Magia

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Acto III

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ACTO III

(Salón en penumbra; una mesa sobre la que reposa una lámpara, y una silla vacía. De la estancia contigua llegan sonidos débiles y ocasionales de las sacudidas o las palabras del enfermo.)

(Entra el DOCTOR GRIMTHORPE con aire compungido y un frasco de medicinas en la mano. Lo deja en la mesa y se sienta, como preparándose para pasar la noche en vela.)

(Entra el ILUSIONISTA con el maletín en la mano y la capa puesta, dispuesto a marcharse. Cuando atraviesa el salón, el DOCTOR se levanta y lo llama.)

DOCTOR: Disculpe, ¿puedo retenerlo un momento? Supongo que está al corriente de que… (Vacila.) de que se ha agravado considerablemente la enfermedad que se ha producido tras su actuación. No digo, en absoluto, a causa de su actuación.

ILUSIONISTA: Se lo agradezco.

DOCTOR: (Algo más decidido, aunque expresándose aún con mucha cautela.) Con todo, la excitación mental es necesariamente un elemento importante en los problemas fisiológicos, y sus triunfos de esta noche han resultado tan extraordinarios que no puedo pretender desvincularlos del caso de mi paciente. En este momento se encuentra en un estado en cierto modo análogo al delirio, aunque, inmerso en él, sea capaz, parcialmente, de formular preguntas y de responderlas. Y la que no deja de plantear es cómo ha logrado su último truco.

ILUSIONISTA: ¡Ah, mi último truco!

DOCTOR: Y me preguntaba si estaría dispuesto a llegar a algún acuerdo que le pareciera justo en relación con este asunto, por lo que a usted se refiere. ¿Podría revelarme a mí, en confianza, los medios para satisfacer esa… esa idea fija que parece albergar? (Vacila de nuevo, y escoge sus palabras más cuidadosamente.) Ese estado especial de oposición semidelirante es raro y guarda, según mi experiencia, similitudes con casos bastante desafortunados.

ILUSIONISTA: (Mirándolo fijamente.) ¿Quiere decir que está volviéndose loco?

DOCTOR: (Bastante impresionado por primera vez.) La pregunta que me hace es injusta. No sería capaz de explicar los sutiles matices del asunto a un lego. E incluso si… si lo que usted sugiere fuera cierto, debería considerarlo secreto profesional.

ILUSIONISTA: (Sin dejar de mirarlo.) ¿Y no cree usted que la pregunta que me hace a mí también es injusta, doctor Grimthorpe? Si el suyo es un secreto profesional, ¿acaso no lo es también el mío? Si usted puede ocultarle la verdad al mundo, ¿por qué no puedo hacerlo yo? Usted no revela sus trucos. Yo no revelo los míos.

DOCTOR: Lo nuestro no son trucos.

ILUSIONISTA: (Pensativo.) Ah, de eso nadie puede estar seguro hasta que los trucos son viejos.

DOCTOR: Pero el público puede ver las curas de un médico con la misma claridad…

ILUSIONISTA: Sí. Con la misma claridad con la que vio la lámpara roja sobre su puerta esta noche.

DOCTOR: (Tras una pausa.) Su secreto, claro está, quedaría estrictamente entre los implicados.

ILUSIONISTA: Por supuesto. Las personas que deliran no se van nunca de la lengua.

DOCTOR: Nadie ve al paciente, salvo su hermana y yo.

ILUSIONISTA: (Se sobresalta ligeramente.) Sí, su hermana. ¿Está muy nerviosa?

DOCTOR: (Bajando la voz.) ¿Qué diría usted?

(El ILUSIONISTA se deja caer en la silla, la capa se entreabre y muestra el esmoquin. Reflexiona durante un breve instante, antes de hablar.)

ILUSIONISTA: Doctor, existen unas mil razones por las que no le revelaré cómo he hecho ese truco. Pero una habrá de bastarle, ya que es la más práctica de todas.

