Mafia

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Segunda parte » 19

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Cristianno

Kathia se quedó mirando la hebilla del chaleco antibalas que acababa de colocarle como si mis dedos y aquella prenda fueran a quemarle. No quería demostrarme lo asustada que estaba, por eso no preguntó y optó por tragarse su miedo. No podíamos descartar que Valentino hubiera rastreado nuestro avión y supiera exactamente donde aterrizaría. Lo que no nos libraría de una bienvenida en el aeródromo.

—Ken, no bajaréis del avión hasta que yo verifique la salida —comenté de nuevo. Habíamos repasado esa estrategia un centenar de veces y es que el japonés no estaba acostumbrado a ese tipo de mafia—. Y en caso de que surjan contratiempos…

—…Intentaremos buscar el cobijo más próximo al avión —me interrumpió—. No te preocupes, lo tengo claro.

Seis horas habían sido demasiado tiempo. Nos habíamos agobiado, carcomido, precipitado y derrumbado de todas las formas posibles.

—De acuerdo. —Asentí y cogí un arma del maletín que habíamos dispuesto sobre la mesa—. Toma. —Se la entregué a Kathia y ella la aceptó capturándola con mucho más control del que hubiera imaginado—. Solo por si acaso, no cometas locuras —Le advertí profundamente seguro de lo capaz que sería de arriesgarse si yo estaba en peligro.

—Está bien —murmuró sin más.

—¿No me contradices?

—¿Serviría de algo?

No, no serviría. Así como tampoco serviría de mucho insistirle en que se escondiera.

Kathia desvió la mirada al comprender que estaba estudiándola. Era muy lista, y me cagó de miedo que tuviéramos objetivos muy distintos.

Me propuse enfrentarla, advertirle y hasta incluso amenazarla. Pero la azafata interrumpió mostrándose nerviosa. Ella también se había colocado un chaleco.

—Señor Gabbana, vamos a aterrizar —me advirtió y vi en su mirada que la visita de nuestros enemigos ya era un hecho.

—De acuerdo —afirmé y tomé asiento junto a Kathia. Miré al frente mientras mis dedos se enroscaban a los suyos—. Por favor… —Intenté suplicarle, pero ella siquiera me dejó terminar.

—Solo si no estás en peligro, ya lo sabes. —Respondió a mis pensamientos de una forma inquisitiva, demasiado mafiosa—. Ahora ódiame si quieres.

—Lo hago, no sabes cuánto —gruñí.

—Me alegra.

De haber podido, la habría encerrado y amordazado si hubiera sido necesario. Pero pensar en ello, al tiempo en que las ruedas tocaban tierra firme, era una pérdida de tiempo. La suerte ya estaba echada.

Enrico

El sol siquiera rallaba el horizonte cuando terminé de cargar mi arma y ajustarme los puños de mi chaqueta. Miré al cielo desde los ventanales. A mi izquierda, sobre la mesa: una botella de licor medio vacía, un vaso sin hielo y un cenicero lleno de colillas eran las señales de un hombre que no había dormido en toda la noche, preparándose para el peor de los escenarios.

—Enrico. —La voz de Thiago en mi oído, colándose en mis entrañas—. Seis en punto. —Era la hora de convertirnos en parias. En los hombres más buscados de Roma.

Apreté los dientes. Estaba preparado.

—Salimos todos, ¿entendido? No quiero heroicidades —comenté endiabladamente frío.

Habíamos abierto un canal de comunicación codificado al que solo podía acceder una selección reducida de mis hombres al no estar seguros de cuantos podían traicionarnos. Eso nos daba una ventaja de una hora como máximo, el tiempo preciso para que Cristianno y Kathia aterrizaran y pudiéramos unirnos al protocolo de evacuación Prima Porta.

—De acuerdo. —A Thiago le costó hablar. Él no estaba del todo seguro de poder abandonar el hotel, pero también sabía que no me iría sin él—. En dos grupos. Dos salidas.

—Bien.

Salí de la habitación. El pasillo estaba desierto lo que me beneficiaba a la hora de moverme e ir en busca de Giovanna. Ella había pasado la noche en la suite nupcial, con Valentino, y al parecer no se había movido. En cierto modo me preocupaba, no estaba seguro de lo que el Bianchi había hecho con ella. La última imagen que habían registrado las cámaras era la de una Giovanna que se había arrodillado ante la pelvis de Valentino con los ojos llorosos. Tras eso, una visión estática de la habitación. Nada más.

Subí al último piso. Tenía vía libre dado que Valentino no estaba allí, así que franqueé la puerta. Al principio, no noté nada raro. Hasta que, conforme me adentraba, descubrí a Giovanna atada de pies y manos y amordazada en un rincón junto a la cama. Quizás fue frívolo sentir alivio al verla con la ropa puesta.

Me acuclillé al tiempo en que ella comenzaba a jadear y a mirarme con los ojos desencajados. Había llorado, surcos de lágrimas se había secado en sus mejillas enrojecidas. Le desprendí de la cinta de la boca y me concentré en desatarla.

—¿Estás bien? —Pregunté precipitado, entre susurros—. ¿Te ha hecho daño?

—Enrico… —sollozó ella.

Que sintiera esos deseos de encontrar refugio en mí, hizo que me acordara de lo indefensa que estaba, de su soledad. Su hermano, su madre, nadie se había preocupado por ella. En aquel momento solo me tenía a mí. Sentí aún más ganas de protegerla porque esa chica lo merecía; Giovanna se había ganado muchas cosas en aquellas últimas semanas.

—Contéstame —la insté tras acariciarle la mejilla. Desaté sus brazos.

—No… —admitió para mi calma—. Solo me obligó a… —Cerré los ojos. Obligarla a una felación era casi más humillante y cruel que violarla.

—Tranquila. —Desaté sus pies y permití que me abrazara—. Giovanna, tienes que hacer todo lo que yo diga. —Le dije al oído, rodeando su cuerpo con mis brazos—. Si te digo que corras, tú obedecerás, si te digo que te agaches, lo harás. No preguntes, no hagas nada más, ¿me has oído?

Me miró agradecida; podría haberme ido sin ella y, sin embargo, estaba allí.

—Vale… —Otro sollozo—. Enrico, ¿Mauro está bien?

—No pienses en eso ahora mismo. Tenemos que salir de aquí. —Me puse en pie y la insté a hacer lo mismo.

—¿Y Cristianno…? Valentino me obligó a llamarle, me obligó a…

—Lo sé, Giovanna. Cálmate. Vamos.

Salimos de la habitación justo cuando la luz del ascensor se encendía y emitía un pitido. Las puertas empezaron a abrirse.

Teníamos visita y esta no nos permitiría abandonar tan fácilmente.

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