Mao

Mao


9. Presidente de la República

Página 28 de 131

9. Presidente de la República

9

Presidente de la República

La derrota de la tercera campaña de asedio de Chiang Kai-shek representó en septiembre de 1931 el inicio de otro intento, esta vez mucho más decidido, de la central del partido de someter a Mao y la zona base de Jiangxi firmemente bajo su control.

La devastación de las redes urbanas del partido tras la defección de Gu Shunzhang concedió a las áreas rojas una importancia sin precedentes. El Comintern había estado insistiendo durante un año en que era allí, en lugar de las ciudades de China, donde se debía desarrollar la nueva etapa de la lucha. El arresto y la ejecución en junio de Xiang Zhongfa, secretario general del partido, hizo de los cambios en la cúpula un imperativo, y el aumento de la amenaza física, en caso de seguir operando en Shanghai, argumentaba en favor de la dispersión.

Ya en abril, los dirigentes veteranos habían abandonado Shanghai para dirigir comités del partido en E-Yu-Wan y la zona base de He Long, en Hunan occidental. Tres meses después se decidió que Zhou Enlai debía embarcarse en su largamente postergado viaje a Jiangxi para asumir el control de la Oficina Central, mientras Wang Ming debía volver al seguro refugio de Moscú como jefe de la delegación en el Comintern del Partido Comunista Chino. Otro de los estudiantes retornados, Bo Gu, que tenía entonces veinticuatro años, debía permanecer en Shanghai como líder en funciones del partido hasta que fuese convocado un nuevo congreso.[1] Simultáneamente se pusieron en marcha diversos planes para establecer un gobierno comunista en los distritos rojos de Jiangxi (ahora elocuentemente bautizados como la Región Base Central Soviética), como primer paso hacia la relocalización de toda la cúpula central en la provincia.

En estas circunstancias, Wang Ming, Bo Gu y sus aliados del grupo de los estudiantes retornados desataron una campaña concertada para socavar la autoridad de Mao. A finales de agosto —incluso antes de que se consiguiera derrotar la tercera campaña de asedio— la central del partido lanzó una larga y tempestuosa directriz acusándole (aunque sin nombrarle) de carecer de un posicionamiento de clase claro, ser demasiado clemente con los campesinos acaudalados, ser incapaz de desarrollar el movimiento obrero, ignorar las repetidas instrucciones de establecer el planeado gobierno de los soviets, no haber expandido el área base, y permitir que el Ejército Rojo se implicase en el «guerrillismo».[2] Cuando este mensaje llegó al área base, en el mes de octubre, cundió rápidamente el desconcierto y la ira. Mao y sus compañeros no sólo habían combatido con un enemigo diez veces más poderoso que ellos, sino que además los estudiantes retornados habían castigado a Li Lisan por pretender que la guerra de guerrillas pertenecía al pasado; además, aquel verano, el Comintern, en una acción extraordinariamente inusual, había elogiado a Mao por sus decisiones políticas en el área base.

Para Bo Gu, en Shanghai, semejantes sutilezas no merecían ser tenidas en cuenta. Aquel otoño, su preocupación no se centraba en cuestiones doctrinales, sino en el poder.

A mediados de octubre accedió, con reticencias, a que Mao continuase ejerciendo de secretario en funciones de la Oficina Central (cargo que ocupaba de manera extraoficial desde mayo) hasta la llegada de Zhou Enlai, pero rechazó una propuesta de ascender a algunos de los aliados de Mao. Poco después, cuando Mao solicitó que un miembro del Politburó fuese enviado para dirigir el nuevo gobierno de los soviets, Bo respondió que Mao debía hacerse cargo del puesto. En otras palabras, fue ascendido a puntapiés: privado de la mayor parte de su influencia en el partido y el ejército, se le concedió en su lugar un cargo administrativo de carácter honorífico.[3] Ocurrió a principios de noviembre. Se celebró un congreso del partido del área base, en el que se disolvió el Comité General del Frente que Mao encabezaba y en su lugar se estableció la Comisión Militar Revolucionaria, presidida por Zhu De, de la que Mao era uno de sus doce miembros.[4] Fue rotundamente criticado (aunque, de nuevo, sin que se le nombrase) en buena medida por seguir un «empirismo mezquino», lo que era sinónimo de favorecer las medidas prácticas a expensas de la política del partido.

Dos días después, el 7 de noviembre, aniversario de la Revolución Rusa, seiscientos delegados de Jiangxi y las bases adyacentes se congregaron en el pueblo de Yeping, casi cinco kilómetros al este de la ciudad comercial de Ruijin, para proclamar la fundación de la República Soviética China. Se reunieron en medio del esplendor medieval del salón del clan de los Xie (el apellido más común entre los habitantes de aquel pueblo), en medio de una arboleda de viejos y retorcidos alconforeros que, en algunos casos, alcanzaban el millar de años. Colgaron banderolas con la hoz y el martillo entre los inmensos pilares de madera lacada. Se organizó un desfile del Ejército Rojo, seguido de una procesión de antorchas que culminó con la ensordecedora explosión y el suave humo azulado de los petardos.[5] «A partir de ahora», declaró Mao, «existen dos estados totalmente independientes en el territorio de China. El primero es la llamada República China, herramienta del imperialismo … El otro es la República Soviética China, el Estado de las grandes masas de trabajadores, campesinos, soldados y obreros explotados y oprimidos. Su estandarte es el del derrocamiento del imperialismo, la eliminación de la clase terrateniente, el fin del gobierno de los señores de la guerra del Guomindang … y la lucha por la paz genuina y la unificación de todo el país»[6].

