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JAMES HILTON

 

 

 

MANHATTAN

 

 

 

UN CASO DEL DETECTIVE

BOB CONWAY

 

# 1

 

© James Hilton 2007

 

© International Books Factory Corporation 2007

 

©International Books Factory Europe Ltd. 2015

 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

 

 

 

A mis compañeros del "New York Chronicle" por haberme brindado su amistad durante todos estos años. Y por los magníficos cocktails que nos hemos bebido.

 

 

 

“Una mentira es como una bola de nieve. Cuanto más rueda, más grande se vuelve”.

Martín Lutero (1483-1546)

 

 

Todo lo narrado en esta novela está basado en hechos reales. Por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas. Por respeto a los muertos se ha contado todo tal y como sucedió.

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

 

 

 

 

Jamás se lo pudo esperar.

La cogió completamente desprevenida.

Nunca sospechó que pudiera morir así. Su vida había sido completamente normal. Una familia normal. Un trabajo normal. Un matrimonio normal. Una salud normal. Todo había sido asquerosa y aburridamente normal. ¿Y ahora esto? ¿Terminar así?

Pensó durante unas milésimas de segundo si todo aquello era una broma. Una broma pesada. Una de esas estúpidas bromas que a veces te gasta la vida. Pero no. No era una broma. Sus ojos no pestañeaban ni un segundo en aquella mirada gélida que nunca había podido observar hasta ese momento. Su cara rezumaba odio por todos y cada uno de los poros de su piel. Si. La iba a matar.

"¿Cómo quieres el café?" había preguntado justo antes de volverse hacia la puerta de la cocina. Y fue en ese momento cuando vio el arma dirigida directamente a su cabeza.

Pensó en coger el cuchillo que tenía a poco más de un metro sobre la tabla de cortar. Tal vez en un movimiento rápido lo conseguiría. También consideró gritar pidiendo ayuda. Posiblemente algún vecino escucharía algo y acudiría en su ayuda. Con suerte se asustaría y saldría huyendo dándose cuenta de que aquello era una completa estupidez.

Pero no le dio tiempo a tomar una decisión. "¡¡Te odio!!", escuchó a voz en grito. "¡¡Te he odiado toda mi vida!!". Fueron las últimas palabras que escuchó. Un segundo después estaba muerta.

 

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

 

JACK DANIEL'S

1

 

 

 

 

 

Di un bote tremendo en la cama y busqué el teléfono móvil entre las sabanas. Miré la pantalla aún completamente dormido. "Me cago en su puta madre", pensé.

—¿Jefe, estás durmiendo?—escuché al otro lado del teléfono—.

—No, estaba haciéndome una paja—contesté mas cabreado que una mona—. Siempre me masturbo puntualmente a las cuatro y veinte de la mañana.

—Perdona hombre, no sabía si llamarte ahora o esperar a que abrieras el ojo…

—La próxima vez no tengas dudas, directamente no me llames. ¿Qué coño quieres? ¿Se te ha olvidado que no empiezo a trabajar hasta el lunes?

—Jefe, me temo que se te han acabado las vacaciones…

—¡No me jodas! ¿Y Florrick?

—Su mujer ha dado a luz esta noche y está en el hospital. Nos dijo que si había algo te llamáramos a ti, que volvías ayer de viaje.

—Valiente cabrón. No entiendo la manía que le ha dado a la gente con tener niños, con todos los que hay en África pasando hambre. ¿Qué cojones pasa?

—Ha habido un asesinato esta noche en Bergen County.

—Puto Brooklyn. ¿Y no podemos esperar hasta mañana?

—Es una familia de pasta. Nos han llamado del juzgado de guardia, que fuéramos para allá inmediatamente, deben tener algún contacto, ya sabes…

—Si, ya se, lo de siempre. Ok, pásame la dirección por Whatsapp, nos vemos allí en una hora.

—Ok jefe. ¿Qué tal las vacaciones?

—Vete a la mierda Alex. De verdad, vete a la mierda…

—Ok, jefe, ok…

—¿Y tú no te vas de vacaciones?

