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Nuestro forense Baranski no me aportó tampoco información de excesivo valor. Había tomado huellas en la casa y todo quedaba ahora supeditado a la posterior identificación de las mismas, el examen de balística y a la autopsia del cadáver. Lo único significativo es que confirmaba al noventa y nueve por ciento que los disparos se habían realizado a escasa distancia, a menos de un metro de la mujer asesinada. Quedamos en hablar cuando hubiera concluido sus trabajos y le pedí que hablara con los enfermeros para saber a qué hospital se habían llevado al viudo de la extinta Señora Makenzie. Un par de minutos más tarde me dio la información y me puse en marcha hacia allá.

El Columbus Mountain Hospital se encontraba a unos cinco kilómetros de allí y tardé poco más de diez minutos en llegar a mi destino. Me dirigí directamente a Urgencias y no me costó mucho encontrar a John Cummings, el hijo de la fallecida y a la sazón Secretario de Comercio del Estado de Nueva York. Estaba sentado en unas sillas de espera acompañado por su sospechosa esposa y por el médico que había visto en la casa atendiendo a su padre. El tipo parecía agotado. Sabía que era un momento difícil para aquel hombre, pero las primeras horas tras un asesinato suelen ser cruciales en la investigación y necesitaba interrogar a aquel hombre, no había otra opción.

—Señor Cummings, siento molestarle en estos momentos, doy por hecho como se encuentra. Detective Conway, Brigada de Homicidios. Nos hemos visto antes en la casa de sus padres…

—Si, le recuerdo perfectamente—dijo levantándose y estrechándome la mano—. ¿Podríamos hablar en otro momento, detective? Le confieso que ahora mismo estoy bastante confuso por todo lo sucedido…

—Si claro, por supuesto, no se preocupe, lo entiendo perfectamente—dije siguiéndole el rollo—. Solo me he pasado para saber cómo se encuentra su padre, ya tendremos tiempo de hablar con más tranquilidad.

—Afortunadamente no ha sido un infarto, que es lo que pensamos en una primera instancia. Al parecer fue un ataque de ansiedad, bastante fuerte, eso sí. Está recuperándose en un box de urgencias y para mayor seguridad le van a dejar ingresado durante un par de días en observación para verificar que se encuentra completamente fuera de peligro.

—No sabe cuánto me alegro de las buenas noticias—dije mientras comprobaba como su mujer y el médico de la familia no nos quitaban la vista de encima—. ¿Me permite que le invite a un café? Me gustaría confirmar con usted algunas cuestiones…

—Bueno, preferiría que habláramos en otro momento si no tiene inconveniente. Las últimas horas han sido muy duras…

—Lo entiendo perfectamente, pero el café le vendrá bien y necesito hacerle unas preguntas sobre el asesinato de su madre—le dije mirándole fijamente a los ojos—. Creo que será más cómodo para todos que pasarse ahora por la comisaría, ¿no le parece?

—Si, tiene usted razón—contestó captando el mensaje—Tomemos ese café, creo que me vendrá bien.

Nos acercamos a una maquina del pasillo. Saqué dos cafés dobles y salimos a la calle. Le pasé su vaso, encendí un cigarro y le ofrecí uno de la cajetilla.

—Gracias, lo dejé hace tres años. Pero creo que hoy me vendrá bien—dijo cogiendo el cigarro y encendiéndolo con mi mechero—. Llevo las doce peores horas de mi vida…

—Le entiendo perfectamente—dije con sinceridad—. Todo esto ha tenido que ser terrible para usted.

—Terrible es poco. Uno lee en los periódicos y ve en la televisión horribles asesinatos, pero nunca piensas que te va a suceder a ti o alguien de tu familia.

—¿A qué hora llegaron ustedes a casa, Señor Cummings? Tengo entendido que usted y su padre habían ido al beisbol a ver un partido de los Yankees.

—Así es. Hacía mucho tiempo que no íbamos al estadio y sabía que a mi padre le haría mucha ilusión. Últimamente andaba bastante desanimado.

—¿Por alguna razón en especial?

—He intentado hablar con él mil veces, pero nunca he conseguido que me diga nada, es una persona muy hermética. Supongo que los años, el trabajo, la verdad es que no lo sé, siempre lo niega todo y me dice que está perfectamente, pero de un par de años hacia acá le he visto bastante deprimido.

—¿Tenía buena relación con su madre?

—Si, por supuesto. Bueno, me cuesta hablar en pasado, aun no lo he asimilado, pero sí, se llevaban perfectamente y pasaban mucho tiempo juntos, siempre tuvieron una magnífica relación. No creo que el problema de mi padre venga de ahí.

—Bueno, siempre existe esa posibilidad. A veces los matrimonios no son lo que parecen.

