Magic
Parte III. El trabajo está hecho » Capítulo 2
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Peggy entró en la casa y cerró la puerta con llave, cosa que siempre hacía cuando estaba sola en el lugar. Después se acercó hasta la TV y la encendió, cosa que también hacía siempre cuando oscurecía, estuviese sola o no.
Noticias.
Estuvo contemplando la pequeña pantalla durante un cierto tiempo. El tipo que daba las noticias diarias se mostraba muy inteligente como siempre, pero a ella le costaba trabajo prestar atención a lo que decía. Noticias sobre la Bolsa. Mejoras urbanas en la ciudad.
Mejor sería un poco de música.
Apagó la TV y encendió la radio. Escuchó. ¿Elton John? También le costaba trabajo distinguir un cantante de otro. Todos cantaban igual. Tenía un puñado de primos y se burlaban de ella cada vez que decía que todos los cantantes actuaban igual, todos sin excepción. Espantoso ruido de instrumentos electrónicos, gritos y ruido, mucho ruido… y nada más. Las canciones carecían de buenos textos. ¿Por qué cantarían todos igual? Bueno… lo mismo les había ocurrido a sus padres cuando ella era una muchachita. No sabían distinguir entre Anka, Rydell o Fabian.
—Pero yo no soy vieja como lo eran ellos.
¡Elvis!
Apagó la radio, y entonces, por primera vez desde que había entrado en casa, sus pasos se hicieron más vivos. Se arrodilló rápidamente junto a los estantes donde guardaba los discos, sacó el primero que encontró de Elvis Presley. Era de sus “Discos de Oro” y Peg contempló el rostro del cantante que aparecía en la funda. Lo hizo durante un rato. Luego dio la vuelta al disco y estudió la lista de canciones.
Hound Dog. Teddy Bear. Ámame tiernamente. No seas cruel. Aquello eran canciones. Peg encendió el aparato de alta fidelidad, cogió la gamuza de limpiar el disco y cuando lo hubo limpiado lo colocó en el plato. Todos sus discos de Elvis estaban muy bien conservados. Puso el tocadiscos en marcha y esperó…
Desde que me dejó mi novia… WHAP… Encontré un nuevo lugar donde vivir… WHAP… Al final de una calle solitaria. En el «Hotel Heartbreak»… Sabía exactamente quién era ella y dónde estaba cuando aquel primer disco de Presley tuvo un éxito enorme. Fumando un cigarrillo en el coche de Viola Schenker. Poco antes de cumplir los catorce años. Su cuerpo ya estaba formado. Entonces había escuchado y no podía creerlo. No había manera de oír lo que estaba oyendo. No importaba lo que decía la letra, lo que estaba diciendo el cantante era «¡Hagamos el amor ahora mismo! No mires hacia otro lado. ¡Ahora mismo!»
Tampoco tenía humor para escuchar a Elvis. Levantó el brazo del tocadiscos, y en el silencio que siguió devolvió el disco a su funda y ésta a la estantería. ¿Comer algo?
No tenía apetito.
Cogió el libro del año correspondiente a su graduación en el Instituto de Segunda Enseñanza. Contempló la fotografía que ocupaba toda una página. Era la portada de la sección de deportes. Y allí estaba ella, captada por la cámara cuando saltaba en el aire, con los brazos extendidos, sonriente. El pie decía simplemente: «Peggy Snow gana un punto para nosotros».
Estuvo contemplando la fotografía un rato. Por supuesto, aquella costumbre de gritar a los graderíos animando al público era ridícula, pero por otra parte…
Llevó el libro hasta un espejo, alzó la foto y la situó junto a su rostro. Estudió cuidadosamente lo que estaba viendo. Tenía buen aspecto. Muy bueno.
Pero lo único que consiguió fue que aumentara su depresión de ánimo.
Se acercó hasta la cocina, abrió un bote de comida para gatos y vertió una poca en el cuenco de Sherlock. Después barrió la puerta trasera, golpeó suavemente el cuenco contra la manilla de la puerta, llamándole por su nombre. La estaba esperando. Sherlock no tardó ni dos segundos en entrar en la cocina. Peg dejó el cuenco en el suelo y Sherlock comió vorazmente. Era una bestia grande, poderosa y totalmente egoísta, que no permitía que la cogieran en brazos hasta que había acabado de comer.
Cogió a Sherlock y se acercó a la ventana, miró hacia el lago y el único bungalow que estaba iluminado.
—No se ha acordado de mí —murmuró.