Magic

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Parte III. El trabajo está hecho » Capítulo 11

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—Hay un desayuno que puedes despachar cuando gustes —dijo Peg.

Corky estaba de pie en el umbral del bungalow.

—¿Qué ocurre?

La mañana era fría.

—Procura demostrar que todo te parece maravilloso y que todo es normal. El Duque nos está contemplando desde la casa, creo yo.

—¿Por qué?

—Porque sucedió lo que te dije que sucedería. Tuvimos bronca anoche. «¿Por qué no me has dicho que había alguien? ¿Por qué has mentido?» Yo dije que lo había olvidado por completo. No le conté nada de lo de ayer. Ni una sola palabra.

—¿Crees que no le sentará mal verme aquí?

—Creo que nos vigilará cuando estemos juntos.

—Dame cinco minutos de tiempo. ¿Sabes leer los labios de una persona?

Peggy movió la cabeza, en plena confusión, ante la extraña pregunta.

—Entonces me agradaría darte las gracias por la invitación y te adoro, y aprecio la oportunidad de desayunar decentemente, y te aseguro además que haberte tenido en la cama ha sido la mejor experiencia de toda mi vida, que tomo mi café solo, sin leche, que tus senos debían estar en el Louvre, que es un museo que hay en París y que me encantará visitar contigo cuando hayas decidido abandonar a ese imbécil desconfiado.

—Veo que en todo momento eres maravilloso —repuso Peggy con mucho cuidado de no sonreír al da media vuelta para dirigirse a la casa.

Corky entró en el bungalow y comenzó a afeitarse.

—Muy suave con las palabras ahí fuera —dijo Fats—. Muy disimuladamente puerco.

—Alabanzas del César —dijo Corky deslizando la maquinilla de afeitar sobre una mejilla—. ¿Quieres venir?

—En mi agenda no figura ningún otro compromiso. Además, quiero ver qué aspecto presenta ese viejo medio impotente.

Corky experimentó una enorme sorpresa con el cambio. El Ronnie Wayne que le había hecho llevar notas hasta el otro lado de la biblioteca, el presumido elemento del descapotable que se parecía a Elvis, ni rastro de él. El que sorbía café en la mesa de la cocina era un tipo completamente calvo, ventrudo por la cerveza y con unas grandes bolsas bajo los ojos que únicamente indicaban un excesivo consumo de alcohol.

—¡Hola, Ronnie! —saludó Corky cruzando la estancia en compañía de Fats—. ¿Cómo estás?

—A el Duque le va bien —respondió Ronnie poniéndose de pie para estrechar la mano que tendía Corky.

Luego se sentaron.

—Puedes tomar tu café…

Peggy se detuvo. Iba a decir «solo», pero el rápido giro de la cabeza de el Duque la alarmó y preguntó: —¿Cómo?

—Sin leche —respondió Corky.

La muchacha asintió con una inclinación de cabeza y sirvió a Corky.

—Lamento no haber estado aquí ayer para saludarte. Hubiera ayudado a mi mujer a recibirte, pero uno tiene que ganarse la vida, ¿no?

—¿Todavía te dedicas a la venta de bienes inmuebles? —interrogó Corky.

—Dejé eso —dijo el Duque—. Un trabajo aburrido, monótono. ¿Qué necesidad tenía de quemarme con aquellas tonterías, soportando presiones por todas partes, obligaciones, y una sujeción a una mesa de despacho, cuando lo que realmente me gusta es pescar y cazar? Cuando necesito pensar me voy al lago, echo mi línea al agua y así, en pleno silencio y en paz, aclaro todas mis ideas.

—Bien sabe Dios que pesca demasiadas veces —dijo Peg.

El Duque la miró y añadió: —Sí, ahora he dejado esos negocios y vendo algunas cosas. Me sorprende que Peg no te haya puesto al corriente.

—Podía haberlo hecho, ésa es la verdad, pero también es cierto que cuando llegué aquí me sobrealimentó y el vino me tumbó enseguida, cosa que ya debía saber hace tiempo…

—Corky es un elemento muy gracioso cuando está borracho —interrumpió Fats—. Se pasa la mitad del tiempo intentando ser ingenioso, pero podrías calificarle de gafe.

Corky miró a Fats.

—Podrías dejarme en mejor lugar —le dijo.

Fats lo miró directamente.

—¿Por qué molestarme en hacer eso? Yo perdería categoría.

Fats se volvió hacia el Duque y añadió: —Aquí tienes a Corky. A veces padece diarrea de boca y estreñimiento cerebral, cosa rara.

—Me agradaría tomar mi café en paz, ¿te importa? —Dijo Corky.

—¿Es el célebre muñeco? —interrogó el Duque.

—¿Muñeco? —respondió Fats—. Si ahora mismo comenzara a llover sopa y todos saliéramos corriendo a comer, Corky sería el que llevase un tenedor en la mano.