—No en este caso, créame. Como le decía, saqué unas entradas para el partido, quería que mi padre se animara un poco. Mary se quedó con mi madre, últimamente no andaba tampoco bien de salud. La idea era llevar luego a mi padre a casa de vuelta y ya irnos a nuestra casa a dormir. Pero cuando llegamos allí nos encontramos… eso…. Fue horrible…

—Lo entiendo. ¿Sobre qué hora fue exactamente? Perdone mi insistencia, es por ordenar cronológicamente los hechos.

—Llegamos a casa sobre las doce de la noche, más o menos. Estuvimos comiendo una hamburguesa después del partido en NoLiTa y después lo que tardamos desde allí hasta la casa de mis padres.

—Al parecer su mujer no estaba en casa cuando ustedes regresaron.

—Sí, desgraciadamente así fue. Al parecer la llamó un cliente a eso de las diez y tuvo que ir a reunirse con él, era algo urgente. Maldita sea la hora. Si Mary hubiera estado en casa todo esto no habría sucedido.

—¿Tenía buena relación su esposa con su madre?—disparé a bocajarro—.

—Si, por supuesto ¿Por qué me lo pregunta? No estará usted sospechando de…

—No, en absoluto, solo es una pregunta, es el procedimiento.

—Bueno, me parece un procedimiento un poco extraño…

—Le recuerdo que su esposa fue la última persona que vio con vida a la Señora Makenzie.

—Si claro, lo entiendo. Pero si lo que está insinuando…

—Relájese Señor Cummings. Yo no estoy insinuando absolutamente nada, simplemente le estoy preguntando.

—Disculpe, estoy muy nervioso—dijo apurando el cigarro antes de apagarlo en la papelera que teníamos a nuestro lado—. Mary tenía una relación extraordinaria con mi madre, para ella era como una hija más. Siempre estuvieron muy unidas.

—¿Le ha dicho su mujer exactamente donde se había metido? Al parecer estuvo usted intentando localizarla.

—No me hace falta preguntarle absolutamente nada. Mary toma pastillas para dormir, siempre le ha costado mucho conciliar el sueño. Después de tomárselas siempre apaga el móvil.

—¿Le ha facilitado el nombre del cliente que la llamó a tan avanzadas horas de la noche?

—¡Oiga Conway, ya está bien! No me gusta el cariz que está tomando esta conver…

—¡Ya le he dicho que se tranquilice amigo! Son simples cuestiones…

—No me gustaría tener que usar mis contactos para pedirle que nos deje en paz, detective—respondió amenazante—. Sinceramente creo que en estos momentos…

—Sí, tiene usted razón, discúlpeme, le entiendo perfectamente—dije pasándole mi tarjeta—. Si se acuerda de alguna información relevante no dude en contactar conmigo, por favor.

—Gracias Conway. Así lo haré.

—Una última cuestión. ¿Tenía su madre algún enemigo? ¿Sospecha de alguien? ¿Había recibido alguna amenaza de algún tipo?

—En absoluto, jamás me comentó nada, y mi padre tampoco. Mi madre siempre llevó una vida muy tranquila.

—¿Tuvo algún problema importante con algún cliente? Tengo entendido que era abogada…

—Que yo sepa no. Sinceramente, creo que alguien entró a robar pensando que la casa estaba vacía, mi madre le hizo frente y la asesinaron. No puedo imaginarme otra alternativa, créame.

—Es la hipótesis que estamos manejando, efectivamente—dije mintiendo como un bellaco—. Le agradezco mucho su ayuda Señor Cummings. Lamento haberle molestado en estos momentos tan dolorosos, espero que entienda que es nuestro trabajo.

—Lo entiendo perfectamente detective. Lo que no entiendo son sus preguntas sobre mi esposa. Mary es una mujer extraordinaria y quería a mi madre tanto o más que yo.

—No albergo la más mínima duda Señor Cummings. Insisto, gracias por su información. En unos días le llamaremos para que se pase por la comisaría y tomarle declaración. En cualquier caso le mantendré informado de cualquier novedad.

—Muchas gracias detective…

—Conway. Bob Conway. Brigada de Homicidios, ya sabe…

—Si, ya se…—dijo con cara de asco—. Espero entonces su llamada Señor Conway.

John Cummings se dio la vuelta y dirigió sus pasos hacia el hospital. Justo cuando estaba a punto de entrar fue cuando le dije:

—¡Señor Cummings! ¡Señor Cummings! ¿Podría decirle al doctor que estaba en casa con ustedes que le espero en la cafetería del hospital, por favor? Es para hacerle unas preguntas rutinarias…

El tipo se volvió y me miró de arriba abajo con bastante desprecio

—Perdone, ¿Qué parte no ha entendido de…?

—Solo será un par de minutos—contesté con una sonrisa de oreja a oreja—. Dígale que le espero allí y le invito a desayunar.

Cummings me miró con ganas de asesinarme pero se dio por vencido y entró por fin en el hospital. No parecía mal tipo. Un poco esquivo, eso sí. Y no acababa de entender exactamente por qué.

