Mao

Mao


5. El Comintern toma el mando

Página 17 de 131

5. El Comintern toma el mando

5

El Comintern toma el mando

El viernes 3 de junio de 1921, después de seis semanas de viaje desde Venecia, un vapor de la Lloyd Triestino,[T11] el Aquila, atracó en el puerto de Shanghai. Entre los pasajeros que desembarcaron había un holandés cercano a la cuarentena de aspecto fornido, oscuro pelo rapado y mostacho moreno. Quienes se cruzaban con él creían reconocer a un oficial del ejército prusiano.[1] Había sufrido un viaje pleno de dificultades. Ya antes de embarcar había sido arrestado en Viena, hasta donde se había desplazado para solicitar el visado chino. Una semana después, la policía austríaca le dejaba en libertad, no sin antes notificarlo a los países de los que, según su pasaporte, había obtenido el permiso de entrada. La policía británica de Colombo, Penang, Singapur y Hong Kong había situado agentes en los muelles para impedir su desembarco. Por su parte, la legación holandesa en Pekín solicitó al gobierno chino que se le denegase la entrada, pero no recibió respuesta.[2] Shanghai tenía sus propias leyes y las órdenes de Pekín no tenían allí ningún efecto. El suave y húmedo aroma de China atraía, con cada nueva marea, a desposeídos, ambiciosos y criminales —familias arruinadas de rusos blancos, aventureros rojos, espías japoneses, intelectuales apátridas, canallas de toda laya— y, a cambio, enviaba jóvenes idealistas que pretendían aprender lenguas extranjeras en Tokio o París. Los chinos definían la ciudad como un «lujurioso embotamiento de los sentidos», mientras que entre los extranjeros era conocida como «la puta de Oriente». El esteta sir Harold Acton la recordaba como un lugar en el que «las personas no tenían idea alguna de lo asombrosas que eran, donde lo insólito se había transformado en ordinario, y lo imprevisto, en usual». Se rumoreaba que Wallis Simpson había posado desnuda, apenas cubierta por un salvavidas, para un fotógrafo local. Por su parte, Eugene O’Neill, acompañado de una masajista sueca, padeció una crisis nerviosa en Shanghai. Aldous Huxley escribió que inmerso en «su densa, exuberante y exquisita vida condensada … no se puede imaginar absolutamente nada con una fuerza tan intensa». El periodista Xia Yan la vio como «una ciudad de rascacielos de cuarenta y ocho plantas, construida sobre los veinticuatro niveles del infierno».[3]

El señor Andersen, como se llamaba a sí mismo el holandés,[4] recorrió el bund,[T12] atravesó las altas torres y las ciudadelas graníticas del capitalismo británico —el Hong Kong and Shanghai Bank, la Casa de Aduanas, presidida por el mosaico de barcazas navegando por el Yangzi que había en el techo, la factoría de Jardine & Matheson y la East Asiatic Company—, pasó el parque con el apócrifo letrero que rezaba «Prohibido el paso a chinos y perros», y franqueó el hostal de los marineros y la ensenada de Suzhou, para finalmente alquilar una habitación en el Oriental Hotel.

Cuando miraba a su alrededor, a las calles pobladas de chinos, ataviados con largos uniformes y sombreros canotié; a los taipanes,[T13] vestidos inmaculadamente dentro de sedanes con chófer; a los clubes nocturnos repletos de bailarinas euroasiáticas, donde los jóvenes expatriados se divertían hasta la madrugada; a los culis harapientos, sudorosos, que tiraban de cargas desmesuradas; a las fábricas textiles, donde mujeres y niños trabajaban turnos de catorce horas; y a los inmundos tugurios del otro lado del río, donde se hacinaba el emergente nuevo proletariado; probablemente, al contemplar aquel espectáculo surgió de sus adentros un celo misional. Porque Hendricus Sneevliet, para dar su verdadero nombre, también conocido como Martin Ivanovich Bergman, camarada Philipp, Monsieur Sentot, Joh van Son o Maring, entre otros muchos alias, era, desde cierto punto de vista, un misionero.[5] Había sido enviado a China por Lenin con el cargo de primer representante del Comintern, la Internacional Comunista, para ayudar a los camaradas chinos a organizar un partido que pudiese ofrecer apoyo fraternal a los dirigentes bolcheviques de «Mekka», tal como él designaba a Moscú, y contribuyese a la propagación de una revolución mundial en la que todos ellos creían fervientemente.[6]

Sneevliet no era el primer emisario ruso que llegaba a China. Los primeros contactos se iniciaron en enero de 1920. Tres meses después, la Oficina de Extremo Oriente del Partido Bolchevique, con el permiso del Comintern, envió a Grigory Voitinsky para reconocer la situación. En verano, otros dos rusos fueron destinados a Cantón, bajo la tapadera de ser corresponsales de una agencia de noticias.[7]

La llegada de Voitinsky estuvo hábilmente programada para que coincidiera con el arrebato de entusiasmo que se había desatado después de que la Unión Soviética anunciase la renuncia a sus derechos extraterritoriales en China. Voitinsky era un hombre con mucho tacto y encanto, y los chinos que trataron con él le consideraron un perfecto ejemplo de lo que debía encarnar un camarada revolucionario. Durante los nueve meses que permaneció en China ayudó a Chen Duxiu a organizar el «grupo comunista» de Shanghai, la Liga de las Juventudes Socialistas y el periódico comunista Gongchandang, además de esbozar el manifiesto del partido que Mao y sus compañeros recibieron ese mismo invierno, como preliminar a la celebración de un congreso fundacional para aunar los grupos provinciales y formar juntos un Partido Comunista de altos vuelos.

