Magic

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Parte III. El trabajo está hecho » Capítulo 8

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—¿Te gusta? —preguntó Corky alegremente—. Creo que va a ser formidable.

El Cartero movió la cabeza negativamente.

—Todavía no he logrado el nivel de representación escénica, pero tengo el potencial necesario para conseguir una nueva dimensión, una total y nueva dimensión. Al menos así lo espero.

—¿Cuánto tiempo has estado así, muchacho?

—¿De qué manera? —interrogó Corky echándose a reír—. ¡Oh, vamos! No creerás que eso era real. ¿Cómo supones que ensayo?

—Nada bien.

—Llevas en el negocio casi medio siglo. ¿Cómo puedes ignorar una rutina cuando oyes hablar de alguna?

Gangrena no fue nunca un tipo muy inteligente —dijo Fats.

—Se trata del espectáculo, de la actuación. Estás volviéndote realmente senil, Cartero. He aquí mi razonamiento: Fats me insulta y yo hago trucos, Fats me insulta y yo hago trucos, y esto se convierte poco a poco en algo que se repite demasiado, ¿no? Así, lo que he decidido hacer ha sido ampliar el formato, añadir más, dar y tomar, aumentar la burla, usar más las estratagemas en beneficio del llamado clímax o puntuación. Te daré un ejemplo…

Corky cogió a Fats y lo puso de pie.

—Señoras y caballeros, para que ustedes disfruten visualmente, he aquí mi versión del truco o juego llamado «el sueño de un avaro».

—¿Es un sueño húmedo…? —preguntó Fats.

—No, cállate… Señoras y caballeros, imaginen ustedes…

—Cuando sueño y me hago pis, todo lo que encuentro al despertar es un montoncito de serrín —dijo Fats.

Corky miró a Fats.

—Si no dejas de interrumpirme, hay un pájaro carpintero de la Mafia que comenzará a trabajar sobre ti.

Hubo un silencio y Corky continuó: —Por favor, señoras y caballeros, no le rían las gracias… Bien, como iba diciendo, una vez hubo un avaro que, como tantos otros, se las compuso para reunir una fortuna…

—Yo cambiaría mi fortuna por un buen pene.

—Tú no tienes ninguna fortuna.

—De acuerdo, pero es que tampoco tengo pene.

Corky miró a el Cartero.

El viejo movió la cabeza negativamente.

—Como ya dije una vez… nada de bueno.

—No lo entiendo —comentó Corky—. ¿Qué es lo que hay dentro de tu cabeza? ¿Cómo es que no ves el formidable espectáculo que estoy montando?

—¿Es ésa la razón de que no desearas pasar por el examen médico? ¿Crees que alguien se daría cuenta?

—Tonterías… Pasaré por ese estúpido examen. Solamente necesitaba aclarar más mis ideas. Temía el éxito como no puedes imaginar. Pero ahora me he decidido en un cien por cien. Aceptaré el examen médico, haré el espectáculo, lo que tú quieras.

—Lo que yo quiero —respondió el Cartero— es que veas a alguien.

—¿Ver a alguien? ¿A quién he de ver?

—¡Deja ya el juego!

—¡Deja de chillar tanto! —dijo Fats.

—Cállate —ordenó Corky.

—No debe chillarte —continuó Fats—. Has estado quemándote los sesos para montar un número nuevo… Que era, o es, un formidable material, Gangrena, cuando dice eso del pájaro carpintero de la Mafia yo respondo eso de que me agradaría ese carpintero… Bueno, sólo con eso en Las Vegas aullarían de risa. Eso sí que tiene verdadera gracia, Gangrena.

—Ya no hay nada que tenga gracia —dijo el Cartero, dirigiéndose a la puerta.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Corky.

—Preguntar por ahí. Unas cuantas llamadas por teléfono.

—Decírselo a la gente, quieres decir.

Corky, no te dominas… sí, voy a contárselo a la gente, a gente con clase, a gente de categoría. Teneos que hacer eso, tenemos que hacer lo que podamos para ayudarte.

