Mao

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7. El poder de las armas

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7. El poder de las armas

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El poder de las armas

Besso Lominadze no congeniaba con sus subordinados chinos. Joven, inexperto, sabía muy poco del mundo que se extendía más allá de las fronteras de la Unión Soviética y no parecía importarle. Zhang Guotao recordaba su encuentro con él el día de su llegada a Wuhan, el 23 de julio. Fue, escribió años después, «la peor conversación que puedo recordar … Su temperamento era el de un vividor de antes de la Revolución de Octubre, y su actitud era la de un inspector general del zar … tratando a los intelectuales del Partido Comunista Chino … como a siervos».

Besso Lominadze era un hombre de Stalin. A los veintiún años había sido enviado para obligar a los líderes chinos a deglutir la nueva política del Comintern y asegurarse de que eran ellos, y no Stalin, los culpables de los egregios errores del pasado reciente. Para Lominadze, Moscú era la fuente de toda posible sabiduría. Llegó, en palabras de Zhang, portando «un edicto imperial»: todo lo que debían hacer los vacilantes líderes pequeñoburgueses del Partido Comunista era aplicar correctamente la experiencia soviética y las directrices del Comintern, y la revolución china triunfaría, para mayor gloria de Rusia y los que la gobernaban.[1] A diferencia de Borodin, que había pasado parte de su vida fomentando la revolución en el extranjero, o Roy, que había debatido sobre política agraria con Lenin, Lominadze y el pequeño grupo de hombres arrogantes e inseguros que llegaron a China con él eran simples engranajes de la máquina de poder personal de Stalin.[2] Durante el segunda semestre del año 1927, el señor del Kremlin estaba mucho menos preocupado por el futuro de la revolución china que por poder mostrar que las tesis de Trotski eran erróneas y las suyas, en cambio, correctas.

En aquel momento los comunistas chinos comenzaban a sobreponerse a la renuncia forzada de Chen y el fracaso del frente unido.[3] Apenas se comenzaba a barruntar la significación de la masacre de los cuadros del partido que se había iniciado en marzo en Jiangxi, se había acelerado en Shanghai en abril y había alcanzado su cenit en Hunan en mayo: era el destino de un partido parasitario que, cuando el organismo huésped se volvió contra él, no disponía ni de los medios ni de la voluntad para defenderse. De este modo, después de la ruptura del 15 de julio con el Guomindang, la nueva cúpula provisional del Partido Comunista Chino, tomando como punto de partida la orden de Stalin de construir un ejército campesino controlado por los comunistas, comenzó con presteza a esbozar las pautas de una estrategia independiente.

Una directriz secreta del 20 de julio sobre la estrategia a seguir con el movimiento campesino, que Mao, con casi total seguridad, había contribuido a redactar, afirmaba que «sólo si se dispone de una fuerza revolucionaria armada se puede asegurar la victoria de las asociaciones campesinas en la lucha por el poder político», y reclamaba a los dirigentes de las asociaciones que dedicasen «el ciento veinte por cien de [su] atención a esta cuestión». Continuaba discutiendo con detalle los diferentes medios de que podía disponer el partido para congregar una fuerza semejante. Éstos incluían la captura de armas de las milicias de los terratenientes, el envío de «miembros audaces y entrenados de las asociaciones campesinas» para infiltrarse como una quinta columna en los ejércitos de los señores de la guerra, la formación de alianzas con los miembros de las sociedades secretas, la instrucción clandestina de las fuerzas de defensa campesina, y, si todo ello fallaba, entonces, tal y como habían instado Mao y Cai Hesen dos semanas antes, «lanzarse al monte».[4]

Al mismo tiempo, el Comité Central Permanente comenzó a preparar una marea de alzamientos campesinos en Hunan, Hubei, Jiangxi y Guangdong para la Celebración de la Cosecha de Otoño, a mediados de septiembre, cuando vencen los arriendos de las tierras y las tensiones crónicas entre los campesinos y los terratenientes alcanzan su cenit;[5] así como un levantamiento militar en Nanchang, capital de Jiangxi, donde tenían su cuartel varias unidades comandadas por los comunistas del Ejército Nacional Revolucionario del Guomindang.[6]

Moscú no sabía nada de estos planes, y cuando fue consultado por el ansioso Lominadze, que no sentía ningún anhelo por ser crucificado en otra nueva hecatombe, respondió con una críptica doble negativa: «Si la sublevación no tuviese posibilidades de victoria, lo mejor sería no comenzarla».[7] Pero en aquella época los dirigentes chinos ya habían tenido bastante de las meditadas ambigüedades del Comintern. Tras largos meses de humillante retirada bajo el mando de Borodin y Chen Duxiu, estaban decididos a actuar casi a cualquier precio. Ignorando las reservas de Moscú, Zhou Enlai, a la cabeza de la Comisión del Frente,[8] constituida especialmente para la ocasión, ordenó que comenzase la sublevación en las primeras horas del 1 de agosto. Nanchang cayó sin apenas abrir fuego y se mantuvo en manos de los comunistas durante cuatro días; deleitando a Stalin, para quien representaba una victoria con la que pavonearse ante la oposición trotskista.

La lista de participantes era como un Programa de Gotha de la revolución comunista.[9] Zhu De, posteriormente comandante en jefe del Ejército Rojo, era el jefe de seguridad pública de Nanchang. He Long, un sichuanés de mostacho con un pintoresco historial de afiliación a sociedades secretas y tiempo después mariscal comunista, comandaba la principal fuerza insurrecta. Ye Ting, entonces un comandante de división, ascendería hasta encabezar el nuevo Cuarto Ejército comunista durante la guerra contra Japón. El comisario político de Ye, Nie Rongzhen, y el jefe de personal, Ye Jianying, eran también futuros mariscales. Al igual que uno de los oficiales más jóvenes que participaron en el levantamiento, un graduado de la academia militar de Whampoa, delgado y bastante tímido, llamado Lin Biao. Apenas tenía veinte años.