Pero Hendricus Sneevliet era un hombre de muy distinto carácter. Era miembro de la Ejecutiva del Comintern y ya llevaba cinco años en Asia como consejero del Partido Comunista de Indonesia, entonces un territorio bajo control holandés. Rezumaba una amalgama de obstinación y arrogancia que revelaba no sólo que sabía más que sus camaradas chinos, sino que además era su obligación moral guiarlos por el camino correcto. Zhang Guotao, un licenciado de Pekín que había cooperado con Li Dazhao para crear el «grupo comunista» del norte de China, recordaba su primer encuentro, poco después de la llegada del holandés:

Ese demonio extranjero era agresivo y de trato embarazoso; sus modales eran muy diferentes de los de Voitinsky … Dejó entre algunos la impresión de que había asimilado las actitudes y los hábitos de los holandeses que vivían como señores coloniales en las Indias Orientales. Era, eso creía él, la más distinguida autoridad del Comintern en Oriente, y ello le hacía rebosar de orgullo … Se consideraba a sí mismo como un ángel llegado para la liberación del pueblo asiático. Pero a aquellos de nosotros que conservábamos nuestro amor propio y buscábamos nuestra propia liberación, nos parecía un ser aferrado al complejo de superioridad social tan característico entre los blancos.[8]

A finales de junio de 1921,[9] Mao y He Shuheng abandonaron Changsha a bordo de un vapor, en secreto,[10] para unirse a otros once delegados de los grupos comunistas de Pekín, Cantón, Jinan, Shanghai, Tokio y Wuhan, y asistir al congreso fundacional que Voitinsky había comenzado a organizar.[11] Se inauguró el 23 de julio, en un aula de una escuela femenina de la concesión francesa, cerrada durante las vacaciones de verano. Ni Chen Duxiu ni Li Dazhao estuvieron presentes. En su ausencia, las diligencias fueron presididas por Zhang Guotao, a quien Mao había conocido en Pekín dos años y medio antes, cuando trabajaba como ayudante en la biblioteca. Sneevliet y un asistente suyo, Nikolsky, de la recién creada oficina del Comintern en Irkutsk, asistieron los dos primeros días de reunión pero posteriormente se retiraron para favorecer el debate entre los chinos.

La discusión se desarrolló en torno a tres cuestiones: qué clase de partido deberían crear; qué actitud debían adoptar ante las instituciones burguesas, especialmente el Parlamento Nacional y los gobiernos de Pekín y Cantón; y, finalmente, qué relación debían mantener con el Comintern.

En su intervención inicial, consciente de que todos los presentes eran estudiantes o profesores, Sneevliet insistió en la importancia de la creación de fuertes vínculos con la clase trabajadora. Pero Li Hanjun, estudioso marxista que representaba al grupo de Shanghai, inmediatamente mostró sus discrepancias. Los trabajadores chinos, replicó, no comprendían en absoluto las teorías del marxismo. Su estructuración entrañaría un largo período de trabajo educativo y propagandístico. Pero mientras no se completase ese período, los marxistas chinos debían decidir si su causa se vería más favorecida por una organización basada en el bolchevismo ruso o por una que partiese de la socialdemocracia de estilo alemán. Lanzarse precipitadamente a edificar un partido de obreros, consagrado a la dictadura del proletariado, sería un grave error. Sneevliet estaba escandalizado. Pero, al menos en ese último aspecto, el holandés conseguiría imponer su criterio. En su primera declaración oficial, el Partido Comunista Chino se declaró seguidor de la ideología bolchevique:

El programa de nuestro partido es el siguiente: acabar con las clases capitalistas y reconstruir la nación desde la clase obrera, con la ayuda del ejército revolucionario del proletariado, hasta que las distinciones de clases hayan sido suprimidas … Adoptar la dictadura del proletariado … Derrocar la propiedad privada del capital, confiscar todos los medios de producción, como las máquinas, la tierra, los edificios … y otros, y confiarlos a la propiedad social … Nuestro partido, con la adopción del soviet, aglutina a los obreros de la industria y el campo, así como a los soldados, difunde el comunismo, y reconoce en la revolución social su política primaria; corta toda relación con la clase de los cobardes intelectuales y con otros grupos parecidos.[12]

El resultado de las otras dos cuestiones en liza fue menos satisfactorio para Moscú. En parte por la manera en que se puso fin al congreso. El 29 de julio, cuando era más que evidente que existían todavía serias discrepancias, Sneevliet indicó que quería exponer algunas ideas nuevas y propuso que la próxima sesión se celebrase, no en la escuela, sino en la casa de Li Hanjun, también en la concesión francesa. Al día siguiente, al anochecer, poco después de iniciarse la reunión, un hombre se asomó por la ventana, murmuró unas palabras, afirmando que se había equivocado de lugar, y se escabulló apresuradamente. Siguiendo las instrucciones de Sneevliet, los delegados se dispersaron de inmediato. Un grupo de detectives chinos, dirigidos por un oficial francés, se personaron pocos minutos después en el lugar, pero a pesar de las cuatro horas de registro, no hallaron nada. Después de aquello, se decidió que era demasiado peligroso proseguir las reuniones en Shanghai, y la sesión final discurrió en un barco de recreo oculto por los cañaverales de las orillas del lago meridional de Jiaxing, pequeña ciudad del golfo de Hangzhou, sesenta kilómetros más al sur. Tampoco allí pudo intervenir Sneevliet: se consideró que la presencia de extranjeros haría de ellos un grupo demasiado llamativo, por lo que él y Nikolsky no participaron. Como conclusión, cuando el itinerario del bote llegó a su fin, al atardecer, los delegados gritaron al unísono: «Larga vida al Partido Comunista [Chino], larga vida al Comintern, larga vida al Comunismo, el emancipador de la humanidad».[13] Habían tomado lo que uno de ellos definió como «varias decisiones tajantes y radicales»,[14] aunque no todas ellas del agrado del Comintern.