—Ponerme en la picota, eso es lo que vas a hacer, eso es lo que estás diciendo. Estás tan asquerosamente viejo que ya no sabes distinguir entre un ensayo y una conversación auténtica y sólo basándote en lo que has escuchado por casualidad, vas a publicar la noticia de que estoy para que me encierren.

—Nadie va a publicar nada. Lo que yo haga lo haré en tu beneficio, no en el mío. Sólo quiero ayudarte, muchacho.

—Alguien está interpretando Corazones y Flores-dijo Fats.

—Cierra tu maldito pico —ordenó Corky.

—Ciérramelo tú —respondió Fats.

—Escucha un segundo —dijo Corky a el Cartero—. ¿No me debes siquiera eso?

El Cartero asintió con un movimiento de cabeza.

Corky señaló el sofá añadiendo: —Por favor…

El Cartero se sentó.

—¿Alguno de vosotros tiene cigarrillos? —preguntó Fats.

—Bien, yo estaba… digamos que descontrolado, en la ciudad, sí, eso es, desorientado más bien diría yo… Nada de tópicos de soledad o cosas por el estilo, pero me sentía… Sentía que me estaba derrumbando como una costura que se deshiciera…

—Y entonces te largaste.

—Así fue —dijo Corky.

—Y ahora me estás diciendo que te encuentras bien.

—Exactamente.

El Cartero movió la cabeza tristemente, y se frotó los ojos.

—Todo se lo debo a Peg, y esto es lo que quiero que entiendas —añadió Corky—. Ella hace que todo sea diferente.

—La muchacha de los senos turgentes —comentó Fats.

—¡Cállate! —dijo Corky.

—Sólo quería que el Cartero conociera bien el reparto de personajes —dijo Fats—. Cuando se llega la senilidad, compañía de dos, porque de tres es imposible.

—Recuerdo a esa Peg muy bien —dijo el Cartero—. Tuvo la habilidad de enviarme a hacer el indio en Binghamton.

—Intentaba cuidarme, protegerme.

—Al grano, muchacho. Es la hora de cerrar.

—Es posible que yo haya estado demasiado tiempo con Fats y que me haya tomado demasiado en serio el espectáculo, pero te juro que ahora he encontrado la verdadera solución. Ella cree en mí. No es ninguna tontería. Y ésta es la razón de que ella también sea mi billete de viaje para salir de aquí. Y si tú le contaras toda clase de mentiras, si ella oyera en algún momento cosas desagradables de mí y dejara de creer, a mí se me haría muy difícil de tragar. Bien, no quiero que eso ocurra de ninguna manera.

—Corky, escucha a el Cartero, ¿eh? Yo ya lo hice contigo. Ahora hazlo tú conmigo. Tienes que meterte en la cabeza que no eres totalmente responsable… y esto es tan cierto como que estamos aquí sentados.

—Sí que lo soy.

—Lo lamento.-¿Y eso es lo que vas a hacer? Muy bien. Pues ve por ahí diciéndoselo a todo el mundo, ocupa toda una página de Variety. «Corky Withers no es responsable de sus actos, y esto es tan cierto como que estamos aquí sentados».

—Muchacho, tienes que permitirme ayudarte. Tengo amigos, conozco gente, buenos médicos…

—Quiere decir matasanos —comentó Fats.

—¡Cállate! —ordenó nuevamente Corky.

—Muchacho, escucha a el Cartero. Con tu talento llegan los problemas, lo sé, lo he comprobado durante cincuenta años. Conocí a Houdini, Ehrich Weiss, era un gran artista con los naipes antes de caer en otros problemas, pero tú tienes más talento él. Repito que con el talento llegan siempre los problemas y Houdini era un chiflado, créeme.

—Acaba de llamarte loco —dijo Fats.

—¡Cállate!

—Ha dicho que Houdini era un chiflado y tú eres más grande que Houdini, lo que te convierte en un chiflado mucho mayor que él.

—No ha dicho eso. Está de nuestra parte…

—Él es el jodido villano del cuento, no lo olvides. No olvides eso nunca.

—Puedo demostrarlo —musitó el Cartero.

—Demostrar ¿qué? —interrogó Corky.

—Que no eres responsable.

—¿Cómo?

