Mao

Mao


9. Presidente de la República

Página 29 de 131

El sistema de distribución igualitaria según el número de bocas que alimentar tenía la ventaja de la simplicidad, argumentaba Mao, y garantizaba que incluso las familias más pobres pudiesen sobrevivir.[55] Tanto Li Lisan como Bo Gu disintieron, uno juzgándolo demasiado «izquierdista», el otro considerándolo «no lo suficientemente izquierdista». Li propuso que las tierras fuesen distribuidas según la capacidad de trabajo de cada familia (lo que en la práctica favorecía a los campesinos acaudalados).

Bo quería que la clase de origen fuese el criterio a seguir (lo que tenía el efecto contrario).

Ambas propuestas planteaban un dilema insuperable. Los campesinos acaudalados, poseedores de un mayor capital, así como un mayor número de animales de granja, eran los aldeanos más productivos. Pero, en términos de clase, en cuanto a su modo de proceder, eran terratenientes, en pugna (como había hecho el padre de Mao) por ascender un peldaño más en el escalafón hacia una posición más próspera y, necesariamente, más explotadora.[56] Constituían, en el campo, según palabras de Mao, «una clase intermedia»,[57] un grupo oscilante que, si se lo exprimía demasiado, abandonaría de inmediato su lealtad. Si los comunistas adoptaban una política moderada, la economía de la región base florecería, pero la lucha de clases titubearía; si se seguía un enfoque clasista, la economía vacilaría y sobrevendría una carestía de alimentos. Atrapada entre estos dos imperativos conflictivos, la línea adoptada se balanceaba primero a un lado, luego al otro, según soplasen los vientos de la política.

Sin embargo, esto originó un problema ulterior.

Si se querían aplicar medidas graduales, como ocurrió a partir de 1928, se debía idear un método de tributación que hiciera distinciones entre los pobres, los campesinos medios y acaudalados, y los terratenientes.[58] ¿Un campesino adinerado era aquel que hacía uso de trabajadores contratados? ¿O quizá el criterio era la usura? ¿Era necesario confiscar todas las tierras de los campesinos ricos? ¿O sólo la porción que ellos no podían cultivar por sí mismos?

Para cientos de miles de familias, la respuesta a esas preguntas representaba, en el sentido más literal, la piedra de toque de su supervivencia. Una mayor flexibilidad o la aplicación de una política más estricta podía ser consecuencia del simple desplazamiento de una coma en un documento del partido. Y, en los pueblos, podía determinar la diferencia entre que una familia lograse salir adelante o tuviese que vender un hijo que, de lo contrario, no podría alimentar. El propio Mao informó, después de realizar una investigación en el sur de Jiangxi:

[En un] pueblo formado por treinta y siete familias … cinco de ellas han vendido a sus hijos … Todas ellas se habían arruinado; en consecuencia han tenido que vender a sus hijos para pagar sus deudas y comprar comida. El comprador era un miembro de la burguesía local … o un campesino acaudalado [que deseaban adquirir un heredero varón]. Hay más compradores entre los burgueses que entre los campesinos adinerados. El precio por un chico va de los cien dólares [chinos] hasta un máximo de doscientos. Cuando se realiza la transacción, ni el comprador ni el vendedor califican el negocio de «venta»; más bien lo llaman «adopción». Pero todo el mundo lo designa normalmente como «vender un niño». Y al «contrato de adopción» normalmente se lo designa como «traspaso del cuerpo»…

[Cuando se realiza la venta] pueden estar presentes más de diez familiares y amigos [como intermediarios] y reciben una «tasa de firma» de parte del comprador … Las edades de los niños vendidos abarcan de los tres o cuatro años hasta los siete u ocho, o [incluso] los trece o catorce. Después de consumar el trato, los mediadores cargan el niño a sus espaldas hasta la casa del comprador. En ese momento, los padres biológicos del niño siempre lloran y gimen. En algunas ocasiones los matrimonios incluso disputan entre ellos. La mujer regaña al esposo por su inutilidad y su incapacidad para alimentar a la familia, lo que les ha forzado a decidir venderse un hijo. La mayoría de los presenten también llora…

Un niño de cuatro o cinco años tiene el precio más alto, ya que un niño así puede fácilmente «desarrollar una relación íntima». En cambio, el precio de un niño de más edad … es más bajo, ya que es difícil que se desarrolle tal relación y el niño fácilmente puede escaparse de sus padres adoptivos…

Al oír que un deudor ha vendido un hijo, los acreedores correrán hasta [su] casa … gritando cruelmente: «Has vendido a tu hijo. ¿Cómo no me has pagado ya la deuda?». ¿Por qué actúan los acreedores de semejante modo? Porque es un momento crucial para su préstamo. Si el prestatario no [le] paga después de vender un hijo, el acreedor sabe que no volverá a tener más oportunidades de recuperar su dinero.[59]

Los problemas de los campesinos chinos fascinaban a Mao. Después de su definitivo estudio del movimiento obrero en Hunan, de invierno de 1926, retornó una y otra vez a esa misma cuestión, en Jinggangshan en 1927 y, a partir de 1930, en Jiangxi, cuando estaba formulando argumentos en contra de la «línea de los campesinos acaudalados» postulada por Li Lisan y apoyada por varios cuadros provinciales. Era mejor, escribió en mayo de aquel mismo año, investigar en profundidad sobre un lugar concreto que realizar un estudio superficial de una zona más amplia, ya que «si uno cabalga en un caballo para observar las flores … no puede comprender profundamente el problema, incluso después de una vida entera de esfuerzo».[60]

La más detallada de estas investigaciones rurales la realizó en 1930 en Xunwu, distrito fronterizo situado en la confluencia de Jiangxi con las provincias de Fujian y Guangdong.