El Primer Congreso Nacional de los Soviets de los Obreros, los Campesinos y los Soldados, tal como se llamó al nuevo parlamento comunista, fijó Ruijin como la capital de los aproximadamente veinte distritos rojos que configuraban la nueva República Soviética, y nombró a Mao presidente del Estado y jefe de gobierno.[7]

Para los poco iniciados debió de parecer que Mao se encontraba en una posición envidiable. Sus nuevos cargos le conferían formalmente un rango de mucha más alcurnia que los que había ocupado hasta entonces. El Comintern había dejado bien claro que tenía una importancia enorme para el nuevo «Estado» que él presidía. Pero Mao se había enfrentado ya a muchos intentos de neutralizarle y controlarle —el deseo de Zhou Enlai de enviarle en julio de 1927 a Sichuan, la propuesta de Qu Qiubai, un mes después, de que se convirtiese en un apparatchik en Shanghai, las maniobras de Li Lisan, en 1929, para hacerle abandonar el Cuarto Ejército— como para hacerse ilusiones sobre lo que se estaba fraguando. Es cierto que él era entonces demasiado importante, incluso para los estudiantes retornados de Wang Ming, que contaban con el apoyo del Kremlin, como para ser simplemente eliminado de la escena. Pero fueron capaces de arrinconarlo fuera de las esferas en que se tomaban las decisiones, amputando las raíces de las que emanaba su poder.

Las consecuencias no tardaron en llegar.

En enero Zhou Enlai, en uno de sus primeros actos después de reemplazar a Mao como secretario de la Oficina Central, propuso realizar un nuevo intento de ocupar una urbe importante, en persecución del objetivo tan a menudo repetido de «conseguir la victoria inicial en una o varias provincias».

Mao fue capaz de convencer a sus compañeros de que Nanchang era un objetivo demasiado difícil. Pero cuando la Oficina se reunió de nuevo, después de realizar consultas con Bo Gu en Shanghai, la mayoría de sus miembros votaron a favor de un ataque sobre Ganzhou. También en esta ocasión se opuso Mao, con el apoyo de Zhu De. Ganzhou, argumentaba, estaba bien defendida, provista de agua por tres de los flancos y era considerada por el enemigo como «un bastión que no se puede permitir perder», al tiempo que el Ejército Rojo sufría todavía de la misma carencia de artillería pesada y del equipamiento de asedio que había propiciado la derrota en todos los intentos de tomar la ciudad emprendidos durante el año anterior. En esta ocasión sus argumentos fueron rechazados. Peng Dehuai, que estaba a favor del plan, fue nombrado comandante del Frente, y dejó bien claro que le agradaba la perspectiva de mostrar que Mao estaba equivocado.[8]

Diez días después la Oficina Central sostuvo una tercera reunión, presidida, en ausencia de Zhou, por Mao. La discusión se centró en la invasión japonesa de Manchuria del septiembre anterior. Bo Gu la había interpretado como «un paso peligroso y concreto para atacar a la Unión Soviética». Mao tomó la palabra para discrepar, indicando que la invasión había desatado una marea de sentimiento antijaponés de alcance nacional que iba más allá de la tradicional división de clases, que el partido debía explotar. Éste era el germen de una idea —el frente unido antijaponés, aunando todas las clases de China en un esfuerzo patriótico de defensa nacional— que no muchos años después desempeñaría un papel crucial en la lucha del Partido Comunista Chino por el poder. Pero, en enero de 1932, aquello todavía quedaba lejos. El único impulso de las decisiones políticas de la central estaba encaminado hacia la agudización de la lucha de clases, y no hacia la eliminación de las distinciones de clases. Los colegas de Mao insistieron en que la primera preocupación, como había ocurrido en 1929 durante la disputa del ferrocarril oriental, era la amenaza a Moscú. Los ánimos se calentaron. Finalmente alguien espetó ante Mao: «Japón ha ocupado Manchuria para atacar a Rusia. Y si no puedes entenderlo así, es que eres un oportunista derechista».[9] Se produjo un silencio. Mao se levantó y abandonó el lugar con paso majestuoso.

Aquel mismo día, o poco después, solicitó un permiso por enfermedad. Le fue concedido. Wang Jiaxiang, otro miembro del grupo de estudiantes retornados, tomó el único cargo militar que le quedaba a Mao, el de jefe del Departamento Político General del Ejército del Frente.[10] Una semana después Mao partía junto a He Zizhen y un grupo de guardaespaldas hacia un templo abandonado de Donghuashan, una pequeña colina volcánica situada ocho kilómetros al sur de Ruijin, donde iba a residir durante su «convalecencia».

Era un lugar austero y solitario, muy apropiado para el entumecido estado de ánimo de Mao. El santuario, una única estancia labrada en la roca negra, con fachada de piedra y techo de tejas grises, era oscuro, frío y muy húmedo, alimentando el musgo que crecía en el suelo. Como tan a menudo ocurría cuando se encontraba en dificultades políticas, la depresión afectó físicamente a Mao. Comenzó a perder peso y He Zizhen le vio repentinamente envejecido. A ella le preocupaba que la humedad le hiciese empeorar, y ordenó a los jóvenes guardias que se alojasen en el templo principal, al tiempo que Mao y ella se trasladaban a una cueva alejada unos metros, más pequeña pero seca, y que contenía una jofaina de madera con la que se podían lavar. El agua debía ser transportada desde el valle, unos treinta metros más abajo, en cubos de madera, que pendían sobre pértigas de bambú por un estrecho paso de peldaños poco profundos excavados en la roca.

La vista sobre la planicie era hermosa, y al este se alzaban tres antiguas pagodas, como centinelas de los montes circundantes. Mao intentó mantenerse ocupado escribiendo los poemas que, a lomos de caballo, había compuesto en días más dichosos, cuando vivía en la zona base. De forma intermitente e irregular, desde Ruijin le enviaban algunos documentos del partido y periódicos.[11] No podía hacer otra cosa más que esperar, con obligada inactividad, a que sus heridas políticas curasen.