DOCTOR: ¿Y bien? ¿Por qué no habría de revelármelo?

ILUSIONISTA: Porque si lo hiciera, no me creería.

(Silencio. El DOCTOR lo mira con gran curiosidad.)

(Entra el DUQUE, que sostiene unos papeles en la mano. Su habitual disposición alegre se siente bastante forzada, ya que, por la proximidad de la habitación del enfermo, camina como si fuera de puntillas, y cuando empieza a hablar, lo hace en una especie de susurro agudo, o gritado. Afortunadamente, pronto se olvida de ello y vuelve a su voz más natural.)

DUQUE: (Al ILUSIONISTA.) Ha sido usted muy amable al esperar, profesor. Confío en que el doctor Grimthorpe le haya expuesto, y mucho mejor que yo, la pequeña dificultad con que nos encontramos. Nada como la mente médica para las afirmaciones científicas. (Transportado.) Mire si no a Ibsen.

(Silencio.)

DOCTOR: El profesor, claro está, se muestra bastante reticente al respecto. Señala que sus secretos forman parte esencial de su profesión.

DUQUE: Claro, claro. Gajes del oficio, ¿no? Muy propio, claro. Un caso evidente de noblesse oblige. (Silencio.) Pero me atrevería a decir que hemos de buscar una solución al respecto. (Se vuelve hacia el ILUSIONISTA.) Y ahora, mi querido señor, espero que no se ofenda si le digo que creo que deberíamos abordarlo como asunto de negocios. Le estamos pidiendo un precio por un trabajo suyo, por parte de sus conocimientos profesionales, y si llego a tener el placer de extenderle un cheque…

ILUSIONISTA: Se lo agradezco, Excelencia, ya he recibido el cheque de manos de su secretario. Lo encontrará anotado en la chequera, inmediatamente después del que tan generosamente ha entregado a la Asociación para la Supresión de la Magia.

DUQUE: Bien, no quiero que se lo tome así. Quiero que se lo tome con mayor amplitud de miras. Liberalmente, ya sabe. (Con gesto expansivo.) Moderno, y todo lo demás. ¡Un hombre extraordinario, Bernard Shaw!

(Silencio.)

DOCTOR: (Carraspea y retoma la conversación.) Si tiene algún reparo, el pago podría no ser estrictamente para usted.

DUQUE: (Mostrando su aprobación.) Exacto, exacto. ¿No tiene usted ninguna causa, o algo por el estilo? Hoy en día todo el mundo tiene alguna causa. Viudas de ilusionistas, algo así.

ILUSIONISTA: (Conteniéndose.) No. No tengo viudas.

DUQUE: En ese caso, una especie de asignación anual para cualquier viuda que… encuentre. (Abre alegremente la chequera y recurre al lenguaje llano para demostrar que no esconde mala intención.) Vamos, vamos, que sean dos mil pavos.

(El ILUSIONISTA coge el cheque y lo mira con gesto serio y vacilante. Mientras lo hace, el REVERENDO SMITH entra despacio en la sala.)

ILUSIONISTA: ¿Estaría de veras dispuesto a pagar esta suma para saber cómo he hecho el truco?

DUQUE: Estaría dispuesto a pagar mucho más.

DOCTOR: Creo que ya le he explicado que el caso es serio.

ILUSIONISTA: (Cada vez más pensativo.) Pagaría mucho más… (De pronto.) Pero suponga que le cuento el secreto y usted descubre que no era nada.

DOCTOR: ¿Insinúa que la cosa es tan sencilla? Bien, diría que eso sería lo mejor que podría suceder. Unas cuantas carcajadas saludables son lo mejor para la convalecencia.

ILUSIONISTA: (Sin dejar de mirar compungido el cheque.) No creo que se rían.

DUQUE: (Razonando, amigable.) Pero, como usted dice, es algo bastante sencillo.

