Mao

Mao


16. El desmoronamiento

Página 50 de 131

16. El desmoronamiento

16

El desmoronamiento

Seis semanas después de la muerte de Liu Shaoqi, Mao celebró su septuagésimo aniversario. Era un fumador empedernido y sufría de problemas respiratorios. Pero, aparte de esto, su salud era buena. Su médico, después de retornar tras un año de ausencia, descubrió que todavía era servido por un harén de jóvenes mujeres, y que invitaba en ocasiones a «tres, cuatro e incluso a cinco de ellas al mismo tiempo» a compartir su enorme lecho.[1]

Con la edad, se había vuelto cada vez más caprichoso e impredecible. Exigía siempre que sus subordinados compartiesen sus pensamientos, si no anticipándolos, al menos no estando en desacuerdo con ellos. Las principales víctimas de las décadas anteriores, Gao Gang, Peng Dehuai, Liu, Deng y Tao Zhu, habían caído al no superar esa prueba. Pero ahora era aún más difícil adivinar las verdaderas intenciones del presidente. No sólo imponía una política hasta sus límites y después abruptamente la invertía —como había hecho con la Comuna de Shanghai y con la purga en el ejército de los «seguidores del camino capitalista» en 1967—, lo que dejaba a sus seguidores invariablemente perplejos, sino que, aún más a menudo que en el pasado, ocultaba deliberadamente sus auténticos propósitos, o los enmascaraba con fórmulas de ambigüedad délfica, de modo que le permitiesen observar la reacción de los demás.

Del Estudio de la Fragancia de Crisantemo comenzó a emanar un hedor de paranoia. «En sus últimos años», escribió un radical del Politburó, «casi nadie confiaba en él. Muy raramente le veíamos y … cuando [lo hacíamos], nos aterraba la posibilidad de decir algo equivocado, por si lo consideraba un error»[2].

El resultado fue que los colegas de Mao asumieron el papel, y los hábitos, de los cortesanos.

Zhou Enlai fue el más hábil de ellos. Fue él quien, en marzo de 1969, comprendiendo que la decisión de Mao de excluir a Jiang Qing del nuevo Politburó estaba destinada simplemente a evitar la sospecha de nepotismo, incluyó de todos modos su nombre (y el de Ye Qun) en la lista. También fue Zhou quien, en su intervención ante el Noveno Congreso, dijo de Mao que había desarrollado el marxismo-leninismo «creativamente» y «con genialidad», términos que el presidente había eliminado de la nueva constitución del partido. Una vez más, juzgó correctamente. Lo que Mao creía inaceptable para los estatutos públicos del Partido Comunista Chino era una cosa; lo que le podía deleitar en un discurso destinado a los fieles del partido era otra muy distinta.

Pero el buen juicio no era suficiente. Las suspicacias de Mao exigían que se le probase constantemente la lealtad de su círculo interno.

Zhou sobrevivió porque traicionó a todo aquel que creyó necesario para mantener la confianza de Mao. Cuando su hija adoptiva fue torturada por los guardias rojos y encerrada en la cárcel, donde murió tiempo después como resultado de los malos tratos, Zhou fue informado, pero se negó a iniciar acción alguna para protegerla. Actuar de otro modo, razonó, le expondría a la acusación de poner la familia por delante de la política. El más virulento ataque contra Deng Xiaoping llevado a cabo por cualquier dirigente durante la Revolución Cultural apareció en una nota anexa a un informe de un «Grupo de Casos Especiales» firmada, no por Jiang Qing o Kang Sheng, sino por Zhou.[3] En sus declaraciones al Grupo para la Revolución Cultural, denunció con términos excepcionalmente crueles los errores de los cuadros veteranos. Incluso su principal guardaespaldas, íntimo compañero suyo desde hacía muchos años, fue abandonado en el mismo momento en que Jiang Qing, en un antojo, la tomó contra él; la esposa de Zhou, Deng Yingchao, exigió que el hombre fuese arrestado porque «no queremos mostrar ningún favoritismo hacia él».

El Grupo para la Revolución Cultural, a finales de los años sesenta, era un nido de víboras aún más terrible que el Politburó de hacía una década.

Esto se debía en parte a la inmoral naturaleza del movimiento, que agotó cualquier vestigio de integridad que pudiese quedar. Pero la presencia de Jiang Qing no ayudó en lo más mínimo. En su madurez, se había vuelto frívola, vengativa y sumamente egoísta. Muchos de los que habían sido de su agrado al comienzo de su carrera eran ahora arrestados y encarcelados para asegurarse de que no podrían divulgar detalles de su pasado como actriz.[4] Cuando supo que Chen Boda se había planteado suicidarse después de que Mao le criticase, se rió en su cara, diciéndole: «¡Venga!, ¡venga! ¿Tienes el coraje suficiente para suicidarte?».[5] Kang Sheng, cuya carrera había prosperado por su temprano apoyo a la unión de Jiang con Mao, la consideraba tan peligrosa como intrigante. Lin Biao no podía sufrirla, y durante una reunión en Maojiawan se encolerizó tanto con ella que dijo a Ye Qun (eso sí, lejos de los oídos de Jiang): «¡Sacad a esa mujer de aquí!».[6] Incluso Mao perdía la paciencia con ella. Pero, al igual que Zhou, le era útil. Y, como acceso hasta Mao, era útil para los demás. Los radicales de Shanghai se aferraron a ella con la devoción de una lapa, actuando como avanzadilla en sus incansables intentos de someter a Zhou Enlai. Al igual que hicieron, en menor grado, Kang Sheng y Xie Fuzhi.

Hasta 1969, estas animosidades personales habían quedado en un segundo plano ante la gran batalla para eliminar a los «seguidores del camino capitalista» y promover la causa radical.