La nueva «central provisional» de Shanghai, tal como era conocido el gobierno de Bo Gu, fue menos irracional de lo que pudo parecer años después. El hecho de que lograse perdurar fue en sí mismo un logro notable. En una época en que los dispositivos del Comintern en China habían quedado completamente inoperantes —tras el arresto de su representante, Yakov Rudnik (también conocido como Hilaire Noulens), un agente ucraniano de los servicios de inteligencia que se hacía pasar por un sindicalista belga—,[12] Bo y su compañero Zhang Wentian, otro de los estudiantes retornados de poco más de treinta años, consiguieron mantener una red de agentes capaz de infiltrarse con éxito en los más altos escalafones de la comandancia militar de Chiang Kai-shek y aniquilar a los agentes de los servicios especiales del Guomindang y a los renegados comunistas que ellos reclutaban.[13]

Si fueron menos capaces de ofrecer orientación a las zonas base comunistas, que tenían una población estimada en aquel momento de cinco millones, fue primordialmente a causa de la persistente influencia del pensamiento izquierdista impulsado por Li Lisan y, antes de él, Qu Qiubai. Aquello fue lo que animó a Bo a retomar una vez más la idea de atacar grandes ciudades:

Evitamos generalmente atacar las grandes urbes. Ésta era una estrategia correcta en el pasado, pero no lo es actualmente porque las circunstancias han cambiado. Nuestra tarea consiste ahora en procurar expandir [nuestro] territorio, unir las diferentes áreas soviéticas, hasta ahora separadas, para formar una única área integrada, y tomar ventaja de las condiciones políticas y militares, actualmente favorables, para tomar una o dos ciudades capitales y así alcanzar la primera victoria para la revolución en una o más provincias.

El análisis de Bo era más sobrio que el de sus infortunados predecesores. Sin embargo llegó a unas conclusiones muy similares a las suyas. La Gran Depresión, escribió, había llevado a la economía de las zonas controladas por los nacionalistas al «borde del colapso general»; el Ejército Rojo, en cambio, habiéndose «templado en el sangriento campo de batalla de la actual guerra civil» durante las fallidas campañas de asedio, era más fuerte que nunca. El «equilibrio de fuerzas entre las clases nacionales» había variado, por lo que la política también debía cambiar.[14]

En cierto sentido, no se trataba de un razonamiento carente de lógica. Durante los tres años anteriores también Mao había estado reclamando la «victoria en una provincia». No hacer nada era una opción inadmisible: una insurrección que se duerme en los laureles fracasa rápidamente. Vincular entre ellas las distintas regiones base, lo que invariablemente representaba la ocupación de ciudades, era la opción política más razonable. El problema era que Bo exigía una rígida adhesión a lo que él llamaba la «línea ofensiva de avance», y al objetivo último que había impuesto de ocupar Nanchang, Jian y Fuzhou (otra ciudad de la provincia de Jiangxi), sin importar los imperativos tácticos.[15] Además, existía un desequilibrio de fuerzas. La derrota de la tercera campaña de asedio desplegada por Chiang Kai-shek proporcionó a los dirigentes de Shanghai una impresión toscamente exagerada de la capacidad del Ejército Rojo. Mao y Zhu De sabían que entonces, no menos que durante el año anterior, carecían todavía de las fuerzas requeridas para tomar los baluartes bien armados del Guomindang, motivo por el que se habían opuesto al ataque a Ganzhou. Bo Gu, Zhang Wentian y sus seguidores consideraron esas dudas como una prueba de oportunismo; aquélla era una carencia que no se podía atribuir a una decisión política, sino a los individuos reacios a ponerla en práctica.

Una tarde a principios de marzo, justo después del Festival de los Faroles, los guardias de Mao divisaron dos jinetes que se aproximaban. Resultaron ser Xiang Ying, que actuaba como jefe de gobierno durante el «permiso de enfermedad» de Mao, y un guardaespaldas.

El ataque a Ganzhou, le dijo Xiang con el semblante avergonzado, había resultado ser un fiasco. A lo largo de un período de tres semanas las fuerzas de Peng habían desplegado cuatro agotadores e improductivos asaltos contra las defensas de la ciudad. Los intentos de minar las murallas habían fracasado. Dos días después apenas habían podido rechazar una incursión de los soldados nacionalistas que sorprendió a Peng; y ahora cuatro divisiones de refuerzos nacionalistas convergían desde Jian y Guangdong amenazando con cortar su retirada. La Comisión Militar, explicó Xiang, deseaba que Mao finalizase su permiso por enfermedad y acudiese de inmediato para aconsejarles.

Mao no se hizo de rogar. Se había desatado una violenta tormenta, y He Zizhen le pidió que aguardase. «Has estado indispuesto», le importunó. «Si te vas en estas condiciones, te sentirás peor». Mao la apartó a un lado. La «enfermedad» de Mao se había acabado.[16]

Cuando Mao alcanzó el ejército en Jiangkou, pequeño enclave comercial a algo más de veinte kilómetros río arriba de Ganzhou, Peng había conseguido escapar de la trampa. No obstante, las discusiones sobre el siguiente destino del Ejército del Frente no cesaron. Mao propuso que avanzasen hacia el noreste de Jiangxi y estableciesen una nueva región base en la zona norte de la frontera de Fujian, donde el enemigo era débil y el terreno montañoso favorecía la estrategia marcial del Ejército Rojo. Pero la mayoría de sus compañeros sintieron que esto se alejaba demasiado de los objetivos que la central había señalado, que consistían en amenazar las ciudades de Jian y Nanchang. Peng, todavía dolido por su derrota, les dio la razón. Al final de la reunión se decidió dividir el ejército: el cuerpo del Tercer Ejército de Peng se dirigiría hacia el norte siguiendo la orilla occidental del río Gan, hacia Jian, mientras que el cuerpo del Primer Ejército, comandado por Lin Biao, intentaría ocupar un grupo de tres sedes de distrito en el centro de Jiangxi, unos ciento veinte kilómetros al sureste de Nanchang. Mao acompañó al ejército de Lin en su nuevo papel de consejero extraoficial y pronto fue capaz de persuadir, tanto a él como a su comisario, Nie Rongzhen, de que Fujian era un objetivo mucho más deseable. Lin envió un telegrama a la Comisión Militar para informar de ello y después avanzó hacia Tingzhou, ya en la frontera interior de Fujian, para aguardar órdenes. Mao volvió a Ruijin, donde, a finales de marzo, presentó su posición ante la Oficina Central.

