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Parte III. El trabajo está hecho » Capítulo 12

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Por supuesto, él ignoraba que se trataba del coche de el Cartero. Sin embargo, estaba seguro de que era un «Rolls».

—Es la cosa más extraña que he visto —dijo el Duque—. Creí que iba a perder la cabeza, que me estaba volviendo loco… Bueno, estaba yo caminando por entre los árboles pensando en lo que haría esta tarde, si pescar, ir de caza o quedarme por aquí, cuando llegué a la carretera de detrás…

—¿Dónde está eso? —preguntó Corky.

El Duque señaló hacia un punto situado más allá los bungalows.

—No llega a ser del todo una carretera. Es una especie de sendero que se extiende por los linderos de la finca. Está apartado del camino que conduce hasta aquí. Bien, entonces fue cuando vi esa cosa, y pensé: «Hijo de perra, ¿qué es eso? Parece un maldito “Rolls-Royce”, pero eso es ridículo». Sin embargo, cuando me acerqué más ya no fue tan ridículo porque era un «Rolls» tan grande como una catedral. Alguien se metió por ese camino y no supo por dónde salir porque por allí hay más barro que en el mismísimo infierno y allí dejaron el coche. Lo dejaron.

—Me pregunto quién podrá haber sido —dijo Peggy.

—No tardaré mucho en averiguarlo —dijo el Duque—. Si fuera un «Ford» o algo por el estilo, pero un «Rolls» blanco…

—¿Blanco, has dicho? —interrumpió Corky, excitado.

—Blanco, blanco del todo… Allí está.

—¿Era un Corniche?

—¿Qué es eso?

—¿Descapotable?

El Duque afirmó con un gesto.

—¡Enséñame el lugar! —dijo Corky abandonando la casa.

El Duque lo siguió.

—Tiene que ser el de el Cartero —dijo Corky cuando llegaron allí.

Examinó el coche por todos los lados. El vehículo hallaba situado a un lado del sendero y tenía las ruedas delanteras hundidas en el barro.

—Bien… ¿Por qué dejaría el coche aquí? —preguntó Corky mirando a el Duque—. Un coche como éste debe de costar por lo menos cincuenta mil dólares Sé que es rico… No fuma más que cigarros de cuatro dólares, pero esto es ridículo. Espero que no le haya sucedido nada.

—¿Puedes averiguarlo?

—¡Maldita sea! ¡Claro que puedo y lo voy a hacer ahora mismo! —respondió Corky señalando el coche—. ¿Puedes sacarlo de ahí sin estropearlo mucho?

—Me agradaría probar —dijo el Duque—. Nunca me he sentado en un coche de cincuenta mil dólares, y, mucho menos ante su volante para conducirlo.

—No lo fuerces, ¿eh?

—No lo haré, Corky. Conozco muy bien lo que es un coche. Puedes confiar en mí.

—Volveré dentro de unos minutos —dijo Corky dando media vuelta para echar a correr.

Peggy estaba esperando en la cocina cuando él llegó.

—Tengo que llamar ahora mismo a Nueva York. Ése puede ser el coche de el Cartero y debo comprobar que él se encuentra bien.

—¿Dónde está el Duque?

—Sacando el coche del barro.

—¿Ha dicho algo de mí o algo así?

—No, cariño. Y eso puede ser ya importante, ¿no? El teléfono de la sala de estar, ¿verdad?

Peg afirmó con la cabeza y se quedó en la cocina. Tenía la escoba en la mano e iba a ponerse a barrer, cuando escuchó a Corky. Barrió un poco más y luego se detuvo.

—Sadie, déjame hablar con el jefe.

Pausa.

—Ya sé que está muy preocupado por mí, pero dile que vale más que se preocupe por la Bolsa. Dile que me han hecho una confidencia y que sus acciones bajarán algunos enteros. Eso le va a provocar un ataque cardíaco. Bueno, hablando en serio, ¿me pones con él?

Pausa.

Peg se sirvió un poco más de café.

—No importa donde yo esté. Estoy maravillosamente bien, y eres tú precisamente quien está armando un gran jaleo con todo esto. No… no necesito conocer tus puntos de vista sobre mi comportamiento errático. Estoy bien… Gracias…

Pausa. Luego, Corky habló con más fuerza: —¿Y qué si me largo cuando me da la gana? Eso siempre es bueno para el alma. Lee la Biblia, Cartero, y si quieres saber lo que pienso, eres tú quien precisamente se comporta erráticamente, amigo, al menos yo no estoy senil y no abandono así por las buenas coches de cincuenta mil dólares en los asquerosos bosques…

Breve pausa.

