Mao

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3. Los señores del caos

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3. Los señores del caos

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Los señores del caos

Durante algunos meses de gloria, China se abandonó a un turbulento torbellino de nuevas modas, nuevas ideas, nuevos entusiasmos y nuevas esperanzas, mientras se desprendía repentinamente del yugo de la ortodoxia dinástica. El nuevo gobernador de Hunan, Tan Yankai, era un liberal convencido, enemigo tanto del imperialismo como del control centralizado de Pekín. Bajo su mandato, el cultivo del opio fue erradicado y la importación de la droga, prohibida. Se establecieron nuevos e independientes tribunales en cada distrito. Durante algún tiempo, se liberalizó la prensa, para consternación del cónsul británico, que protestó con vehemencia por las embestidas contra las grandes potencias. La administración provincial promovió el desarrollo de la industria local, en un intento de frenar la evasión de reservas al extranjero, y el presupuesto de educación se triplicó, financiado en parte por los punitivos impuestos sobre las tierras de las familias burguesas, consideradas partidarias de los manchúes. «Aparecieron por todas partes modernas escuelas, como brotes de bambú después de la lluvia en primavera», recordaba Mao.[1] Lo mismo ocurrió con las licorerías, los teatros y los burdeles.[2] Incluso los extranjeros de Changsha se contagiaron de la euforia de los tiempos. «Los recién llegados sin duda alguna aspiran a ser buenos gobernantes», escribía uno, «[y] en conjunto lo han hecho muy bien»[3].

Como ocurre siempre en los períodos de marea revolucionaria, los primeros cambios fueron simbólicos. Las adolescentes comenzaron a cortarse el pelo y a aparecer en público sin acompañantes. Sus madres se acercaban tímidamente a los doctores extranjeros para preguntar si se podía hacer alguna cosa por sus diminutos y mutilados pies.[4] El deceso de la trenza abrió la puerta de un nuevo y exótico mundo para las cabezas afeitadas.[5] «Las gentes llevaban sombreros hongo, mitras, cascos azules aterciopelados de jinete, cualquier cosa que cayese en sus manos», comentaba un aturdido corresponsal. «El viejo turbante rojo con su botón redondo [ha sido] … prohibido por la ley revolucionaria, pues el botón era la marca del honor en el código manchú … Abundan los sombreros de fieltro y algodón, pero lo más divertido de todo es ver una compañía comandada por un capitán llevando un sombrero de copa de seda».

Por muy grotesco y confuso que parezca, todo ello mostraba un cambio general en las tendencias del pueblo. Era la primera vez que un gran número de chinos cuestionaba los valores y actitudes tradicionales. El paulatino aumento de la influencia extranjera, hasta entonces mantenida bajo control por la burguesía conservadora, siguiendo las disposiciones de la corte, se convirtió de pronto en una marea que, a lo largo de la década que entonces comenzaba, provocaría una agitación intelectual sin parangón en la historia de China.

Para Mao, entonces con dieciocho años y de nuevo sin ocupación, fue una época de confusión, incertidumbre y posibilidades ilimitadas, que afrontó con la candidez y el optimismo de la juventud:

Yo no sabía exactamente qué quería hacer. Un anuncio de una escuela policial llamó mi atención y me apunté para entrar en ella. Sin embargo, antes del examen, leí otro anuncio de una «escuela» para elaborar jabón. No había cuotas, se concedía la manutención y prometía un pequeño salario. Era un anuncio atractivo e imaginativo. Hablaba de los enormes beneficios sociales de la fabricación de jabón, de cómo enriquecería al país y al pueblo. Cambié de opinión sobre la escuela policial y decidí convertirme en un fabricante de jabón. También aquí pagué mi dólar para inscribirme.

Mientras tanto, un amigo que se había convertido en estudiante de leyes me apremió para que entrase en su escuela. También leí un anuncio fascinante de esta escuela de leyes, que ofrecía varias cosas maravillosas. Prometía enseñar a los estudiantes en tres años todo sobre las leyes, y garantizaba que al final de ese período de tiempo todos se convertirían en mandarines … Escribí a mi familia, repetí las promesas del anuncio y les pedí que me enviasen el dinero de la cuota…

Otro amigo me indicó que el país estaba en guerra económica y que lo que más se necesitaba eran economistas que pudiesen edificar la economía nacional. Sus razonamientos se impusieron y gasté otro dólar en registrarme en [una] escuela media de comercio … Finalmente, me matriculé y fui aceptado … [Pero entonces] leí [un anuncio] que describía las delicias de una escuela pública superior de comercio … Decidí que sería más conveniente convertirme en un experto en comercio en aquel lugar, así que pagué mi dólar y me registré.[6]

La Escuela Superior de Comercio resultó ser un desastre. A pesar de que su padre, complacido de que al final su hijo hubiera sentado la cabeza y se estuviese embarcando en una profesión de negocios potencialmente provechosa, envió el importe de las cuotas a tiempo, Mao descubrió que la mayoría de los cursos eran en inglés, del que sabía poco más que el alfabeto. Un mes después, abandonaba descorazonado.

La siguiente de esas «aventuras escolásticas», como después las denominaría, le llevó a la Primera Escuela Media Provincial, una gran institución muy respetada, especializada en literatura e historia de China. Alcanzó la máxima calificación en el examen de acceso y por un tiempo pareció que había encontrado lo que estaba buscando. Pero unos meses después también abandonó esta escuela, atribuyéndolo a su «limitado currículo» y sus «dudosos reglamentos»; en su lugar dedicó el otoño y el invierno de 1912 a estudiar por su cuenta en la recién inaugurada biblioteca pública de la ciudad. Siguiendo su propio plan, fue «muy regular y consciente», llegando por la mañana tan pronto como abrían las puertas, tomándose el descanso necesario para apenas comprar los dos pasteles de arroz del almuerzo y permaneciendo allí hasta que la sala de lectura tenía que cerrar por la noche. En un período muy posterior, Mao calificó de «extremadamente valioso» todo el tiempo que pasó allí. Pero su padre pensaba de otra manera y, al cabo de seis meses, le retiró su asignación.