El Duque se echó a reír.

—No lo animes —advirtió Corky.

—Listo —comentó lacónicamente el Duque—. De verdad que lo es.

—No le digas eso a él —protestó Fats—. Yo soy el talento. Dímelo a mí.

—Perdón por el error —dijo el Duque.

—Entonces, ¿qué es lo que vendes? —quiso saber Fats—. Yo vendo y compro penes. El último que tuve se contagió de una enfermedad secreta y, cada vez que consigue una erección es morirse.

El Duque y Peg se miraron.

Corky suspiró y dijo: —Te aseguro que eso no le interesa a nadie.

—Corky —añadió Fats—, resulta que no lo entiendes. Seguramente alguna de tus amistades debe disfrutar de una erección alguna vez. Pregúntales sobre esto.

—Te juro que te voy a meter en la carbonera.

—Cuéntanos algo sobre tu vida sexual, Corky. A todos nos gustan esa clase de relatos.

Corky cubrió con una mano la boca de Fats al mismo tiempo que preguntaba: —¿Qué clase de cosas vendes, exactamente?

Al mismo tiempo, Fats, murmuraba bajo la mano de Corky.

—¡Hummmmmmmm!

El Duque movió la cabeza con un gesto de asombro.

—¡Dios del cielo! ¿Cómo consigues hacer eso? Ni siquiera se mueven tus labios. Eres magnífico. De verdad que me alegra que hayas venido a verme.

—Gracias —respondió Corky mirando a Fats—. Bueno, ¿te comportarás bien ahora?

Fats afirmó con la cabeza.

—Te lo digo en serio. ¿Prometido?

Fats afirmó con más vigor que antes.

Corky apartó la mano de su boca.

Fats musitó:

—Pregúntale si se alegra de que yo también esté aquí.

El Duque sonrió.

—Me alegro por los dos —fue su respuesta.

Tras esta breve escena se disipó la tensión que había minutos antes. El Duque explicó que vendía utensilios de cocina a las amas de casa, y que iba de puerta en puerta, porque le gustaba el contacto personal, un trabajo que le llevara a tratar a los clientes directamente. Acto seguido, aseguró que todo lo que vendía era de superior calidad, desde abrelatas hasta toda clase de cuberterías, aunque también vendía cosas para los niños, porque se le había ocurrido que había muchas madres que no tenían tiempo para acudir a los almacenes. Fats se emocionó con la charla sobre las ropas de niño ya que andaba escaso de ropa interior y preguntó cuál era la talla mayor que el Duque vendía. El Duque le dijo que le regalaría una docena de bragas pequeñas. Fats insinuó qué le parecía si le regalaba alguna pieza de cubertería porque Corky era muy aficionado a las cosas buenas y el Duque respondió que por qué no. Corky insistió en que todo cuanto recibiera lo pagaría religiosamente y el Duque replicó que no se preocupara y que le dejara hacer lo que le diese la gana en aquellos momentos. Y corrió escaleras arriba en busca de sus maletas.

—¿Qué tal lo hago? —musitó Corky cuando el Duque había desaparecido de escena.

—Increíblemente bien —repuso Peg.

—Es una lástima que Fats no estuviera aquí —dijo Fats con tono de cómico dolor—. Fats podría haber ayudado un poco ahora mismo y hacer que la conversación siguiera por derroteros normales.

—Tú eres siempre increíble —dijo Peggy.

—Tan buen cerebro como buenos senos —dijo Fats volviéndose a Corky—. No me extraña nada que la ames.

—¡Silencio! —musitó Peggy sonriendo.

El Duque volvió con su mercancía y Fats se sintió terriblemente disgustado porque ninguna de las prendas de ropa para niños le sentaba bien, pero a Corky le gustaba la cubertería y Fats insultó a Corky unas cuantas veces sobre cosas en general y charlaron acerca de técnicas de venta. El Duque explicó cuál era el secreto del éxito en aquel terreno, pero ya estaba bien, porque lo que había que hacer era cerrar bien los bungalows, preparar las casas lo mejor posible y vender todo el lugar, terrenos y todo y largarse de allí. Corky apuró su segunda taza de café y Peg se retiró a limpiar la cocina y el Duque se excusó, se puso el impermeable y salió a trabajar un rato fuera. Cuando volvieron a encontrarse solos y seguros, Corky presionó un poco a Peg para que se fueran de allí cuanto antes mejor, pero sin llegar a acosarla. Ella respondió calmosamente explicando que se sentía realmente confusa, que trataba de aclarar sus ideas en aquellos momentos, y así continuaron charlando pacífica y normalmente sobre cosas sin trascendencia real hasta que el Duque llegó más tarde con la noticia de que había encontrado en el bosque el «Rolls-Royce» de el Cartero.

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