Manhattan

Manhattan


Inicio

Página 5 de 7

—Bueno, supongo no obstante que en alguna cena o algún encuentro familiar asistiría alguien más alguna vez, aunque solo fuera por algún compromiso profesional de la Señora Makenzie o de su marido…

—Rara vez, para serle franco…

—Le agradecería mucho que hiciera un esfuerzo por recordarlos Doctor.

—Bueno, una vez en una cena de cumpleaños de Joanna acudieron unos antiguos amigos suyos con los que habían perdido el contacto… se llamaban… Nolan. Si, los Nolan, ahora lo recuerdo. Parece ser que habían sido compañeros en Harvard, pero después se fueron a vivir a Minessota y la distancia les había hecho perder el contacto. Una familia muy agradable, ahora lo recuerdo.

—¿Sabe si volvieron a tener relación en algún momento posterior?

—Sinceramente, lo dudo. David me lo habría dicho, pasamos una velada muy agradable y nos intercambiamos los teléfonos para volver a vernos si venían de nuevo por Nueva York. No, no lo creo.

—¿Alguien más, recuerda alguien más que conociera a través de la familia?

—Bueno… una vez vinieron a casa a comer con un primo lejano de David que también era juez y había venido a visitarles…

—¿Qué edad tenia?

—Más o menos como David, si no recuerdo mal. Tal vez algo más joven, pero no mucho más. ¿Por qué me lo pregunta?

—¿Recuerda que le presentaran en alguna ocasión a un hombre de unos cuarenta y tantos años? Cincuenta a lo sumo.

—No, no lo recuerdo en absoluto…

—¿Está usted seguro? Es muy importante doctor Porter.

—Si, completamente seguro—me contestó mientras se devanaba los sesos buscando recuerdos en su memoria—. No recuerdo que nunca me presentaran a ningún amigo o familiar de esa edad.

—¿Qué opina de Mary Peet?—le pregunté a bocajarro—.

—¿La nuera de Joanna? Es una mujer excepcional. Muy trabajadora, una gran profesional. Me preocupan sus preguntas detective, ¿sospecha algo de ella?

—No se preocupe doctor, son preguntas rutinarias. ¿Tuvo alguna vez Mary Peet algún problema con la Señora Makenzie?

—No me consta, más bien al contrario. Joanna siempre hablaba muy bien de su nuera. Decía que John había tenido mucha suerte casándose con ella. No, nunca me comentó que tuviera el más mínimo problema con ella.

—Y John, su hijo. ¿Tenía buena relación con su madre?

—¡Por supuesto! Joanna adoraba a John, era su ojo derecho, tenia autentica pasión por su hijo.

—No sucedía lo mismo con su hija Christine. Al parecer…

—¡Esa chica está para que la ingresen en un manicomio, por el amor de Dios!—dijo bastante exasperado—.

—¿Qué pasó exactamente? ¿De dónde viene el origen del conflicto con ella?

—Nadie lo sabe. Las malas compañías, eso es todo. Christine era una niña maravillosa. Pero eligió mal a sus amigos y a los dieciséis años se metió en el mundo de las drogas y de ahí no ha salido. Joanna y David hicieron todo lo posible por salvar a su hija, pero todos los intentos fueron en vano, es una causa perdida.

—¿Está usted al tanto de que amenazó de muerte a la Señora Makenzie?

—Desgraciadamente sí, me lo contaron en su momento. Creo recordar que fue en torno a las navidades pasadas. Al final retiraron la denuncia, debo decir que en contra de mi criterio. Esa chica necesitaba una buena lección.

—¿Por qué fue la amenaza, como llegaron a ese punto?

—Dinero detective. El maldito y asqueroso dinero.

—Explíquese, por favor.

—Joanna se negó a darle más dinero para que se lo gastara en drogas y fue entonces cuando Christine la amenazó de muerte.

—¿La considera capaz de haber asesinado a su madre?

—Para serle sincero, no—dijo después de pensar unos segundos su respuesta—. A raíz de aquel último enfrentamiento le aumentaron la asignación mensual para que se metiera en su cuerpo todo lo que le diera la gana y les dejara en paz. Hasta donde yo sé, no han vuelto a saber nada de ella.

—¿Sabe si Christine tiene novio? Un hombre de unos cuarenta años…

—No. Eso seguro que no. Christine es lesbiana, no le van los hombres. Seguro que no.

—Ya… Siento la indiscreción de la pregunta, pero no me queda más alternativa que hacérsela doctor. ¿Joanna Makenzie y su marido tenían buena relación? Me refiero sentimentalmente. Ya sé que encajaban como un guante y pasaban mucho tiempo juntos. Estoy hablando de amor. ¿Seguían enamorados?

—Sinceramente, le diría casi con total seguridad que sí. Tenga en cuenta que llevaban toda la vida juntos, se conocieron siendo unos críos cuando estudiaban la carrera en Harvard. Salvo un par de años que lo dejaron, han pasado unidos casi cuarenta años.