La escasez de medios agudiza la mente. Al igual que muchas generaciones de estudiantes antes y después, Mao se vio obligado, como él mismo anotó, a comenzar a «pensar seriamente en una “profesión”». Pensó en convertirse en profesor, hasta que en la primavera de 1913 vio el anuncio de una escuela de formación para maestros, la Cuarta Escuela Normal Provincial de Hunan:

Leí con mucho interés sus excelencias: no eran necesarias cuotas; la manutención y el alojamiento eran económicos. Dos de mis amigos me persuadieron de que me apuntase con ellos. Querían que les ayudase a preparar sus ensayos de admisión. Escribí a mi familia explicándoles mis propósitos y recibí su aprobación. Compuse ensayos para mis dos amigos y otro para mí mismo. Los aceptaron todos; así pues, en realidad fui aceptado tres veces … [Después de ello] … me las ingenié para resistirme, en el futuro, a las tentaciones de los anuncios.[7]

El período que Mao residió en Changsha, desde su llegada en los últimos meses de dominación manchú hasta su graduación en 1918, fue, tanto en China como en el resto del mundo, una época realmente turbulenta. Las naciones europeas, en guerra, se devoraban unas a otras. En Rusia, treinta millones de campesinos morían de hambre mientras el gobierno del zar se dedicaba a exportar trigo. La revolución bolchevique creaba el primer Estado comunista del mundo. Se abría el Canal de Panamá; el Titanic se hundía; y la bailarina Mata Hari fue ejecutada por espía.

Y ésa fue la década en que Mao sentó los fundamentos de sus convicciones intelectuales.

Viviendo todavía en Dongshan sus horizontes habían comenzado ya a ampliarse.[8] Allí, por primera vez, había aprendido algunos rudimentos de historia y geografía. Un compañero de la escuela le prestó un libro titulado Grandes héroes del mundo, donde pudo leer acerca de George Washington y la revolución americana; las guerras napoleónicas de Europa, Abraham Lincoln y la lucha contra la esclavitud; Rousseau y Montesquieu; el primer ministro británico, William Gladstone; y Catalina y Pedro el Grande de Rusia. Posteriormente, en la biblioteca provincial, encontró traducciones de Du contrat social de Rousseau y De l’esprit des lois de Montesquieu, que ilustraban los conceptos occidentales de soberanía popular, contrato social entre el gobernante y los gobernados, y libertad e igualdad individual.[9] Leyó La riqueza de las naciones, de Adam Smith, y obras de otros eminentes liberales del siglo XIX, incluyendo a Darwin, Thomas Huxley, John Stuart Mill y Herbert Spencer. El medio año que pasó de este modo, «estudiando el capitalismo», como lo definió más tarde,[10] también lo acercó a la poesía y las novelas extranjeras, y a las leyendas de la antigua Grecia. Asimismo, pudo contemplar en la biblioteca, por vez primera, un mapa del mundo.

Un profesor de la Primera Escuela Media Provincial le animó a leer el Espejo comprensible para el auxilio de los que gobiernan[11] (Zizhi tongjian), extraordinario texto de la dinastía Song escrito por Sima Guang, considerado una obra maestra por generaciones de intelectuales chinos y todavía en tiempos de Mao, casi un milenio después de su composición, un célebre modelo para el estudio de la historia política. El libro, cuyas dimensiones no han sido jamás desafiadas en la China posterior, es una extensa cronología del nacimiento y la caída de las dinastías, que abarca cerca de mil cuatrocientos años, comenzando por el siglo V a. C. Su principio fundamental se describe en las líneas iniciales de una de las novelas preferidas de Mao, El romance de los Tres Reinos: «Los imperios crecen y se desvanecen, los estados se dividen y se unifican». Un jesuita francés del siglo XVIII escribió de su autor: «Pinta para nosotros los personajes que hace desfilar por el escenario de la historia, caracterizados por sus acciones y coloreados por su distinción, sus intereses, sus opiniones, sus pecados y sus virtudes … Pone ante el lector el engranaje de los acontecimientos, iluminando ora esto, ora aquello, hasta que los más lejanos y sorprendentes desenlaces se hacen evidentes. Su genio … nos muestra la historia en toda su majestad … proporcionándole una voz de tan filosófica elocuencia que incluso las almas más indolentes quedan subyugadas y se ven obligadas a reflexionar».[12] La descripción de un mundo en incesante cambio, en el que la historia es un continuo y el pasado ofrece la clave para enfrentarse al presente, convirtió al Espejo de Sima Guang en uno de los libros más influyentes en la vida de Mao, leyéndolo y releyéndolo continuamente hasta su muerte.

Changsha también le proporcionó la posibilidad de tomar un primer contacto con las ideas de su tiempo. En 1912, en el Diario del río Xiang (Xiang jiang ribao),[13] descubrió por primera vez el término «socialismo». Poco tiempo después le llegaron a las manos algunos panfletos de Jiang Kanghu, defensor de las causas progresistas que había recibido la influencia de un grupo anarquista chino afincado en París. Jiang había fundado, poco después de la revolución, el Partido Socialista Chino,[14] cuyas doctrinas se resumían en un eslogan: «Sin gobierno, sin familia, sin religión: de cada uno, lo que pueda; a cada uno, lo que necesite». Era un asunto de no poca importancia, y Mao escribió con entusiasmo a varios de sus compañeros informándoles de ello. Sin embargo, sólo uno, recordaba, le envió una respuesta favorable.

