Mama

Mama


Capítulo 20

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Capítulo 20

SE OYERON unos golpes en la puerta principal de la casa de Mildred. Dejó la manopla junto a la cocina, bajó el fuego de las judías pintas y fue a ver quién llamaba. Se encontró con dos policías que la miraban a través de la puerta cristalera.

—¿Mildred Peacock?

—Sí.

—Traemos una orden de detención.

—¡Mierda!

Mildred sabía de qué se trataba: los malditos cheques. Había extendido unos cheques por un importe de ochocientos dólares para pagar dos recibos de la casa y que no le cortaran el teléfono. No se había detenido a pensar cómo solucionaría el problema.

—¿Me puedo lavar la cara y ponerme algo más decente?

Llevaba pantalón vaquero y camiseta blanca.

—No será necesario, señora. Si encuentra a alguien que deposite una fianza, dentro de una hora volverá a estar en casa. Tiene que comparecer ante el tribunal, ¿lo sabe?

Mildred cogió el bolso y cerró con llave la puerta de la casa.

Cuando llegaron a la comisaría, le preguntaron si quería llamar a alguien en particular. Llamó a Doll.

—Necesito doscientos dólares y rápido.

—¿Doscientos dólares? ¿Para qué, mama?

—Para que me saques de la cárcel, ni más ni menos.

—¿Cómo de la cárcel? ¿Hablas en serio?

—Oye, ¿los tienes o no? No dispongo de todo el día.

—Solo tengo unos sesenta y cinco dólares y Richard no vuelve a casa hasta última hora. Pero mama, ¿qué haces en la cárcel? Has vuelto a hacer cheques sin fondos, ¿es eso?

—¿Qué más da por qué estoy aquí? Tú sácame. Llama a Angel.

—¿Dónde estás?

—En Panorama City.

—Angel. Teníamos que ir a comprar cosas para los bebés. Estaremos allí en, cuanto podamos.

Mildred se sentó en uno de los bancos de madera.

—Mis hijas vienen hacia acá. ¿Me van a encerrar hasta que lleguen?

—No, señora. Siéntese aquí. Sabemos que no es una delincuente pero no puede andar por ahí haciendo cheques sin tener los fondos necesarios para pagarlos.

Mildred se limitó a mirar al agente.

Pasó media hora.

—¿Tiene un cigarrillo?

Se había dejado el paquete en la mesa de la cocina.

—¡Mierda! He dejado la olla de las judías en el fogón. Tengo que telefonear a mi hija y decirle que pare un momento en mi casa. ¿Puedo?

—Es contrario a las normas, pero dadas las circunstancias…

Marcó el número de Doll pero no respondió nadie. Money estaba trabajando y, además, muy lejos. Jimmy, el vecino, también estaría en el trabajo. ¡Mierda y mierda! Encendió el cigarrillo por el lado equivocado. ¡Joder! ¿Por qué tardaban tanto en llegar?

—Oiga, ¿no podría enviar a alguien a mi casa? A lo mejor se está quemando y yo aquí en la cárcel por unos cochinos cheques.

—Mire, señora, estoy seguro de que si se hubiese incendiado su casa algún vecino vería el humo. Lo peor que puede pasar es que se quede sin cena o sea que tómeselo con calma. Estará en su casa antes de lo que cree.

Cuando vio a Doll y Angel cruzar la puerta, las dos con sus bombos, Mildred se puso en pie de un salto.

—¿Cómo demonios habéis tardado tanto?

—Mama, hemos venido lo más rápido que hemos podido. A esta hora siempre hay retenciones y tú lo sabes —dijo Doll colocándose las gafas de sol sobre la cabeza.

Angel pagó al agente en efectivo.

—He dejado las judías en el fuego y se habrán quemado. A lo mejor se ha incendiado la casa.

Se metieron las tres en el Mercedes color melocotón de Angel. El corazón de Mildred latía como un reloj.

—¿No crees que habría que llamar a los bomberos, por si acaso?

—No, mamá. Lo único es que las judías estarán requemadas —comentó Angel.