—Perdóname por insultarte. No sabía que era un coche de ochenta mil dólares.

Larga pausa. Muy larga.

—¿Qué quieres decir con eso de cómo supe dónde estaba tu coche? Lo sé, porque… porque…

Otra breve pausa.

—Sí, señor, exactamente. Estoy en este lugar. Estuve aquí durante todo ese tiempo. Amigo, soy persona cortés. Aquí me tienes llamándote para saber cómo estás, y me obligas a dar un resbalón y comunicarte dónde estoy.

Pausa.

—No, no regresaré, todavía no, al menos hasta que tenga las ideas más claras de una vez y para siempre. Cuando eso ocurra estaré ahí. Puedes estar seguro de eso.

Tono mucho más fuerte.

—¡No sueñes en venir a buscarme! ¡Aquí me quedo! Porque… porque…

En tono muy bajo:

—…está la muchacha…

Peg atravesó la cocina acercándose al fregadero, vertió los restos de café que contenía la taza, la lavó y la dejó en el escurridor. Luego cogió un paño de cocina, miró a uno y otro lado, no pudo contenerse, y se acercó hasta la puerta para escuchar mejor.

—Deja de decir que es ridículo. Ya te dije que no se trataba de nada raro o extraño. Simplemente la encontré de nuevo, Cartero. Fui a la escuela con ella. No me importa lo que digas, porque no se trata ninguna locura… Sí, es la que habló contigo ayer, que te dijo que yo quizás estuviera en Binghamton. Te advierto que yo estaba escuchando detrás de la puerta.

Peg no pudo contener una sonrisa.

—Sé que es bella, siempre lo fue… Creo que le gusto, pues se alegró mucho al verme, de eso estoy seguro.

Pausa larga.

—No, no está casada, ni nunca lo estuvo.

Risas.

—Tienes una memoria fantástica para ser tan carcamal. Olvidé que ella te dijo que tenía un marido Pero te juro que no es un buen matrimonio. No estoy deshaciendo nada de nada. Nunca he sido un violador de hogares. No soy más que un tipo que cruza los dedos. Tengo esperanzas y no quiero hablar ahora mismo más sobre ella.

Peg cogió otra vez la escoba. Se puso a barrer el suelo y acto seguido empleó el recogedor. Estaba de espaldas cuando Corky entró en la cocina poco después. La rodeó con sus brazos por la cintura, y fue alzando poco a poco las manos hasta detenerse en los senos que acarició suavemente.

—Tenemos problemas, cariño —dijo Corky entonces—. He resbalado al hablar por teléfono… Se me ha escapado decir dónde estaba.

—¿Quieres decir que volverá por aquí?

—Finalmente le hice prometer que no lo haría.

—Entonces, ¿todo bien?

—No es un hombre paciente, Peg. El Cartero siempre hace lo que le agrada. Promete que no vendrá por aquí, pero no es seguro que no lo haga. Lo que quiero decir es que tienes que decidirte cuanto antes a irte de aquí.

—Lo haré. Pronto.

—¿Hoy?

Peg afirmó con un gesto.

Corky la besó.

—Creo que es mejor que me acompañes ahora hasta donde está tu marido. Tendré que explicarle lo del coche, tendré que comenzar a mentir y necesito toda la ayuda posible. No quiero que el Duque sepa que has dicho a el Cartero que yo no estaba aquí. Dada su naturaleza desconfiada, eso no prestará ninguna ayuda a nuestra causa. Cruza los dedos.

La muchacha le besó suavemente.

—Eres un terrible embustero. Puedo leerlo en tu cara.

—¡Vaya, ya me estás insultando otra vez!

El Duque estaba esperando cuando llegaron allí.

—Lo he sacado fácilmente —dijo señalando el coche—. No tenía las ruedas muy hundidas. Lo he puesto en marcha y ha salido con facilidad.

—No tenía que haberte permitido hacerlo —dijo Corky—. Ha sido culpa mía.

—¿Por qué?

—Porque el Cartero se convierte en un histérico cuando se trata de su maldito Corniche. Me gritó como un condenado por teléfono por decirle que le había costado cincuenta mil cuando parece ser que fueron ochenta mil dólares.