El resultado fue un documento fascinante de sesenta mil caracteres de extensión que describía con detallismo hipnótico la rutina diaria de la vida rural de la sede del distrito y sus áreas circundantes. Xunwu xian, ciudad amurallada de dos mil setecientos habitantes, albergaba unos treinta o cuarenta burdeles, treinta tiendas de doufu, dieciséis comercios generales, igual número de sastrerías, diez posadas, ocho barberías, siete tiendas de comida, siete herboristerías, siete licorerías, siete joyerías, cinco tiendas de sal, tres carnicerías, tres herrerías, dos estancos, dos fabricantes de paraguas y otros dos de ataúdes, un artesano de fuegos artificiales, un hojalatero y un relojero, además de innumerables establos en las calles, casas de té, restaurantes y mercados regulares. Mao no mencionó los fumaderos de opio, presumiblemente porque habían sido cerrados después de la llegada de los comunistas. Incluyó, sin embargo, una detallada enumeración de los ciento treinta y un tipos diferentes de mercancías disponibles en las tiendas, desde gorros de dormir a tirantes, y desde navajas de afeitar a botones de nácar; las treinta y cuatro clases de tela, desde la gasa gambir[T19] a la seda natural; y de las docenas de diferentes mariscos, pescados y vegetales, algunos, como la carambola seca o los hongos de oreja de árbol, tan raros que sólo se vendían unos pocos kilos al año. Ofreció un listado de los bienes que el distrito exportaba a los distritos vecinos —arroz, té, papel, madera, setas y aceite de camelias, por el valor de doscientos mil dólares americanos cada año— y de los caminos y las sendas por los que los porteadores y las mulas los transportaban. Casi cada tendero era identificado por su nombre, y sus circunstancias familiares, ideas políticas e incluso hábitos sociales fueron cuidadosamente pormenorizados: por ejemplo, al propietario de determinada tienda de comida «en el pasado le placía frecuentar las prostitutas, pero ahora lo ha dejado en consideración a su esposa (su precio de boda fue de doscientos cincuenta dólares chinos)»; el propietario de la tienda más grande de la ciudad «también disfruta gastando su dinero en prostitutas y apuestas».

Las prostitutas, que representaban el 6 por 100 de la población de la ciudad, merecieron una sección completa. Mao ofreció una lista, incluyendo sus nombres, de las catorce más conocidas. La mayoría eran jóvenes, anotó, y provenían del distrito de Sanbiao: «La gente de Xunwu tiene un dicho: “Las prostitutas de Sanbiao, y el arroz glutinoso de Xiangshan”. Esto significa que las mujeres de Sanbiao son muy hermosas». La razón de que existiesen tantos burdeles, explicó, era que cada vez con mayor frecuencia los hijos de las familias burguesas acudían a las nuevas escuelas de estilo occidental: «Los jóvenes maestros, cuando van a la ciudad para estudiar, se alejan de la calidez de sus familias; por ello se sienten solos y dirigen sus pasos hacia los burdeles».

En la totalidad del distrito, el 80 por 100 de los habitantes, incluidas casi todas las mujeres, eran analfabetos o conocían menos de doscientos caracteres. El 5 por 100 era capaz de leer libros. Treinta habían asistido a la universidad. Seis jóvenes habían estudiado en el extranjero: cuatro en Japón y dos en Gran Bretaña.

La más importante sección del informe trataba de la propiedad de las tierras. Mao enumeró veinte grandes terratenientes, comenzando por Pan Mingzheng, conocido entre los lugareños como «el tío vasija de mierda», cuyo capital alcanzaba los ciento cincuenta mil dólares, una suma exorbitante para una región tan pobre; y más de cien propietarios menores, cada uno con un estudio pormenorizado sobre su riqueza, educación, relaciones familiares y posicionamiento político. Esto último, señaló Mao, no respondía únicamente a la clase: algunos de los terratenientes de rango medio eran progresistas o, al menos, «no reaccionarios». En la cúspide de la pirámide, los grandes latifundistas representaban el 0,5 por 100 de la población; los pequeños terratenientes el 3 por 100; y los campesinos acaudalados el 4 por 100. Los campesinos medios representaban el 20 por 100, y los campesinos pobres y los asalariados completaban el resto.[61] A finales de aquel año, Mao obtuvo cifras similares en un estudio del distrito de Xingguo.[62]

Basándose en estos números, Mao pudo afirmar que los campesinos ricos constituían «una minoría extraordinariamente aislada»,[63] y que sus opositores del partido del suroeste de Jiangxi, al pretender exagerar su importancia (y exigir que recibiesen un trato favorable) eran culpables de profesar un «oportunismo derechista». Los campesinos adinerados, declaró, eran «la burguesía del campo», «reaccionarios desde el principio hasta el fin». No sólo se les debían confiscar las tierras innecesarias, sino que el partido debía aplicar una política de «tomar del gordo para compensar al flaco»,[64] según la cual, las familias ricas debían ceder parte de las tierras fértiles que finalmente se les concediesen a cambio de propiedades menos prósperas de las familias pobres.

