Mafia

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Segunda parte » 16

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Kathia

Tenía miedo de lo poco que sabía de la verdad y lo poderosa que era. Ciertamente conocía varios aspectos, pero, en resumidas cuentas, no sabía cuáles eran ciertos y cuales estaban adornados. Por eso tener aquel diario delante mí me perturbaba tanto. Esa gruesa libreta contenía la única y auténtica verdad. Nada ni nadie podría rebatirlo.

—No necesitas ser prudente, Cristianno —susurré al ver como él se levantaba de su asiento y se pasaba las manos por la cabeza.

Me dio la espalda al suspirar. No le resultaba difícil explicarme toda la información que su tío había recopilado en ese diario durante años, sino que, a partir de entonces, Cristianno sabía que sería inevitable convertirme en una extensión de él mucho más activa.

—Sabes que no quiero esconderte nada y no estoy pensando en la manera de hacerlo, pero… —Se detuvo, su voz ya había encendido en mí esa fuerza que me empujaba a él.

Caminé hacia su posición percibiendo como esa energía fluía en mí, me exigía y me emocionaba. Acaricié su espalda. Cristianno no me diría lo mucho que necesitaba que le tocara en ese momento, pero su cuerpo le delató liberando un escalofrío fascinante. Lentamente, rodeé su cintura y apoyé mi frente entre sus hombros.

—¿A qué le puedo temer si tengo a mi lado a Cristianno Gabbana? —Murmuré en su nuca. Él envolvió mis manos con las suyas.

Cristianno se dio la vuelta sin deshacer el abrazo y me miró con fijeza. Después de eso, me besó en la frente y se alejó con lentitud. Se encendió un nuevo cigarrillo y volvió a tomar asiento. Supe que hablaría de inmediato, así que le seguí y me senté frente a él con el corazón latiéndome sobre la lengua. El diario de Fabio permanecía entre nosotros, rellenando la corta distancia que nos separaba.

—Sabes que Fabio estudio en Oxford.

—Sí —admití.

Cristianno asintió con la cabeza, soltó el humo del cigarro y apoyó los codos en las rodillas.

—Allí conoció a Hiroto Takahashi y a su familia. Fue su profesor de química…

Aquel hombre apenas llevaba unos años impartiendo clase en la universidad de Oxford cuando se conocieron. El japonés se había trasladado desde Osaka con su esposa y su hijo, Ken, que por aquel entonces tenía diecinueve años. Era un químico mundialmente reconocido y no dudó en aceptar un puesto en una de las mejores instituciones académicas del planeta.

Cristianno no dejó de incidir en el gran cariño y respeto que Fabio le profesaba a la familia Takahashi, señal de lo insistente que seguramente eran sus comentarios en los diarios. Fue una relación que enseguida prosperó, llegando hasta el punto de confesarse demasiados secretos. Como por ejemplo que Hiroto padecía Alzheimer precoz y que apenas Fabio y Ken lo sabían.

Tragué saliva.

Al principio creí que Cristianno no estaba siendo concreto con lo que le había pedido, pero no me costó suponer que aquella explicación era la introducción a algo mucho más importante.

—Por entonces, Fabio estaba muy interesado en la evolución de aquella enfermedad. —Poco a poco, la voz de Cristianno se hacía más débil. Señal de lo mucho que le costaba hablar de su querido tío—. Así que no dudó al iniciar un proyecto en busca de erradicar o, al menos, menguar su progreso.

Tuve la sensación de que el pasado se aferraba a mis piernas y me enviaba allí, a vivirlo en plenitud. Casi pude apreciar el delicado perfume que desprendía la piel de Fabio o el tenue sonido que hacían sus pies al caminar.

No me sorprendía que él hubiera decidido embarcarse en un proyecto como aquel. La forma de amar y respetar que tenía Fabio era leal. Tenía lógica que quisiera dejarse la vida por salvar la de alguien a quien quería.

Tomé asiento junto a Cristianno empezando a comprender por qué Fabio le tenía tal devoción; eran increíblemente similares, intensos y arrebatadores. Cristianno me regaló una tenue sonrisa en cuanto me tuvo a su lado. Le acaricié el cabello y dejé que suspirara tranquilo.