Pero los cinco años que dedicó a su formación para convertirse en profesor fueron aún de mayor importancia. Fue lo que más acercó a Mao a la educación universitaria y años más tarde hablaba de esta época como del período en que sus ideas políticas comenzaron a tomar cuerpo.[15] Sus clases en la Cuarta Escuela Normal se iniciaron algunos meses después de su décimo noveno aniversario, en la primavera de 1913. Un año después esa institución se fusionaba con la Primera Escuela Normal, constituida en lo que había sido una academia literaria del siglo XII, a las afueras de la puerta sur. El centro se enorgullecía de poseer un campus amplio y bien equipado con los edificios de estilo occidental más modernos de Changsha.

Dos profesores en particular contribuyeron a formar sus ideas: Yuan Jiliu, conocido como «Yuan el Barbudo»,[16] que enseñaba lengua y literatura chinas; y Yang Changji, director del departamento de filosofía, conocido irreverentemente por sus estudiantes como «Confucio», quien, después de diez años en el extranjero, había vuelto recientemente a Changsha, tras estudiar en Aberdeen, Berlín y Tokio.[17] Durante los años treinta, cuando evocaba junto a Edgar Snow sus años de formación, los recuerdos de Mao apuntaban inmediatamente a ellos:

Yuan el Barbudo se rió de mi estilo literario y lo consideró el trabajo de un periodista … Tuve que cambiar mi forma de escribir. Estudié los escritos de Han Yu y llegué a dominar la fraseología clásica. De ese modo, gracias a Yuan el Barbudo, todavía hoy puedo componer, si es necesario, un ensayo de estilo clásico. [Pero] el profesor que más me impresionó fue Yang Changji … Era un idealista y un hombre de convicciones justas. Creía firmemente en su ética e intentaba imbuirla a sus alumnos con el deseo de convertirlos en hombres justos, morales y virtuosos, útiles a la sociedad. Influido por él leí un libro de ética [del filósofo neokantiano Friedrich Paulsen] … y me sugirió que escribiese un ensayo titulado «El poder de la mente». Yo entonces era un idealista y el profesor Yang Changji elogió notablemente mi ensayo … Me concedió la máxima puntuación.

El ensayo se ha perdido, pero se conservan las notas que Mao garabateó al margen de una traducción parcial al chino del System der Ethik de Paulsen, en total más de doce mil palabras en una caligrafía microscópica y, a menudo, casi ilegible.[18] En ellas se encuentran tres ideas centrales que ocuparon el pensamiento de Mao a lo largo de toda su trayectoria política: la necesidad de un Estado fuerte, con un poder político centralizado; la decisiva importancia de la voluntad humana; y la unas veces conflictiva y otras veces complementaria relación entre las tradiciones intelectuales de China y Occidente.

La idea de un Estado fuerte con un soberano sabio y paternalista hundía sus raíces en los textos confucianos que Mao había estudiado en su infancia. Era la pieza central de un ensayo que había escrito en la escuela secundaria sobre Shang Yang,[19] principal ministro del estado de Qin en el siglo IV a. C. y uno de los fundadores de la escuela de pensamiento legista. La ley, decía Mao, era «un instrumento para alcanzar la felicidad». Sin embargo, el buen hacer de los legisladores sabios a menudo se veía frustrado por «la estupidez … la ignorancia y la ofuscación» del pueblo, cuya resistencia al cambio había «llevado a China al borde de la destrucción». Era suficiente con hacer «reír a los pueblos [más] civilizados [hasta] que tuviesen que agarrarse la panza con las manos».[T9] El profesor de Mao valoró tan positivamente su esfuerzo que distribuyó el trabajo al resto de la clase.

La cuestión del atraso de China y la necesidad de superarlo fue un tema recurrente en los escritos de Mao. Las dificultades que nos esperan en el futuro, le dijo a un amigo, serán «un centenar de veces más cuantiosas que las del pasado»,[20] y para superarlas serán imprescindibles los más talentosos. El pueblo chino era «de temperamento servil y de miras estrechas».[21] Durante cinco mil años de historia ha ido atesorando «gran número de hábitos indeseables; su mentalidad está demasiado anticuada y posee una moral lamentable … [Esos problemas] no podrán ser extirpados ni purgados sin dedicar un esfuerzo enorme».[22]

Su pesimismo se acentuaba a medida que, año tras año, China tenía que soportar de la manera más miserable las presiones de las grandes potencias. El 7 de mayo de 1915, los japoneses lanzaron un ultimátum a Yuan Shikai, las llamadas «veintiuna demandas», con las que el gobierno del Mikado exigía un protectorado virtual sobre China, incluyendo derechos exclusivos en la antigua zona de influencia alemana, en la provincia de Shandong, y presencia en Manchuria, compartida con el imperio zarista. Fue, escribió Mao, un día de «vergüenza extraordinaria».[23] Instigó a sus compañeros a protestar contra el gobierno,[24] y dio rienda suelta a sus propios sentimientos en un poema que escribió unos días después para conmemorar la muerte de un compañero:

Una y otra vez los bárbaros andan con engaños,

cruzan mil li para acercarse de nuevo a la Montaña del Dragón…

¿Por qué preocuparnos por la vida y la muerte?