Sin embargo, en la primavera de 1931, cuando Wang Ming y los estudiantes retornados tomaron el mando, estas ideas se consideraron todavía demasiado moderadas.

Stalin estaba entonces desplegando su campaña antikulak, que le llevaría a la exterminación de doce millones de «campesinos acaudalados» rusos. Por consiguiente, los estudiantes retornados decretaron que todas las tierras y las propiedades (no sólo los excedentes) de los campesinos adinerados debían ser confiscadas.[65] Cuando se procediese a la redistribución, las familias terratenientes no recibirían nada, lo que significaba que muchos morirían de inanición; los campesinos ricos recibirían «tierras relativamente pobres» en proporción a su capacidad de trabajo; y los campesinos pobres y medios obtendrían las mejores tierras, según el número de bocas que tuviesen que alimentar.

Para asegurarse de que estas nuevas disposiciones fuesen aplicadas coherentemente, Bo Gu ordenó la creación de un Movimiento para la Investigación de las Tierras y, en febrero de 1933, designó a Mao para dirigirlo.[66] Pudo esconderse en esta decisión una intención de hacer cumplir a Mao un castigo acorde con su crimen. Mao había sido el responsable de la línea política anterior, que se juzgaba demasiado tímida: dejemos que sea él uno de los que debe corregirla. No obstante, Mao era el candidato más obvio para dirigir un movimiento de estas características, por la misma razón por la que Wang Jingwei le había elegido en 1926 para dirigir el Instituto Campesino del Guomindang, y Chen Duxiu, unos meses después, para encabezar el primer Comité Campesino del Partido Comunista Chino. Conocía mejor que ningún otro la dinámica de la vida rural y estaba mejor situado que nadie para afrontar los interminables problemas prácticos que seguía entrañando la reforma de la tierra.

Eran necesarias regulaciones para, por ejemplo, cuando se realizase la redistribución, aplicarla a los estanques, a los edificios, a las tierras en barbecho, a los montes y los bosques, a las matas de bambú, o a los «cultivos verdes», plantados pero no cosechados.

Existía también la cuestión de si la redistribución debía ser diseñada tomando como base las ciudades, los pueblos o los distritos. Si se fundamentaba en los pueblos, las lealtades de clan prevalecerían sobre los intereses económicos y de clase, y la reforma quedaría truncada. Pero una distribución que partiese del distrito, pudiendo abarcar una población de treinta mil, e incluso más habitantes, sería de manejo demasiado arduo como para conseguir granjearse el apoyo de los campesinos. ¿Y qué ocurría cuando las definiciones se contradecían? ¿Cómo se debía actuar ante un pequeño terrateniente reconocido como progresista? ¿O con un campesino pobre que abusaba de su condición de clase para convertirse en un tirano local?

Aquel otoño Mao elaboró un enciclopédico listado de regulaciones destinadas a responder todas esas cuestiones.[67] Las principales distinciones diferenciaban entre terratenientes, campesinos acaudalados y campesinos medios. Para que una familia fuese considerada de campesinos ricos, uno de sus miembros debía tomar parte activa en el trabajo productivo durante un mínimo de cuatro meses al año, mientras que en una familia terrateniente nadie cumplía este requisito; y debía obtener por lo menos un 15 por 100 de sus ingresos a través de la explotación de otros, bien contratando trabajadores, o bien arrendando sus campos o cobrando los intereses de los préstamos. Una familia campesina media era la que obtenía menos del 15 por 100 de tales fuentes de ingresos. Se ofrecían ejemplos pedagógicos para ilustrar cómo se debían entender esas cifras:

Una familia con once bocas que alimentar y dos personas trabajando posee ciento sesenta dan de campos, que ofrecen una cosecha valorada en cuatrocientos ochenta dólares. Tienen dos terrenos en las laderas en los que cosechan té para extraer aceite, que producen treinta dólares anuales. Poseen un estanque, que añade otros quince dólares, mientras que la cría de cerdos y otros trabajos generan cincuenta dólares al año. Durante siete años han contratado a un trabajador para la granja, cuyo trabajo les ha otorgado un superávit de setenta dólares cada año. Concedieron un préstamo al 30 por 100 de interés, con lo que han ganado setenta y cinco dólares más al año. Tienen un hijo que es un intelectual y dos esbirros a su servicio para mantener su influencia.

Valoración: en esta familia hay dos personas que trabajan personalmente, pero contrata a un trabajador y realiza importantes préstamos. Los ingresos derivados de la explotación sobrepasan el 15 por 100 de sus ganancias. A pesar de que es una familia numerosa, después de pagar sus gastos les queda todavía no poco dinero. Por lo tanto son campesinos acaudalados y se les deben conceder tierras pobres. El intelectual, miembro de la perniciosa burguesía, no debe recibir tierras de ninguna clase.

