Mao

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10. En busca del Dragón Gris: la Larga Marcha hacia el norte

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Mientras Xu Xiangqian y el resto de la columna derecha daban media vuelta a través de los pastos para reencontrarse con Zhang, y con un Zhu De profundamente infeliz que permanecería el siguiente año en el Cuarto Ejército casi como rehén,[63] los dirigentes del Primer Ejército tenían otras preocupaciones más inmediatas. Las tropas nacionalistas avanzaban en gran número desde el este.[64] Peng asumió el lugar de Zhu como comandante, al tiempo que Mao volvía a su viejo cargo de comisario político.[65] Contaban entonces con diez mil hombres. Si permitían que les acorralasen en los cenagales, se arriesgarían a la aniquilación total.

En Ejie la situación parecía tan desesperada que Mao recuperó una idea que se le había ocurrido por vez primera en Sichuan. Si podían avanzar en dirección al norte, se dirigirían hacia la Unión Soviética, e intentarían establecer una nueva región base, con apoyo ruso, en la frontera de Mongolia Exterior o de Xinjiang.[66]

Finalmente, los acontecimientos de desarrollaron de un modo muy distinto. A dos días de marcha hacia el este, en el paso de Lazikou, un angosto punto fuertemente fortificado por los nacionalistas en el Bailongjiang, el río del Dragón Blanco, donde el valle se estrechaba en un desfiladero de unos pocos metros de anchura, entre escarpadas colinas de más de trescientos metros de altura, el Ejército Rojo se anotó otro de los sorprendentes tours de force militares que harían de su nombre un leyenda.[67] Un comando formado por un grupo de veinte hombres del regimiento de Yang Chengwu escaló los verticales despeñaderos y arrojó granadas desde lo alto, cogiendo a los defensores por sorpresa. Fue la última gran batalla de la Larga Marcha. Cuatro días después, el 21 de septiembre, el Primer Ejército entraba en Hadapu, en el sur de Gansu, la primera ciudad Han que habían visto desde que, cuatro meses antes, habían abandonado la provincia de Yunnan. Allí, gracias a un periódico del Guomindang, supieron que existía una base comunista en la provincia de Shaanxi.[68] El plan de avanzar hasta la Unión Soviética quedó archivado.[69] En su lugar, el ejército de dirigió hacia el este a través de Ningxia, hasta Wuqi, cerca de Bao’an, en las resecas altiplanicies del noroeste de China.

Durante el mes siguiente marcharon novecientos kilómetros a través de un paisaje lunar de grandes colinas cónicas de tierra desnuda y parduzca, fina como los polvos de talco, cinceladas como capas de pasteles de boda en altas terrazas, tan uniformes que parecían cortadas con un cuchillo. Estaban surcadas como cicatrices por enormes barrancos en forma de ojo de cerradura, hundidos decenas de metros, formando lisos cañones en el fondo. Era el lugar más pobre de la China Han que habían podido contemplar hasta entonces. Cada dos o tres años se perdía la cosecha por la sequía o las inundaciones. La gente vivía en cuevas, excavadas en las blandas montañas de loess. Pero para el Ejército Rojo aquello era como una cura de reposo. Se produjeron algunas escaramuzas con la caballería musulmana[70] pero, después de la acometida de Lazikou, los principales ejércitos del Guomindang habían quedado atrás. Los mensajeros se adelantaron hasta la nueva base, dirigida por dos lugareños, Liu Zhidan y Gao Gang. Ambos habían sido arrestados bajo la sospecha de ser contrarrevolucionarios durante una purga lanzada por Xu Haidong, un dirigente del Ejército Rojo que había llegado a Shaanxi algunas semanas antes, tras lograr abrirse paso en su camino hacia el norte desde la antigua base de E-Yu-Wan. El Politburó llegó justo a tiempo para ordenar su liberación.[71]

Mao pasaría los doce años siguientes en este territorio árido y desierto. El 22 de octubre de 1935, un año y cuatro días después de abandonar Yudu, se declaró formalmente que la Marcha había llegado a su fin.[72] De los que habían partido con él, menos de cinco mil continuaban a su lado.[73]

Durante esta inmensa peregrinación, el anchuroso mundo que se extendía más allá de las fronteras de China no quedó olvidado. En el suroeste, el ejército había hecho circular consignas convocando a los chinos a unirse contra Japón.[74] Mao había sabido en junio, a través del Cuarto Ejército, que las fuerzas japonesas habían penetrado en Mongolia, y publicó una declaración condenando la incapacidad de Chiang Kai-shek para detenerles.[75] Pero no fue hasta que el Primer Ejército alcanzó Hadapu, a finales de septiembre, cuando Mao fue plenamente consciente de que la situación en el país comenzaba a cambiar y que la política de pacificación de Chiang finalmente empezaba a languidecer.

Aquel verano Japón había forzado al gobierno del Guomindang a retirar las tropas chinas de las inmediaciones de Pekín y Tianjin, a destituir a los funcionarios provinciales considerados hostiles a Japón, y a promulgar un humillante «precepto de buena voluntad» prohibiendo las manifestaciones de sentimiento antijaponés.[76] A consecuencia de ello, la ira popular se generalizó.

Mao sólo pudo adivinar la mayoría de estos acontecimientos. Pero lo que sabía era suficiente para convencerle de que la decisión de dirigirse a Shaanxi había sido la correcta. «Zhang Guotao nos llama oportunistas», dijo a mediados de septiembre en una reunión de comandantes de regimiento. «Y bien, ¿quiénes son los oportunistas ahora? El imperialismo japonés está invadiendo China, y nosotros vamos hacia el norte para enfrentarnos a Japón»[77] Una semana después, el Comité Permanente del Politburó declaró que el norte de Shaanxi se convertiría en «una nueva base antijaponesa».[78]. Para Mao, aquella decisión fue una señal. Después de un año de retirada a la deriva, el partido finalmente contaba con un nuevo objetivo. Su instintivo impulso de dirigirse hacia el norte, incluso si motivado por razones equivocadas, había resultado acertado. La decisión de Zhang de ir al sur era un error. Mao había madurado desde el día en que, ocho años antes, en una carta al Politburó, había escrito que estaba «saltando de alegría» ante una decisión que le había complacido. Pero su júbilo por la renovada misión del partido de someter al Dragón Gris, Japón, emergió con la misma fuerza. En las montañas del sur de Ningxia, cuando contemplaba por vez primera las altiplanicies que se convertirían en el nuevo hogar del Ejército Rojo, plasmó sus sentimientos en los versos de un poema.