—¿Lo dejaron dos años? ¿Ya casados?

—No, no, no. Lo dejaron un par de años siendo novios todavía. Joanna tuvo que volver a casa de sus padres. Al parecer su madre era viuda y tuvo un accidente muy grave. Joanna dejó los estudios y se ocupó durante un par de años de cuidar a su madre. Al principio intentaron mantener la relación, pero a esa edad y con la distancia, acabaron por dejarlo.

—¿De donde era la Señora Makenzie?

—Ummm… de Bayo Cane, un pequeño pueblo cerca de Houma, en Lousiana. Hablaba mucho de su infancia allí.

—Y entiendo que después volvieron a estar juntos…

—Así es. Años después, cuando falleció la madre, Joanna regresó a Harvard a finalizar la carrera y se reencontraron en la Universidad. David estaba todavía allí cursando el doctorado. Salvo ese par de años, como le digo, han pasado una vida entera juntos y creo que no me equivoco si le digo que han vivido siempre el uno para el otro. Hombre, ya sabe, en una pareja tantos años juntos siempre hay desavenencias... Pero nada importante, o al menos nunca me lo dijeron...

—Ya… ¿Por tanto, no cree usted factible en absoluto que la Señora Makenzie tuviera un amante?

—¡Ni por asomo!—respondió sorprendido—.

—¿Y el juez?—pregunté con cara de póker—.

—Bueno, nunca me ha comentado absolutamente nada, pero… bueno, yo creo que para eso los hombres somos distintos, ¿no le parece?

—Pues, no, no me parece. Hace cincuenta años si, pero ahora, no le veo mucho sentido a tener una amante, para serle franco. Si no estás bien con tu mujer te divorcias y punto.

—Hombre, no es tan fácil…

—Yo creo que sí, pero bueno, en cualquier caso ¿sabe si el juez Cummings tiene algún lio, si o no? Le agradecería que fuera sincero, cualquier detalle, por nimio que parezca, puede ser determinante para esclarecer este caso…

—Nunca me ha dicho nada, créame. Y pienso que si la tuviera me lo habría dicho, ya sabe como…

—Si. Ya sé como somos los hombres. Ha sido usted muy amable contestando a todas mis preguntas doctor—dije levantándome para salir de su consulta—Lamento haberle robado unos minutos, le dejo que vuelva a sus tareas.

—Lo que necesite detective. Lamento no haberle sido de más ayuda…

—No se preocupe, estamos ante un caso difícil. No hay nada más complicado que encontrar huecos en una familia perfecta.

—Los Cummings lo son, créame.

—Le creo doctor, le creo. Una última pregunta. ¿Sabe usted si entre el juez Cummings y la Señora Makenzie se guardaban algún tipo de secreto?

—¿A qué se refiere exactamente?—preguntó muy dubitativo—.

—A algún secreto personal, familiar, económico, profesional. Algo que se ocultaran el uno al otro y del que usted fuera confidente.

El doctor Porter se quedó pensativo, meditando su respuesta con detenimiento.

—Detective. Como dijo Benjamin Franklin, el que confía sus secretos a otro hombre se hace esclavo de él. No. Nunca me confió ninguno de los dos secreto alguno. Al menos que yo sepa.

—Le entiendo doctor. Le entiendo perfectamente, no se preocupe. Gracias de nuevo por su colaboración.

Salí a la calle y me puse en marcha hacia mi siguiente visita sorpresa. Debo confesar que estaba a punto de tirar la toalla. Pero fue solo durante unos minutos. La perseverancia conduce irremediablemente al éxito. O al menos eso dice siempre mi mujer.

 

22

 

 

 

 

 

—Necesito su ayuda Señora Peet—dije con toda la amabilidad que mi agriado carácter de ese día me permitía en ese momento—

—Le he recibido por pura cortesía—me contestó la nuera de la Señora Makenzie fría como un témpano de hielo—. No tengo por costumbre atender visitas sin cita y tampoco fue usted especialmente amable conmigo la mañana que nos conocimos.

—Tiene usted razón—dije disculpándome aparentando una falsa sinceridad—. Nuestro trabajo es muy estresante y a veces uno no se comporta de la manera más adecuada…

—No me lo jure—contestó con prepotencia, feliz por mi bajada de pantalones—. Tengo una reunión en cinco minutos, no desaproveche ni mi tiempo ni el suyo. ¿En qué puedo ayudarle?

—Estoy intentando reconstruir la vida de su familia política, en busca de algún indicio que me pueda llevar hasta el asesino.

—Ya le dije todo lo que le puedo decir al respecto.

—Lo sé, pero al parecer es usted una de las pocas personas, por no decir la única, que consiguió ser aceptada en ese círculo familiar tan extremadamente cerrado.