Habían decidido, por ejemplo, adoptar «una actitud de independencia, agresión y rechazo»[15] ante los otros partidos políticos, además de exigir a los miembros del Partido Comunista que cortasen todos sus vínculos con las organizaciones políticas no comunistas. Esta actitud sectaria estaba reñida, no sólo con las esperanzas de Sneevliet de establecer una alianza táctica con el Guomindang de Sun Yat-sen, que él percibía perspicazmente en aquel momento como la fuerza revolucionaria más poderosa de China, sino también con la tesis de Lenin, aprobada en el Segundo Congreso del Comintern en Moscú un año antes, de que los partidos comunistas de los «países atrasados», en la medida en que pudiesen existir, deberían colaborar estrechamente con los movimientos democráticos burgueses nacionalistas y revolucionarios.[16].

No se llegó a un acuerdo sobre la consideración que merecían los gobiernos de Pekín y Cantón. Desde el punto de vista de Sneevliet, compartido por Chen Duxiu, el régimen del sur era mucho más progresista.

Y lo que era peor para el holandés, los delegados se negaron a reconocer la supremacía de Moscú.[17] A pesar de que el programa del partido hablaba de «unión con el Comintern», lo hacía en términos de igualdad, no de subordinación.

Las tensiones sobre las relaciones que se debían mantener con «Mekka» se prolongarían tras la finalización del congreso.

Cuando, en septiembre, Chen Duxiu tomó el cargo de secretario del Comité Central Ejecutivo provisional, descubrió que Sneevliet, como representante del Comintern, no sólo se dedicaba a dar órdenes a los miembros del partido, sino que esperaba que él mismo le remitiese un informe semanal.[18]

Durante algunas semanas, Chen rehusó mantener relación alguna con el holandés. El partido chino era un recién nacido, dijo a los miembros del grupo de Shanghai. La revolución de China tenía sus propias características y no necesitaba de la ayuda del Comintern. Pero con el tiempo se llegó a un entendimiento, principalmente porque, a pesar de los desplantes de Chen, el Comintern aportaba el dinero, unos cinco mil dólares estadounidenses, que el partido necesitaba para sobrevivir. Pero los rencores permanecían latentes, y no sólo por el talante autoritario de Sneevliet. Él sería sólo el primero de una larga lista de consejeros soviéticos que ofendieron la sensibilidad de los chinos, reflejando unas divergencias culturales y raciales que el internacionalismo del movimiento comunista pudo inicialmente limar, pero que cuarenta años después clamarían venganza.

Mao ocupó un plano secundario en el Primer Congreso. Realizó un informe (que se ha perdido)[19] sobre las acciones del grupo de Hunan que, en el mes de julio, aportaba diez de los cincuenta y tres miembros del movimiento comunista en China;[20] y él y Zhou Fuhai, un estudiante de Hunan representante del grupo de Tokio, que acudía con sus dos únicos miembros, fueron nombrados secretarios oficiales.[21] Zhang Guotao le recordaba como un «joven de tez pálida y temperamento bastante activo que, enfundado en su largo vestido tradicional de tejido local, parecía más bien un sacerdote taoísta salido de algún pueblo». Las «formas burdas de Hunan» que exhibía Mao, escribía Zhang, encajaban con su muestra de cultura general pero limitada comprensión del marxismo.[22] Ninguno de los asistentes le recuerda participando significativamente en los debates.[23] Sin duda alguna se sentía intimidado por sus sofisticados compañeros, la mayoría de los cuales, dijo a su amigo Xiao Yu, quien había ido a visitarle a Shanghai por aquellas fechas, «había recibido una excelente formación y … sabía leer japonés o inglés».[24] Aquello despertó sus viejas inseguridades y en cuanto regresó a Changsha se sumió de nuevo en las lecciones de inglés.[25] Dos meses después se creaba la sección de Hunan del Partido Comunista Chino, ocupando Mao el cargo de secretario, en la simbólica fecha del 10 de octubre, el aniversario de la revolución de Xinhai, culminada diez años antes.[26].

Durante unos meses, Mao se entregó a la construcción de la pequeña base del partido. En noviembre, la central del partido, todavía provisional, emitió una directriz que requería a cada delegación provincial que, para el verano de 1922, contase con un mínimo de treinta miembros.[27] La delegación de Mao fue una de las tres que cumplieron con el requisito, junto con las de Cantón y Shanghai.[28] Aquel mismo mes organizó una manifestación para celebrar la revolución bolchevique. Se convirtió en un suceso que se repetiría año tras año, mereciendo la atención del Minguo ribao, el «diario republicano» de Shanghai:

Una inmensa bandera roja ondeaba sobre el asta de la explanada que hay enfrente del edificio de la Asociación Educativa, con dos estandartes menores a ambos lados con el eslogan: «Proletarios del mundo, ¡levantaos!». Otras banderas blancas más pequeñas llevaban la inscripción: «¡Larga vida a Rusia! ¡Larga vida a China!». Entonces venía una multitud de pequeñas banderas rojas, en las que había escrito: «¡Admiremos la Rusia soviética!» … «¡Larga vida al socialismo!» y «¡Pan para los obreros!». Se repartieron folletos a la muchedumbre. Justo cuando iban a comenzar los discursos, apareció un destacamento de policía, y el oficial al cargo anunció que, por orden del gobernador, los manifestantes debían dispersarse. La multitud protestó, invocando el artículo doce de la constitución, que otorga a los ciudadanos el derecho a la libertad de reunión … Pero el oficial no atendió a razones e insistió en que la orden del gobernador tenía que ser obedecida. La turba montó en cólera y empezó a gritar: «¡Fuera el gobernador!». La policía entonces dio comienzo a su trabajo. Desgarraron todas la banderas y la manifestación fue disuelta a la fuerza. Eran las tres de la tarde cuando comenzó a caer una lluvia torrencial que evitó toda resistencia.[29]

