Mao

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15. Cataclismo

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Paralelamente al «colapso de febrero», tal como fueron conocidos estos acontecimientos, se desarrolló una «contracorriente de febrero».[103] El propio Mao prendió la mecha inadvertidamente al fustigar a Jiang Qing y Chen Boda por su participación en la purga de Tao Zhu.[104] Él había aprobado la destitución de Tao. Pero les recriminó el hecho de haber tomado la iniciativa sin haberle consultado antes a él. Chen era «un oportunista», espetó. Jang Qing era «ambiciosa e incompetente». Incluso Lin Biao, que inicialmente había intentado proteger a Tao, fue acusado de haber sido incapaz de mantener informado al presidente. Los miembros conservadores del Politburó (los cuatro mariscales y varios viceministros), profundamente descontentos ante la purga de cuadros veteranos, lo tomaron como una señal —equivocadamente, como quedaría demostrado— de que Mao estaba perdiendo la paciencia ante los excesos de los radicales. En una reunión de la Comisión Militar celebrada en enero, en la que se mencionó la cuestión por primera vez, Ye Jianying golpeó la mesa con tal fuerza que se rompió un hueso de la mano. Después, en una reunión conjunta del Politburó y el Grupo para la Revolución Cultural mantenida el 14 de febrero, Ye advirtió nuevamente, apoyado por Xu Xiangqian y Chen Yi, del peligro de anarquía. ¿La proclamación de la Comuna de Shanghai significaba, preguntó, que el partido y el ejército eran superfluos? Nadie respondió.

Dos días después, el viceprimer ministro Tan Zhenlin, uno de los más antiguos camaradas de Mao, que en 1927 había presidido el primer soviet de obreros y campesinos del área base de Jinggangshan, se enzarzó en una disputa con Zhang Chunqiao.

«¡Las masas esto, las masas aquello!», gritó Tan.[105] «No deseáis el liderazgo del partido. Insistís en que las masas se liberen a sí mismas, que el pueblo se eduque a sí mismo y dirija la revolución por sus propios medios. ¿Qué es eso sino metafísica?». Y continuó: «Veteranos con cuarenta años de revolución han visto cómo irrumpían en sus hogares y cómo dispersaban a sus seres más queridos … Éste es el ejemplo más cruel de toda la historia de lucha en el partido». Al día siguiente, dirigió su amargura hacia Chen Boda, Jiang Qing y el resto del Grupo para la Revolución Cultural en una carta a Lin Biao:

Son absolutamente crueles; una sola palabra y una vida puede apagarse … Nuestro partido lamentablemente no tiene remedio … Nos empujarán hasta el precipicio, incluso por la menor de las ofensas. Y aun así … ¿alcanzarán el poder? Lo dudo … El primer ministro tiene un gran corazón … Puede esperar hasta que todo acabe. Pero ¿cuánto tiempo vamos a esperar nosotros? ¿Hasta que todos los cuadros veteranos hayan caído? ¡No, no, y diez mil veces no! ¡Me rebelaré![106]

El primer impulso de Mao fue desechar esas críticas como «la pataleta de un soldado».[107] Pero después de reflexionar, cambió de opinión. De los veintiún miembros del Politburó escogidos seis meses antes, cuatro habían sido destituidos (Liu, Deng, Tao Zhu y He Long), y cuatro estaban inactivos o eran neutrales (Chen Yun, Dong Biwu, Liu Bocheng y Zhu De). En los días anteriores, siete de los trece miembros que quedaban se habían manifestado en contra de la política de la Revolución Cultural.

En la medianoche del 18 de febrero, Mao convocó a Ye Jianying y dos de los otros críticos —Li Xiannian, al cargo de Hacienda; y Li Fuchun, ministro de Planificación—, además de a Zhou Enlai y dos destacados radicales.

«¿Qué clase de liderazgo del partido queréis?», preguntó con la impaciencia de un anciano. ¿Por qué no hacían retornar a Wang Ming? ¿O dejaban que los norteamericanos y los rusos gobernasen China? Si pretendían restituir a Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, espetó, él volvería a Jinggangshan y comenzaría una nueva guerra de guerrillas.[108] Era la misma amenaza que Mao había proferido ocho años antes en Lushan. Pero, en esta ocasión, había un componente teatral. Después de soltar su ultimátum, partió enojado.

De hecho, en las tres cuestiones básicas a discutir —el papel del partido, el del ejército y el de los dirigentes veteranos—, el presidente albergaba una considerable simpatía por la disputa que Ye y sus compañeros habían suscitado. Dos semanas antes, había condenado a los rebeldes de Shanghai por instaurar el principio de «sospechar de todo el mundo y derrotar a todo el mundo».[109] Ordenó que los cuadros veteranos fuesen incluidos en las «tres alianzas en una» en las que se debían basar los nuevos comités revolucionarios; y lo que era verdad en las provincias no era menos verdad en la central. También sabía que había un límite que no era prudente traspasar cuando se ponía a prueba la lealtad de la elite militar. Por estos motivos, decidió no presionar demasiado a los mariscales. Sólo Tan Zhenlin, que había enojado a Jiang Qing al compararla con la emperatriz Wu, una consorte de la dinastía Tang considerada una de las más pérfidas mujeres de la historia de China, no pudo ser redimido y desapareció de la vida pública.

A lo largo del mes siguiente se obligó a la vieja guardia a asistir a reuniones de estudio que se prolongaban durante toda la noche en las que sus errores eran condenados por los miembros del Grupo para la Revolución Cultural. En las calles del exterior, las pancartas de los guardias rojos reclamaban su destitución. Pero, a diferencia de Tao Zhu y He Long, no fueron purgados. A finales de abril Mao los convocó a todos, excepto a Tan, a una «reunión de unidad» en la que señaló que no habían «conspirado secretamente» e intentó apaciguar los encrespados ánimos.[110]

A pesar de todo, sus acciones tuvieron importantes consecuencias.