En esta ocasión la opinión de Mao prevaleció.[17] Zhou Enlai, que presidió una reunión que se prolongó durante dos días, había visto que su primera aventura militar en la región base, llevada a cabo en contra del consejo de Mao, finalizaba en una derrota ignominiosa. Xiang Ying había asumido la ingrata tarea de solicitar en plena debacle el retorno de Mao. Peng Dehuai, que se habría opuesto, estaba ausente.

Pero el hecho de que Mao lograse aquella primavera imponer su criterio tenía otra causa más profunda.

La química personal entre él y Zhou Enlai, que sería de extraordinaria importancia para China durante medio siglo, comenzó a emerger por vez primera con claridad durante esta reunión de Ruijin.

Zhou, cinco años menor que Mao, era un dirigente de gran sutileza, frío, contenido, nunca excesivo, siempre tratando de extraer la máxima ventaja que pudiese ofrecer cualquier situación. Era extraordinariamente maleable con tal de obtener la victoria última, que consideraba como el único objetivo valioso.

Mao, en cambio, destacaba por sus excesos, poseía una clarividencia excepcional, fuertes convicciones y una confianza sin límites en sí mismo, gran sutileza intelectual y una intuición infalible. Después de que en Ruijin Zhou comenzase a flaquear, Mao se mostró implacable, presentándose ante él con un fait accompli tras otro, en tanto que las fuerzas de Lin, ahora bajo la dirección real de Mao, avanzaban más y más hacia el sureste, en la dirección opuesta a la que la central había ordenado.[18] En el proceso, Mao recuperó, aunque fugazmente, buena parte de la libertad de maniobra que los estudiantes retornados habían intentado arrancarle.

Su primer objetivo fue Longyan, a medio camino entre la provincia de Jiangxi y la costa de Fujian. Era una región que Mao conocía perfectamente: allí se había celebrado en invierno de 1929 la conferencia de Gutian. El 10 de abril derrotaron a los dos regimientos que protegían la ciudad e hicieron setecientos prisioneros. Diez días después cayó Zhangzhou, la primera ciudad de peso que el Ejército Rojo capturaba desde la caída de Jian, dieciocho meses antes.

Mao se sentía triunfante. Los soldados que lucharon en aquella campaña le recordaban entrando en la ciudad a lomos de un caballo blanco y portando un birrete puntiagudo del ejército de color gris, coronado con la estrella roja de cinco puntas de los comunistas.[19] En un telegrama que al día siguiente envió a Zhou Enlai describió a los lugareños «abalanzándose como locos para recibirnos».[20] Zhangzhou era un trofeo muy suculento, un importante centro comercial a cuarenta y cinco kilómetros de Amoy y con una población de más de cincuenta mil habitantes.[21] El saqueo incluyó medio millón de dólares en efectivo, armas y municiones, dos aviones nacionalistas (que, lamentablemente, los comunistas no sabían cómo pilotar) y, casi de igual valor, al menos por lo que se refería a Mao, un rico botín de libros de la biblioteca de una escuela media que fueron enviados por carretera a Ruijin, en un vehículo requisado.

Sin embargo, Bo Gu estaba enormemente disgustado.

Cuando los detalles de la expedición de Fujian se filtraron hasta Shanghai, los tambores de las críticas, tanto a Mao, por desobedecer los planes de un avance concertado hacia el norte cuidadosamente trazados por la central, como a la Oficina Central, por haberlo tolerado, comenzaron a sonar cada vez con mayor insistencia.[22]

La Oficina Central estaba arrepentida.[23] En un encuentro presidido por Zhou Enlai el 11 de mayo, al que Mao no asistió por encontrarse todavía en Zhangzhou, el primero se entregó a una servil autocrítica en la que admitió haber cometido «errores muy serios» y prometió «acabar completamente» con sus reservas sobre la necesidad de conquistar grandes ciudades y, de un modo más general, con sus «constantes errores oportunistas derechistas».

Este enfoque lenitivo tipificó las relaciones de Zhou con la central durante aquella primavera, y determinó el desarrollo de los acontecimientos de las semanas que siguieron. Pero la reacción de Mao difícilmente pudo ser más divergente. «He sabido de tu telegrama», escribió, después de que Zhou le informase de las críticas de Bo:

Las valoraciones políticas y la estrategia militar de la central están completamente desencaminadas. En primer lugar, después de las tres [campañas de asedio] y el ataque japonés, las fuerzas gobernantes de China … han sufrido un golpe muy duro … No debemos sobrevalorar la fuerza del enemigo … En segundo lugar, ahora que las tres campañas ya han sido derrotadas, nuestra estrategia conjunta no debería volver a repetir nunca más la táctica defensiva de luchar en el interior de nuestras fronteras [es decir, en las bases rojas]. Al contrario, deberíamos adoptar la estrategia ofensiva de luchar en las líneas exteriores [en las zonas blancas]. Nuestra tarea es conquistar ciudades clave y alcanzar la victoria en una provincia. Aniquilar al enemigo, según pienso, es el requisito para conseguirlo … Proponer que se mantenga la estrategia seguida durante el último año en las presentes circunstancias no es más que un acto de oportunismo derechista.[24]

Era un mensaje ciertamente muy atrevido. Mao estaba echando en cara a Bo Gu los mismos reproches que la central le había recriminado a él mismo. Desde Shanghai se habían estado lamentando durante meses de que se «infravalorase la situación revolucionaria», se fuese incapaz de «aprovechar las oportunidades de proyectarse hacia el exterior», y se «considerase que una estrategia ya caduca era un dogma incuestionable», hechos que habían sido condenados como graves errores de oportunismo derechista.[25]

No se conserva la reacción de Bo, pero sin duda alguna podemos asumir que no se sintió precisamente complacido.