La fuerza comunista, de unos veinte mil hombres, partió el 5 de agosto de Nanchang rumbo al sur, donde albergaba la esperanza de establecer, como indicaba una proclama comunista, «una nueva zona base … fuera del alcance de las esferas de poder de los viejos y nuevos caciques militares» de Guangdong.[10]

Mientras iban desarrollándose los acontecimientos, Mao permaneció en Wuhan, donde Qu Qiubai y Lominadze, asistidos por un joven miembro del Secretariado llamado Deng Xixian, posteriormente más conocido por su nom de guerre, Deng Xiaoping, estaban preparando, siguiendo las instrucciones del Comintern, una asamblea urgente del partido.[11] El propósito declarado era «reorganizar las fuerzas [del partido], corregir los graves errores del pasado y encontrar un nuevo camino».[12]

Dos días después, veintidós miembros del Partido Comunista Chino, todos hombres, se congregaban en una gran mansión occidental propiedad de un consejero económico ruso situada en la concesión japonesa de Hankou. Fueron advertidos de no abandonar el congreso mientras la asamblea estuviese en marcha por miedo a atraer miradas curiosas, y de indicar, en el caso de que alguien se acercase a la casa, que estaban celebrando una reunión de accionistas.[13] Qu incongruentemente vestía una chillona camisa de franela.[14] La tuberculosis había causado estragos en él y las hinchadas venas de su rostro resaltaban bajo el sofocante calor de agosto. A causa de la premura con que se había organizado la asamblea, el secretismo y la ausencia de muchos líderes, desplazados hasta Nanchang, asistieron en total menos de un tercio de los miembros del Comité Central, lo cual, según los estatutos del partido, era insuficiente para alcanzar el quórum. Pero Lominadze insistió en que, dados los problemas urgentes que debía afrontar el partido, la reunión podía tomar decisiones interinas que serían ratificadas por el congreso que se celebraría seis meses después.[15]

La nueva estrategia aprobada por la asamblea del 7 de agosto era un reflejo de las instrucciones de Stalin del pasado invierno y la primavera, en las cuales había dictaminado que no existía contradicción alguna entre la lucha de clases contra los terratenientes y la revolución nacional en contra del régimen de los señores militares. El centro de gravedad de la revolución, argumentaba Lominadze, debía desplazarse hasta los sindicatos obreros y las asociaciones campesinas. Los campesinos y los trabajadores debían interpretar un papel más importante en los órganos de decisión del partido y se debía desarrollar una estrategia coordinada entre los obreros armados y las sublevaciones campesinas. A este respecto, dijo, la sublevación de Nanchang marcó «indudablemente un punto de inflexión». La vieja e irresoluta política de pactos y concesiones seguida por la cúpula saliente de Chen Duxiu había quedado abandonada.[16]

Lominadze aún les torturó con dos nuevas directrices de Moscú. Siempre se debían obedecer las instrucciones del Comintern: al rechazar sus consejos en junio, los líderes del partido no sólo habían quebrado la disciplina, sino que habían cometido «un acto criminal».[17] Y, en tanto que el partido no podía seguir actuando abiertamente, ni siquiera en las zonas controladas por el Guomindang, se debía transformar en una organización militante clandestina dotada de «órganos secretos sólidos y combativos».[18]

Con la intención de unificar las posiciones, pero también para salvar el honor de Stalin, la asamblea firmó una «Circular a todos los miembros del partido» que contenía una extensa autocrítica que dejó ilesos a muy pocos de los antiguos líderes.[19] Chen Duxiu, a quien Lominadze (al igual que Roy) acusaba de menchevismo,[20] fue denunciado sin tapujos por «restringir la revolución a sus ideas», frenar la evolución de los movimientos obrero y campesino, hacer reverencias al Guomindang y abandonar la independencia del partido. Tan Pingshan fue castigado por su conducta como ministro de Asuntos Campesinos del Guomindang, desde cuyo cargo supuestamente «abandonó la lucha» y «rechazó … vergonzosamente respaldar la revolución rural». Li Weihan, aunque sin ser nombrado, fue acusado de interferir en la orientación del ataque campesino a Changsha de finales de mayo, y a Zhou Enlai se le reprochó haber aprobado el desarme de los piquetes obreros de Wuhan en junio. Incluso Mao fue acusado implícitamente de haber reservado sus objeciones ante la incapacidad del Guomindang para llevar a cabo la redistribución de las tierras, y de no haber seguido una línea suficientemente radical en las directrices que había redactado para la Asociación Campesina de China.[21]

Aun así, Mao consideraba que el nuevo equipo formado por Lominadze y Qu Qiubai era mucho más de su agrado que el régimen de Borodin y Chen Duxiu que ellos habían sustituido. Su explícito empeño en la lucha de clases, en la preponderancia de los campesinos y los obreros como motor principal de la revolución, y en el uso de la fuerza armada, era como música celestial para sus oídos. También extendió su aprobación al vínculo que Lominadze trazó entre el imperialismo extranjero y el feudalismo de su propio país.[22]

Por su parte, Lominadze consideraba a Mao «un camarada muy capaz»,[23] y cuando la nueva cúpula provisional fue anunciada, éste fue recompensado con un cargo suplente en el Politburó (retornando a ese organismo por primera vez desde su retiro a Shaoshan en enero de 1925). De los nueve miembros permanentes del Politburó, cuatro eran nuevos nombramientos del entorno de la lucha de clases, uno de los cuales, Su Zhaozheng, fue escogido como uno de los tres miembros del Comité Permanente, junto a Qu Qiubai y Li Weihan, en consonancia con la insistencia de Lominadze de que los obreros debían ocupar una mayor representación. Peng Pai, entonces junto a los rebeldes de Nanchang, representaba al movimiento obrero, y Ren Bishi a la Liga de las Juventudes. Zhang Guotao y Cai Hesen, ambos considerados moderados, fueron destituidos. Zhang resistió algunos meses como miembro suplente, mientras que Cai, que formaba parte de la cúpula desde 1922, se convirtió en secretario de la Oficina Norte del Partido Comunista Chino.[24]

