Mao

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7. El poder de las armas

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Mientras tanto, las ideas de Li —«la línea Li Lisan», como sería conocida tiempo después— se fueron acercando cada vez más a la posición radical que, tres años antes, había expuesto Qu Qiubai.[246] Al igual que él, Li declaró que era erróneo confiar únicamente en el Ejército Rojo para llevar a cabo la revolución; las unidades armadas debían operar en conjunción con las insurrecciones de los trabajadores. Como Qu, insistía en que sólo se debía «atacar, nunca retirarse». Las tácticas de Mao de una guerra flexible «no se adecuan ya a los requisitos modernos … ahora que necesitamos conquistar las ciudades clave», y Zhu y él debían «cambiar sus métodos» y olvidarse de la mentalidad guerrillera. La idea de Mao de «usar el campo para rodear la ciudad», planteada explícitamente por vez primera en su plan para atacar Jian, estaba de igual modo «totalmente equivocada»; y su noción de que «el trabajo rural es lo primero y el trabajo urbano lo segundo» era un error aún mayor.

En junio, la situación se tornó crítica. Después de una serie de mordaces críticas, en la que Mao fue acusado de estar «aterrorizado por el imperialismo», de mostrar ideas campesinas y una «ideología de bandidaje», y de desobedecer persistentemente las instrucciones del Comité Central,[247] el Politburó aprobó una resolución rechazando su propuesta de fundar un régimen revolucionario exclusivamente en Jiangxi y asumiendo, en su lugar, unas perspectivas mucho más apocalípticas:

China es el eslabón más débil de la cadena de gobierno del imperialismo mundial. Es el lugar donde con más probabilidad se puede producir la erupción del volcán de la revolución mundial … La revolución china puede incluso … instaurar la revolución mundial, así como la final y decisiva guerra de clases en todo el planeta … De modo que la tarea inmediata del Partido Comunista es requerir a las ingentes masas … que se preparen con decisión para el levantamiento general coordinado de todas las fuerzas revolucionarias … Por el momento, mientras día a día se acerca la nueva gran marea revolucionaria, nuestra estrategia política general consistirá en prepararnos para alcanzar las victorias previas en una o más provincias y establecer un régimen revolucionario nacional.[248]

El plan que Li Lisan elaboró a partir de esta declaración preveía un ataque inicial sobre las ciudades de Jiujiang y Nanchang, llevado a cabo por las unidades de Mao, y seguido de una ofensiva coordinada del Ejército Rojo contra Wuhan.[249]

Para someter a las fuerzas comunistas aún más firmemente bajo su control, Li ordenó una amplia reorganización política y militar. Se creó una red de comités de acción destinados a convertirse en los órganos de poder político de cada provincia, directamente dependientes de la central (es decir, en la práctica, del mismo Li). Por lo que se refiere al ejército, se creó una Comisión Militar Revolucionaria Central, también bajo la responsabilidad de Li, para dirigir las acciones de los cuatro nuevos grupos militares que sustituían la estructura militar existente.[250] Diez días después Tu Zhennong, enviado especial del Comité Central, llegaba a Tingzhou y entregaba en mano a Mao y Zhu De una orden directa para que comenzasen a desplazar sus tropas hacia el norte.[251] Para que la píldora fuese más dulce, se ofreció a Mao la presidencia de la nueva Comisión Militar.[252] Zhu fue investido con el cargo de comandante en jefe. No quedaba otra elección más que obedecer.

Un poema que Mao escribió poco después revela sus dudas respecto de aquella empresa:

Un millón de obreros y campesinos se rebelan ávidos al unísono,

arrollando Jiangxi como un rodillo, golpeando sobre Hunan y Hubei,

pero la «Internacional» suena con notas melancólicas,

de los cielos cae sobre nosotros una furiosa tempestad.[253]

Como para subrayar las dudas de Mao, el ejército avanzó con extrema lentitud.[254] El 28 de junio abandonó Tingzhou. Diez días después todavía no había llegado a Xingguo, localidad situada al oeste, a menos de quince kilómetros. Pasarían dos semanas más antes de que se enfrentaran por vez primera a las tropas enemigas, en Zhangzhu, unos cien kilómetros más al norte. Mao y Zhu decidieron entonces que Nanchang estaba demasiado bien defendida y que un gesto simbólico bastaría. De este modo, el 1 de agosto enviaron un destacamento a la estación de ferrocarril que había junto al río, en la orilla opuesta a donde se eleva la ciudad, y lanzaron algunos disparos al aire para conmemorar el tercer aniversario del levantamiento de Nanchang. «Como habíamos cumplido con la misión de organizar una manifestación el 1 de agosto», explicó Mao poco después al Comité Central, «nos dispersamos por la zona cercana a Fengxin [en la vertiente más alejada de las montañas, ochenta kilómetros al norte] para movilizar las masas, recaudar fondos, hacer propaganda y otras tareas similares»[255].

Demasiado poco para el grandilocuente plan de Li Lisan de lanzar un ataque rápido y coordinado sobre Wuhan. Pero, de todos modos, en aquel momento, Li tenía otros problemas. Su celo insurreccional había disparado la alarma en Moscú. El Comintern había ordenado en mayo que se redactase una carta insistiendo en que «todavía no había aparecido una marea revolucionaria de ámbito nacional». La fuerza del movimiento revolucionario, añadía, «no es suficiente para destruir el dominio del Guomindang y los imperialistas … [Aunque, a pesar de que este movimiento] no puede dominar sobre China, sí puede tomar el control de algunas de las provincias más importantes».[256] Esto era bastante diferente de lo defendido por la línea Li Lisan. Él argumentaba, con coherencia, que los regímenes provinciales independientes o, en general, cualquier tipo de base permanente, sólo podría sobrevivir en el contexto de una sublevación nacional; y acabó concluyendo, como había hecho Mao, que era «del todo erróneo» pensar que los regímenes locales aislados anticiparían la insurrección nacional.[257] Pero precisamente aquello era lo que Moscú pretendía hacerle creer.

