Mama

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Capítulo 24

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Capítulo 24

FREDA creía que había oído el timbre de la puerta pero no estaba segura. Se obligó a levantarse del sofá, que estaba mocado. Tenía los vaqueros empapados. La habitación era una leonera. En medio de la sala había un carrito lleno de ropa sucia. Alguien se había muerto. El abuelo Buster. El timbre seguía sonando sin parar. Se levantó y abrió la puerta. La cabeza la estaba matando. Freda se encontró al pie de la escalera y abrió la verja. El cartero le dio un sobre que, por ser demasiado grande, no cabía en el buzón. Lo abrió. Uno de sus artículos había sido aceptado.

Seguramente subió volando la escalera porque no entendía que estuviera ahora delante del espejo del cuarto de baño, mirando fijamente a una mujer vieja que se parecía a ella y que hacía meses que no se peinaba ni se lavaba. Se sentía tan cansada que tuvo que apoyarse en el lavabo.

Muy bien, Freda. Así están las cosas. Hace tres o cuatro días que estás borracha… ¡qué coño!, hace un año que estás borracha. No has ido al funeral de tu abuelo. Tienes que decidir qué quieres hacer. Dices que eres escritora, pero lo que eres en realidad es una asquerosa borracha. Mejor que empieces a tomar alguna decisión y pronto.

Le temblaban las manos, le castañeteaban los dientes. Se abrazó a su propio cuerpo y miró fijamente su reflejo. La cara que la miraba desde el espejo era la de Mildred.

—Lo primero que tengo que hacer es dejar de compadecerme —dijo en voz alta.

Cuando abrió el grifo de la bañera vio el corte que tenía en la mano. Se obligó a recordar. Fue ayer. La última de las copas por la depresión le había resbalado de las manos y cayó en el fregadero. Se había cortado al querer cogerla. El corte le recorría la palma de la mano como un largo hilo marrón. Qué cosa eso de que el cuerpo se cure solo tan aprisa, pensó.

Cuando salió de la bañera, Freda se sentía fresca y con la cabeza despejada. La que lo complicaba todo era ella. Aunque no sabía por qué, ahora todo le parecía muy sencillo. Se le ocurrió pensar que había muchas cosas por las que debía sentirse agradecida. Había vendido un artículo a una revista. Tenía un archivo lleno de ideas para escribir otros. Su familia estaba totalmente desquiciada, pero los quería a todos. Y se tenía a ella. Se agachó para secarse los pies y después se envolvió el cuerpo con la toalla. Se miró en el espejo y sonrió.

Apagó la luz del cuarto de baño, entró en la sala de estar, cogió el listín y buscó en la A. Marcó el número de Alcohólicos Anónimos, pero esta vez no colgó.

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