—Solo tengo buenas palabras hacia los padres de mi marido. Desde el primer momento me aceptaron en su familia como una más y siempre se portaron conmigo como una autentica hija. Lo estoy pasando muy mal con la muerte de Joanna, créame, estábamos muy unidas.

—Lo siento de veras. Estamos haciendo todo lo posible por detener al autor del asesinato. Y es solo cuestión de tiempo, puedo asegurarle que lo acabaremos consiguiendo.

—Pues espero que hagan bien su trabajo y detengan pronto a ese cabrón. Eso no nos devolverá a Joanna, pero al menos conseguiremos cerrar todo este doloroso asunto y seguir adelante con nuestras vidas.

—No disponemos de mucho tiempo y tengo que hacerle una importante pregunta. Conoció usted en algún momento en la familia a un hombre de unos cuarenta años, alto, moreno, complexión fuerte, modales no excesivamente refinados…

—¿Es el sospechoso? ¿Tienen ya alguna pista consistente?—preguntó algo alarmada—.

—No puedo desvelarle nada, al menos por el momento. ¿Conoció a alguien así a través de la familia?

—No, nunca, déjeme que piense…. No, no recuerdo a nadie así. ¿Quién es ese hombre? ¿De quién estamos hablando exactamente?

—Le confieso que aun no lo sé…

—Pero…

—Tiene que creerme. No sé aun quien es ese hombre. Pero tengo información suficiente como para saber a ciencia cierta que tanto su suegra como su suegro conocían a un hombre de esas características.

—Pues yo al menos nunca le conocí…

—Eso es precisamente lo realmente extraño. Que en una familia tan unida, tan hermética, nadie conociera a ese hombre. ¿Le confesó alguna vez la Señora Makenzie que tuviera un amante?

—No, nunca me lo dijo—respondió bastante molesta—. No era de esa clase de mujeres. Ahora… ahora las cosas son distintas. Pero no en las mujeres de su generación.

—¿Está usted segura? Puede ser muy importante para…

—Detective. Jamás me confesó tal cosa. Tampoco me hubiera escandalizado, tengo por costumbre no meterme en la vida de los demás.

—Lo sé, simplemente…

—¡Cada uno que viva como quiera! Y dicho todo esto, se lo repito. No, Joanna nunca me confesó que tuviera un amante.

—Tengo entendido que el juez le ocultaba una relación extramatrimonial a su esposa, por eso se lo pregunto—dije tirándome el farol como si supiera algo al respecto. Cuando había hablado con el doctor sobre ese tema me parecía que me había mentido—.

—No es mi problema—dijo muy seca sin entrar al trapo, confirmando así mis sospechas—. Ya se lo he dicho, tengo por costumbre no meterme en la vida de nadie.

—¿Se lo contó a usted el propio juez o lo sabe a través de su marido?

—¿El qué?

—Lo de su amante…

—¡Ya le he dicho…!

—Tranquila Señora Peet, no se ponga nerviosa—dije bastante borde tomando el control de la conversación—. A mí me da lo mismo donde meta su pajarito el juez ¿entiende? Pero ha habido un asesinato y tengo que descartar a una posible amante despechada.

— Puede descartarlo detective—dijo tras pensarse bien lo que me iba a decir—. Si, hubo una historia.

—Cuéntemela…

—El viejo se enamoró de una empleada del Supremo. Pero eso acabó hace cuatro años, puedo asegurárselo.

—¿Por qué lo sabe?

—La chica murió en un accidente de coche. Afortunadamente, me atrevería a decir. Habría sido un escándalo, no había cumplido ni los treinta años.

—¿Tuvo conocimiento la Señora Makenzie de la aventura?

—Sí, claro. Él le pidió el divorcio. Luego ocurrió el accidente y las aguas volvieron a su cauce.

—¿Como reaccionó la Señora Makenzie?

—Como cualquier mujer que le da su vida a un tipo durante cuarenta años y luego cuando se le caen las tetas y le salen arrugas en la cara la dejan colgada por otra veinte años más joven. Mal. Primero le quería matar. Luego le perdonó. Por último cayó en una terrible depresión, de la que ya no salió nunca hasta el día de su muerte.

—Vaya. Lo lamento mucho…

—Con que no haga usted lo mismo dentro de veinte años será más que suficiente. ¿Está usted casado, detective?

—Si, si lo estoy.

—Pues entonces no le haga lo mismo a su mujer. Antes de enamorarse de una niñata piénseselo dos veces.

—No se me pasa por la cabeza, tengo una mujer maravillosa a mi lado, pero si alguna vez se me va la olla le haré caso Señora Peet. ¿Tiene alguna sospecha? ¿El más mínimo indicio de quien pudo matar a su suegra?

—Ninguno en absoluto—respondió—

Había dudado. Lo había visto en su mirada. Habían sido tan solo unas milésimas de segundo. Me estaba mintiendo.