La carta llegó a Shanghai el 23 de julio. En aquel momento Li debió de ser consciente de que la ofensiva que estaba diseñando no contaba con el beneplácito de Moscú y debía cancelarse. Pero, en lugar de ello, sin duda con la fe en que la victoria sería justificación suficiente, ocultó sus planes al resto del Politburó.[258]

Dos días después, Peng Dehuai realizó una incursión por sorpresa en Changsha, derrotando una fuerza del Guomindang, comandada por He Jian, cuatro veces mayor que la suya, y tomando la ciudad el 27 de julio. Después de ocuparla durante nueve días —motivando titulares alarmistas en los periódicos de toda Europa— fue obligado a retirarse.[259] No obstante, Li Lisan estaba extasiado, y también Mao quedó persuadido de que la toma de poder en Hunan era una posibilidad real.[260] Las dos fuerzas se unieron a mediados de agosto[261] y, en un cónclave celebrado el 23 del mismo mes, se acordó que debían fusionarse para formar el Primer Ejército del Frente, con Zhu como comandante en jefe y Mao de comisario político y secretario del Comité General del Frente.[262] También se fundó un Comité Revolucionario de Obreros y Campesinos, con Mao en la presidencia, para actuar como órgano supremo de poder en la zona de combate y con autoridad tanto sobre el Comité del Frente como sobre las autoridades locales y provinciales del partido.[263]

En la misma reunión, tras intensas discusiones, se decidió realizar un nuevo intento de tomar Changsha y, en esta ocasión, ocuparla de manera permanente.

Parece que Mao albergaba sentimientos contrastados. Las unidades de He Jian habían quedado severamente maltrechas y la moral del Ejército Rojo era alta. Pero, por otro lado, se había perdido el elemento sorpresa. Sus recelos se reflejaron en una carta que escribió al día siguiente, en la que subrayaba la «extrema importancia» de que se enviasen refuerzos a Jiangxi —«diez mil hombres en dos semanas y otros veinte mil en el plazo de un mes»—, añadiendo con prudencia que sería necesaria «una intensa campaña» para que «fuese posible» tomar Changsha.[264]

Aquellas advertencias se mostraron totalmente justificadas. Los nacionalistas presentaron una resistencia tenaz[265] y el ataque comunista fracasó a pocos kilómetros de la ciudad, en el sureste.[266] El 12 de septiembre, ante la aproximación de nuevas fuerzas de refresco del Guomindang, Mao dio la orden de retirada.[267]

Veinticuatro horas después se indicó a las tropas que volviesen a Jiangxi. Se mantenía la retórica de «lograr una victoria inicial en Wuhan y tomar el poder político en todo el país», pero el siguiente objetivo fue mucho más modesto. Después de tres semanas de descanso y reabastecimiento se lanzaría un ataque sobre Jian. Era la tercera ciudad de la provincia, con una población de cuarenta mil habitantes. Las fuerzas comunistas locales habían intentado tomarla hasta en ocho ocasiones, pero en cada una de ellas habían sido repelidas.[268]

Sin embargo, en la noche del 4 de octubre, los defensores huyeron sin presentar resistencia,[269] y Mao pudo anunciar la «primera toma de una ciudad importante por el Ejército Rojo y las masas [de Jiangxi] tras varios años de lucha … [y] el primer paso hacia la victoria en la provincia entera de Jiangxi».[270] Estaba cargando demasiado las tintas: de hecho los comunistas mantuvieron Jian bajo su control tan sólo seis semanas.[271] Pero reflejaba diáfanamente el júbilo de las bases y los dirigentes del partido. Se lanzaron proclamas desmedidas, reclamando que las fuerzas del Ejército Rojo alcanzasen el millón de hombres, prometiendo solidaridad eterna con la Unión Soviética y el proletariado de todo el mundo, y prediciendo que, en la actual «situación de revolución global», el poder soviético «sin duda alguna irrumpiría» en China y en todo el mundo.[272]

Mao estableció su cuartel general en la casa de un terrateniente, una confortable vivienda de piedra situada en el centro de la ciudad. He Zizhen y él vivían tras el patio interior, entre el rojo esplendor de laca de lo que habían sido las alcobas de las damas, mientras Zhu De y su joven compañera, Kang Keqing, ocupaban las habitaciones exteriores. A pesar de las advertencias que Mao había pronunciado en Gutian sobre las celadas de la vida en las ciudades, todos, incluido él mismo, gozaban de los placeres que les ofrecía aquel lugar.

Al mismo tiempo, en Shanghai, Li Lisan pasaba por embarazosas dificultades.

