Mafia

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Segunda parte » 32

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Cristianno

La vida de la mujer que amaba por la de mi compañero.

Me quedaba sin opciones. Pensar que podía ganar estando en aquella posición me convertiría en un maldito iluso. Pero no estaba dispuesto a perder de esa manera. Todavía quedaba una opción. Quizá, si yo me entregaba a Valentino, podría salvarles a los dos.

Pero el Bianchi no me quería a mí. Y llegados a ese punto pensé que lo único que pretendía era hacerme daño. Ya no me parecía que quisiera conseguir poder o gloria, ni siquiera más fortuna. Aquello se había convertido en un mero juego obsesivo y destructivo, mucho más intenso ahora que Angelo estaba muerto.

La cabeza iba a estallarme. El reflejo de Mauro me ardía en la palma de la mano. Perder a mi primo, perder a Kathia. Ambas opciones eran terriblemente dolorosas. Mi propia fortaleza ahora me consumía.

Tragué saliva al tiempo en que descubría que mi entorno conversaba desesperado sin reparar en mi estado, excepto Kathia. Completamente concentrada en mí, ella me observaba como si nada más existiera en su mundo. Me concentré en sus ojos hasta que la voz de mi hermano Valerio llamó mi atención.

—Lo tengo. Centro psiquiátrico de Riano. —Comentó porque seguramente Thiago le había explicado las indicaciones que Enrico le dio mientras pudo—. Sandro… —le instó al guardia mientras este tecleaba a toda velocidad.

—Lugar abandonado desde 1976. —Explicó Sandro—. Se encuentra a unos 15 kilómetros de distancia desde aquí. Extensión de dieciséis mil metros cuadrados. Tres plantas, una subterránea. Ciento ocho salas. Catorce formas de entrar. Dispone de alambrado —explicó sabiendo que necesitaríamos ese tipo de información.

Valerio le miró de reojo y le felicitó con una sonrisa que Sandro agradeció mucho.

Me froté la cara sin esperar que una parte de mí necesitara mirar a Kathia. La observé de soslayo. Ella no podía apartar la vista de Mauro.

—Necesito que un equipo se acerque a Riano y verifique la zona —hablé autómata, como si fuera un pensamiento y no estuviera diciéndolo en voz alta—. Si han electrificado la valla, qué entrada es la más segura. Cuánta seguridad ha dispuesto Valentino. Distancia y tiempo. Todo. —Terminé susurrando.

—Yo lideraré ese grupo, jefe. —Thiago dio un paso al frente. Estaba cabreado, ofuscado. Su mejor amigo podía morir en cualquier momento y él no podía hacer nada.

—De acuerdo, Thiago —comentó mi padre—. Lo dejo en tus manos. Quiero ese informe en unas horas.

El segundo de Enrico asintió con la cabeza y se dispuso a marcharse para preparar a su equipo.

Con la mirada perdida empecé a dar vueltas por la sala mientras nuestro guardia trabajaba. Habían habilitado aquella zona con ordenadores y todo tipo de terminales informáticos capaces de analizar y controlar cualquier información. De hecho una de las paredes estaba cubierta de monitores; cada uno de ellos mostraba una imagen distinta del exterior.

Pero eso no importaba. Tras mi llegada al búnker no había podido ser capaz de analizar nada, siquiera el entorno. No era de extrañar que ahora empezara a ser consciente de todo. Mis sentidos despertaron de golpe y se pusieron a trabajar frenéticos.

Miré a los que quedábamos allí. Mi padre, mi abuelo, Valerio, Ken, Alex… Kathia. No fui descarado y ellos pensaron que no estaba prestando atención. Pero lo capté todo y supongo que se debió a esa parte de mí que todavía se resistía.

Algo no estaba del todo claro. Allí faltaba alguien. De mi familia. Y no me refería a Diego porque su ausencia era más que comprensible (estaba con Eric). Se suponía que se había evacuado a todo el mundo, incluyendo los aliados, excepto al hermano de mi madre, que había optado por salir de la ciudad.