Mao insistió en que las reglamentaciones debían ser aplicadas con «extrema precaución», ya que las determinaciones de la pertenencia de clase eran «decisiones de vida o muerte» para los implicados.[68] Era un deseo piadoso. Como sabía perfectamente, el ímpetu del movimiento militaba en contra del planteamiento racional y delicadamente calibrado que había prescrito. La reforma de la tierra, escribió, consistía en «una violenta y despiadada lucha de clases», cuyo objetivo era «combatir a los campesinos acaudalados y acabar con los terratenientes» y, cuando fuese necesario, los «grandes tigres» que había entre ellos debían ser expuestos ante asambleas públicas, sentenciados a muerte por las masas y ajusticiados.[69]

En tales circunstancias, la precaución era la excepción. Los míseros campesinos que presidían los juicios sabían que cuantos más «terratenientes» y «campesinos ricos» pudiesen eliminar, más tierra podrían «redistribuir» entre ellos. En muchos distritos, los aterrorizados campesinos medios huyeron a las montañas por miedo a ser recalificados campesinos acaudalados y acabar en la indigencia.[70]

En la práctica, al cabo de poco tiempo el movimiento quedó atajado, ya que toda aquella zona volvió a ser ocupada, tras dieciocho meses de control, por los nacionalistas. Sin embargo, sus efectos perdurarían hasta mucho tiempo después. Con posterioridad a 1933, en las regiones rojas, el origen de clase se convirtió en el determinante último de la valoración y el destino de los individuos. De aquella raíz emergió una plaga venenosa de la que todavía medio siglo después China intentaba desembarazarse. En no pocos lugares, hasta entrados los años ochenta, los nietos de los terratenientes y los campesinos ricos veían que su origen familiar pesaba más que las aptitudes, la inteligencia y el trabajo duro cuando se debía decidir qué oportunidades les estaban abiertas, y qué puertas permanecían irrevocablemente selladas. Incluso cuando los factores de clase perdieron su preponderancia, perduraban todavía algunas huellas de los rencores del pasado.

El Movimiento de Investigación de la Tierra vino acompañado por una pulsión paranoica para extirpar lo que se designó como «organizaciones contrarrevolucionarias feudales y supersticiosas».[71] Mantuvo ciertos paralelismos con la campaña previa de eliminación de los miembros de la AB-tuan. Y, una vez más, Mao quedó implicado. Gran número de «elementos de clases ajenas», declaró, se habían infiltrado en el seno de los soviets locales y de las fuerzas armadas para cometer sabotajes.[72] «Es imperativo que no admite la más mínima dilación … lanzar un ataque definitivo contra las fuerzas feudales y acabar con ellas de una vez por todas».

El hombre escogido para dirigir la nueva campaña fue el jefe de seguridad política de la región base, Deng Fa, un tipo jactancioso y de sonrisa contagiosa cuyas pasiones eran las carreras de caballos y el tiro al blanco.[73] A pesar de su sonrisa juguetona, Deng Fa era un hombre muy temido. Sus guardaespaldas iban armados con espadas curvadas de verdugo, de filo ancho y con borlas rojas en las empuñaduras. En Fujian, en el año 1931, había presidido una purga de socialdemócratas en la que fallecieron algunos millares. Ahora, con la aprobación de Mao, preparó el campo de trabajo para muchas de las prácticas que acabarían indeleblemente asociadas con los movimientos políticos comunistas posteriores.

Se pusieron en circulación para la investigación listas de individuos de clase dudosa, «terratenientes, tiranos locales y burguesía malvada».[74] Se instalaron en las ciudades y los pueblos «cajas de denuncia», en las que el pueblo podía introducir notas anónimas informando sobre sus vecinos.[75] Se abolió la legalidad de los guardias de seguridad: cuando alguien era «obviamente culpable», indicó Mao, debía ser ejecutado antes de la realización del informe.[76] Un signo aún más siniestro, también asumido con la aprobación de Mao, consistía en proclamar que habían sido descubiertas organizaciones inexistentes —tales como la Sociedad de la Mente Única, las Brigadas de Exterminación (en Yudu), o la Brigada Secreta de Vigilancia (en Huichang)—[77] como pretexto para merodear e interrogar a los sospechosos de traicionar su lealtad en las áreas en que supuestamente operaban.

Treinta años más tarde, todas esas técnicas, que Mao y Deng Fa experimentaron por vez primera en Jiangxi, continuarían floreciendo bajo el estandarte de la República Popular.

Las leyes promulgadas bajo la presidencia de Mao se mostraron igualmente longevas. Las «Regulaciones para el castigo de los contrarrevolucionarios», publicadas en abril de 1934, detallaban más de dos decenas de ofensas contrarrevolucionarias, castigadas todas ellas, con una única excepción, con la pena de muerte.[78] Los crímenes incluían «entablar una conversación … para minar la fe en los soviets» o «transgredir deliberadamente las leyes». Y en tanto que aquello no era suficiente, una cláusula final global especificaba que «cualquier otro acto criminal contrarrevolucionario», no descrito por separado, sería castigado de modo análogo. El artículo formó parte del código legal chino hasta principios de los años noventa.