El Duque sólo pudo mover la cabeza con incredulidad y murmurar: —Ochenta… ¡Jesús!

Luego se volvió hacia Corky: —¿Por qué lo ha dejado aquí?

—Porque como te dije es más rico que Creso, probablemente lo tiene asegurado hasta el último tornillo. Lo mismo que si tú o yo abandonásemos una vieja bicicleta.

El Duque miró a Corky un rato, esperando.

—Si te digo algo, ¿puedo pedirte que no lo divulgues por ahí?

—Por supuesto.

—Estoy ocultándome. Tengo muchos problemas en mi carrera artística y lo cierto es que no me estoy comportando normalmente. Me largué cuando el Cartero venía a mi apartamento a presionarme.

—¿Cómo se llama el Cartero?

—Bueno, así le llaman en la profesión. Su nombre es Ben Greene. Fats le llama Gangrena, cosa que le pone enfermo.

—Bien, dime…

—Lo que me acaba de decir es que vino aquí buscando llegar a «Grossinger's». He charlado mucho acerca de mi posible regreso… a mis principios, mi padre trabajaba en «Grossinger's».

—¡Oh, seguro! No está nada mal la idea.

—Bien, el Cartero sospechó que yo estaría en «Grossinger's» y así trajo esté cacharro hasta aquí, y dijo que cuando pasó por este lugar lo recordó, pero que pasó de largo por la entrada principal y que al ver este camino lo tomó…

—Pero, ¿por qué diablos tenía que recordar este lugar?

—Bueno, eso quizá se debe a que he hablado de lo mismo con todo el mundo… que aquí fue donde trabajé por vez primera en público. En el sótano. En el octavo cumpleaños del hermano de Peg. Aquí fue donde comenzó todo.

—Ya había olvidado eso —dijo Peggy.

—Yo no —respondió Corky—. No he olvidado ni un solo segundo de aquel día. Tú me salvaste, no se me olvida. Tu hermanito tuvo la ocurrencia de peerse y ya nadie vio lo que yo hacía en escena, hasta que tú llegaste amenazando…

Peg exclamó, recordando: —¡Íbamos a pegarle la lengua!

—¡Exacto! —gritó Corky—. Le atemorizaste hasta que se calló. Todavía recuerdo los trucos que hice…

—¡Eh, un momento! —dijo el Duque interrumpiéndolo—. Si vino aquí a buscarte, ¿por qué no te encontró?

—Debió de ser cuando Peg me llevó a la ciudad, ya te dije que salí de Nueva York apresuradamente y necesitaba algunas cosas. Pasta de dientes, cepillos de dientes, en fin, esas cosas…

—¡Aún no me has dicho por qué diablos está este coche aquí!

Corky sonrió.

El Cartero no pensaba dejarlo aquí, sin duda alguna. Anduvo dando vueltas por el lugar, vio que esto estaba cerrado, y al volver al «Rolls» comprobó que estaba atascado en el barro. Entonces, ¿qué diablos podía hacer, sino hacer lo que hizo? Salir a la carretera para que cualquier otro coche lo llevara al «G» y desde allí telefonear a la casa «Rolls» en Manhattan. Le dije que yo pensaba que eso era una locura, que el trabajo lo hiciese alguna grúa «Exxon» y casi me muerde por teléfono, gritándome: «¡Nadie toca mi “Rolls” más que los mecánicos de la casa!» Les dijo que viniesen a buscarlo y ellos respondieron que ya era un poco tarde, que vendrían mañana…

Corky consultó su reloj.

—Tendrán que estar aquí dentro de un par de horas. De todos modos, el Cartero no iba a quedarse esperando en «Grossinger's»… Es lo que podría llamarse un snob, y así alquiló un coche para que lo llevaran a la ciudad.

El Duque contempló el coche un rato.

—Sinceramente, creo que todo lo ocurrido es una locura —dijo Corky.

—Bien —comentó Peg—. Para mí tiene sentido.

Corky miró a el Duque y movió la cabeza.

—Mujeres —dijo Corky.

—Debes de tener apetito, déjame que te prepare el almuerzo —dijo Peggy.

El Duque no dijo nada y sorbió un poco de whisky. En aquellos momentos estaban solos en la casa, en la sala de estar, y el Duque no cesaba de pasear de un lado a otro.