—¿Está usted completamente segura?—insistí mirándola directamente a los ojos de forma inquisitoria—. Tengo la sensación Señora Peet de que me está usted ocultando algo y que sabe más de lo que dice.

—¿En que se basa usted para hacer una afirmación tan grave como esa, detective?

—En la experiencia Señora Peet. Simplemente en la experiencia. ¿Sospecha usted de alguien pero no está segura de ello? Puedo asegurarle que cualquier información que me facilite será absolutamente confidencial y jamás…

—Le tengo que dejar Señor Conway—dijo levantándose de su mesa—. Me está esperando un cliente.

—Lo entiendo, pero su información puede ser de gran importancia para…

—No vuelva usted a molestarme. Si desea mantener alguna conversación más sobre todo este desgraciado asunto, cíteme a declarar en la comisaría o en el juzgado para que acuda acompañada de mi abogado. Adiós, buenas tardes.

No tenía más alternativa que dejar el tema en ese momento o citarla a declarar oficialmente. Di la reunión por concluida y salí de allí bastante enfadado. Y no precisamente con Mary Peet, sino conmigo mismo. Algo estaba haciendo mal en aquella investigación, pero no sabía exactamente el qué.

Salí a la calle y entre en un Starbucks, necesitaba algo que me pusiera un poco las pilas. Opté por un Mocha Frappuccino, todavía no había empezado a anochecer y el calor húmedo de Nueva York en Agosto rondaba los cuarenta grados. El local estaba prácticamente vacío y la gente seguía de vacaciones mientras yo estaba allí en plena canícula devanándome los sesos. ¡Qué asco de vida!

Cogí un ejemplar del New York Times y comencé a ojearlo, confieso que con poco interés. Se notaba el periodo estival, no solo en el grosor del periódico, sino en la relevancia de las noticias elaboradas por los becarios para rellenar paginas y paginas en un mes caracterizado por la ausencia de noticias.

"El Presidente recibe al Senador Chapman en Camp David". "Temperaturas sofocantes en el verano más cálido en lo que va de siglo". "Alerta naranja en Lousiana ante la llegada del huracán Charlie". De repente me vino la idea a la cabeza. Puede que fuera una estupidez. Pero también podía no serlo. En cualquier caso, no tenía nada que perder. Cerré el periódico y salí a la calle. Encendí el último cigarro de mi paquete de Camel y saqué el móvil. Busqué en favoritos y pulsé la tecla verde.

—Hola Alex ¿Estás todavía en la oficina?

—Si jefe, estoy terminando papeleo que tengo acumulado desde Dios sabe cuándo. ¿Donde andas?

—He estado visitando a algunos miembros de la familia Cummings, ya te contaré. ¿Vas a salir esta noche?

—Sí, he quedado con una polaca espectacular que…

—Vale, no te acuestes muy tarde.

—¿Por? No me pongas nada a primera hora por favor te lo pido que tengo planes para…

—Antes de irte de juerga prepárate la maleta. Te espero mañana a las siete en punto en el JFK. Nos vamos a Lousiana.

 

23

 

 

 

 

 

Aterrizamos en el aeropuerto Louis Armstrong de Nueva Orleans al borde de las once de la mañana. Salimos rápidamente con nuestro equipaje de mano, alquilamos un Chevrolet Orlando en las oficinas de Hertz ubicadas en el propio aeropuerto y enfilamos rápidamente hacia la US-90 E. En menos de una hora entrabamos en Bayo Cane, el pueblo natal de Joanna Makenzie.

Se trataba de una pequeña población de unos quince mil habitantes limpia y bien organizada. En la avenida principal había diversas tiendas, supermercados y cafeterías. Parecía un pueblo tranquilo y por el nivel de los coches aparcados en la calle y las viviendas que se veían al atravesar el pueblo, la primera impresión fue la de una localidad de gente con rentas modestas que vivían apaciblemente en aquel rincón de Lousiana sin excesivas complicaciones en su existencia. Comimos un par de sándwiches en el primer sitio que encontramos y nos dirigimos a Barlington Avenue, la antigua dirección familiar de Joanna Makenzie.

En el numero 43 de la citada avenida encontramos la propia residencia en la que había vivido la Señora Makenzie en sus tiempos jóvenes. Llamamos a la puerta y nos atendió un tipo en camiseta de tirantes bastante malencarado. Tenía pinta de haber pasado una mala noche.

—No, no sé de quién me están hablando, no conozco de nada a esa señora. Sí, vivo aquí hace quince años. No, no soy el propietario, vivo de alquiler. ¿Oiga a que vienen tantas preguntas? ¿Por qué no me dejan en paz?

No tuvimos suerte. Seguimos preguntando en diversas casas de la misma calle, pero siempre obteníamos el mismo tipo de respuestas.

—No, lo siento, no puedo ayudarles.

