Magic

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Parte III. El trabajo está hecho » Capítulo 3

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Corky caminó a lo largo de la orilla del lago Melody. En Chicago a lo sumo lo habrían calificado de «estanque». Probablemente no mediría más de dos kilómetros en toda su circunferencia. Pero allí, en aquel lugar, a cualquier líquido donde se pudiera sumergir el cuerpo se le llamaba lago. Éste ni siquiera era bonito, pero sí lo era la tierra que lo rodeaba. Desde luego, era encantadora, p ero el agua tenía unos fondos de barro, e incluso en los días más agradables uno siempre andaba a la busca de tortugas. Nadie había visto ninguna, pero se sabía muy bien que si te agradaba aquel deporte, el lago Melody era el lugar ideal para atraparlas.

Miró hacia la casa principal. Las luces brillaban en ella como una barrera reluciente contra la oscuridad reinante. Corky se detuvo y se volvió, examinando el lugar. De su bungalow surgía una débil luz. Los demás se hallaban sumidos en las sombras. Como bestias muertas.

Cuando él era niño, los Catskills poseían millones de aquellos lugares: colonias enteras de bungalows. Operaciones de papá y mamá. A menudo ellos mismos construían las cabañas o contrataban los servicios del carpintero de la localidad, un tipo normalmente borracho. Y sobrevivían a cuenta de las rentas del verano. Llegaban allí todos los que no podían permitirse el lujo de ir a grandes lugares y alquilaban una cabaña o un bungalow para todo el verano y dejaban corretear a sus chiquillos de acá para allá mientras las madres se sentaban en mecedoras para comadrear hasta los fines de semana que era cuando llegaban los correspondientes maridos. Era preciso prescindir de todo servicio y en consecuencia hacerse las comidas y la limpieza. Lo que se alquilaba, en realidad, sólo era el techo. Normalmente había en la casa principal una sala de juegos donde papá y mamá gobernaba a su antojo.

Sólo que ahora, al menos a juzgar por el aspecto de todas las cosas, los tiempos eran duros para los Catskills. Seguro, Grossinger probablemente estaba acuñando dinero y el «Concord» estaba todavía convenciendo a las masas de que debían dejarse caer por Las Vegas, pero los lugares pequeños, las colonias, adiós y amén.

Triste.

Corky comenzó a caminar con más rapidez dirigiéndose a su bungalow. Cuando llegó allí abrió la puerta con la llave, entró y empezó a desnudarse. Se había quitado a medias el pantalón cuando miró hacia el cuarto de baño y comprobó que no había ni jabón ni toallas. Volvió a ponerse el pantalón, se abrochó la camisa y alcanzó la chaqueta. Acto seguido cogió a Fats y salió del bungalow. No era muy fuerte la luz de la luna, pero sí lo suficiente para iluminar el sendero que conducía a la casa principal. Corky apresuró el paso tropezando con algunas raíces, sin llegar a caer. No salía el menor ruido de la casa grande. Su llamada en la puerta sonó con fuerza.

—Siento molestar —dijo Corky en voz alta.

Desde arriba, desde la segunda planta, una voz preguntó: —¿Qué desea?

—No hay jabón.

—Le dije que no le gustaría. ¿Ya se marcha?

Corky lanzó una sonora carcajada.

—No, no me ha entendido bien… Quiero decir que en el bungalow no hay jabón de ninguna clase. Ni tampoco toallas.

—Bueno… Nunca hemos suministrado a los clientes esas cosas.

—¡Oh!

—Un momento. Le daré algo.

Corky esperó en los escalones escuchando los pasos que sonaban en el interior. La mujer bajaba las escaleras. Se abrió la puerta.

—Entre… No está bien que espere ahí fuera.

—Gracias —respondió Corky.

Dio unos cuantos pasos en el interior de la casa y ya se preparaba para disculparse por molestar a horas tan intempestivas.

—¡Vaya…! ¡Has traído contigo a Fats! —exclamó Peg con tono de profunda emoción.