—Bueno —añadió Peg—. De todos modos, ¿qué importa eso? Hay un coche ahí… ¿Y a quién le preocupa que esté ahí o no esté?

—Hay algo extraño en todo este asunto, algo raro, algo que me huele mal, y tú lo sabes, y por eso importa.

—¡Oh, ya estoy harta del mismo disco!

El Duque acabó la bebida y se sirvió otro trago.

—Bueno, ¿no? —interrogó Peg.

—¿Qué es lo que ocurre? ¿Lo compraste con dinero que gané yo, o está reservado solamente para invitados ricos o especiales?

—Adelante, emborráchate, y si tengo suerte te dormirás en el suelo. Así todo quedará más tranquilo.

—Es un elemento realmente extraño. Durante el desayuno con todos esos trucos del muñeco… bueno casi me lo creí… pero ahora esto del coche… no, de ninguna manera. La gente no abandona así como así coches de ochenta mil dólares en cualquier sitio, me digan lo que me digan.

—Bien, y entonces, ¿qué?

—Tal vez éste no sea el coche de el Cartero. Puede que sea el suyo. Puede que lo esconda ahí esperando la oportunidad de largarse con mi mujer.

—¡Maravillosa idea! Realmente estupenda. Espero que te hayas dado cuenta de que ni siquiera me molestó que me dejaras a solas con él. Ya hemos charlado de tus estúpidos celos.

—¡Maldita sea! ¡Tiene que haber alguna explicación…!

—La hay, y ya te la han dado…

—¡Tonterías!

—Parece ser que aquí el tonto eres tú.

—No empieces a meterte conmigo.

—Tengo más de veintiún años y haré lo que me plazca.

—¿Por qué no sacó su dueño el coche del barro? Lo he sacado yo. No me convenció la explicación de…

—Es posible que lo intentara y que no pudiese hacerlo. Es un hombre viejo, o es posible que sea un mal conductor.

—¿Viejo?

—Así es.

—¿Cómo diablos sabes que es viejo? Corky no mencionó eso para nada.

—Lo dijo ayer noche. Estuvimos charlando sobre las razones por las que Corky vino aquí y dijo que su agente artístico estaba presionándolo mucho, y que ya era viejo.

—Tú me has dicho que no hablasteis de nada y él me dijo lo mismo. Ni siquiera le contaste que yo había cambiado de trabajo y que ya no me dedicaba a los negocios inmobiliarios. Le diste de comer y se fue a la cama y dime, ¿qué sucedió anoche?

—No quiero hablar de eso otra vez.

—¿Vino ese llamado Cartero por aquí? ¿Acaso lo viste? Así fue como supiste que era viejo, ¿no?

—¡Maldita sea, no, no!

—¿Fue esto antes o después de acostarte con Corky?

—¡Cuidado con lo que dices!

—¿Antes, después o durante el coito? ¿Invitasteis al viejo a que entrara a veros?

El Duque dejó su vaso sobre la mesa y abofeteó con fuerza a Peggy.

Peg trató de huir.

No pudo hacerlo. El Duque le dio otra fuerte bofetada.

—¿Te acostaste con él? ¿Lo hiciste, dime, lo hiciste? ¡Maldita sea! ¿Lo hiciste?

—¡No!

—Te voy a arrancar el pellejo hasta saber la verdad, ¿te acostaste con él?

—No.

Otra bofetada aplicada con el dorso de la mano.

—¿Te acostaste con él?

—No…

—¿Te acostaste con él, hija de perra?

—¡NO, PERO QUERIA HACERLO!

Entonces el Duque arrojó a Peggy sobre una silla.

—Está bien —dijo con tranquilidad—. Al menos ya sabemos cuál es la verdad.

Peggy estaba llorando.

—Eso no me hace el menor efecto, muñeca, ya lo sabes, así que sécate esos ojos y no emplees trucos de esa clase con el Duque.

Bebió otro trago de whisky y añadió: —Me gustaría registrar su bungalow.

—¿Por qué…?

El Duque se encogió de hombros.

—Podría ser muy interesante, eso es todo. Podría aclarar lo del coche y, ¿quién sabe?, si tú querías retozar con él en la cama quizá lo hagas cuando yo dé la espalda… ¡Quién sabe! Se ahorraría mucho tiempo si tú lo tuvieras todo bien preparado, todo muy bonito, como, por ejemplo, un atractivo y erótico camisón en su armario, y…

Peggy se secó los ojos y se puso de pie.

