Mafia

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Tercera parte » 59

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Cristianno

No llegué a perder el conocimiento, pero tengo recuerdos muy vagos de lo que pasó realmente.

Sé que no solté a Kathia ni un instante, que la mantuve pegada a mi pecho y que yo no dejaba de rogar, cada vez con menos fuerza. Fue muy difícil mantenerme con los ojos completamente abiertos, la visión borrosa me empujaba a la inconsciencia, pero de alguna manera algo de mí resistía. Tal vez porque vi a Enrico y Mauro y Alex y a mis hermanos aparecer en aquella plaza.

A partir de ese momento todo se desvanecía un poco. Lo recordaba de forma intermitente. El motor urgido de aquella furgoneta. El masaje cardíaco que Enrico le estaba haciendo a Kathia. Su sangre que se derramaba sobre el suelo, que inundaba las manos de su hermano. El contacto de mi primo.

—Todo va a salir bien, ¿me oyes? —Sí, le oí, pero fui incapaz de darle una señal que se lo indicara. Fui incapaz de pedirle que evitara sollozar, que no cayera en el mismo llanto que Alex.

Recuerdo que estiré la mano hacia mi amigo y que él enseguida la cogió y se encargó de ocultar la vista que tenía de Kathia. Pero no pudo evitar que oyera a Enrico blasfemar de impotencia.

Y cerré los ojos, para volver a abrirlos en un pasillo de luces blancas. Escuché gritos lejanos, pasos acelerados, sonidos metálicos. Y las órdenes de Ken Takahashi. Me deslizaban aprisa sobre una camilla. Me administraron oxígeno.

—¡Cristianno, procura mantenerte despierto! —me suplicó el japonés.

Pero a mí solo se me ocurrió levantar la cabeza.

—Ka… Kathia… —jadeé. Creo que fui inaudible.

—Tranquilo, hijo mío. —Aquella era la voz sollozante de mi padre. Mi padre…

Justo entonces me desviaron y me metieron en una sala en la que lo único que llamó mi atención fueron unos pies desnudos.

Volví a cerrar los ojos, volví a abrirlos. Repetí la maniobra una y otra vez, sabiendo que, en las ocasiones en las que tratara de enfocar la vista, notaría el desfase del tiempo. Me alejaría cada vez más de Kathia.

<<Fabio…>> Volví a mencionarle. Mi mente insistía en él porque estaba seguro de que podría escucharme, aunque no tuviera prueba de ello. Era algo místico, algo irracional. Posiblemente surgido de mi devoción por él. Y por ella.

—¡Carga a trescientos! ¡Ya! —gritó alguien provocando que desviara la mirada.

La vi…

<<Mi Kathia…>>, me lamenté al tiempo en que su pecho se contraía violentamente para volver a desplomarse en la camilla. Los médicos repitieron la maniobra una vez más incitando que la cabeza de Kathia se desviara hacia mí.

Le habían cerrado los ojos. Tenía el rostro demasiado macilento, con los labios agrietados y emblanquecidos, los mismos que había besado hasta ahogarme en la excitación. Los moratones ahora resaltaban más que nunca, la sangre brillaba demasiado vigorosa.

—Kathia… —jadeé, y levanté mi brazo.

Lo estiré hacia ella. Tenía que alcanzarla. En todos los sentidos en los que se alcanza a una persona. No me importaba a donde fuera, la seguiría, aunque eso me condenara al peor de los infiernos.

Mis dedos estaban al borde de acariciar su frente.

<<Un poco más…>>, pensé. <<Un poco más y estoy contigo, mi amor.>>

Cristianno. Aquella voz surgió de la nada. No era de este mundo.

Cerré los ojos.

—Fabio… —siseé sin apenas aliento.

Y supe que si volvía mirar a Kathia, la vería despertar. Era una certeza tan grande como el amor que sentía por ella. Cogí aire y me preparé para el efecto que su mirada gris producía en mí.

—¡Estabilizar! —Volvieron a gritar los doctores.

Empecé a llorar, porque cuando la miré, Kathia ya lo estaba haciendo de antes.

Esa sonrisa débil que me mostró, me entregó la vida.

Soy Roma.

Soy esa grandeza que habita en cada uno de vosotros.

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