—Nunca he oído hablar de ella. ¿Por qué lo preguntan?

—Ummm...me suena, pero no, no la conozco de nada. El caso es que ese apellido… Pero no, no conozco a nadie del pueblo con ese nombre, lo siento.

No desfallecimos, ya contábamos con ello. Según nuestros cálculos Joanna Makenzie había salido de aquel pueblo hacia treinta y ocho años y no tenia familia en la localidad. Estábamos buscando un marciano en Times Square. Nuestro plan B era pasarnos por el ayuntamiento e intentar obtener información sobre aquella familia. Pero, los marcianos a veces aparecen si se buscan con ahínco.

—No, lo siento, no me suena. ¿Hace treinta y ocho años? Yo era una cría por aquella época—nos explicó amablemente una mujer con una sonrisa sureña completamente encantadora—Pero esperen ¡Mama! ¡Mama! ¿Te suena del barrio una tal Joanna Makenzie?

Una mujer bajita y regordeta que superaba sobradamente los ochenta y muchos años apareció por la puerta apoyándose en un bastón con la misma sonrisa seductora que su hija y unas cuantas arrugas más en su cara.

—Si claro que me suena, Joanna era la hija de Margaret, nos criamos juntas desde el colegio ¿Quiénes son ustedes?—preguntó algo recelosa—.

—Buenos días, Señora. Detective Conway, del Departamento de Homicidios de la Policía de Nueva York—dije mostrándole mi placa—Le presento a mi ayudante, el agente Reynolds. ¿Podríamos hacerle unas preguntas? Solo serán unos minutos.

—¿Qué es lo que ha pasado?—respondió algo asustada— ¿Es por algo de su hijo? Ya sabía yo que ese muchacho acabaría mal…

—¿Perdón?—pregunté muy descolocado mientras observaba la cara extrañada de Alex—. ¿Se refiere usted a John? ¿El político?

—¡Qué político ni ocho cuartos! Y no se llama John, se llama Raymond.

—Disculpe Señora, nosotros…

—¿Estamos hablando de la misma persona?—preguntó algo confusa—. ¿Joanna Makenzie? ¿Una abogada que vive en Nueva York?

—Si, si señora…—respondí mas perdido que Adolf Hitler en el día del padre—Hablamos de la misma Joanna Makenzie. ¿Tiene un hijo que se llama Raymond? ¿Está usted completamente segura?

—Como que me llamo Dolly Malone, tengo ochenta y ocho años y estamos en Lousiana. Raymond Brolin, una pieza de mucho cuidado. Afortunadamente hace tiempo que no le veo por el pueblo, debe de andar de nuevo metido en la cárcel. ¡Espero que pase allí una buena y larga temporada!

—Señora Malone. Necesitamos hablar con usted. ¿Podemos pasar? Se trata de un asunto importante…

 

24

 

 

 

 

 

Di un largo trago al vaso de té helado con limón que amablemente nos había puesto aquella mujer para calmar la sed y me dispuse a escuchar la, al parecer, larga historia que nos había dicho que tenía que contarnos.

—Margaret, la madre de Joanna, y yo fuimos siempre muy amigas. Teníamos la misma edad y nuestros padres trabajaban los dos en "Spencer's", la única tienda de comestibles que por aquel entonces había en el pueblo. Fuimos juntas al colegio y rara era la tarde que no pasábamos juntas jugando en su casa o en la mía. Pasaron los años y nuestra amistad acabó convirtiéndonos en hermanas. Casi nos casamos al tiempo, pero ella tuvo mala suerte. Su marido falleció de un cáncer fulminante, y se encontró con veintitrés años viuda y con una niña que sacar sola adelante.

—Entiendo que esa niña era Joanna…

—Efectivamente, la buena de Joanna. Siempre fue una niña estupenda…

—Continúe, por favor.

—Margaret se tuvo que poner a trabajar inmediatamente, había dos bocas que alimentar y eran tiempos duros. Siempre fue una mujer muy valiente y rápidamente encontró trabajo en una gasolinera de Houma, a pocos kilómetros de aquí. Trabajaba en el turno de noche y Joanna prácticamente se crió sola.

—No tenía hermanos, entiendo, ni mas familiares aquí que pudieran ocuparse de ella. ¿La madre no volvió a casarse? Por lo que usted cuenta era muy joven cuando enviudó.

—No, no volvió a casarse. Tuvo un par de escarceos con algún chico del pueblo, pero con sacar adelante a su hija y su trabajo tenía más que suficiente. Margaret siempre vivió para su hija, era lo más importante de su vida. Joanna siempre fue buena estudiante y el sueño de Margaret era poderla mandar a la Universidad. ¡Y lo consiguió, vaya si lo consiguió!

—Si, al parecer Joanna estudio en Harvard y se graduó con un brillante expediente—apostilló Alex—.