—En septiembre, jefe, como los ricos. Nueva York en Agosto es el puto paraíso. Ni un atasco y todo lleno de extranjeras buenorras. Ayer sin ir más lejos…

Colgué el teléfono y salté de la cama camino de la ducha, las andanzas amorosas de Alex me interesaban tanto como el último disco de Madonna. Abrí el grifo del agua fría y la dejé correr por mi cuerpo hasta que me desperté casi por completo. Salí del baño directo a la cocina y preparé un par de cafés bien cargados para acabar de espabilarme mientras mi gata Miranda me observaba con curiosidad con cara de andar preguntándose qué coño hacía yo levantado a aquellas intempestivas horas de la madrugada. Comenzó a restregarse contra mi pierna seductoramente y comprendí rápidamente el mensaje. Abrí una lata de "Gourmet Gold" en su dudosa especialidad de mousse de pavo que en realidad debía de estar hecho con rata muerta triturada y le puse un par de cucharadas en su plato, que empezó a devorar inmediatamente con el mismo placer que si le hubiera servido un medallón de bogavante en salsa bearnesa.

—Te quiero gata loca. Te quiero mucho.

La casa estaba a parir. Habíamos llegado de viaje la tarde anterior y aun estaban tiradas por el salón las mochilas a medio deshacer y un par de kilos de ropa sucia. Salté como pude entre todo aquello y me dirigí al vestidor. Eché un vistazo al armario y busqué una camiseta adecuada para mi inesperada reincorporación a la vida laboral. Opté por la de Tyrion Lannister, mi personaje preferido de "Juego de Tronos". Pillé unos vaqueros viejos y completé mi vestuario con unas Converse rojas que estaban para tirarlas. Era mi forma de protestar por haberme sacado de la cama a mitad de la noche en mi último día de vacaciones.

Cogí mi placa y la Glock 37 y comprobé las balas del cargador. Estaba perfecta. Fui al dormitorio para despedirme. Carrie seguía durmiendo como un tronco. "Si algún día hay un terremoto, moriremos aplastados en la cama con nuestros cuerpos destrozados por la viga maestra del edificio", pensé. Me acerqué a ella y la besé. Cogí las llaves del coche y salí por la puerta a ganarme el sueldo, mientras archivaba en mi memoria para siempre las maravillosas vacaciones que habíamos pasado juntos y cuanto amaba a aquella mujer.

Salí del portal y busqué el coche. No tardé mucho en encontrarlo, las calles del Village estaban completamente vacías. Cinco de la mañana. Domingo. Agosto. Tres buenas razones para estar durmiendo o a muchos kilómetros de Manhattan disfrutando del fantástico verano. A pesar de la temprana hora, el calor apretaba de lo lindo y debíamos de andar ya por encima de los veinte grados. Conclusión: nos esperaba un calor de tres pares de cojones a lo largo del día.

Abrí la puerta del Jeep Wrangler del que todavía me quedaban cuatro años por pagar y arranqué el motor. Encendí un cigarro, puse en el MP3 el "Back in Black" de los AC/DC a toda pastilla y enfilé Broadway hacia arriba en dirección a Bergen County, mientras me cagaba cien veces en los muertos de mi compañero Florrick y en su poco afortunada idea de ser padre justo el día antes de que se acabaran mis vacaciones.

Di un par de caladas profundas a mi Camel y abrí la ventanilla para que entrara algo del aire fresco de la mañana mientras Brian Johnson atacaba "Hells Bells" y me insuflaba vida a chorros directamente en vena. Vi mi cara de sueño en el retrovisor y esbocé una sonrisa. Estaba de nuevo en marcha. Y eso me gustaba. Me gustaba ser policía de Nueva York.

 

2

 

 

 

 

 

En poco más de media hora estaba en Bergen County, una de las urbanizaciones para ricos más caras de Brooklyn. Di un par de vueltas buscando la dirección que me había facilitado Alex por Whatsapp, pero no me costó mucho encontrar el punto al que me dirigía. Al fondo de una calle pude ver una ambulancia y un furgón del departamento de atestados en el que debía de haber llegado el forense. Alex me esperaba fumando un cigarro justo delante de un cartel con letras de bronce sobre un murete de ladrillo visto que rezaba "Urbanización Mount Golf Green".

—Me alegro de verte, jefe.

—Yo no. Me habéis jodido el último día de vacaciones. Eso te va a costar un par de cervezas. Dame un abrazo anda cacho cabrón—dije mientras nos palmeábamos las espaldas — ¿Qué tal el verano por La Gran Manzana?

—Divinamente. Poco trabajo y mucha fiesta por las noches. ¿Qué tal por China?

—Muchos chinos. Venga, al lio, cuéntame que hay por aquí—dije poniéndome en marcha hacia el interior de la urbanización.

Se trataba de un conjunto de unos veinte chalets, ubicados dentro de un recinto vallado, con una reja metálica corredera para el acceso de vehículos. Junto a la misma se encontraba una garita de vigilancia, en cuya puerta se encontraba de pie el vigilante nocturno de la urbanización debidamente uniformado con una chapa rotulada con el, al parecer, equivocado nombre de "Seguridad". El pobre hombre nos miraba completamente acojonado, sabedor de que el sueñecito nocturno que se debía de haber echado mientras asesinaban a una de las vecinas le iba a salir un poco caro.