7

 

 

 

 

 

El tipo al que había conocido dando un masaje cardiaco al padre de John Cummings entró en la triste cafetería del hospital con cara de malas pulgas. El pobre hombre tenía pinta de estar completamente agotado. "Gajes del oficio", pensé.

—¿Detective Conway? Hola, encantado de saludarle—dijo disimulando— Michael Porter, médico de la familia. Me dice John que quería usted hablar conmigo.

—Gracias por su colaboración Doctor Porter. Sé que lleva usted una mala noche, pero necesitaría hacerle unas preguntas.

—No creo que pueda serle de mucha ayuda. Cuando llegué a la casa de los Cummings Joanna ya estaba muerta. Me limité a atender a David, estaba muy afectado por el asesinato de su mujer, como usted comprenderá.

—Por supuesto. ¿Le apetece desayunar algo? —dije dando buena cuenta de un par de huevos revueltos con salchichas—.

—No, se lo agradezco mucho, tengo el estomago del revés. En fin, ¿en qué puedo ayudarle?

—Veamos. ¿Sobre qué hora recibió la llamada de los Cummings pidiéndole ayuda?

—Ummm…Creo que sería sobre las doce y media de la noche más o menos. Yo ya estaba durmiendo.

—¿Conoce usted mucho a la familia? Me refiero a que si les une una relación personal mas allá de lo profesional.

—Si claro, me precio de ser uno de los mejores amigos de los Cummings. Mi mujer de hecho era la mejor amiga de Joanna, aún no sabe nada de lo sucedido, he preferido no contarle nada de momento hasta que regrese a casa…

—Me permito recomendarle que no lo deje mucho. La prensa va a tardar poco en dar la noticia, no muere asesinada la esposa de un juez del Supremo todos los días…

—Tiene usted razón—contestó el tipo mientras reflexionaba en lo que le acababa de decir—. Le confieso que no había considerado la repercusión mediática del tema, para mi Joanna era como de la familia.

—¿Hacía mucho tiempo que les conocía?

—Si claro. Hará al menos… treinta años o más. Empecé tratando a John de niño, tuvo una enfermedad bastante grave a los seis o siete años.

—¿Qué le sucedió?—pregunté mas por que se fuera soltando que por verdadero interés en la salud infantil del Secretario de Estado de Comercio—.

—Tuvo una infiltración pulmonar, puede decirse que le salvé la vida. A partir de ahí trabé una gran amistad con los Cummings, son una familia extraordinaria. Comenzamos a salir a cenar, a quedar algunos fines de semana y con el tiempo nos convertimos en una gran familia.

—¿Tiene usted conocimiento de que recibieran algún tipo de amenaza o que Joanna tuviera algún enemigo? ¿Sospecha de alguien?

—¡No, por Dios, en absoluto! Jamás tuve ninguna noticia de ese tipo. Los Cummings son una familia absolutamente normal. Si hubieran tenido cualquier problema en ese sentido yo habría sido la primera persona en saberlo, hablamos prácticamente todos los días y cenamos juntos todos los sábados. Como le dije antes mi mujer es la mejor amiga de Joanna. Si hubieran tenido cualquier tipo de problema nos lo habrían dicho.

—Entiendo. ¿Cómo era la relación de Joanna con Mary, su nuera?

—Como una madre y una hija, puedo asegurárselo. Joanna siempre hablaba maravillas de Mary. ¿Por qué me lo pregunta?

—Rutina, pura rutina. Fue la última persona que la vio viva, eso es todo.

—Mary sería incapaz de hacerle nada a Joanna, créame detective.

—Le creo, doctor Porter, le creo. ¿La relación entre Mary Peet y John, su marido, es buena? He observado un poco de resquemor por haber dejado sola a su madre—mentí para mover un poco el avispero—.

—Me sorprende lo que me dice. John confía en Mary absolutamente. Al parecer la llamó un cliente y tuvo que ausentarse, es completamente comprensible.

—Supongo que sí. ¿La relación de Joanna con su marido también era correcta? ¿Alguna desavenencia reciente entre ellos?

—En absoluto. Son un matrimonio ejemplar, detective. Me consta el profundo amor que se profesaban entre ellos. Les gustaba mucho estar juntos y, exceptuándonos a nosotros, prácticamente no tenían amigos. Eran uña y carne, créame, uno de los matrimonios más felices que he conocido.

—Al parecer Joanna Makenzie tenía últimamente algún problema de salud según me ha contado su hijo. ¿Qué le pasaba exactamente?

—Bueno, nada realmente importante…

—Necesito su ayuda, Doctor Porter. Cualquier información que nos pueda facilitar puede ser crucial para llegar hasta el asesino.

Porter se quedó pensativo, dudando si responder a mi pregunta con sinceridad o contarme cualquier patraña para salir del paso.

—Llevaba un tiempo deprimida—acabó disparando—. Intentamos ayudarla entre todos, saber que le pasaba exactamente, pero era dura de roer y nunca nos quiso contar nada. Ni a mí como su médico, ni a mi mujer como su mejor amiga. Algo le pasaba, pero le doy mi palabra de honor de que nunca supe exactamente el qué.

