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Parte III. El trabajo está hecho » Capítulo 9

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Cuando Corky acarició los pezones de los senos de Peg con la yema del índice y luego se alejó, la muchacha se sintió conmovida. El enorme afecto que Corky le había demostrado le resultó muy agradable ya que era algo que no se disfrutaba todos los días.

Y Corky era sincero.

¿O no lo era? Peg entró en la sala de estar y encendió la leña de la chimenea. Se sentó frente al fuego y permaneció contemplándolo. Tendría que ser una criatura salida del lago negro si estaba mintiendo, porque si se amaba mucho a una mujer era necesario vaciarla en la cama, y él había hecho todo cuanto era posible en tal sentido y perfectamente bien hecho.

Dos veces.

—Y no me siento culpable —se dijo—. Me siento magníficamente bien.

Durante unos años se había preguntado cuáles serían los efectos posteriores a la infidelidad, y comprobó horrorizada que no existían tales efectos.

—Podías haber estado haciendo esto durante años —se dijo a sí misma—. Probablemente hubiera beneficiado a tu tez.

Pero ¿dejar a su marido? ¿Dejar a el Duque? ¿Por un mago trotamundos al que no había visto desde hacía quince años? La gente no hacía cosas así.

¿Por qué no las hacían?

Peg estiró los brazos y las piernas en su asiento y siguió contemplando el fuego. No las hacían porque valía más pájaro en mano que…

—¿Y si me decido a destrozar aún más mi vida? —se dijo—. Volaré hacia el azul infinito con Corky y a lo peor, la cosa no sale bien.

Seguramente se irían los dos solos, nada más que los dos, pero él tendría que trabajar y habría agentes artísticos como aquel viejo de la tarde y números con Fats, monotonía y tensiones… Sí, era muy probable que las cosas salieran mal porque era una época muy mala para los magos, y también era posible que terminara en compañía de Corky en algún lugar miserable y con aquel estúpido muñeco mirándole desde la repisa de la chimenea.

«Quédate donde estás, hermana —decidió Peg—. Es posible que estés agostada, perdida, pero al menos el hombre que viene a venderte cosas conoce tu nombre. Y eso ya es algo».

No preguntas qué.

Peg se levantó y se acercó a su pequeña biblioteca donde tenía su colección de Hágalo usted mismo. Había habido un tiempo en el que El Nuevo Tú había sido para ella una especie de Biblia, pero de eso ya hacía mucho tiempo, cuando pensaba volver al colegio yendo a Rockland dos veces por semana, pero el Duque había ridiculizado la intención y ella tuvo que admitirlo. Tal vez el Duque tenía razón.

Lo cierto era que ella era una mujer limitada. Y la cosa no era tan terrible. Mejor que ser brillante pero cruel. Mejor que muchas otras cosas.

Limitada.

Limitada.

Aburría a la gente. O la llegaría a aburrir si permanecía mucho tiempo en su compañía. También había aburrido a Corky. ¡Oh, pero ahora podría hacerle feliz! Él soñaba que ella tenía quince años, y cuando ella tenía quince años era… y ella lo sabía… algo, y mientras él mantuviese fresca aquella imagen ya vieja, se llevarían bien.

«De lo contrario, olvídalo —siguió diciéndose—. Olvídalo, olvida irte de aquí. Olvídalo todo, muchacha».