—Bue… buenas noches. Tom Gardner, vigilante nocturno de "Mount Golf Green". Si necesitan cualquier cosa no duden en…

—Tranquilo amigo—le dijo Alex—. Luego hablamos contigo un ratito, necesitamos que nos aclares unas cosas. Ven jefe, sígueme.

Los chalets eran adosados, pero no como el adosado de protección oficial de mi hermano en el Bronx, no. Eran enormes y se disponían en dos filas a ambos lados de una calle, unos diez a cada lado calculé. La construcción era de tipo inglés "high quality". Debían de valer un huevo, por encima de los dos o tres millones de pavos. En un par de casas había gente en la puerta observando con curiosidad nuestra llegada. En el resto de chalets no había ni Dios, debían estar todos de vacaciones. Alex me llevó hasta la tercera vivienda de la derecha, cuya puerta de acceso se encontraba abierta. Nada más entrar vimos a Baranski, uno de los forenses del juzgado. Estaba con un ayudante en plena faena sacando huellas.

—Coño Bob—dijo saludándome—Ya me ha dicho Alex que te hemos estropeado las vacaciones.

—No le hagas ni caso, ya sabes que es un mentiroso—dije mientras nos dábamos la mano—. Eso sí, cuando veas a Florrick dale una buena patada en los huevos de mi parte.

—Será un placer, cuenta con ello, tampoco es santo de mi devoción. ¿Te cuento lo que he visto por aquí? Aunque ya le he puesto al corriente a Alex…

—No te preocupes, ya me cuenta él ahora. Sigue con lo tuyo y luego charlamos un poco. ¿Te parece?

—Me parece. Búscame por aquí—dijo mientras volvía a poner con su trabajo con algo de desgana. Desde luego, agosto nunca ha sido un buen mes para trabajar—.

El salón respiraba dólares por cada centímetro cuadrado. No un lujo especialmente ostentoso, pero si evidente. Cuadros caros. Sofás caros. Muebles caros. Alfombras caras. Todo demasiado caro. Alex me sacó de mis pensamientos.

—Ven a la cocina jefe—dijo llamándome desde una esquina del salón con la mano—.

—¡Hostias!—exclamé al ver el panorama—.

Una mujer de poco más de sesenta años yacía en el suelo sobre un charco de sangre con la parte superior de la cabeza reventada.

—¿Queréis que nos salgamos?—dijo uno de los enfermeros de la ambulancia que encontré en la cocina observando el cadáver—.

—Si nos dais un par de minutos os lo agradecería—dije mientras contemplaba el fiambre—.

—Sin problema. Avisadnos cuando acabéis—contestó el que parecía el jefe mientras salían ambos enfermeros de la cocina—.

—Tres disparos en la cabeza—me informó Alex—. Dice Baranski que debió de morir sobre las once de la noche.

—¿Estaban los casquillos?

—Si. Balas 25 ACP. Poco más de seis milímetros. Posiblemente se usaron con una Browning pequeña.

—Pistola pequeña. Escaso retroceso. La tuvieron que disparar a muy corta distancia para volarle media cabeza. ¿Estaba la puerta forzada?

—No, ya lo he comprobado.

—¿Alguna ventana?

—Comprobado. Negativo.

—¿Han robado algo?

—Al parecer no. Al menos eso me ha dicho su hijo…

—O sea que conocía al que la disparó, no hay otra. La cogieron desprevenida. Pistola pequeña equivale a pistola escondida. Cuando menos te lo esperas…

—¡Pim, pam, pum!—dijo Alex con el índice y el pulgar extendidos en forma de L simulando una pistola.

—Eso parece. Cuéntame más cosas.

—Joanna Makenzie—dijo consultando las notas que había tomado en su iPhone—. Sesenta y cuatro años. Abogada, aunque ya estaba jubilada. Era socia de Flint, Morton & Makenzie. Casada con…

—¿El despacho de abogados?

—Correcto. El súper despacho de abogados.

—No me extraña que este forrada. Sigue…

—Casada con David Cummings. Tiene dos hijos…

—¿David Cummings, el juez del Supremo?

—Correcto jefe. El juez del Supremo. Esta arriba en el dormitorio con uno de sus hijos y un medico amigo de la familia. Al parecer le ha dado un ataque de ansiedad de la hostia.