Corky permaneció inmóvil, sin decir nada.

—Y has creído que Peg no se acordaba de ti —comentó Fats.

La muchacha miró a Corky.

—¿Sabías tú también quién era yo?

Corky asintió en silencio inclinando la cabeza.

—¿Por qué, al menos, no os habéis dicho algo mutuamente? —quiso saber Fats.

—Yo no… realmente no sé por qué, no estoy seguro —tartamudeó Corky—. ¿Sabes? Ella estaba arriba y al principio no pude… no pude verla bien. Estaba la persiana, el sol daba en el cristal y cuando me di cuenta pensé que ella no sabía quién era yo porque de no ser así me habría dicho algo.

—¿Y cuál es tu versión? —preguntó Fats a la muchacha.

—¡Ha pasado tanto tiempo! —repuso Peg—. Yo aproveché siempre todas las oportunidades… Veo mucha televisión y creo que no me he perdido ni una sola de tus actuaciones… Yo no quería molestarte de ninguna manera… Ahora mismo…

Fats movió la cabeza y comentó: —Somos todos tan sensibles que a veces hasta somos repugnantes.

Peg se echó a reír diciendo: —¡Es tan guapo y tan agudo como en la televisión!

—¡Guapo! —exclamó Fats en tono alto—. Viril, sí; sexy del todo. Eso de «guapo» le va bien a Disney, si no te importa.

—Me siento realmente emocionada —dijo Peggy—. Vamos, vamos…

La muchacha cerró la puerta y contempló a Corky un momento. Ninguno de los dos dijo nada.

—Yo… me siento como la clásica casamentera —dijo Fats.

Risas.

Peggy dijo a continuación: —¿Puedo cogerlo? ¿Te parece bien?

Corky dudó.

—La respuesta es «déjame en sus brazos» —dijo Fats.

—Ten mucho cuidado —advirtió Corky.

—Prometido.

Peg cogió a Fats con las dos manos y añadió, muy sorprendida: —Pesa bastante.

Fuerte, atolondrada criatura —bromeó Fats.

Peg miró a Corky.

—Sus labios no se han movido.

—Eso es porque no mueves mis palancas, baby.

—¿Qué palancas? —preguntó Peg.

Corky cogió a Fats y lo puso boca abajo sobre una mesa.

—Todo cuanto es en realidad el muñeco de un ventrílocuo está formado por una gran cabeza de madera, pesada como has dicho tú, con un tubo de madera que sirve de cuello. Hay una especie de palancas en este largo tubo y cuando las mueves el muñeco parece cobrar vida. Al menos ésa es la teoría.

Señaló el ropaje que cubría a Fats y alzó su parte posterior añadiendo: —Todos los muñecos están construidos de la misma manera. Puedes introducir la mano hasta las palancas. El resto del cuerpo no es más que unos pliegues de lona fuerte y relleno.

Alzó en brazos a Fats y concluyó entregándoselo a la joven: —Ahora prueba. Siéntate en una silla. Será mejor. Fats tiene unas palancas extra porque lo he construido de tal manera que puede fumar y llorar, pero deja esas palancas por el momento.

Peg se sentó con Fats sobre su regazo e introdujo una mano por su parte posterior.

Fats comenzó a gemir sexualmente.

Peg se echó a reír.

—No le hagas caso —recomendó Corky.

—Deja que te mire —dijo Fats.

—¿Cómo hago eso? —preguntó Peg.

—El mismo tubo, donde están las palancas… Dale la vuelta. ¿Ves?

Peg hizo girar la cabeza de Fats hasta que sus ojos se encontraron. —Esto es realmente curioso…

—Ven conmigo a ver la Kashba —dijo Fats.

—Todavía no he visto que mueva los labios.

—Sube un poco más esa palanca —aconsejó Corky.

La muchacha tocó la palanca derecha y los labios de Fats se movieron.

—No se sabe lo que es la vida hasta que una bella muchacha le toca a uno sus palancas —dijo Fats—. Alza más la palanca…

Peg siguió sus instrucciones. Fats le guiñó su ojo derecho.