Cogió el volumen titulado El Nuevo Tú. Volvió junto al fuego y hojeó el libro hasta encontrar el capítulo sobre los hombres. La sección que se aproximaba mucho a su situación se titulaba: «La probable compañía», y allí se decía que cuando una mujer se hallaba en un apuro sentimental lo que tenía que hacer era una lista detallada y luego llevar a cabo la elección. El libro estaba lleno de listas. Una anotaba su problema, anotaba también sus emociones, y así se podía juzgar mejor más tarde. Listas de diez apartados. Después se ponía una lista junto a la otra para comparar. Peg cogió una hoja de papel y escribió en la mitad CORKY con letras mayúsculas y en la otra mitad DUQUE. Luego anotó los detalles. Cuando hubo acabado, examinó su obra: CORKY 1) No amo a Corky. 2) Sin embargo, me gusta Corky (lo que he visto de él). 3) Corky me entiende. 4) Corky me ama. (Dice que me ama). ¿Lo siente de verdad? 5) Corky y yo vemos las cosas de la misma manera. 6) Corky es atractivo. 7) Corky es dulce, simpático, amable y educado. 8) Corky fornica bien. 9) Corky tiene éxito. 10) Corky es romántico. DUQUE 1) Tampoco amo a el Duque. 2) El Duque no está mal. 3) No le importo nada a el Duque. 4) No le importo nada a el Duque. 5) El Duque y yo no hablamos tanto (al menos no entre nosotros) 6) El Duque ya no se parece a Elvis Presley. 7) El Duque lo intenta. 8) El Duque lo intenta. 9) Lamento eso, Duque. 10 El Duque no sabe pronunciar la palabra romántico. Estaba examinando la sección correspondiente al Análisis de Lista cuando sonó el teléfono. Peg se levantó y se llevó el auricular al oído convencida de que era el Duque, porque cuando estaba fuera en viaje de ventas o dedicado a otra cosa, llamaba a casa una hora antes de regresar y así si tenía apetito siempre podía comer algo caliente al llegar.

El Duque al aparato.

—¡Hola, cariño!

—Estaré en casa dentro de una hora.

—Te estaré esperando.

Peg escuchaba el «ruido» de fondo producido por un tocadiscos de un bar. Probablemente el Duque estaba con alguna mujer, y más probable era que estuviera bebiendo. Sólo por oírle mentir preguntó: —¿Desde dónde llamas?

—Desde tu querida estación Standard.

—¿Has vendido muchas cuberterías?

—Nunca dudes de el Duque.

—Nunca he dudado ni dudaré. ¿Ganas de algo especial?

—Prepárame un pollo. No, espera… ¿Tienes en casa costillas de cerdo?

—Mejor que eso. ¿No te gustaría un par de chuletas de cordero? Las he comprado hoy mismo.

—Nos estamos volviendo caprichosos en nuestra avanzada edad.

—Hoy las habían recibido especiales y quise darte una sorpresa. Has trabajado mucho y lo mereces.

—¿No te parece que estás muy amable? —preguntó el Duque al mismo tiempo que colgaba.

Peg volvió a estudiar la lista que había hecho. Ser una persona nueva significaba un cambio. Pero la cuestión estaba en saber cuándo hacerlo. Porque el libro decía que la razón de ser infelices y desear el cambio era porque uno mismo se buscaba la infelicidad a propósito, sólo que se ignoraba y que algunas veces se realizaban cambios pensando en que eran buenos y lo que en realidad se hacía era poner las colas mucho peor obligando al viejo yo a «permanecer».

En una lista de diez si el resultado daba cinco a cinco o seis a cuatro, el consejo era: Siga como está. Si daba siete a tres: Pensarlo bien antes de realizar el cambio. Cualquier resultado superior a un siete a tres indicaba que el nuevo «yo» estaba llamando y era preciso largarse. Peg examinó de nuevo su lista para totalizarla.

El Duque perdió, nueve a cero, con empate a uno en el primer apartado porque ella no amaba —lo que se decía realmente amar— a ninguno de ellos. «¡Cielo santo! —pensó Peg—. En el libro ni siquiera dan una puntuación tan alta. Si hay una superioridad casi total, cambia».

Vete con Corky.

Vete con alguien a quien no has visto en quince años y que has visto finalmente menos de treinta y seis horas.

Huye con alguien que te ama.

Vete con alguien que recuerde lo que fuiste.

Ruega para que nunca sepa lo que eres.

Limitada.

Y no te atrevas a envejecer.

Más confusa que nunca, Peg dejó el libro en la estantería y cogió Los mayores éxitos de Johnny Mathis. Limpió el disco cuidadosamente y ya iba a poner en marcha el tocadiscos cuando se dio cuenta de su equivocación.