—¿Alguna sorpresa más? ¿Ha resucitado Walt Disney? ¿Ha llegado el hombre a Marte? ¿Ha quebrado McDonald's?

—No te entiendo jefe…

—¡Pero qué cojones tienes Alex! ¡Qué cojones! ¿El hijo se llama John?

—Si. ¿Por qué lo sabes?

—¡Porque leo los periódicos, cacho cabrón!

—¡Que no te entiendo coño! Explícate jefe que me estas volviendo loco…

—John M. Cummings. ¡El Secretario de Estado de Comercio! Se han cargado a una abogada famosa casada con un juez del Supremo y madre de un Secretario de Estado y tú aquí rascándote los putos huevos. ¿Qué más tenemos? ¿Quién vive en la casa? ¿Había alguien más cuando se la cargaron?

—Eres insoportable jefe. Completamente insoportable. A ver…—dijo Alex volviendo a las notas de su teléfono—. Tiene dos hijos. El tal John que está arriba con el padre y una hija, Christine. Vive en Los Ángeles, está haciendo un Máster en U.C.L.A, y…

—¡Al grano coño!

—En la casa vive solo el matrimonio. Vivía, vamos. Ahora se queda solo el viudo con este casoplón, imagínate la papeleta…

—Alex…

—Dime jefe.

—¿Quieres que te estrangule con mis propias manos?

—Sigo—dijo rápidamente con cara de haber entendido mi mensaje—. El hijo está casado y vive en Tribeca. Al parecer el padre y el hijo se habían ido al beisbol a ver un partido de los Yankees. La madre se quedó aquí cenando con su nuera, una tal Mary Peet.

—Joder. Es la abogada especialista en divorcios más importante de Nueva York. Con este caso nos va a comer la prensa. Sigue.

—Si, aquí hay mas abogados que en un capitulo de "Ally Mc Beal". Como te cuento, las dejaron a las dos aquí cenando hasta que ellos regresaran del partido. Pero cuando volvieron la tal Mary Peet no estaba y solo encontraron en la casa a la madre reventada a tiros.

—¿Ya han localizado a la nuera?

—Al parecer no. Tiene el móvil apagado y dice el marido que no tiene ni idea de donde coño se puede haber metido. Le he visto muy preocupado.

—Ya…

—Según me ha informado John, el hijo, al padre le dio un ataque de ansiedad cuando se encontraron a la madre así—dijo señalando el cadáver—y quedó en estado de shock.

—No me extraña nada—contesté mirando el fiambre con media cabeza desparramada por el suelo—.

—Nos llamaron a nosotros y luego inmediatamente a un tal…—dijo consultando de nuevo su teléfono— Michael Porter. Doctor Porter, al parecer medico amigo de la familia. Están los tres arriba en el dormitorio como te he dicho.

Encendí un Camel y le di dos largas bocanadas de humo que bajé hasta lo más profundo de mi pecho mientras ponía en orden toda aquella información. Expulsé el humo hacia el techo como si fuera una flecha y dije:

—Alex. Lo primero que tenemos que hacer es localizar a Mary Peet, la nuera desaparecida. Que sepamos, fue la última persona que vio con vida a esta buena señora que nos mira tan raro desde el suelo.

—Si jefe, me pongo inmediatamente en marcha. Una pregunta…

Fue justo en ese momento cuando escuchamos un golpe seco y duro en la planta de arriba de la casa. Muy seco y muy duro. Al parecer, las sorpresas de la noche no habían hecho sino comenzar.

3

 

 

 

 

 

Subimos rápidamente las escaleras hasta la primera planta. Alex abrió a toda velocidad la puerta del dormitorio en el que se encontraban los familiares de la ya extinta Joanna Makenzie. El panorama que nos encontramos era dantesco. Un tipo de unos sesenta años, al que rápidamente identifiqué como el reciente viudo, recibía un masaje cardiaco tumbado en el suelo a manos de otro hombre de más o menos su misma edad, mientras un tercer espectador más joven contemplaba atónito la escena sin pronunciar palabra.

—¡¡Pero qué cojones…!!—nos gritó el médico al vernos  en la puerta desde el suelo inmerso en su urgente tarea—¡¡Salgan de aquí ahora mismo!!

Alex cerró de un portazo y los dos nos quedamos mirándonos el uno al otro con cara de estúpidos y, por qué no decirlo, completamente descolocados. Desde el interior seguíamos escuchando gritos desesperados.

—¡¡David!! ¡¡David!! ¡¡Vuelve, coño!! ¡¡Vuelve!!