Pero después del Noveno Congreso se institucionalizaron. Dentro del nuevo Politburó, Jiang Qing y Lin Biao contaban con aproximadamente el mismo apoyo. En teoría, Lin era más fuerte. Controlaba el ejército, que a su vez controlaba China. Sin embargo, Jiang Qing mantenía una relación de privilegio con Mao, que lo controlaba todo. A los ojos de Lin, era un arma impredecible. El presidente no siempre estaba del lado de su mujer.

Como no existían diferencias políticas entre ambos, el único terreno para su rivalidad era el poder. Sus batallas se desarrollaron a través de conspiraciones de palacio cuyo único y exclusivo propósito era ganarse el favor del presidente. Éste fue el punto de partida de una sucesión de acontecimientos que, a lo largo de los dos años siguientes, destruiría todos los planes que Mao había elaborado cuidadosamente para garantizar que su política le sobreviviera.

Todo comenzó de un modo muy simple. La caída en desgracia y la muerte de Liu Shaoqi habían dejado vacante el cargo de jefe de Estado. En marzo de 1970, como parte de la reconstrucción general de la política china posterior a la Revolución Cultural, Mao fijó las líneas maestras para una constitución revisada del Estado, según la cual ese cargo sería abolido y las funciones ceremoniales a él vinculadas serían devueltas al Comité Permanente del Congreso Nacional del Pueblo, el parlamento chino. Así quedó aprobado por el Politburó y, poco después, por una conferencia de trabajo del Comité Central.

Lin raramente asistía a las reuniones del Politburó, y estaba ausente cuando se tomaron estas decisiones. No obstante, cinco semanas después, el 11 de abril, envió un mensaje a Mao pidiéndole que reconsiderase la decisión y asumiese el cargo, aduciendo que, de otro modo, «no estaría de acuerdo con la idiosincrasia del pueblo»; en otras palabras, como encarnación de la revolución china, el presidente debía estar rodeado por toda una panoplia de honores de Estado. Al día siguiente, Mao declinó su propuesta. «No puedo volver a ocupar esta posición», dijo al Politburó. «La sugerencia no es apropiada». Avanzado ese mismo mes reiteró que no le interesaba el cargo.[7]

Aun así, Mao estaba intrigado.[8] Que Lin hubiese realizado semejante sugerencia era totalmente atípico. Mientras Zhou había hecho de la lealtad a Mao una religión, la obsesión de Lin era la pasividad.[9] «Sé pasivo, pasivo, y aún más pasivo», había dicho a su amigo Tao Zhu, que había acudido en busca de consejo poco antes de su caída. Era tan cauteloso que de hecho había formulado como regla personal el principio «No realices sugerencias constructivas», en tanto que alguien que lo hiciese sería considerado responsable de los resultados. «En cualquier momento, en todas las cuestiones importantes», dijo en el Noveno Congreso, «el presidente Mao traza el itinerario. Nuestro trabajo no debe consistir sino en seguir su estela».

Las antenas políticas de Mao estaban activas también por otras razones. Desde el anuncio de que Lin se había convertido en su «más cercano camarada de armas y sucesor», el solitario mariscal se había vuelto más seguro de sí mismo —«vanidoso», según uno de sus secretarios. Mao lo había notado. «Cuando [ellos] se tiran un pedo», dijo enojado a su personal, «[es] como si anunciasen un edicto imperial»[10] Se había sorprendido además, durante sus viajes por las provincias, por el gran número de uniformes militares que aparecían en todas partes. «¿Por qué hay tantos soldados a nuestro alrededor?», continuó refunfuñando. Por supuesto, conocía la razón: había sido su propia decisión de utilizar el Ejército Popular de Liberación para restaurar el orden. Pero esto no significaba que le gustase. Después se produjo el descubrimiento de la vinculación de Lin con el cuarto miembro en el orden de la jerarquía de la cúpula, Chen Boda. Justo antes del Noveno Congreso, Chen había discutido con sus antiguos compañeros del Grupo para la Revolución Cultural y había transferido su lealtad a Lin y Ye Qun.[11] Mao instintivamente desconfió de semejante alianza.[12].

Por todo ello, el presidente enmascaró sus sospechas.[13] En lugar de dar una orden categórica que habría acabado con la discusión de manera definitiva —como podría haber hecho fácilmente—, permitió que en cierta medida las sospechas se prorrogasen. Ésa había sido desde siempre una de las tácticas preferidas de Mao: ponía a sus colegas ante una situación en la que debían tomar una decisión, y entonces se retiraba y esperaba para ver qué camino tomaban.

Lin persistió.[14] En mayo, contando con su apoyo, volvió a plantearse la cuestión de la presidencia del Estado, al igual que en julio, cuando Mao desestimó la idea por cuarta vez.

Para entonces era una problemática que se había confundido con la rivalidad entre los seguidores en el Politburó de Lin y de Jiang Qing.[15] En agosto tomó una nueva dimensión. Wu Faxian, respaldado por Chen Boda, propuso añadir en la constitución del Estado una referencia a que Mao había desarrollado el marxismo-leninismo «creativamente», «comprensiblemente» y «con genio». Eran los términos que un año antes Mao había eliminado de los estatutos del partido. Pero Wu argumentaba ahora que sería una equivocación usar el rechazo de Mao a la vanagloria para minimizar la importancia de sus contribuciones teóricas. Kang Sheng y Zhang Chunqiao, que inicialmente se habían opuesto, estaban indudablemente intimidados por este tortuoso argumento, y al día siguiente la proposición fue aprobada.

Mao se guardó sus pensamientos. El culto a su personalidad había resultado un arma de incalculable valor para movilizar al país en contra de Liu Shaoqi. Pero ahora que Liu había sido derrotado, había perdido su utilidad. Por tanto, ¿por qué estaba decidido Lin a perpetuarlo? Para la desconfiada mente de Mao, la insistencia del ministro de Defensa en su «genio» teórico y su pensamiento —y el énfasis en enaltecerle otorgándole el título de jefe de Estado— comenzó a parecer sospechosamente un intento de encumbrarlo a puntapiés.