En el mes de julio un consejero militar soviético había instalado un transmisor secreto de radio para que el Comité Central se pudiese comunicar con Moscú.[273] La libertad de maniobra de Li, basada en los meses que acostumbraban a transcurrir hasta que las cartas iban y venían del Comintern, se esfumó de la noche a la mañana. Uno de los primeros mensajes recibidos, el 28 de julio, reafirmaba con tono tajante la oposición soviética a sus planes de levantamientos urbanos.[274] Una vez más, Li ocultó la misiva. Pero, transcurrido un mes, después de que Moscú condenase sus planes por ser «aventuristas» y le indicase sin rodeos que no había «posibilidades reales de tomar las grandes ciudades», se le obligó a que diese la contraorden sobre las insurrecciones planeadas en Wuhan y Shanghai.[275]

En aquel entonces, tanto Zhou Enlai como Qu Qiubai habían regresado, y Li ya no podía seguir ocultando la posición de Moscú.[276] Aun así, rechazó cancelar la orden de volver a tomar Changsha[277] y cuando, en septiembre, se celebró un pleno del Comité Central, insistió en que él se había limitado a seguir la dirección del Comintern.[278]

Durante un tiempo, la actitud desafiante de Li cosechó sus frutos. El Tercer Pleno, tal como sería conocido, concluyó que a pesar de «las ambigüedades y los errores», resultado del excesivo optimismo, «la orientación [general] del Politburó era correcta». Pero su absolución tenía los días contados. Moscú recibió en octubre los detalles de algunas aseveraciones disparatadas de Li pronunciadas aquel otoño, cuando había propuesto, entre otras cosas, un levantamiento en Manchuria que encendiese una guerra entre Rusia y Japón, o había hablado con menosprecio sobre la comprensión rusa de los asuntos chinos.[279]

La paciencia de Stalin llegó a su límite.

El Comintern acusó a Li Lisan en una punzante carta de denuncia, que llegó a Shanghai a mediados de noviembre, de haber seguido una política antimarxista, anti-Comintern, no bolchevique y no leninista. Unos días después realizó en Moscú una confesión tan abyecta y publicitada que no se oiría de nuevo nada parecido durante cincuenta años.

No es fácil comprender las ideas que Mao albergaba durante todo este período. Creía sinceramente que la revolución seguía ganando enteros, tanto en casa como en el extranjero. Los periódicos que llegaban a manos de los comunistas hablaban de la Gran Depresión en Estados Unidos, de la aparición de conflictos industriales en Europa y de levantamientos antiimperialistas en Asia y América Latina. Pero, por otra parte, su prudente actitud traicionaba, en la práctica, su insistencia aquel otoño en afirmar públicamente que «la insurrección revolucionaria está, en el país entero, elevándose día a día más arriba».[280] Después de la captura de Jian, se opuso reiteradamente a algunos compañeros convencidos de que Li Lisan estaba en lo cierto y de que su primera tarea era ocupar Nanchang y presionar después sobre Wuhan.[281] La primera obligación, replicaba Mao, era tomar el poder en una provincia, Jiangxi; el resto llegaría después.[282]

El debate sobre el sueño formulado por Li de la conquista de toda la nación quedó truncado cuando Chiang Kai-shek anunció que aniquilaría la «amenaza roja» de Jiangxi, de una vez por todas, durante el transcurso de los siguientes seis meses. Calculó emplear a cien mil hombres, una fuerza ampliamente superior a lo que nunca hasta entonces el Guomindang había conseguido reunir en una campaña contra los comunistas. Sin embargo, ahora se enfrentaba a un ejército muy diferente al exhausto contingente de guerrillas mal alimentadas que había huido en desorden de Jinggangshan en el invierno de 1928. En aquella ocasión, las fuerzas de Mao y Peng Dehuai sumaban en conjunto menos de cuatro mil hombres, de los que apenas la mitad poseía armas; el resto llevaba lanzas o luchaba con garrotes y porras. Ahora, en cambio, el Primer Ejército del Frente contaba con cuarenta mil hombres, la mayoría equipados con modernos rifles.[283]

Desde un punto de vista militar convencional, su calidad dejaba mucho que desear. La mayoría era campesinos analfabetos. Debían colgarse en los lugares públicos órdenes como «¡No caguéis en cualquier sitio!» o «¡No vaciéis los bolsillos de los prisioneros!».[284] Pero, con esta materia prima tan ruda, en el año que había transcurrido desde el congreso de Gutian, los obreros políticos del Ejército Rojo habían forjado una fuerza de combate muy motivada y cada vez más sofisticada.

Se promovieron campañas de alfabetización. Se alentó la disciplina. Se introdujo un sistema de calificaciones y promociones para el cuerpo de oficiales.[285] Los reclutas debían tener «entre dieciséis y treinta años, al menos un metro y cincuenta centímetros de altura, buena salud y estar libres de cualquier enfermedad grave». Era una muestra de la dificultad de su cometido, que Mao creyó necesario aclarar:

La razón [de estas exigencias] es que los que tienen problemas de visión son incapaces de apuntar y disparar; los que están sordos no pueden discernir las órdenes; la mayoría de los de nariz hundida sufren de sífilis hereditaria y son susceptibles de tener [otras] enfermedades contagiosas; los que tartamudean son incapaces de llevar a cabo las tareas comunicativas de un soldado. Y, entre los que tienen [otras] enfermedades, su débil condición física no sólo los incapacita para la lucha, sino que existe el peligro de que contagien sus enfermedades a los demás.[286]

Se crearon unidades de primeros auxilios en el campo de batalla y cuerpos auxiliares encargados de enterrar a los muertos. Se formaron departamentos de abastecimiento y transporte, responsables de las caravanas de equipajes y las cocinas de campaña. También se establecieron secciones de reconocimiento, topografía, inteligencia y seguridad.