—¡¡Papa!! ¡¡Papa!! ¡¡Por el amor de Dios!!

Alex y yo escuchábamos atónitos el ataque de pánico de aquellos dos hombres sin saber muy bien que hacer exactamente. No nos dio mucho tiempo a seguir pensando. A los dos o tres segundos la puerta se abrió rápidamente y tras ella apareció de nuevo el médico corriendo a toda velocidad. Pasó delante de nosotros como si fuéramos una estatua de sal y se precipitó escaleras abajo mientras vociferaba bastante nervioso.

—¡¡Enfermeros!! ¡¡Enfermeros!! ¡¡Suban urgentemente!! ¡¡A este hombre le está dando un infarto¡¡

Alex y yo entramos rápidamente en la habitación a ver si podíamos hacer algo, aunque nuestra especialidad por desgracia se circunscribe más a detener a los responsables  de los muertos que a salvar a los vivos. John Cummings seguía gritando a su padre intentando reanimarle a base de voces, pero el viudo seguía inmóvil en el suelo sin reaccionar. Por fin llegaron los enfermeros. Sacaron de una pequeña maleta que les acompañaba una pequeña caja e introdujeron debajo de la lengua del infartado una pequeña píldora. A continuación comenzaron a aplicarle descargas con un pequeño desfibrilador. El silencio reinante en la habitación podía cortarse con un cuchillo bastante poco afilado y solo era interrumpido de cuando en cuando  por las voces de los enfermeros al contar los segundos que transcurrían rápidamente entre descarga y descarga.

—¡¡Uno-Dos-Tres-Cuatro-Cinco-Ya!!

Tras varias descargas los enfermeros se miraron entre sí completamente agotados, pero en su mirada pudimos observar un mínimo hilo de satisfacción. Poco después el viudo comenzó a balbucear y a mover lentamente la cabeza de un lado a otro, como un púgil de boxeo al que acaban de noquear y se descubre tirado en la lona sin saber muy bien que hace exactamente allí.

—¡¡Hay que llevar a este hombre urgentemente a un hospital!!—gritó uno de los enfermeros, al tiempo que ponían el cuerpo del enfermo en la camilla que habían subido y le aplicaban una mascarilla de oxigeno—. ¡¡Vamos, ayúdennos, abran todas las puertas de la casa!!

John Cummings salió de la habitación rápidamente y se precipitó escaleras abajo para intentar salvar la vida de su padre. Tras él salieron los enfermeros manejando la camilla a toda velocidad, siguiéndoles a escasa distancia el médico de la familia, quien insuflaba ánimos a su amigo

—¡¡Tranquilo David!! ¡¡Tranquilo!! ¡¡Vamos a salir de esta!! ¡¡Ya lo verás!! ¡¡Aguanta David!! ¡¡Prométemelo!!

Toda aquella gente salió por la puerta principal camino del hospital. La montaña rusa había finalizado. Alex y yo seguíamos en el dormitorio de aquella casa desconocida para nosotros sin mucho que hacer allí. Le ofrecí un cigarro y encendí otro para mí.

—Joder, creí que había visto ya todo en este negocio—dijo Alex dándole un par de caladas al pitillo—.

—Si, ha sido fuerte—contesté dando buena cuenta de mi Camel—. La madre que me parió, casi la palma el viejo.

—Hombre, entrar en casa y encontrarte a tu mujer con tres tiros en la cabeza, muy sano para el corazón como que no es…

—Alex, tenemos que ponernos en marcha rápidamente. Ese tío es juez del Supremo, vamos a tener a la prensa mordiéndonos los talones en menos de un par de horas. Yo voy a hablar con el forense Baranski, a ver si ha averiguado algo más y ya tiene todas las huellas. Tu ponte en marcha para encontrar a la nuera, la tal…

—Peet. Mary Peet. Ok jefe. Me voy a pasar por su casa a ver qué averiguo por allí. Si no encuentro nada me voy para la oficina y busco información de esta tía.

—Perfecto. También sería bueno que hablaras con el vigilante de la urbanización. A ver si ha visto o escuchado algo raro esta noche.

—Ahora mismo, según salga jefe.

—Confirma que no se haya quedado dormido en ningún momento. Ah, y que te facilite también un listado de la gente que ha entrado y salido de la urbanización desde ayer a eso de las diez de la noche hasta ahora.

—Cuenta con ello, luego te cuento. Solo una pregunta…

En ese momento escuchamos a nuestro forense llamarnos a voz en grito desde la planta de abajo.

—¡Bob! ¡Alex! Aquí hay una señora preguntando qué ha pasado. ¡Será mejor que bajéis y habléis vosotros con ella!