Después de febrero de 1967, el Politburó dejó de funcionar.[111] Mao no deseaba asumir el riesgo de una mayoría enfrentada contra él. En su lugar, convocó reuniones ampliadas del Comité Permanente o del Grupo para la Revolución Cultural, presidido entonces por Zhou Enlai.

Al mismo tiempo, la campaña de carteles murales en contra de los veteranos puso a la jerarquía militar tradicional a la defensiva, al tiempo que incitaba a un renovado resurgimiento de la militancia izquierdista. Mao estaba convencido de que los intentos de los dirigentes militares por restaurar la estabilidad durante el «colapso de febrero» habían sido excesivos. Los oficiales que habían mostrado un celo especial al reprimir los asaltos radicales —incluido el comandante de Qinghai— fueron denunciados como ultraderechistas y juzgados en un consejo de guerra. Lin Biao, que había respaldado inicialmente a los comandantes regionales para limitar los trastornos radicales, comenzó entonces a advertir sobre «una línea armada Deng-Liu».[112] El 1 de abril Mao aprobó una directriz condenando la «arbitraria estigmatización de las organizaciones de masas».[113] A las unidades militares, que previamente habían sido autorizadas a abrir fuego como medio para suprimir a los «reaccionarios» —un término genérico aplicado a casi todos los grupos rebeldes—, o como último recurso para la autodefensa, se les prohibió usar las armas contra los radicales en cualesquiera circunstancias.

Rápidamente estalló una escalada de violencia entre facciones. Grandes cantidades de armas fueron robadas, incluidos algunos cargamentos enviados por ferrocarril a Vietnam. En Yibin, en el curso superior del Yangzi, estallaron batallas campales en las que decenas de millares de personas se vieron implicadas. En Chongqing, los grupos rivales se sirvieron de la artillería antiaérea para bombardear las posiciones del enemigo. En Changsha se utilizaron misiles. Liang Heng, con trece años, se encontró en medio de una de esas batallas:

Salí a comprar queroseno para cuando hubiese escasez de energía eléctrica … Entonces, repentinamente, demasiado repentinamente, cincuenta o sesenta hombres armados con metralletas pasaron corriendo por la entrada del [edificio del] Diario de Hunan dirigiéndose hacia mí. Un hombre bajo vestido de negro llevaba una bandera con las palabras «Escuadrón de los Guardianes de los Jóvenes», nombre de uno de los grupos de la facción [radical] del Viento y el Rayo del río Xiang … Cuando esos hombres se encontraban delante de mí abrieron fuego, apuntando hacia abajo, a la carretera, en la distancia…

El enemigo era invisible, pero respondió con fuerza … El abanderado cayó ante mí y rodó hacia abajo como una bola de plomo. La bandera no llegó a tocar el suelo. Alguien la recogió y la izó. Entonces también éste se retorció y cayó, y otro la agarró y la levantó hacia delante…

Al final … se retiraron al refugio más cercano … [donde] los otros miembros del Escuadrón de los Guardianes esperaban con camiones y camillas … Los que todavía no estaban heridos volvieron insensatamente a la carga, abrieron con vehemencia enormes cajones de madera y diseminaron al azar los largos y puntiagudos proyectiles sobre las elevaciones del terreno…

Mientras tanto, sacaron de los camiones tres relucientes cañones de color negro y los rebeldes intentaron sonsacar a los soldados para que les enseñasen cómo usarlos. Los soldados no querían … Finalmente decidieron avanzar [de todos modos]. Dispararon tres veces, pero en todas las ocasiones el proyectil erró el blanco … En aquel momento, encontré la situación vagamente divertida, pero después … un obrero … me dijo que había disparado y matado a su mejor amigo a una distancia de medio metro porque no sabía cómo usar la ametralladora …

[Entonces llegó] alguien que ellos llamaban comandante Tang, un exaltado joven que llevaba dos pistolas en su cinto y un pequeño contingente de guardaespaldas. «Rápido, rápido», decía furiosamente. «Retirada, retirada…». Se amontonaron en los camiones, en una sangrienta montonera de vendajes e inmundicia, los motores rugieron y se fueron…

La ciudad se mantuvo todo el día presa de la agitación, y aquel atardecer el cielo se tiñó de un extraño color anaranjado … Al día siguiente supimos que los miembros de la organización [radical] Juventud de Changsha habían dirigido misiles antiaéreos hacia el Edificio de Bordados de Xiang de la plaza del Primero de Mayo en un ataque contra la Alianza de los Obreros [conservadores]. El edificio de cuatro plantas ardió hasta los cimientos.[114]

La «guerra civil en toda la nación» por la que Mao había brindado el invierno pasado se había hecho realidad.

En esta coyuntura, el presidente partió en un viaje de dos meses por las provincias para comprobar por sí mismo cómo progresaba la Revolución Cultural.[115] Su primera parada fue Wuhan, donde se habían producido enfrentamientos armados entre un grupo de obreros conservadores, conocido como el «Millón de Héroes», apoyado por el comandante militar de la región, Chen Zaidao, y el radical Cuartel General de los Trabajadores, cuyos líderes estaban en la cárcel desde el «colapso de febrero». En el peor episodio, acaecido en junio, murieron más de cien personas y tres mil resultaron heridas.

La presencia de Mao fue mantenida en secreto, y se puso en marcha un amplio dispositivo de seguridad. Todo el personal de la casa de huéspedes estatal del lago oriental, donde se alojaron, fue sustituido en la víspera de su llegada por si había contrarrevolucionarios infiltrados.

