Mama

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Capítulo 23

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Capítulo 23

LA NOCHE de Año Nuevo, Buster murió mientras dormía. Mildred se quedó petrificada al saberlo y se pasó el día entero delante de la ventana viendo caer la nieve. Bebió algo, aunque no habría podido decir si era su whisky o el que Curly le había regalado en Navidad. Fuera lo que fuese, se lo estaba echando al coleto. Se levantó de la butaca marrón y corrió al cuarto de baño. Al pasar junto al árbol de Navidad le dio un golpe con el hombro y lo volcó. No se volvió para ver si había tirado la lámpara dorada ni oyó tampoco el estallido de las bombillas al estrellarse contra la chimenea. Se sentó en el retrete y se alivió. Había rezado para que Buster viviera un poco más. No era tan viejo. Se levantó y se lavó la cara con agua fría y, mientras lo hacía, oyó el teléfono. Mildred cogió el aparato como una zombi.

—Sí —dijo con voz cansada.

—Tía Mildred —respondió BooBoo.

—¿Quién es?

—BooBoo.

—Creía que estabas en la cárcel.

—Salí justo antes de Navidad. Espero que estés sentada.

—¿Tan malo es lo que vas a decirme?

—Mama ha tenido otro ataque esta mañana. Le ha subido la presión. Han dicho que tenía un punto débil en el cerebro, en las paredes de las arterias y que este punto se ha hinchado como una burbuja y ha reventado. Hemos tenido que llevarla corriendo al hospital.

—¿Dices que a Curly le ha reventado una burbuja? ¿Que está en el hospital?

Sus palabras eran como un eco apagado de las de BooBoo, parecía que le salían del fondo de su garganta.

—Tía Mildred, no te oigo.

—No he dicho nada —dijo Mildred pronunciando lentamente cada palabra, poco a poco con voz más decidida—. ¿En qué hospital está?

—En el Mercy.

—Es donde debía ir.

Acababa de descubrir el árbol de Navidad tirado en el suelo y de pronto le pareció urgente arreglar el desaguisado.

—Espera un momento, ¿quieres?

Dejó el auricular colgando del hilo y se dirigió hacia el arbolillo. De las ramas torcidas colgaban los hilos plateados del espumón, algunos estaban desparramados por la alfombra azul como gusanos de plata. Cogió el árbol por la punta y lo arrastró a través de la sala de estar y de la cocina. Abrió la puerta trasera. De un puntapié tiró la tabla ajustada en la base del marco y el árbol cayó en la nieve. Volvió al teléfono pero BooBoo ya había colgado.

Se quedó pensando en si iba o no al hospital, pero estaba tan cansada que volvió a sentarse en la butaca junto a la ventana. Pasaban las horas. Le parecía estar flotando, o que no acudiera sangre a su cerebro. Ya se había sentido así en otras ocasiones. ¿Había sido antes o después de que muriera Crook? Lo único que sabía era que no le quedaba ni un gramo de fuerza. Había dejado de tenerla y ya no podía darla. Había sido fácil. Sus hijos le habían atacado de tal manera los nervios que ella había acabado por romperse como una goma elástica de la que se tira demasiado. Ni más ni menos. No recordaba mucho más, salvo que entonces no sentía nada y ahora tampoco.

Finalmente se dirigió a cámara lenta al armario. Sacó un abrigo y se lo puso. En los bolsillos estaban los guantes que Freda le había regalado. Abrió la puerta delantera, fuera estaba oscuro. ¡Qué extraño, si parecía que hacía unos minutos que se había levantado! La temperatura había bajado a menos diecisiete grados pero Mildred no lo notaba. Al caminar sobre la dura nieve la sentía crujir bajo las zapatillas. Bootsey le había dejado su Ford durante las vacaciones de Navidad. Por lo menos recordaba eso.

Abrió la puerta, se metió dentro e hizo girar la llave. Oyó el rugido del motor y a continuación una especie de plañido. Hizo girar la llave para desconectar, probó de nuevo y le dio al acelerador con rabia hasta que el motor arrancó.

Recorrió marcha atrás el camino y después cambió de marcha. Vio venir tres o cuatro coches directamente hacia ella que hicieron sonar el claxon como locos. Mildred no se había dado cuenta de que iba en dirección contraria. Pero no dio la vuelta y dejó que los coches se apartaran a su paso.

Conducía sin saber adónde iba y acabó en Dove Road. Al llegar a la calle Cuarenta, Mildred giró automáticamente a la izquierda. Estaba oscuro como boca de lobo y ella iba agarrada con tal fuerza al volante que le dolían las manos. Apretó a fondo el acelerador y el coche se proyectó tan bruscamente hacia adelante que Mildred se fue para atrás. Se oyó un fuerte zumbido y el coche se precipitó contra un montón de nieve apilada delante de un grupo de árboles desnudos. También la cabeza de Mildred se precipitó hacia adelante y golpeó el parabrisas. El vidrio no se había roto pero a ella le salía sangre. Agarrada al salpicadero, se recostó contra el frío asiento. Cuando Mildred se dio cuenta de que no estaba muerta, notó el cuerpo fláccido y dejó caer las manos en el regazo. Permaneció inmóvil unos minutos escuchando el viento. A su izquierda estaba oscuro, a su derecha más oscuro aún. Los esqueletos de los árboles que tenía delante parecían avanzar hacia el coche. Pero Mildred siguió sin moverse.