Sin detenerse siquiera a coger el abrigo salió corriendo y siguió el sendero que conducía al bungalow. Andaba de prisa por entre los árboles, sin detenerse cuando oyó gritar a Corky: —¡No te acerques más!

¿Por qué estaba Corky allí, entre los arbustos que jalonaban el sendero y le hacía aquella extraña advertencia?

—Corky, escucha…

—Vuelve a la casa, por favor.

El Duque me ha llamado por teléfono.

—Ya me lo contarás más tarde, ¿eh, Peg?

—¿Qué sucede?

—Estoy intentando aclarar ideas… Nada de particular.

Peg retrocedió un paso.

Corky avanzó hasta el sendero.

—Iré a casa dentro de un rato.

—Ya no tenemos ratos.

—Pero, ¿qué tiene de importante esa llamada de tu marido?

—No le he dicho que estabas aquí.

—¿Y qué?

—Sabrás por qué. Al minuto de llegar lo averiguará. Le he dicho que le prepararía chuletas de cordero y me ha dicho que eso era muy gracioso. En casa hay whisky y vino francés, Corky, y va a enterarse de lo que hicimos. Tengo miedo.

—Te vas a quedar helada así, sin abrigo. Vuelve a la casa. Hace mucho frío.

—¿Por qué no quieres escucharme ahora? Es extraño…

—¿A qué llamas tú extraño?

—¿Por qué andas por ahí así… cuando hace tanto frío?

—Tenía que pensar en algo.

—¿Sobre mí?

—No. Te lo juro.

—Si acierto, dímelo. Tenemos que ser sinceros el uno con el otro, Corky. No me gusta esa actitud tuya… No sé en el lío que me estoy metiendo.

—¡Eh…! —exclamó Corky rodeando los hombros Peg con un brazo—. Vamos, te llevaré a casa.

—Él se va a enterar.

—Tú misma te estás complicando la vida.

—No puedo ocultarlo. Lo leerá en mi cara.

—No, si tú no se lo permites.

—Estabas ahí fuera reflexionando sobre mí, ¿verdad…? Pensabas las cosas dos veces, ¿no? —No pensaba nada que se refiera a ti.

—Antes de ahora nunca cometí una infidelidad. No tengo confianza en mí misma…

De repente, la voz de Peggy sonó estridente añadiendo: —¡Ese jersey es el de el Duque. Si te lo ve, inmediatamente sabrá lo que hicimos.

Corky acarició los hombros de Peg y respondió: —Si nos ve en la cama, tendrá una buena ocasión de saberlo. De lo contrario, no serán más que detalles circunstanciales. De la manera como vas ahora mismo, si el sol sale mañana sabrá lo que hicimos. Si tú te empeñas, sí que lo sabrá.

En aquel momento se hallaban los dos frente a la puerta principal.

—¿Crees que seré capaz de disimular?

—Lo hiciste muy bien con el Cartero.

Peg asintió con la cabeza y respondió en voz baja.

—Creo que sí…

—Entonces, todo va bien, ¿eh?

—¿No quieres entrar a tomar algo, café o cualquier otra cosa?

—No creo que sea muy conveniente que esté yo en la casa si él llega temprano. Si nos viera juntos… entonces sí que averiguaría lo que hemos hecho.

—¿Estás bromeando?

—Un poco, puede ser.

—Me lo tengo merecido —dijo Peg mirándolo—. Pero escucha esto. Nunca antes de ahora me comporté como una… una… prostituta.

—Por favor, mira las cosas desde un punto de vista más alegre —dijo Corky—. Bueno, por lo menos no pareces sentirte muy culpable por lo sucedido.

Peg se echó a reír y abrazó a Corky apasionadamente. Él la retuvo un rato estrechamente ceñida contra sí hasta que desde los arbustos llegó hasta ella el terrible maullido del gato.

—No temas —musitó la muchacha—. Habrá encontrado algún pájaro.

Corky movió la cabeza dubitativamente. El gato había encontrado a el Cartero.

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