El lunes 18 de julio, después de dos días de conversaciones con los dirigentes locales, Mao llegó a la conclusión de que Chen había cometido errores y debía realizar una autocrítica pública, a pesar de mantener el mando; el Cuartel de los Trabajadores debía ser considerado como el grupo fundamental de la izquierda; y se debía animar al Millón de Héroes a unírseles. Ellos eran, al fin y al cabo, trabajadores, dijo Mao, y no debía existir ningún conflicto fundamental de intereses entre ellos. Así fue anunciado aquella noche por Wang Li, el jefe de propaganda del Grupo para la Revolución Cultural, y se emitió por el sistema de altavoces de las calles de las ciudades de todo el país un resumen de sus observaciones, en el que describía al Millón de Héroes como un grupo conservador. Al día siguiente, el ministro de Seguridad, Xie Fuzhi, pronunció un informe más detallado ante el comité del partido de la región militar.

Chan Zaidao aceptó el veredicto de Mao. El Millón de Héroes, sin saber que aquello venía del presidente en persona, no lo hizo.

La noche siguiente, miles de seguidores del grupo comandaron camiones del ejército y de bomberos y dirigieron el convoy hasta los cuarteles de la región militar, con la exigencia de que Wang Li saliese y dialogase con ellos. Cuando vieron que no aparecía, se dirigieron hacia la casa de huéspedes del lago oriental y asaltaron el edificio en que residía, totalmente inconscientes de que Mao estaba a menos de cien metros de allí. Apoyados por las tropas uniformadas de un regimiento local, forzaron la entrada de la habitación de Wang, lo arrastraron hasta un coche y lo llevaron a una reunión de lucha, donde fue severamente golpeado, hasta romperle una pierna. Durante los tres días siguientes y sus correspondientes noches, varios centenares de personas —miembros del Millón de Héroes y sus seguidores, incluyendo gran cantidad de soldados fuertemente armados— se manifestaron por las calles de la ciudad en una demostración de fuerza, exigiendo la destitución de Wang Li y Xie Fuzhi, y el derrocamiento de los radicales del Grupo para la Revolución Cultural.

Mao nunca estuvo en peligro. Si lo hubiese estado, probablemente no le habría preocupado demasiado. Tres meses antes había aterrorizado a su personal al insistir que se debía permitir que las masas asaltasen Zhongnanhai, si así lo deseaban.[116]

Pero para los radicales, fue una oportunidad enviada por el cielo para promover el inicio de una campaña nacional destinada a acabar, de una vez por todas, con la resistencia conservadora del ejército.

Lin Biao y Jiang Qing retrataron los acontecimientos de Wuhan como un motín de enorme magnitud. El propio Mao, que había volado hacia Shanghai durante las primeras horas de la mañana del jueves —rompiendo, por primera y última vez en su vida, la regla impuesta en 1959 por el Politburó que le prohibía viajar por aire por miedo a un accidente— desestimó esa idea, señalando que si Chen Zaidao hubiese deseado iniciar una rebelión, no se le habría permitido marchar. A pesar de ello, el hecho de que se hubiese visto obligado a partir precipitadamente a causa de unos disturbios militares irritó extraordinariamente a Mao.

Al día siguiente, Wang Li fue liberado, y voló junto a Xie Fuzhi de vuelta a Pekín, donde ambos fueron recibidos como héroes. Lin Biao presidió una congregación de un millón de personas en la plaza de Tiananmen, a la que asistió toda la cúpula (excepto los mariscales, que significativamente no fueron invitados), para denunciar la región militar de Wuhan por «atreverse a emplear métodos bárbaros y fascistas para asediar, raptar y golpear a los representantes de la central».

Chen Zaidao fue convocado a la capital y destituido del mando. Pero, siguiendo las instrucciones de Mao, no recibió la etiqueta de contrarrevolucionario; y cuando miles de cadetes intentaron llevárselo hasta una sesión de lucha, el comandante de la guarnición de Pekín, Fu Chongbi, lo ocultó en un ascensor, inmovilizado durante dos horas entre dos plantas de la casa de huéspedes en que se alojaba, hasta que se dispersaron.[117] El derrotado Millón de Héroes fue menos afortunado. Sus oponentes radicales del Cuartel de Trabajadores iniciaron una matanza en la que, sólo en Wuhan, murieron seiscientos obreros. En toda la provincia, se elevó a ciento ochenta y cuatro mil el número de personas apresadas, golpeadas y mutiladas.

A pesar de la confianza personal en Chen Zaidao, Mao decidió conceder todo su apoyo a los esfuerzos de Lin Biao por «arrancar a ese pequeño puñado [de seguidores del camino capitalista] de las fuerzas armadas», una expresión usada por primera vez por el hijo de Lin, Lin Liguo, en un artículo aparecido en el Diario del Pueblo el día después de los hechos de Wuhan.[118] El presidente estaba cada vez más alarmado por la debilidad militar de la izquierda, y a mediados de julio propuso a Zhou Enlai que se debía armar a los obreros y los estudiantes.[119] Zhou no inició acción alguna, pero poco después Jiang Qing hizo público el eslogan «Atacar con la razón, defender con la fuerza», que fue ampliamente usado por los grupos radicales para justificar la lucha armada.[120]

El 4 de agosto, en una carta privada a Jiang Qing —que ella leyó públicamente en un encuentro del Comité Permanente—, Mao llegó aún más lejos. Era imperativo armar a la izquierda, escribió, a causa de que la gran mayoría del ejército respaldaba a los grupos obreros conservadores.[121] Que los obreros robasen las armas no era «un problema serio». Se debía incitar a las masas para que hicieran justicia por su cuenta.

En este clima febril, el diario del partido, Bandera Roja, publicó el 1 de agosto un editorial para conmemorar el cuadragésimo aniversario de la fundación del Ejército Rojo, que dejó bien claro que la lucha contra los seguidores, en el seno del ejército, del camino capitalista era la próxima y principal tarea nacional.[122]

Pero cuando Mao lo leyó, cambió de opinión.