¿Por qué fue elegido Peng Pai, en lugar de Mao, miembro pleno del Politburó, como representante del movimiento campesino? Las esperanzas de la cúpula de establecer una base fuerte en Guangdong, el área natal de Peng Pai, pudieron ser una razón. Pero además existía el problemático temperamento de Mao. Era un inconformista. Justo después de la caída de Chen Duxiu, Zhou Enlai había intentado sin éxito destinarlo a Sichuan, en parte, según parece, para alejarle de su base de poder en Hunan.[25] Qu, que había trabajado con él en el Comité Campesino ese mismo año, había gozado de infinidad de oportunidades para observar hasta qué punto llegaba su obstinación y testarudez: era bueno como aliado, pero no como rival o subordinado al que controlar.[26]

A Mao se le había confiado, poco antes de la llegada de Lominadze, la planificación en Hunan de la sublevación de la cosecha de otoño.[27] Su primera propuesta, aprobada el primero de agosto por el Comité Permanente, contemplaba la creación de un ejército campesino que comprendía un regimiento de soldados regulares de Nanchang y otros dos regimientos, cada uno formado por cerca de mil campesinos oriundos del este y el sur de Hunan, como tropas para la autodefensa. Éstos debían ocupar cinco o seis distritos del sur de la provincia, promover la revolución agraria y fundar un gobierno revolucionario de distrito. El objetivo era desestabilizar el gobierno de Tang Shengzhi y crear «centros de fuerza revolucionaria» desde los que se emprendería una sublevación campesina de alcance provincial para derrocarle.[28]

El 3 de agosto, el Comité Permanente incorporó este plan a su esbozo de sublevación de la cosecha de otoño en cuatro provincias, ahora definido como una revuelta «en contra de los arriendos y los impuestos», de la que se esperaba que en último término desembocase en la formación de un nuevo gobierno revolucionario que abarcase tanto Hunan como Guangdong.[29]

Sin embargo, los logros de la sublevación de Nanchang persuadieron a Qu y Lominadze de que la acción de Hunan no se debía limitar al sur, sino que debería abarcar toda la provincia. Dos días después se envió un plan revisado desde el comité del partido en Hunan. Al parecer fue poco satisfactorio, pues el 9 de agosto Lominadze, avisado por el nuevo cónsul soviético (y agente del Comintern) de Changsha, un ruso conocido como «camarada Meyer», declaró que el comité —dirigido por Yi Lirong, un viejo amigo de Mao y antiguo compañero de la Asociación de Estudios del Nuevo Pueblo— era incompetente y requería ser reorganizado.[30] En honor a la verdad, cuando esta cuestión trascendió al Politburó, Mao defendió a Yi y su equipo,[31] argumentando que habían trabajado con coraje para «recomponer las piezas en una situación tan trágica como la de después [del incidente del día del caballo]».[32] Pero fue inútil. Lominadze designó a Peng Gongda, un hunanés suplente en el Politburó, como nuevo secretario provincial del partido.[33]

El 12 de agosto Mao fue nombrado comisionado especial del Comité Central para Hunan y partió hacia Changsha para preparar el camino de la sublevación.[34] Una semana después, el nuevo y «reorganizado» comité del partido en Hunan, que incluía, como había ordenado Lominadze, «una mayoría de camaradas del entorno obrero y campesino», celebró su primera reunión en presencia del agente del Comintern, Meyer, en una casa rural cerca de Changsha, para discutir el plan de campaña.[35]

En aquel punto surgieron tres problemas. El primero era relativamente menor. Meyer redactó un informe de la reunión basándose en los últimos mensajes llegados de Hankou, transmitidos mientras Mao estaba en camino, y él o Mao, o quizá ambos, concluyeron —erróneamente, como se vio— que Stalin había autorizado el establecimiento de soviets obreros y campesinos, según el modelo ruso, como órganos de poder local. Mao estaba extasiado y escribió de inmediato al Comité Central:

Al oírlo salté de alegría. Hablando objetivamente, la situación de China ya hace tiempo que llegó a 1917 [cuando se produce la Revolución Rusa], aunque antes todo el mundo decía todavía que estábamos en 1905. Pero era un error extremadamente grave. Los soviets de trabajadores, campesinos y soldados están adaptados por completo a la situación real … Tan pronto como [su poder] se afinque [en Hunan, Hubei, Jiangxi y Guangdong], [éste] conseguirá triunfar rápidamente en todo el país.[36]

Había llegado el momento, según razonaba, de que el partido actuase en su propio nombre, en lugar de mantener la pretensión de pertenecer a una alianza revolucionaria con los elementos progresistas del desacreditado Guomindang. «El estandarte del Guomindang se ha convertido en el de los señores de la guerra», escribió Mao. «Ya no es más que una bandera negra, y nosotros debemos alzar inmediatamente y con decisión la bandera roja»[37].

En una provincia donde el campesinado asociaba el emblema del Guomindang, un sol blanco sobre fondo azul, con la terrible masacre perpetrada por Xu Kexiang, aquella actitud no era más que un acto de sentido común.[38] Pero era una cuestión que provocaba reticencias políticas en tanto que se había convertido en un engranaje más de la divergencia vigente entre Stalin y Trotski. Con su gesto, Mao se había adelantado cuatro semanas a los acontecimientos. La creación de soviets y el abandono de la bandera del Guomindang fueron finalmente aprobados un mes más tarde.[39] Según los paradigmas de la Rusia de Stalin, la situación era realmente similar a la de 1917, como había proclamado Mao, pero no a la de octubre, sino a la del mes de abril.