Nuestro siglo vivirá una guerra…

El mar del este esconde los salvajes moradores de las islas,

en las montañas del norte abundan los odiosos enemigos.[25]

Los «salvajes moradores de las islas» eran los japoneses; los «odiosos enemigos», los rusos. Los japoneses eran, de los dos, los más temibles. «Sin guerra», escribió Mao un año después, «dejaremos de existir en veinte años. Pero nuestros compatriotas siguen durmiendo sin darse cuenta de ello, no prestan atención alguna a Oriente. Sin embargo, en mi opinión, nuestra generación no afrontará ningún otro desafío de la importancia de éste … Debemos aguzar nuestro ánimo para resistir al Japón»[26].

El primer intento desplegado por Mao para remediar lo que consideraba eran las carencias de China fue eminentemente práctico. A principios de 1917 envió un artículo sobre educación física a Nueva Juventud (Xin qingnian), entonces la revista progresista más destacada, editada por un literato radical, Chen Duxiu. Comenzaba con las siguientes palabras:

La fortaleza de nuestra nación es tan precaria; no se ha impulsado el espíritu militar. La condición física de nuestra gente se deteriora día tras día … Si nuestros cuerpos no tienen fuerza, temblaremos al divisar a los soldados enemigos. ¿Cómo vamos a alcanzar nuestros objetivos o a ejercer una influencia decisiva?[27]

No era un tema original. Su profesor de filosofía, Yang Changji, tres años antes, había aleccionado a la clase de Mao en términos muy similares. Los esfuerzos por introducir los deportes y otras formas de ejercicio físico estaban en marcha desde las reformas que los Qing impulsaron tras la rebelión de los bóxers.

El problema, escribía Mao, era que esos intentos eran sólo aparentes. La tradición enaltecía los talentos literarios y menospreciaba la idea del esfuerzo físico, lo que provocaba el rechazo de estudiantes e instructores:

Para los estudiantes, el ejercicio es algo vergonzoso … Largas prendas de vestir, ademanes lentos, una mirada grave y calma; en esto consiste el buen comportamiento respetado por la sociedad. ¿Por qué debería uno extender el brazo o descubrir la pierna, estirar y flexionar el cuerpo?…

La actitud del hombre superior es refinada y agradable, pero no podemos decir lo mismo del ejercicio. El ejercicio ha de ser rudo y salvaje. Atacar a lomos de un caballo en el fragor de la batalla y no ser nunca derrotado; sacudir las montañas a gritos y los colores del cielo con rugidos de rabia … Todo esto es rudo y salvaje y nada tiene que ver con la delicadeza. Para hacer ejercicio hay que ser salvaje … [Sólo entonces] alcanza el vigor y la fuerza a los músculos y los huesos.[28]

Mao proponía, como desafío inicial a las costumbres decadentes de sus compatriotas, que el ejercicio se realizase desnudo.

La importancia del artículo de Nueva Juventud, publicado en abril de 1917, reside no sólo en el hecho de ser una primera y modesta aportación al debate nacional sobre el futuro de China, sino porque, embrionariamente, contenía el segundo de los temas centrales que formaban entonces sus pensamientos: la suprema importancia de la voluntad del individuo.

«Sin la voluntad para actuar», escribía, «incluso si las condiciones externas y objetivas son perfectas, éstas no nos servirán para nada. De ahí que … debamos empezar por la iniciativa individual … La voluntad es el presupuesto para el futuro de un hombre»[29] Aquel mismo otoño intentó pulir su definición. «La voluntad es la verdad que percibimos en el universo», sugirió.[30] «[Pero] fundamentar la voluntad propia en la verdad no es tan simple», cada persona ha de encontrar su propia verdad y «actuar de acuerdo con [ella], en lugar de seguir ideas ajenas sobre el bien y el mal». Unos meses después, en términos que recordaban al Clásico de los tres caracteres, indicó a sus amigos: «Si podemos unir los poderes mentales y físicos del hombre … no habrá nada inalcanzable».[31].

Además, Mao vinculó a estas nociones tradicionales chinas el concepto occidental del interés propio del individuo:

En último término, el individuo es lo primero … La sociedad está formada por los individuos, no los individuos por la sociedad … y la base de la ayuda mutua es la realización del individuo … El interés propio es inherente a los seres humanos … No hay valor más elevado que el del individuo … De modo que no hay mayor crimen que acabar con el individuo … Todas y cada una de las acciones de la vida tienen el objetivo de la realización del individuo, y toda moral busca [ese fin].[32]

El énfasis en «el poder de la voluntad [y] el poder de la mente»,[33] unido a la concepción de la historia que Mao poseía, así como su permanente apego a los héroes legendarios de obras como El romance de los tres reinos, le llevó a la idea que «los hombres grandes y poderosos son los representantes de una época, y … la época entera no es más que un adorno de esas figuras»:[34]

Los personajes realmente grandes desarrollan … y despliegan las mejores y más grandes posibilidades de su naturaleza original … [Todas] las limitaciones y restricciones [son] dejadas a un lado por la gran fuerza motriz inmersa en su naturaleza original … Los grandes actos del héroe son como él mismo, son la expresión de su fuerza motriz, elevados y puros, sin importarle los precedentes. Su fuerza es como la de un vendaval poderoso que se levanta desde un profundo desfiladero, como el irresistible deseo sexual que se siente ante el amante, una fuerza que no se detendrá y que no puede ser dominada. Disuelve cualquier obstáculo. He contemplado desde la antigüedad el poder desafiante de los generales valerosos en el campo de batalla, afrontando intrépidamente diez mil enemigos. Se dice que un hombre que desdeña la muerte vencerá sobre otros mil … Porque nadie puede frenarle ni eliminarle, es el más fuerte y el más poderoso. Y ello es válido tanto para el espíritu del hombre superior como para el espíritu del sabio.[35]

Según el esquema de lo real en el pensamiento de Mao, el héroe debe luchar contra un mundo en el que el orden degenera incesantemente en el caos, del cual, a su vez, surge un nuevo orden.