—Es fácil. Haré un trato contigo. Te pediré que hagas algo que cualquiera es capaz de hacer. Si lo haces lo olvidaremos todo, pero si no lo haces pensaremos rápidamente en visitar a alguien, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Adelante —dijo Corky.

—Haz que Fats se calle cinco minutos —dijo el Cartero.

Corky no tuvo más remedio que echarse a reír.

—¿Cinco minutos? Puedo hacerle callar cinco años.

—Muy bien. Siéntate en la silla con Fats y yo me sentaré en el sofá. Dejaremos que pase ese tiempo.

Corky se sentó en la silla y dijo: —Si he de decir la verdad estoy muy nervioso.

El Cartero se sacó del bolsillo un «Individuale».

—¿Podemos hablar? —interrogó Corky—. ¿O hemos de cerrar nuestras bocas y tirar lejos la llave?

—Estoy a tu servicio —dijo el Cartero, encendiendo el cigarro.

Corky preguntó:

—¿Cuánto tiempo ha pasado hasta ahora?

El Cartero consultó su reloj.

—Treinta y cinco segundos.

—¡Vaya! Aún me quedan cuatro minutos y veinticinco segundos para ganar. ¿Crees que lo conseguiré?

El Cartero trató de sonreír.

Corky dijo:

—¿No tienes otro cigarro de ésos?

El Cartero le dio el paquete.

—Me quedo con dos. Son grandes —dijo Corky riendo—. ¿Recuerdas cuando dijiste eso?

—Un profesional como yo nunca olvida sus buenas operaciones —repuso el Cartero.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

El Cartero consultó nuevamente su reloj.

—Poco más de un minuto.

—¿Crees que algún día nos reiremos de esto? Si el especial da resultado y yo le añado unas series, podríamos entregar algo bueno a la Guía de TV.

—Es posible —dijo el Cartero.

—Me pregunto cómo lo titularíamos.

El Cartero se encogió de hombros.

—¿Cuánto tiempo? ¿Todavía dos minutos?

El Cartero movió la cabeza.

Corky sonrió, se echó hacia atrás en su silla e inhaló profundamente una bocanada de humo.

El Cartero tamborileó con las yemas de los dedos sobre un muslo.

Silencio.

Silencio.

Corky sonrió otra vez.

El Cartero dejó caer sobre el suelo parte de la ceniza de su cigarro.

—Eres muy cruel, ¿lo sabes? —dijo Corky.

—No trato de serlo —contestó el Cartero.

Corky prosiguió:

—No sé si algún día seré capaz de perdonarte.

Calmosamente, el Cartero dijo: —Habrá que verlo.

Corky replicó:

—Es cuestión de principios. Sólo existe la confianza y cuando eso se va, ¿qué es lo que queda?

El Cartero dejó caer más ceniza al suelo.

—No queda nada de nada. Pero nosotros nunca firmamos, ¿lo recuerdas? Por principio. No tengo ningún derecho sobre ti. Eres libre.

—¿Cuánto tiempo queda? —preguntó Corky.

Una vez más el Cartero consultó su reloj.

—Dos minutos o un poco más.

Corky cerró los ojos.

—No puedo lograrlo.

El Cartero respondió en tono bajo: —Ya sabía que no lo conseguirías.

—¡Hola a todo el mundo! Ésta es la señora Norman Maine —dijo Fats—. Mi madre les da las gracias, mi padre les da las gracias, mi hermana les da las gracias, y yo también se las doy. No tienen nada que temer a no ser al temor mismo, nada que dar a no ser sangre, sudor y lágrimas. Si nada se arriesga, nada se gana ni nada se pierde a no ser nuestras almas. Aquí estoy. ¡Aquí está Fats!

El Cartero se puso de pie.

—¿A dónde diablos crees que vas? —preguntó Fats al mismo tiempo que se volvía hacia Corky—. No vas a permitirle que salga de aquí.

—Basta de juegos —dijo el Cartero.

—Creo que será mejor que te sientes —recomendó Corky.

—He vivido y he superado aquellos tiempos de Tallulah Bankhead y la muerte del vodevil y no me asusto fácilmente.

El Cartero miró hacia la puerta.