Existían algunos indicios de ello. El plan original de sucesión, según el cual Mao debía convertirse en presidente honorario del partido, se había dejado a un lado tras la caída de Liu Shaoqi. La idea de que Mao tuviese que retirarse asumiendo un cargo preponderante en el Estado, la posición honorífica de jefe de la nación, tuvo que parecerle a Lin una alternativa razonable.

No era algo que el ministro de Defensa pudiese proponer directamente: conocía demasiado bien a Mao como para comprender que semejante sugerencia, a menos que viniese del propio presidente, sería un anatema. Pero las confusas señales de Mao le hicieron creer que la idea de un cargo solemne, para subrayar la inigualable categoría de Mao en China, podría resultar finalmente aceptable, si es que, de hecho, no era lo que había estado deseando durante todo el tiempo. Al fin y al cabo, Zhou Enlai había demostrado que en ocasiones era mejor no confiar en lo que el presidente decía, sino intuir el camino que seguían sus pensamientos y avanzar de acuerdo con ello.

Lo que Lin con consiguió comprender es que Mao había quedado tan irritado tras su primera experiencia de retirarse al «segundo frente» que cualquier indicio de repetición era totalmente inaceptable.

El resultado fue un colosal malentendido político.

El 23 de agosto de 1970, el ministro de Defensa realizó un discurso exponiendo sus ideas más fundamentales en el pleno del Comité Central en Lushan, el mismo enclave montañoso de infausto destino donde había acabado la carrera de su predecesor, Peng Dehuai, hacía once años.

Mao había aprobado previamente un resumen de lo que Lin tenía que decir, que incluía un convencional canto de alabanza a la grandeza del presidente y la propuesta de que la nueva constitución del Estado encontrase el modo más apropiado de honrar su posición única.[16] Si se sintió molesto por el hecho de que Lin, en sus observaciones orales, hubiese empleado de nuevo el término «genio», no lo mostró en absoluto. El texto fue distribuido con su aprobación como documento del congreso.[17]

Al día siguiente, cuando el pleno se dividió entre los diversos grupos de discusión, todos los seguidores de Lin hicieron de la cuestión del «genio» el tema principal de sus intervenciones.

La bomba de mano, sin embargo, fue arrojada por Chen Boda, que se enfrascó en un airado ataque contra «cierta persona» que, según dijo, se oponía al uso del término «genio», en un intento de hacer desmerecer el pensamiento de Mao Zedong como el adalid ideológico de la nación. Cuando los otros miembros del grupo exigieron conocer el nombre del culpable, indicó que se estaba refiriendo a Zhang Chunqiao.

Viniendo de un dirigente de la veteranía de Chen, aquella acusación era realmente muy grave. Además avivó aún más las llamas al asegurar que «ciertos contrarrevolucionarios» estaban «extasiados» ante la idea de que Mao pudiese rechazar la presidencia del Estado. Aquello les sumió en la confusión. El grupo de Chen redactó un folleto instando a Mao a que se convirtiese en jefe de Estado con Lin como su lugarteniente, y advirtiéndole de las actividades de los «estafadores del partido» (en referencia a Zhang). Cuando sus palabras llegaron a los otros grupos se redactó una segunda carta, también apremiando a Mao para que aceptase la presidencia del Estado.[18]

En cierto sentido, se trataba simplemente de una puntual pelea palaciega. Jiang Qing la describió tiempo después como «una disputa de intelectuales».[19]

Sin embargo, para el presidente tenía serias implicaciones. Para promover el plan de Lin Biao, Chen había lanzado temerariamente un ataque faccional con el objetivo de intentar la caída de un hombre al que Mao no sólo consideraba aliado de su esposa, sino además un miembro fundamental de su propia esfera política.

En la tarde del 25 de agosto, Mao convocó un encuentro ampliado del Comité Permanente, en el que acusó a Chen de violar la unidad del partido.[20] Ordenó que finalizasen las discusiones sobre el discurso de Lin, que había servido de trampolín para las acciones de Chen. Finalmente, después de seis meses de incertidumbre, acabó de una vez por todas con la idea de que pudiese aceptar la presidencia del Estado. Chen, que había estado junto a Mao desde 1937 y había desempeñado un papel central en la difusión de sus ideas, fue acusado entonces de «lanzar un ataque sorpresa», «intentar arruinar la reunión de Lushan» y guiarse por «las habladurías y la sofistería» en lugar de por el marxismo-leninismo.[21] Siguiendo las órdenes de Mao, Chen fue enviado a una prisión de alta seguridad de Qincheng, en las afueras de Pekín. Dos meses después se inició una campaña en el seno del partido acusándole de ser un «elemento contrario al partido, un marxista fingido, un arribista y un conspirador».[22]

La esposa de Lin, Ye Qun, y otros tres de sus aliados en el Politburó —Wu Faxian; Qiu Huizuo, jefe del Departamento General de Logística del Ejército Popular de Liberación; y Li Zuopeng, comisario de la Armada— fueron obligados a realizar autocríticas ante el Comité Central.[23]

En términos formales, Lin salió del percance ileso.