A partir de junio de 1930, Zhu De y Mao despachaban detalladas órdenes militares una e incluso varias veces al día, consignando instrucciones de batalla, planes de avance, reglas para la disposición de centinelas, trabajos para el cruce de los ríos y toda la parafernalia necesaria para mantener en acción a veintidós regimientos. Se asignaron ayudantes de campo a los oficiales veteranos, y los teléfonos de campaña comenzaron a sustituir a los correos y encargados de las señales de bandera que habían sido los únicos medios de comunicación en el campo de batalla hasta entonces.[287]

Tan sólo en un aspecto el Ejército Rojo era desesperantemente inferior a sus adversarios del Guomindang: la tecnología militar. Después del fallido asalto a Changsha, Mao dio instrucciones para la captura de los equipos de radio enemigos (así como de sus operadores, para instruir a los técnicos de transmisiones del Ejército Rojo sobre su uso), y se crearon secciones de ametralladoras y morteros con las armas enemigas capturadas.[288] Pero, como anotaba el Comintern, continuaba estando «pobremente armado, percibía suministros en extremo miserables de matériel de guerra, y estaba extraordinariamente incapacitado por lo que se refiere a la artillería y la maquinaria de guerra».[289]

En parte gracias a «la línea Li Lisan», las tácticas del Ejército Rojo habían comenzado en 1930 a abandonar la guerrilla para desplegar un guerra dinámica. Pero era necesaria una nueva estrategia para responder al desafío planteado por la táctica de asedio propuesta por Chiang. El 30 de octubre, en una reunión plenaria del Comité del Frente celebrada en una pequeña aldea cerca de Luofang, en el río Yuan, ciento diez kilómetros al suroeste de Nanchang, Mao esbozó por primera vez el principio de «seducir al enemigo».[290] Como muchas otras ideas profundas, era en esencia extraordinariamente simple, poco más que la prolongación de la táctica que Mao había empleado en Jinggangshan: «Cuando el enemigo avanza, nosotros nos retiramos; cuando el enemigo se fatiga, atacamos». La nueva fórmula se convirtió en: «Seducir al enemigo hasta que penetre en la zona roja, esperar a que se agote y ¡aniquilarle!».[291] El corolario, explicó Mao tiempo después, era «la táctica de la guerra prolongada»:

El enemigo desea un guerra de corta duración, pero nosotros debemos evitar que sea así. El enemigo tiene conflictos internos. Simplemente quiere derrotarnos y volver entonces a sus batallas internas … Dejaremos que vayan madurando y, entonces, cuando sus problemas internos sean ya acuciantes, les aplastaremos de un furioso golpe.[292]

No faltaron críticas a la nueva estrategia. Algunos argumentaron que era una negación de la política ofensiva defendida por Li Lisan (lo que de hecho era cierto), incompatible con la idea de la «emergente marea revolucionaria» —que Mao continuaba proclamando— y de la directriz que obligaba a atacar las ciudades clave. Otros, con buenos argumentos, temían las represalias de los nacionalistas en los territorios que invadiesen. Sin embargo, Zhu De apoyó a Mao y, a pesar de algunos recelos, el Comité del Frente aprobó su plan, que al día siguiente fue comunicado a los comandantes militares.[293]

Durante seis semanas los ejércitos de Chiang, hostigados por los guardias rojos locales, persiguieron a las fuerzas comunistas, mientras éstas se adentraban en los escarpados parajes de colinas del centro de Jiangxi, sin presentar batalla, abandonando uno tras otro los distritos que habían ocupado durante el verano —primero Jishui y Jian, después Yongfeng, Lean y Donggu— en una lenta retirada en zigzag hacia el sur, donde el apoyo campesino a las fuerzas rojas era más vigoroso.

A principios de diciembre, Chiang llegó a Nanchang. Se enviaron dos nuevas divisiones para cerrar la frontera con Fujian, mientras el cuerpo principal, en cuatro columnas, formaba un arco de doscientos veinticinco kilómetros de largo que se cerraba lentamente a través de la región media de Jiangxi, en el centro de la cual, cerca del pueblo de Huangpi, a menos de quince kilómetros del frente nacionalista, aguardaban silenciosamente las fuerzas comunistas.

La primera oportunidad llegó el día de Nochebuena, dos días antes del vigésimo séptimo aniversario de Mao. Las fuerzas de Peng Dehuai (entonces conocidas como el Grupo del Tercer Ejército) fueron enviadas al norte para esperar la quincuagésima división de Chiang, comandada por Tan Daoyuan. Pero los hombres de Mao, temiéndose una trampa, detuvieron su marcha. Cuatro días después se abandonaba el plan.

El grueso del Ejército del Frente giró entonces a la izquierda, hacia Longgang, una pequeña ciudad situada veinte kilómetros al suroeste, donde el día 29 había llegado otra unidad nacionalista de vanguardia, la décimo octava división de Zhang Huizan. Las fuerzas comunistas ocuparon sus posiciones durante la noche, y a las diez de la mañana del día siguiente comenzó una ofensiva general. Cinco horas después todo había terminado: Zhang y sus dos comandantes de brigada fueron capturados, junto con otros nueve mil prisioneros, cinco mil rifles y treinta ametralladoras.[294] Cuando las noticias llegaron a oídos de Tan Daoyuan, éste ordenó una precipitada retirada. Pero el 3 de enero el Ejército del Frente le capturó y, en Dongshao, cuarenta y cinco kilómetros al noreste, apresó a tres mil prisioneros más y grandes cantidades de armas y material, incluyendo, para fruición de Mao, una unidad de comunicaciones al completo,[295] que dos semanas después se convertiría en la base de la primera sección de radio del Ejército Rojo.[296] Dependía de generadores accionados manualmente con una manivela y un relé, pero era la tecnología más avanzada del momento.