—Después de un largo tiempo de investigación —continuó—, Fabio y Ken creyeron dar con un tratamiento óptimo que suavizaba los efectos del Alzheimer.

Fruncí el ceño. Faltaba algo demasiado importante.

—¿Y Hannah? —Dije en un suspiro.

—Eres muy sagaz —bromeó dándome una pequeña cabezada, pero, aquel reflejo de buen humor, duró poco—. Ella entró a formar parte del grupo unas semanas después de que Hiroto muriera.

Contuve el aliento y en cierto modo me molestó que mi mente dedujera tan rápido el motivo de su muerte. Supe que el nudo que se estaba formando en mi vientre no se desharía fácilmente.

—Fue el paciente cero… —murmuré y Cristianno lo admitió asintiendo con la cabeza—. Pero si los resultados parecían óptimos, ¿qué fue lo que sucedió?

Cristianno me clavó una mirada que hizo que se me olvidara todo lo demás. Solo fui capaz de observarle sabiendo que mi cuerpo se contraía a la espera de su respuesta.

—El tratamiento parecía óptimo, pero su desarrollo dentro del organismo humano destruía las células. —No hizo falta que dijera más para entenderle.

—Se convertía en un virus…

<<El proyecto Zeus…>>

Mi cuerpo se puso en tensión. Jamás creí que lograría comprender cuál fue el inicio de todo. Fabio no quiso crear una bomba epidémica, solo quiso salvar a su gran amigo y eso lo provocó todo. Inició un experimento en humanos demasiado pronto. No, le insistieron en experimentar en humanos sin estar completamente seguro de la respuesta que tendría el tratamiento.

<<Fabio…>> Al decir su nombre en mi mente todo mi cuerpo reaccionó convulsionándose.

—La respuesta del medicamento fue tan poderosa y veloz que no fueron capaces de reaccionar. Hiroto murió de una hipoxia cerebral. —Cristianno apoyó la cabeza entre sus manos—. Su cerebro fue incapaz de seguir procesando y se degeneró hasta terminar con su vida. En menos de 72 horas. —Terminó susurrando.

El silencio que le siguió a esa confesión, se asentó vigoroso entre nosotros. Ninguno de los dos nos atrevíamos a continuar, aun sabiendo que era trascendental. No podíamos pasar por alto la culpa que Fabio debió sentir cuando vio morir a su amigo.

Pero Hiroto Takahashi sabía bien que no tenía por qué conseguir buenos resultados. Arriesgó su vida porque creía en la causa y porque no quería olvidar a su esposa ni a la gente que amaba. Lo explicó bien en una carta que le escribió a Fabio la noche antes de iniciarse el tratamiento. Era una especie de testamento; en ella instaba a Fabio a continuar investigando, a conseguir erradicar esa enfermedad que ambos tanto temían.

—Hannah apareció en su vida en un gran momento de debilidad —dijo Cristianno con una voz un tanto más dura que antes—. Aprovechó ese instante porque los Carusso sabían que Fabio sería débil. No costaría hacerle caer en las redes de una persona que fingía comprenderle y admirarle.

Por supuesto que no. Así como tampoco le importó a Angelo. Él solo pensaba en el poder del imperio Gabbana. Una obsesión que Olimpia se encargó muy bien de engrandecer debido a sus profundas ansias de venganza incitadas por los celos.

Por entonces Fabio ya estaba casado, pero aun así, su esposa, Virginia Liotti, no le aportaba nada en absoluto. Hannah Thomas fue para él una ráfaga de viento suave y revitalizador. Ella hizo bien su papel y no tardó en conquistarlo. Así como tampoco tardó en conquistar a Leonardo Materazzi… Mi padre.

—Se conocieron en Milán, en una de las visitas que mi tío le hizo a Leonardo. —Cristianno se puso más cómodo, encogiendo una de sus piernas sobre el sofá—. Hannah insistió en ir con él porque no soportaba la idea de estar separados un fin de semana. Suena patético si lo digo en voz alta.

Sonreí, porque me apetecía y porque sabía que eso le haría más llevadera la situación.

—Podría decirse que al Materazzi le pasó como a mí contigo: se volvió loco por Hannah desde el primer momento.