Alex y yo bajamos las escaleras despotricando sobre las vecinas cotillas, cuya insaciable curiosidad por saber lo que había sucedido esa noche en la casa no podía aguantar más. Al llegar al salón pudimos ver a una rubia despampanante de unos cuarenta años con cara de haber dormido poco, vestida con un traje de chaqueta negro de dos mil pavos que a pesar de las incipientes ojeras del cuerpo que lo soportaba le quedaba como un guante.

—¿Quién coño son ustedes? ¿Qué ha pasado aquí?—nos pregunto desafiante según nos vio la cara.

—Bob Conway, detective del Departamento de Homicidios, Policía de Nueva York. ¿Y Usted?—pregunté bastante sorprendido por las formas de aquella mujer—.

—Mi nombre… mi nombre es… Mary Peet—contestó muy descolocada—. Soy familia de los Cummings… soy… soy la mujer de John, la nuera de David y Joanna. ¿Que…? ¿Qué es lo que ha pasado aquí?

—Siéntese, por favor Señora Peet—contesté—creo que tenemos que hablar tranquilamente sobre varios  asuntos.

 

4

 

 

 

 

 

Aquel bombón se sentó desafiante en uno de los sofás del salón, luciendo las largas, bronceadas y esculturales piernas que salían de su minifalda cara, pero tal vez demasiado corta para una abogada millonaria de relumbrón. Yo tomé asiento en un sillón situado frente a ella mientras hacia una seña a Alex para que se fuera a entrevistar al vigilante. No quería que Mary Peet se sintiera intimidada ante dos policías y así íbamos ganando tiempo.

Le puse en antecedentes sobre el asesinato de su suegra y el infarto de su suegro. La tipa era fría como el hielo. Si, se mostró sorprendida. Pero la mitad de la mitad de la mitad de lo que hubiera sido lo razonable en cualquier otro ser humano con una mínima dosis de sentimientos. Putos abogados.

—¿Donde estuvo usted anoche Señora Peet?

—¿Es esto un interrogatorio formal? Le comunico a usted por si no lo sabe que soy abogada. Se perfectamente cuales son mis derechos.

—No, no lo sabía—mentí, mientras tomaba nota mental sobre aquellos sorprendentes recelos iniciales—No, no es un interrogatorio formal, tan solo le quiero hacer unas preguntas relacionadas con el asesinato de su suegra. ¿Tiene usted inconveniente en decirme donde estuvo usted anoche, Señora Peet?

—Estuve cenando aquí con Joanna. Mi suegro y mi marido se habían ido a ver un partido de los Yankees y quedamos en vernos después aquí para irnos luego juntos a nuestra casa.

—Pero...

—Pero a eso de las diez de la noche me surgió un imprevisto y me tuve que marchar.

—¿Qué tipo de imprevisto?

—Un imprevisto… de tipo profesional—contestó mínimamente dubitativa.

—Ya…—dije quedándome en silencio y mirándola fijamente forzándola a dar alguna explicación adicional—.

—¿Alguna pregunta más, Señor…?

—Conway. Bob Conway. ¿Qué imprevisto profesional exactamente?—pregunté de nuevo ignorando su cambio de tercio—.

—Sinceramente, no creo que tenga por qué darle más explicaciones Señor Conway.

—Bueno, yo creo que sí, Señora Peet. El cadáver de su suegra sigue aún caliente en esa cocina—dije señalando con el dedo una de las esquinas del salón—.

—¿Me está acusando de algo?—preguntó de nuevo desafiante—.

—En absoluto. Simplemente da la casualidad de que fue usted la última persona que la vio con vida. Entenderá que tenemos que comprobar con exactitud su explicación. No obstante, si lo prefiere, podemos acompañarla a la comisaría para hacer las cosas por el conducto oficial…

Se quedó pensativa por un momento, valorando mi propuesta. Creo que mi ofrecimiento fue efectivo.

—Recibí una llamada de un cliente. Se trataba de un tema urgente y tuve que marcharme. Eso es todo. Al finalizar la reunión me fui para casa y me acosté, dando por hecho que al poco rato llegaría mi marido.

—¿No se sorprendió al ver que avanzaba la noche y su marido no regresaba a casa?

—Tomo somníferos para dormir. Cuando me he despertado a eso de las cinco y media y he visto que no había regresado me preocupe mucho, lógicamente. He intentado localizarle por teléfono pero no contestaba. También he estado llamando aquí y sucedía lo mismo. Por eso he venido para acá inmediatamente, a ver qué estaba pasando.