Pero la pelea desatada en Lushan había sembrado un grano de duda que germinaría para envenenar su relación con Mao de manera tan insidiosa y firme como si le hubiese desafiado cara a cara. El presidente no tenía deseo alguno de ver desmoronarse por segunda vez sus planes para su sucesión. Por ello tendió su mano —«protegiendo» a Lin, como anotó posteriormente— con la esperanza de que el ministro de Defensa encontrara la manera de solucionar la situación.[24] En teoría, todavía era posible. Lin podría haber acudido a Mao y realizar una autocrítica humillante por haber promovido las cuestiones del «genio» y del «jefe de Estado», acusando además a Chen Boda (y, quizá, a Ye Qun) por su ataque faccional contra Zhang Chunqiao. Esto es sin duda lo que habría hecho Zhou Enlai. Pero, fuese porque se sentía demasiado confiado en su nueva posición como sucesor del presidente, o fuese a causa del clima de desconfianza generalizado que imperaba en la cúpula, no lo hizo.

Aquello acabaría siendo su segundo gran error de cálculo.

En octubre, cuando Mao leyó las autocríticas por escrito que Ye Qun y los tres generales habían preparado para el Comité Central, su actitud se endureció.[25] Los cuatro habían admitido formalmente su error, pero lo atribuían a su «bajo nivel de comprensión» y fueron manifiestamente incapaces de explicar por qué habían actuado de manera coordinada. El presidente expresó su irritación con enojados comentarios marginales. Ye Qun, escribió, «se niega a hacerlo cuando yo lo digo, pero danza inmediatamente cuando Chen Boda toca su trompeta»; Wu Faxian «carece de un carácter abierto e íntegro».

En aquel punto, Mao decidió comenzar a erosionar poco a poco el poder militar que Lin Biao había acumulado.[26] En diciembre, el Comité Central celebró una conferencia de trabajo, presidida por Zhou Enlai, en la que la región militar de Pekín fue «reorganizada». Dos de los aliados de Mao sustituyeron a los seguidores de Lin (que fueron acusados de ser partidarios de Chen Boda, caído en desgracia) en los cargos de comandante regional y comisario político. Tres meses después, Ye Qun y los otros realizaron una segunda autocrítica que Mao consideró tan poco satisfactoria como la primera.[27] Entonces añadió nuevos miembros a la Oficina General de la Comisión Militar —«mezclándola con arena», tal como escribió tiempo después— para neutralizar el control de Lin.[28]

En una reveladora decisión tomada aquel mismo invierno, despidió a sus jóvenes acompañantes, llegadas de las compañías de danza del Ejército Popular de Liberación, por miedo a que fuesen espías de Lin.[29]

Pero, más allá de su círculo interno, no se permitió que aflorase a la luz el menor indicio de que se preparaba algo siniestro. Incluso los más próximos a Mao, como Zhou Enlai o Jiang Qing, no estaban seguros de la seriedad con que el presidente afrontaba el problema de Lin.[30] No sólo para el país en general, sino también para los miembros del Comité Central, el ministro de Defensa seguía siendo, como siempre, su «sucesor y más cercano camarada de armas». Y nadie fuera del Politburó sabía que los cuatro generales tenían problemas. Mantuvieron sus cargos y continuaron con sus tareas habituales.

Parece que Lin tuvo la aguda intuición de lo que le esperaba. En marzo de 1971 cayó en una terrible depresión. Aquel mes, su hijo de veinticinco años, Lin Liguo, que ocupaba un importante cargo en las fuerzas aéreas, comenzó a mantener discusiones secretas con un pequeño grupo de compañeros oficiales con miras a salvaguardar la posición de su padre. El ministro de Defensa desconocía según parece la existencia de esas reuniones. Sin embargo, uno de los documentos que redactó el grupo incluyó una afirmación devastadoramente exacta sobre las tácticas políticas de Mao que refleja con claridad las ideas de Lin:

Hoy utiliza esta fuerza para atacar a aquella otra; mañana utiliza aquélla para atacar a ésta. Hoy destina palabras dulces y un tono melifluo para hablar con los que quiere seducir, y mañana los envía a la muerte por crímenes que son maquinación suya. Sus huéspedes de hoy son sus prisioneros de mañana. Mirando la historia de las décadas pasadas, ¿hay alguien a quien él haya inicialmente respaldado y al que no se le haya entregado finalmente a una sentencia de muerte política? … Sus antiguos secretarios se han suicidado o han sido arrestados. Sus escasos y más estrechos compañeros de armas o sus ayudantes más leales también han acabado en la cárcel…[31]

El grupo se refería a Mao como B52, a causa de que, al igual que los bombarderos norteamericanos de largo alcance que se empleaban entonces en Vietnam del Norte, él desataba explosiones desde gran altura.

Lin Liguo y sus colegas llegaron a la conclusión de que la posición del ministro de Defensa no estaba bajo amenaza, y que el acontecimiento más probable era la sucesión prevista tras la muerte de Mao.[32] Sopesaron la posibilidad de que Lin asumiese anticipadamente el poder, y elaboraron un violento plan de contingencia con aquel propósito, llamado Proyecto 571. Sin embargo, la opinión generalizada era que se debían evitar por todos los medios posibles tales extremos porque, incluso si tenían éxito, se tendría que pagar, políticamente hablando, «un precio muy alto».

A pesar de ello, el hecho de que tales discusiones tuviesen lugar —incluso sin el conocimiento de Lin Biao— testifican el enorme malestar existente dentro del círculo del ministro de Defensa.

A finales de abril de 1971, los acontecimientos dieron un giro aún más siniestro.[33] Con la autorización de Mao, Zhou advirtió a los tres generales, Wu Faxian, Li Zuopeng y Qiu Huizuo, además de al jefe del Estado Mayor, Huang Yongsheng, y a Ye Qun, de que eran sospechosos de actividades faccionales y «errores de línea política». Mao además creó una nueva base de poder para Jiang Qing y todos sus aliados, a quienes se concedió el control de dos departamentos clave del Comité Central responsables de la propaganda y las cuestiones de personal.[34]

A medida que el año avanzaba, Lin se replegaba cada vez más. Dejó de trabajar y su comportamiento se volvió más extraño. En la festividad del Primero de Mayo, adujo su mala salud como excusa para no asistir a las celebraciones.[35] Zhou le persuadió para que cambiase de opinión, pero cuando finalmente llegó al lugar —después de Mao, en contra del protocolo—, el presidente, irritado por su tardanza, le ignoró. Al cabo de poco tiempo, Lin se marchó sin haber intercambiado una palabra con él, ni siquiera una mirada.