A pesar de los forcejeos con el gobernador Zhao, Mao consiguió suficiente apoyo entre sus aliados de la elite provincial para crear la Universidad Autodidacta de la que había comenzado a escribir un año antes, financiada a partir de una ayuda de unos dos mil dólares estadounidenses concedida por el gobierno local, una suma muy importante en aquel tiempo.[30]

Los objetivos declarados de la escuela eran «preparar la reforma de la sociedad» y «unir a la clase intelectual y la clase obrera». Pero, en la práctica, sirvió como campo de pruebas para los futuros activistas del partido que, en los momentos álgidos, llegaron a contabilizar un total de dos decenas de estudiantes a plena dedicación. Al principio, el hecho de que estuviese patrocinada por la Sociedad Wang Fuzhi y ocupase la sede de la antigua Academia Wang Fuzhi oscureció sus propósitos políticos, pero con el tiempo se acercó más al concepto por el que originalmente abogaba Mao de una comuna académica, donde estudiantes y profesores «practicasen una vida comunista». Mao abandonó su empleo en la escuela primaria para actuar de director de la universidad, al tiempo que enseñaba chino en la Primera Escuela Normal.[31] He Shuheng se convirtió en el jefe de estudios. Y He Minfan, en el subdirector; hasta que las poco convencionales ideas de Mao sobre la salud y el ejercicio físico causaron la renuncia de ambos.[32] Bajo el calor del sofocante verano de Changsha, Mao incitaba a los estudiantes a asistir a las clases en lo que, según las normas de la época, era un escandaloso estado de desnudez. He Minfan, una generación mayor, más conservador, se ofendió profundamente y, tras otros enfrentamientos, Mao y él se despidieron con malas palabras.

El principal empeño de las acciones de Mao durante los dos años siguientes se centró, no obstante, en la organización de los trabajadores. La ortodoxia bolchevique obligaba a que la revolución se edificase a partir del proletariado, y el Primer Congreso había designado el establecimiento de sindicatos como su «principal propósito».[33] En aquel período, China poseía cerca de un millón y medio de trabajadores en la industria, frente a doscientos cincuenta millones de campesinos.[34] Las condiciones de las fábricas eran las propias de las novelas de Dickens. El célebre doctor Sherwood Eddy, defensor norteamericano de la clase obrera, informaba después de una inspección llevada a cabo en nombre de la YMCA:

En la fábrica de cerillas de Pekín hay mil cien trabajadores, muchos de ellos muchachos de edades comprendidas entre los nueve y los quince años. El trabajo comienza a las cuatro de la madrugada y sólo se detiene a las seis y media de la tarde, con un pequeño descanso al mediodía … durante los siete días de la semana … La ventilación es deficiente, y las emanaciones del fósforo de baja calidad perjudican los pulmones. Tras treinta minutos de estar allí, mi garganta ardía. Pero los trabajadores lo respiran toda la jornada … De media, caen enfermos unos ochenta cada día. [También visité] una fábrica textil de Pekín. Tiene empleados quince mil jóvenes. Los trabajadores reciben nueve dólares al mes por un trabajo de dieciocho horas diarias, siete días a la semana. La mitad son aprendices que no reciben ninguna enseñanza ni paga alguna, sino simplemente la comida … Sus familias son demasiado pobres para alimentarles, y se congratulan de entregarlos a las fábricas.

En una casa de huéspedes que visité, en cada habitación, de no más de cuatro metros cuadrados y medio, se alojaban diez obreros, la mitad de los cuales trabajaba de día y la otra mitad de noche. En toda la casa no había una sola estufa, ni muebles, ni hogar, ni lavabo … Al lado, perteneciente al mismo propietario, había una especie de cavidad sin ventanas con una sola habitación. Un grupo de chiquillas, de entre diez y quince años, dormía de día en aquel cubículo. Por la noche trabajaban en la fábrica, ganando treinta céntimos por turno. Dormían en un tablado de madera, cubiertas con un montón de trapos viejos. Su principal preocupación era oír la sirena de la fábrica; si llegaban tarde perdían su trabajo. Esta gente no vive. Sólo existe.[35]

En Hunan, el trabajo infantil era menos común que en los asentamientos costeros, pero, de todos modos, las condiciones variaban muy poco. Hasta 1920, los trabajadores y artesanos estaban organizados, como había ocurrido desde los tiempos medievales, en tradicionales gremios comerciales. Pero en noviembre de aquel año, dos jóvenes estudiantes anarquistas, Huang Ai y Pang Renquan, crearon un cuerpo independiente, la Asociación de Trabajadores de Hunan.[36] En agosto, cuando el partido, siguiendo las sugerencias de Sneevliet, estableció un Secretariado Obrero bajo la dirección de Zhang Guotao,[37] con Mao a la cabeza de la división de Hunan, la asociación tenía ya unos dos mil miembros y había encabezado una exitosa huelga en la fábrica algodonera de Huashi en Changsha.[38]

Pang había nacido en Xiangtan, en una aldea a sólo quince kilómetros de Shaoshan.[39] En septiembre de 1921, Mao le acompañó en una visita a las minas de carbón de Anyuan, dentro de un gran complejo industrial de titularidad china en la frontera de Hunan y Jiangxi, para estudiar las posibilidades de organizar a sus obreros.

El viaje no alcanzó su objetivo,[40] pero dos meses después la relación entre ambos había evolucionado lo suficiente como para que Mao escribiese un artículo en el periódico de la asociación, el Laogong zhoukan (Semanario de los Obreros). «El propósito de la organización de la clase obrera», escribió, «no consiste simplemente en agrupar a los obreros para obtener mejores salarios y turnos de menos horas a través de huelgas. Debería, además, nutrir la consciencia de clase para unir y buscar los intereses de toda la clase obrera. Espero que cada uno de los miembros de la Asociación de Trabajadores pondrá especial empeño en este objetivo tan fundamental»[41] Poco después, Huang y Pang se unieron secretamente a la Liga de las Juventudes Socialistas[42] y, en diciembre, contribuyeron a la organización de una manifestación masiva, que congregó a diez mil personas, protestando contra las maniobras de las potencias extranjeras para ampliar sus privilegios económicos en China.[43]. Parecía que la estrategia seguida por Mao de elegir a los anarquistas para, paulatinamente, cambiar su enfoque hacia otros objetivos más marxistas era de lo más fructífera.