Zhang Huizan fue ejecutado y su cabeza colocada en un tablón de madera que flotaría aguas abajo por el río Gan hasta llegar a Nanchang, en un intento de provocar a Chiang Kai-shek.[297]

Mao, más que nadie, tenía motivos para sentirse satisfecho. No sólo había funcionado su estrategia de «seducir al enemigo» mejor de lo que nadie se atrevía a desear, sino que además conoció en diciembre que el Tercer Pleno le había rehabilitado como miembro suplente del Politburó, una posición que había ocupado por última vez cuando se produjo la sublevación de la cosecha de otoño, tres años antes.[298]

Era demasiado bonito para que durase.

A mediados de enero de 1931 llegó de improviso al cuartel de Mao en Xiaobu, en las montañas del norte de Huangpi, un miembro del Comité Permanente del Politburó, Xiang Ying, el dirigente más veterano que jamás visitaría la región base, para informarle que se había establecido una nueva Oficina Central, encabezada por Zhou Enlai, con autoridad suprema sobre todas las bases soviéticas, no sólo de Jiangxi sino de China entera.[299] La buena noticia era que, dos meses antes, Mao, todavía ignorante de esta decisión, había sido nombrado secretario en funciones de la Oficina Central. La mala noticia era que Xiang llegaba para sustituirle.

Xiang, cuatro años mayor que Mao, era un antiguo coordinador obrero. En el Sexto Congreso había sido elegido miembro del Comité Permanente, consecuencia de la tendencia a incrementar el número de obreros entre los dirigentes. Su misión era simple: someter la zona base de nuevo bajo el control directo del Comité Central. El 15 de enero, Xiang ordenó la disolución del Comité del Frente, principal sostén del poder de Mao, y del Comité Revolucionario, también encabezado por Mao, y le destituyó o le sustituyó en otros cargos de peso.[300]

Sin embargo, los cambios fueron engañosos. Xiang tenía la veteranía a su favor; Mao tenía al Ejército del Frente de su lado. Llegaron a un compromiso. Xiang asumía la apariencia, pero Mao retenía buena parte de la esencia del poder.

La situación se complicó aún más a causa de lo que estaba sucediendo en Shanghai. Stalin había enviado hasta allí a su especialista en China, Pavel Mif, para convocar otro pleno del Comité Central, con el objetivo de desenmascarar y denunciar a un Li Lisan caído en desgracia.[301] Sin el conocimiento de Xiang y Mao, este Cuarto Pleno había aprobado una resolución que pronto se convertiría en lectura obligatoria para todos los miembros del partido, condenando en términos extremadamente crueles los errores de Li. También representó algunos cambios de personal. No afectaron a Mao. Ni tampoco al líder nominal del partido, Xiang Zhongfa, que continuó como secretario general. También Zhou Enlai salió airoso, y no por última vez, gracias a sus hábiles cambios de camisa. Pero Qu Qiubai fue destituido, y Xiang Ying, aunque continuó en el Politburó, perdió su posición en el Comité Permanente.

El principal ascenso, no obstante, fue el de un joven rechoncho y con papada llamado Wang Ming, que fue catapultado como miembro del Politburó sin haber sido previamente miembro del Comité Central.

Wang, que tenía entonces veintiséis años, era la figura más prominente de un grupo de estudiantes chinos que se habían graduado en la Universidad Sun Yat-sen de Moscú, de la que Mif era el rector, y habían vuelto el pasado invierno a Shanghai. Otros miembros de ese grupo fueron nominados para dirigir importantes departamentos del Comité Central. A veces llamados los «veintiocho bolcheviques», la «sección china de Stalin» o, simplemente, los «jóvenes retornados», se convertirían durante los cuatro años siguientes en la fuerza principal dentro de la cúpula dirigente.

En marzo de 1931 llegaron a la zona base los primeros informes sobre la caída en desgracia de Li Lisan,[302] seguidos, tres semanas después, de una delegación de la central encabezada por Ren Bishi, a quien la Sociedad de Estudios Rusos de Mao había enviado, una década antes, cuando era un estudiante de dieciséis años, a Moscú.[303] Ren, que se había unido al Politburó en enero, llevó consigo los textos de las resoluciones del Cuarto Pleno y una directriz de la nueva central del partido que afirmaba que el Comité General del Frente, con Mao como secretario, debía mantenerse como el órgano supremo del partido en Jiangxi, pendiente de la revisión de las actividades de la Oficina Central. También se reinstauró el Comité Revolucionario, concediendo a Mao, como presidente del Comité, y a Zhu De, como comandante en jefe, autoridad nominal sobre las tareas militares y de los soviets no sólo en Jiangxi, sino en todas las zonas base rojas.[304] La razón de ello no era que los líderes de Shanghai sintiesen un especial aprecio por Mao; de hecho, no tardarían en mostrar lo contrario. Pero desconfiaban de Xiang Ying, que estaba demasiado vinculado a Li Lisan y al viejo grupo del Tercer Pleno.[305] Con el ascenso de Mao simplemente pretendían erosionar el poder de Xiang.