Al igual que había hecho después de la proclamación de la Comuna de Shanghai, decidió entonces, por segunda vez, que la Revolución Cultural había llegado a su Rubicón. Nuevamente, ordenó la retirada.

A Mao le gustaba explicar esos giros en términos dialécticos: cuando las cosas llegan a su extremo, vuelven hacia su opuesto. Así, en febrero de 1967, había actuado para preservar el principio del gobierno del partido, anticipándose al día en que quisiese reconstruirlo. Ahora, seis meses después, con la jerarquía del partido virtualmente destruida, reconoció un imperativo superior para preservar el único instrumento de poder que permanecía inalterado: el ejército. En esta ocasión, no era el temor a la anarquía lo que le había obligado a detenerse, sino el instinto político de lo que era factible. En aquel intercambio entre el activismo radical y la estabilidad militar a que había estado jugando desde el verano, había empujado la causa de los radicales hasta el límite. Había llegado el momento de que el péndulo se inclinase decisivamente hacia el otro lado.

El 11 de agosto envió un aviso a Pekín advirtiendo que la política de «arrancar del ejército a los seguidores del camino del capitalismo» era «poco estratégica». Aquello fue suficiente para que Lin Biao y Jiang Qing se alejasen de ésta como si se tratase de un ladrillo ardiendo y comenzasen a buscar cabezas de turco a su alrededor. Poco después, Mao retornó el editorial aparecido en Bandera Roja con las siniestras palabras «hierba venenosa» garabateadas sobre el papel.[123] Había sido escrito por el héroe de los acontecimientos de Wuhan, Wang Li, el editor de Bandera Roja, Lin Jie, y por otro propagandista del Grupo para la Revolución Cultural llamado Guang Feng. Los tres fueron arrestados. Wang fue acusado además de haber fomentado la disensión en el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde, a finales de julio, un grupo ultraizquierdista había tomado el control y había intentado destituir a Chen Yi. Aquello dio paso a un ataque de los guardias rojos a la legación británica, quemada hasta los cimientos como venganza por las detenciones de radicales en Hong Kong, y a incidentes menores en las misiones de Birmania, India e Indonesia. Esto enojó a Mao, ya que mostraba que China era incapaz de cumplir con sus obligaciones internacionales.[124] Y fortaleció su determinación de garantizar que como mínimo el ejército se mantuviese como una fuerza disciplinada.

En febrero, el presidente había justificado su rechazo de la Comuna de Shanghai con pretextos diplomáticos. En agosto empleó otros subterfugios para proteger al ejército.

La ola de ataques radicales se atribuyó a una sombría organización ultraizquierdista llamada el Grupo del Dieciséis de Mayo.[125] No era totalmente ficticio: un corpúsculo de guardias rojos, de unos cuarenta miembros, había sido formado con ese nombre aquella misma primavera en el Instituto del Hierro y el Acero de Pekín, y se distinguió por emprender ataques, empleando pancartas que disponían sobre los muros, contra el primer ministro Zhou Enlai, acusándole de ser el «jefe encubierto» de la «contracorriente de febrero». En aquel momento existían otros grupos radicales que lanzaban acusaciones similares, tácitamente animados por los seguidores de Jiang Qing, que había comenzado a ver a Zhou como un obstáculo para sus ambiciones políticas. Sin embargo, Mao ordenó a Chen Boda que distribuyese una declaración ratificando que Zhou era miembro de los «cuarteles generales proletarios» del presidente, y los disturbios llegaron a su fin. En agosto, el Grupo del Dieciséis de Mayo dejó virtualmente de existir —y, en todo caso, no tenía conexión alguna con Wang Li y Guang Feng, o con ninguna de las veteranas figuras que posteriormente fueron identificadas como sus líderes. Pero eso no tenía importancia. Lo que importaba era el concepto que representaba. A partir de septiembre de 1967, cuando Mao lo estigmatizó calificándolo de «camarilla contrarrevolucionaria y conspiradora» con unos «propósitos terriblemente malvados», el Grupo del Dieciséis de Mayo se convirtió en un arma multiuso para extirpar toda clase de manifestación, real o imaginaria, de disensión política.[126]

Aquel mismo mes, el presidente aprobó una directriz prohibiendo las incautaciones de armas por parte de los rebeldes izquierdistas y autorizando, una vez más, a las tropas a disparar como medio de autodefensa.[127] Siguiendo sus instrucciones, Jiang Qing realizó un discurso condenando la lucha armada y denunciando la idea de «capturar a un pequeño grupo del ejército», por tratarse de un «eslogan equivocado» y «una trampa» de los derechistas para embaucar a la izquierda.[128] «No debemos teñir al Ejército Popular de Liberación de negro», continuó. «Son nuestros propios hijos». Los problemas de los comandantes del ejército no habían llegado a su fin. Pero la amenaza que se cernía sobre la milicia desde principios de año se había alejado definitivamente.

El repudio de la «contracorriente de febrero» durante la primavera de 1967 no sólo había desencadenado un brote de ataques radicales contra el ejército. También señaló el inicio de una nueva etapa en las críticas a Liu Shaoqi y la ideología burguesa que presuntamente representaba.