En lo alto de la cresta del monte Liupan,

nuestros estandartes se mecen ociosos en la brisa del oeste.

Tomamos hoy con fuerza la larga soga,

¿cuándo la ceñiremos sobre el Dragón Gris?[79]

Mao no era el único que, en el otoño de 1935, había dirigido sus pensamientos hacia Japón. Stalin observaba el surgimiento del fascismo europeo, y la reciente alianza entre Berlín, Roma y Tokio, con creciente alarma. En el Séptimo Congreso del Comintern de julio de 1935 se desveló una nueva estrategia: el frente unido antifascista, en el que los comunistas y los socialdemócratas, antiguos rivales mortales, se unían estrechamente en una lucha común para defender al proletariado, y a su paladín, la Unión Soviética, contra las potencias fascistas.

Esta nueva política dio como resultado, en Francia y en España, el nacimiento de los gobiernos del Frente Popular, que aunaban heterogéneas coaliciones de anarquistas, comunistas, liberales, socialistas y sindicalistas.

Para el partido chino, el camino estaba menos claro. El 1 de agosto, Wang Ming, el representante del Partido Comunista Chino en Moscú, emitió una declaración reclamando el establecimiento de un «gobierno unificado de defensa nacional» para resistir a Japón.[80] En China, sin embargo, no había anarquistas, liberales o socialistas con los que los comunistas pudiesen hacer causa común. Sólo podían recurrir al Guomindang de Chiang Kai-shek; y Chiang, en las palabras de Wang Ming, era un traidor, una «escoria con el rostro de un hombre y el corazón de una bestia», tan enemigo como los mismos japoneses. De manera que, a pesar de que la declaración de Wang en Moscú reiteraba el ofrecimiento permanente del Partido Comunista Chino para unir sus fuerzas con cualquier ejército blanco, incluyendo las propias tropas del Guomindang de Chiang —suponiendo que dejasen de atacar las zonas soviéticas y aceptasen luchar contra Japón—, en términos prácticos parecía tan improbable como siempre que su propuesta fuese bien recibida.

Las noticias de estos acontecimientos no llegaron a Shaanxi hasta el mes de noviembre.[81] En aquel momento el Ejército Rojo se había desplazado hacia el sur para luchar contra un ejército del Guomindang llegado de Xi’an.[82] Pasaría otro mes antes de que el Politburó se reuniese en Wayaobu, una sede de distrito amurallada de casas de ladrillo gris de una sola planta, ochenta kilómetros al oeste del río Amarillo, para discutir sobre las consecuencias de la nueva estrategia.

Allí, el día de Navidad de 1935, se aprobó una resolución que marcó un cambio de línea política tan drástico como el cambio de estrategia militar aprobado el año anterior.[83] En Zunyi, las tácticas de guerra convencionales impuestas por los dirigentes de los estudiantes retornados habían sido desechadas. En Wayaobu, el dogmatismo de inspiración rusa que había dominado las tomas de decisión del partido desde el Cuarto Pleno de enero de 1931 quedó igualmente repudiado.

En su lugar se adoptó una política pragmática y flexible destinada a obtener el máximo apoyo público con la mínima carga ideológica.[84]

El Partido Comunista Chino, afirmaba la resolución, no podía encabezar la lucha contra Japón y Chiang Kai-shek confiando únicamente en la clase obrera. Los campesinos acaudalados, la pequeña burguesía, e incluso la burguesía nacional también tenían un papel que interpretar. El izquierdismo, no el derechismo, continuaba, era ahora el principal peligro de la causa comunista. La «puerta cerrada» del izquierdismo se caracterizaba por su renuencia a cambiar de estrategia para enfrentarse a las nuevas circunstancias, por su adhesión a políticas que estaban divorciadas de la práctica, y por «una incapacidad para aplicar el marxismo, el leninismo y el estalinismo a las condiciones específicas y concretas de China, convirtiéndolos en rígidos dogmas». Los miembros del partido debían comprender que la victoria se alcanzaría cuando el pueblo se convenciese de que ellos representaban los intereses de la mayoría de los chinos, y no a través del seguimiento servil de «vacíos y abstractos principios comunistas». Para tal fin, las tierras y las propiedades de los campesinos adinerados dejarían de ser confiscadas. Los tenderos, los pequeños capitalistas y los intelectuales gozarían de los mismos derechos políticos que los trabajadores y los campesinos, y se protegerían sus libertades económicas y culturales. Los grandes capitalistas serían tratados favorablemente. La «República Soviética de los Obreros, los Campesinos y los Sol dados» adoptaría el nuevo nombre de «República Soviética del Pueblo», para mostrar que todos los ciudadanos tenían un lugar en ella.

La reunión de Wayaobu fue presidida, y redactada la resolución final, no por Mao sino por Zhang Wentian.[85] Ello reflejaba la estructura formal de poder: Zhang era el dirigente del partido en funciones. Pero además se trataba de un tipo de maniobra política en el que Mao sobresalía. Como miembro de la vieja cúpula dirigente del Cuarto Pleno, ¿quién mejor que Zhang para desvelar una nueva política que implícitamente condenaba todo lo que él mismo y sus compañeros habían hasta entonces apoyado?