Chiang Kai-shek eligió estas circunstancias para lanzar su segunda campaña de asedio.[306] En esta ocasión reunió a doscientos mil soldados, el doble que en invierno. La estrategia fue la misma que entonces. El principal ejército nacionalista, el «martillo» de Chiang, avanzó desde el noroeste hasta la zona base, planeando aplastar al Ejército Rojo contra el «yunque» que eran las fuerzas de los señores de la guerra, posicionadas previamente en las fronteras de Guangdong y Fujian para bloquear las vías de escape hacia el sur y el este. Esta vez, no obstante, los comandantes nacionalistas actuaron con mayor precaución, asegurando las áreas que ocupaban antes de cada nuevo avance.

Mao y Zhu De habían estado observando estos preparativos desde el mes de febrero.[307] Pero estaban en desacuerdo con Xiang Ying sobre si la táctica de «seducir al enemigo» era factible cuando la diferencia de número entre los contrincantes era tan grande, y como ninguna de las opiniones conseguía prevalecer, no se definió ninguna estrategia alternativa clara.[308] La llegada de la «delegación del Cuarto Pleno», como era conocido el grupo de Ren Bishi, enturbió aún más las aguas. Propusieron que el Ejército Rojo al completo abandonase la zona base y se retirase hasta el sur de Hunan.[309] Pero Mao y Zhu De estaban en contra. Los otros dirigentes se mantenían indecisos, algunos de ellos resucitando el viejo argumento de que convenía que las fuerzas rojas se dispersaran.

Mientras el debate continuaba, las columnas de Chiang lo arrasaban inexorablemente todo en su camino hacia el sur. Ya a finales de marzo, el Ejército Rojo había hecho recular sus fuerzas principales hasta el distrito de Ningdu, no lejos del área donde se habían desarrollado las decisivas batallas de la primera campaña de asedio.[310] Allí, en la aldea de Qingtan, se llegó a un momento crítico.

El 17 de abril de 1931, en un cónclave ampliado de la Oficina Central, se aprobaron una serie de resoluciones criticando el liderazgo de Xiang Ying y elogiando a Mao por sus esfuerzos para oponerse a «la línea Li Lisan».[311] Al día siguiente, Mao también obtuvo una recompensa en términos de estrategia militar.[312] Se descartó la retirada y en la reunión se decidió «convertir la zona base de Jiangxi en el fundamento de un área soviética nacional». El Ejército del Frente comenzó a avanzar hacia el norte, para enfrentarse con el enemigo allí donde el diapositivo de Chiang era más débil, en la región montañosa cercana a Donggu, mientras Mao comenzaba a trazar los planes de una ambiciosa contraofensiva para atravesar las líneas enemigas y avanzar al noreste a través de Fujian.

Casi un mes después, desde un templo budista rodeado de murallas blancas, en el pico más alto de Baiyunshan, los montes de la Nube Blanca, quince kilómetros al oeste de Donggu, Mao contemplaba el avance laderas abajo de las unidades del Cuerpo del Primer Ejército de Zhu De para atacar dos divisiones del Guomindang. Una hora después, tras una señal convenida, las tropas de Peng Dehuai golpearon sobre los flancos.[313] Fueron capturados más de cuatro mil prisioneros, así como cinco mil rifles, cincuenta ametralladoras, veinte morteros y una unidad nacionalista completa de telecomunicaciones, con sus operadores. Durante las dos semanas posteriores el Ejército Rojo luchó en cuatro grandes batallas más, llegando a su cenit, a finales de mayo, con la toma de Jianning, en Fujian, ciento cincuenta kilómetros más al este. En total, hasta aquel día, treinta mil soldados nacionalistas habían sido vencidos y se habían capturado unos veinte mil rifles. La segunda campaña de asedio había fracasado, y los comandantes de Chiang ordenaron una retirada general.

Después de estos acontecimientos no habría más discusiones sobre la táctica que debía seguir el Ejército Rojo. Se concedió total libertad a Mao y a los comandantes militares.

Sin embargo, la grandeza de su éxito resultó ser la causa de su ruina. Mientras «los rojos» pudiesen ser menospreciados como un simple grupo de bandidos, Chiang no se empecinaría si rehuían el castigo. Pero un Ejército Rojo capaz de derrotar a sus mejores generales era una cosa muy distinta. Al tiempo que la alta comandancia nacionalista pregonaba sus «logros militares», Chiang comenzó de inmediato a procurarse refuerzos. A finales de junio había congregado a trescientos mil hombres, un tercio más que en abril, para iniciar la tercera «campaña de supresión de comunistas».[314]

En esta ocasión, Mao y el resto de líderes fueron sorprendidos en falso. Desde finales de mayo, cuando la segunda campaña cayó derrotada, sabía que la tercera ofensiva no tardaría en llegar.[315] Pero habían subestimado la celeridad con que Chiang podría disponer de sus hombres. A finales de junio, el Ejército Rojo estaba desperdigado por toda la zona oriental de Fujian, donde había sido enviado para «movilizar las masas y recaudar fondos», tarea que se había tornado aún más crucial en tanto que las fuerzas comunistas aumentaban en número.[316] El día 28, Mao todavía preveía que disponía de dos o tres meses más para la acumulación de fondos y el almacenamiento de provisiones. Pero el día 30 se habló de sólo diez días,[317] y antes de que transcurriera una semana se distribuyó una «circular de emergencia» advirtiendo que la tercera campaña era inminente, que sería «extraordinariamente cruel» y que todo el mundo debía dedicar un esfuerzo hasta diez veces más arduo a lo ya mostrado hasta entonces si se quería alcanzar la victoria.[318]

Durante los dos meses que siguieron, el Ejército Rojo se aproximó a su aniquilación total.[319]

Los nacionalistas, esta vez bajo el mando personal de Chiang Kai-shek, avanzaron muy lentamente en un enorme movimiento de tenaza, consolidando las áreas que ocupaban mediante fortificaciones defensivas, y tomándose la molestia de asegurar que ninguna división quedaba aislada ni era vulnerable a los ataques comunistas.