El segundo problema tenía que ver con la perenne cuestión de la expropiación de las tierras. La asamblea del 7 de agosto había rehuido el problema.[40] Mao había dedicado algunos días, tras su vuelta a Changsha, a sondear la opinión de los campesinos. Ahora presentaba una propuesta ambiciosa que pretendía reconciliar la política de «nacionalización de las tierras», promulgada por el partido, y la hambruna de tierras de los pobres. «Todas las tierras», afirmó ante el comité provincial, «incluyendo las de los pequeños terratenientes y los campesinos con propiedades … [deberían pasar a ser] propiedad pública», redistribuidas «igualitariamente» (petición por la que, tiempo después, se derramarían ríos de tinta y sangre) según la capacidad de trabajo de cada familia y el número de bocas que necesitase alimentar. Los pequeños terratenientes y sus servidores (pero no los grandes latifundistas) deberían ser incluidos en la repartición, añadía, «porque sólo así es posible calmar el corazón del pueblo».[41]

La insistencia en las definiciones representaba mucho más que un interés pasajero. Acabaría por ser el yunque en el que las discusiones sobre la reforma agraria, esencia de la revolución comunista china, serían moldeadas sin descanso hasta la víspera de la victoria de 1949.

Sin embargo, las propuestas que Mao formuló en agosto de 1927 eran mucho más radicales de lo que el Politburó de Qu Qiubai estaba dispuesto a aceptar. En una detallada respuesta enviada el 23 de agosto, la Central del partido le comunicó que, aunque sus principios no estaban equivocados, sus propuestas —como las de la formación de soviets o el abandono de la bandera del Guomindang— eran, como mínimo, prematuras en exceso.[42] En el futuro llegaría un día para la confiscación de las propiedades de los pequeños terratenientes, pero hacer de ello un eslogan era, en aquel momento, tácticamente imprudente.

El tercer problema que se planteó en los debates de Changsha fue fundamental y mucho más difícil de eludir, pues atacaba el núcleo de la estrategia de sublevación armada con la que Qu Qiubai y sus compañeros intentaban reavivar la causa comunista. Desde el telegrama enviado por Stalin en junio, se había alcanzado un amplio consenso ante la idea de que, para llevar a cabo la revolución, el partido necesitaría una fuerza armada. Pero el análisis no iba más allá. Cuestiones como la estructura de esa fuerza, la función que desarrollaría, el método a seguir para hermanarla con los movimientos de masas de los campesinos y los obreros, o la manera en que sería empleada para fomentar el poder político del partido, no habían sido abordadas en absoluto. Mao lo había expuesto sucintamente el 7 de agosto en Hankou:

Acostumbrábamos a censurar a [Sun] Yatsen por involucrarse sólo en cuestiones militares, y nosotros hacíamos justo lo contrario al no emprender un movimiento militar sino exclusivamente impulsar el movimiento de las masas. Tanto Chiang [Kai-shek] como Tang [Shengzhi] emergieron empuñando un arma; sólo nosotros nos hemos despreocupado de esta cuestión. Aunque actualmente le prestamos alguna atención, seguimos sin una noción firme al respecto. La sublevación de la cosecha de otoño, por citar un ejemplo, es totalmente imposible sin un apoyo armado … A partir de ahora debemos dedicar la mayor atención a las cuestiones militares. Hay que comprender que el poder político surge del cañón de las armas.[43]

Inicialmente, nadie se indignó ante esta memorable definición. Lominadze reconoció que la insurrección de Nanchang había supuesto que algunas unidades del ejército estuviesen a disposición del partido, lo que por su parte contribuiría a «asegurar el éxito» de la sublevación de la cosecha de otoño.[44] Pero la censura a estos pensamientos llegó con prontitud. Los dirigentes hunaneses fueron avisados de no «poner el carro delante del caballo».[45] El levantamiento popular era lo primero, ordenó el Politburó, la fuerza militar llegaría después. El aforismo acuñado por Mao sobre el poder político —el «belicismo»,[46] como se lo denominaría posteriormente— era contemplado con gran escepticismo. «No coincidía demasiado» con la opinión de la central, decidió diez días después el Comité Permanente.[47] Las masas eran el alma de la revolución y las fuerzas armadas, a lo sumo, una ayuda.

No era un debate ocioso para los jóvenes radicales chinos de los años veinte. A lo largo de la década anterior, China había resultado devastada por hombres cuyo poder, político o de cualquier otro tipo, emergía del cañón de las armas. La cuestión de cómo un poder político podía prevalecer sobre las fuerzas militares era un tema candente, aún más por la experiencia reciente de los comunistas con el Guomindang, cuyos líderes civiles se habían mostrado significativamente incapaces de controlar a sus propios generales. A ello había que añadir el mito de la insurrección de 1917, que afirmaba que los alzamientos populares eran, en cierto sentido, más «revolucionarios» que las conquistas militares, que el poder militar podía ser empleado para defender los logros revolucionarios, pero que la chispa inicial debía llegar de los campesinos y los obreros al arrancarse sus cadenas. Aún más, esto era precisamente lo que estaban esperando los campesinos, mantenía Qu Qiubai: todo lo que tenía que hacer el partido era «encender la mecha» y una inextinguible revolución rural haría explosión por todo el sur de China.[48]

Los dirigentes provinciales asumieron la responsabilidad de hacer del levantamiento una causa bien conocida.[49] Los oficiales de la delegación local del partido en Hubei enviaron un goteo continuo de informes desalentadores sobre la desmoralización del campesinado. Un miembro del comité de Hunan afirmó con sinceridad que los campesinos no tenían estómago para la lucha; lo que ellos querían era un buen gobierno, sin importar su carácter político.[50] Mao estuvo de acuerdo. Si los comunistas hubiesen pasado a la acción en primavera, la situación habría sido diferente. Pero después de tres meses en los que sus redes rurales habían quedado desmanteladas o en situación de clandestinidad, y los campesinos habían sido apaleados hasta el sometimiento, en una sangría generalizada de espantosa ferocidad, planear sublevaciones sin apoyo militar era como cortejar con el desastre. «Con la ayuda de uno o dos regimientos, el levantamiento sería algo factible», advirtió Mao. «Si no es así, fracasará sin remedio … Y [pensar lo contrario] es querer engañarse»[51].