Comenzó el 1 de abril de 1967, con un extenso artículo del Diario del Pueblo, escrito por un propagandista del Grupo para la Revolución Cultural llamado Qi Benyu, quien inició una nueva batalla al atacar directamente a Liu (aunque todavía sin nombrarle), acusándole de ser «la personalidad de mayor rango dentro del partido que sigue el camino capitalista». El artículo, titulado «Patriotismo o traición nacional», había sido revisado personalmente por Mao. Al igual que en muchas otras polémicas de la Revolución Cultural, se adujo un pretexto oscuro; una película filmada en 1950, ambientada en la época del emperador Guangxu, a la que Mao había calificado en una ocasión de traidora por denigrar la rebelión de los bóxers, y que Liu, según se decía, había autorizado.[129] El peso del artículo insistía en que los bóxers, al igual que los guardias rojos, eran revolucionarios, y que el respaldo de Liu a la película era un ejemplo de sus muchos otros actos de traición. El 6 de abril, los «insurrectos de Zhongnanhai» realizaron un nuevo asalto a la casa de Liu —el primero desde enero— y le interrogaron acerca de las acusaciones de Qi Benyu.[130] Al día siguiente, el jefe de Estado colgó una pancarta en el exterior de su casa desmintiendo cualquier intento de traición. Pocas horas después estaba hecha jirones, y el día 10 su esposa, Wang Guangmei, fue conducida hasta una sesión de lucha ante millares de guardias rojos de la Universidad de Qinghua, donde fue humillada obligándola a vestirse con un traje de seda, medias de seda y zapatos de tacón alto (que había llevado durante una visita de Estado a Indonesia), así como un lazo en el cuello confeccionado con pelotas de ping-pong, para simbolizar sus supuestos gustos burgueses.[131]

La acometida de los medios no se detuvo. En mayo, el libro de Liu, Cómo ser un buen comunista, fue denunciado por ser «una enorme hiedra venenosa contraria al marxismo-leninismo y al pensamiento de Mao Zedong».[132] El propio presidente lo describió como «una obra falaz, una forma de idealismo opuesta al marxismo-leninismo».

En julio se llegó al clímax.[133] En la víspera de la partida de Mao a Wuhan, los guardias rojos del Instituto de Ingeniería Aeronáutica de Pekín, respaldados por el Grupo para la Revolución Cultural, establecieron un «puesto de mando del frente para atacar a Liu Shaoqi» en la puerta occidental de Zhongnanhai. Decenas de camiones dotados de altavoces lanzaban día y noche eslóganes maoístas. El 18 de julio, varios centenares de personas se congregaron en las calles del exterior, amenazando con el ayuno hasta que Liu no fuese «arrastrado fuera».

No se hizo así porque Mao lo había prohibido expresamente. Pero aquella tarde, los «insurrectos de Zhongnanhai» celebraron una «reunión de acusación» dentro de la zona de los líderes, en la que Liu y su esposa fueron obligados a permanecer silenciosamente dos horas de pie, haciendo una reverencia, mientras sus acusadores les sermoneaban. El médico de Mao vio cómo les azotaban y les daban patadas, mientras los soldados de la Unidad Central de Guardas permanecían a un lado y les contemplaban: la camisa de Liu estaba rasgada, y la gente lo arrastraba de un lado a otro tirándole de los cabellos. Dos semanas después se repitió el episodio. En esta ocasión la pareja tuvo que permanecer de pie en la posición del «aeroplano» de los guardias rojos —inclinados hacia delante con los brazos extendidos a los costados—, mientras Liu volvía a ser interrogado sobre sus supuestas «traiciones nacionales». Deng Xiaoping y Tao Zhu, junto con sus esposas, fueron sometidos a humillaciones similares.

Pero era una minucia comparado con lo que tenían que soportar los oficiales de menor rango. Aun así, Liu, que tenía setenta años, fue obligado a arrodillarse ante las pancartas de los guardias rojos, mientras los rebeldes tiraban de sus cabellos y le golpeaban en la cabeza. Su pierna izquierda resultó malherida y después, cuando iba renqueante hacia su residencia, su rostro estaba hinchado y de color ceniciento.

El 7 de agosto escribió a Mao dimitiendo de su cargo de jefe de Estado.

No recibió respuesta alguna. Poco después fue separado de su familia. Wang Guangmei fue encarcelada. Sus hijos fueron enviados a campos de trabajo rurales. Las reuniones de acusación cesaron. A partir de entonces, Liu fue sometido a confinamiento, incomunicado en su casa, mientras el Grupo para la Investigación de Casos Centrales continuaba reuniendo «evidencias» de traición que justificasen su destitución formal.

Estos acontecimientos fueron tomando una importancia cada vez mayor a medida que el torbellino que constituía la Revolución Cultural se hacía aún más complejo. Fue un proceso presidido por Zhou Enlai bajo la responsabilidad directa de Mao. Pero en términos prácticos se convirtió en el imperio personal de Kang Sheng. Junto a los guardias rojos y los destacamentos de obreros rebeldes —los auténticos soldados de infantería de la revolución—, y al Ejército Popular de Liberación, cuyo «apoyo a la izquierda» maquilló la inferioridad numérica de los radicales, la policía política de Kang aportó el filo de gélido acero que aseguraría que, en cualesquiera circunstancias, la «dictadura del proletariado» triunfaría.

A partir de la primavera de 1967, las deliberaciones del Grupo de Examen, originalmente limitadas a la investigación de Peng Zhen y sus asociados, y después a Liu y Wang Guangmi, se ampliaron extraordinariamente.

Uno de los primeros nuevos casos que legisló Kang Sheng fue el de los llamados «sesenta y un renegados». Éste implicó a un grupo de veteranos oficiales del partido, incluyendo al antiguo ministro de Hacienda, Bo Yibo, y al jefe del Departamento de Organización, An Ziwen, encarcelados en Pekín durante los años treinta. Con la aquiescencia del entonces líder del partido, Zhang Wentian, y del resto del Politburó (incluyendo a Mao), Liu Shaoqi, como jefe de la Oficina de la China Septentrional, les había autorizado a renunciar a su militancia en el partido para, a cambio, ser liberados. En el Séptimo Congreso del partido de 1945 se revisó la cuestión, y se acordó que Liu había actuado correctamente.

La primera vez que Kang sugirió que el caso debía ser reabierto, Mao expresó sus reparos.[134] Pero, en febrero de 1967, superó sus escrúpulos.[135] Un mes después, el Grupo para la Revolución Cultural aprobó una directriz calificando a los sesenta y un oficiales de «cuadrilla de traidores» y acusándoles de haber «traicionado al partido» como pago de su libertad.[136] Mao, Zhou Enlai, el propio Kang y el resto de la cúpula sabían perfectamente que todos los cargos eran una completa maquinación. Pero era útil tanto para desacreditar a Liu ante las filas del partido como para eliminar a algunos de sus principales seguidores.