Semejantes prácticas no fueron exclusivas del comunismo chino. Las cláusulas globalizadoras eran una herencia del imperio chino, de la que se nutrían tanto comunistas como nacionalistas:[79] una ley del Guomindang de 1931 prescribía la pena de muerte por «perturbar la paz».[80] Para ambos contendientes, la ley tenía un propósito político: defender la ortodoxia, no los derechos individuales.

Los procedimientos de elección codificados en Ruijin a finales de 1931 fijaron igualmente unos parámetros que continuarían vigentes durante la República Popular.[81] Se estableció la edad de voto en los dieciséis años, tanto para hombres como para mujeres. Pero el derecho al voto fue limitado a las categorías de clase «correctas» —obreros, campesinos pobres y medios, y soldados—, mientras que los comerciantes, terratenientes, campesinos adinerados, sacerdotes, monjes y otros sinvergüenzas quedaron explícitamente excluidos. Los candidatos eran nombrados por los comités locales del partido[82] basándose en la condición de clase y la «actuación política», que Mao explicaba como la posesión «del modo correcto de pensar».[83] Las habilidades no eran más que un tercer y distante criterio. La votación se realizaba a mano alzada, y se consideraba que una elección era válida si el 90 por 100 del censo había participado.[84]

Una cuarta parte de los elegidos, insistía Mao, debían ser mujeres.[85] Ello formaba parte de su ataque a lo que llamaba el «sistema ideológico patriarcal-feudal» de la China tradicional. En Hunan, cinco años antes, había descrito con plena aquiescencia las relaciones extramatrimoniales, e incluso «relaciones triangulares y multilaterales», entre las mujeres pobres «que realizan más trabajos manuales que las mujeres de clases más pudientes» y, por tanto, son más independientes.[86] Los recovecos sensuales de Mao le permitían saborear con delectación la liberación sexual de las mujeres.[87] Pero su insistencia en promover la participación de las mujeres tenía un propósito de mayor alcance. Medio siglo antes se había convertido en una máxima de moda entre los teóricos de la modernización occidental; Mao comprendía que educar a un hombre era educar a un individuo, pero educar a una mujer era educar a una familia.

En tanto que la clave de la emancipación femenina consistía en cambiar el sistema matrimonial, algo por lo que Mao había hecho campaña desde el movimiento del 4 de mayo, la primera ley aprobada en la nueva República Soviética China —y también la primera ley aprobada, casi veinte años después, por la República Popular— concedía a hombres y mujeres los mismos derechos en el matrimonio y el divorcio.[88]

No todo el mundo se sentía feliz. Los esposos campesinos se lamentaron, «la revolución quiere liberarlo todo, incluidas las mujeres». Algunas mujeres se intoxicaron hasta tal punto con su nueva libertad que se casaron tres o cuatro veces en igual número de años.[89] Para preservar la moral militar, se incluyó una cláusula especial para los soldados del Ejército Rojo, cuyas mujeres podían obtener el divorcio sólo con el consentimiento del marido.[90] Pero el grueso de los electores comunistas, hombres jóvenes de familia humilde que, en el antiguo sistema, no habrían tenido el suficiente dinero para comprar una esposa hasta, si acaso, pasados unos años, estaban entusiasmados con las nuevas disposiciones, al igual que la mayoría de las mujeres campesinas. El mismo Mao lo consideraba como uno de sus mayores logros. «Este sistema democrático de matrimonio», afirmó, «ha hecho añicos los grilletes feudales que han maniatado a los seres humanos, especialmente a las mujeres, durante miles de años, y ha establecido nuevos parámetros más acordes con la naturaleza humana»[91].

Mientras Mao se enfrascaba en la reforma de la tierra y sus otras responsabilidades de gobierno, políticamente continuaba habitando en una zona de penumbras, sin detentar el poder, sumido en el purgatorio. A principios de la primavera de 1933, Zhou Enlai y Zhu De, ignorando la «línea ofensiva avanzada» de la central, derrotaron la cuarta campaña de asedio de Chiang Kaishek empleando tácticas muy similares a las propugnadas por Mao. Algunas de las divisiones de elite de Chiang fueron severamente castigadas y el Ejército Rojo hizo diez mil prisioneros. Alentado, Mao intentó, en el mes de marzo, pocas semanas después de abandonar el hospital, asumir un cargo menor de consejero militar, como miembro del escalón de retaguardia de la Oficina Central.[92] Bo Gu inmediatamente puso freno a sus ambiciones.

Tres meses después, Mao solicitó a la Oficina que reconsiderase la decisión que había tomado en Ningdu de retirarle de la cadena de mando militar, argumentando que había sido una medida injusta.[93] Bo replicó que la decisión había sido correcta y que, sin ésta, no se habría producido la victoria sobre la cuarta campaña de asedio.

En otoño la situación de Mao mejoró sensiblemente, cuando su cargo en el Movimiento de Investigación de la Tierra le confirió renovada eminencia, al tiempo que la campaña contra la «línea Luo Ming» iba desvaneciéndose. En septiembre, poco después del inicio de la quinta campaña de asedio lanzada por Chiang Kai-shek, Zhu y él se vieron implicados en las negociaciones con el Décimo noveno Ejército de Campaña del Guomindang, acampado en Fujian, cuyos comandantes se habían tornado desafectos ante la negativa de Chiang Kai-shek de iniciar acciones efectivas contra los japoneses en Manchuria. En octubre alcanzaron una tregua y se instaló una oficina comunista secreta de enlace en los cuarteles del Décimo noveno Ejército de Campaña. Cuatro semanas después, los dirigentes de Fujian proclamaron el establecimiento de un gobierno revolucionario popular, independiente del régimen de Nanjing dominado por Chiang.