Miré a mi abuelo. El análisis al que fui sometido por su mirada le dejó bien claro todo lo que se me pasaba por la cabeza al tiempo en que yo reconocía lo que pasaba por la suya. No fue muy complicado saber que Domenico Gabbana era consciente de que uno de sus hijos era el culpable allí.

Apreté la mandíbula.

—¿Dónde está Alessio? —pregunté, pero miré directamente a mi padre.

Torcí el gesto y analicé con lentitud todo su aspecto, notando como las emociones que creí que iban a descontrolarme, ya siquiera lo intentaban.

Eso era algo tremendamente desconcertante, pero lo fue mucho más que Silvano agachara la cabeza. Se tomó unos segundos para pensar mientras un profundo mutismo inundaba el lugar. Después alzó el mentón con valentía.

Silvano permanecía tranquilo, con las dos manos apoyadas en su bastón. Parecía cansado y me molestaba que no tomara asiento. Pero era obstinado, si hubiera sido el capitán de un barco que se hunde, jamás pensaría en abandonarlo si uno de los suyos continuaba en su interior. Se mantendría en pie para que todos comprendiéramos lo implicado que estaba.

Caminé hacia él, con una minuciosidad bastante cruel. No le reprochaba nada, simplemente me nació ser de aquella manera.

—¿Qué secreto me ocultas, papá? —susurré y él siquiera se inmutó. En el fondo disfrutaba de mi actitud, quizá porque era igual que la suya cuando tenía mi edad y le convirtió en el gran hombre que era.

Pero terminó de enervarme cuando miró de reojo a Ken. Lo supe, habían hablado, se habían dicho cosas que yo no sabía. Si me habían mentido, si me habían ocultado algo, me importaría una mierda que hubieran pretendido hacerlo por mi bien.

—Él ninguno —intervino Ken. Le miré por encima del hombro.

—En cambio, tú…

—Eres astuto, Gabbana. —Ken tenía una voz cantarina que le hacía parecer estar continuamente bromeando, aun cuando lo que comentaba era un tenso halago.

Entrecerré los ojos y por inercia apreté los puños.

—Por supuesto que lo soy, Takahashi —repliqué— Y a estas alturas deberías saber lo poco que me gusta andarme con remilgos. —Porque él había compartido conmigo casi toda mi estancia en Londres. Él había sido un compañero fundamental.

—Lo imaginas. —Esa era la voz de mi abuelo, el indicativo de que si intervenía diría algo realmente importante. Por eso me concentré en él—. Algo de ti lo sabe, ¿no es cierto?

Alessio era un traidor. No necesitaba pruebas. Todo de lo que él había sido informado se había ido a la mierda. Por eso no corríamos peligro en Prima Porta, porque él no conocía el lugar.

—Aun así no entiendo por qué ha utilizado a su propio hijo como moneda de cambio.

<<Mauro…>>

—Porque no es su hijo. —Ken supo bien que me cortaría el aliento. Supo que mi cuerpo se agarrotaría, que notaría como todos los músculos me arderían. Y que mi mente colapsaría en busca de una respuesta a toda esa mierda.

—¿Qué? —siseé. Ya había emprendido ese viaje al zambullirme en los diarios de Fabio. Ya sabía que jamás había querido a Hannah o a su esposa Virginia; que la primera simplemente fue un juego y la segunda una obligación. Que había amado hasta el último segundo de su vida a una mujer desconocida. Que era posible que hubiera concebido un hijo con ella. Y que por más que busqué jamás di con una pista congruente que me esclareciera todas las dudas que su pluma había implantado en aquellas páginas. Precisamente todas esas preguntas, ahora tenían una sola respuesta.

¿Era imprudente imaginar la confesión que venía a continuación?