Peg abrazó entusiasmada a Fats y después con mucho cuidado se lo entregó a Corky diciendo: —Puedes creer que me ha gustado mucho.

Corky se hizo cargo de Fats comentando: —Repite todo lo que quieras.

—En secreto —dijo Fats.

Corky le alzó hasta un oído y Fats dijo: —Es muy guapa, ¿eh?

—Gracias, Fats —dijo Peg poniéndose de pie—. ¿Cómo haces eso? Parece que Fats habla de verdad.

—Todo es pura ilusión. Vuelvo la cabeza y lo miro cuando abre la boca y él hace lo mismo conmigo. Fíjate en nuestros ojos. Todo se basa en la ilusión y en la práctica.

—Pero tus labios no se mueven.

—Ni tampoco los tuyos. Seriamente. Abre tu boca un poco, muy poco, procura mantener los labios inmóviles, y prueba a decir: «Hola, Corky».

—Hola, Corky.

—¿Ves qué fácil es? Ahora di: «Buenos días, Corky».

—Buenos días, Corky —repitió Peg—. Pero ahora he movido los labios.

—Lo sé. Las letras B, P y M son las más difíciles Si te pasas medio año haciendo prácticas con esa letras podrás pronunciarlas sin mover los labios para nada. Es una labor dura, por supuesto.

—Maricón también es una palabra difícil de pronunciar —dijo Fats—. Me volví loco hasta que pude hacerlo. Maricón, maricón. Si eres como yo un intelectual pervertido sexual, eso puede llegar a ser muy monótono. «Pervertido» también es difícil de pronunciar. Corky es más educado y dice «desviado».

—Tendrías que grabar todas esas cosas —dijo Peg comenzando a subir las escaleras—. No lo digo en broma.

—Es una buena idea, gracias.

—Haría una fortuna vendiéndolas a insomnes —dijo Fats con un tono de maestro rural—. Los cantos rodados se habían fregado porque…

—Ya está bien, calla ya —ordenó Corky.

Peg les hizo una seña para que la siguieran.

—Ven a buscar lo que necesitas.

Subían las escaleras cuando llegó hasta ellos un grito. Corky se detuvo. Peg continuó subiendo.

De nuevo, y desde el exterior, llegó a sus oídos como un alarido.

Peg miró hacia abajo, sonriendo.

—Es mi viejo gato —explicó Peg—. Probablemente habrá encontrado algún pájaro muerto.

—Probablemente habrá matado un pájaro —añadió Fats.

Sherlock no es un animal muy amistoso. Le llamo Sherlock porque siempre está metiendo el hocico en todas las cosas. Le agrada mucho andar por ahí fuera buscando…

La muchacha los condujo a lo largo del pasillo de la segunda planta de la casa y abrió el enorme armario que había al final.

—Sírvete tú mismo.

Corky le entregó a Fats y se acercó al armario que en realidad era una gran despensa. En su mayor parte estaba llena de cajas de cartón. Corky las señaló con una mano y preguntó: —¿Empaquetando para el invierno?

—De manera permanente. Tratando de prepararlo todo para la venta. La verdad es que no hay grandes colas para comprar este lugar. Pero hay esperanzas de que alguien lo considere valioso con lago y todo.

—¿Te quedan aún parientes por aquí…?

—Vivieron aquí hasta hace un par de temporadas… Ahora viven en una especie de apartamento de una sola habitación cerca de Lauderdale, en Florida… Yo he intentado que todo esto siga funcionando, he hecho lo que he podido, pero los inviernos son demasiado duros para que la gente venga por aquí.

Corky cogió algunas toallas, varias pastillas de jabón y una manta. Luego comentó: —Solíais tener estudiantes durante el invierno.

—Cierto. Estudiantes cansados de ese pequeño colegio que hay en la carretera. Cerraron este otoño. Nosotros también hemos cerrado, y la mayor parte de los lugares como éste han cerrado. Muy pronto creo que habrá que pintar un rótulo en el cielo: «¡Atención todo el mundo! ¡Los Catskills han cerrado!».