Aprobada en el filo del cuadragésimo segundo aniversario de Mao, la resolución de Wayaobu significó el inicio de su ascendencia ideológica dentro del partido. Dos días después, en una congregación de activistas, saboreó su éxito:

Los defensores de las tácticas de la puerta cerrada afirman que … las fuerzas de la revolución deben ser puras, absolutamente puras, y que el camino de la revolución debe ser recto, absolutamente recto. Nada es correcto a menos que esté literalmente recogido en las Sagradas Escrituras. [Dicen] que la burguesía nacional es completa y eternamente contrarrevolucionaria. No se debe conceder ni una sola pulgada a los campesinos ricos. Y los sindicatos amarillos deben ser combatidos con furia … ¿Ha existido algún gato que no comiese pescado [preguntan] o algún terrateniente que no sea un contrarrevolucionario? … Ello implica que la política de la puerta cerrada es la única magia maravillosa que funciona, mientras que el frente unido es una táctica oportunista. Camaradas, ¿qué es lo correcto? … Responderé sin un momento de duda: el Frente Unido, no la táctica de la puerta cerrada. Los niños de tres años tienen algunas ideas que son válidas, pero no se les puede confiar asuntos cruciales, nacionales o internacionales, porque todavía no los entienden. El marxismo-leninismo se opone a [tales] «desórdenes infantiles», que anidan entre las filas revolucionarias. Como cualquier otra actividad en el mundo, la revolución sigue un camino tortuoso, no uno recto … La puerta cerrada sólo «encamina a los peces hasta las aguas profundas y a los gorriones hacia los matorrales», y encaminará a los millones y millones que conforman las masas … hacia el bando enemigo.[86]

En Wayaobu no hubo ningún tipo de criticismo abierto en contra de Bo Gu, Zhou Enlai o cualquier otro de los antiguos izquierdistas. El interés de Mao no era alejar a los que habían sido sus adversarios, sino ganárselos hacia su causa. La función de Zhang consistía en contribuir a construir un consenso ante el duro golpe que les aguardaba.

Porque realmente sería un golpe muy duro. La base de Shaanxi podría haberse convertido en un refugio de paz después de las dificultades de la Larga Marcha, pero era tan pobre que incluso las miserables aldeas montañosas de Guizhou y el suroeste de Sichuan parecían fértiles y ricas; además estaba rodeada de enemigos. La caballería musulmana patrullaba por los márgenes del oeste, hacia Ningxia y Qinghai. Los ejércitos blancos de Yan Xishan controlaban Shanxi, en el este. El ejército del noreste de Zhang Xueliang, expulsado de Manchuria por los japoneses, había establecido sus cuarteles en el sur. Si el Ejército Rojo pretendía sobrevivir y prosperar en su nuevo hogar, debería encontrar provisiones y reclutas, además de neutralizar al menos a una de las fuerzas hostiles que le rodeaban.

Incluso antes de la conferencia de Wayaobu Mao llegó a la conclusión de que el punto más débil de la armadura de Chiang era la fuerza manchú de Zhang Xueliang. Zhang, de poco más de treinta años, era el hijo de un líder de bandidos que durante la primera parte del siglo se había labrado un camino de lucha y muerte para convertirse en uno de los más poderosos señores de la guerra de China.[87] El Joven Mariscal, como era generalmente conocido para distinguirle de su padre, el Viejo Mariscal, era un joven despiadado, tortuoso y, en ocasiones, ingenuo que recientemente había vencido una fuerte adicción al opio. Pero, además, era un patriota. El Viejo Mariscal había sido asesinado por agentes japoneses. El propio Zhang había perdido sus territorios en manos de los japoneses, en parte porque Chiang Kai-shek le había animado a que no les ofreciese resistencia. Las tropas de Zhang habían perdido sus hogares; no tenían ningún interés en luchar contra los comunistas. Odiaban Japón.

Desde finales de noviembre de 1935 Mao tentó a los comandantes del Joven Mariscal con ofertas de tregua y el ofrecimiento de una campaña conjunta en contra de los invasores japoneses.[88] «Somos chinos», escribió. «Comemos el mismo grano chino. Vivimos en la misma tierra. El Ejército Rojo y el Ejército del Noreste son de la misma tierra china. ¿Por qué deberíamos ser enemigos? ¿Por qué deberíamos luchar unos contra los otros? Hoy propongo a tu honorable ejército que cesemos la lucha … y firmemos un acuerdo de paz»[89].

Se ordenó a las unidades del Ejército Rojo que liberasen a los oficiales blancos capturados y asistiesen a los heridos del enemigo. En línea con esta directriz, a principios de enero de 1936, Peng Dehuai puso en libertad a un oficial llamado Gao Fuyuan, capturado dos meses antes.[90] Gao había sido compañero de escuela de Zhang Xueliang, y cuando retornó a los cuarteles de Zhang en Luochuan, ciento cincuenta kilómetros al sur de Wayaobu, convenció al líder manchú de la sinceridad de los ofrecimientos comunistas de cooperación. Una semana después Gao dispuso que se lanzase un mensaje a Peng desde un avión nacionalista en un vuelo de aprovisionamiento a una guarnición del Guomindang que los comunistas asediaban. El 19 de enero, el enviado de Mao, Li Kenong, llegó a Luochuan para iniciar conversaciones.