En algún momento de aquel verano Mao decidió que el enfrentamiento ya no podía ser evitado.

En julio explicó a Zhou Enlai: «El incidente de Lushan no ha terminado, el problema no está totalmente resuelto. Existe un plan siniestro. [Los generales] tienen un jefe en la sombra».[36] Aquel mes, Lin y su familia se trasladaron a Beidaihe para alojarse en una casa de recreo junto al mar. A mediados de agosto, Mao partió hacia Wuhan a bordo de su tren privado, donde celebró la primera de una serie de reuniones para procurarse el apoyo de los dirigentes políticos y militares de las provincias. Fuese adonde fuese, el mensaje era el mismo: en Lushan se había producido una lucha política de alto nivel, esencialmente idéntica a las luchas contra Liu Shaoqi, Peng Dehuai y Wang Ming.[37] «Cierta persona», dijo, «está ansiosa por convertirse en presidente del Estado, dividir al partido y tomar el poder»[38]. La única diferencia en esta ocasión era que todavía no se había obtenido ningún resultado. Por tanto, ¿qué se debía hacer? «El camarada Lin Biao», respondió Mao a su propia pregunta, debería asumir «cierta responsabilidad». Algunos miembros de su camarilla serían capaces de reformarse; otros no. La experiencia pasada había demostrado, señaló secamente el presidente, que «es difícil … reformarse … para alguien que ha tomado la iniciativa de cometer equivocaciones mayúsculas».

Como muestra de los pocos aliados reales con que contaba Lin entre los comandantes militares provinciales, no antes de la noche del lunes 6 de septiembre —pasadas ya tres semanas desde que Mao iniciase su periplo— llegaron noticias a Beidaihe de lo que había estado diciendo Mao.[39] Los seis días siguientes fueron una continua muestra de surrealismo.[40]

Lin dedicó buena parte de su tiempo a discutir los planes de boda de sus hijos. Durante la Revolución Cultural había pedido a Xie Fuzhi que organizase en Pekín y Shanghai una búsqueda de universitarias de buen parecer que pudiesen convertirse en candidatas a casarse con Lin Liguo; al igual que en la época imperial se buscaban jóvenes de buena familia para actuar como concubinas del emperador. Se entrevistó a varios centenares de jóvenes, pero Lin Liguo eligió como prometida a una joven de una compañía de danza del Ejército Popular de Liberación. Una búsqueda muy similar se había llevado a cabo para encontrar marido a Lin Liheng, la hija de Lin Biao, pero Ye Qun desaprobó la elección de la joven y ella intentó suicidarse en dos ocasiones. También entonces se estaba preparando su boda. Mientras la carrera política del vicepresidente escapaba de sus manos, los asuntos familiares absorbían su atención.

En sus discusiones, Lin Liguo argumentaba que se debía actuar con decisión. O Mao era atajado por la fuerza, o Lin debía trasladarse a Cantón para fundar un régimen rival. Si aquello fallaba, podía escapar al extranjero, quizá a la Unión Soviética. Lin Liheng propuso que su padre se retirase con un cargo honorífico, al igual que había hecho Zhu De.

Curiosamente, el ministro de Defensa se mantuvo apartado, como si ya hubiese decidido que su suerte estaba echada. En la mañana del miércoles 8 de septiembre accedió a escribir una nota animando a sus seguidores a «actuar de acuerdo con las órdenes de los camaradas Liguo y Yuchi’» —en referencia a Zhou Yuchi, uno de los compañeros en las fuerzas aéreas de su hijo—, pero esto era todo lo lejos que podía ir.

El día anterior, Lin Liguo y sus compañeros oficiales habían comenzado a discutir planes ávidamente para asesinar a Mao, y habían acordado que la mejor opción era atacar su tren privado. Se deliberó sobre diversos planes —la mayoría de ellos tan pueriles que podrían haber aparecido en un tebeo infantil: se debían usar lanzallamas; o artillería antiaérea, apuntando horizontalmente; se provocaría la explosión de un almacén de combustible cercano a las vías; o un asesino armado con una pistola le dispararía. No sólo no se realizó ningún intento para llevar a cabo siquiera alguno de estos ridículos planes, sino que los conspiradores no llegaron tampoco a la etapa de iniciar seriamente los preparativos para hacerlo.

A pesar de las apariencias, Lin Biao no estaba conspirando contra Mao. Era Mao quien estaba acorralando a Lin.

En la tarde del miércoles, el presidente recibió la noticia de que se estaban llevando a cabo actividades poco habituales en los cuarteles de las fuerzas aéreas del Ejército Popular de Liberación. Se reforzó su seguridad personal. Poco después, abandonó Hangzhou con destino a Shanghai. Pero en lugar de permanecer allí varios días, como habían planeado, el sábado por la mañana recibió al comandante de Nanjing, Xu Shiyou, y después partió inmediatamente hacia Pekín, sin detenerse hasta que su tren llegó el domingo por la tarde a Fengtai, una estación suburbana de las afueras de la capital. Aquí permaneció dos horas junto al comandante de la región militar de Pekín, Li Desheng, al que informó en los mismos términos con que había advertido a los comandantes provinciales del sur.

Mientras Mao estaba en Fengtai, Lin Biao y la sollozante Ye Qun asistían a la boda de su hija en su residencia de Beidaihe.