—Así es—continuó la anciana—. Consiguió una beca de la Fundación Fullbright y con los ahorros de toda su vida Margaret pudo cumplir su sueño: mandar a Joanna a Harvard a estudiar Derecho. Pero la vida le tenía reservada una mala sorpresa…

—¿Qué sucedió? —preguntamos Alex y yo al unísono—.

—Cuando Joanna llevaba dos años en Harvard, un camión de diez toneladas aplastó a Margaret en la gasolinera mientras estaba descargando combustible. Salvó la vida de  milagro. Pero quedó parapléjica en una silla de ruedas.

—Joder, que horror—no pudo evitar decir Alex—.

—Si, fue terrible—prosiguió nuestra anfitriona—un autentico desastre. Yo me ocupé de Margaret cuanto pude, pero lógicamente necesitaba alguien a su lado que se hiciera cargo de ella veinticuatro horas al día.

—Y Joanna tuvo que dejar sus estudios…—afirmé impactado al conocer la vida de la mujer cuyo asesinato estaba investigando—. Dura decisión.

—Lo fue. Joanna abandonó una exitosa carrera académica en la mejor universidad del mundo para hacerse cargo de su madre. No tenía más alternativa, Margaret lo había dado todo por ella. Lo paso muy mal, fue muy duro. Pero volvió aquí y se ocupó de su madre día tras día, prácticamente sin dormir. Acabó agotada y deprimida. Y ya lo que sucedió aquella terrible noche no hizo sino acabar con ella definitivamente.

—¿Noche? ¿Qué paso? ¿A qué se refiere?—pregunté nervioso—.

—La noche que la violaron. ¿No estaban ustedes al tanto?

Joder. Aquello estaba empezando a ponerse muy cuesta arriba. Verdaderamente cuesta arriba.

—No, no estábamos al tanto, Señora Malone. Continúe por favor.

—Una noche salió a por unos medicamentos urgentes para su madre. No los encontró aquí en el pueblo y vino a casa a pedirle el coche a mi marido. Frank se ofreció a llevarla, pero Joanna siempre fue muy independiente y no quiso. Se llevó la camioneta de mi marido y fue hasta una farmacia en Raceland, a diez minutos de aquí. Cuando salió de la farmacia y se iba a subir a la camioneta la asaltaron dos tipos. La subieron al coche y se la llevaron a las afueras de la ciudad. La violaron salvajemente y la dejaron tirada medio muerta al borde de la carretera. Era aún casi una niña…

—Por el amor de Dios. Hijos de puta…—dije completamente conmocionado por la historia—.

—A los violadores les detuvieron a las dos semanas y acabaron sus días en la cárcel. Fue un caso muy famoso en el condado, lógicamente la prensa tuvo asunto para rato. Pero eso no fue lo más grave…

—¿Qué fue lo más grave?—preguntó Alex completamente enganchado a aquel culebrón—.

— ¡Joanna se había quedado embarazada!

—¿Cómo? ¿El hijo que usted me comentaba antes fue fruto de una violación?—exclamé ya completamente anonadado por aquella historia—.

—Así fue. Joanna se encontró cuidando a su madre inválida y con un hijo recién nacido que sacar adelante. No sé como esa muchacha pudo con todo aquello…

—¿No se planteó…?

—¿Abortar? No, no era fácil en aquellos tiempos, detective. Y Joanna era muy católica, su padre y su madre eran de origen irlandés, ya sabe…

—Si, ya se… ¿Qué pasó con ese hijo Señora Malone? Era un dato completamente desconocido para nosotros y puede ser determinante en nuestra investigación.

—Joanna no quería abortar por las razones que les he dicho. Por otro lado, tenía que cuidar a una madre completamente inválida. Por último, sentía un rechazo absoluto por ese niño, cosa completamente comprensible. A los tres meses de nacer lo dio en adopción. Fue muy duro para ella, pero hizo lo que tenía que hacer.

—Lo entiendo. ¿Qué fue de ese niño?

—El niño, Raymond, fue adoptado por una familia de Nueva Orleans.

—¿Y Joanna?

—Un año después Margaret murió y Joanna volvió a Harvard. Nunca volví a verla ni vino por aquí nunca más.

—¿No volvió a saber nada de ella?

—Con los años alguien del pueblo me contó que la vida le había ido muy bien y que ahora era abogada en Nueva York y que había conseguido montar allí una familia feliz. Me alegré mucho por ella, es una mujer extraordinaria. O lo era... Me han dejado ustedes helada con lo de su asesinato...

—Sentimos haberle traído malas noticias Señora Malone, ha sido usted muy amable con nosotros y nos ha facilitado información muy valiosa. Una última pregunta, aunque algo nos ha anticipado ya. ¿Qué fue de Raymond, el hijo entregado en adopción por Joanna?

—Que debió de heredar el cien por cien de los genes de su padre violador. Ese chico es un canalla, detective. Un autentico canalla.