—¿Por eso dejó el despacho? Sabemos que era socia del prestigioso despacho de abogados Flint, Morton & Makenzie.

—A todos nos extrañó que vendiera su participación en la firma. Dijo que estaba cansada y quería dejarlo. Pero efectivamente, yo creo que lo dejó por la maldita depresión.

—Al parecer, también su marido, el juez, está deprimido…

—Si, últimamente no andaban bien de ánimos ninguno de los dos. Pero sinceramente, no creo que por desavenencias entre ellos. Agotamiento vital, diría yo. Necesitaban cambiar de aires, renovarse, se lo dije docenas de veces. El juez también quiere dejar el trabajo y retirarse. Se acababan de comprar una casa en Los Hamptons y tenían pensado irse a vivir allí en un par de años, cuando Christine, la hija pequeña, acabara los estudios. Ya no podrá ser…

—¿Cuándo cree usted que el juez estará recuperado? Obviamente necesito hablar con él sobre todo esto, pero con su estado de salud en este momento entiendo que no es aconsejable.

—No, desde luego. Esta noche quedará ingresado en observación y yo creo que en un par de días le darán el alta. Déjele tres días más de reposo, se lo ruego encarecidamente. Solo ha sido un cuadro de ansiedad, pero para serle sincero ahora me preocupa mucho como va a recuperarse de todo esto. Estaba muy unido a Joanna y le va a costar levantar cabeza. Si es que la acaba levantando, esto va a ser demasiado duro para él.

—No se preocupe, tiene mi palabra. Dejaremos pasar unos días antes de interrogarle, comprendo perfectamente la situación. ¿Quiere que le lleve a algún lado? Voy para Manhattan, le puedo dejar en el centro si lo desea.

—Se lo agradezco mucho detective, pero quiero echar un último vistazo a David y hablar con los médicos antes de irme. Luego iré a recoger mi coche a Bergen County, se quedó allí en casa de los Cummings, me vine para acá con ellos en la ambulancia.

—Sí, lo siento, no lo recordaba—dije dándole una tarjeta con mis datos—. Por favor, si recuerda cualquier cosa que pueda sernos de utilidad en la investigación no deje de llamarme. Cualquier detalle por nimio que parezca nos ayudará a detener al asesino.

—Cuente con ello detective, cuente con ello. Si me entero de algo o recuerdo cualquier cosa le llamaré de inmediato.

Acabé mi desayuno, salí de la cafetería y me dirigí al parking del hospital a recoger el coche y ponerme en marcha camino de la comisaría. Mientras conducía hacia el Puente de Brooklyn para cruzar el East River no dejé de preguntarme en todo momento por qué aquel amable doctor solo me había dicho la mitad de todo lo que sabía sobre aquella extraña familia. Con el tiempo pude averiguar la inconfesable razón de sus silencios.

8

 

 

 

 

 

—No he visto nada raro jefe. La tía tiene un expediente completamente limpio—dijo Alex—.

Mi mesa en la comisaría estaba exactamente igual que la había dejado un mes atrás antes de irme de vacaciones, pero con un dedo de polvo añadido sobre la pila de expedientes. Tal y como esperaba, ningún otro detective del departamento se había dignado a tocar ni una sola de las carpetas con los asuntos pendientes, no fuera a ser que por ósmosis con la cartulina del expediente le asignaran el caso. Para remate estaba averiado el aire acondicionado y en la oficina debíamos de estar rozando los cuarenta grados de temperatura, lo cual acababa por convertir mi primer día de trabajo en una auténtica tortura.

—Ya contaba con ello. Las chicas de buena familia siempre tienen limpio el expediente. Sabe guardar bien toda su mierda en un cajón y tirar lejos la llave.

—Mary Peet. Abogada matrimonialista. En los últimos cinco años ha declarado a Hacienda una renta media cercana a los dos millones de dólares anuales. Si ves sus clientes alucinas. Modelos, cantantes, actores, todo gente de mucha pasta. Al parecer es una fuera de serie.

—Me cuadra todo. Los tiene bien puestos.

—Es hija de otro abogado que también está forrado, Michael Peet, también experto en divorcios que ejerce en Oregón. Treinta y ocho años, no tiene hijos y casada con John Cummings desde los treinta y dos. Su expediente en el colegio de abogados está impoluto. Es socia del Brooklyn Golf Club y donante de varias asociaciones benéficas.

—Ok. ¿Tenemos alguna forma de saber quién coño la llamo ayer a eso de las diez de la noche?

—Legalmente no, al menos a corto plazo. Habría que pedir autorización al juez, ya sabes, mínimo una semana, si es que nos da el permiso, cosa difícil porque no tenemos ni una prueba en su contra.

—Ya. ¿Y tu amigo el del FBI?