Como era previsible, dadas las enormes divergencias de opinión, el plan ya revisado de Mao, presentado en Wuhan el 22 de agosto ante el Comité Permanente, no colmó las expectativas del Centro.[52]

En la presentación por escrito de sus propuestas, Mao intentó disfrazar sus intenciones asegurando a sus compañeros del Politburó que, aunque la sublevación necesitaría la «llama» de dos regimientos de tropas regulares, los trabajadores continuarían siendo «la fuerza principal»; que a pesar de que «comenzaría» en Changsha, «el sur y el oeste de Hunan se alzarían simultáneamente»; y que «si por algún contratiempo se demostrase que era imposible por el momento tomar [todo el] sur de Hunan» se desplegaría un plan alternativo para impulsar una insurrección en tres distritos del sur.[53] Pero nada de lo que escucharon de sus labios o de los de un joven miembro del comité provincial que había traído los documentos desde Hunan hasta Wuhan, como tampoco la propuesta verbal de que la sublevación comenzase el 30 de agosto —diez días antes de lo previsto—, consiguió persuadir a sus interlocutores. El plan fue rechazado desde todas las perspectivas. Changsha era el lugar de inicio más apropiado, reconoció el Comité Permanente, pero:

En primer lugar, tanto tu informe escrito como el oral … muestra que tus preparativos para una sublevación campesina en los distritos [vecinos] están en extremo inmaduros, y que dependes de una fuerza militar externa para ocupar Changsha. Este tipo de énfasis incondicional en la fuerza militar parece revelar que no tienes fe en la fuerza revolucionaria de las masas. En segundo lugar, tu preocupación por el trabajo que desarrollas en Changsha te ha llevado a desatender la preparación de la sublevación de la cosecha de otoño en otras áreas —como muestra tu abandono del plan para el sur de Hunan … Además, como han mostrado los acontecimientos, no podrás disponer de dos regimientos [de tropas regulares porque no estarán disponibles].[54]

La lectura que el Politburó hacía de los proyectos de Mao era absolutamente precisa. Efectivamente, había abandonado la idea de una sublevación que abarcase toda la provincia, convencido de que semejante aventura fracasaría a menos que todas las fuerzas disponibles estuviesen concentradas en Changsha.[55] La noticia de que, finalmente, no se podría disponer de las tropas regulares para el ataque meramente reforzaba sus convicciones. Los líderes provinciales de Hubei, al enfrentarse a un dilema similar, sólo a regañadientes se atuvieron a los deseos de la central.[56] Mao, que en primavera había presenciado cómo la cúpula encabezada por Chen Duxiu había rechazado erróneamente sus ideas sobre el movimiento campesino, no estaba en otoño dispuesto a ceder ante lo que él consideraba eran las equivocadas opiniones de Qu Qiubai. Después de dedicar una semana a alentar los ánimos del comité provincial, incluyendo un Peng Gongda poco colaborador,[57] redactó una vigorosa réplica —afirmando que Hunan actuaría como mejor le pareciera— y envió al desafortunado Peng para entregarla:

En cuanto a los dos errores que señaláis en [vuestra] carta, ni los hechos ni la teoría los confirman … El único propósito de enviar dos regimientos para atacar Changsha está destinado a compensar la insuficiencia de fuerzas campesinas y obreras. No son la fuerza principal. Servirán para proteger la evolución del levantamiento … Cuando decís que nos hemos sumergido en aventuras militares … mostráis realmente una total falta de comprensión de la situación que vivimos aquí, además de constituir una política contradictoria que no pone atención a las cuestiones militares mientras, al mismo tiempo, exige un alzamiento armado de las masas populares.

Mantenéis que nosotros sólo nos dedicamos a trabajar en Changsha y dejamos de lado las otras áreas. Esto es totalmente falso … [La cuestión más importante] es que nuestras fuerzas apenas bastan para un levantamiento en el centro de Hunan. Si lanzásemos una sublevación en cada distrito nuestras fuerzas se dispersarían y [ni siquiera] la sublevación de Changsha podría llevarse a cabo.[58]

[véase mapa lámina 9].