Durante los diez primeros días, la comandancia del Ejército Rojo se esforzó por agrupar sus fuerzas y organizarlas para la batalla. A mediados de julio comenzaron a retirarse hacia el sur, con la esperanza de hacer creer a la columna oriental de Chiang, que les perseguía por la frontera de Fujian, de que pretendían huir hacia Guangdong. Sin embargo, en Rentian, al norte de Ruijin, la fuerza principal giró y se dirigió hacia el oeste, en la zona norte del distrito de Yudu, avanzando por senderos que se extendían entre las aldeas y por caminos de carros, lejos de las principales vías, con la intención de eludir los aviones de reconocimiento de Chiang. El plan de Mao consistía en organizar una emboscada y golpear, cerca de Dongdu, a las unidades más débiles de Chiang, obligando a la columna oriental a acudir en su ayuda mientras el Ejército Rojo avanzaba hasta Fujian para atacar la retaguardia enemiga. Teniendo en cuenta la falta de preparación, era seguramente lo mejor que Mao podía hacer. Pero era muy similar a la estrategia seguida en la segunda campaña. Esta vez Chiang no sería engañado tan fácilmente.

Después de ocupar Ningdu y Ruijin, la columna oriental de los nacionalistas detuvo su avance hacia el sur para iniciar la marcha hacia el oeste. Cuanto más penetraban en la zona base, más les hostigaban los guardias rojos locales, que tocaban la corneta y disparaban anticuados mosquetes para impedir que pudiesen conciliar el sueño durante la noche, preparaban burdas trampas por las montaraces sendas, saboteaban las líneas de comunicación y, emboscados, caían sobre los enfermos y los heridos. Los nacionalistas respondieron con la misma moneda. Zhu De recordaba haber «encontrado las aldeas en llamas y los cadáveres de los civiles en los lugares donde habían sido fusilados, descuartizados y decapitados, incluidas las mujeres y los niños. Las mujeres continuaban recostadas, en la misma postura forzada que, antes o después de haber sido asesinadas, mantenían al ser violadas».

Los comunistas, agotados después de cuatrocientos cincuenta kilómetros de marchas forzadas bajo el sofocante calor del verano del sur, se detuvieron la última semana de julio para descansar en el norte de Xingguo. Allí, el día 31, se ordenó que la principal fuerza avanzase al amparo de la oscuridad para situarse detrás del frente enemigo y lanzar un asalto sobre la retaguardia de la columna occidental de Chiang, alejada unos ochenta kilómetros de su posición. Después de dos jornadas de arduas marchas nocturnas, cuando los hombres estaban ocupando ya sus posiciones, Mao supo que los comandantes nacionalistas habían solicitado refuerzos, y el ataque tuvo que ser pospuesto.

Cuando el Ejército Rojo volvía a Xingguo, nueve divisiones enemigas confluyeron desde el norte, el este y el sur, encerrándoles en un estrecho saliente junto al río Gan.

El 4 de agosto, Mao y Zhu De decidieron que no quedaba otra opción que intentar romper las líneas mientras todavía fuera posible. Una división, acompañada de guardias rojos locales y milicianos campesinos, arremetió hacia el oeste, como si intentasen cruzar para llegar a Hunan, atrayendo en su persecución a cuatro unidades nacionalistas. Aquella noche, el cuerpo principal del Ejército Rojo se escabulló por una brecha de dieciocho kilómetros abierta en el cordón que les circundaba, resultado de la anterior escaramuza. Dos días después, en el primer combate importante de la campaña, derrotaron a dos de las divisiones perseguidoras, y poco después aniquilaron un tercer cuerpo, capturando a más de siete mil prisioneros, en Longgang, en el mismo lugar en que se había logrado la gran victoria comunista de diciembre.

Pero la capacidad de Chiang para anticiparse a las maniobras del Ejército Rojo estaba mejorando. Esta vez envió ocho divisiones para rodear a los comunistas en un círculo mucho más estrecho. Y en esta ocasión no había brecha alguna.

Una vez más, Mao ingenió una treta. Una parte del Cuerpo del Primer Ejército, supuestamente la fuerza principal, realizó una incursión hacia el norte. Pero el cerco se mantenía firme. La única posible ruta de escape estaba bloqueada por una montaña de mil metros de altitud que se erguía entre los campamentos de dos de las divisiones nacionalistas. La montaña permanecía sin vigilancia porque se consideraba infranqueable.

Aquella noche, al amparo de la oscuridad, el Ejército Rojo al completo, con más de veinte mil hombres, escaló los precipicios que los flanqueaban, a menos de cinco kilómetros de los centinelas nacionalistas, y se apresuró para alcanzar la seguridad de los montañosos parajes del norte de Donggu.