Podría haber olvidado respirar si no me hubiera mirado de aquella manera. Estaba oscuro, tanto que parecíamos sombras, pero sus ojos nunca dejaban de refulgir. Aquel extraordinario azul era tan intenso como la luz.

—Pero tú no eres como él… —acaricié su mejilla—. No serías capaz de traicionar a tu mejor amigo.

—Se suponía que Leo sabía de los sentimientos de Fabio por Hannah. Pero le importaron una mierda cuando decidió tirársela a sus espaldas. Nunca sabremos que pasaba por su cabeza entonces…

—¿Qué importa ahora…? —resoplé profundamente dolida—. Ya es demasiado tarde…

Aun así Leonardo no traicionó del todo a Fabio. Todavía le quedaba algo de integridad y cuando Angelo le propuso someter a los Gabbana porque estaba cansado de su impecable imperialismo, él se negó. Así como se negó su padre. Semanas más tarde el cadáver del progenitor de Angelo Carusso fue encontrado a la orilla de la playa de Fiumicino. Le habían asesinado y no era difícil imaginar quién había sido. Resultó que en la mafia un hijo era capaz de matar a un padre.

—Me cuesta contarte el resto —añadió Cristianno notablemente cansado.

Me había dado tanta información en un momento que no era capaz de controlarse. Ni yo tampoco. Pero dado que habíamos iniciado aquella conversación, lo mejor era terminar. Debía contármelo todo, aún faltaban cosas…

—Cristianno… —le insté con cariño y él suspiró.

—Hannah se quedó embarazada —dijo de pronto—. Como había mantenido relaciones sexuales con ambos no sabía bien quien era el padre. Pero decidió guardarse esa información y seguir como estaba planeado. Al menos hasta el último mes de gestación.

Torcí el gesto y sentí un poco más la rigidez.

—¿Qué pasó el último mes? —Soné un tanto expectante.

—Hannah robó toda la investigación sobre el tratamiento de Fabio y Ken y se lo entregó a los Carusso.

—¿Por qué?

—Porque a Angelo le pareció una maravillosa idea patentar una pandemia.

Hannah había acordado en darle a Angelo un informe semanal sobre los movimientos de Fabio y no dudó en comentar aquello. Le explicó detalladamente los resultados de esa investigación y lo que era capaz de provocar, lo que despertó el ansia de poder del Carusso. No le costó imaginar los beneficios que podía obtener si resultaba que desarrollaba un antivirus…

Se convirtió en su mayor objetivo.

—Después naciste tú… —Lo susurró mirándome cabizbajo y dejando que sus labios temblaran—… Y te convertiste en el mejor medio de extorsión. —Apretó los dientes—. Tanto los Carusso como Fabio creían que eras una Gabbana. Incluso Leonardo lo creía.

Más tarde los Materazzi murieron al negarse a hacer tratos que perjudicaran a los Gabbana, pero yo ya estaba en manos de los Carusso y Fabio cargaba con más muertes, la de otro de sus grandes amigos y su familia.

—Todo esto es… —Me llevé las manos a la cabeza y aproveché el gesto para apartarme el pelo de la cara en un intento por reponerme de todo aquello. Pero fue inútil.

—Hannah desapareció —confesó Cristianno—. A Fabio no le costó deducir, pero ya estaba demasiado implicado en la extorsión de los Carusso como para lamentarse sobre un amor ingrato. —Lo dijo con rabia—. Dedicó todos sus esfuerzos en recuperarte… Aceptó crear un antivirus si a cambio te mantenían a salvo.

—Estuvo solo… —Un pensamiento en voz alta. Saber que Fabio tuvo que sufrir en silencio todo aquello me hirió demasiado.

—Tenía a Ken a su lado —susurró Cristianno acariciando mi mejilla—. Era el único que sabía la verdad.

Cogí aire y me preparé para la última parte de aquella historia.

—¿Qué más?

Cristianno frunció los labios y negó con la cabeza.

—La maté —no esperé que hablara de ello—, bueno en realidad la obligué a que se quitara la vida. Decidí que una muerte por ahorcamiento era lo más adecuado. —Imaginé a Hannah saltando de una silla y notando el tirón en sus cervicales al notar la presión de su peso—. Pero resultó que no me dejó tan satisfecho como creí. Me hubiera gustado cortarla en pedazos mientras respiraba y me suplicaba.