No se conserva ningún documento de las discusiones que surgieron en el Comité Permanente cuando Peng llegó con la desafiante misiva. Pero, el 5 de septiembre, la central del partido dio rienda suelta a sus frustraciones en un furibundo contraataque:

El comité provincial de Hunan … ha malgastado un gran número de oportunidades para promover la insurrección entre el campesinado. Tiene que actuar de una vez [por todas] con firmeza, de acuerdo a la estrategia de la central del partido, y edificar la principal fuerza de la sublevación a partir de los mismos campesinos. No se tolerarán las indecisiones … En medio de esta crítica lucha, la central manda al comité provincial de Hunan que ponga en práctica las resoluciones de la central hasta las últimas consecuencias. No se tolerarán las indecisiones.[59]

Sin embargo, como sabía perfectamente el Comité Permanente, se trataba de un momento demasiado tardío para que sus palabras tuviesen el más mínimo efecto. La «estrategia de la central» de la que hablaba, enviada a Changsha unos días antes, trazaba el programa aún más intrincado de una insurrección general, redactado por Qu Qiubai, en el que una serie de sublevaciones populares coordinadas, lanzadas en nombre del llamado «Subcomité de Hunan y Hubei del Comité Revolucionario de China», capitanearían la toma, primero, de las sedes de distrito, después, de las capitales provinciales y, finalmente, de toda China.[60] Pero, para Mao, aquello no guardaba relación alguna con los medios de que se disponía, y se limitó a ignorarlo por completo.[61]

Mientras Peng continuaba en Wuhan, él partió para Anyuan, donde creó un Comité del Frente, y comenzó a reunir sus fuerzas para lanzar el asalto a Changsha, la pieza central de las limitadas acciones que el Comité Provincial del partido había aprobado.[62]

Sus fuerzas incluían un regimiento de cerca de mil soldados regulares, originalmente parte del Ejército Nacional Revolucionario del Guomindang (bautizado por Mao como primer regimiento), protagonista de una defección en favor de los comunistas, cuya base estaba entonces en Xiushui, cerca de la frontera entre Jiangxi y Hubei, ciento ochenta kilómetros al noreste de Changsha; una fuerza campesina precariamente armada (el tercer regimiento) en Tonggu, pequeña ciudad situada en las montañas fronterizas de Jiangxi y Hunan; y, en Anyuan, una unidad mixta de mineros sin empleo (que habían perdido su trabajo con el cierre de las minas de carbón en 1925) y miembros de la Fuerza de Autodefensa Campesina del Jiangxi Occidental (el segundo regimiento). En conjunto formaban la Primera División de lo que el Politburó había acordado denominar el Primer Ejército Revolucionario Campesino y Obrero.[63]

El día 8 de septiembre llegó para las distintas unidades el momento de lanzar la insurrección (lo que Mao no sabía es que habían sido traicionados ante las autoridades de Changsha). Siguiendo sus órdenes, la bandera del Guomindang fue eliminada. Los sastres locales de Xiushui trabajaron toda la noche para confeccionar lo que las tropas llamaron banderas «con el hacha y la hoz», las primeras enseñas izadas por un ejército comunista chino. Al día siguiente, las líneas de ferrocarril que comunicaban con Changsha fueron saboteadas, y el primer regimiento partió hacia Pingjiang, ochenta kilómetros al noreste de la capital.[64]

En aquel momento sucedió un acontecimiento que podría haber transformado no sólo el curso de la sublevación, sino también el futuro de China. Mientras Mao y su compañía viajaban de Anyuan a Tonggu fueron capturados por un militar del Guomindang cerca de un pueblo montañoso llamado Zhangjiafang:

El terrorismo del Guomindang había llegado entonces a su culmen y cientos de sospechosos de ser rojos estaban siendo fusilados [recordaba Mao años después]. Me llevaron al cuartel militar, donde se disponían a ajusticiarme. Sin embargo, tomando unas decenas de dólares que me habían prestado [mis] camaradas, intenté sobornar a la escolta para que me dejasen libre. Los soldados rasos eran mercenarios sin un especial interés por verme muerto, de modo que accedieron a soltarme. Pero el mando al cargo se negó a ello. Así que decidí escaparme, pero no tuve ninguna oportunidad hasta que estaba a menos de doscientos metros del cuartel militar. En aquel momento me zafé y me lancé hacia los campos.

Llegué a un lugar elevado, por encima de un estanque, rodeado de hierbas altas, y allí me escondí hasta el anochecer. Los soldados me perseguían, y algunos campesinos, obligados, les ayudaron en la búsqueda. En varias ocasiones estuvieron muy cerca de mí, en una o dos tan próximos que pude casi tocarles, pero de algún modo evité ser descubierto, a pesar de que en media docena de ocasiones me di por vencido, con la certeza de que volverían a capturarme. Pero, al final, cuando oscureció, abandonaron la búsqueda. Crucé de inmediato aquellos montes, caminando durante toda la noche. No llevaba zapatos y mis pies estaban gravemente lastimados. En el camino encontré a un campesino que se apiadó de mí, me dio refugio y después me guió hasta el siguiente distrito. Conservaba siete dólares, que me sirvieron para comprar unos zapatos, un parasol y comida. Cuando finalmente llegué [a Tonggu] sano y salvo sólo me quedaban dos monedas de cobre en el bolsillo.[65]

Aquel episodio probablemente agotó sus últimas reservas de buena fortuna. El primer regimiento fue víctima de una emboscada organizada por una fuerza local que ambicionaba sus superiores armas, y dos de sus tres batallones resultaron destruidos. Al día siguiente, el 12 de septiembre, el tercer regimiento de Mao ocupó la pequeña ciudad de Dongmen, ya en territorio de Hunan, a unos quince kilómetros de la línea fronteriza provincial. Pero, llegados a aquel punto, el avance se estancó. Las tropas del gobierno provincial contraatacaron y los insurgentes fueron obligados a retroceder hasta Jiangxi, donde, dos días después, Mao supo del desastre que había sobrevenido al primer regimiento. Aquella noche envió un mensaje al comité provincial recomendando que la sublevación obrera prevista para la mañana del dieciséis de septiembre en Changsha fuese pospuesta.

Al día siguiente, Peng Gongda aprobó su propuesta y, a todos los efectos, se puso fin a la sublevación. Pero aún faltaban por llegar las últimas y más funestas noticias. El segundo regimiento (de Anyuan), después de tomar Liling, una pequeña sede de distrito en la línea del ferrocarril, dentro de los límites provinciales, avanzó según lo planeado hasta Liuyang para esperar las fuerzas de Mao. Al comprobar que éstas no aparecían, el segundo regimiento atacó en solitario, el 16 de septiembre. Pero el asalto fue rechazado. Al día siguiente, el regimiento quedó cercado y fue aniquilado hasta acabar con el último de sus soldados.