Fue una proeza extraordinaria. Pero su afortunada y ajustada escapada, que evitó la completa aniquilación, permitió comprender a Mao que se estaba enfrentando a un adversario mucho más terrible que en cualquiera de las campañas anteriores. Dio órdenes para que se prescindiese del equipaje más pesado y se redujese drásticamente el número de caballos. El enemigo había desarrollado «fuerzas de extraordinaria movilidad», advirtió. El Ejército Rojo se debía preparar para una larga y enconada lucha, con frecuentes marchas nocturnas, donde la victoria dependería de que su propia movilidad fuese «no sólo diez, sino cien veces» mayor que la del enemigo.

Sin embargo, la salvación estaba en sus manos. Durante los meses de verano, los antiguos rivales de Chiang Kai-shek, Hu Hanmin y Wang Jingwei, habían formado una alianza con los señores de la guerra de Guangdong y Guangxi para establecer un gobierno en Cantón, en oposición al régimen de Chiang en Nanjing. Este nuevo gobierno envió tropas a principios de septiembre hasta la provincia de Hunan, como siempre, eje de cualquier conflicto entre el norte y el sur. Aquélla era una amenaza que no se podía ignorar. De este modo, la «campaña de supresión» desatada en Jiangxi fue abandonada, para conceder a las fuerzas de Chiang la posibilidad de responder ante el nuevo desafío que llegaba desde el oeste.

El 6 de septiembre, Mao y Zhu De pudieron observar cómo los nacionalistas abandonaban Xingguo para marchar hacia el norte. Como señal de partida, Chiang incrementó el precio de sus cabezas, vivos o muertos, de los cincuenta a los cien mil dólares.[320]

Una vez más Mao pudo proclamar que su estrategia había resultado victoriosa. Habían destruido diecisiete regimientos nacionalistas y treinta mil soldados enemigos habían resultado heridos o muertos, o habían sido hechos prisioneros. Los comunistas continuaban en posesión parcial de veintiún distritos del sur de Jiangxi y el oeste de Fujian, con una población total de más de dos millones de habitantes.[321] No obstante, a diferencia de las dos anteriores campañas, las bajas comunistas habían sido en esta ocasión muy numerosas.[322] Las fuerzas de Chiang no habían sido derrotadas. El Ejército Rojo había vencido por incomparecencia.

El 18 de septiembre de 1931 Japón invadió Manchuria. Durante el año que siguió, la atención de Chiang tuvo que concentrarse en todos los flancos. Pero en Jiangxi había dejado negocios sin concluir. Tanto él como los comunistas sabían que, cuando llegase el momento, volvería.

Habían pasado cuatro años desde que el Frente Unido con el Guomindang había desaparecido y el Partido Comunista había adoptado una política de continua insurrección militar. Los cuatro principales artífices de la revolución comunista durante aquellos años —Qu Qiubai, Li Lisan, Zhou Enlai y Mao— compartían una firme creencia en la victoria de la revolución, así como la convicción de que llegaría un día en que China se convertiría en un Estado comunista.

Sus diferencias se limitaban al método o la periodización. Pero en la revolución, el método y la periodización lo eran todo.

Tanto Qu, un joven escritor tísico, amante de Tolstói y Turguenev, como Li Lisan, cuya vida era el comunismo, creían en una inminente tormenta revolucionaria. Qu, en una memorable epístola escrita en 1935 desde una prisión del Guomindang, justo antes de su ejecución, escribió que, de haberse mantenido como dirigente del partido, habría cometido los mismos errores que Li. «La única diferencia», declaró, «sería que yo no habría sido tan temerario como él; o sea, yo no habría tenido su coraje»[323].

La errónea obsesión de Li en la «gran marea revolucionaria» dejó a los comunistas con una fuerza mucho mayor que la que tenían antes de que él tomase el poder. Zhou Enlai, emergiendo ya como el indispensable ejecutor, sirvió con perspicacia y acierto cualquier «política» de Moscú que pudiese prevalecer en cada momento. Mao, aunque no inmune a las visiones románticas, como atestigua el «fuego devastador» que invocó ante el joven Lin Biao, era el más realista de los cuatro, y fueron sus opiniones las que prevalecieron.

En 1931, las dos principales cuestiones de estrategia sobre las que disputaron —la primacía del Ejército Rojo en la lucha revolucionaria y la relación entre la ciudad y el campo— se habían resuelto ambas en favor de Mao. El Cuarto Pleno reivindicó su oposición ante Li Lisan, del mismo modo que el Sexto Congreso, dos años y medio antes, había reivindicado su oposición a Qu Qiubai. La política de Li (y de Zhou), reconoció el pleno, «había pasado por alto la necesidad de consolidar las zonas base».[324] Habían considerado que «la guerra de guerrillas era obsoleta» y habían «distribuido órdenes prematuras, aventuristas y dogmáticas al Ejército Rojo para atacar las grandes ciudades». Mao no lo podría haber expresado mejor.

En el futuro, decidió aquel verano el Comintern, el Ejército Rojo sería el principal motor de la revolución, «el corazón alrededor del cual las fuerzas revolucionarias obreras y campesinas … se consolidan y organizan». Los cometidos principales del partido, añadía, consistían en fortalecer aún más el ejército, expandir y consolidar las bases rojas, fundar un gobierno chino soviético y organizar a los obreros y los campesinos de las «áreas blancas» controladas por el Guomindang.[325] Como el movimiento campesino había «dejado claramente atrás» al movimiento revolucionario de las ciudades, el trabajo urbano debía estar encaminado hacia el apoyo a los distritos soviéticos de las zonas rurales.[326]

Las sublevaciones obreras no recibirían ni una mención.

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