Esto pudo ser, y tendría que haber sido, un regalo de los dioses para el Ejército Rojo. Aquel verano, Bo Gu había insistido en una agotadora y al fin infructuosa campaña para intentar expandir la base soviética hacia el norte. Chiang, mientras tanto, había reunido una fuerza de medio millón de tropas de refresco, incluyendo muchas de sus divisiones de asalto, a las que había que añadir trescientos mil soldados de apoyo. Los hombres de Zhu, disgregados, desmoralizados y fatigados, no pudieron hacer frente a la embestida nacionalista. Pronto cayó la ciudad de Lichuan, cerca de la frontera con la provincia de Fujian, ciento ochenta kilómetros más al norte, que guardaba la entrada septentrional de la región base y los intentos de Zhu de volver a tomarla fueron repelidos, ocasionando gran número de bajas.

Por ello, en noviembre de 1933, cuando Chiang fue obligado a retirar parte de su principal fuerza para responder a la amenaza que representaba la rebelión de Fujian, pareció que los comunistas habían sido rescatados en el momento preciso.

Sin embargo, los dirigentes del partido se mantenían suspicaces ante los motivos y el compromiso de sus nuevos aliados. Incluso Mao, que durante el período de Jiangxi había insistido a sus compañeros en la necesidad de explotar las diferencias entre las fuerzas de los señores de la guerra, se mostraba cauto sobre el apoyo que debían ofrecer a los rebeldes. Por ello, cuando Chiang lanzó a finales de diciembre una invasión de grandes dimensiones sobre Fujian, mucho antes de lo que sus adversarios habían previsto, los dirigentes comunistas vacilaron. En el momento que, finalmente, el Ejército Rojo comenzó a ofrecer al Décimo noveno Ejército de Campaña una tímida colaboración, éste había sido ya derrotado, y los nacionalistas pudieron retornar a su principal preocupación, la campaña de asedio a los comunistas.[94]

Durante los dos meses de respiro que concedió la expedición de Fujian, el Comité Central celebró su largamente pospuesto Quinto Pleno, que subrayó una vez más la ambivalente situación de Mao.[95] Éste fue elegido miembro plenario del Politburó, posición que había ocupado por última vez casi una década antes, durante los años de formación del partido.[96] Difícilmente podría habérsele denegado ese ascenso, dados su cargo como «jefe de Estado» y el respaldo que recibía de Moscú. Pero fue admitido en undécimo y último lugar en la jerarquía de rango. A lo largo de los cuatro días del pleno, Bo Gu y los otros dirigentes criticaron sus «ideas de oportunismo derechista», y cuando llegaron a su fin se anunció que Zhang Wentian le sustituiría como jefe de gobierno, conservando Mao únicamente el simbólico cargo de presidente de la República.

Mao mostró su menosprecio por todos estos actos, acaecidos en enero de 1934, negándose a asistir a los mismos. Lo hizo bajo pretexto de enfermedad —uno de los «diplomáticos trastornos» de Mao,[97] remarcó burlón Bo Gu—, a pesar de que su mala salud no le impidió presidir unos días después el Segundo Congreso Nacional de la región base, en el que realizó un discurso de nueve horas.

Mao afirmaría años después que el Quinto Pleno marcó el apogeo de la «línea desviacionista izquierdista» de los estudiantes retornados.[98] El informe de Bo, que fue acogido como el dictamen político del pleno, anunció a los cuatro vientos la necesidad de mantenerse precavidos, al proclamar que existía entonces en China una «situación inminentemente revolucionaria», prerrequisito para una insurrección de alcance nacional, y que «las llamas de la lucha revolucionaria resplandecen por el país entero».[99] Nada más lejos de la realidad. En el mismo momento en que pronunciaba estas palabras, las tropas de Chiang Kai-shek retomaban su inexorable marcha hacia el sur.

La «táctica del blocao» que siguieron los nacionalistas en su quinto asedio fue bastante diferente de la de las campañas previas.[100] En esta ocasión construyeron largas líneas de fortificaciones de piedra, con almenas dentadas y muros de hasta tres metros y medio de altura, como las torres de vigilancia de la Europa medieval, cada una de ellas capaz de albergar una compañía completa y, a menudo, alejadas entre sí apenas un kilómetro y medio, poco más o menos, comunicadas por caminos recién construidos. Estas «conchas de tortuga», como las llamaron los comunistas, se desplegaban en un arco enorme de más de trescientos kilómetros de amplitud, a lo largo de los extremos norte y oeste de la región base. A medida que las tropas del Guomindang avanzaban, los soldados locales contribuían a consolidar el control de las zonas de retaguardia, mientras en la vanguardia se construía una nueva línea de búnkeres, unos pocos kilómetros por delante de la anterior. Los consejeros militares alemanes de Chiang se aseguraron de que la estrategia fuese ejecutada con precisión teutónica. Durante el año que duró la campaña, los nacionalistas edificaron catorce mil blocaos, encerrando al Ejército Rojo y la población que defendía en una base que iba decreciendo paulatinamente.