A partir de aquel momento las relaciones de Mao con la «central provisional» fueron cada vez más envenenadas.

Después de la incursión en Fujian, la Oficina Central puso mayor empeño en restringir los movimientos de Mao, bombardeado con mensajes que le reclamaban «una postura atacante» y una adhesión estricta en todo momento a la «línea ofensiva de avance». A finales de mayo abandonaron Zhangzhou y las fuerzas de Mao avanzaron hacia el oeste para enfrentarse a las unidades de los caciques militares de Guangdong, que habían comenzado a amenazar el flanco meridional de la región base. En Fujian occidental, a principios de junio, se fusionó con Zhu De y Wang Jiaxiang, enviados para asegurarse de que, en esta ocasión, Mao obedecería las órdenes de la Oficina Central. Marcharon a través del sur de Jiangxi, hacia Dayu, ciudad minera con yacimientos de tungsteno, cercana a la frontera con Hunan, donde el ejército de Mao y Zhu se había detenido en enero de 1929, después de su huida de Jinggangshan. Sin embargo, a pesar de los requerimientos de Zhou de «atacar al enemigo con todas las fuerzas», pasó un mes antes de que los regimientos de Guangdong se vieran obligados a retroceder hasta el otro lado de la frontera.[26]

Cuando aquello ocurrió, Bo y Zhang Wentian ya estaban totalmente fuera de sus casillas. Durante seis meses habían visto frustrados todos sus planes de un modo sistemático. El fallido ataque a Ganzhou, el intento de avanzar hacia el norte, malogrado cuando Mao dirigió sus tropas hacia el sur para tomar Zhangzhou, los últimos desórdenes en Guangdong, todo ello significó que, durante medio año, de enero a julio de 1932, no pudieron culminar ninguna de sus expectativas, dejando escapar sin duda la mejor oportunidad de que jamás habían dispuesto los comunistas para unificar los distritos rojos del sur en una región integrada y poderosa. La razón, como sabían los dirigentes en el frente, era que todo lo que representase ir más allá de la resistencia ante las incursiones enemigas y atacar allí donde el enemigo era más débil quedaba por encima de las posibilidades del Ejército Rojo. Pero los dirigentes de Shanghai no lo creían así.

El establecimiento de un diálogo entre la rigidez de los planteamientos de Bo Gu y las necesidades de supervivencia en el campo de batalla se había revelado imposible.

Ante un escenario tan poco prometedor, Zhou Enlai, el eterno negociador, intentó llegar a un compromiso. Bo obtendría su anhelada ofensiva contra las ciudades del norte de Jiangxi, y Zhou en persona acudiría al frente para comandarla; pero debería acomodarse en lo posible a las capacidades reales del Ejército del Frente, además de conceder a Mao el retorno a su antigua posición de comisario político general.[27] La «experiencia y las férreas convicciones» de Mao eran necesarias, explicó Zhou. Si se le restituía, se sentiría «fortalecido para corregir sus errores».

Wang Jiaxiang y Zhu De accedieron con notoria rapidez. Pero Ren Bishi y los otros miembros de la Oficina Central, que habían permanecido en Ruijin para hacerse cargo de los trabajos en la retaguardia, mantenían serios recelos. No fue hasta casi mediados de agosto cuando Zhou consiguió cerrar el acuerdo.[28] Bo Gu, dispuesto a intentar casi cualquier cosa a cambio de que por fin la largamente pospuesta ofensiva diese comienzo, también concedió su aprobación.

Mao propuso que el Ejército del Frente al completo, operando de nuevo como una única fuerza, avanzase hacia el norte para ocupar el mismo pequeño racimo de sedes de distrito, Lean, Yihuang y Nanfeng, que deberían de haber sido atacadas cinco meses antes, en los momentos previos a la expedición a Fujian. Intentarían entonces arremeter contra Nancheng, una ciudad apenas mayor, que les posicionaría lo suficientemente cerca de Fuzhou como para conquistarla y «en una posición más ventajosa para atacar las ciudades clave del río Gan y favorecer las condiciones para tomar Nanchang».[29]

La primera fase se desarrolló como un mecanismo de relojería. Lean, Yihuang y Nanfeng cayeron, proporcionando al Ejército del Frente cinco mil prisioneros y cuatro mil armas. Pero el siguiente objetivo, Nancheng, estaba mucho mejor defendido. Zhu y Mao ordenaron la retirada, al tiempo que Zhou enviaba un telegrama al comité de retaguardia de Ren Bishi explicando que pretendían aguardar hasta que la situación fuese más favorable. Sin embargo, la retirada continuó y, a pesar de los nuevos mensajes tranquilizadores de Zhou, a principios de septiembre habían retrocedido hasta Dongshao, en el distrito de Ningdu, ciento cinco kilómetros al sur. El comité de retaguardia, seriamente alarmado ante el cariz que tomaban los acontecimientos, les espetó bruscamente que su proceder era erróneo y que debían avanzar hacia el norte sin dilación. Aquello inusualmente motivó una furibunda respuesta de Zhou, quien argumentó que el ejército estaba exhausto, que era «absolutamente necesario» que descansase, y que un movimiento en falso en aquel momento abriría la puerta a un ataque enemigo en la zona base.[30]

Ése fue el inicio de un mes de intercambios cada vez más agrios entre los dos grupos de dirigentes del Comité Central.[31] Ya no se trataba de Mao en contra del resto. Ahora Zhou, Mao, Zhu y Wang, por un lado, debatían con Ren Bishi, Xiang Ying, Deng Fa, jefe de seguridad de la zona base, y otro de los estudiantes retornados, Gu Zuolin, por el otro.