—Voy a salir —dijo.

—¿Al bungalow? ¿A visitar a la estrella?

—No —respondió Peggy secamente—. Me voy a ciudad de compras y luego daré una larga vuelta, un largo paseo con el coche. Horas. Tengo que tomar algunas decisiones.

Miró a su marido durante un momento y añadió.

—A no ser que las hayas tú tomado por mí…

—Vamos —dijo el Duque—. Será divertido.

Se hallaba delante del bungalow de Corky señalando el bote de remos que había llevado hasta la orilla del lago. En el interior del bote había cañas de pescar y un par de cestos con aparejos.

—No soy muy aficionado a la pesca —dijo Corky desde la puerta.

—Entonces te encargarás de los remos. Pasaremos un rato tranquilo y podremos charlar. Sostuve con Peg una conversación muy interesante y ahora quisiera sostener otra contigo. Ya te dije que la pesca aclara mi mente, y quién sabe si te sucederá lo mismo a ti.

—¿Dónde está ella?

—En la ciudad. Dijo que «tomando decisiones».

—Parece que estás molesto, Ronnie.

—¿Por qué? Estoy acompañado de una buena esposa y de un viejo amigo, Peg y yo hemos hablado de ti. Ahora será interesante que tú y yo hablemos de ella.

—Un momento. Voy a coger mi chaqueta —dijo Corky entrando rápidamente en el bungalow.

El Duque se acercó hasta la puerta y observó el interior, pero Corky ya volvía.

—Vamos —dijo.

Corky se detuvo y el Duque lo miró.

—¿Por qué cierras la puerta con llave? —preguntó—. Por aquí no hay nadie a no ser nosotros y unas cuantas lagartijas.

—Costumbre —repuso lacónicamente Corky.

—Podría tomar tus palabras como una prueba de que no te fías de mí. Yo sí confío en ti, por supuesto. Los dos confiamos el uno en el otro mutuamente, ¿verdad?

—Seguro —dijo Corky.

—Asegúrate de que todo queda bien cerrado —dijo el Duque—. Dale un buen meneo a la puerta para comprobarlo.

—No tengo necesidad de hacer esto.

—Entonces deja que lo haga yo —dijo el Duque acercándose a la puerta para empujarla con fuerza—. Nada… está tan segura como la caja de caudales de un Banco.

Los dos caminaron hasta el bote. El Duque lo sostuvo para que embarcara Corky, y después, aplicándole un fuerte empujón saltó a su interior. El bote derivó unos momentos hacia donde Corky había nadado durante la noche.

—Rememos hacia allí —dijo Corky—. Dame los remos. Yo lo haré.

—Conozco los mejores puntos para pescar —respondió el Duque—. Cuando hayamos llegado allí te los daré.

—Muy bien.

Corky miró el agua. La visibilidad alcanzaba aproximadamente unos treinta o cuarenta centímetros hacia el fondo.

—¿Qué es lo que miras? —preguntó el Duque.

Corky alzó la cabeza rápidamente.

—Nada.

—Estabas examinando el agua con demasiado detalle.

—Costumbre. Me agrada mirar hacia abajo, ver lo que pueda ver.

—Estás lleno de costumbres, ¿no? —interrogó el Duque sacando de un cesto una botella de whisky.

Estaba casi vacía. Se la ofreció a Corky, que la rechazó con un gesto seco.

—Se compró especialmente para ti. Nunca compro whisky.

—Ya te dije que yo no era bebedor.

Una vez más Corky contemplaba el agua. Estaban acercándose al punto donde Corky se había detenido por la noche.

El Duque alzó los remos, cogió una caña y la preparó para lanzar la línea.

—Peg me ha dicho que anoche te acostaste con ella.

Corky sonrió.

—Tonterías —dijo.

—Me contó detalles.

—¿No te contó cómo arrojamos las copas de champaña contra la chimenea? Creímos que ése era un gesto muy romántico en tales momentos.

El Duque lanzó la plomada, dejó que el sedal se sumergiera y acto seguido comenzó a recogerlo en el carrete, muy lentamente.

—Es eso…

—Un momento —interrumpió el Duque—. El anzuelo ha prendido en algo…

—¿Es eso por lo que me has traído aquí? ¿Intentar hacerme confesar algo que no ha sucedido? Porque si es eso lo que pretendes, te advierto que me gustaría regresar a tierra.