Lin Liguo, al conocer el precipitado regreso de Mao, mantuvo presa del pánico una reunión con sus compañeros de las fuerzas armadas, en la que se decidió que la mejor opción para su padre era trasladarse a Cantón. Inmediatamente pilotó un Trident de las fuerzas aéreas para volar hasta Beidaihe, adonde llegó a las ocho y cuarto de la noche, justo cuando Mao volvía a Zhongnanhai.

El ministro de Defensa tenía previsto dedicar el atardecer a ver películas junto a su familia, con la pareja recién casada y sus amigos. En lugar de ello, Lin Biao se encerró con su mujer y su hijo. Se desconoce hasta qué punto había tenido noticias, con anterioridad a ese momento, de los planes de Lin Liguo. Quizá apenas sabía nada. Cuando su hija, Lin Liheng, comprendió aquella misma tarde, aunque algo después, que su madre, a la que ella odiaba, y su hermano, por el que no albergaba mejores sentimientos, se preparaban para volar y llevarse a su padre con ellos, su suposición más inmediata fue que su padre estaba siendo secuestrado. Pero en realidad estaba equivocada. Lin Biao supo, en el último momento, que Ye Qun y Lin Liguo habían actuado temerariamente y que a toda su familia le esperaba una retribución terrible. Aquella tarde salió finalmente de su letargo y se avino a trasladarse a Cantón. Pero ello no significa que compartiese el optimismo de su hijo sobre las posibilidades de establecer un régimen rival allí. Probablemente lo concibió como una etapa de enlace en su camino a Hong Kong y el posterior exilio al extranjero.

Poco después de las diez de la noche, Lin Liheng, todavía convencida de que su padre era objeto de manipulación, se escabulló para informar al jefe de la unidad de guardia encargada de la seguridad de Lin. Media hora más tarde, Zhou Enlai fue convocado a una reunión en el Gran Salón del Pueblo para realizar una llamada telefónica urgente. Se le informó de que había un reactor de las fuerzas aéreas en Beidaihe sin autorización y que, según la hija de Lin Biao, el ministro de Defensa estaba a punto de poner rumbo hacia un destino desconocido, posiblemente en contra de su voluntad. De inmediato Zhou llamó a Wu Faxian y le dijo que mantuviese el avión en tierra.

Cuando estas noticias llegaron a Lin Biao, comprendió que el juego había llegado a su fin. Fue entonces cuando decidió que debía ir directamente hacia la frontera más cercana, lo que significaba ir hacia el norte, hasta Rusia.[41] En un intento de evitar las suspicacias, Ye Qun telefoneó al primer ministro para informarle que pretendían desplazarse al día siguiente hasta Dalian. A medianoche, la limusina blindada de Lin Biao salió de su residencia, atravesó a toda velocidad un cordón de guardias que intentaron infructuosamente detenerles, y se dirigió hacia el aeropuerto. En el trayecto, uno de los secretarios saltó del vehículo en marcha y fue tiroteado, resultando herido.

A pesar de la orden de Zhou, el Trident había repostado parcialmente. Lin, Ye Qun, Lin Liguo, otro oficial del ejército del aire y su chófer se encaramaron al aparato y, a las doce y treinta y dos minutos de la madrugada del lunes 13 de septiembre, con las luces de navegación apagadas y el aeropuerto en total oscuridad, el aeroplano despegó.

Zhou ordenó la paralización total del tráfico aéreo en toda China, que se mantuvo durante los dos días siguientes. Después informó de todo ello a Mao.

Mientras estaba junto a él, Wu Faxian telefoneó para comunicarle que el avión de Lin se dirigía hacia Mongolia y para preguntar si debía ser derribado. Mao respondió filosóficamente: «Los cielos se llenarán de lluvia; las viudas volverán a casarse; nadie puede impedirlo. Dejémosles huir». A la una y cincuenta minutos de la madrugada el avión salió del espacio aéreo chino.

Mao se desplazó, por razones de seguridad, hasta el Gran Salón del Pueblo, donde, a las tres de la madrugada, el Politburó fue convocado para ser informado de su regreso a la capital y la sorprendente noticia de la huida de Lin.

Treinta horas después se despertó a Zhou para hacerle entrega de un mensaje del embajador de China en Ulan Bator. El ministro de Asuntos Exteriores de Mongolia distribuyó una protesta oficial porque un Trident de las fuerzas aéreas chinas había violado el espacio aéreo de Mongolia durante las primeras horas de la mañana del lunes, y había colisionado cerca de la población de Undur Khan. Las nueve personas que iban a bordo habían muerto.

El reconocimiento del lugar demostró que el avión se había quedado sin combustible, había perdido el control y se había incendiado cuando intentaba realizar un aterrizaje forzoso en la estepa. Los cadáveres, que fueron identificados por expertos forenses del KGB, fueron incinerados en las cercanías.[42]

De todos los dirigentes chinos que Mao purgó durante los años que estuvo en el poder, sólo Lin Biao intentó resistirse. Peng Dehuai y Liu Shaoqi habían asumido dócilmente su destino, manteniendo hasta el final su inmutable devoción por el partido. Ninguno había intentado defenderse; ninguno intentó devolver el golpe. Incluso Gao Gang, que expresó su protesta suicidándose, había confesado primero sus errores.

Lin fue diferente. Al final, la única defensa que pudo encontrar fue lo que Mao denominaba la «última y mejor» de las «treinta y seis estrategias» de los manuales militares de la antigua China: escapar. Pero no se humilló. Ni se sometió a la voluntad de Mao.

El presidente estaba hundido.