Resultó ser sorprendentemente fácil. El Joven Mariscal recibió a Li al día siguiente, y aceptó de inmediato adoptar una actitud «pasiva» en la guerra civil. El único punto conflictivo se refería a Chiang Kai-shek. En las instrucciones para la negociación de Li, Mao había argumentado que resistir a Japón y oponerse a los «traidores nacionales» eran las dos caras de una misma moneda; una no era posible sin la otra. Pero el líder manchú se negó inexorablemente a aceptarlo. Estaba dispuesto a firmar una tregua con los comunistas, pero no a enfrentarse a su propio comandante en jefe.[91] A finales de año ambos cambiarían de posición, lo que tendría consecuencias trascendentales. Pero en aquel momento, coincidieron en discrepar. A principios de marzo, Mao comunicó al Politburó que se había llegado a un acuerdo verbal para el cese del fuego, y que las guarniciones avanzadas de Zhang en Yan’an y Fuxian, al sur de Wayaobu, debían ser tratadas como fuerzas amigas.[92]

Cinco semanas después, Zhou Enlai se desplazó discretamente hasta Yan’an para parlamentar cara a cara con el Joven Mariscal.[93] El encuentro, celebrado en una iglesia cristiana, duró la mayor parte de la noche. Cuando Zhou abandonó el lugar, justo antes del amanecer, habían acordado que el único camino para seguir avanzando pasaba por la formación de un gobierno y un ejército nacional unificado antijaponés. Zhang no estaba preparado para tomar públicamente una postura antijaponesa, ni desafiaría a Chiang Kai-shek si recibía órdenes directas de penetrar en las áreas bajo control del Ejército Rojo. Pero, aparte de ello, la tregua sería estrictamente observada; se nombrarían oficiales de enlace permanente, se permitiría el comercio entre las regiones roja y blanca, y el Joven Mariscal utilizaría su influencia con los comandantes nacionalistas para asegurar la protección en los movimientos de las unidades comunistas. Aceptó incluso, informó Zhou, aprovisionar al Ejército Rojo con armas y munición.

Con el flanco sur asegurado, Mao dispuso de libertad para perseguir la otra tarea que había asumido en Wayaobu: la reconstrucción de la capacidad militar de los comunistas después del desgaste de la Larga Marcha.[94]

En diciembre de 1935, el Primer Ejército del Frente contaba apenas con siete mil hombres. Las fuerzas locales de Shaanxi, comandadas por Liu Zhidan y Gao Gang, y el ejército de E-Yu-Wan, dirigido por Xu Haidong, disponían de tres mil hombres cada uno. El objetivo de Mao era reclutar otros cuarenta mil más, una cuarta parte de los cuales durante aquella misma primavera. La única vía realista de conseguirlo era organizar una expedición a la otra orilla del río Amarillo hasta la provincia de Shanxi. Ello entrañaba un peligro, como señaló Peng Dehuai: quizás serían incapaces de volver. Pero Mao siguió adelante con su plan, dejando a Zhou Enlai y Bo Gu al cuidado de la base en Shaanxi.[95]

La aventura fue bautizada como la «Expedición Oriental para Resistir ante Japón y Salvar la Nación».[96] Fue una buena operación de propaganda. Pero por muy estimulantes que fuesen las palabras que Mao pronunció sobre el avance hacia Hebei para enfrentarse a los invasores, sus objetivos eran mucho más limitados.

Durante los dos meses y medio que los comunistas permanecieron en Shaanxi, desde finales de febrero a principios de mayo de 1936, nunca se aproximaron a menos de trescientos kilómetros de las unidades japonesas. En lugar de ello, realizaron algunas escaramuzas contra las tropas del Guomindang en una estrecha franja de territorio, nunca alejada más de ochenta kilómetros del río, donde consiguieron recaudar trescientos mil dólares de plata a través de las expropiaciones a los terratenientes, y reunieron a ocho mil hombres, la mitad de ellos campesinos reclutados en los pueblos de Shanxi y, el resto, prisioneros de guerra. Ello supuso que Mao pudiese contar con unos veinte mil hombres, un número similar al de hacía un año, pero todavía mucho menor del que era necesario para conseguir mantener unidos a los líderes comunistas. Lo irónico de la situación del Partido Comunista Chino durante la primavera y el verano de 1936 era que, incluso cuando se había obtenido un frente unido con el ejército del noreste del Joven Mariscal, sus propias fuerzas continuaban irrevocablemente divididas. Zhang Guotao continuaba en Sichuan y el grueso del Ejército Rojo permanecía allí con él.

Pero también con referencia a esta cuestión asomaban algunos indicios de cambio. Durante las primeras semanas después de la separación, Zhang había orquestado una serie de conferencias políticas del Cuarto Ejército, en las que había «expulsado» a Mao, Zhou Enlai, Bo Gu y Zhang Wentian del partido y elegido un nuevo Comité Central y un Politburó del que el mismo Zhang era el secretario general. Se envió un mensaje a Wayaobu ordenando a los dirigentes acuartelados en Shaanxi que dejasen de usar el «falso título» de central del partido y se refiriesen en el futuro a ellos mismos como la Oficina Norte del Partido Comunista Chino.[97]

Mao, en cambio, actuó con gran prudencia. En Ejie, el día siguiente de la escisión, se opuso a los que clamaban por la expulsión de Zhang.[98] A pesar de que se aprobó una resolución, denunciando a Zhang por el «crimen de dividir el Ejército Rojo» y defender el «oportunismo derechista y [las] tendencias terratenientes», ésta no fue publicada. Cuando la Larga Marcha llegó a su fin, y Mao consolidó su propia posición, lo hizo como presidente de la Comisión Militar de la Oficina del Noroeste (y, simultáneamente, secretario del Comité Central para los asuntos militares), con Zhou y Wang Jiaxiang como lugartenientes, no propiamente como presidente de la Comisión.[99] Incluso después del anuncio de que Zhang había establecido un liderazgo rival, Mao no tomó medida alguna hasta pasado un mes. Sólo en febrero de 1936, cuando era evidente que Zhang no se retractaría, autorizó la difusión de la resolución de Ejie, dando carácter oficial a la escisión.[100]

En aquel entonces la estrella de Zhang ya había comenzado a declinar. La campaña sur del Cuarto Ejército se había mostrado inicialmente muy exitosa. Pero durante el invierno las fuerzas de Chiang Kai-shek contraatacaron y la marea comenzó a cambiar. Mientras Mao se encontraba ausente en su «expedición oriental», Zhang sufrió dos devastadoras derrotas. El Cuarto Ejército fue obligado a retroceder desde la fértil planicie de Chengdu hacia las yermas y aisladas regiones fronterizas del Tíbet.[101]

En mayo, cuando Mao volvió a Wayaobu, hizo nuevos esfuerzos para recuperar el ejército errante, con la promesa de olvidar el pasado sólo si Zhang y sus hombres retornaban para unirse a ellos en el norte. «Entre tú, camarada Guotao, y nosotros, tus hermanos, no hay diferencias políticas ni estratégicas», declaraba un conciliador telegrama del Politburó. «No hay ninguna necesidad de discutir sobre el pasado. Nuestro único deber ahora es … unirnos contra Chiang Kai-shek y Japón»[102].