—Al parecer su marido ha estado intentado localizarla en su teléfono, pero nos comentó que lo tenía usted apagado.

—Si bueno…—dijo manifestando por primera vez algo de rubor—apago el teléfono para dormir, como le he comentado tomo una medicación muy fuerte y… bueno, necesito dormir sin interrupciones, a veces los clientes te llaman a las tantas de la noche. Soy especialista en divorcios. Mitad abogada y mitad psicóloga, ya sabe…

"No. No sé nada de tu vida princesa. Y no me cuadra nada toda la batalla que me estas contando", pensé.

—Si claro, la entiendo perfectamente—mentí—. Una cosa. ¿Vio usted algo extraño por aquí ayer antes de irse? Me refiero a alguna actitud extraña por parte de la Señora Makenzie o algún comentario por su parte sobre algo que la preocupara.

—No, nada anormal en absoluto. Estuvimos cenando y viendo algo de televisión, haciendo tiempo hasta que regresaran nuestros maridos.

—¿Está usted segura?

—Completamente—contestó algo cabreada por mis dudas sobre su testimonio—. La vi completamente normal, ya se lo he dicho. ¿Alguna cosa más? Discúlpeme pero quiero ir a ver a mi marido al hospital, supongo que lo entenderá perfectamente.

—Por supuesto Señora Peet—dije levantándome del sofá dando por concluida la conversación—. Le agradezco mucho su colaboración.

—¿Sigue… sigue el cadáver en la cocina…?—preguntó ya de pie mostrando por primera vez algo de sentimientos en unos ojos incipientemente llorosos—.

—Si, todavía está trabajando el forense con el cuerpo. En un par de horas procederán a retirarlo. ¿Por qué sabe que el asesinato fue en la cocina?—pregunté con cara de tonto para ponerla a prueba—.

—Me lo ha dicho usted antes. Me dijo que aún estaba el cuerpo caliente en la cocina. ¿Está jugando conmigo detective?

—En absoluto. Sencillamente no lo recordaba—contesté disimulando todo lo bien que pude—. Disculpe las molestias Señora Peet. Seguiremos en contacto, creo que tendremos que volver a molestarla. Tramite. Papeleos. Ya sabe...

—Le agradecería que fuera lo menos posible, suelo estar bastante ocupada y no tengo mucho más que decirle sobre este terrible asunto. Adiós detective…

—Conway. Detective Bob Conway. Adiós Señora Peet. Nos veremos pronto.

Recogió su bolso y se dirigió a la puerta con paso firme. Cuando estaba a punto de franquearla y abandonar la casa le hice una última pregunta.

—Señora Peet. ¿Tiene usted licencia de armas?

La abogada tía buena de la familia frenó en seco justo en el quicio de la puerta. Se mantuvo un par de segundos parada de espaldas a mí y a continuación giró sobre sus tacones.

—Si. ¿Por qué me lo pregunta?

—Por nada en especial—contesté frio como la picha de un pez—simplemente por saberlo.

—Hace usted preguntas muy raras, detective…

—Pitt. Detective Brad Pitt, Señora Jolie—dije encendiendo un cigarro y mirándola con cara de mala hostia—.

—¿Se cree usted gracioso? Se lo digo porque no es usted nada divertido, para que no se esfuerce.

—Yo siempre me esfuerzo mucho en todo lo que hago Señora Peet. De hecho me pagan para eso. Volveré a llamarla en estos días. Prometo mejorar mis chistes—le contesté con una sonrisa más falsa que un billete del Monopoly.

Se fue sin despedirse. Tampoco me importó. Di unas cuantas caladas profundas a mi Camel mientras decidía si la noche anterior aquella mujer se había ido a follar con su amante o había estado más ocupada en asesinar a su suegra. Incluso no descarté que le hubiera dado tiempo para hacer ambas cosas. Cojones tenía de sobra.

5

 

 

 

 

 

Justo en ese momento entró de nuevo Alex en la casa. Al parecer se había cruzado por el camino con Mary Peet.

—Joder, esta buenísima, ¿no?

—Eso parece. ¿Qué te ha contado el vigilante? ¿Algo de interés?

—Poca cosa, para serte franco—dijo consultando las notas que había tomado en su iPhone—. Al parecer, la nuera salió de la urbanización pocos minutos después de las diez de la noche.

—Eso me ha dicho ella. ¿Está el vigilante seguro de la hora?

—Completamente, se lo he preguntado tres veces. Dice que lo recuerda perfectamente porque acababan de dar en la radio las noticias de las diez.

—¿Algún movimiento extraño de entrada o salida en la urbanización?