Su médico, que estaba presente cuando Zhou le dio la noticia de la huida de Lin, recordó años después que su cara se descompuso por la conmoción.[43] Una vez pasó la crisis inicial, y los aliados del ministro de Defensa —incluidos los cuatro desafortunados generales, Wu Faxian, Lin Zuopeng, Qiu Huizuo y Huang Yongsheng, que habían permanecido tan ignorantes como los demás— fueron arrestados, Mao se dirigió a su camastro, víctima de una profunda depresión. Estuvo postrado allí durante casi dos meses, con hipertensión y una infección pulmonar. Como siempre, eran de origen psicosomático. Pero en esta ocasión, no conseguiría recuperarse. En noviembre, cuando apareció para reunirse con el primer ministro de Vietnam del Norte, Pham Van Dong, los chinos que vieron las imágenes de televisión quedaron sobrecogidos al observar lo mucho que había envejecido. Caminaba encorvado y arrastraba los pies como un anciano. Algunos decían que sus piernas eran como varas de madera tambaleantes.

En enero de 1972 murió Chen Yi. Apenas dos horas antes de la celebración del funeral, Mao decidió que asistiría a los actos, desoyendo las súplicas de sus asistentes, que temían que la fría temperatura, por debajo de los cero grados, pudiese ser demasiado extrema para su debilitada salud. Estaban en lo cierto. Después de permanecer en pie durante las dos horas de la ceremonia, las piernas de Mao temblaban tanto que apenas podía caminar.

Después de ese episodio se rumoreó que aquel mismo mes había sufrido un ataque. En realidad padecía de una insuficiencia cardiaca que empeoró al negarse a recibir tratamiento médico.[44] Pero el problema continuaba teniendo un origen político. A pesar de que Mao se había estado preparando, durante agosto y principios de septiembre, para un enfrentamiento con Lin Biao, no había decidido exactamente la manera en que debía resolverse el problema: si simplemente degradándole dentro del Politburó; criticándole en el seno del partido, pero permitiéndole continuar como miembro nominal de la cúpula, al igual que había hecho con Peng Dehuai en 1959; o purgándole a fondo, una posibilidad preparada concienzudamente, a pesar de que se trataba de la opción menos deseable, dadas sus consecuencias en la opinión pública.[45] Al huir, Lin Biao había arrebatado la iniciativa a Mao.

En cierto sentido, su tarea se simplificó con el descubrimiento de las actividades de Lin Liguo.

A pesar de que Mao había presentido una amenaza para su seguridad, y había tomado precauciones, los detalles del complot de los jóvenes oficiales de las fuerzas aéreas sólo se hicieron evidentes después de la huida de Lin. A pesar de lo infantil de la conspiración, permitió que Mao presentase al ministro de Defensa como un traidor que había intentado llevar a cabo un golpe de Estado.

Ésta fue la línea mantenida en los informes destinados a los funcionarios del partido a partir de mediados de octubre, la misma que se siguió para avisar a la población en general a través de encuentros en las fábricas y con las células de trabajo.[46]

No era una historia fácil de vender. Incluso la credulidad de los sufridos chinos quedaba amenazada por la revelación de que otro de los colegas más íntimos de Mao había resultado un villano. ¿Qué decía ello de la capacidad de juicio de Mao si Liu Shaoqi (un «traidor y renegado»), Chen Boda (un «falso marxista») y Lin Biao (un «arribista contrarrevolucionario»), quienes habían estado junto a Mao durante décadas, eran repentinamente desenmascarados, uno tras otro, como enemigos ocultos? Las «cien flores» y la campaña antiderechista habían costado a Mao la confianza de los intelectuales chinos. El caos y el terror de la Revolución Cultural habían destruido la fe de la jerarquía del partido y de decenas de millones de ciudadanos de a pie. La caída de Lin Biao era lo único que faltaba. Después de 1971 se impuso un cinismo generalizado. Sólo los jóvenes (y no todos ellos) y los que se aprovecharon del brote de radicalismo confiaban todavía en el nuevo mundo revolucionario de Mao.

Los efectos combinados de la enfermedad y el fracaso político llevaron al presidente muy cerca de la desesperación. Por vez primera desde el otoño de 1945, cuando Stalin le había traicionado en el enfrentamiento con Chiang Kai-shek, se sentía entregado. Una tarde de enero de 1972 dijo a un espantado Zhou Enlai, a quien había puesto al cargo del trabajo diario del Comité Central, que ya no podía continuar y que él debía tomar el mando.[47] En 1945 había sido un norteamericano, Harry Truman, el que había sacado a Mao de la depresión al lanzar la misión Marshall para mediar en la guerra civil china. También en esta ocasión sería un norteamericano el que le rescataría de su agujero negro. Para Mao, y para el pueblo chino, el destino de Lin Biao quedaría pronto eclipsado por un acontecimiento aún más sorprendente e impensable: después de veinte años de continua hostilidad, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, iba a realizar una visita oficial a Pekín.

Los enfrentamientos en la isla de Zhenbao de marzo de 1969 y las tensiones entre Pekín y Moscú de la primavera y el verano posteriores llamaron sin duda la atención de Washington.[48] Incluso con anterioridad, algunos dirigentes de Estados Unidos comenzaron a pensar en voz alta sobre la posibilidad de una relación más productiva con Pekín. Aproximadamente un año antes, Nixon había escrito sobre la necesidad de sacar a China de su «colérico aislamiento», una locución que repitió en su discurso inaugural. Habían existido conversaciones para intentar avanzar hacia una relación triangular. Pero hasta que los conflictos fronterizos no despertaron el espectro de una guerra chino-soviética, nadie podía imaginar el modo en que se podría hacer realidad.

Las primeras y dubitativas señales comenzaron en julio de aquel mismo año. Estados Unidos modificó su prohibición a los ciudadanos estadounidenses de viajar a China. Tres días después, China liberó a dos marineros norteamericanos de un yate que se había extraviado en aguas chinas. En agosto, el secretario de Estado, William Rogers, afirmó públicamente que Estados Unidos estaba «intentando abrir canales de comunicación». Se pidió a Rumania y Pakistán que enviasen mensajes privados. En octubre, cuando las tensiones chino-soviéticas se moderaron, Nixon realizó un gesto aún más significativo: se informó a los chinos que se retirarían dos destructores de Estados Unidos que habían estado patrullando simbólicamente el estrecho de Formosa desde la guerra de Corea.