Poco después, el Segundo Ejército del Frente, formado por unidades de Ren Bishi y Helong que habían llegado fusionadas hacía un año a Hunan occidental, se unió a las tropas de Zhang. En consecuencia, se incrementó la capacidad militar de Zhang, al tiempo que se disolvía su autoridad política. Gradualmente, la presión de avanzar hacia el norte se hacía cada vez mayor. A principios de julio, la nueva fuerza combinada partió a regañadientes a través de los pastos, hollando el mismo camino hacia Shaanxi que un año antes había seguido el Primer Ejército de Mao, con una cifra igualmente escalofriante de bajas.

Allí fueron al fin divisados, en octubre de 1936, por tropas del Primer Ejército, bajo las órdenes de Peng Dehuai, que habían penetrado en Gansu hasta llegar cerca de un enclave tan lejano como Lanzhou. Pero el juego mortal todavía no había acabado. El cuerpo principal del Cuarto Ejército, más de veinte mil hombres, quedó embarrancado en la orilla occidental del río Amarillo, y un ejército del Guomindang que había tomado los puntos por los que se podía vadear el río les cortaba el paso. Zhang, en su función de comisario político general, ordenó partir hacia el oeste en una marcha suicida a través del corredor de Gansu, donde la caballería musulmana los destruyó por completo. Un año después, los exhaustos supervivientes de aquella carnicería regresaban a Shaanxi. El grupo principal, encabezado por Li Xiannian, lo formaban sólo cuatrocientos hombres.[103]

Un mes después de la funesta orden de Zhang, el 6 de diciembre de 1936, él y Zhu De se unieron a Mao y al resto de líderes en los cuarteles del Politburó en el norte de Shaanxi en una celebración triunfal de la recuperación de la unidad.[104] Al día siguiente Mao fue nombrado presidente de la Comisión Militar, con Zhang y Zhou Enlai como sus lugartenientes.

Aquella mise-en-scène fue fingida. El desafío de Zhang a Mao había llegado a su fin. Al igual que su carrera política. Durante el año anterior, desde la reunión en Wayaobu, Mao había tenido la última palabra en el Politburó. Ahora gozaba también del control último de todos los cuarenta mil hombres que formaban el Ejército Rojo después de la gran migración desde el sur hasta el norte de China. La destrucción de la flor y nata del Cuarto Ejército en el corredor de Gansu apresuró el fallecimiento político de Zhang. Pero él estaba acabado de todos modos. Quince meses antes, en Maoergai, Mao ya había advertido que, en su momento, a Zhang se le exigiría responder por todos los errores que había cometido.[105]

Al tiempo que se desarrollaba con incertidumbre la larga lucha con Zhang Guotao, Mao andaba al acecho de una presa aún mayor. A principios de marzo de 1936, algunos días después de que Zhang Xueliang aceptase la tregua, el Politburó autorizó el establecimiento de negociaciones de paz con el gobierno de Nanjing.[106]

El propósito, en aquellas circunstancias, no era intentar ganarse a Chiang Kai-shek. Éste continuaba siendo la personificación de la contrarrevolución, el «traidor y [el] colaboracionista», que debía ser combatido con la misma ferocidad con que tenían que enfrentarse a Japón.[107] Una directriz interna del partido afirmaba con rotundidad: «Todo el mundo quiere ver fallecer al traidor Chiang de una muerte horrible».[108] Los objetivos de las propuestas comunistas eran más bien acabar de raíz con la política de Chiang de «pacificación interna primero, resistencia ante Japón después»; fortalecer la influencia de la facción antijaponesa del Guomindang, encabezada por el cuñado de Chiang, el antiguo ministro de Hacienda, T. V. Soong; y en último lugar, pero no menos importante, satisfacer las demandas de Moscú de que no se dejase una sola piedra sin remover en la búsqueda de aliados para el frente unido. Rusia había restablecido relaciones diplomáticas con la China nacionalista en 1933. A medida que el Eje anti-Comintern se fortalecía, los intereses nacionales rusos —distintos de los intereses del aliado de Rusia, el Partido Comunista Chino— hacía de Chiang un cómplice potencial cuyos ejércitos, en una futura guerra, no podían ser ignorados.

Las propuestas fueron una ingeniosa mezcla de objetividad y desafío.[109] Reclamaron un final inmediato a la guerra civil, el establecimiento de un gobierno de defensa nacional, el envío de un ejército conjunto contra Japón, la libre circulación del Ejército Rojo para luchar contra los japoneses en Hebei, la restauración de las libertades políticas, y el inicio de las reformas internas.

Mao había calculado que los comunistas no tenían nada que perder. Si las negociaciones progresaban, se haría más profunda la ruptura en el seno del Guomindang entre las facciones a favor y en contra de Japón. Si se venían abajo, se convertirían en hechos de dominio público, lo que mejoraría la reputación de los comunistas entre una opinión pública urbana cada vez más enfurecida por la política de pacificación de Chiang.[110] Por toda China, en 1936, el odio hacia Japón estallaba fuera de todo control.[111] En las provincias, la muchedumbre encolerizada linchaba a los viajeros japoneses. Durante meses los dos países estuvieron al borde de la guerra. Decenas de miles de estudiantes, con el apoyo secreto de los comunistas, preparaban manifestaciones antijaponesas. Y los intelectuales se unían en tropel a las asociaciones de salvación nacional.