Mi abuelo carraspeó. Iba a decirlo en voz alta…

—Mauro es hijo de Fabio. —Cerré los ojos.

Hijo del hombre que había venerado, admirado y querido toda mi vida. Ahora incluso con más motivos amaba a Mauro.

Pero que intuyera lo que me iban a decir no restaba asombro. Miré de reojo a Valerio, a Alex y a Kathia, como queriendo buscar refugio, mantenerme cuerdo; para ellos fue igual de impresionante que para mí.

Cogí aire.

—Que sea hijo de uno u otro no cambia nada, sigue siendo un Gabbana. Y aunque no lo fuera seguiría siendo mi primo. —Casi gruñí—. ¿Qué mueve a Alessio? ¿De dónde nace el rencor que le ha llevado a traicionar a su padre?

—De la envidia —dijo enseguida mi abuelo.

—Eso no justifica nada.

—Lo justifica todo para una persona que vive de ello. —Podía ser.

Pero una maldad injustificada, que simplemente nace de dentro, para mí no podía tener razón ni lugar.

—Quiero saberlo —dije asfixiado—. Quiero saber por qué esta información no se me ha dado antes.

—No es algo que estuviera en los diarios, Cristianno —apuntó Ken.

—No, estaba en ti y no tuviste el valor de decírmelo.

—No se trata de valor, sino de lealtad.

La misma que todavía guardaba por mi tío.

—Ahora no parece que esa lealtad sea lo primordial —protesté—. Explícate. Y sé claro y detallado.

—Fabio estuvo enamorado de Patrizia desde que eran adolescentes…

Noté como el aire entraba pesado en mis pulmones y como ese simple gesto de respirar me enviaba al pasado.

Ken no imaginó que al contarme toda la verdad yo prácticamente me convertiría en un ser invisible capaz de visualizar la vida de mi tío.

Me lo contó todo.

Kathia

Alessio siempre había envidiado, siempre había sido retorcido y dañino con las personas que creía superiores a él. No soportaba la idea de que sus hermanos destacaran tanto, de que fueran admirados, y él no supiera como hacerles frente. Odiada especialmente a Fabio porque esté gozaba de una personalidad pulcra y serena. Lo que me llevó a preguntarme por qué no odiaba con más insistencia a Silvano ya que él sería el dueño del imperio; Y es que este había sabido muy bien como capearle.

Nadie se había dado cuenta de la malicia de Alessio porque era un buen mentiroso, un gran actor y eso no tiene por qué tener justificación, solo nace de dentro. Con el tiempo aprendió a disimular su maldad e incluso a adaptarla a su favor. Precisamente de ese modo logró que Rodrigo Nesta (padre de Patrizia) cayera a sus pies y propusiera una alianza a Domenico. Porque Alessio también amaba a Patrizia y sabía que jamás la conseguiría de otro modo que no fuera extorsionando.

Fabio por entonces era tímido, un simple crío de veinte años introvertido que se pasaba las horas dentro de libros de química. Soportó perder al amor de su vida, aun sabiendo que ella no amaba a su hermano. Lo que no esperó fue verse en la encrucijada de empezar un romance con Virginia Liotti. Y es que Alessio aprovechó bien los intereses de ella.

El pequeño de los Gabbana no tardó en convertirse en ese ser astuto que miraba solo por el bienestar familiar, comprendió que una alianza con los Liotti tal vez beneficiaba y aceptó porque ya no tenía nada por lo que oponerse.

Meros tratos entre familias. Intereses que no podían criticarse porque la mafia funcionaba así.

Tantos celos, tantas envidias y secretos. Lo que define una vida son los rencores del pasado. ¿Se podía arrastrar tal inquina durante tanto tiempo? Sí, realmente sí.

Fabio se casó con Virginia, continuó en Oxford y a continuación le siguieron todas las traiciones que Cristianno me había contado durante nuestro vuelo de regreso a Roma.