—¿Matt? Hombre, si le pido el favor nos lo hará. Viene esta noche a la fiesta, por cierto, la semana pasada nos ligamos a dos italianas en un garito de Chelsea y quedó en pasarse hoy con ellas por casa.

—Inténtalo anda, tampoco le estamos pidiendo algo muy gordo.

—No. Solo que cometa un delito federal…

—No exageres joder—dije para quitarle hierro al asunto—. Simplemente que nos diga el número de teléfono desde el que recibió la llamada. Nosotros nos ocupamos del resto.

—Hecho jefe, me debe varios favores.

—También sería bueno que hablaras con todos los vecinos de la urbanización de los Cummings. Pásate casa por casa y averigua si alguien vio o escuchó algo. Me parece increíble que nadie sepa nada, ni viera nada, ni escuchara nada.

—Hay poca gente en la urbanización. Acuérdate que me dijo el vigilante que estaba prácticamente todo el mundo de vacaciones.

—Sí, pero no está de más que hablemos con los que queden allí. Ya sabes, cualquier mínimo detalle nos puede ser de mucha ayuda.

—Ok jefe, me voy para allá ahora mismo entonces, a ver qué averiguo—dijo Alex poniéndose en pie para marcharse.

—No, déjalo ya para mañana. No has pegado ojo en toda la noche. Y además hoy es tu cumpleaños y esta noche tienes fiesta. Vete a casa y descansa, mañana te pasas por allí.

—¡Joder, gracias jefe! Otro día te diría que no, pero hoy me viene de coña, tengo que preparar cosas y descansar un poco.

—Ni gracias ni hostias. Vete a descansar anda. Luego nos vemos en tu fiesta.

—Hecho. Acuérdate, a partir de las diez. No traigas nada, tendrás preparada tu botella de Jack Daniel's encima de la mesa. Sin hielo, como siempre.

—Gracias Alex, nunca fallas, eres un grande.

—Tú sí que eres grande jefe. Venga, me voy ya, que si no se me echa el tiempo encima. ¡Hasta luego!

Alex recogió sus cosas y se puso en marcha hacia las escaleras camino de su casa hasta que por fin desapareció. Eché un vistazo a la mesa y me dio una pereza acojonante comenzar a poner todo aquello en orden para empezar la temporada. Estaba decidiendo si me tomaba tres cafés para ponerme en marcha a redactar informes pendientes o dejar todo aquello como estaba hasta el día siguiente y marcharme a casa a descansar. No me dio tiempo a tomar la decisión. Alex asomó de nuevo la cabeza por la puerta de nuestro despacho y me dijo con su cara de pícaro habitual:

—Jefe…

—Dime Alex…—contesté disimulando como si no supiera lo que me iba a decir—.

—No vas a venir a la fiesta ¿verdad?

—No Alex, no voy a ir…

—Eres la hostia…

—Ya lo sé…

—Pásate joder, si lo vas a pasar fenomenal coño, mis amigos son gente muy maja y tienen todos ganas de conocerte. Llevo trabajando contigo cinco años y no te conoce nadie de mi gente. ¡Creen que estoy loco y que te he inventado, que no existes!

—Estoy agotado Alex, me apetece descansar y estar un  rato con Carrie tranquilos en casa, llevamos un mes dando tumbos durmiendo en hoteluchos y albergues de mala muerte.

—Cada vez te inventas un rollo distinto, siempre tienes una excusa para no venirte de juerga conmigo.

—Me gusta la vida tranquila Alex, Yo soy feliz así. Las fiestas me aburren. La gente me aburre. Pásatelo bien anda, ya lo celebraremos nosotros otro día de esta semana con un par de cervezas en el "Quarter's".

—Vale, como quieras. Venga, vete a casa y descansa tu también. Mañana seguimos con esto. ¡Hasta mañana jefe¡

—Hasta mañana Alex.

Sí, definitivamente decidí dejar la mesa como estaba y marcharme para casa. Quedaba mucho año por delante, ya tendría tiempo de poner toda aquella inmensa montaña de expedientes en orden. Recogí mis cosas y justo cuando estaba a punto de salir por la puerta sonó mi teléfono móvil. Miré el número en la pantalla. "¡¡No por Dios!!", pensé para mí.

—¿Conway?—escuché al otro lado de la línea.

—Fiscal Burke, me alegro de saludarle—dije intentando disimular la inquina que sentía por aquel despreciable y odioso tipo—.

—Bienvenido, ya me han dicho que estas de vuelta.

—Así es. Un par de días antes de lo previsto, al parecer Florrick no podía esperar para ser padre hasta mi vuelta de vacaciones.

—Eso he oído. ¿Cómo llevas el caso Makenzie?

—Pues hombre, considerando que el asesinato fue ayer sobre las once de la noche y que son las doce y media de la mañana, bastante bien. Creo que en cosa de diez minutos estaré en condiciones de detener al asesino y mandártelo para allá.

—Ya veo que sigues tan sarcástico como siempre. Pon ese asunto como prioritario Conway.