ILUSIONISTA: Es lo más sencillo del mundo. Por eso mismo no se reirán.

DOCTOR: (Casi nervioso.) Bueno, ¿qué quiere decir? ¿Qué debemos hacer?

ILUSIONISTA: No van a creerlo.

DOCTOR: ¿Y por qué?

ILUSIONISTA: Porque es así de sencillo. (Se pone en pie bruscamente, con el cheque aún en la mano.) Ustedes me preguntan cómo he hecho ese último truco. Y yo se lo cuento. Hice magia.

(El DUQUE y el DOCTOR se miran, inmóviles. Pero el REVERENDO SMITH se sobresalta y da un paso más en dirección a la mesa. El ILUSIONISTA se cubre los hombros con la capa. Ese gesto, que parece anticipar su marcha, lleva al DOCTOR a levantarse.)

DOCTOR: (Asombrado y colérico.) ¿Insinúa en serio que acepta el cheque y después nos cuenta que todo era magia?

ILUSIONISTA: (Rompiendo el cheque en pedazos.) Rompo el cheque, y les digo que ha sido sólo magia.

DOCTOR: (Con violenta sinceridad.) Al diablo, eso no existe.

ILUSIONISTA: Sí existe. Ojalá no supiera que existe.

DUQUE: (También se pone en pie.) Vaya, magia, de veras…

ILUSIONISTA: (Despectivo.) Sí, Excelencia, una de esas grandes leyes de las que nos hablaba.

(Se abrocha la capa hasta el cuello y recoge el maletín. Cuando lo hace, SMITH se interpone entre él y la puerta y lo detiene un instante.)

SMITH: (En voz baja.) Un momento, señor.

ILUSIONISTA: ¿Qué quiere?

SMITH: Quiero disculparme. En nombre de los presentes. Creo que ha sido un error ofrecerle dinero. Y creo que ha sido un error mayor confundirlo con esa terminología médica y llamarlo delirio. Yo siento un mayor respeto por la palabrería del ilusionista que por la del médico. Las dos pretenden aturdir, pero la suya sólo aturde un momento. Así que ahora se lo cuento con palabras sencillas y en sencillos términos humanos y cristianos. Aquí tenemos a un pobre muchacho que podría enloquecer. Suponga usted que tiene un hijo en la misma situación. ¿No esperaría que la gente le contara toda la verdad si eso pudiera ayudarlo?

ILUSIONISTA: Sí, y yo les he contado toda la verdad. Vean si les ayuda en algo.

(Se vuelve de nuevo, aunque menos decidido.)

SMITH: Usted sabe muy bien que no nos ayudará.

ILUSIONISTA: ¿Por qué no?

SMITH: Usted sabe muy bien por qué no. Usted es un hombre honrado. Y lo ha respondido usted mismo: porque él no lo creería.

ILUSIONISTA: (Con algo parecido a la furia.) ¿Es que hay alguien que lo crea? ¿Lo cree usted?

SMITH: (Haciendo un gran esfuerzo por controlarse.) Su pregunta me parece justa. Vamos, sentémonos y conversemos. Permítame que le sostenga la capa.

ILUSIONISTA: Yo me quitaré la capa cuando usted se quite su sotana.

SMITH: ¿Por qué? ¿Acaso me quiere ver pelear?

ILUSIONISTA: Quiero verlo martirizado. Quiero que dé testimonio de su propio credo. Yo afirmo que estas cosas son sobrenaturales. Afirmo que lo que ha sucedido lo ha obrado un espíritu. El doctor no me cree; es agnóstico. El Duque no me cree; no puede creer en nada tan simple como un milagro. Pero ¿qué demonios hace usted, si no cree en milagros? ¿Qué significa su sotana, si no significa que existe lo sobrenatural? ¿Qué significa su maldito alzacuellos, si no significa que existe un espíritu? (Exasperado.) ¿Por qué demonios se viste usted así, si no cree en él? (Con violencia.) ¿O tal vez no cree en los demonios?