Difícilmente se podía sufrir una derrota más contundente. De los tres mil hombres que habían comenzado la aventura ocho días antes apenas la mitad perseveraba; el resto había sido víctima de las deserciones, la traición y los combates. Mao había sido capturado, y sólo con muchas dificultades había logrado salvar la vida. Los insurgentes habían conseguido ocupar dos o tres pequeñas ciudades de la zona fronteriza, pero ninguna de ellas durante más de veinticuatro horas. Changsha ni siquiera remotamente percibió la amenaza.[66]

Durante tres días discutieron sobre cuál debía ser el siguiente paso.[67] Yu Sadu, el subcomandante del primer regimiento, quería lanzar un nuevo intento para tomar Liuyang después de reagruparse. Pero Mao y Lu Deming, el oficial militar con mayor experiencia de todo el cuerpo, disintieron. A principios de agosto, cuando el recién escogido Politburó de Qu Qiubai celebró su primera reunión en Wuhan, Mao comunicó a Lominadze que si la insurrección de Hunan era derrotada, las fuerzas supervivientes «deberían refugiarse en los montes».[68] El 19 de septiembre el Comité del Frente, tras una reunión en la aldea fronteriza de Wenjiashi que se prolongó durante toda la noche, ratificó esta medida. Al día siguiente, Mao convocó una asamblea de todo el ejército en el exterior de la escuela local, donde anunció que el ataque a Changsha debía ser abandonado. La lucha, les dijo, no había acabado. Pero, por el momento, su lugar no estaba en la ciudad. Era necesario encontrar una nueva base rural donde el enemigo fuese más débil. El 21 de septiembre partieron hacia el sur.[69]

Al igual que en Hubei, las sublevaciones fracasaron en el resto de China.[70] El ejército insurrecto que había partido de Nanchang perdió trece mil de sus veintiún mil hombres en sólo dos semanas, la mayoría por las deserciones. Cuando los supervivientes llegaron a la costa, su moral estaba quebrantada. A principios de octubre la mayoría de los dirigentes, incluidos He Long, Ye Ting, Zhang Guotao y Zhou Enlai (que en aquel momento necesitaba ser transportado en litera), se dirigieron a una aldea de pescadores, «alquilaron unos botes y simplemente huyeron a Hong Kong», refugio, también en aquellos tiempos, de los rebeldes chinos. La expedición, tal como reconoció tiempo después Zhang, era «política y militarmente inmadura» y tuvo unas consecuencias lamentables.[71] Sólo sobrevivieron más o menos intactas dos pequeñas unidades militares: una se unió a las fuerzas de Peng Pai en Hailufeng; la otra, bajo el mando de Zhu De y su segundo, Chen Yi, llegó a un acuerdo con un cacique militar local y se acuarteló al norte de Guangdong.[72]

En noviembre, el Politburó se reunió en Shanghai para evaluar la situación. La «política general» del partido y la estrategia de la insurrección, según proclamó, había sido «del todo correcta». Las sublevaciones habían fracasado porque habían estado diseñadas siguiendo «ideas puramente militaristas» y se había dedicado una atención insuficiente a la movilización de las masas.

Después se anunciaron represalias. Los líderes de Hunan fueron acusados de haber confiado excesivamente en «los bandidos locales y [en] un puñado de soldados violentos».[73] Ante la insistencia de Lominadze,[74] Mao fue destituido del Politburó, a pesar de que al parecer se le permitió continuar como miembro del Comité Central. Peng, a quien el agente del Comintern en Changsha, Meyer, acusó de «cobardía y engaño», fue desposeído de todos sus cargos. La culpa del fracaso de las fuerzas de Nanchang recayó en Zhang Guotao, expulsado también del Politburó, y en Tan Pingshan, presidente del Comité Revolucionario de Nanchang, que acabó expulsado del partido.[75] Zhou Enlai y Li Lisan sólo después de recibir algunas reprimendas se libraron del varapalo.

Fue la primera ocasión en que los dirigentes chinos se vieron obligados a enfrentarse a la disciplina bolchevique estalinista.

Estas decisiones, teniendo en cuenta la presunción de que la política básica era correcta, prepararon el camino para una nueva oleada de sublevaciones fatídicas que, en diciembre, llegaron en Cantón a su clímax. Las fuerzas insurrectas, respaldadas allí por mil doscientos cadetes de una unidad de instrucción de oficiales del Guomindang, comandada por Ye Jianying, resistieron durante cerca de tres días. Pero miles de miembros y simpatizantes del partido murieron asesinados en la masacre que puso fin a su rebeldía. Para ahorrar munición, muchos fueron atados en grupo, embarcados en chalupas mar adentro y lanzados a las aguas. Cinco oficiales soviéticos del consulado fueron fusilados. Poco después se requirió que todas las misiones soviéticas en China cerrasen sus puertas.[76]

Aquello, no obstante, no fue suficiente para disuadir al Politburó. En el mismo año en que el número de miembros del partido cayó de los cincuenta y siete mil en mayo hasta los diez mil en diciembre, cada contratiempo parecía alimentar las llamas del ardor militante y revolucionario.[77] Los estalinistas como Lominadze o Meyer en Changsha y Heinz Neumann en Cantón añadieron leña al fuego. Pero la razón subyacente era la frustración por la fracasada alianza con el Guomindang que sumió por igual a los altos cargos y a los rangos menores, así como a las filas del partido, en un torbellino de creciente radicalismo.