—Burke, acabo de regresar de vacaciones, déjame respirar un poco…

—Me dicen del departamento de prensa que el tema ya ha saltado y han recibido diez llamadas de distintos medios preguntando por el asunto. Esta tarde nos van a freír.

—Yo no sé cómo se las apañan estos cabrones de la prensa para enterarse de todo tan rápido. He dejado allí al forense hace un par de horas y todavía seguía el cadáver en la casa. A este paso nos acabaran preguntando antes de que se cometan los asesinatos a lo "Minority Report".

—Es lo que hay, el tema tiene mucho morbo. Están implicados un juez del Supremo, un Secretario de Estado y dos abogadas famosas. Las televisiones tienen carnaza para una buena temporada. Haz todo lo que puedas para quitarnos este tema de en medio cuanto antes o nos va a dar muchos dolores de cabeza. ¿Algún sospechoso?

—La nuera. Se había quedado al cuidado de la Señora Makenzie, al parecer el marido y el hijo se habían ido a ver a los Yankees. A eso de las diez de la noche se fue de la casa, pero no quiere decirnos a dónde. Ha estado desaparecida toda la noche. La vieja murió a eso de las once y la familia no apareció por la casa hasta las doce.

—Coño, blanco y en botella…

—Casi siempre es leche. Pero a veces no. Además no tenemos ni una sola prueba, la he interrogado esta mañana y esta poco receptiva a colaborar.

—Pues búscalas y rápido, no quiero que se nos complique en exceso este asunto. Este año hay elecciones y me interesa tener a la prensa tranquila. ¿Has interrogado ya a toda la familia?

—Casi. Me falta el juez. Le dio un cuadro de ansiedad y está ingresado en el hospital. En un par de días creo que podré…

—¿¿En un par de días?? ¿Estás loco Conway? En un par de días tendremos a la prensa completamente desbocada, volviendo loca a toda la ciudad con diez hipótesis distintas sobre el asesinato. ¿Puede hablar?

—¿Quién?

—El juez coño, quien va a ser, ¿Kim Kardashian? ¿Puede hablar?

—Yo creo que sí, pero el pobre hombre no estará para…

—Interrógale hoy sin falta. ¿Me oyes Conway? Hoy sin falta. Y quiero mañana a primera hora un informe pormenorizado encima de mi mesa. Voy a dar una conferencia de prensa sobre el caso mañana por la tarde y quiero estar cubierto, que se vea que estamos haciendo bien nuestro trabajo.

—Pero, Fiscal Burke, no nos cuesta nada esperar un par de…

—Es una orden Conway. Interroga al juez hoy mismo. Y mándame el informe mañana antes de la ocho.

—Fiscal Burke, con todos mis respetos, creo que…

Ese cabrón había colgado el teléfono. Me había dejado con la palabra en la boca. Odiaba a ese tipo. Vaya que si le odiaba.

9

 

 

 

 

 

—Siento molestarle en estas circunstancias Juez Cummings. Lo siento de verdad.

El viejo estaba tumbado en la cama del hospital mirando por la ventana de su habitación como si estuviera contemplando el fin del mundo, completamente abandonado a su suerte. Me había costado mucho conseguir la autorización de los médicos para interrogarle, pero la disyuntiva de dejarme pasar unos minutos o enfrentarse al fiscal mas hijo de puta de Nueva York había acabado por convencerles. Según me informaron tanto John Cummings como el Doctor Porter se habían retirado a sus domicilios a descansar y habían dejado al juez a cargo de una enfermera particular, que se encontraba sentada en un sillón junto a la cama mientras observaba nuestra conversación sin perder un detalle.

—He intentado posponer la entrevista unos días, pero he recibido instrucciones del fiscal para que le viera a usted hoy sin falta. Está muy interesado en aclarar los hechos lo antes posible.

El juez ignoraba por completo mis palabras. Le traían absolutamente sin cuidado y me ignoraba igual que si fuera un mueble más de aquella habitación de lujo en un hospital de lujo.

—Juez Cummings ¿Habían recibido ustedes algún tipo de amenaza?

Pasaron varios segundos sin que saliera por su boca la más mínima palabra. Cuando estaba a punto de rendirme escuché finalmente un leve susurro.

—No.

"Bueno. Algo es algo", pensé.

—¿Tiene alguna sospecha sobre el posible asesino de su mujer? Esta conversación es absolutamente confidencial, puede hablar conmigo con completa tranquilidad.

—Lo sé detective. Soy juez del Tribunal Supremo del Estado de Nueva York. Conozco mis derechos.

—Si, disculpe, juez Cummings…

—No, no tengo ningún tipo de sospechoso sobre quien puede haber sido el asesino de mi esposa—dijo apartando su mirada de la ventana y mirándome a la cara por primera vez—. Solo espero que hagan ustedes bien su trabajo y detengan a ese hijo de puta lo antes posible.

—Es un caso prioritario para nosotros, no se preocupe.

—Eso espero. Si es necesario que hable con alguien para acelerar la investigación no dude en decírmelo.