SMITH: Creo… (Tras una pausa.) Ojalá pudiera creer.

ILUSIONISTA: Sí. Y ojalá yo pudiera no creer.

(Entra PATRICIA, pálida, con un camisón fino, de enfermera improvisada.)

PATRICIA: ¿Puedo hablar con el Ilusionista?

SMITH: (Adelantándose a toda prisa.) ¿Quiere hablar con el doctor?

PATRICIA: No, con el Ilusionista.

DOCTOR: ¿Alguna novedad?

PATRICIA: Sólo quiero hablar con el Ilusionista.

(Todos se retiran, saliendo bien al jardín, bien por las otras puertas. PATRICIA se acerca al ILUSIONISTA.)

PATRICIA: Debe decirme cómo ha hecho el truco. Lo hará. Estoy convencida de que lo hará. ¡Oh! Ya sé que mi pobre hermano ha sido grosero con usted. ¡Lo es con todo el mundo! (Se derrumba.) ¡Pero es un niño, un niño tan pequeño…!

ILUSIONISTA: Supongo que sabe que hay cosas que los hombres jamás cuentan a las mujeres. Son demasiado horribles.

PATRICIA: Sí, y hay cosas que las mujeres nunca cuentan a los hombres. También son demasiado horribles. Aquí estoy yo para oírlas todas.

ILUSIONISTA: ¿Me está diciendo que puedo contarle todo lo que quiera? ¿Por más siniestro que sea? ¿Por más terrible que sea? ¿Por más condenable que sea?

PATRICIA: He pasado por tantas cosas que no voy a horrorizarme ahora. Cuénteme lo peor.

ILUSIONISTA: Le contaré lo peor. Me he enamorado de usted apenas la he visto.

(Se sienta y cruza las piernas.)

PATRICIA: (Echándose hacia atrás.) Me ha dicho que parecía una niña y…

ILUSIONISTA: Le he mentido.

PATRICIA: Vaya, sí, es terrible.

ILUSIONISTA: Estaba enamorado. He aprovechado la ocasión. ¡Usted se ha creído fácilmente que yo era mago! Pero yo…

PATRICIA: Es horrible. Es horrible. ¡Yo no he creído que fuera mago!

ILUSIONISTA: (Asombrado.) ¡Nunca ha creído que fuera mago!

PATRICIA: Siempre he sabido que era usted un hombre.

ILUSIONISTA: (Entregándose a las muestras de pasión a que las personas se entregan en el escenario.) Sí, soy un hombre. Y usted es una mujer. Y todos los elfos se han ido al País de los Elfos, y los demonios se han ido al infierno. Y usted y yo saldremos de esta casa grande y vulgar y nos casaremos… Todo el mundo está loco en esta casa, esta noche, creo. ¿Qué estoy diciendo? ¡Como si usted fuera a casarse conmigo! ¡Dios santo!

PATRICIA: Ésta es la primera vez que le ha faltado valor.

ILUSIONISTA: ¿A qué se refiere?

PATRICIA: Llamo su atención sobre el hecho de que me ha hecho una oferta. Acepto.

ILUSIONISTA: Oh, es absurdo, absurdo. ¿Cómo puede un hombre casarse con un arcángel, y mucho menos con una dama? Mi madre era una dama y se casó con un violinista moribundo que recorría los caminos. Y la mezcla de ambos toca el gato y el banjo con mi cuerpo y mi alma.[*] Me parece estar viendo a mi madre cocinando en casas cada vez más sucias, remendando calcetines cada vez con la vista más cansada, cuando podría haber lucido collares de perlas si hubiera consentido ser una persona sensata.

PATRICIA: Y podría haber cultivado perlas si hubiera consentido ser una ostra.

ILUSIONISTA: (Serio.) Hubo muy poco placer en su vida.