A diferencia de Stalin, parece que Mao no tuvo ningún interés en los sórdidos detalles del trato a las víctimas. Kang tenía las manos libres, empleando una mezcla de la violencia propia de los guardias rojos y las sutiles torturas de los interrogadores profesionales. Bo Yibo realizó un registro de sus tormentos escribiéndolo en fragmentos de papel que esparció por su celda, suponiendo acertadamente que sus perseguidores los preservarían, y que, algún día, cuando los vientos de la política hubiesen cambiado, se convertirían en parte del proceso contra ellos:

Hoy he vuelto a recibir otra tunda de duros golpes [escribió]. Estoy lleno de heridas y lesiones, y toda mi ropa hecha jirones. Hubo un momento, porque me mareé y giré mi cuerpo un par de veces, en que comenzaron a golpearme … y patearme una vez tras otra … [En otro momento] pusieron mis brazos por detrás de la espalda, y me colocaron en el «aeroplano», me obligaron a tener las piernas abiertas, mientras presionaban mi espalda para que no tuviese otro remedio que mantener la cabeza alzada y mostrar atención. Después, por turnos, me tiraron de los cabellos al tiempo que me pateaban y me azotaban … Ya no puedo sostener una pluma con firmeza. ¿Cómo podré escribir una confesión?[137]

Se formaron dos nuevos «Grupos de Casos Especiales» para tratar con Peng Dehuai y He Long. En julio de 1967, Peng fue golpeado con tal crueldad, en un intento de hacerle confesar que había conspirado contra Mao, que los interrogatorios se saldaron con cuatro costillas rotas.[138] He Long murió por las complicaciones de una diabetes al negársele el tratamiento médico.

Se siguieron otras investigaciones acerca de las redes clandestinas del partido de los años veinte y treinta.[139] En el este de Hebei, ochenta y cuatro mil personas fueron arrestadas, de las que dos mil novecientas cincuenta y cinco fueron ejecutadas, torturadas hasta la muerte o abocadas al suicidio. En Guangdong, siete mil doscientas personas fueron interrogadas, y ochenta y cinco, incluido un vicegobernador, azotadas hasta la muerte. En Shanghai hubo seis mil detenidos. La mayoría fueron acusados de trabajar para los nacionalistas (una acusación bastante sencilla teniendo en cuenta que se refería a un período en que el Partido Comunista Chino y el Guomindang habían formado un frente unido), y cerca de la mitad fueron calificados de traidores. Otra pequeña «camarilla de renegados», similar a la de Bo Yibo, fue desenmascarada en Xinjiang. En el noreste se urdió una historia aún más fantástica, en la que se pretendió que un grupo de oficiales veteranos del ejército eran «seguidores residuales» de Zhang Xueliang, el líder manchú, y que habían conspirado contra Lin Biao: también ellos fueron purgados. En Yunnan fueron ejecutados catorce mil cuadros en una investigación para «localizar traidores». Pero el caso más extraordinario fue el de Mongolia Interior. Allí se arrestaron trescientas cincuenta mil personas; ochenta mil fueron tan salvajemente azotadas que quedaron lisiadas de por vida, y más de dieciséis mil murieron, en un esfuerzo por mostrar que el veterano dirigente provincial Ulanfu, miembro suplente del Politburó, había formado un «partido negro» rival para competir por el poder del Partido Comunista Chino.

Ninguno de estos casos tuvo fundamento alguno. Todos estaban basados en confesiones, extraídas bajo tortura, y en el ir tejiendo entre ellos incidentes aislados, sacados de contexto, para crear una trama de sospechas paranoicas. En la nueva «guerra civil en toda la nación» de Mao, él había vuelto a la lógica y los métodos antiguos, a las prácticas de los años treinta, cuando tuvieron lugar las frenéticas purgas de sangre de las asediadas áreas rojas. El terror volvía a ser el medio por el que la China roja debía ser purificada, preparada para la creación de una nueva utopía.

En otoño de 1967, el primer y tormentoso año de la Revolución Cultural llegó a su fin. Liu Shaoqi había sido derrotado. Sus aliados habían sido purgados, y la extensa red de Kang Sheng estaba acabando con sus seguidores, imaginarios o reales. Los guardias rojos y los destacamentos de obreros rebeldes habían acabado con el control en las provincias de los oficiales veteranos del partido.

Según la tríada de «lucha, criticismo y transformación» en que se fundamentaban todos los movimientos políticos impulsados por Mao, se había acabado el tiempo para la lucha; el criticismo debía continuar; pero la prioridad era ahora la transformación, reemplazar lo viejo por lo nuevo.

En medio del caos de un país, y de todas sus principales instituciones, devastado —a excepción del ejército, la policía secreta y los ministerios consagrados a la economía—, se trataba de una cuestión más fácil de decir que de cumplir. En septiembre de 1967, durante su viaje por las provincias, Mao distribuyó una nueva directriz, exigiendo a las facciones rivales de guardias rojos y obreros que se uniesen y formasen «grandes alianzas».[140] En Pekín y Shanghai se consiguió de un modo bastante rápido, a pesar de que las disputas faccionales violentas prosiguieron entre los guardias rojos de las universidades. En otras provincias se instruyó al ejército para que mantuviese una política de neutralidad mientras las organizaciones de guardias rojos enviaban delegaciones a la capital, donde, bajo la atenta mirada del Grupo para la Revolución Cultural, se les ordenaría que negociasen hasta resolver sus diferencias.