Por fin levantó la vista hacia el cielo y vio una estrella en medio de toda aquella negrura. Una estrella. Por los rabillos de los ojos le resbalaban unas lágrimas frías que acababan metiéndosele bajo el cuello del abrigo.

De pronto a Mildred le salió toda la rabia.

—¡Escucha, so cabrón! Si estás ahí arriba, espero que me oirás. Me gustaría saber qué cojones quieres demostrar. Primero me quitas a mi marido, después a mis hijos, a continuación a mi padre y ahora a Curly. ¿Por qué no te me llevas a mí? Curly no ha hecho nunca daño a nadie. Fui yo la que hizo cheques falsos, la que no pagó los impuestos y engañó a los de la beneficencia, la que aconsejó a su propia hija que mintiera y dijera que el niño que llevaba dentro era de quien no era. ¿Por qué no me llevas a mí?

Mildred espero pero solo obtuvo silencio por respuesta.

—Hace años que Curly te reza para que la ayudes. ¿Y qué coño haces tú? Enviarle un jodido ataque y dejarla paralítica. ¿Por qué? ¿Por qué no haces algo bueno aunque solo sea para variar? Me figuraba que era verdad eso de que eres grande y de que puedes hacer lo que quieres y cuando quieres. ¿Me oyes o me estás haciendo perder el tiempo?

Miró a su alrededor pero no veía más que nieve.

—Sé de sobra que hay cantidad de cosas que habría podido hacer de otra manera. No te he pedido nunca mucho. Yo no sé si todo eso de la vida es como una especie de maldita prueba para ver hasta dónde aguanta uno, hasta dónde aguantamos todos, pero te aseguro que yo he aguantado bastante. Toda esta pijotada no tiene ni pizca de gracia.

Mildred soltó un largo suspiro.

—Supongo que todo esto es como una competición, ¿eh?, pero una cosa te quiero decir, hermano, pienso llegar a la meta.

Abrió la puerta del coche y salió. De pronto se encontró con un frío de todos los demonios. Vio que un neumático de atrás estaba pinchado. Mierda. Ella no sabía cambiar neumáticos. Mildred describió los trescientos sesenta grados de la circunferencia y no vio nada. ¿Por qué coño había tenido que ir hasta allí? Esto para empezar. Y en segundo lugar, ¿por qué no se había puesto botas de nieve al salir de casa? La casa de Jasper estaba a casi un kilómetro y Mildred sabía de sobra que, como se le ocurriera andar con zapatillas, lo mínimo que podía pillar sería una pulmonía.

Miró el neumático y se acercó trabajosamente al maletero. Allí encontró un gato, uno de esos trastos metálicos en forma de cruz, y un neumático. Los sacó y los colocó al lado del coche. Mildred intentaba recordar qué hacían las personas que había visto cambiando neumáticos. Fue metiendo el gato debajo del borde del parachoques hasta que oyó un chasquido que indicaba que había entrado. Comenzó a mover la manivela arriba y abajo y vio que el coche se levantaba de la nieve.

Mildred esbozó una sonrisa.

Después cogió la llave y trató de encajarla en una de las roscas del neumático, pero no veía nada. Manoseó torpemente unos minutos hasta que dio con el agujero cuyo tamaño correspondía, apretó con fuerza la tuerca e hizo girar la llave hasta que saltó. Fue a aterrizar sobre un terrón de nieve. ¡Vaya, no era tan difícil! Sacó tres tuercas más, tiró del neumático y metió el otro. Entonces volvió a hacerlo todo pero a la inversa. Cuando hubo guardado el neumático viejo y las herramientas en el maletero, Mildred tuvo la sensación de que, si hubiera podido mover los brazos lo bastante aprisa, habría podido volar.

Hizo girar la llave y el motor comenzó a zumbar como si estuviera esperando a que hiciera aquel gesto. Pisó el acelerador pero la parte frontal del coche seguía empotrada en el montón de nieve. Mildred salió y vio que parte del morro se había hundido en la nieve. Intentó empujar el coche, pero no se movió.

—Muy bien, si estás aquí, voy a pedirte que me ayudes por última vez y te juro que en adelante yo haré lo demás.

Se sacó los guantes de los bolsillos y se los puso. Después aspiró profundamente y hundió las zapatillas en la nieve. Perdió el equilibrio y se derrumbó sobre el capó del coche. Con lo que empujó el coche y sacó el morro del montón de nieve.

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