PATRICIA: Hay poco, muy poco placer, en la vida de todos. La pregunta es, ¿de qué clase? No podemos convertir la vida en placer. Pero podemos escoger los placeres que sean dignos de nosotros y de nuestras almas inmortales. Su madre escogió, y yo he escogido.

ILUSIONISTA: (Observándola fijamente.) ¡Almas inmortales! Suponga que me arrodillara para adorarla; usted y todos los demás se reirían.

PATRICIA: (Con una sonrisa perversa.) Bien, diría que existen formas más cómodas. (Se sienta de pronto a su lado, con una especie de familiaridad doméstica, y sigue hablando.) Sí, haré todo lo que hacía su madre, aunque no tan bien, claro. Maldeciré esa chistera de ilusionista —¿se maldicen las chisteras?—, y cocinaré cenas de ilusionista. Por cierto, ¿qué ha de haber en una cena de ilusionista? Peces de colores siempre, claro…

ILUSIONISTA: (Con un gruñido.) Zanahorias.

PATRICIA: Y, por supuesto, ahora que lo pienso, siempre podrá sacarse algún conejo del sombrero. ¡Vaya! ¡Qué vida tan fácil ha de ser ésa! ¿Cómo se prepara el conejo? El Duque se pasa el día hablando de conejos escalfados. En serio, seremos tan felices como nos convenga. Al menos tendremos confianza el uno en el otro, y nada de secretos. Insisto en conocer todos los trucos.

ILUSIONISTA: No sé ni dónde tengo la cabeza ni dónde tengo los pies.

PATRICIA: Y ahora, ya que vamos a tenernos tanta confianza y a sentirnos tan cómodos, cuénteme el truquito verdadero que ha hecho, el último.

ILUSIONISTA: (Poniéndose en pie, rígido de horror.) ¿Que cómo he hecho el truco? Lo he hecho ayudado por unos demonios. (Se vuelve, furioso, hacia PATRICIA.) Usted creía en duendes. ¿No puede creer en demonios?

PATRICIA: (Seria.) No, no puedo creer en demonios.

ILUSIONISTA: Pues esta sala está llena de ellos.

PATRICIA: ¿Qué significa todo esto?

ILUSIONISTA: Significa sólo que he hecho lo que muchos hombres hacen; aunque son pocos, creo, los que han medrado gracias a ello. (Se sienta y habla pensativo.) Ya le he dicho que me he relacionado con gentes raras de muchas clases. Entre otros, lo he hecho con quienes afirman, sea cierto o no, que llevan a cabo nuestros trucos con la ayuda de espíritus. Tonteé un poco con el espiritismo y la levitación de mesas. Pero pronto tuve motivos para dejarlo.

PATRICIA: ¿Por qué lo dejó?

ILUSIONISTA: Al principio fueron los dolores de cabeza. Además, descubrí que todas las mañanas, tras una sesión de espiritismo, me invadía una sensación rara de bajeza y degradación, de estar manchado. Una sensación muy parecida, supongo, a la que tiene la gente por la mañana cuando se emborracha. Pero resulta que yo poseo lo que se conoce como mucho aguante; y nunca me he emborrachado del todo.

PATRICIA: Me alegro.

ILUSIONISTA: Y no es que no lo intentara. Y además, al cabo de poco, los espíritus con los que jugaba a mover mesas me hicieron lo que creo que suelen hacer cuando terminan esas sesiones.

PATRICIA: ¿Qué?

ILUSIONISTA: Movérmelas ellos a mí. Echármelas encima. No me extraña que crea usted en duendecillos. Mientras aquellas cosas estaban a mi servicio, a mí también me lo parecían. Pero cuando intentaron apoderarse de mí… descubrí que no eran duendes. Descubrí que los espíritus, al menos los espíritus con los que entré en contacto, eran malos, horriblemente malos, antinaturalmente malos.