Para promover la unidad, las facciones rivales dejaron de ser calificadas de «radicales» y «conservadoras». En lugar de ello, se utilizaron nombres locales. Así, en Anhui existía la «facción buena» (hao pai) y la «facción del pedo» (pi pai), así llamadas porque los radicales habían afirmado que la toma del poder en la provincia era buena, mientras que los conservadores habían señalado que era «tan buena como un pedo».[141] Pero a pesar de ese estímulo, y de la intervención personal de líderes de tan alto rango como Jiang Qing o Kang Sheng, fueron necesarios catorce meses para que los grupos de Anhui llegasen a un acuerdo. En otoño de 1967 sólo seis provincias habían sido capaces de establecer comités revolucionarios. En el resto del territorio los guardias rojos y las organizaciones de masas discutían todavía sobre cuál de ellas debía formar parte de aquéllos y a qué veterano dirigente provincial —cuya participación era requerida según la fórmula idea da por Mao de «tres en uno»— debían apoyar conjuntamente.

Al mismo tiempo, para poner en práctica la llamada del presidente al orden, se amplió generosamente la campaña contra el grupo ultraizquierdista del Dieciséis de Mayo. Aquel invierno, se arrestó a Qi Benyu, y a sus antiguos compañeros, Wang Li y Guan Feng, como una de las tres «manos negras» que habían actuado supuestamente como jefes encubiertos. En los cuatro años que siguieron, unos diez millones de personas caerían bajo la sospecha de ser «elementos del Dieciséis de Mayo, y más de tres millones de personas serían detenidas, una de cada veinte entre la población urbana adulta».[142] En el Ministerio de Asuntos Exteriores, donde se argumentaba que la influencia de Wang Li había sido mayor, fueron purgados, bajo el estandarte del Dieciséis de Mayo, más de dos mil diplomáticos y funcionarios.[143] Las brutales dimensiones del movimiento muestran que el papel principal en las pesquisas debía ser asumido por el ejército, que tuvo un papel protagonista en una campaña paralela, lanzada durante la primavera de 1968, para «la depuración de los rangos de clase».[144] Ello redundó en el arresto de otro millón ochocientas cuarenta mil personas, la mayoría de ellas supuestos «espías», «malos elementos», «contrarrevolucionarios recién aparecidos» y otros indeseables. Decenas de miles de hombres y mujeres anónimos fueron azotados hasta morir o se suicidaron. Los supervivientes fueron enviados a los campos de trabajo.

Otros, cuyas ofensas estaban directamente vinculadas con las actividades de la Revolución Cultural, fueron detenidos bajo las nuevas regulaciones de seguridad pública que hacían de la crítica a Mao, Lin Biao o, por extensión, a cualquier otro líder radical, un delito contrarrevolucionario. Las regulaciones habían sido promulgadas en enero de 1967, pero no se aplicaron hasta que los intentos por restaurar el orden comenzaron a tomar cuerpo a finales de año.

A pesar de esta batería de armamento represivo, el presidente no tenía el camino completamente despejado. La campaña contra el grupo ultraizquierdista del Dieciséis de Mayo animó a los conservadores a cuestionar determinados aspectos de la política del Grupo para la Revolución Cultural. Noventa y un embajadores chinos y otros diplomáticos veteranos firmaron una pancarta apoyando a los moderados del Politburó que habían sido denunciados durante la «contracorriente de febrero».[145] Un grupo de guardias rojos hizo lo mismo. Xie Fuzhi, a quien Mao había designado para encabezar el Comité Revolucionario de Pekín, fue acusado de izquierdismo radical. Se efectuaron ataques similares contra líderes radicales de Shanghai y Sichuan.

La contraofensiva de Mao llegó, cuando lo hizo, desde el lugar más inesperado.

Lin Biao había usado hábilmente las diferentes etapas de la Revolución Cultural para fortalecer su control sobre el ejército. En 1967 había sido el beneficiario de una secuencia de acontecimientos particularmente extravagante, cuando una compañía de danza del Ejército Popular de Liberación, cuyos miembros apoyaban a los radicales, se amotinaron durante la actuación de una compañía conservadora rival.[146] Aconteció que algunas de las bailarinas de la compañía conservadora eran visitantes regulares de la alcoba de Mao, y rápidamente persuadieron al presidente de la justicia de su causa. Lin Biao (y el resto del Grupo para la Revolución Cultural) mostraron con presteza su adhesión, y el asunto se convirtió en el pretexto para lanzar una purga que le permitió expulsar al jefe del Departamento Político del Ejército Popular de Liberación, el indócil general Xiao Hua.

A principios de 1968, Lin decidió que también quería reemplazar a Yang Chengwu, al que había designado dos años antes para suceder a Luo Ruiqing, caído en desgracia, como jefe del Estado Mayor. Cuando era un joven comandante de batallón, Yang había sido el responsable de dos de las épicas hazañas de la Larga Marcha —el cruce del río Dadu, y el asalto al paso de Lazikou— que habían pasado a engrosar la leyenda del Ejército Popular de Liberación. Al igual que Xiao Hua, había mostrado que tenía su propio criterio, lo que provocó de inmediato las sospechas de Lin. Lin dudaba, además, de la lealtad de otros dos veteranos oficiales. Fu Chongbi, comandante de la guarnición de Pekín, había protegido a Chen Zaidao tras los incidentes de Wuhan; mientras que Yu Lijin, comisario político de las fuerzas aéreas del Ejército Popular de Liberación, se había enfrentado a Wu Faxian, comandante de las fuerzas aéreas y aliado de Lin.

Para Mao, el hecho de que aquellos tres hombres hubiesen perdido la confianza de Lin, en un momento en que necesitaba cabezas de turco que pudiesen servir como objetivos de una nueva campaña contra el desviacionismo derechista, fue suficiente para sellar su destino.