A principios de octubre se congregaron en una granja de una diminuta aldea de montaña llamada Xiaoyuan, al norte de Ningdu, con Zhou Enlai en la presidencia, para dilucidar sus diferencias. Fueron cuatro traumáticas jornadas de intensa confrontación.[32]

El comité de retaguardia acusaba a los líderes del frente de «carecer de fe en la victoria de la revolución y en la fuerza del Ejército Rojo». El grupo del frente replicó que a pesar de que la «línea ofensiva de avance» de la central era correcta, debía ponerse en práctica teniendo siempre en cuenta la situación real. Mao, en particular, fue especialmente franco en su propia defensa. Pero para Ren Bishi, Xiang Ying y los demás, aquello sólo confirmaba lo que habían sospechado desde el principio: Mao era la raíz del problema y sólo su destitución podría solucionarlo.

Las antiguas acusaciones esgrimidas en su contra durante el último año afloraron de nuevo, junto a un importante número de nuevas imputaciones. Era un oportunista derechista que se oponía tercamente a la acertada línea militar propuesta por la central. Se mofaba de la disciplina organizativa (referencia a su estallido del mes de mayo en contra de las «ideas erróneas» de la central). Se había opuesto a la decisión de atacar Ganzhou, se había resistido a acatar las órdenes de tomar Fuzhou y Jian y, cuando finalmente tomó Zhangzhou, había manifestado su «mentalidad guerrillera» al dedicar todo su tiempo a recaudar dinero. Mao, le acusó el comité de retaguardia, apoyaba una «línea puramente defensiva» consistente en «seducir al enemigo» y «esperar junto al árbol a que los conejos salgan corriendo y tropiecen con el tronco».[T18] Prefería combatir en las áreas más remotas, donde el enemigo era más débil.

Algunas de estas acusaciones no carecían de fundamento. Mao apoyaba una estrategia militar que, en la práctica, divergía mucho de la impuesta por la central. Pero a medida que la reunión fue avanzando, el hecho de que las ideas de Mao pudiesen ser correctas y las de la central erróneas dejó de ser un elemento relevante. Para Xiang Ying y los estudiantes retornados, Mao violaba la disciplina del partido. Y por ello estaba equivocado.

Llegar a un acuerdo sobre estrategia resultó relativamente sencillo. Todos ellos, incluido Mao, estuvieron de acuerdo en que el Ejército del Frente debía concentrar sus fuerzas contra los puntos más débiles del enemigo, y atacar para poder acabar con el asedio antes de que la zona base quedase amenazada. Para Mao, aquello significaba luchar en Yihuang, Lean y Nanfeng. Los otros preferían que el campo de batalla estuviese más al este. Pero el principio era lo suficientemente flexible como para satisfacer ambas opiniones.

El problema real surgió cuando se plantearon qué hacer con Mao. El grupo de retaguardia insistía en que se le apartase de una vez por todas del frente. Zhou argumentaba que aquello sería excesivo. «Zedong», dijo, «posee muchos años de experiencia en combate. Es muy hábil en la batalla, y cuando se halla en el frente ofrece gran número de sugerencias valiosas que son útiles para nuestros proyectos». La solución, sugirió, sería que Mao conservase su función como comisario, aunque bajo su supervisión (de Zhou), o que el mismo Zhou ocupase ese cargo y Mao permaneciese en el frente como consejero. Zhu De y Wang Jiaxiang estuvieron de acuerdo. Pero Mao se mantuvo receloso ante la posibilidad de aceptar la responsabilidad de dirigir las operaciones militares sin plenos poderes para hacerlo, y también el comité de retaguardia puso objeciones. La falta de voluntad por parte de Mao de reconocer sus errores, dijeron, significaba que si se mantenía en el frente, reincidiría en sus viejos y viciados métodos. Podrían haber añadido además que la capacidad que se había arrogado Zhou de «supervisarle y controlarle» no era particularmente convincente dadas las experiencias pasadas.

Zhou finalmente ideó un compromiso magistral. Mao abandonaría su posición de comisario y actuaría como consejero militar; pero, para apaciguar a Ren Bishi y los líderes de la retaguardia, solicitaría una «baja indefinida por enfermedad» hasta que su presencia fuese solicitada. Entonces, cuando los ánimos se hubiesen calmado, podría asumir de nuevo y con tranquilidad sus tareas.

Al día siguiente, sin duda con el sentimiento de que el desenlace podría haber sido menos favorable, Mao se dirigió hacia el hospital del Ejército Rojo, en Tingzhou, adonde llegó para comprobar que He Zizhen se disponía a dar a luz a su segundo hijo, un niño.[33] Pero los problemas no iban a quedar atrás con tanta facilidad. Al mismo tiempo que se estaba celebrando el encuentro en Ningdu, Bo Gu y Zhang Wentian se reunieron también para discutir sobre la situación en Jiangxi. «El conservadurismo y el escapismo» de Mao, sentenciaron, eran intolerables. Éste debía abandonar el frente de inmediato y confinarse en tareas gubernamentales, y se debía desatar una lucha firme contra sus ideas. Zhou fue hallado culpable por no haberse enfrentado a él y por no usar su autoridad como secretario de la Oficina para asegurarse de que se seguía la línea correcta.

Esta bomba de relojería llegó a Ningdu poco después de que Mao hubiese partido. Se convocó de nuevo una reunión en la que se revocó el compromiso de Zhou y se ratificaron las decisiones de la central.[34] Cuando Mao supo lo ocurrido montó en cólera, acusando a sus compañeros de realizar «un juicio in absentia», celebrado siguiendo el «método faccional de la mano alzada».[35] Pero no quedaba nada que él pudiese hacer. El 12 de octubre se anunció que, para reemplazarle, Zhou había sido nombrado comisario político general.[36] Durante los dos años siguientes, Mao quedó excluido de todas las tomas de decisión sobre cuestiones militares de una mínima significación.