PATRICIA: ¿Lo dijeron ellos?

ILUSIONISTA: No me hable de lo que dijeron. Yo era un tipo sin demasiados escrúpulos, pero no había caído tan bajo. Me resistí a ellos. Y pasado el mal rato, psicológicamente hablando, corté la conexión. Pero siempre me tentaban para que me aprovechara de los poderes sobrenaturales que había obtenido de ellos. No es que fueran gran cosa, pero bastaban para mover cosas de un sitio a otro, para alterar luces y demás. No sé si es usted consciente de que para un hombre supone un considerable sacrificio tomarse un mal café en una cafetería cuando sabe que con sus poderes mágicos logrará que una botella de champán salga por sí sola de una tienda vacía.

PATRICIA: Creo que se comportó usted muy bien.

ILUSIONISTA: (Con amargura.) Y cuando al fin sucumbí, no fue por algo tan limpio ni cristiano como el champán. Con orgullo ciego, ira y toda clase de sentimientos paganos, invoqué a los demonios, y ellos obedecieron.

PATRICIA: ¡Pobrecillo!

ILUSIONISTA: Su bondad es la única bondad que nunca falla.

PATRICIA: (Le acaricia el brazo.) ¿Y qué vamos a hacer con Morris? Ahora… ahora le creo, querido. Pero él… él nunca creerá.

ILUSIONISTA: No hay peor intolerancia que la de un ateo. Debo pensar en algo.

(Se acerca al ventanal. Los otros hombres reaparecen para impedirle el movimiento.)

DOCTOR: ¿Adónde va?

ILUSIONISTA: Voy a preguntarle al Dios a cuyos enemigos he servido si todavía soy digno de salvar a un niño.

(Sale al jardín. Camina de un lado a otro, exactamente igual que MORRIS ha hecho antes. Mientras se encuentra allí, PATRICIA sale despacio. Y sigue un largo silencio, durante el que los hombres se agitan y se mueven, muy intranquilos. La oscuridad aumenta. Nadie habla hasta que ha transcurrido mucho tiempo.)

DOCTOR: (Bruscamente.) Un hombre fuera de lo común, ese Ilusionista. Listo. Curioso. Muy curioso. De esos hombres que, ya saben… ¡Que el señor nos bendiga! ¿Qué es eso?

DUQUE: ¿Qué es qué, eh? ¿Qué es qué?

(Entra HASTINGS con unos papeles.)

DUQUE: Vaya, Hastings… Hastings, creíamos que era usted un fantasma. Debe de… estar pálido, o algo así.

HASTINGS: Le he traído la respuesta de los antivegetarianos… perdón, quiero decir de los vegetarianos.

(Se le caen uno o dos papeles.)

DUQUE: Vaya, Hastings, sí que está pálido.

HASTINGS: Ruego a Su Excelencia que me disculpe. Me he sobresaltado un poco al entrar en el salón.

DOCTOR: ¿Sobresaltado? ¿Sobresaltado?

HASTINGS: Es la primera vez, creo, que el trabajo de Su Excelencia se ve alterado por mis sentimientos privados. No pienso molestarlo con ellos. No volverá a suceder.

(Sale HASTINGS.)

DUQUE: Qué hombre tan extraordinario. Me pregunto si…

(Se interrumpe súbitamente.)

DOCTOR: (Tras una larga pausa, en voz baja, a SMITH.) ¿Cómo se siente?

SMITH: Me siento como si debiera abrir o cerrar una ventana, y no supiera cuál de las dos cosas hacer.

(Otra larga pausa.)

SMITH: (Gritando repentinamente en la oscuridad.) En el nombre de Dios, ¡vete!

DOCTOR: (Dando un respingo, tembloroso.) Permítame decirle, señor, que no estoy habituado a que me hablen…

SMITH: No ha sido a usted a quien he pedido que se marche.