Así comenzó lo que Kissinger denominó un «intrincado minueto», que veintiún meses después lo convertiría en el primer funcionario de Estados Unidos desde 1949 que viajaba a China.

Durante todo este proceso se produjeron escenas grotescas: cuando Walter Stoessel, embajador de Estados Unidos en Varsovia, se aproximó a su colega chino en una recepción para expresar su interés en iniciar conversaciones, éste miró de reojo a su interlocutor y se abalanzó por unas escaleras, aterrorizado por la perspectiva de unos contactos sobre los que no había recibido instrucción alguna. Y también escenas trágicas: un empresario norteamericano, que había pasado quince años en las cárceles de China acusado de espía, se suicidó poco antes de ser liberado como gesto de buena voluntad. Se produjeron reveses: los contactos quedaron interrumpidos durante seis meses en 1970 por la ofensiva norteamericana a Camboya. Y hubo confusión: en el Día Nacional de aquel mismo año, en Pekín, Zhou Enlai acompañó a Edgar Snow y su esposa, entonces de visita en China, para fotografiarse con Mao en Tiananmen. Fue un gesto sin precedentes: ningún extranjero había recibido semejante honor. «Lamentablemente», confesó tiempo después Kissinger, «lo que nos ofrecieron era tan evasivo que nuestras toscas mentes occidentales no entendieron nada». Sólo mucho tiempo después comprendería que con ese gesto Mao estaba indicando que el diálogo con Estados Unidos contaba con su apoyo personal.

Los elípticos procedimientos de Mao pronto frustraron, por segunda vez, sus propósitos. En una entrevista con Snow realizada en diciembre aludió a la observación de Nixon, pronunciada dos meses antes, de que «si hay una cosa que quiero hacer antes de morir es ir a China». Mao dijo a Snow: «Me sentiría feliz de poder hablar con él, como turista o como presidente». Posteriormente le entregó a Snow la transcripción oficial de la conversación, pero se le pidió que pospusiese algunos meses su publicación. La suposición era que Snow enviaría una copia de la transcripción a la Casa Blanca. Pero no lo hizo, y de nuevo el mensaje del presidente no llegó a su destino.[49]

Por ello, durante la primavera siguiente, Mao realizó un gesto que incluso los obtusos norteamericanos no podían dejar de comprender.

En marzo de 1971, un equipo chino de ping-pong participó en los Campeonatos del Mundo de Nagoya, en Japón. Eran los primeros cuatro deportistas chinos en viajar al extranjero desde hacía años. El 4 de abril, uno de los miembros del equipo de Estados Unidos, un californiano de diecinueve años, mencionó casualmente a un jugador chino que le encantaría visitar Pekín. Se informó de lo ocurrido a Zhou Enlai, que lo comunicó al día siguiente a Mao. Decidieron no tomar cartas en el asunto. Pero aquella noche, después de tomar sus somníferos, Mao llamó a su enfermera y, adormecido, le dijo, antes de caer dormido, que telefonease al Ministerio de Asuntos Exteriores con instrucciones para que invitasen inmediatamente a los jugadores norteamericanos.[50]

La política del ping-pong, como fue llamada, entusiasmó al mundo entero.

Los jugadores de Estados Unidos fueron objeto de una bienvenida deslumbrante. Zhou en persona les recibió en el Gran Salón del Pueblo, y declaró que ellos habían abierto un nuevo capítulo en las relaciones entre los dos países que marcaba el «reinicio de nuestra amistad».

Tres meses después, fue el turno de Kissinger. Su viaje se mantuvo en secreto gracias a la excusa de una dolencia estomacal que supuestamente le obligó a guardar cama en Pakistán. A su vuelta, un radiante Nixon anunció en la televisión estadounidense que se habían iniciado diálogos de alto nivel con China y que la primavera siguiente él mismo viajaría hasta allí. Para concretar los detalles, Kissinger volvió a Pekín en octubre —en esta ocasión con deslumbrante publicidad— y fijó las bases para el comunicado de Shanghai, que se convertiría en el logro culminante de la visita presidencial, delimitando las reglas de las relaciones entre China y Estados Unidos durante el resto del siglo y, sin duda, hasta más allá.

Durante el primer viaje de Kissinger, Mao estuvo preocupado por el asunto de Lin Biao, y durante el segundo, postrado en la cama, con episodios depresivos.[51] A pesar de ello, ordenó mordazmente que ambos lados evitasen «la clase de banalidades que los soviéticos firmarían, pero ninguno desearía ni observaría», lo que acabó confiriendo al comunicado una gran fortaleza. Las diferencias quedaron afirmadas «explícitamente, en ocasiones brutalmente», lo que subrayó el interés común en enfrentarse a la hegemonía soviética. Sólo la crucial cuestión de Taiwan continuó envuelta en la ambigüedad.

Estados Unidos reconoce que todos los chinos de ambos lados del estrecho de Formosa sostienen que existe una sola China, y que Taiwan es una parte de China. Estados Unidos no pretende desafiar esta postura. Y reafirma su interés en un acuerdo pacífico sobre la cuestión de Taiwan entre los propios chinos.

Cuando Kissinger volvió a casa al finalizar su segunda visita, la Asamblea General de las Naciones Unidas votó la expulsión de Taiwan y su sustitución por la República Popular de China. Había finalizado una era en la política de posguerra.

En enero de 1972 ya se habían completado los preparativos diplomáticos del viaje de Nixon.

Ir a la siguiente página

Report Page