Pero entonces, en enero de 1922, el infortunio se ensañó con ellos. Tras las celebraciones del Año Nuevo, cuando la dirección les anunció que su paga extraordinaria sería retenida, los dos mil trabajadores de la fábrica textil de Huashi se declararon en huelga. La maquinaria y el mobiliario fueron reducidos a escombros, y comenzaron los enfrentamientos con la policía de la empresa, resultando muertos tres trabajadores. El 14 de enero el gobernador Zhao Hengti, que además era uno de los principales accionistas de la compañía, declaró que la huelga era «una acción contra el gobierno» y envió un batallón de soldados al escenario. Después de repartir golpes al azar, obligaron a los hombres a retomar el trabajo bajo la amenaza de las armas automáticas. Pero al día siguiente consiguieron hacer circular un grito de ayuda. La Asociación de Trabajadores se puso manos a la obra. Recibió un mensaje del gobernador Zhao convocando a los dos jóvenes instigadores en la fábrica para iniciar las negociaciones. Cuando llegaron, al anochecer del 16 de enero, fueron detenidos y llevados al yamen del gobernador, donde Zhao les interrogó largamente. Se garantizó la paga extraordinaria de los obreros. Pero se condujo a Huang y Pang hasta el campo de ejecuciones, junto a la puerta de Liuyang, donde fueron decapitados, y la Asociación de Trabajadores fue prohibida.[44]

Sus muertes, tres semanas después de que Zhao promulgase una constitución provincial ostensiblemente liberal que enaltecía en Hunan el principio de autonomía, provocó duras reacciones en toda China. Sun Yat-sen reclamó que Zhao fuese condenado. Cai Yuanpei, desde la Universidad de Pekín, junto con otros eminentes intelectuales chinos, envió telegramas de protesta.[45] Mao se dedicó durante el mes de marzo y parte de abril a avivar desde Shanghai una virulenta campaña llevada a cabo por los periódicos en lengua china en contra de Zhao.[46] Incluso el North China Herald afirmó que los métodos del gobernador eran «inexcusables».[47]

El 1 de abril, Zhao publicó una larga declaración en su defensa, justificando su conducta:

Lamentablemente, el gran público parece no conocer las auténticas razones de las ejecuciones, y las ha confundido con asuntos de la Asociación de Trabajadores para acusarme de conspirar contra la asociación … Los dos criminales, Huang y Pang … [se confabularon con] ciertos bandidos … en un complot para conseguir armas y munición … Su plan era acabar con el gobierno y lanzar sus ideas revolucionarias organizando disturbios planeados para el Año Nuevo lunar … En mí cae el peso del gobierno de los treinta millones de hunaneses. Me niego a estar tan confundido como para mostrar benevolencia ante dos hombres y poner en peligro toda la provincia. Si no hubiese actuado como lo hice, no habría sido posible evitar el desastre … Desde el principio he protegido los intereses de los trabajadores … Deseo que la clase obrera de Hunan florezca y prospere.[48]

Nadie creyó sus aseveraciones. Pero, con la negación de que las ejecuciones tuviesen nada que ver con la Asociación de Trabajadores y la afirmación explícita de que los propósitos de los obreros eran legítimos, Zhao dejó abierta la puerta para la reanudación del movimiento obrero.

El siguiente paso de Mao se orientó hacia el desarrollo de una red de escuelas nocturnas para obreros. Para ello contó con la asistencia involuntaria de la YMCA, la cual, con el apoyo del gobierno provincial, había iniciado una campaña de educación de las masas. Se dispuso que los miembros del partido ejerciesen de maestros voluntarios, y Mao redactó un sencillo libro de texto que, con el pretexto de ser una herramienta educativa, difundía las ideas socialistas.[49]

La más afortunada de sus andanzas ocurrió en Anyuan; Mao había enviado hasta allí a Li Lisan para encargarse de las tareas organizativas.[50] Li, el joven imberbe que seis años antes había enviado «media respuesta» a la convocatoria de Mao en busca de miembros para la Asociación de Estudios del Nuevo Pueblo, se había unido al partido en Francia. A Mao le seguía gustando tan poco como entonces, pero demostró ser un sindicalista de primera fila; en mayo convenció al magistrado de Anyuan para que autorizase el establecimiento de una Asociación de Mineros y Ferroviarios, que poseía su propia biblioteca, una pequeña escuela y un centro de recreo. Cuatro meses después había alcanzado la cifra de siete mil miembros.