Pero las negociaciones no se paralizaron. En verano se había conseguido organizar un desconcertante conjunto de mecanismos de negociación secreta a través de canales ocultos. Durante el mes de agosto, los diplomáticos nacionalistas mantuvieron discretas reuniones con Wang Ming en la misión del Partido Comunista Chino en el Comintern.[112] En Nanjing, un enviado comunista ataviado como un monje contactó con Chen Lifu, uno de los hombres más poderosos del Guomindang, sólo por debajo del mismo Chiang. Mao envió después otro emisario más veterano para entrevistarse con Chen en Nanjing y Shanghai. Ambos bandos discutían la posibilidad de que los dirigentes del Guomindang se reuniesen con Zhou Enlai en Hong Kong o Cantón.[113]

A medida que las negociaciones progresaban, la actitud de Mao hacia Chiang Kai-shek, y hacia las consecuencias ulteriores de la agresión japonesa, experimentó un cambio paulatino. En abril de 1936 llegó a la conclusión de que el viejo eslogan de fan ri tao Jiang, «Resistir ante Japón, oponerse a Chiang», era contraproducente. «Nuestra posición consiste en oponernos a Japón y detener la guerra civil», explicó a Zhang Wentian. «Oponerse a Chiang Kai-shek es algo secundario»[114] Un mes después se cuestionaba en voz alta si tenía algún sentido considerar como un bloque único a todas las potencias imperialistas, cuando era evidente que existían cada vez más tensiones entre Japón, por un lado, y Gran Bretaña y Estados Unidos por el otro.[115].

Aquello motivó la decisión de autorizar la visita de Edgar Snow a la zona base para hacer publicidad de la causa comunista en Occidente. El Ejército Rojo abandonó Wayaobu en el mes de junio, y el Politburó desplazó sus cuarteles hasta Bao’an, una sede de distrito aún más pobre y remota en el corazón mismo de las tierras de loess, donde los dirigentes vivían en cuevas, excavadas en un precipicio de erosionada piedra arenisca rojiza que dominaba sobre un fangoso río.[116] Allí fue donde el día 16 de julio Mao, en una profética entrevista, le dijo a Snow:

Los que creen que sacrificando aún más la soberanía china … podrán detener el avance de Japón, simplemente dan rienda suelta a un sueño utópico … La armada japonesa pretende bloquear el mar de China, y ocupar las Filipinas, Siam, Indochina, Malasia y las Indias Orientales Holandesas. En caso de guerra, Japón convertirá estos enclaves en sus bases estratégicas … [Pero] China es una nación muy grande y no se puede decir que se la ha conquistado hasta que el último palmo de su territorio está bajo la espada del invasor. Si Japón consiguiese ocupar una gran parte de China, tomando posesión de un área que albergase hasta cien, o incluso doscientos millones de personas, nuestra derrota todavía estaría muy lejos … Las grandes reservas de material humano del pueblo revolucionario chino continuarán enviando hombres, dispuestos a luchar por su libertad, hacia el frente, hasta mucho después de que la marejada de imperialismo japonés haya naufragado en los ocultos arrecifes de la resistencia china.[117]

A lo largo del verano y el otoño de 1936, el Partido Comunista Chino multiplicó sus súplicas, públicas y privadas, al Guomindang y sus dirigentes para firmar una tregua y unir sus fuerzas contra Japón.[118] En agosto, con el estímulo del Comintern, Mao propuso que el frente unido del Partido Comunista Chino y el Guomindang que había existido en los años veinte fuera restaurado, y que se fundase una «República Democrática Unida China» que incorporase las regiones rojas, sujetas al mismo sistema parlamentario que el resto del país.[119] «Para un pueblo privado de su libertad nacional», explicó a Snow, «el objetivo revolucionario no es el socialismo inmediato, sino la lucha por la independencia. No podemos siquiera dialogar sobre comunismo si no tenemos un país donde ponerlo en práctica»[120] Mao estuvo de acuerdo en cambiar el nombre del Ejército Rojo, para incorporarlo formalmente como parte de las fuerzas armadas nacionalistas, bajo dirección nominal nacionalista. Mientras se conservase el control real del partido sobre las tropas y el territorio comunistas, casi cualquier concesión era posible.[121].

El optimismo de Mao resultó estar finalmente fuera de lugar. En una reunión secreta celebrada el mes de noviembre en Shanghai, Chen Lifu aumentó la apuesta.[122] Debía existir un límite en el número de tropas comunistas, dijo. Inicialmente propuso que fuesen tres mil hombres; después treinta mil. Más allá de esa cifra no aceptaría negociar.

Los motivos se hicieron rápidamente evidentes. Chiang estaba convencido de que un último golpe le libraría de los comunistas de una vez por todas. El 4 de diciembre se cortó el tráfico en la autovía que conducía hasta el custodiado aeródromo de Xi’an, y la policía acordonó el arcén.[123] El generalísimo llegaba para ultimar los preparativos de lo que debía ser la sexta y última campaña de asedio comunista. Durante los tres meses anteriores, Zhang Xueliang le había implorado que pusiese fin a la guerra civil y permitiese que el ejército del noreste se enfrentase a Japón. Pero a Zhang se le impuso un ultimátum: luchar contra los rojos, o enfrentarse a un traslado inmediato hasta el sur.[124]

Los acontecimientos se sucedieron entonces con sorprendente rapidez.