«En el cielo y en la tierra sólo existe el movimiento», escribió.[36] «A lo largo de todas las épocas han existido disputas entre las distintas escuelas de pensamiento»[37]. En un fragmento destacable fue aún más lejos sosteniendo que, a pesar de que los hombres anhelan la paz, al mismo tiempo la aborrecen:

Un largo período de paz, de paz absoluta sin desorden de ningún tipo, sería absolutamente insoportable … y sería inevitable que la paz diese lugar a los disturbios … Estoy seguro de que una vez entremos en [una época] de gran armonía, el oleaje de la competitividad y la fricción se impondrá para perturbarlo todo. Los seres humanos odian el caos y desean el orden, sin ser conscientes de que el caos es también parte del proceso histórico de la vida, de que es valioso … A la gente le complace leer sobre los tiempos en que los cambios son constantes y emergen hombres de talento. Y cuando llegan a los períodos de paz … dejan el libro a un lado…[38]

Las reflexiones de Mao sobre estos «asuntos intelectuales [y] grandes cuestiones de Estado», según escribía a un amigo,[39] tuvieron como telón de fondo la creciente percepción de las tensiones entre las tradiciones chinas que había asimilado en la infancia y las nuevas concepciones occidentales que entonces le absorbían.

En un primer momento, Mao imitó conscientemente las ideas de Kang Youwei y otros reformadores del siglo XIX. «He llegado a la conclusión de que el camino hacia la erudición debe ser primero … chino y después occidental, primero general y luego especializado», escribió en junio de 1915.[40] Tres meses después desarrollaba esta misma idea:

Deberíamos esforzarnos en comparar China con Occidente y escoger qué hay en el extranjero que pueda sernos útil en casa … [Un amigo] me habló de … los Principios de sociología [de Herbert Spencer], por lo que tomé el libro y lo leí cuidadosamente. Después cerré el libro y me dije: «Aquí se esconde el camino hacia la erudición» … [Este libro] es realmente recomendable … [y contiene mucho] que hay que valorar … Sin embargo … la cultura china … es aún más importante. La cultura china es amplia y profunda … Lo más importante para nuestro pueblo es el conocimiento general de la cultura china.[41]

En casi todos los escritos de Mao, a lo largo de su vida, los saberes chinos, más que los occidentales, ocuparon un lugar privilegiado. Aun cuando se tratara de una disciplina ajena como la educación física, importada a China desde Occidente, Mao anteponía siempre, en un lugar de honor, un largo listado de precedentes chinos, comenzando en este caso por una pléyade de intelectuales de finales de la dinastía Ming para, sólo en segundo lugar, hacer mención de algunos «eminentes defensores [extranjeros] de la educación física», como Theodore Roosevelt y el japonés Jigoro Kano, creador del yudo. La práctica de fundamentar las ideas extranjeras en la realidad de China para mostrar su excelencia fue un principio cardinal al que Mao nunca renunció.

Sin embargo, en 1917 Mao comenzó a plantearse por vez primera si el pensamiento tradicional chino era realmente superior. Las antiguas enseñanzas del país eran «desorganizadas y asistemáticas», se quejó aquel verano.[42] «Por ello no hemos realizado ningún progreso, durante varios milenios … Las enseñanzas occidentales … son muy distintas … Las clasificaciones son tan claras que suenan como el agua de una cascada cuando se estrella en las rocas del fondo de un despeñadero». Pero unas semanas después ya no estaba tan seguro. «Según mi opinión, el pensamiento occidental tampoco es necesariamente correcto en su totalidad», escribió. «Muchos de sus elementos deberían ser transformados al mismo tiempo que el pensamiento oriental»[43].

Halló una respuesta provisional en una de las tesis de Paulsen. «Todas las naciones pasan inevitablemente por períodos de vejez y declive», había escrito el alemán.[44] «Con el tiempo, la tradición actúa como un lastre para las fuerzas renovadoras, y el pasado oprime al presente». Y Mao concluyó que ésta era la situación de China. «[Deberían] ser quemadas todas las antologías de prosa y de poesía publicadas desde las dinastías Tang y Song», le dijo a un amigo. «La revolución no consiste en el uso de las armas y los soldados, sino en la sustitución de lo viejo por lo nuevo»[45].

No obstante, no propuso que los clásicos chinos fuesen destruidos. Los fundamentos de la cultura china eran inviolables. Sólo debía eliminarse el enmarañado andamiaje que se había edificado en su superficie, de modo que la originalidad y la grandeza de China pudiesen aflorar de nuevo.

A medida que avanzaba la década, las perspectivas de una renovación nacional comenzaron a teñirse de tonos cada vez más sombríos. La revolución de Xinhai de 1911, así llamada porque tuvo lugar en el año del cerdo de hierro, según el ciclo tradicional de sesenta años,[46] no alcanzó ninguna de sus ambiciones. Su único logro había sido destructivo: derrocar la corte manchú.