Mientras tanto, Mao, en ocasiones acompañado de Yang Kaihui, entonces encinta de su primer hijo, viajaba de las fábricas a los almacenes del ferrocarril de toda la provincia, valorando las perspectivas de fundación de nuevas asociaciones.[51] La central del partido, desde Shanghai, había dado instrucciones de que el activismo obrero era de máxima prioridad.[52] En Changsha se estableció una Asociación de Ferroviarios, seguida en agosto por otra en Yuezhou, en la línea principal hacia Hankou, al norte.[53]

Fue precisamente en Yuezhou donde comenzaron los problemas.[54]

El 9 de septiembre, sábado, diversos grupos de trabajadores bloquearon la línea, sentándose sobre los raíles, en demanda de sueldos más altos y modestas mejoras de las condiciones de trabajo. Se enviaron tropas para dispersarles, matando a seis trabajadores e hiriendo gravemente a muchos otros, además de mujeres y niños que habían acudido a secundar a sus esposos y padres. Cuando las noticias llegaron a Changsha, Mao envió un telegrama incendiario a los otros grupos de trabajadores, solicitando su respaldo:

¡Compañeros trabajadores de todos los grupos obreros! Esta represión cruel, tiránica y sombría se ha ensañado sólo con nuestra clase obrera. ¿Cómo calmar nuestra ira? ¿Con qué rencor no vamos a odiar? ¿Con qué fuerza debemos levantarnos? ¡Venganza! Compañeros trabajadores de todo el país, ¡levantémonos y luchemos contra el enemigo![55]

El gobernador Zhao dio muestras de su intención de mantenerse al margen.[56] Yuezhou albergaba las tropas del norte, fieles a Wu Peifu, líder del grupo de señores de la guerra de Zhili, en Pekín; por ello, cualquier interrupción de la línea de ferrocarril en el norte supondría una ventaja para Zhao.

Las noticias de estos acontecimientos llegaron a Anyuan el lunes, avanzada la noche.[57] Desde hacía algún tiempo, los problemas sobrevolaban ominosos ante la negativa de la compañía minera de pagar los atrasos. Había llegado el momento, incitó Mao, de que los obreros de Anyuan también fuesen a la huelga. Li Lisan elaboró una lista de demandas y, cuarenta y ocho horas después, en la medianoche del 13 de septiembre, cortaron el suministro de electricidad a los pozos de la mina; su acceso fue cerrado con vigas, y en él se izó una bandera de tres picos con la leyenda: «¡Antes éramos bestias. Ahora somos hombres!».

Los mineros dejaron dos generadores en marcha para evitar las inundaciones en los túneles. Pero durante el fin de semana, con las negociaciones estancadas, algunos propusieron que fuesen desconectados. Ante tales perspectivas, los directores capitularon, aprobando conjuntamente un aumento de sueldo del 50 por 100, el reconocimiento del sindicato, mayor período vacacional y gratificaciones, el pago de los atrasos, y el fin del sistema tradicional de contrato laboral, según el cual los intermediarios acaparaban la mitad de la paga anual. Unos días después, más de un millar de delegados de las cuatro principales redes de ferrocarriles del país se congregaron en Hankou, amenazando con una huelga de trenes en todo el país, a menos que se concediesen inmediatos aumentos de sueldo. Sus reivindicaciones también fueron satisfechas.[58]

Tanto en las huelgas de los trabajadores del ferrocarril como en la de los mineros, la participación de Mao fue indirecta. Como Secretario del Partido Comunista Chino en Hunan, había guiado a los partidarios de la huelga y actuado como su portavoz político, pero no había tomado parte activa en las acciones. Sin embargo, una disputa entre albañiles y carpinteros, que se inició una semana más tarde en la capital provincial, le comprometió de una manera más inmediata.[59]

A lo largo del verano se habían estado anunciando disputas en el antiguo gremio comercial del templo de Lu Ban, el patrón de los capataces de la construcción. Sus ingresos habían sufrido con la inflación experimentada por el papel moneda, y en julio solicitaron al consejo del templo que convenciese al magistrado del distrito para que autorizase un aumento de los salarios.[60] Pero las presiones de la economía de mercado también habían mancillado la solidaridad de los gremios y, en contra de lo habitual, el consejo insistió en que los miembros del sindicato debían realizar una suscripción de tres mil dólares de plata para financiar las negociaciones.

«Acudían a los restaurantes de moda, como el Gran Hunan, el Manantial del Palacio de la Caverna, y los Jardines Serpenteantes, y celebraban suntuosos banquetes», recordaba uno de los miembros del gremio. «Aquellas sanguijuelas conseguían llenarse la panza de comida y vino, pero no dejaban ni un penique para nosotros».

Pero la contienda se desequilibró con la aparición de un hombre llamado Ren Shude. Hijo huérfano de un granjero pobre, se había unido al gremio veinte años antes, como aprendiz de carpintero, con apenas trece años. El otoño anterior había estado trabajando para la Sociedad Wang Fuzhi, contribuyendo a consumar los objetivos planteados para la nueva Universidad Autodidacta. Él y Mao habían entablado una buena amistad, y a principios de 1922 se había convertido en uno de los primeros trabajadores de Changsha en unirse al Partido Comunista.

Ren propuso que los hombres se congregasen en el templo y exigiesen una solución. Unos ochocientos trabajadores le siguieron, pero los negociadores del consejo huyeron a un despacho interior, conocido como el Salón de las Cinco Armonías, sin que los trabajadores se atrevieran a seguirles. A instancia suya, un pequeño grupo se reunió con Mao, presentado por Ren como un profesor de escuela muy implicado en el movimiento de las academias nocturnas para trabajadores. Mao les aconsejó que creasen una organización independiente, siguiendo un sistema de «grupos de diez hombres», o células, similar al de los sindicatos ferroviarios y mineros. Tres semanas después, Ren presidía el congreso fundacional del Sindicato de Albañiles y Carpinteros de Changsha, con cerca de mil cien asociados. El propio Mao redactó sus estatutos y nombró secretario del sindicato a otro miembro del partido.[61]

Al mes siguiente, cuando se generalizaron las huelgas en las minas y los ferrocarriles, Ren y sus compañeros trazaron un cuidadoso plan. Algunos activistas repartían subrepticiamente panfletos, y por la noche iban a las barricadas, desde donde, cuando los oficiales se habían retirado, lanzaban flechas con folletos atados a ellas por encima de los muros, para que la causa de los obreros se difundiese entre los soldados. Por su parte, Mao movilizó las simpatías de los liberales que nutrían la elite provincial: antiguos asociados de Tan Yankai y miembros del movimiento para la autonomía de Hunan. El editor del Dagongbao, Long Jiangong, publicó diversas invectivas contra la potestad del gobierno de regular los salarios, apuntando que no existía ninguna restricción similar para el aumento del capital de los terratenientes. «En la constitución provincial», escribía, «se garantiza la libre empresa. Si los empresarios creen que los salarios [de los trabajadores] son demasiado altos, que simplemente dejen de contratarlos. ¿Por qué queréis recortar sus demandas y frenar la subida del precio de su trabajo?».