Aunque ninguno de los dos sabíamos que Patrizia y Fabio, años más tarde de su romance, volverían a caer. Se convirtieron en amantes y soportaron esa tensión hasta que ella no pudo resistir más. Quería una vida junto a Fabio, quería poder mirarle sin miedo y liberarse de un matrimonio en el que no era feliz. Con valentía, le informó a Alessio de sus intenciones de divorcio, pero este ya sabía la verdad. Y que también esperaba un hijo.

La amenazó. Sabía lo importante que era para ella traer a un hijo al mundo fruto de su amor con Fabio. Así que la extorsionó, llegando incluso a amenazar a sus propias hijas. Patrizia no tuvo más remedio que mentir a Fabio diciéndole que no le amaba, que no quería continuar con aquella aventura, mientras Alessio escuchaba desde las sombras.

Fabio se fue de Roma. Diez años. El tiempo en que estuvo inmerso en encontrar una cura para el proyecto Zeus.

—El resto ya lo sabes —dijo Ken.

Y yo expulsé el aire notando un fuerte calor en el vientre. Había vuelto al presente con un temblor que conseguí aliviar al notar los dedos de Alex enroscándose a los míos. Le miré entristecida, comprendiendo que él estaba soportando la misma presión que yo.

—¿Tu lo sabías? —preguntó Cristianno a su padre.

—Solo el treinta por ciento. —Que sus ojos se hubieran empequeñecido y entristecido tanto nos indicó que él ya había navegado por el recuerdo de su hermano del mismo modo que nosotros.

—¿Cuál es ese treinta, papá?

—Sabía que Fabio estaba enamorado de Patrizia. Que ella le correspondía y que su mayor deseo era poder estar junto a él porque Alessio no la hacía feliz —comentó algo jadeante. Todavía le costaba hablar de su hermano—. Pero de pronto todo pareció enfriarse. Patrizia olvidó a Fabio. O por lo menos se obligó a olvidar que le amaba. Jamás supe los motivos hasta ahora.

Por tanto, Ken Takahashi era el único sabedor de esa verdad.

Cristianno se llevó las manos a la cabeza y dejó que su mirada volviera a perderse.

—Tengo que sacar a Mauro de allí… —jadeó como si se hablara a sí mismo. La desesperación le estaba atormentando—. Tengo que ponerle a salvo.

—No podemos —intervino Silvano y su hijo le clavó una mirada violenta.

—¿Qué? —gruñó.

Me solté de la mano de Alex.

—Debemos esperar al velatorio de Angelo, de esa manera podremos evitar un enfrentamiento directo y alertar más a la gente —explicó y tenía sentido, pero Cristianno se precipitó hacia su padre con demasiada furia.

Fui tras él.

—¡¿Has perdido la puta cabeza?! —gritó desgarradoramente alto. Coloqué una mano en su pecho e intenté alejarle en vano. Su padre había cerrado los ojos. Estaba demasiado pálido.

—No me hables en ese tono…

—¡¿Mauro puede morir y tú te preocupas por el tono con el que te hablo?! —continuó gritando antes de que yo me interpusiera entre ellos a base de empujones.

—¡Me preocupo por la integridad de las personas que estamos aquí! —exclamó Silvano, estaba tratando de justificarse—. ¡No pienso arriesgar más vidas! —Y llevaba razón. Debíamos planear un rescate, Improvisar nos restaba posibilidades.

Pero Cristianno no quería entenderlo. En ese momento su mente era puro caos.

—¡ES MI PRIMO! —chilló antes de derrumbarse sobre mí—. ¡Joder!

Escondió su rostro en el hueco de mi cuello. Notaba su respiración acelerada latiendo ardiente sobre mi piel. Quise abrazarle casi al tiempo que su padre le volvía a hablar.

—Cristianno…

—Vete a la mierda, papá —masculló y después salió de allí.

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