El martes 8 de diciembre el ministro de la guerra japonés advirtió que a menos que China fuese más complaciente, sería inevitable un nuevo conflicto. Al día siguiente miles de estudiantes desfilaron como protesta en Lintong, un complejo de aguas termales cercano a Xi’an donde Chiang había fijado su cuartel general.[125] La policía abrió fuego y algunos jóvenes resultaron heridos. El jueves, día 10, Mao telegrafió a Zhang explicándole que las negociaciones con los nacionalistas se habían visto truncadas a causa de las «excesivas demandas» de Chiang.[126] Veinticuatro horas más tarde, el secretario de Mao, Ye Zilong, recibía la respuesta de Zhang. Era bastante breve, recordaba, pero cuando la descodificó apareció una frase, en chino clásico, que contenía dos caracteres cuyo significado ni él ni nadie del secretariado pudieron descifrar. Lo llevó hasta Mao, que lo miró ávidamente y sonrió. «Las buenas noticias no tardarán en llegar», recordaba Ye que fueron las palabras de Mao.[127]

Otto Braun, que vivía cerca, se levantó la mañana siguiente para descubrir que Bao’an se encontraba presa de la emoción.[128] El teléfono de campo, que unía el despacho de Mao con el Politburó y la Comisión Militar, sonaba sin cesar. Mao en persona, que normalmente trabajaba de noche y dormía hasta el mediodía, estaba ya en pie. Un guardaespaldas le dio la noticia a Braun, la increíble y sensacional noticia que inundaba todo Bao’an como un fuego descontrolado: Chiang Kai-shek había sido arrestado poco antes del amanecer y permanecía en el cuartel general del ejército del noreste en Xi’an a las órdenes de Zhang Xueliang.

Los acontecimientos, tal como fueron reconstruidos gradualmente pieza a pieza durante las horas que siguieron, sucedieron del siguiente modo. El viernes por la noche, después de despachar el misterioso telegrama secreto a Mao, Zhang había convocado una reunión de una decena de veteranos comandantes. Les ordenó arrestar al estado mayor de Chiang, tomar la oficina del gobernador, desarmar a la policía y a las Camisas Azules, la fuerza paramilitar del Guomindang, y asumir el control del aeropuerto. El jefe del cuerpo de seguridad personal de Zhang, un capitán de veintiséis años, partió con doscientos hombres hacia Lintong, donde, a las cinco de la madrugada, dirigió el asalto al cuartel de Chiang. Los guardias del Generalísimo resistieron lo suficiente para que éste escapase hacia la rocosa colina, cubierta de nieve, que había junto al complejo. Dos horas después fue descubierto en una estrecha caverna, tiritando de frío, ataviado con una larga camisa, y apenas capaz de pronunciar palabra, habiendo olvidado en la huida, atenazado por el pánico, su dentadura postiza. Desde este escondrijo tan poco decoroso, fue cargado a espaldas del joven capitán y conducido hacia la ciudad, donde Zhang Xueliang se excusó profusamente por el trato que se le había dispensado, garantizándole su seguridad personal, tras lo cual reiteró la exigencia que había estado repitiendo desde el verano: que Chiang cambiase su política y se opusiese a Japón.[129]

Los comunistas, dirigentes y soldados por igual, recibieron las noticias extasiados. Aquella tarde, en una reunión masiva, Mao, Zhu De y Zhou Enlai pidieron que se le llevase a juicio. «[Era] el momento de ponerse en pie y aplaudir», escribió tiempo después Zhang Guotao. «Parecía que todos nuestros problemas podrían resolverse en cualquier momento»[130].

A la mañana siguiente, en una reunión del Politburó, Zhu De, Zhang Guotao y la mayor parte de la cúpula argumentó que el cautivo Generalísimo merecía la muerte. No sólo había instigado una atroz guerra civil y colaborado traicioneramente con Japón en una vergonzosa política de pacificación, sino que unos pocos días antes había rechazado las propuestas comunistas de llegar a un entendimiento, prefiriendo continuar la «supresión de bandidos» a iniciar la resistencia nacional.[131] En su resumen final, Mao declaró que el procedimiento más adecuado era que Chiang fuese expuesto ante «el juicio del pueblo», para que sus crímenes pudieran ser públicamente exhibidos.[132] Simultáneamente era necesario dedicar arduos esfuerzos a conseguir el apoyo del ala izquierda y la facción centrista del gobierno de Nanjing, para construir un frente unido nacional antijaponés, al tiempo que debían guardarse de las acciones del ala derecha del Guomindang para acabar violentamente con el motín de Xi’an.

La posición del partido fue transmitida aquel mismo fin de semana a Zhang Xueliang en una serie de telegramas en los que Mao y Zhou Enlai destacaron la solidaridad del Ejército Rojo con las acciones del Joven Mariscal y su determinación de hacer del noroeste la base principal para una futura guerra contra Japón.[133]

Sin embargo, casi al mismo tiempo, los proyectos del Partido Comunista Chino comenzaron a deshilacharse. Zhang dejó bien claro que su objetivo no era castigar a Chiang Kai-shek sino, como indicó en un «telegrama a la nación», dirigido al gobierno de Nanjing la mañana del golpe, obligarle a «enmendar los errores del pasado».

Desde la pérdida de las provincias nororientales, hace cinco años, nuestra soberanía nacional se ha visto constantemente debilitada y nuestro territorio ha menguado día a día. Hemos sufrido humillaciones nacionales [una] y otra vez … No hay un solo ciudadano que, como consecuencia de todo ello, no sienta una profunda pena en el corazón … El generalísimo Chiang Kai-shek, rodeado de un grupo de consejeros incapaces, ha perdido merecidamente el apoyo de las masas de nuestro pueblo. Es completamente culpable por el daño que sus decisiones políticas han causado al país. Nosotros, Zhang Xueliang, y los demás abajo firmantes, le habíamos avisado con lágrimas en los ojos advirtiéndole que tomase otro camino. Pero fuimos repetidamente rechazados y censurados. No hace mucho los estudiantes de Xi’an se manifestaron [en favor del] movimiento de Salvación Nacional, pero el general Chiang envió la policía para asesinar a esos jóvenes patriotas. ¿Cómo podría alguien con conciencia humana tolerar semejante acción? … De modo que hemos ofrecido nuestro último consejo al mariscal Chiang, al tiempo que garantizamos su seguridad, para estimular su despertar.[134]

Ello implicaba que una vez que el Generalísimo hubiese aceptado las demandas de los amotinados, que a su vez no eran más que un eco de lo que los comunistas habían estado reclamando —a saber, que el gobierno debía ampliarse para incluir a los representantes de todos los partidos patrióticos, la guerra civil debía llegar a su fin, se debían restaurar las libertades políticas, y la política futura debía partir de la «salvación nacional» (o sea, la resistencia contra Japón)—, él podría continuar siendo el líder de China.