—No te dejaré salir de aquí hasta que me prometas que no se lo vas a decir a nadie —dijo Corky.

El Cartero comenzó a caminar.

—Necesito mi oportunidad —dijo Corky.

—La única oportunidad que te queda es que te ayuden y esto es lo que va a suceder.

Corky cogió al viejo y le hizo dar media vuelta al mismo tiempo que lo empujaba hacia el sofá, pero el Cartero no perdió el equilibrio y gritó con una voz mucho más fuerte de lo que Corky le hubiese oído alguna vez: —¡No levantes jamás la mano contra mí!

Corky se detuvo.

El Cartero volvió a andar hacia la puerta.

—Te llevas mi última oportunidad —suplicó Corky.

—No me la llevo, te la estoy dando —replicó Cartero.

Pronto estuvo el Cartero en la calle. Corky permanecía en el centro de la estancia, aturdido, contemplando la oscuridad de la noche. Antes de que cerrara la puerta, Fats se echó sobre él diciéndole: —¡Tiene razón! ¡Tiene más razón que un santo! ¡Estás más loco que un cencerro!

Corky gritó:

—¡Lo he intentado!

Y Fats gritó a su vez: —¡Lo has intentado y has fracasado!

Corky comenzó a pasear por la estancia mientras Fats seguía diciendo: —Desde que nos unimos sabíamos que éramos especiales, diferentes de ellos, de todos esos puercos asquerosos que forman el mundo occidental, pero no nosotros. Nunca nos entenderán, pues nunca nos han entendido. El mundo se nivelará antes de que ellos lo hagan, y entonces el sol se pondrá al amanecer y… ¡maldita sea, mírame!

Corky dejó de pasear.

—Sabes que eso es un cepo para ti.

—Tal vez no. Él solamente desea ayudar, ya lo has oído…

—Sigue soñando…

—No me sucede nada…

—Yo lo sé y esos puercos también, pero odian a los especiales. No saben qué hacer con nosotros, y por eso nos ocultan, nos colocan en algún lugar muy profundo, solitario, y nos mantienen allí hasta que nos matan o hasta que morimos.

—No hables de esta manera. No es verdad…

—Ya no te entiendo. Estoy diciendo la verdad. ¿Por qué te molesta oírla? ¿Es que ya no te importa nada de nada? ¿Tampoco te importa la muchacha?

—¿Peg? Amo a Peg.

—Y puede ser que ella te ame a ti y en los días de visita te lleve lápices de colores para iluminar juntos un álbum de dibujos…

Corky se tapó los oídos.

—¡Oh, eso es bueno! ¡Eso ayudará mucho! Peg se encargará de todo, pero antes lo verá todo. Verá cómo vienen a buscarte para ponerte la bonita chaqueta blanca y llevarte luego al cepo. Y esto hará que se sienta muy feliz después de todo. Los dos estaréis orgullosos de vosotros mismos y podréis hacer frente al futuro de esta manera tan maravillosa, tú en tu celda acolchada y ella fuera diciendo cosas así: «¿Cómo te encuentras esta semana, Corky? ¿Te tratan bien, Corky? Bien, estoy contenta, Corky, porque ya no lo aguanto más, Corky, y no vendré a verte más, Corky. Adiós, Corky. Adiós, adiós, adiós…»

—¿Qué quieres de mí?

—Ya lo sabes.

—No lo sé.

—Mientes.

—Dime…

—Eres un flojo.

—No lo soy, no lo soy.

—Detenlo.

—No puedo.

—Detén a el Cartero.

—Lo he intentado.

—No tienes cojones.

—Lo intenté…

—Detenlo.

—¿Cómo?

Detenlo.

—¿Cómo? ¿Cómo? ¿Con qué…?

Antes de que estas últimas palabras acabaran de ser pronunciadas, Fats gritó: —¡YO! ¡YO-YO-YO-YO-YO-YO-YO-YO!