Los reformistas de Hunan habían sospechado desde el principio que la administración de Yuan Shikai sería una réplica de la autocracia Qing a la que en el pasado él mismo había servido y que había intentado defender con el apoyo de las armas. El gobierno provincial, encabezado por Tan Yankai, apoyaba en su lugar el recién formado Guomindang (Partido Nacionalista) de Sun Yat-sen, que había alcanzado una abrumadora victoria en las elecciones parlamentarias del invierno de 1912. Yuan se mostró tan falto de escrúpulos como ellos habían temido. Durante la primavera siguiente Sun Yat-sen lanzó, ya demasiado tarde, una expedición para poner freno al poder de Yuan, ante el cual, un año antes, había retrocedido. Jianxi y otras cinco provincias del sur declararon su apoyo. Pero la Segunda Revolución, como fue llamada, ni siquiera consiguió arrancar. A finales de agosto de 1913, los ejércitos del sur cayeron derrotados estrepitosamente y sus líderes huyeron al exilio. Los gobernadores militares del sur, indirectamente vinculados a las fuerzas de Sun, mantuvieron el control de sus feudos en las provincias de Guangdong, Guangxi, Guizhou y Yunnan. Pero Yuan fue capaz de imponer de nuevo la ley del gobierno de Pekín en Hunan, designando a Tang Xiangming, un conservador leal, como sustituto del liberal Tan. Poco tiempo después, un decreto presidencial proscribía el Guomindang en todo el país, acusándolo de «fomentar disturbios políticos».

Todas estas lejanas maniobras de la elite, como probablemente las entendió aquel estudiante de diecinueve años que poco antes había contemplado un derrumbe dinástico, fueron acogidas por Mao con indiferencia. El único incidente que llamó su atención fue la explosión, aquel mismo verano, del arsenal de Changsha; y ello por el espectáculo que se organizó, más que por razones políticas. «Una hoguera inmensa, que los estudiantes contemplamos con excitación», recordaba.[47] «Explotaron toneladas de balas y de proyectiles, y la pólvora ardió en un intenso resplandor. Era mejor que los petardos». Mao silenció el hecho de que había sido volado por dos partidarios de Yuan para privar de armas a la gente del Hunan.

Los estudios de Mao pasaron a ocupar el centro de su atención durante algo más de los cinco siguientes años; la política republicana se mantenía en un distante segundo lugar; y sólo si se convertía en un elemento relevante para la juventud de la nación. Así ocurrió durante la primavera de 1915, cuando Yuan capituló ante las «veintiuna demandas» de Japón;[48] y de nuevo al invierno siguiente, cuando inició sus maniobras para restaurar la monarquía. Aquel año Mao se convirtió en miembro de la Sociedad Wang Fuzhi,[49] así llamada en honor de un patriota Ming de Hunan que había luchado contra los manchúes; sus reuniones semanales eran una tapadera de los intelectuales reformistas para promover la oposición a las ambiciones imperiales de Yuan. Mao también participó en la edición de una colección de escritos de Liang Qichao y Kang Youwei contra la restauración, titulada Palabras funestas sobre los sucesos actuales, publicación que enojó a las autoridades hasta tal punto que la policía acudió a la escuela para iniciar una investigación.[50]

A finales de diciembre de 1915 Yuan se proclamó a sí mismo emperador, bautizando su reinado con el nombre de Hongxian. El gobernador militar de Yunnan se rebeló de inmediato, seguido por los de Guangzhou, Zhejiang y Jiangxi. En la primavera siguiente, el nuevo emperador comenzó a albergar nuevos proyectos, y propuso convertirse nuevamente en presidente. Pero era demasiado tarde. Los ejércitos del sur ya estaban en marcha; en el aire se podía percibir el olor de la sangre. Miembros de una sociedad secreta de Hunan se alzaron en rebelión, desatando un motín encabezado por uno de los comandantes del gobernador Tang. Aunque sucumbió, fue el aviso que aguardaba Tang, que había contribuido a orquestar las ambiciones imperiales de Yuan, para apartarse apresuradamente de su antiguo patrón. A finales de mayo declaró la provincia de Hunan independiente tanto de las fuerzas del norte como de las del sur. Pero justo en aquel momento, el día 4 de junio, cuando se avecinaba una guerra civil en todo el país, Yuan murió a causa de una hemorragia cerebral y los generales del norte se lanzaron con sus tropas en precipitada retirada hasta Pekín para debatir la sucesión. Su partida supuso el colapso del delicado equilibrio militar que había mantenido a Tang en el poder. Un mes después, disfrazado de campesino, el gobernador huía por la puerta trasera de su yamen, acompañado de unos pocos sirvientes de confianza, y se embarcaba en un vapor británico con destino a Hankou. Junto a él se fueron setecientos mil dólares de la tesorería provincial.

El derrocamiento de Tang desencadenó sangrientas matanzas, que se prolongaron durante dos semanas en Changsha y sus alrededores, con al menos mil personas muertas, seguidas de un nuevo caos político fomentado por las disputas entre las facciones rivales.[51]

Mao volvió a Shaoshan por su propio pie. En una carta a su compañero Xiao Yu, hermano menor de Emi Siao, relataba que las tropas del sur —«una turbamulta tosca … llegada de las espesuras montañosas, [que] hablan como rapaces y miran como las alimañas»— se pavoneaban de andar armando pendencias, comer en los restaurantes sin pagar y organizar apuestas en las esquinas de las calles. «La atmósfera arde en desenfreno», se lamentaba. «El desgobierno ha alcanzado límites extremos … Por desgracia, ¡es como el reino del terror en Francia!»[52].

Sin embargo, mucho más sorprendente que el desprecio que Mao sentía por los soldados era su defensa del antiguo gobernador, odiado por casi todo el mundo.