Los comunistas también tenían un consejero alemán. Otto Braun, enviado por el Comintern, llegó a la base proveniente de Shanghai a finales de septiembre de 1933.[101] Había dedicado tres años al estudio de la guerra convencional en la Academia Militar Frunze de Moscú. Pero la táctica que propuso, conocida como «breves y rápidos avances», que consistía en ataques relámpago contra las unidades nacionalistas cuando éstas abandonaban los fuertes para avanzar, resultó una ruina total.[102] Difícilmente habría podido ser de otro modo: Chiang había obligado a los comunistas a enfrentarse, según sus propias palabras, a una guerra de desgaste en la que sus fuerzas contaban con una ventaja numérica de más de diez a uno. Cualquier táctica basada en esa premisa estaba destinada al fracaso. La alternativa, que Mao sugirió como mínimo en dos ocasiones durante el año 1934, consistía en que el Ejército Rojo irrumpiese hacia el norte o el oeste y luchase en el exterior de la zona fortificada, en un terreno más favorable a su estilo dinámico de guerra, en Zhejiang o Hunan.[103] Si a largo término, dada la aplastante superioridad de los nacionalistas, esta estrategia habría cosechado o no mejores resultados, es una cuestión muy discutible, ya que nunca fue puesta en práctica. Bo Gu y Braun no sólo rechazaron las ideas de Mao, sino también todas las propuestas similares, al considerarlas «escapistas» y derrotistas.[104]

A medida que aumentaban las presiones militares, retornaba la paranoia política. En el ejército existían oficiales de seguridad que encabezaban escuadrones de ejecución en el campo de batalla para «supervisar» la lucha. Geng Biao, un comandante de regimiento de veinticinco años, recordaba lo que ocurrió cuando sus tropas perdieron el control de un asentamiento clave: «Vi acercarse al [director de seguridad] Luo Ruiqing, con una pistola máuser, a la cabeza de un “equipo de acción”. Recuerdo que mi corazón latió sobresaltado. ¡Pronto ocurriría un hecho repugnante! Los sospechosos [de haberse mostrado vacilantes] serían decapitados … todos a un mismo tiempo … Seguro de ello, se acercó directamente hacia mí y apuntó su pistola contra mi cabeza, interrogando estentóreamente: “¿Qué demonios ocurre contigo? ¿Por qué os habéis retirado?”».[105]

Geng tuvo suerte. Se le permitió continuar luchando y sobrevivió para convertirse, años después, en el embajador de China en Moscú. Otros fueron menos afortunados. Pero estos procedimientos estaban muy lejos de la premisa que Mao había proclamado siete años antes en Jinggangshan de un ejército totalmente voluntario.

Los civiles lo pasaron aún peor. Se dejaron de lado los reglamentos sobre el reparto de las tierras, elaborados por Mao, y se dio inicio a un exterminio rojo en el que fueron masacrados miles de terratenientes y campesinos acaudalados.[106] Decenas de miles huyeron como refugiados a las zonas blancas. En abril de 1934, el Ejército Rojo sufrió en Guangchang, algo más de cien kilómetros al norte de Ruijin, una nueva y catastrófica derrota.[107] Y con el cerco militar llegó el estrangulamiento económico. Los quintos de origen campesino, recientemente reclutados, desertaron en masa. A medida que se multiplicaban las señales de colapso total, los actos de sabotaje llevados a cabo por miembros de sociedades secretas y de clanes hostiles a la causa comunista, infundados o reales, alimentaron nuevos esfuerzos por «extirpar a los contrarrevolucionarios», hasta que toda la región fue barrida por una viciosa espiral de rabia y desesperación.

Poco después de la derrota de Guangchang, probablemente a principios de mayo, Bo Gu y Zhou Enlai comprendieron que la región base debía ser abandonada. El Comintern fue informado de ello. Bo, Zhou y Otto Braun formaron un «grupo de tres» cuyo cometido era elaborar planes capaces de responder a las contingencias que habían surgido.

Mao no sabía nada de estos cambios. El Politburó continuó en la ignorancia durante todo el verano.[108] De todos modos, Mao no deseaba formar parte de decisiones sobre las que no podía ejercer influencia alguna y de las que disentía. Después del Quinto Pleno, dejó de asistir a las reuniones de la Comisión Militar,[109] y dedicó al completo los meses de mayo y junio a visitar los distritos más meridionales de la región base, lo más lejos posible de donde tenían lugar las auténticas batallas.[110] A finales de julio, cuando los bombardeos nacionalistas obligaron al partido a evacuar Shazhouba, He Zizhen y él se trasladaron a un aislado templo taoísta de Yunshinan, la «montaña de las Piedras de Nubes», situado entre arboledas de pinos y bambú, en medio de un paisaje de rocas fantasiosamente erosionadas, algunos kilómetros más al oeste.[111] El Politburó y la Comisión Militar se instalaron en otro poblado cercano, pero sus contactos con Mao eran esporádicos.[112] Estaba «fuera del círculo» por decisión propia.

Pero había ya indicios en el ambiente de que el equilibrio de fuerzas no tardaría en cambiar.