DOCTOR: No. (Pausa.) Pero creo que me iré de todos modos. Esta sala me resulta, sencillamente, horrible.

(Se acerca a la puerta.)

DUQUE: (Moviéndose inquieto de un lado a otro, cambiando cartas, papeles, etc., de sitio en las mesas.) ¿Sala horrible? ¿Sala horrible? No, no y no. (Empieza a correr más deprisa por la habitación, agitando las manos como si fueran aletas.) Sólo algo atestada de gente. Sólo algo atestada. Y parece que no la conozco a toda. No puede caerme bien todo el mundo. Estas grandes recepciones…

(Se deja caer en una silla.)

ILUSIONISTA: (Reaparece junto a los ventanales del jardín.) Volved al infierno en el que estabais cuando os he llamado. Ésta es la última orden que doy.

DOCTOR: (Poniéndose en pie bruscamente.) ¿Y qué va a hacer?

ILUSIONISTA: Voy a contarle una mentira a ese pobre muchacho. He encontrado en el jardín lo que él no ha encontrado en el jardín. Se me ha ocurrido una explicación natural para mi truco.

DOCTOR: (Muy conmovido.) Creo que se parece usted bastante a un gran hombre. ¿Puedo ir ahora mismo a contarle su explicación?

ILUSIONISTA: (Muy serio.) No, gracias. Se la contaré yo. (Se dirige a la habitación contigua.)

DUQUE: (Incómodo.) Hace nada todos nos sentíamos muy mal. Cosas asombrosas suceden en el mundo. (Tras una pausa.) Supongo que todo es electricidad.

(Silencio, como de costumbre.)

SMITH: Creo que en todo esto ha habido algo más que electricidad.

(Entra PATRICIA, todavía pálida, pero radiante.)

PATRICIA: ¡Oh, Morris se encuentra mucho mejor! El Ilusionista le ha contado una historia muy buena para explicar su truco.

(Entra el ILUSIONISTA.)

DUQUE: Profesor, mil gracias, estamos en deuda con usted.

DOCTOR: ¡Sin duda ha superado con creces su pretensión de originalidad!

SMITH: Es mucho más maravilloso explicar un milagro que obrarlo. ¿Cuál ha sido su explicación, por cierto?

ILUSIONISTA: No se lo diré.

SMITH: (Sorprendido.) ¿De veras? ¿Por qué no?

ILUSIONISTA: Porque Dios y los demonios y ese misterio inmortal que usted niega han estado aquí esta noche. Porque usted sabe que han estado aquí. Porque usted conoce a los espíritus tan bien como yo y los teme tanto como yo.

SMITH:¿Y?

ILUSIONISTA: Porque todo esto no serviría. Si yo le contara la mentira que le he contado a Morris Carleon sobre mi truco…

SMITH: ¿Sí?

ILUSIONISTA: Usted lo creería lo mismo que lo ha creído él. Usted no entiende (señalando la lámpara) cómo ha podido hacerse el truco de manera natural. Sólo yo he descubierto cómo podía hacerse… después de haberlo hecho con mi magia. Pero si le cuento la manera natural de hacerlo…

SMITH: ¿Sí?

ILUSIONISTA: Media hora después de salir de esta casa todos ustedes contarán cómo lo he hecho.

(El ILUSIONISTA se abotona la capa y se acerca a PATRICIA.)

ILUSIONISTA: Adiós.

PATRICIA: No le diré adiós.

PATRICIA: Sí. Este cuento de hadas se ha acabado, real y verdaderamente. (Lo mira un instante con esa antigua mirada mística.) Para un cuento de hadas, es muy duro acabar. Si le deja tranquilo, perdura siempre. Nuestro cuento de hadas se ha acabado del único modo en que pueden acabarse los cuentos de hadas. Del único modo en que un cuento de hadas puede dejar de serlo.

ILUSIONISTA: No lo entiendo.

PATRICIA: Se ha hecho realidad.

Telón

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