—Explíquese por favor.

—Más o menos estoy al tanto de su vida. Una sobrina mía trabaja en Servicios Sociales del Ayuntamiento de Nueva Orleans. Un chico problemático, por lo visto sus padres adoptivos acabaron de él hasta el gorro y según cumplió los dieciocho le echaron de casa. Ahora debe andar por los cuarenta. Ha estado en la cárcel seis o siete veces y en los últimos años ha pasado en prisión más tiempo que en la calle.

—¿Podría darnos el teléfono de su sobrina? Nos interesaría saber qué tipo de delitos ha cometido y donde se puede encontrar ahora.

—Se lo doy encantada detective. Pero yo se los digo. Trafico de drogas, atraco a mano armada, amenazas, peleas, acoso sexual. Una joya, maldita sea su alma.

—¿Sabe si volvió a ver a Joanna alguna vez, si tuvo algún tipo de contacto con ella?—pregunté reservándome el dato de que todo mi cerebro me decía que ese pedazo de cabrón era el tipo con el que la Señora Makenzie se reunía de cuando en cuando en el peor bar de Bergen County—.

—Lo desconozco detective. Personalmente lo dudo, Joanna se marcho de aquí para empezar una nueva vida y no creo que se volviera a interesar por ese niño durante el resto de su vida.

—¿Y él? ¿El tal Raymond ha vuelto alguna vez por aquí?

—Sí, eso sí. Estuvo, hará un par de años, por todo el pueblo preguntando por Joanna. Decía que quería conocer a su verdadera madre. Pero nadie se fió de él, dudo que nadie del pueblo le dijera absolutamente nada y como ya sabe no queda nadie de la familia Makenzie por aquí.

—¿Hace un par de años? ¿Está usted segura Señora Malone? Puede ser un dato muy importante…

—Si, más o menos dos años—contestó aquella adorable vieja—. Lo recuerdo porque acababa de nacer mi nieta cuando vino preguntando por aquí por casa. Le mandé a paseo como puede imaginarse.

Dos años. Justo los dos años que la Señora Makenzie y su marido habían entrado en aquella profunda e inexplicable depresión cuyo origen era desconocido para todo el mundo. Por primera vez sentí que tenía al alcance de mi mano la explicación de todo aquel enrevesado y desquiciante caso. Dimos las gracias de nuevo a la Señora Malone, salimos a la calle y cogimos rápidamente el Chevrolet camino del aeropuerto.

—Bueno jefe, la cosa está bastante clara. Ese cabrón se cargó a su madre, ahora solo nos queda encontrarlo—dijo Alex—.

—Si…—contesté mientras seguía dándole vueltas a la cabeza—. Pero faltan aclarar unas cuantas cosas. Alex, saca mañana toda la información que puedas del tal Raymond Brolin. Si ha estado tantas veces entre rejas estará todo en el expediente judicial.

—Si jefe.

—Y llama también por favor mañana por la mañana al juez Cummings y cítale en la comisaría después de comer. Dile  que le vamos a tomar declaración y que si lo desea puede ir acompañado de su abogado.

—¿Con su abogado? Le va a sentar como una patada en los cojones…

—Por eso precisamente. Quiero terminar con este asunto, estoy de este caso hasta la coronilla. Demasiada mierda. Yo iré a la comisaría sobre las doce, antes quiero hacer una gestión.

—¿Vas a…?

—Efectivamente. Creo que es la única manera de desenmascararle y acabar definitivamente con todo este asunto. Cuando llegue pásale directamente a la sala de interrogatorios. Vamos a aplicarle un tercer grado.

—Cuidado jefe, es un juez del Supremo, puede hacernos mucho daño.

—Me trae absolutamente sin cuidado, Alex. Absolutamente sin cuidado. No me gusta que me tomen el pelo. Y menos en pleno de mes de agosto. Odio trabajar en agosto, ¿sabes?

25

 

 

 

 

 

Cuando llegué a la mañana siguiente a la comisaría todo estaba perfectamente preparado por Alex, tal y como habíamos acordado. Me dio una copia de todo el expediente de Raymond Brolin, el hijo secreto de Joanna Makenzie, y le eché un vistazo por encima. Era más abultado de lo que me esperaba. Menudo pájaro.

—Gracias Alex, eres un fenómeno. ¿Ya ha llegado el juez?

—Si jefe, está en la sala de interrogatorios. Se ha quedado muy sorprendido cuando le he pasado allí.

—Esa es la intención Alex, que el viejo se vaya ablandando. ¿Ha traído abogado?

—Si, un tal Brown con pinta de estirado. Esta con él en la sala.

—Perfecto, buena señal. ¿Cuánto llevan esperando?

—Una media hora—contestó Alex mirando el reloj de nuestro despacho–.