El 21 de marzo de 1968, Jiang Qing y Kang Sheng realizaron sendos discursos clamando que «ciertas personas» estaban intentando «revocar el veredicto» de la «contracorriente de febrero». Al día siguiente se anunció que Yang, Yu y Fu habían cometido «serios errores» y que habían sido destituidos. Cuatro días después aparecieron pancartas murales acusando a los tres de fomentar el renacimiento del «conservadurismo derechista». Aquello marcó el inicio de una campaña a nivel nacional para oponerse a «los vientos derechistas que intentaban revocar veredictos correctos».[147]

Poco después, Yang fue sustituido como jefe del Estado Mayor por Huang Yongsheng, comandante de la región militar de Cantón y uno de los más leales seguidores de Lin. Avanzado aquel mismo mes, Mao dio orden de que las funciones de la Comisión Militar del Comité Permanente fuesen transferidas a la Oficina General, encabezada por Wu Faxian y ocupada exclusivamente por los asistentes de Lin.[148] A partir de entonces, Ye Jianying, Xu Xiangqian y los otros mariscales veteranos perdieron todo protagonismo en la toma de decisiones.

Lin Biao nunca conseguiría el control total del Ejército Popular de Liberación. Sus dimensiones —cinco millones de hombres— y su desarrollo a partir de diferentes regiones base, cada una de ellas con su propia cadena de mando y su propio entramado de lealtades históricas, hicieron que, con la excepción de Mao (y, durante un período, Zhu De), ningún individuo pudiera controlarlo. A pesar de ello, el año 1968 representó el momento en que estuvo más cerca de alcanzar la hegemonía sobre el estamento militar, y el Ejército Popular de Liberación adquirió un protagonismo sin precedentes en la resolución de los asuntos nacionales.

Aquel verano, Mao puso en marcha la restauración decisiva del orden en Shaanxi, en aquel momento sumido en la guerra civil, y en Guangxi, donde se había saqueado armamento pesado de algunos cargamentos camino de la frontera con Vietnam, y donde la lucha entre facciones había reducido algunas partes de la capital provincial, Nanning, a escombros.[149] Se enviaron tropas para separar a los partidos contendientes. El 3 de julio, el presidente puso en circulación una directriz exigiendo el fin inmediato de la violencia. Se establecieron comisiones de control militar en los distritos más afectados para castigar a los que se resistiesen. En Guangxi, aquello encendió una olea da de matanzas indiscriminadas y, en algunas regiones, de canibalismo político:[150] los supuestos traidores eran asesinados y se ingería sus hígados, del mismo modo que, cuarenta años antes, los seguidores de Peng Pai en Hailufeng, hacia la costa, habían asesinado y devorado a sus adversarios en «banquetes de carne humana»,[151] y los que rechazaban tomar parte en ellos eran calificados de «falsos camaradas».[152]

También se confió al ejército el restablecimiento de la disciplina en las escuelas y las universidades, hasta donde se enviaron los «equipos de propaganda de los trabajadores» para preparar el reinicio de las clases, suspendidas durante los dos años de rebelión estudiantil.

Esto dio lugar a otro sorprendente acontecimiento, menos terrible pero de inspiración no menos atávica que los sucesos de Guangxi.

A finales de julio, Mao envió un equipo de treinta mil obreros y soldados del Ejército Popular de Liberación a la Universidad de Qinghua, donde los guardias rojos radicales se habían negado a deponer las armas. La lucha finalizó debidamente, aunque no antes de que dos personas muriesen y más de un centenar resultasen heridas. Como símbolo de apoyo, Mao regaló al equipo de trabajo unos mangos que había recibido días antes durante la visita de una delegación pakistaní. El regalo fue recibido con todas las reverencias prescritas por el Liji, el clásico de los ritos del siglo V a. C., período de la antigüedad china cuyos preceptos se suponía habían sido eliminados por la Revolución Cultural. Al igual que las reliquias sagradas —un diente de Buda o un clavo de la Cruz—, los mangos fueron venerados y, en su momento, cuando comenzaban a pudrirse, recubiertos de cera para ser preservados, al tiempo que se distribuyeron «réplicas» entre las demás organizaciones.[153]

La reapertura de las escuelas contribuyó a restaurar la paz civil, pero no ayudó a resolver el problema de los millones de jóvenes que se deberían haber licenciado durante los dos años anteriores y que, en lugar de ello, dedicaron su tiempo a vagar por el país como guardias rojos.

Incluso antes de la Revolución Cultural, el desempleo entre los jóvenes en las ciudades había obligado a imponer un programa de ruralización voluntario para aquellos que abandonasen la escuela.[154] A partir de entonces, los disturbios políticos habían complicado aún más el acceso al trabajo. La producción industrial había caído cerca del 14 por 100 en 1967, y continuó descendiendo durante el año siguiente.[155]

De este modo, en otoño de 1968 el programa de ruralización fue retomado con una base más amplia, pero en esta ocasión había pasado a ser obligatorio. Durante los dos años siguientes, cinco millones de jóvenes fueron enviados al campo.[156] En un programa paralelo, varios millones de funcionarios e intelectuales fueron desalojados de las ciudades para vivir en las «escuelas de funcionarios del siete de mayo», así llamadas porque Mao había expuesto la idea del trabajo en el campo como formación en una carta a Lin Biao redactada el 7 de mayo de 1966.[157] Queda fuera de toda duda el hecho de que la mayoría de los campesinos no quiso implicarse con los recién llegados, a los que consideraban una nueva carga, que no era bien recibida. Según Mao, se trataba de una solución hábil: ideológicamente, cumplía con su anhelado ideal de derribar las barreras entre la ciudad y el campo; políticamente, obligaba a la burocracia, la «nueva clase» que él pensaba había degenerado como consecuencia de las comodidades de la vida urbana, a buscar su renovación a través del trabajo físico;[158] y socialmente, alejaba de las ciudades a los antiguos guardias rojos y a muchas de sus antiguas víctimas.

También aquí tuvo el ejército un papel crucial.

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