Aquel invierno, por segundo año consecutivo, Mao celebró el Año Nuevo chino bajo los achaques de una enfermedad y en una situación de infortunio político. Sus estancias en un pequeño sanatorio, compartidas con otros dos veteranos oficiales del partido que sufrían también de dolencias políticas, eran más confortables que el húmedo templo de Donghuashan;[37] y su posición dentro del partido se mantuvo en buena parte inalterada, ya que las decisiones de Ningdu se mantuvieron en secreto. Pero en otros aspectos la situación había empeorado.

Había sido desplazado en seis ocasiones del poder en los doce años que habían pasado desde que se había convertido en comunista: una, por propia voluntad, cuando su fe en el movimiento vacilaba, en 1924; una segunda vez en 1927, después del desastre de la sublevación de la cosecha de otoño; nuevamente en 1928, cuando el recién formado comité provincial de Hunan le depuso como secretario del Comité Especial en Jinggangshan; después en 1929, durante la discrepancia sobre la guerra de guerrillas con Zhu De; la quinta vez en Donghuashan, en enero de 1932; y ahora, finalmente, en Ningdu. No obstante, en todos los casos había contado con poderosos amigos que en su momento habían acudido en su ayuda, o se había retirado por motivos tácticos, anunciando en el futuro su fulgurante retorno. Pero en esta ocasión había sido marginado por una cúpula central implacablemente hostil y a la que él había provocado innecesariamente, después de un conflicto que había debilitado seriamente a los que, como Zhou Enlai, en otras circunstancias, habrían podido ayudarle.[38]

Una vez más, adelgazó extremadamente. He Zizhen se alarmó al observar sus mejillas hundidas y sus ojeras. Desde entonces se extendió el rumor de que Mao había contraído la tuberculosis, pero según parece se trataba de la misma depresión neurasténica que siempre le afectaba en tales circunstancias. Le dijo amargamente. «[Es] como si quisieran castigarme hasta verme muerto»[39].

Poco después de llegar al hospital, Mao tuvo un encuentro que proyectó una larga sombra sobre el año que aguardaba ante él. El secretario en funciones del comité provincial de Fujian, Luo Ming, también recibía tratamiento en aquel mismo lugar. Mao le habló largo y tendido sobre las tres primeras campañas de asedio, y le urgió a que, cuando regresara, promoviese operaciones de guerrilla flexible para ayudar al Ejército del Frente a romper la cuarta compaña de Chiang, entonces en sus inicios. Luo transmitió estas propuestas a sus compañeros y, sin dejar transcurrir demasiado tiempo, el comité de Fujian comenzó a desarrollar una estrategia de guerrilla maoísta.

La creciente importancia de la Región Base Central Soviética, unida a la estricta vigilancia policial vigente en Shanghai, convencieron a Bo Gu y Zhang Wentian de que había llegado la hora de unirse al resto de dirigentes en Ruijin. Durante su viaje por Fujian, Bo se entrevistó con Luo Ming, quien le explicó entusiasmado las nuevas tácticas que el comité provincial estaba empleando, mucho mejores, en su opinión, que las «rígidas y mecánicas» directrices que habían intentado cumplir en el pasado. Bo era la última persona en el mundo que podía apreciar un juicio de ese tipo.[40] Tan pronto como llegó a Ruijin, una de las primeras acciones que impulsó fue la de lanzar una campaña para eliminar y desarraigar la influencia que Mao ejercía en los distritos soviéticos. Las palabras de Luo fueron tergiversadas para intentar demostrar que se «había adherido a una línea oportunista», había «valorado de manera pesimista y derrotista» la evolución de la revolución, e incluso había «abogado abiertamente por la abolición del partido».

Poco después, miles de funcionarios fueron objeto de investigación por «seguir la línea de Luo Ming», entre ellos cuatro jóvenes, cercanos todos ellos a la treintena, especial y estrechamente identificados con Mao: Deng Xiaoping, entonces secretario del Comité del Distrito de Huichang, en Jiangxi meridional; el hermano de Mao, Zetan; su antiguo secretario, Gu Bo; y Xie Weijun, comandante de la Quinta División Independiente de Jiangxi, nutrida de reclutas locales, que había estado junto a Mao desde Jinggangshan. En abril de 1933 fueron conducidos ante una comisión de denuncia, que les reprochó ser «patanes de campo» que no comprendían que no existía «el marxismo en los valles de los montes». A su vez, ellos ridiculizaron a sus torturadores calificándoles de «señores de casa extranjera» (en otras palabras, Moscú). Los cuatro fueron destituidos de sus cargos, junto con muchos otros seguidores de Mao.[41]

Por aquel entonces Mao ya había vuelto a Yeping, pequeño pueblo cercano a Ruijin en el que la cúpula dirigente había establecido su cuartel general.[42]

Su prominencia como presidente de la República le eximió de quedar directamente salpicado por la campaña «Luo Ming». Además recibió el apoyo del Comintern, que en marzo reclamó a Bo Gu que «adoptase una actitud conciliadora respecto del camarada Mao», le tratase con «camaradería» y le otorgase plena responsabilidad en las tareas gubernamentales.[43] Una de las contradicciones de la situación de Mao a finales de los años veinte y principios de los treinta era que, a pesar de que sus relaciones con los dirigentes chinos que Moscú había promocionado para liderar el Partido Comunista Chino eran a menudo extremadamente pobres, los rusos, por el contrario, albergaban una opinión cada vez más positiva de su papel. A partir del Sexto Congreso de 1928, Mao fue el único dirigente chino que se mantuvo coherentemente de acuerdo con Stalin en las tres cuestiones más cruciales de la revolución china: el papel central del campesinado, del Ejército Rojo y de las zonas base rurales. Y ello no pasó inadvertido en el Kremlin.