—No es necesario juez, al menos de momento. Su mujer era abogada. ¿Tuvo algún conflicto importante con alguno de sus clientes? Podría ser una línea de investigación importante si tuviera usted algún dato al respecto.

—No, nunca tuvo ningún problema de ese tipo, detective. Mi esposa era experta en temas de impuestos para grandes corporaciones. Tenía pocos conflictos con sus clientes, salvo cuando el impuesto de sociedades arrojaba una cifra muy alta a pagar.

—Entiendo. ¿Algún conflicto o problema familiar?

—Ninguno en absoluto, afortunadamente. Somos una familia muy unida. Jamás hemos tenido ningún problema.

—¿Incluida su nuera? Disculpe la pregunta, pero fue la última persona que vio con vida a su esposa antes de que ustedes regresaran a casa y tenemos que…

—Mi nuera es una mujer extraordinaria, no pierda el tiempo por esa vía detective. Para nosotros es una hija mas, Mary tenía una magnífica relación con Joanna, sería completamente incapaz de hacerla daño.

—Sí, eso me han dicho todos los miembros de la familia, simplemente era por corroborar con usted la información. Bueno, creo que por el momento nada más juez Cummings. Siento haberle molestado, habrá tiempo de hablar de todo esto con más calma. Espero que se recupere pronto. Si le parece en un par de días volvemos a conversar.

—Gracias joven. Se lo agradezco, hoy no tengo ánimos para nada y no puedo serle de ayuda, lo siento.

—Lo entiendo perfectamente, no se preocupe en absoluto. Intente descansar y hablamos en unos días si le parece. Buenas noches juez Cummings.

Me despedí de la enfermera con un leve gesto con la cabeza y dirigí mis pasos hacia la puerta de la habitación. Cuando ya había abierto la puerta y estaba a punto de salir me vino una última idea a la cabeza.

—Disculpe Juez Cummings, una pregunta. ¿Sabe si algún miembro de la familia tiene permiso de armas? Es solo una pregunta rutinaria, simplemente si lo recuerda, si no ya comprobaremos nuestros registros.

—No, no tiene premiso de armas ningún miembro de la familia, al menos que yo sepa—dijo el juez repasando mentalmente la lista de sus familiares—Salvo yo, creo que nadie más. Tendría que confirmárselo, pero creo que es así.

—Ah, muchas gracias por la información—contesté intentando disimular mi sorpresa—. Perdone las molestias, solo por incorporar la información al expediente. ¿Qué arma es la que tiene usted registrada?

—Nada, es una pistola pequeña, esas tonterías que haces un día que un amigo te cuenta que han robado en su casa y decides comprar un arma para guardarla en la mesita de noche por si un día te entran a robar en la tuya. Una completa estupidez que no vale para nada, como desgraciadamente ha quedado comprobado esta noche pasada.

—Completamente de acuerdo juez. Es absurdo tener armas en casa—dije intentando contenerme para que no me viera sobresaltado con la información—. ¿Qué pistola es?

—Una Browning de esas pequeñas como le digo. Casi un juguete, usa balas de seis milímetros. No la he usado en la vida.

—Mejor que mejor juez. Mejor que mejor. Le dejo descansar, seguiremos hablando. Que descanse.

Cerré la puerta a toda velocidad, baje las escaleras como si tuviera un cohete en el culo y salí corriendo hacia el coche. En poco más de diez minutos llegaba a Bergen County y cinco minutos después aparcaba el Jeep en la puerta de "Mount Golf Green". Me identifiqué ante el vigilante de la urbanización y le pedí que me abriera la casa de los Cummings.

Entré en el domicilio. Ya no quedaba nadie allí y los chicos de atestados habían retirado el cadáver y limpiado la cocina. Me dirigí al dormitorio y abrí el cajón de una de las mesitas de noche. No encontré lo que estaba buscando. Rodeé la cama y abrí el cajón de la otra mesita. Debajo de un ejemplar de poemas de Withman encontré lo que buscaba. Cogí la Browning y la saqué el cargador. Faltaban tres balas. Las tres balas que pocas horas antes le habían volado la tapa de los sesos a la Señora Makenzie.

 

 

 

 

 

SEGUNDA PARTE

 

VERMOUTH ROJO

10

 

 

 

 

 

Habían pasado ya un par de días desde que había encontrado la pistola con la que habían asesinado a la Señora Makenzie. Lógicamente paramos toda la investigación, dando por seguro que cazar al asesino era cuestión de cuarenta y ocho horas más. Rápidamente pusimos en marcha la realización de la prueba de la parafina, con el fin de detectar restos de pólvora en las manos del autor del crimen.

Sometimos a dicha prueba irrefutable al juez Cummings, a su hijo John y a la nuera de la asesinada y principal sospechosa del asesinato, Mary Peet. Para nuestra sorpresa, la prueba dio negativa en los tres supuestos. El hallazgo del arma asesina no había sido el final del caso, sino más bien el final del principio, pues ahora estábamos mas perdidos que Tom Cruise en una casa de putas, sin saber muy bien hacia dónde tirar.