El 4 de octubre, el magistrado anunció que el aumento de la paga había sido desestimado.[62] Al día siguiente, coincidiendo con una fiesta local, los dirigentes del sindicato se reunieron en la casa de Mao, junto al Estanque de Aguas Claras, en la parte exterior de la pequeña puerta este, y decidieron iniciar una huelga en demanda de más dinero y del derecho de negociar libre y colectivamente. Así se subrayó en la declaración de huelga escrita por Mao y encolada sobre los muros de la ciudad:

Nosotros, albañiles y carpinteros, deseamos informaros de que, motivados por nuestras necesidades diarias, pedimos un modesto aumento de sueldo … Los trabajadores como nosotros, destinados a un trabajo afanoso, cambiamos un día entero de nuestras vidas y nuestra energía a cambio de unas pocas monedas de cobre para alimentar a nuestras familias. Nosotros no somos como los holgazanes que pretenden vivir sin trabajar. ¡Fijaos en los comerciantes! Difícilmente pasa un día sin que suban sus precios. ¿Por qué nadie se queja de ello? ¿Por qué sólo los trabajadores, que se esfuerzan y sudan todo el día por una miseria, han de pasar por la humillación de ser pisoteados? … Incluso si no podemos gozar de nuestros otros derechos, deberíamos tener, como mínimo, el derecho a trabajar y a dedicarnos a nuestros asuntos. Nos aferraremos a ello y arriesgaremos nuestras vidas por ello, si es necesario. No vamos a renunciar a nuestros derechos.[63]

Al día siguiente se paralizaron todos los trabajos de construcción de la ciudad. El magistrado, apoyado por los dirigentes del gremio, esperaba llegar a alguna solución. Pero el invierno estaba cerca. Las autoridades tuvieron que hacer frente a la presión pública, cada vez más virulenta, que reclamaba el final inmediato de la huelga para poder proceder a la reparación de sus casas antes de la llegada del invierno. El 17 de octubre el magistrado nombró una comisión negociadora y ordenó a los huelguistas que la aceptasen inmediatamente: «Si os negáis a escuchar, mi cólera caerá sobre vosotros», les advirtió. «Deberíais pensarlo bien. No esperéis hasta que sea demasiado tarde». Pero la oferta de la comisión, a pesar de ser más generosa que las primeras propuestas, suponía el fin de la tradicional diferencia de salarios entre los trabajadores noveles y los veteranos. Por ello fue también rechazada, y el sindicato anunció que los trabajadores se manifestarían masivamente ante el yamen del gobernador el lunes 23 de octubre para entregarle una petición. La protesta fue rápidamente prohibida y comenzaron a emerger las dudas entre los dirigentes del sindicato. La orden de prohibición les describía como «promotores de la violencia», un término recientemente usado para justificar el pasado enero las ejecuciones de Huang Ai y Pang Renquan. Cuando llegó el fin de semana, el futuro de la huelga estaba todavía en el aire.

Mao pasó la mayor parte de la noche del domingo conversando con Ren Shude y otros miembros del comité del sindicato. La situación, argumentaba, era totalmente distinta de la de enero. Las huelgas se sucedían en varias áreas de China y, en este caso particular, los albañiles y carpinteros contaban con un amplio apoyo popular. Zhao Hengti no tenía intereses inmediatos en el resultado de la contienda, cualquiera que fuese, a diferencia de lo que había ocurrido en la planta textil de Huashi, de la que era accionista. Además, ahora se hallaba aislado políticamente, sin vínculos tanto con respecto a Sun Yat-sen en el sur, como con respecto a Wu Peifu en el norte.

A la mañana siguiente, cerca de cuatro mil albañiles y carpinteros de la ciudad se congregaron en la plaza que se extendía en la parte exterior del antiguo patio de los exámenes imperiales y marcharon disciplinadamente hasta el yamen del magistrado del distrito. Se encontraron con la entrada principal cerrada con una tabla, en lo alto de la cual colgaba una enorme flecha, símbolo de la potestad militar de realizar ejecuciones sumarias.[64] Junto a ésta había un tablón con la última oferta del comité mediador.

Mao había avanzado junto a ellos, ataviado con un vestido de trabajador. Una delegación del sindicato se adentró en el edificio, pero unas horas después salió con la noticia de que el magistrado se negaba a realizar más concesiones. Se accedió a una segunda delegación, mientras Mao continuaba en el exterior. Pero al anochecer, cuando llegaron más tropas como refuerzo de la guardia del yamen, pasó a la acción dirigiendo los cánticos de los trabajadores y recitando lemas para reavivar sus ánimos. Oscureció sin que se hubiese llegado a ningún acuerdo. Algunos seguidores trajeron faroles, y los huelguistas se parapetaron para pasar la noche allí.