Si alguien había organizado alguna vez un reino del terror en la provincia, ése no era otro que el «carnicero» Tang, apelativo con el que se lo designó muy pronto. Había llegado al poder con la orden de acabar con la influencia del Guomindang, y desde el primer día se enfrentó a su cometido con celo. Un médico y misionero norteamericano de Changsha recordaba haberle invitado a comer, junto a algunos de los oficiales de su gabinete, para celebrar su nombramiento:

Al día siguiente llegaron malas noticias sobre tres de nuestros convidados. Aquella tarde, en una plaza pública cerca del yamen, el tesorero de la provincia fue tiroteado en público, mientras que los otros dos miembros veteranos del gabinete … fueron arrojados a una misma celda, sentenciados a ser ejecutados en dos días. El ambiente era tenso. La burguesía dirigente y los estudiantes de las escuelas de la ciudad estaban agitados como nunca … Los guardias fueron … dispuestos ante las puertas principales para evitar que los alumnos acudiesen a las reuniones de las organizaciones estudiantiles. «Cualquier director», decía la proclamación del gobernador, «que permita celebrar a los estudiantes asambleas políticas en la escuela será destituido…». Nos acercábamos, cada dos horas, a la plaza pública central para informarnos … Los transeúntes nos dijeron que las ejecuciones se habían sucedido invariablemente desde el amanecer.[53]

Otros dieciséis antiguos miembros del gobierno de Tan Yankai fueron arrestados y fusilados en un anfiteatro destinado a eventos deportivos.[54] Durante los tres años que Tang se mantuvo en el poder, un mínimo de cinco mil personas fueron ejecutadas por ofensas políticas, junto a un número desconocido de delincuentes comunes.[55] Informes independientes, escritos tanto por chinos como por extranjeros, lo describían «gobernando con mano de hierro», y esta frase no era una metáfora en la China de las primeras décadas de siglo XX.[56] Un misionero describió el trato que recibieron tres ladrones, uno de ellos de diecisiete años:

Como no estaban dispuestos a delatar a sus cómplices, el [juez] les hizo arrodillarse sobre tejas rotas, con un poste en la parte superior de sus piernas, sobre el que dos hombres saltaban para ejercer presión. [Tomó] unas barras gruesas de incienso —del espesor de un dedo y duras como la madera— e introdujo los extremos candentes en sus ojos y por el interior de sus narices. Entonces usó los extremos encendidos para trazar caracteres y figuras sobre sus cuerpos desnudos. Finalmente, con las manos y los pies totalmente extendidos sobre el suelo y sujetos firmemente en unas estacas, dejaron las barras incandescentes de incienso directamente sobre sus carnes, después de haber marcado con severidad sus cuerpos con hierros al rojo vivo. Los tres sucumbieron, y cuando los llevaron al estrado del tribunal, apenas se reconocía en ellos un cuerpo humano.[57]

Los métodos del «carnicero» Tang eran extremos incluso en comparación con esas acciones. Las torturas llevadas a cabo por el director de la Oficina de la Ley Militar de Hunan eran tan bárbaras que éste adquirió el sobrenombre de «rey viviente del infierno». Unidades de policía especial fueron creadas para perseguir a los partidarios del Guomindang. Se cerraron muchas escuelas debido a la fuerte reducción del presupuesto educativo, y las que permanecieron abiertas se mantenían bajo vigilancia. Los periódicos que habían cuestionado las acciones políticas de Tang fueron prohibidos y, en 1916, cuando se introdujo la censura en la prensa, los que todavía se publicaban aparecieron con espacios en blanco. «Había agentes por todas partes y la gente se mantenía tan silenciosa como las cigarras en invierno», escribió un periodista chino. «Desconfiando unos de otros, nadie se atrevía a hablar de lo que ocurría»[58].

Mao era consciente de todo ello. Su propia escuela había sido forzada a cerrar durante la oleada de ejecuciones que había acompañado al gobierno de Tang.[59] A pesar de ello, en carta a Xiao Yu, defendía con obstinación el vergonzoso proceder del gobernador:

Todavía creo que el gobernador militar Tang no tendría que haber sido derrocado. Su expulsión fue una injusticia y la situación es ahora más y más caótica. ¿Por qué digo que fue una injusticia? Tang estuvo aquí durante tres años y gobernó aplicando severamente leyes estrictas. Él … [creó] un ambiente tranquilo y agradable. Se restauró el orden y prácticamente se volvió a la paz del pasado. Controlaba de manera estricta el ejército, con disciplina … La ciudad de Changsha se tornó tan honesta que los objetos perdidos se dejaban en la calle a la espera de sus propietarios. Si hasta las gallinas y los perros vivían sin miedo … Tang puede defender su inocencia ante el mundo entero … [Ahora] los gángsters [de la vieja elite militar y política de Hunan] … están por todas partes, haciendo pesquisas y arrestando a la gente, y ejecutan a los que arrestan … Hay rumores de todo tipo que dicen que se roba a los funcionarios del gobierno y se desafía a los jueces [de distrito] … ¡No pueden ser más extraños y descabellados los sucesos de Hunan![60]

Esta carta ofrece una visión fascinante de las elucubraciones de un Mao que contaba con veintidós años. Al alistarse, en 1911, en el ejército revolucionario, se había limitado a hacer lo mismo que otros miles de jóvenes de su edad. En esta ocasión, en cambio, estaba desafiando la opinión de la mayoría para defender una peligrosa causa política profundamente impopular. «Temo que pueda meterme en líos», dijo a Xiao Yu. «No dejes que nadie lea esto. Lo mejor será que lo quemes cuando hayas acabado de leerlo».