El caso había estallado en la prensa con toda la potencia esperada y no había informativo televisivo, blog de chismorreos o periódico sensacionalista que se precie, que no dedicara unos cuantos minutos o páginas diarias al asunto.

Twitter y Fecebook no se habían quedado atrás y cientos de personas especulaban a diario sobre el crimen y se inventaban deudas millonarias de algún miembro de la familia, testamentos inexistentes o amantes celosos por doquier para todos y cada uno de los miembros de la familia Cummings.  El fiscal Burke me llamaba tres veces diarias por teléfono para que le pusiera al corriente de las investigaciones y aprovechaba la circunstancia para llamarme de todo menos bonito, dado su nerviosísimo por la inminencia de las elecciones en las que se decidiría si seguiría tocándose los huevos en su despacho durante otros cuatro años o tendría que ponerse a trabajar. La presión sobre el caso empezaba a ser insoportable.

Esa tarde me dirigí a Flint, Morton & Makenzie, el antiguo despacho de abogados del que había sido socia la Señora Makenzie. Había decidido reconstruir la vida de la mujer asesinada de principio a fin, en la seguridad de que acabaría encontrando de alguna manera algún hilo de dónde tirar. Las oficinas del importante despacho de abogados se encontraban situada en una de las zonas más exclusivas de Manhattan, en la calle 75 esquina a la Quinta Avenida. Subí a la planta treinta y dos y según salí del ascensor me presenté en el mostrador de recepción ante una de las tres empleadas que allí había, enseñé mi placa y pedí ver con urgencia a alguno de los socios. En cuestión de tres minutos estaba sentado ante uno de los socios de la firma, Jeff Morton.

El señor Morton representaba la perfecta imagen del abogado neoyorkino. Zapatos de mil pavos, traje de tres mil y reloj de diez de los grandes. El tipo me atendió con gran amabilidad. Por un lado su profesión pasaba indefectiblemente por el máximo respeto de la ley y la colaboración con la policía. Por otro, era evidente que no quería que el caso salpicara al despacho en absoluto.

—Le confieso que estamos completamente consternados con el asesinato de Joanna—dijo añadiendo algo de teatro a sus sentimientos—. Ella era una madre para todos nosotros.

—¿Hacía mucho tiempo que no la veía?—pregunté—. 

—Desde que vendió su parte en la firma venía poco por aquí, aunque de vez en cuando seguíamos quedando  para comer. En el acuerdo de venta de sus acciones pactamos que continuara teniendo una pequeña participación en los beneficios y en las comidas la teníamos al tanto de cómo iban las cosas por aquí.

—¿Como era la Joanna Makenzie, Señor Morton?

—¿A qué se refiere?—preguntó extrañado—.

—¿Puede que se ganara algún enemigo importante aquí en el despacho, durante el desempeño de su ejercicio profesional?

— Imposible. Completamente imposible. Joanna era la mejor persona que he conocido en mi vida, detective…

—Conway. Bob Conway—dije preguntándome por decimosexta vez en la semana por qué cojones nadie se acordaba nunca de mi apellido—.

—Detective Conway. Joanna Makenzie era una mujer extraordinaria. Ella me lo enseñó todo en esta profesión. Según salí de la universidad entré aquí haciendo fotocopias y doce años después Joanna me ofreció ser socio de la firma. Es imposible que tuviera ningún enemigo. Completamente imposible.

—¿Por qué vendió su parte del despacho? Era una mujer joven para retirarse y estaba en la cúspide de su vida profesional.

—Llevaba un tiempo desanimada. Diría incluso que con depresión. Le preguntamos mil veces tanto Flint, nuestro otro socio, como yo, que le pasaba exactamente, pero nunca nos dijo nada, era muy reservada en lo que se refiere a su vida personal. Un día nos convocó a una reunión en su despacho y nos dijo que quería dejarlo todo y retirarse. Alegó que estaba cansada y fuimos incapaces de sacarle nada más. Le confieso que nos pilló completamente por sorpresa.

—¿Puede que fuera por razones económicas? ¿Qué necesitara dinero?

—¡Desde luego que no! Nos vendió sus acciones por la mitad de su precio de mercado. No, por dinero no lo hizo. Podía habernos apretado en el precio, el despacho va francamente bien. Pero no lo hizo. Dinero no necesitaba.

—¿La visitó usted alguna vez en su casa? ¿Tenía buena relación con su marido y con sus hijos?

—Hombre, hemos sido amigos veinte años y algo de su vida personal conozco, lógicamente. Pero debo decirle que tanto ella como su marido eran poco dados a la vida social. Tenían pocos amigos y no les gustaba mucho que fuera la gente a su casa, ellos eran felices así.

—¿No fue entonces nunca a su casa en veinte años de amistad?—pregunté bastante sorprendido—.

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