Mala

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Dos semanas atrás » Capítulo 9

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Via Condotti, Roma, Italia

Entro en Prada, y todo el mundo me mira. La tienda es espaciosa y reluciente; baldosas radiantes y luz brillante. El suelo centellea como una pista de hielo.

Los demás clientes se vuelven y me miran boquiabiertos, pero yo no hago caso y entro directa.

—¿Qué coño miráis? —pregunto.

Quizá piensen que soy famosa.

Oigo a gente murmurando. Una anciana me ve y casi se atraganta. Las dependientas me miran embobadas. Soy consciente de que voy hecha un desastre: tengo el vestido sucio y no llevo ropa interior ni calzado (porque las sandalias me hacen daño); el bolso de Hermés está cubierto de barro y, ¡uy!, un poco de sangre del atracador. Al menos la nariz y el pelo los llevo de fábula: ha merecido la pena pagar los treinta mil.

Se me acerca un dependiente y Nino le gruñe.

GRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR RRRRRRRRR.

Buen chico. Venga, que se entere.

Fiero como un tigre dientes de sable.

Ciao. ¿En qué puedo ayudarla, signorina?

Me mira de arriba abajo.

—Chau, chau, chau. Necesito ropa nueva. Mi exnovio me ha robado todos los vestidos.

—Ah, si? —contesta.

—Ropa negra. Tiene que ser negra, para que no se me vea en la oscuridad.

El dependiente parece aliviado: he venido a comprar, no a robar ni a comérmelo a él.

—¿Es para alguna ocasión speciale?

Nino ladra y salta del bolso. El hombre da un respingo tremendo. Dejo que el perro corra a sus anchas, tiene que gastar energía.

—Algo duradero, resistente. Tiene que servir para pelear.

—¿Pelear? Eso es litigare, ¿no?

—Y tiene que ser sexi. Superatractivo. Estaba pensando en un mono ceñido de cuero. Como el de Catwoman, por ejemplo.

—Cuero. Certo. Si, por supuesto. Acompáñeme, por favor.

Sigo al dependiente, que me conduce al fondo de la tienda. El resto de las clientas me miran, creo que les gusta mi peinado de estrella del rock. Parezco Pink o Nicki Minaj. Ansian mi pelo de color neón. Sigo al hombre por la tienda hasta que llegamos a la nueva colección. Hay una barra de donde cuelgan pantalones negros de cuero y chaquetas a juego. Nino corretea entre las prendas y arranca una chaqueta de la percha. El dependiente no se da cuenta.

—Tenemos estas chaquetas. Son nuevas. Son molto belle. Mire, el cuero es muy suave.

Me acerca una manga para que la toque: suave como la piel del bebé Ernie. Respiro hondo. Huele a Nino. Vaca muerta, pero muy agradable.

—Sí, pero ¿es resistente?

—Creo que para usted, muy largo. Mire.

Me muestra los pantalones.

—Muy bonitos. Cuero italiano de Toscana. ¿Usted quiere probarlos?

—Sí. También. En el Reino Unido uso la talla diez.

Entonces me acuerdo de la pasta de anoche. Al menos esa es la talla que solía llevar.

Coge las prendas y me lleva a un probador muy estiloso: suntuoso, espacioso, con espejos hasta el suelo. A la entrada hay un par de cortinas de terciopelo negro y brillante, y huele a lirios del valle. (Me alegra comprobar que aún me funciona la nariz).

—¿Quiere que le traiga unos zapatos? ¿Y un top para que se lo pruebe?

—Sí, sí, un top de cuero. Zapatos planos. Y un bolso. Y un sujetador.

Certo, signorina. Un momento.

—Y un tanga —añado.

Se marcha a buscar todo eso, y yo enciendo un cigarrillo. Nino se mete en el bolso, creo que quiere volver a casa.

Le doy unas caladas fuertes al Marlboro. De pronto oigo pasos, el dependiente se acerca. Apago el cigarrillo, que hace un agujero en la moqueta. ¡Anda! Lo tapo con el bolso. Abro la gruesa cortina y cojo el montón de prendas que me trae.

—Uy, ¿huele a tabaco? —pregunta.

—A lo mejor están haciendo una barbacoa…

Me pruebo los pantalones con una camisa muy ceñida, la chaqueta y la ropa interior. Me peino con los dedos y me coloco las gafas de cristal de espejo. Me pongo el pintalabios morado que llevo en el bolso. Abro la cortina y salgo.

—¡Tachán!

—Oh, fantástico.

Abro los brazos como una gloriosa mariposa asesina. Soy una peligrosa Acherontia.

«A decir verdad, estás cañón», admite Beth.

Y que lo digas, amiga.

—¿Ahora te portas bien conmigo?

Con este atuendo noquearía a cualquiera. Me atrevería con Mayweather, con mis propias manos.

—Genial. Me llevo tres de cada —le digo al tipo.

—¿Tres?

—Sí, tres.

—¿Quiere tres de cada? ¿Comprar tres exactamente iguales?

—Sí, así es. Es mi nuevo look. De quita y pon. Quiero ir así siempre, como un uniforme.

Si —contesta.

Pero veo que no lo entiende.

—Como un disfraz… Como en Deadpool.

—Vale. Va bene.

Doy media vuelta y me miro el culo.

—Me lo llevo puesto.

Hago una pirueta mirándome en el espejo. Me atuso la melena estilo Rita Ora y me hago cientos de selfis, hasta que consigo la instantánea perfecta. Miro a la cámara haciendo morritos, poso y actualizo mi foto de Tinder.

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