La perspectiva de tener a varios miles de hombres enfurecidos y sin control en el centro de Changsha durante toda la noche no satisfacía al gobernador Zhao, que envió un funcionario numerario para intentar persuadirles de que abandonasen el lugar. Un misionero, que actuó de corresponsal circunstancial para el North China Herald, resultó estar en el lugar y el momento adecuados:

Aproximadamente a las diez de la noche, vagaba por los alrededores del recinto del yamen y casualmente acabé siendo testigo de un interesante coloquio … El funcionario del personal … no desmerecía a los diez representantes de los trabajadores con los que estaba … Los representantes de ambos bandos se trataban cortésmente. El funcionario trataba de «señores» a cada uno de los representantes y no sólo usaba los términos ordinarios de respeto, sino que seguía el protocolo con el que se trata a los caballeros. Los trabajadores, hablando con tranquilidad y cadencia, no faltaban a la etiqueta…

El funcionario se subió a una mesa … Después [de exhortar] a los hombres a que retornasen a sus hogares … Uno de los «diez», el líder reconocido por los demás como tal, pidió permiso para someter a votación las sugerencias del funcionario. «¿Volveréis a vuestras casas? Los que quieran hacerlo así, que levanten la mano». Nadie la levantó. «Los que quieran quedarse, que levanten su mano». No quedó una mano sin alzarse. «Aquí tiene su respuesta», fue todo lo que comentó el representante…

El funcionario … admitió abiertamente que no sólo el magistrado del distrito, sino tampoco el gobernador tenía derecho para fijar las cantidades de las pagas sin un consenso, sin el acuerdo entre ambas partes … Una y otra vez, la situación se volvía tensa; pero los trabajadores se atenían escrupulosamente a las llamadas a la calma y al silencio de sus propios delegados. Tras una hora de animación, de un debate llevado con la mayor corrección que jamás haya podido observar, me retiré de la escena, dejándoles en aquella situación. No fue hasta poco antes de las dos de la madrugada cuando, cansados y hambrientos (los soldados habían impedido que se les abasteciese de comida o ropa), los trabajadores accedieron a volver a sus sedes.[65]

El «líder reconocido» cuyas aptitudes como orador tanto impresionaron al buen misionero era Mao. El representante sindical que propuso la votación era, presumiblemente, Ren Shude. Antes de la dispersión, los trabajadores obtuvieron la promesa de que a la mañana siguiente se retomarían las conversaciones en el yamen del gobernador. Durante dos días, Mao y los dirigentes sindicales negociaron con el delegado del gobernador, Wu Jinghong. Si un comerciante podía dejar de vender sus productos porque no le era rentable, ¿por qué no podía un trabajador subir el precio de su esfuerzo? El derecho a pedirlo, señalaba Mao, estaba garantizado en la constitución provincial. «¿Qué ley, pues, estamos quebrantando? Por favor, háganoslo saber, honorable director, señor». Finalmente, la decisión del gobernador de no usar la fuerza, y la preocupación de la administración para que la huelga no desembocase en disturbios civiles, no dejaron opciones para prolongar la resistencia. Mao, el director Wu, Ren Shude y una docena de delegados sindicales firmaron un acuerdo, sobre el que se grabó solemnemente el sello oficial, que reconocía que «todos los aumentos salariales son objeto de relaciones contractuales libres entre obreros y empleados».

El poder de los gremios, que se había mantenido casi inalterado desde la dinastía Ming, quinientos años antes, quedó de este modo literalmente destruido en Changsha. La paga diaria de albañiles y carpinteros se elevó de los veinte a los treinta y cuatro céntimos de plata. Seguía «siendo poco más que el salario mínimo para sobrevivir, [con el cual] nadie podía satisfacer las necesidades de una familia de dos adultos y dos niños», apuntó el misionero.[66] Pero para Mao, para el partido y para todos los obreros de la ciudad había resultado un éxito clamoroso, y al día siguiente unas veinte mil personas desfilaron por un corredor de petardos para celebrarlo, hasta llegar al yamen. «Victoria de los obreros organizados», proclamó el titular del Herald:

El gobierno ha capitulado por completo ante el decidido empeño de los delegados de los huelguistas … Es el primer encuentro de los funcionarios con la nueva forma de sindicatos de trabajadores … Obtuvieron todo lo que pidieron; y los funcionarios no consiguieron nada con sus intentos de compromiso. Teniendo en cuenta que las peticiones de los obreros eran modestas, no representa un cambio drástico, pero es un precedente que confiere a los trabajadores una enorme capacidad para influir.[67]

No fue la única victoria de Mao aquella semana. Mientras estaba negociando con el director Wu en el yamen del gobernador, el 24 de octubre, Yang Kaihui, que se había desplazado hasta la casa de su madre, en los suburbios, para recluirse, dio a luz un niño.[68]

La epidemia de las huelgas se contagió con rapidez a otros sectores obreros.[69] Los obreros textiles se lanzaron a la huelga en septiembre. Les siguieron los barberos, los conductores de rickshaw, los tintoreros y tejedores, los zapateros, los cajistas y los fabricantes de pinceles. A principios de noviembre, cuando se fundó la Federación General de Organizaciones Obreras de Hunan, con Mao de secretario general, ya existían quince sindicatos, incluida la primera asociación interprovincial del país, el Sindicato Ferroviario General de Cantón y Hankou, con sede en la principal estación de ferrocarril de Changsha.[70] En un momento u otro de su existencia, Mao se convertiría en el líder de cerca de la mitad de ellas.[71]

En diciembre, como jefe de la nueva Federación, formó parte de una delegación conjunta de representantes sindicales que se debía reunir con el gobernador Zhao, el jefe de policía de Changsha y otros altos cargos provinciales, para discutir las intenciones del gobierno ante las crecientes demandas de los obreros.[72] De acuerdo con los libros de actas de Mao, publicados tiempo después en el Dagongbao, Zhao les ofreció garantías constitucionales de que el derecho a la huelga sería respetado, declarando que su gobierno «no tenía la intención de reprimirles». Mao replicó que lo que realmente deseaban los sindicatos era el socialismo, pero que «a causa de que era difícil de alcanzar en el presente», sus demandas se debían limitar a los incrementos salariales y las mejoras en las condiciones de trabajo. El gobernador convino en que, «aunque el socialismo podrá ponerse en práctica en el futuro, sería muy difícil hacerlo en la actualidad».

Ir a la siguiente página

Report Page