—Esto pesa bastante… —dijo el Duque concentrando su atención en el sedal.

—Me agradaría volver ahora mismo a tierra, Duque.

—Exactamente —dijo el Duque recogiendo el sedal que ya estaba suelto, y volviendo a lanzarlo de nuevo—. Lo que ella me ha dicho es que deseaba acostarse contigo. La obligué a decirlo. Me he comportado como una bestia y ella…

El Duque se detuvo buscando las palabras más adecuadas. Luego añadió: —Me temo que voy a perderla y no quiero que eso ocurra.

—Vamos, vamos —dijo Corky—. Tómalo con calma. Tienes que dejar de andar por ahí acusando a la gente. ¡Cielo santo! Si precisamente has sido tú quien me ha proporcionado los mejores momentos que he pasado aquí, en esta ciudad. Ni siquiera lo recuerdas, pero yo no era nada y tú lo eras todo, y un par de veces me invitaste a «La Cabaña» y allí me senté contigo y con Peggy, y pensé que nunca olvidaría aquello, y no lo he olvidado como ves.

El Duque movió la cabeza, sin apartar sus ojos del agua.

—No recuerdo nada de eso. Tienes razón.

—Seguro que a mí me gustaba Peggy, como le gustaba a todo el mundo. Pero ni siquiera sentí celos cuando comenzó a salir contigo, porque lo consideraba muy normal. ¡Vaya! Aún recuerdo aquellas notas que os enviabais en clase y de las que yo me sentía tan orgulloso de que alguien como tú recurriese a mí para serviros de intermediario. Aquéllos fueron grandes días para mí.

—Desde entonces para mí no han sido tan buenos —murmuró el Duque.

«¡Oh, Jesús! —pensó Corky—. Estoy tratando de robarte la esposa. Por favor, no te muestres sentimental».

—Por ahí… me acuesto con muchas mujeres y es una cosa que no me enorgullece. Cuando toco a Peggy, todo cuanto siento es que no la merezco, de manera que acepto cualquier otra cosa que pueda encontrar fuera de casa.

—Bueno, creo que debes tomar las cosas con calma, como te he dicho antes.

—No, es muy importante, ¿sabes? Verás, durante aquellos días que acabas de mencionar yo… yo me hallaba en la cima de todo, muy arriba. Pero nunca terminé mis estudios y tampoco tenía grandes condiciones para dirigir negocios de inmobiliarias. Ahora odio vender cosas de puerta en puerta. Pero Peggy… ella llegó en aquellos momentos en los que yo estaba muy arriba y permaneció a mi lado cuando todo se vino abajo, y ahora temo mucho perderla… ¿Qué es lo que hay aquí?

El Duque centró de nuevo su atención en el sedal que acababa de tensarse.

—Hace frío —dijo Corky—. Volvamos para encender la chimenea y calentarnos un poco.

—No puedo soltar este maldito anzuelo —dijo el Duque al mismo tiempo que tiraba de la caña curvándola peligrosamente—. ¡Si parece una ballena!

Corky cogió los remos y los sumergió en el agua.

—No hagas eso, no remes o romperás la caña.

—Trato de ayudarte.

—Bueno, pues no lo hagas… Ya viene esto…

Dejó la caña a un lado, y comenzó a tirar del hilo con las manos.

Corky miró el agua porque allí algo se estaba haciendo visible.

El Duque continuó cobrando hilo con ambas manos. Corky se inclinó para mirar hacia abajo.

—¡Estos puercos troncos! —exclamó el Duque desenganchando el anzuelo de un pequeño tronco, dejando que se hundiese de nuevo en las aguas curas.

Corky se aclaró la garganta y preguntó: —¿Te queda algo en esa botella de whisky?

El Duque se la entregó y comentó: —Parece que lo necesitas. ¿Tanto frío tienes?

—Estoy congelado hasta los huesos —respondió Corky bebiendo un largo trago—. Bien, ¿nos vamos ya?

El Duque afirmó con la cabeza.

—Bien —dijo al cabo de unos segundos de silencio—. Ya te he dicho lo que tenía que decirte.

Cogió los remos, y ya se hallaban muy cerca de la orilla cuando el Duque localizó lo que parecía ser un cuerpo sumergido a medias en el agua y a no mucha distancia de donde se encontraban en aquel momento.

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