente miembro del Comité Permanente. Se les unieron los aliados radicales de Mao, Chen Boda y Kang Sheng, y el líder cantonés, Tao Zhu, que había sustituido a Peng Zhen en el Secretariado. Deng Xiaoping fue ascendido —a pesar de su vinculación con Liu— del séptimo al sexto lugar en la jerarquía. Su caso simplemente había quedado postergado.

El día en que se inauguró el pleno, el 1 de agosto, Mao escribió una carta expresando su «ardiente apoyo» a los guardias rojos de la Escuela Media de la Universidad de Qinghua, donde había tenido comienzo el movimiento.[49] Era la señal que estaban esperando las organizaciones de guardias rojos, hasta entonces confinadas en la capital, para extenderse por China.

Dos semanas después, un millón de guardias rojos, algunos de lugares tan remotos como Sichuan o Guangdong, convergieron en la capital en la primera de una serie de diez colosales congregaciones en la plaza Tiananmen.[50] En la medianoche del 17 de agosto destacamentos de escolares y estudiantes de escuelas superiores, entonando canciones revolucionarias y con banderas de seda roja y retratos del presidente en mano, comenzaron a marchar calle abajo por Chang’an dajie, la Avenida de la Paz Eterna, para ocupar sus posiciones. La aparición de Mao estaba prevista para que coincidiera con los primeros rayos del sol naciente. Poco después de las cinco de la mañana, caminó hacia el exterior de la Ciudad Prohibida y se fundió brevemente con la multitud, antes de retirarse al pabellón situado en lo alto de la puerta para encontrarse con los representantes de los guardias rojos.

Para subrayar el fervor militante, el presidente, como el resto del Politburó, se había enfundado el uniforme verde del Ejército Popular de Liberación; algo que no había hecho desde 1950, con el despliegue de las fuerzas chinas en Corea.

El encuentro se abrió con las notas del himno de Mao, «El Este es Rojo». Chen Boda y Lin Biao enfervorizaron a la muchedumbre elogiando a Mao como al «gran líder, gran maestro, gran timonel y gran comandante». Entonces una estudiante de una escuela media de Pekín fijó con alfileres un brazalete de los guardias rojos en una de las mangas de Mao, desencadenando escenas de delirio entre los jóvenes que abarrotaban la plaza. Mao no dijo nada. No era necesario.

Dejadme que os explique las grandes noticias —noticias aún más grandes que el cielo [rezaba una tópica carta a la familia] … ¡Vi a nuestro más, más, más, más tiernamente amado líder, al presidente Mao! Camaradas, ¡he visto al presidente Mao! Hoy me siento tan feliz que mi corazón va a explotar … ¡Saltamos! ¡Cantamos! Después de ver al sol rojo en nuestros corazones, comencé a deambular como loco por todo Pekín. Le pude ver tan claramente, y era tan impresionante … Camaradas, ¿cómo os puedo describir aquel momento? … ¿Cómo podré ir a dormirme hoy? He decidido que haré del día de hoy mi aniversario. ¡¡Hoy comienzo una nueva vida!![51]

Por las calles se extendió febrilmente un clímax de entusiasmo ferviente. Pocos fueron los espíritus independientes que consiguieron ver más allá de la sublime farsa, como el estudiante que, unas pocas semanas después, escribió: «La Gran Revolución Cultural no es un movimiento de masas, sino el de un hombre dirigiendo a las masas mientras empuña un arma».[52] Pero la inmensa mayoría no pensaba así. Mao había fundado su nueva guerrilla para arremeter contra las altas esferas políticas. Una generación entera de jóvenes chinos estaba dispuesta a morir, y a matar, por él sin cuestionar su obediencia.

Y así lo hicieron.

Comenzaron pocos días después de la reunión del 18 de agosto. Una de las primeras víctimas fue el escritor Lao She, autor de El tirador de Rickshaw y Casa de té.[53] Junto a otras treinta figuras del ámbito cultural, fue conducido hasta el patio del antiguo templo de Confucio de Pekín. Allí se les cortó el pelo al estilo yin-yang (la mitad de la cabeza afeitada y la otra sin cortar); se les derramó tinta negra sobre el rostro, y colgaron de sus cuellos carteles tildándolos de «demonios vacunos y espíritus de serpiente». Se les obligó a arrodillarse mientras los guardias rojos les azotaban con palos y cinturones de piel. Lao She, que tenía entonces sesenta y siete años, perdió la conciencia. Cuando fue enviado de vuelta a casa, en las primeras horas de la madrugada del día siguiente, sus ropas estaban tan empapadas de sangre coagulada que su esposa tuvo que cortarlas para poder sacárselas. Al día siguiente se suicidó arrojándose a un lago poco profundo, no lejos de la Ciudad Prohibida.

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