—Cristianno…

—Lo siento —respiró.

—No. No es eso. —No temía esa parte de él—. Su muerte no nos devolvió a Fabio. Pero lo hiciste. Te vengaste.

—Terminemos con esto, Kathia…

—No, debes continuar, por favor —le interrumpí justo cuando él decidía ponerse en pie. Me miró de reojo—. Lo necesito.

Se guardó las manos en los bolsillos del pantalón y comenzó a caminar de un lado a otro, lento y cansado.

—Cumpliste seis años y Fabio seguía sin dar con la fórmula de un inmunizador —espetó. Sé que me detestaba en ese momento porque sabía que me hería todo aquello, pero también porque en esa parte yo ya me convertía en protagonista absoluta y no sabía cómo ahorrarme más tormento. Lo que él no sabía, o al menos eso parecía, era que no podía soportar que todo aquello lo cargara solo—. A Angelo se le ocurrió la maravillosa idea de incentivar a Fabio.

Por supuesto.

—Me utilizó como chantaje.

—Así es —asintió y después se mordió el labio y cerró los ojos. Seguramente ahora venía la peor parte—. Te administró pequeñas dosis del virus durante un par de meses antes de amenazar a Fabio. Según historiales médicos, tuviste una salud delicada por entonces.

Se me cortó el aliento al tiempo en que un escalofrío me atravesaba con violencia.

Recordaba que solía quedarme en mi habitación porque cualquier esfuerzo, por simple que fuera, me agotaba y me mareaba. También que apenas asistí a clase y que tenía cuadros de fiebre alta. Pero creí que se trataba de un simple resfriado.

Cristianno apretó los dientes al toparse con mi asombro.

—Fabio comenzó a frecuentarte en el internado. Acordó con la directora del centro no mencionar nada sobre sus visitas.

Negué con la cabeza y fruncí el ceño.

—No recuerdo haberle visto con la frecuencia de la que hablas.

—Porque te sedaban antes de su llegada —sentenció—. Eras una niña no podían arriesgarse a que tu hablaras de Fabio delante de los Carusso.

Una fuerte presión se instaló en mi pecho. De pronto me sentí culpable por la muerte de Fabio. Si él por entonces hubiera sabido que no era su hija, no habría arriesgado su vida de aquella manera. No le habrían podido extorsionar porque no habría nada que le atara a la situación.

—Las dosis que te administraron fueron mínimas —añadió Cristianno—. A Fabio no le costó controlar el desarrollo del virus en tu organismo.

Fue entonces cuando, tras un análisis, descubrió que yo no era su hija. Debido a ello, empezó a sospechar y decidió realizarse un examen genético. Por supuesto no se vio compatibilidad, pero no tardó deducir quien podía ser mi familia. Fabio sabía que Leonardo había tenido una aventura amorosa antes de morir y eso fue lo que le llevó a realizar una prueba genética a Enrico.

<<…Comparten la secuencia de ADN… Materazzi…>>, recordé las palabras de Fabio escritas en el diario.

—¿Por qué? —Súbitamente, me levanté—. ¿Por qué continuar protegiéndome? ¿Por qué no decirle a los Carusso que ya no podían amenazarle?

La calma y la profunda ternura que mostró el gesto de Cristianno casi pudieron compararse con mi desasosiego y culpabilidad.

—¿Tirarías por la borda seis años de creencias y sentimientos? —Murmuró amable—. Fabio no era así, Kathia. Él ya te quería como una hija. Y tampoco iba a poner en peligro a la única familia que le quedaba a Enrico.

Maldita sea…

—¡Pero no lo era! —Exclamé con un sollozo—. ¡Murió por salvarme!

—¡Murió porque nos quería! —Contraatacó brusco y cordial al mismo tiempo. Mis ojos se deshicieron de un par de lágrimas—. ¡A todos! —Cristianno se acercó a mí y cogió mi rostro entre sus manos—. Porque era leal a sus principios. Aunque sea doloroso, no fue en vano…

Agaché la cabeza y cerré los ojos dejando que Cristianno decidiera que inclinación tomaría mi cuerpo. Me abrazó con la suficiente fuerza como para ahorrarse el decirme: «Estaré contigo hasta el último suspiro de mi vida e incluso después de eso…»

—¿Cómo quieres que me sienta ahora mismo? —Susurré pegada a su cuello.