Sin embargo, en el lejano Jiangxi, los efectos prácticos del apoyo de Moscú quedaron diluidos. Mao y He Zizhen habían vivido inicialmente con otros de los dirigentes de la Oficina Central en una bella y antigua mansión construida en piedra y dotada de vigorosas techumbres de tejas y aleros flotantes en cada una de sus cuatro esquinas, que un terrateniente había abandonado; no para huir de los comunistas, sino porque allí había muerto una mujer y se consideraba un lugar de mal agüero.[44] Los dirigentes vivían en el primer piso, en habitaciones que daban a una galería cubierta de madera que rodeaba el patio central, decorada con vigas barrocamente cinceladas y ventanas y mamparas dotadas de delicadas celosías. Zhou y Ren Bishi, los dos miembros permanentes del Politburó, gozaban de las mejores estancias; Mao vivía en una habitación ligeramente menor de muros de arcilla y suelo enladrillado, contigua a la de Zhou; mientras que Zhu De y Wang Jiaxiang ocupaban las de los extremos. Entre ellos había un salón de juntas, donde se celebraban las reuniones.

La llegada de Bo Gu, junto al eclipse de Mao, significó que toda esta situación cambiase bruscamente. A pesar de que todavía era miembro de la Oficina Central, Mao estaba políticamente tan aislado que en ocasiones transcurrían días enteros sin ver a sus colegas.[45] Zhou y Zhu De estaban en el frente, y aquella primavera Wang fue gravemente herido por la metralla de un proyectil de mortero. Los otros le condenaron al ostracismo. Su exclusión se hizo aún más pronunciada en el mes de abril. Los nacionalistas iniciaron ataques aéreos regulares sobre Yeping, y se ordenó a Mao y demás «personal no esencial» que se desplazasen hasta Shazhouba, otro pueblo situado unos quince kilómetros al oeste.[46] Sus únicos contactos sociales allí eran sus propios hermanos, así como la hermana y los parientes de He Zizhen, todos ellos bajo vigilancia política por su parentesco con Mao.[47]

El tiempo era una pesada carga en manos de Mao. En los escasos intervalos de calma de que había gozado en Jinggangshan se había acostumbrado a charlar sobre poesía con Zhu De y Chen Yi. Unos respondían las citas de los otros con versos que habían aprendido de memoria durante su juventud en las obras de los grandes poetas de la dinastía Tang, Li Bai, Lu You y Du Fu, representantes de la época dorada, hacía mil años, de la poesía china. He Zizhen recordaba la manera en que el rostro de Mao se iluminaba al mencionar la palabra literatura.[48] La lectura era una adicción tal que mandó que le cosiesen en sus chaquetas grandes bolsillos lo suficientemente amplios como para albergar un libro en su interior.[49] Normalmente, explicaba ella, él hablaba poco, pero cuando el tema derivaba hacia cuestiones literarias era capaz de conversar animadamente durante horas. En una ocasión dialogó con ella durante toda la noche sobre su novela favorita, El sueño del pabellón rojo, que, sintomáticamente, interpretaba como una lucha entre las dos facciones de una gran y poderosa familia.[50]

A lo largo del verano de 1933 y la mayor parte del año siguiente, Mao dispuso de tiempo para el ocio, para poder leer y conversar, pero sin ninguna compañía con quien compartirlo, más allá de su familia más cercana. Una vez más, sólo podía esperar días mejores. Pero en esta ocasión había menos certeza que en ninguna otra anterior de que aquellos días acabarían por venir.

Como jefe de Estado y de gobierno —presidente de la República y presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo— Mao había tenido, desde noviembre de 1931, plena responsabilidad en la administración civil de la región base. Esto suponía la redacción y promulgación de un ingente número de leyes y reglamentaciones, creadas con la intención de dotar a la República Soviética China, al menos a nivel teórico, de toda la maquinaria administrativa necesaria en un Estado moderno.[51]

En la práctica, la principal preocupación de Mao era la economía. Sus discursos de este período fueron llamamientos patrióticos al campesinado a «realizar correctamente el cultivo de los vegetales en la primavera», y advertencias de que «no pueden existir de ningún modo plantaciones de opio; en su lugar hay que cultivar cereales».[52] Su trabajo consistía en garantizar que la región base proveyese al Ejército Rojo con comida, ropa y otros abastecimientos básicos, y controlar el mercado negro con las áreas blancas, especialmente las mercancías fundamentales como la sal, que llegaba de contrabando desde el exterior. Se estableció un servicio postal. El Banco del Pueblo, dirigido por el segundo hermano de Mao, Zemin, emitió billetes bancarios denominados guobi («moneda nacional»), impresos en tinta roja y blanca sobre un burdo papel elaborado con hierba, con la efigie de Lenin en el centro ante un friso de trabajadores y campesinos caminando, cargados con pértigas, avanzando triunfalmente hacia un nuevo y resplandeciente futuro comunista. La moneda se sustentó en la plata, inicialmente expropiada a los terratenientes, pero posteriormente, y de un modo creciente, derivada de las tasas —impuestas según criterios de proporcionalidad, de modo que el peso de la carga recaía en los mercaderes y los campesinos ricos—, así como de la venta forzada de «obligaciones revolucionarias de guerra».[53]

La reforma de la tierra emergió, dentro del ámbito económico, como la cuestión más crucial. En la China rural, la posesión de tierras otorgaba vida: si se tenían campos, se podía comer; sin éstos, se moría de inanición. En una nación de cuatrocientos millones de habitantes, de los cuales el 90 por 100 eran campesinos, la redistribución de las tierras —confiscadas a los ricos y entregadas a los pobres— era el principal vehículo para conseguir que la revolución comunista avanzase, el principal punto de divergencia entre el Partido Comunista Chino y el Guomindang.

Las ideas de Mao al respecto eran extremadamente radicales. En Jinggangshan había ordenado la confiscación de todas las tierras sin excepción alguna, incluso las de los campesinos de clase media.[54] A todo el mundo, niño o anciano, hombre o mujer, rico o pobre, incluidos los ausentes por servir en el Ejército Rojo, se le asignó una partición idéntica, sin importar su origen ni ningún otro factor. La propiedad era nominalmente del Estado y, una vez se había realizado la distribución, estaba prohibida la venta o la compra de tierras.

Ir a la siguiente página

Report Page