—Nada extraño. Dice que prácticamente todo el mundo está de vacaciones y hay poco movimiento.

—¿Solo salió de la urbanización ella?

—No. Después de Mary Peet, solo salió un vecino de la urbanización, un tal Alan Cooper, del chalet dieciocho, pero según el vigilante es completamente normal, por lo visto trabaja en el aeropuerto por las noches y se marcha todos los días sobre esa hora. Y ya no hubo más movimiento en toda la noche.

—¿A qué hora llegaron el marido y el hijo de la Señora Makenzie?

—Dice el vigilante que sobre las doce…

—¿Has confirmado con el vigilante que no se quedara dormido en toda la noche?

—Me ha jurado por sus hijos que no se quedó dormido en ningún momento.

—Coño, no me cuadra. Ni siquiera escuchó el disparo…

—De aquí a la garita de vigilancia hay unos ciento cincuenta metros jefe. Una pistola pequeña dentro de la casa tampoco es que organice un gran escándalo. Y si encima el tipo estaba con la radio puesta…

—Puede que tengas razón. Pero entonces, si nadie raro ha entrado en la urbanización y la única persona que salió fue el vecino habitual de todas las noches y la nuera de la asesinada, me temo que solo tenemos un sospechoso…

—Mary Peet, alias Nuera Buenorra. ¿Qué tal la entrevista con ella?

—He sacado poca cosa. Pero está claro que miente, no ha estado demasiado receptiva a contar nada, ni siquiera por que se tuvo que ir de la casa o quien la llamó. Necesito que te pongas a investigar a esa tía a toda leche Alex, creo que nos oculta algo…

—Si jefe ¿Por dónde empiezo?

—Necesitamos saber quien la llamó ayer a eso de las diez de la noche y a donde fue. Se ha negado a decírmelo. Huele a …

—¿Amante? Aprovecha que el marido está en el beisbol. Queda con el novio, echa un buen polvo y se va a casa a esperar a su amado Secretario de Estado.

—Eso mismo he pensado yo. Venga, pongámonos en marcha. Tú ocúpate de averiguar qué coño hizo ayer esta tía. Yo voy a hablar con Baranski a ver si ha visto alguna huella sospechosa o ha encontrado algo más. Luego me voy a acercar al hospital, quiero hablar con el hijo de la muerta a ver que se cuenta.

—Ok jefe, me pongo en marcha, luego hablamos y te voy contando. ¿Tienes algo que hacer esta noche?

—Tirarme con Carrie en el sofá a ver una peli y comernos tres kilos de pizza. ¿Por?

—Hago una fiesta en casa, podías pasarte, joder…

—Hostias Alex, volví ayer de viaje, me he recorrido China de arriba a abajo durante un mes con quince kilos de mochila a la espalda. Estoy muerto, créeme. Otro día ¿te importa?

—Sí, me importa. No todos los días se cumplen treinta años.

—¿Es tu cumpleaños? ¡Joder, perdona, nunca me acuerdo!—dije dándole un abrazo—. ¡Felicidades Alex! Venga cuenta conmigo, me paso luego aunque sea a tomar solo una copa. ¿A qué hora?

—¡Gracias! Me hace mucha ilusión que vengas jefe. Pásate cuando quieras, la cosa empezará a partir de las diez. Y dile a Carrie que se venga.

—No creo que se anime, hemos vuelto agotados, pero yo se lo digo.

—Dile que vendrán unas amigas mías brasileñas  que son unas leonas. Así se pica y se anima.

—Sabe que soy completamente inofensivo, le traerá absolutamente sin cuidado. Venga, al lio. Averigua que hizo ayer por la noche nuestra nuera sospechosa, quiero quitarme este caso lo antes posible y creo que la solución va por ahí. Dame luego un toque y me cuentas. Y esta noche nos vemos en tu casa, ¿ok?

—Ok jefe. Pero no te acabes rajando, que siempre me dices primero que sí y luego te acabas desinflando y me dejas colgado con las copas.

—Que no coño. Confía en mí.

Me gustaba trabajar con aquel tipo. Había llegado a mi departamento recién salido de la Academia de Policía, cuando todos pensamos que con nuestro trabajo vamos a luchar por la justicia, sin ser en absoluto conscientes de que todo el sistema está podrido de arriba abajo y somos instrumentos al servicio del político de turno, que nos utiliza a su antojo para conseguir sus oscuros objetivos. Alex era una de las mejores personas que había conocido en mi vida. A aquellas alturas de mi existencia aun no sabía cuánto iba a acabar echándole de menos.

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