En Nanjing, mientras tanto, su detención había desencadenado una furiosa lucha entre sus seguidores, por una parte, dirigidos por su temible esposa, Soong Mei-ling, que exigía un desenlace pacífico, y, por otra, una alianza poco definida de los dirigentes projaponeses y del ala derecha, encabezados por el ministro de la Guerra, He Yingqing, que pretendía iniciar una serie de bombardeos contra Xi’an, además de una expedición punitiva a gran escala. Soong Mei-ling consiguió hacer prevalecer su criterio tras muchas dificultades, pero era evidente que si los esfuerzos por la paz se obstaculizaban se desataría a continuación una ofensiva militar.

De este modo, cuando Zhou Enlai llegó a Xi’an, el 17 de diciembre —después de un agotador viaje a lomos de una mula desde Bao’an, seguido de una larga espera en Yan’an, mientras Zhang enviaba un avión para recogerle—, la situación ya había cambiado.[135] El equilibrio de fuerzas en Nanjing se estaba decantando hacia una dirección menos favorable de lo que los dirigentes del Partido Comunista Chino habían planeado. La idea de llevar a Chiang a juicio comenzaba a considerarse mucho menos atractiva.[136]

En ese momento Stalin intervino, de un modo tan ocasional y chovinista, tan despectivo ante los intereses comunistas chinos, que Mao se quedó sin habla por el enojo.[137]

Lejos de ser un «acontecimiento revolucionario», afirmaba el líder soviético, el motín de Zhang era «un nuevo complot japonés … [cuyo] propósito es obstruir el camino hacia la unificación de China y sabotear la emergencia del movimiento antijaponés». Aquello era, según parecía, una afirmación tan absurda que incluso en el seno del Guomindang se la consideró ridícula. En un telegrama, que probablemente llegó a Bao’an al mismo tiempo que Zhou llegaba a Xi’an, el secretario general del Comintern, Georgy Dimitrov, explicó que el significado de aquellas palabras era que la acción de Zhang iba «objetivamente en detrimento» de la solidaridad antijaponesa, y recomendaba que el partido chino «intentase resolver pacíficamente el incidente». La razón real, según trascendió tiempo después, era que en noviembre, sin que Mao lo supiese, Stalin había decidido realizar un esfuerzo renovado para inscribir al gobierno nacionalista entre sus aliados, intentando contrarrestar el pacto anti-Comintern que acababan de establecer Japón y Alemania, y se habían iniciado conversaciones secretas en Moscú sobre un tratado chino-soviético de seguridad. El arresto de Chiang dejaba estas negociaciones en suspenso. Para Stalin, los intereses del Partido Comunista Chino eran irrelevantes: no se podía permitir que nada obstaculizase el camino de los intereses nacionales predominantes de la primera potencia socialista del mundo.[138]

Las fricciones entre Moscú y el Partido Comunista Chino no eran de ningún modo nuevas. Pero en el pasado, la cuestión de la culpa había quedado siempre oscurecida. ¿Quién podía decir con certeza si Moscú se había equivocado o si los diferentes dirigentes chinos habían malinterpretado la línea moscovita?

La ukase de Stalin de diciembre de 1936 fue diferente. El mito de la infalibilidad soviética y la camaradería quedó definitivamente hecho añicos. Su intervención fue de lo más irritante porque, al fin y al cabo, no comportó ningún cambio. El Partido Comunista Chino ya había aceptado que, dada la postura de Zhang Xueliang y los acontecimientos de Nanjing, no había más opción que procurar encontrar un desenlace pacífico.[139] El único efecto que tuvo la orden de Stalin fue la desestabilización de la posición de Mao, destruyendo la credibilidad que los comunistas se habían ganado a los ojos de Zhang Xueliang y, en teoría al menos, acabando con casi todos los alicientes para Chiang Kai-shek de llegar a un acuerdo.

Para entonces, no obstante, los acontecimientos habían tomado un impulso propio. El Generalísimo cedió a la posibilidad de una mediación.[140] Soong Mei-ling llegó el día 22 y, junto a su hermano, T. V. Soong, mantuvo negociaciones con Zhang y Zhou Enlai. Acabaron tan repentinamente como habían comenzado. El día de Navidad Chiang voló hasta Nanjing. El Joven Mariscal, para mostrar su lealtad, le acompañó.[141]

¿Qué había ocurrido en el interior de las selladas puertas del cautiverio del Generalísimo? Ni más ni menos lo que parecía a simple vista.

En sus posteriores declaraciones públicas, Chiang afirmó que se había negado invariablemente a aceptar cualquier tipo de negociación política ni había firmado nada.[142] Técnicamente era cierto. Zhou Enlai explicó a Mao que las negociaciones se habían mantenido directamente con los Soong, y sólo cuando ellos alcanzaron un acuerdo sobre las principales demandas de Zhang Xueliang le dio el Generalísimo garantías de que se atendría a lo acordado.[143] La opinión de Mao era que Chiang permaneció «ambiguo y evasivo»,[144] y que no había modo alguno de saber si haría honores a un acuerdo que después negaba haber asumido, y que, aunque lo admitiese, había sido obtenido bajo coacción.

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