Sin embargo, al llegar la primavera apenas quedaba algo de esa explosión de fervor revolucionario reprimido, más allá de unos pocos feudos comunistas aislados en las regiones más pobres y remotas. Muchos de ellos estaban localizados a lo largo de las zonas más inaccesibles, confluencia de dos o más provincias, donde las instrucciones de las jerarquías ni siquiera llegaban: en el norte de Guangdong, los límites entre Hunan y Jiangxi, en la zona más nororiental de esta última provincia, en la frontera de Hunan y Hubei, en el triángulo formado por las líneas fronterizas de Hubei, Henan y Anhui, y en la isla de Hainan, en el lejano sur.[78]

Durante los tres años siguientes, la política del Partido Comunista Chino se forjó a través de un forcejeo cuádruple entre Moscú, el Politburó de Shanghai, los comités provinciales del partido y, sobre el terreno, los dirigentes militares comunistas, alrededor de dos cuestiones clave: la relación entre la revolución rural y la urbana, y la vinculación entre la sublevación y la lucha armada.[79]

Mao desempeñó un papel fundamental en aquellos cruciales debates. Pero en otoño de 1927 su preocupación más inmediata era sobrevivir.

El 25 de septiembre, cuatro días después de partir de Wenjiashi, su pequeño ejército había sido atacado en las colinas del sur de Pingxiang. El comandante de la división, Lu Deming, fue asesinado. El tercer regimiento se dio a la fuga y unos doscientos o trescientos soldados campesinos desaparecieron junto a gran cantidad de equipamiento. Los supervivientes se reagruparon en la montañosa aldea de Sanwan, unos treinta y ocho kilómetros al norte del macizo de Jinggangshan.

Allí Mao reorganizó sus fuerzas, consolidando los remanentes de la división en un único regimiento —el primer regimiento, Primera División del Primer Ejército Revolucionario Obrero y Campesino— y, designando nuevos comisarios políticos, se adaptó al sistema que los consejeros soviéticos del general Blyukher habían desarrollado para el ejército del Guomindang, basado en la experiencia rusa.[80] A cada escuadrón le correspondía una agrupación del partido, a cada compañía, una delegación del partido, y a cada batallón, un comité. Todos quedaban bajo el mando del Comité del Frente, en el que Mao se mantenía como secretario.

Pero la originalidad de los cambios gestados en Sanwan residía en otro aspecto. La mayor parte de la experiencia acumulada por Mao se refería a su trayectoria como político teórico. Su única implicación directa en la lucha de las masas llegó en su etapa como organizador obrero en Changsha y como observador del movimiento campesino de Hunan. Pero ahora, por primera vez en su vida, se encontraba en la tesitura de tener que motivar y dirigir un banda indisciplinada y andrajosa de amotinados del Guomindang, obreros y campesinos armados, vagabundos y bandidos que, de algún modo, tenía que transformarse en una fuerza revolucionaria coherente capaz de resistir ante un enemigo ampliamente superior.

Con tales pretensiones anunció la toma de dos decisiones políticas que sentaban las bases de un ejército muy distinto a los ya existentes en China en aquella época. En primer lugar, debía ser un cuerpo compuesto exclusivamente de voluntarios. Todos los que quisiesen abandonar, les dijo Mao, serían libres de hacerlo y, en tal caso, contarían con una suma para cubrir los gastos del viaje. A los que decidiesen quedarse se les garantizaría que sus oficiales no podrían continuar con las vejaciones físicas y que se crearían comités de soldados en cada unidad para airear los agravios y asegurar que se seguían unos procedimientos democráticos. En segundo lugar, añadió Mao, se exigía a los soldados que tratasen con corrección a los civiles. Debían hablar con educación, pagar un precio justo por lo que compraban y no apropiarse ni de «un simple boniato» que perteneciese a las masas.

En un país donde pervivía el aforismo «no hay que malgastar el buen hierro para fabricar clavos, ni a los hombres de valor para hacer de soldados», donde un «buen» ejército requisaba directamente lo que deseaba y un «mal» ejército se dedicaba a merodear, saquear, quemar, violar y asesinar, y donde los oficiales usaban de manera rutinaria métodos bárbaros para imponer la disciplina, aquellos conceptos eran genuinamente revolucionarios.

Sin embargo, continuaba vigente la cuestión de hacia dónde debían avanzar las fuerzas de Mao.

Una semana después de llegar a Sanwan inició contactos, a través de un antiguo estudiante del Instituto para la Instrucción del Movimiento Campesino, con un hombre llamado Yuan Wencai, en el distrito de Ninggang, veintitrés kilómetros más al sur. Cinco años antes, cuando era un pobre campesino veinteañero, Yuan se había unido a un grupo de bandoleros que se denominaban a sí mismos la Sociedad de los Sables de Caballo,[T14] que en 1926 recibieron la influencia de los comunistas de la región. Yuan se había convertido en miembro del partido y sus compañeros se habían reorganizado como una fuerza de autodefensa campesina. Poseían sesenta fusiles anticuados, no todos funcionales, y mantenían fuertes vínculos con un movimiento similar de Jinggangshan dirigido por un antiguo sastre llamado Wang Zuo.

Con el permiso de Yuan, Mao trasladó a sus hombres al pequeño pueblo de Gucheng, en Ninggang, y en su primer encuentro del 6 de octubre le ofreció un centenar de rifles de regalo, como muestra de sus intenciones. Fue una astuta maniobra. Yuan se lo devolvió con provisiones para las fuerzas comunistas y, al día siguiente, propuso que establecieran su cuartel militar en Maoping, una pequeña ciudad comercial situada en el valle del río, rodeada de colinas bajas, desde la cual la principal ruta occidental hacia Jinggangshan, un estrecho camino arenoso no menos estrecho que una senda, ascendía serpenteante por entre los bosques hasta una altura de más de dos mil metros.

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