Las contrariedades políticas de Mao comenzaron en otoño a afectar a su salud. El médico que dirigía el servicio del primitivo hospital del Ejército Rojo, el doctor Nelson Fu, educado en una misión, se inquietó lo suficiente como para asignarle un asistente médico permanente. En Yudu, en septiembre, padeció de fiebre alta y durante algunos días estuvo semiinconsciente, con una temperatura que superaba los cuarenta grados. El doctor realizó un viaje de casi cien kilómetros hasta aquella localidad a lomos de caballo y le diagnosticó malaria cerebral, que pudo curar con dosis masivas de cafeína y quinina.[113]

El hombre que ordenó al doctor Fu que acudiese a Yudu fue Zhang Wentian, sucesor de Mao como jefe de gobierno y, en otro tiempo, aliado de Bo Gu. Tras la derrota de Guangchang, él y Bo mantuvieron una violenta disputa sobre las tácticas militares de Otto Braun, al que Zhang acusó de no haber tenido en consideración ni el terreno ni la disparidad de fuerzas. Bo le objetó que estaba hablando como un menchevique. Durante los cuatro meses siguientes, mientras las fuerzas comunistas, dispersas por seis frentes distintos, se desangraban en una enervante guerra de desgaste, y mientras Bo imponía el eslogan «¡No cedamos una sola pulgada de territorio soviético!», la desafección de Zhang no dejó de aumentar. Zhang fue el único dirigente veterano que visitó a Mao mientras permaneció en Yunshishan. No quiso continuar ocultando su frustración ante el dogmatismo y la inexperiencia de Bo.[114]

Wang Jiaxiang, que había sido herido durante la cuarta campaña de asedio, y que entonces necesitaba ser llevado a todas partes en litera a causa de los fragmentos de metralla que tenía incrustados en su cuerpo, fue otro de los miembros del Politburó que simpatizó con la causa de Mao.

Bo Gu inicialmente dio instrucciones para que aquellos tres hombres fuesen asignados, durante el «traslado estratégico» del Ejército Rojo, tal como fue eufemísticamente bautizada la operación que se desarrolló a continuación, a tres unidades diferentes, pero por razones que no están claras, posteriormente cedió y les permitió viajar juntos.[115] Fue un error de cálculo político que le costaría muy caro.

Pero Zhang y Wang eran esencialmente jugadores de segunda fila. El hombre al que Mao necesitaba persuadir era Zhou Enlai.[116] Durante las desastrosas batallas de Guangchang, Zhou había sido marginado, y el mismo Bo había asumido el cargo de comisario político general.[117] A partir de entonces, Mao cultivó asiduamente su amistad. Mientras realizaba, durante el mes de junio, su viaje por los distritos del sur, envió a Zhou un cuidadoso informe de la situación militar en el frente de Fujian meridional.[118] En otoño compiló un manual sobre tácticas de guerrilla, que Zhou preparó para ser publicado como si fuese una directriz de la Comisión Militar.[119] Fue Zhou quien aprobó la petición elevada por Mao de ir en septiembre a Yudu,[120] donde redactó un informe de seguridad sobre los distritos que servirían como principales áreas de posta para el Ejército Rojo, preparándose entonces para su avance hacia el oeste.[121] Pero Zhou era un hombre cauto. En una ocasión se había quemado los dedos al querer defender a Mao. Mientras Bo Gu contase con el respaldo del Comintern no estaría dispuesto a desafiarle.

De este modo, cuando Mao, acompañado de sus guardaespaldas, abandonó la puerta oriental de Yudu, avanzada ya la tarde del jueves 18 de octubre de 1934, hacia el vado del río Gan, todo estaba dispuesto para la acción.

Después de siete años de guerra, tres de ellos como jefe de Estado de la República Soviética de China, el futuro de Mao era tan incierto como siempre. Todas sus posesiones terrenales se limitaban a dos mantas, una sábana de algodón, un hule, un paraguas agujereado y un fardo de libros. Cruzó el río a la luz de las antorchas, mientras la oscuridad lo inundaba todo, con unos sentimientos al abandonar la base tan contradictorios que únicamente pueden ser imaginados. Una armada de pequeñas embarcaciones surcó aquellas aguas anchurosas, lentas y fangosas. Fueron necesarios tres días para que la columna, formada por más de cuarenta mil soldados y un número similar de yfsenes y porteadores, llegase sana y salva a la otra orilla.[122] He Zizhen, que volvía a estar embarazada, ya había abandonado Ruijin con el contingente de enfermeras, una de las veintiuna mujeres, todas ellas esposas de los dirigentes veteranos, que fueron autorizadas para tomar parte en la campaña. Para poder acompañar a Mao fue necesario que se armase de valor y dejase atrás a su hijo, entonces de casi dos años de edad. Xiao Mao, como era llamado el niño, fue entregado a su vieja nodriza para que cuidase de él. Pero en el torbellino de destrucción que engulló toda la región tras la retirada comunista, fue confiado, para su seguridad, a otra familia. Allí se perdió su rastro. Después de 1949 se inició una búsqueda exhaustiva. Pero Xiao Mao no apareció jamás.[123] Con su abandono, se marchitó otro pequeño fragmento de la humanidad de Mao.

Ir a la siguiente página

Report Page