—Bien, voy para allá entonces. Quédate aquí. Cuando salga el abogado dale conversación y tenle entretenido, quiero hablar a solas con el viejo, ¿ok?

—Ok jefe, no te preocupes, le diré que me haga un organigrama con todos los personajes de "El Señor de los Anillos" y así tenemos para toda la tarde.

—Eres un crack, Alex—dije carcajeándome—. ¡Un puto crack!

Cogí la carpeta con el expediente de Raymond Brolin y me puse en marcha hacia la sala de interrogatorios. Llegué a la puerta y antes de abrirla respiré hondo. Tenía en mi cabeza perfectamente diseñado como iba a hacer las cosas. Repasé el plan punto por punto. "Vamos Bob", me dije. Abrí.

—Buenas tardes Señor Cummings—dije más seco que una momia sin estrecharle la mano, mientras me sentaba en una silla frente a aquellos dos tipos—. Veamos, tenemos varios asuntos que aclarar…

—Disculpe detective Conway—dijo el caballero pijo que acompañaba al juez—de forma preliminar me gustaría manifestarle mi más absoluta protesta por haber citado a mi cliente de forma tan intempestiva…

—¿Quién cojones es usted?—dije en el tono más chulo que me fue posible sin mirar a la cara a aquel tipo mientras echaba un simulado vistazo al expediente de Raymond Brolin—.

—¿Cómo que…como que quien…?—empezó a balbucear con su acento de millonario con ático de quinientos metros en el Upper East Side—.

—Señor Cummings. Quiero hablar con usted a solas. Creo que le irá mejor—le dije al juez con cara de pocos amigos—.

—No pienso decir ni una palabra si no es en presencia de mi abogado, detective Conway. No sé porque me ha citado usted aquí hoy y mucho menos la manera en la que lo ha hecho y además si me permite…

—Juez Cummings. Hágame caso—le dije mirándole a los ojos con cara de compasión—será lo mejor para usted. Ya sabe a lo que me refiero…

El juez se quedo bastante confuso. Tardó en reaccionar, pero termino por hacerlo. Había entendido mi mensaje. "1-0", pensé.

—Sam, si no te importa sal unos minutos—dijo finalmente el juez a su abogado—. No tengo nada que ocultar, voy a hablar a solas con el detective.

—¡Pero David! ¡Esto es ilegal! ¡Pienso poner una queja ante la fiscalía….!

—Hazme caso Sam, no pasa nada, ahora te aviso cuando terminemos…—insistió el juez—.

—¡Me niego! ¡Es un atropello que no estoy dispuesto a consentir y desde luego…!

—¡¡Sssccchhh!! ¡¡Deje de gritar ahora mismo amigo!!—dije gritando como un loco—. ¿Qué parte no ha entendido de que salga de esta habitación? ¿Se lo tengo que repetir de nuevo? ¿No ha oído al Señor Cummings? Salga-de-aquí-ahora-mismo. ¡Punto!

—Déjanos solos Sam, hazme caso—insistió el juez—.

—¡Me voy ahora mismo, pero solo porque tú me lo dices David!—dijo el abogado recogiendo su maletín—. Esto no va a quedar así. ¡Ni muchísimo menos! —exclamó mientras salía por la puerta.

"2-0", pensé para mí. Había llegado el momento de dar el siguiente paso. Me lo pensé dos veces. Si, era lo mejor. Estaba seguro.

—¿Por qué cojones no me dijo que su esposa tenía otro hijo, juez Cummings?

He visto muchas caras de sorpresa en mi vida. He visto muchas caras desencajadas ante las malas noticias. He visto cientos, tal vez miles de caras de personas a punto de rendirse. Pero ninguna como aquella.

—No sé de qué me está hablando detective—contestó finalmente sin entonación alguna, con una voz plana, rendida ante el inminente desastre—.

—No me haga perder el tiempo juez.

—No le hago perder el tiempo. Simplemente…

—¡¡Ya hemos perdido demasiado!!—salté como una hiena—. ¡¡Si me hubiera contado usted todo el primer día, a estas alturas tendríamos a ese cabrón metido entre rejas!!

—¡¡No se de que me está hablando!!

—¿¿Ah, no?? ¿Quiere que le ayude a refrescar la memoria?—dije mientras cogía el teléfono que había sobre la mesa y marcaba la extensión de nuestro despacho—Alex, dile a ese hombre que pase.

La mirada de asombro del juez era indescriptible mientras elucubraba quien seria ese hombre que estaba a punto de incorporarse a nuestra reunión. No fue nada comparado con la que se le quedó cuando vio entrar en la sala de interrogatorios a Owen Fuller, el observador camarero del "Wonderland", el bar más triste y cutre de todo Nueva York.

—Buenas tardes Owen. Muchas gracias por su colaboración. ¿Conoce usted a este hombre?—le pregunté señalando al juez—.

Ir a la siguiente página

Report Page