Sus ideas sobre el «carnicero» Tang cambiarían con el tiempo. Pero su método de análisis —centrado en lo que él consideraba el elemento central del problema (en este caso, el mantenimiento de la ley y el orden), despreocupándose de lo secundario (la crueldad de Tang)— se convirtió en la base de su enfoque político durante toda su vida. Además, su defensa del autoritarismo ofrecía un escalofriante presagio de la crueldad que Mao exhibiría en el futuro:

El hecho de que [Tang] matase a más de diez mil personas fue una consecuencia inevitable de su política. ¿Acaso mató más que [el comandante militar del norte] Feng [Guozhang] en Nanjing? … Se puede decir que manipulaba la opinión pública, que complacía a Yuan [Shikai] y que calumniaba a gente buena. Pero este tipo de comportamiento ¿no se da en todas partes? … El objetivo final de proteger el país habría sido inalcanzable sin estas medidas. Los que creen que son crímenes no comprenden el plan en su conjunto.[61]

Estas ideas se prefiguraban en el ensayo de Mao, de cuatro años antes, que elogiaba a Shang Yang, el político legista, por «promulgar leyes que castigaban a los injustos y los rebeldes».[62] Pero ahora iba más lejos, argumentando que el asesinato de la oposición política no sólo estaba justificado, sino que era inevitable.

El apoyo de Mao al gobierno de Tang, como ejemplo de liderazgo poderoso, y la denigración de la elite progresista de Hunan reflejaban su repugnancia por las disputas de los políticos locales.[63] Razonamientos similares le llevaron a conceder méritos a Yuan Shikai. Mientras otros menospreciaban al frustrado emperador como a un renegado que había traicionado la República y se había postrado ante los odiosos japoneses, Mao seguía considerándole una de las tres figuras más distinguidas de su tiempo, junto a Sun Yat-sen y Kang Youwei.[64] No fue hasta dieciocho meses más tarde, en el invierno de 1917, estando Hunan una vez más bajo las agonías de los conflictos civiles y toda China con gobernadores militares que habían degenerado en señores de la guerra, cuando finalmente admitiría que Yuan y Tang no habían sido, al fin y al cabo, más que unos tiranos, corrompidos por su propio poder.[65]

Los años que Mao estudió en la Escuela Normal le formaron en otros muchos aspectos. Aquel joven testarudo que fue admitido en 1913, y que ocultaba sus miedos y su inseguridad trás apariencia de valentía, se había convertido en un joven estimado y aparentemente centrado, considerado por sus profesores y sus amigos como un estudiante excepcional que algún día llegaría a ser un profesor de máximo nivel.[66]

Fue una transición pausada. Como le había ocurrido en Dongshan, le llevó un año, e incluso algo más, encontrar su lugar. Xiao Yu, que se convirtió en uno de sus primeros y mejores amigos, describió la manera en que Mao, en el verano de 1914, se le acercó, dubitativo, por primera vez:

Como en aquella época yo era un estudiante veterano, él no se atrevía a dirigirme primero la palabra … [Pero] al leer los ensayos [de los demás, que se colgaban en la clase], aprendimos sobre las ideas y opiniones de los otros y, de este modo, se formó un lazo de mutua comprensión entre ambos … [Después de] algunos meses … nos encontramos una mañana por los corredores … Mao se paró ante mí con una sonrisa. «Mr. Xiao» [me dijo]. En aquella época todos en la escuela nos dirigíamos a los compañeros en inglés. «Mr. Mao», contesté … preguntándome vagamente qué querría decirme … «¿Cual es el número de su estudio?» [preguntó] … Naturalmente, él conocía perfectamente la respuesta y la pregunta era sólo una excusa para iniciar una conversación. «Esta tarde, al acabar la clase, me gustaría ir a su estudio para leer sus ensayos, si no le importa…».

Aquel día las clases acabaron a las cuatro y Mao llegó puntualmente a mi estudio … [Ambos] disfrutamos con nuestra primera conversación. Al final, dijo: «Me gustaría volver mañana y pedirle consejo». Tomó dos de mis ensayos, me hizo una reverencia formal y se fue. Era muy educado. Cada vez que me venía a visitar me dedicaba una reverencia.[67]

Mao era capaz de hacer cualquier cosa para localizar a los que él creía eran sus almas gemelas. «Con la excepción de los sabios, los hombres no pueden alcanzar el éxito en soledad», escribió en 1915. «Escoger los amigos es un asunto de vital importancia»[68] Aquel mismo año distribuyó un anuncio colgándolo por las escuelas de la ciudad,[69] que invitaba a «personas jóvenes interesadas en las tareas patrióticas» a que contactasen con él.[70]. Añadía que debían ser «aguerridos y determinados, y … dispuestos a realizar sacrificios por su país»; estaba firmado con un seudónimo, «el estudiante de los veintiocho trazos», en alusión al número de trazos de pincel necesarios para escribir su nombre.

En la Escuela Normal Provincial Femenina se sospechaba que se trataba de un reclamo encubierto para acompañantes femeninas y se inició una investigación.[71] Pero aquello estaba muy lejos de los pensamientos de Mao. Simplemente «imitaba a los pájaros cuando cantan para encontrar voces amigas»,[72] explicó a Xiao Yu. «En estos tiempos», añadió, «si se tienen pocos amigos, no es posible ampliar las perspectivas de uno».

Veinte años después explicó a Edgar Snow que había recibido «tres contestaciones y media»[73] —tres de hombres jóvenes que con el tiempo se convirtieron en «traidores» o «ultrarreaccionarios», y «media respuesta» de «un joven tolerante llamado Li Lisan», quien años más tarde se convertiría en un líder del Partido Comunista, encarnizado enemigo de Mao. De hecho, media docena de jóvenes respondieron a su reclamo[74] y, de un modo gradual, se fue formando un círculo de estudio de vínculos poco definidos:

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