—Orgullosa de él… —murmuró en mi oído. Y yo me alejé para mirarle.

—Eso ya lo hago, pero no puedo evitar sentirme culpable.

—Kathia… —Borró las pequeñas lágrimas que resbalaban por mi mejilla.

Pero por primera vez aquel gesto me inquietó demasiado.

—Una vez me dijiste que era contagioso —mascullé mirando sus manos—. Si mi organismo contiene el virus, tú… Se ha podido trasmitir y…

—No —me detuvo—. Fabio tardó en dar con una ecuación que lo resolviera todo, pero lo consiguió.

—¿Cómo? —Jadeé impresionada por la capacidad de aquel hombre. Que aun sabiendo que no estaba unida a él por sangre, insistió hasta en dejarse la vida en ello.

—Hace unos tres años, Ken dio con un componente…

Concretamente se trataba de una planta endémica que se encontraba en las montañas de Tian Shan, en China. No era una especie que pudiera encontrarse así como así, por eso Ken inició tratos con Wang Xiang. Al ser el mayor farmacéutico de su país disponía de… digamos, métodos para dar con esa planta y extraer lo que se necesitaba.

—Empezaron administrándotelo en dosis pequeñas para evitar una respuesta negativa.

—Pero los Carusso lo descubrieron. —Me gustaba saber que mis pensamientos estaban en perfecta sintonía con Cristianno. Jamás creí que lograría conseguir eso con alguien.

—Por Virginia, exacto —sonrió él, pero duró poco. Se había dado cuenta de mi gesto pensativo.

—¿Hasta cuándo me administraron ese antivirus?

Cristianno suspiró y agachó un poco la cabeza.

—No han dejado de hacerlo —dijo bajito, casi rozando mis labios—. Ken le proporcionó a Enrico las dosis pertinentes.

Me quedé completamente inmóvil, ni siquiera fui capaz de pestañear. Aunque logré tragar saliva y notar el hormigueo en mis extremidades.

Lo recordaba. No todo, pero sí algunos momentos. Aquella noche en el hospital después de haber visto como aquella maldita casa explotaba. Esa misma noche, desperté y vi a Enrico administrándome un medicamento. Creí que era un sedante y me extrañó que estuviera haciendo el trabajo de una enfermera, pero no le di importancia, tenía cosas más grandes en las que pensar.

También recordaba la noche en que me recogió del río y me llevó a aquel extraño piso…

<<Noté un pinchazo en el brazo…mientras miraba los ojos de…>>

—El cuadro… —pensé en voz alta—. Dijiste que Fabio tenía dos cuadros. Uno porque sabía que Virginia lo robaría…

—Está en Civitavecchia.

—Lo vi —suspiré.

—Lo sé…

Por supuesto que lo sabía. Sabía todos y cada uno de los movimientos que yo había realizado. Excepto uno y el más importante… que Valentino…

Tragué saliva.

—Ahora que todo encaja, me parece que puedo volver a ese maldito laboratorio y salvarle —comenté pensando la última mirada que me regaló Fabio.

Por eso me entregó el pendrive, por eso me habló de aquella manera.

—Todo lo que me contaste aquella noche… —Esa noche en la que descubrí el proyecto Zeus.

—Te conté lo que creía saber en ese momento. —Por tanto él también había sido ajeno—. Todo esto lo descubrí en Londres del mismo modo que tú ahora.

—Enrico me contó que Hannah extorsionó a Fabio. Le dijo que yo no era su hija.

—Fabio no quiso contarle la verdad a Enrico para no herirle. No quería que pensara que su padre traicionó a su mujer y a su mejor amigo.

Hasta ese punto llegaba la honestidad de Fabio Gabbana.

—No sabe nada… —sonreí.

—No. —Cristianno me miró incrédulo—. ¿Y esa risa?

—Sería la primera vez que sé algo que Enrico no sabe. —Susurré en sus labios.

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