Y antes de que el Cartero hubiera llegado a la mitad del sendero, el primer golpe lo lanzaba hacia atrás, pero no al suelo, y él mostraba un rostro en el que se reflejaba una expresión de asombro musitando: «¿Cómo?», antes de que Corky le golpeara otra vez sosteniendo a Fats por los pies y levantándolo en el aire como si fuera un hacha. Esta vez, la cabeza de madera de Fats cayó sobre la nariz de el Cartero y sangraba cuando el Cartero empezó a tambalearse, intentando alzar los brazos. Pero Fats volvió a caer con fuerza sobre el Cartero y este golpe le hizo manar sangre del ojo derecho. El Cartero estaba ya de rodillas cuando Fats cayó sobre su cabeza y entonces se arrastró por el suelo proporcionando Fats la ocasión de caer sobre su nuca. Después, fuera del sendero, entre los árboles y en los arbustos Corky siguió levantando a Fats una y otra vez y haciendo saltar la sangre por todas partes. Fats seguía gritando «¡Otra vez!» «¡Otra vez!», y a cada golpe que daba a el Cartero, éste se iba agotando hasta que cayó inerte. Entonces Corky dejó caer el muñeco junto al anciano y luego se arrodilló en la tierra hasta que pudo dominar las lágrimas…

Lamentos. Intensos y constantes. Corky se puso de pie de un salto. La noche era bastante oscura, de modo que aunque no se encontraba lejos de el Cartero Corky no lo veía claramente. Retrocedió unos pasos.

El Cartero yacía en tierra, mudo. Los lamentos procedían de Fats.

—Muchacho…, muchacho…

—¿Qué?

—Mi cabeza… La has roto…

Corky cogió a Fats y lo miró. No había suficiente luz. Introdujo una mano debajo de la peluca de Fats. El cráneo estaba comenzando a astillarse.

—¿Qué haré?

—No puedo pensar… Ayúdame, muchacho…

—Lo haré…, lo haré…

Corrió hacia el bungalow y dejó a Fats sobre el sofá. Lo desnudó y le quitó cuidadosamente la peluca.

—Date prisa…

—Estoy intentándolo.

Corky fue en busca de la caja donde guardaba las ropas de Fats y sacó un juego completo y algunas tiras de lona. Rasgó las tiras a lo largo para convertirlas en estrechos cordones y los ató alrededor de la cabeza de Fats anudándolos con fuerza hasta que obtuvo un perfecto encaje de la madera. Las manos de Corky trabajaban diestramente. Luego cambió la peluca y sacó de la caja una gorra que hacía juego con el «mono» que usaría Fats. Cuando lo puso de pie preguntó: —¿Mejor?

—¡Oh, creo que sí! ¿Se nota mucho?

—Con la gorra así de ceñida, no. Déjame que te ponga estas otras ropas.

—Quítate esa camisa primero. Estás lleno de sangre. No quiero que ensucies mi vestido nuevo.

Corky asintió con la cabeza, se quitó la camisa rasgándola violentamente, la arrojó al interior del armario, y se puso el jersey que le había llevado Peg aquella tarde. Luego volvió junto a Fats, comprobó que sus palancas no se habían averiado y acto seguido comenzó a vestirlo de limpio.

—Tendremos que preocuparnos de ese cadáver —dijo Fats.

—¿Cómo?

—Aún no estoy seguro. Todavía no puedo pensar con claridad, pero ya inventaré algo.

—Sé que lo harás, tienes que hacerlo —repuso Corky.

Abrochó el «mono» de Fats y murmuró: —Creo que lo mejor sería enterrarlo. Hay millones de acres de bosque por aquí.

—¡Oh, eso está muy bien! —exclamó Fats—. Eso es pensar maravillosamente bien. ¿Por qué no vas a casa y pides una pala? Peg no se extrañará de la petición porque todo el mundo anda por aquí excavando por la noche…

—Por favor, no seas sarcástico.

—Tú ve a buscar al maldito Cartero y deja que yo piense lo demás. ¿De acuerdo?

—Lo que quieras —respondió Corky.

Puso cuidadosamente a Fats sobre el sillón y desapareció en la oscuridad de la noche. El frío aumentaba, o era probable que hiciese el mismo de antes y é no lo hubiera notado, pero incluso con el jersey temblaba violentamente. Recorrió el sendero y se acercó a los arbustos donde se hallaba el Cartero… pero el Cartero se había ido…

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