Corky cogió a Fats en brazos y comenzó a bajar las escaleras.

—¿Y qué harás entonces?

Peg se encogió de hombros.

—Cualquier cosa —respondió.

Corky descendió en medio del silencio que reinó a continuación. Lo hizo lentamente y al llegar abajo se volvió y dio las gracias asintiendo con un movimiento de cabeza, se volvió nuevamente y caminó hacia la puerta principal. Extendió una mano para abrirla cuando Peggy dijo: —Escucha… ¿No quieres tomar un poco de café u otra cosa?

—¡Gracias a Dios! —repuso Fats—. Estaba a punto de pedirte que nos invitaras.

—Me agradaría mucho —dijo Corky.

—¿Has cenado?

Corky negó con la cabeza.

—Bien…, creo que tengo por alguna parte una botella de vino guardada…

—¡Magnífico! —dijo Corky—. Deja que lleve todas estas cosas al bungalow y…

—¿Qué cosas? —preguntó Fats—. Yo formo parte de estas cosas y quiero quedarme.

—Me ducharé en un momento y vengo en seguida —añadió Corky.

—Estaré esclavizada en la cocina —dijo Peggy alzando una mano.

Corky alzó la derecha en respuesta al saludo de la muchacha y abrió la puerta. Miró a su alrededor, dudó, encontró finalmente el sendero y apresuró el paso para llegar hasta el bungalow.

—Me ha sobado —dijo Fats.

—Ya lo he visto.

—Sospecho que me encuentra irresistible.

—A todos nos pasa igual.

—Me pregunto por qué no estará casada.

—¿Y cómo sabes que no lo está?

—Diablos… Si no fueses tan poco observador te habrías fijado en que no lleva anillo.

Corky se encogió de hombros. Continuó su camino hasta que Fats dio un grito cuando el gigantesco gato saltó hacia el medio del sendero. De su boca colgaban los restos sanguinolentos de un pájaro.

—Saluda a Sherlock —dijo Corky.

El gato dejó caer el pájaro y desapareció.

—Mira eso. ¡Jesús!

—Creí que estábamos a punto de firmar un tratado de paz con esa bestia.

Corky redujo el paso y examinó los restos del pájaro.

—¿Un gorrión?

—¿A quién le importa eso? ¡Vamos, vamos!

Corky reanudó su rápido paso hasta llegar al bungalow. Luego colocó a Fats en el sillón tapizado, y se duchó. Se secó rápidamente, se puso una camisa limpia, y pasó unos minutos peinándose. Luego, con ademán perezoso se echó la chaqueta sobre un hombro y se encaminó hacia la puerta.

—Una pregunta —dijo Fats.

Corky esperó.

—¿Por qué hemos venido aquí? No me refiero a los Catskills, sino precisamente a este lugar. El “Caesars Palace” trasplantado a las orillas del lago Melody.

Corky se encogió de hombros.

—No hay razones. Impulso. Suerte. Casualidad.

—Perfecto —dijo Fats—. Entonces tampoco hay razón alguna que abone el quedarnos aquí más tiempo.

—Por supuesto que no.

—Procura por todos los santos del cielo cerrar bien esa puerta, ¿eh?

—¿Por qué?

—Porque, ¡diablos coronados!, no quiero que esa bestia que anda por ahí me clave sus uñas.

Corky cogió la llave de la puerta y dijo: —Como quieras.

Fats preguntó nuevamente: —¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?

Corky se encogió de hombros una vez más.

—Depende…

—Podrías ser un poco más concreto.

—Creo que no vendré tarde.

—Eso también es bueno.

—¿Por qué? —preguntó Corky.

—Porque si vinieras tarde el viejo Fats podría sentir celos.

Larga espera.

—…Y a ninguno de los dos nos gustaría eso…

Otro silencio más largo.

—¿…No crees…?

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