—¿Cómo me has llamado?

—Me he acostumbrado a llamar mamá a la madre de Ethan. ¿Te molesta?

—Ni se te ocurra llamarme mamá. No vamos a cambiar a estas alturas. Aparte de que, si te tomas la molestia de mirarme, te darás cuenta de que no soy blanca.

—Oye, mama, nadie ha dicho eso.

—Mira, voy a decirte unas cuantas cosas. Desde que te casaste con ese blanco, has cambiado. Yo hasta ahora no he tenido problemas con él, me gusta, pero te aseguro que, si no supiera que eres mi hija, juraría que eres blanca. No hablas de la misma manera, no actúas de la misma manera, ya no vienes a verme nunca…

—Mama, no le des la paliza, ¿quieres? —dijo Doll.

Mildred se giró hacia el asiento de atrás y le dijo a Doll:

—Tú mejor que cierres el pico, ella por lo menos tiene una suegra.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Quiero decir que fuiste una idiota dejando tu apartamento y yéndote a vivir con un hombre que te ha hecho otro niño a pesar de que el primero no es suyo. Y todavía no te ha puesto un anillo en el dedo.

—Pensamos casamos, mama.

—¿Sabes cuántas veces he oído esta canción?

Doll no se molestó siquiera en contestar a Mildred. Era inútil discutir con ella.

Cuando Angel giró para entrar en la calle de Mildred vieron tres coches de bomberos arrimados al bordillo delante de la casa.

Angel aparcó detrás de uno de los coches. Mildred saltó de su asiento y entró en la casa por la puerta trasera, que los bomberos habían sacado de sus bisagras. Las paredes de la cocina habían quedado grises a consecuencia del humo y las cortinas estaban chamuscadas. Había agua por todas partes y estaban rotos todos los platos. La olla estaba en el suelo y las judías carbonizadas.

—Pues ha tenido suerte —le dijo un bombero—. Podría haber sido muchísimo peor si un vecino no nos llama a tiempo.

Mildred entró en la sala de estar. Las blancas paredes estaban manchadas de humo. Los ventanales del jardín habían quedado hechos añicos. Se sentó en el sofá empapado de agua y rompió a llorar.

—Mama, ¿estás bien? —le preguntó Doll.

—Mira mi casa. Es todo lo que tengo. Mira cómo ha quedado.

—Pero el seguro te lo cubre. No te preocupes.

—¿Y a mí qué se me da del maldito seguro? ¿Y yo? ¿Cómo quieres que ahora viva aquí?

—Puedes venir a vivir conmigo y con Richard hasta que esté todo en condiciones.

—O a mi casa, conmigo y con Ethan, mama —dijo Angel, que hablaba desde el centro de la habitación porque no había ningún sitio seco donde sentarse.

—No quiero vivir con ninguna de vosotras. ¡Mi casa es esta!

Sonó el teléfono.

—Contesta, Angel, ¿quieres? Sea quien sea, dile que no estoy.

Angel entró de puntillas en la cocina.

—Mama, es la tía Georgia.

—¿Qué quiere?

—El abuelo, mama.

Mildred se levantó de un salto del sofá. Los vidrios que había bajo la alfombra crujieron bajo el peso de su cuerpo cuando salió corriendo. Entró como una tromba en la cocina y arrancó el teléfono de la mano de Angel.

—¿Qué le pasa al papa, Georgia?

—Le ha dado un ataque al corazón.

—¿Un ataque al corazón? Nooooooo…

—Está en el Mercy Hospital, Mildred. No saben si saldrá. Pero Dios le protege.

A Mildred se le secó la boca, tenía la impresión de que en sus pulmones no entraba aire. Le temblaban las manos y no podía reprimir aquel temblor. Era como si el corazón le estuviera latiendo en el mismo centro de la cabeza. No podía soportar aquel ruido. Con el dorso de la mano se secó los mocos de la nariz y trató de reponerse.

—Tomo el primer avión que salga de aquí. Mi padre me necesita a mí más que a Dios.

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