Y despiertas una mañana como tantas veces, como tantas otras, pero te das cuenta de que ésta es ligeramente distinta, de que la luz del sol es algo tenue, de que no es el mismo sol de ayer, el de siempre; de que las sombras se han disipado. Abres tus ojos aún permaneciendo cerrados y percibes que un cálido resplandor a tu alrededor lo envuelve todo. De pronto te percatas de que te encuentras justamente en el centro de un gran espiral donde todo gira en torno a ti, y puedes ver trazos de tus memorias, circundantes, como si fuesen memorias de vidas ajenas; y ves retazos de recuerdos y de experiencias pasadas, y crees ver rostros conocidos entremezclados con lugares comunes y miradas foráneas, y todas tus historias y tus dramas, tus éxitos y tus fracasos, tus pasiones y tus amores giran allí, desvanecidos. Ya no te pertenecen, nunca fueron tuyos. Y eres tan liviano, muy sutil, casi etéreo; te has despojado de pesos innecesarios.
Entonces comprendes que no eres tú quien gira en torno a todo, sino que todo gira en torno a ti. En ese instante no tienes edad ninguna y sin embargo todos los tiempos de la humanidad han transcurrido a través de ti; y conservas toda la inocencia de un niño, del pequeño que fuiste, y posees toda la sabiduría del anciano que quizás serás.
Y despiertas. Nuevamente despiertas. Pero esta vez es un despertar distinto, porque ahora eres conciencia, y luz, y magia...¡y lo salpicas todo!; y tu comprensión y tu bondad van mucho más allá de cualquier límite. Y sientes el gozo de la plenitud, del amor, de la paz que hay en la armonía de la danza cósmica.
Y justamente hoy, que estás naciendo, comprendes que ya tienes toda la edad del Universo entero. Ahora perteneces. Ahora sabes quién verdaderamente Eres.
