Mafia

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Segunda parte » 38

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Cristianno

Las miradas de Alex se me clavaban en la sien. No me molestaba que me observara, pero cuando lo hacía de esa manera, se debía a que dudaba demasiado. O quizás su concentración no estaba del todo puesta en lo que íbamos a hacer.

—¿Qué pasa? —pregunté al tiempo en que la furgoneta se detenía.

—Daniela quiere volver al instituto. —No me esperé un comentario de esas características, pero tampoco me pareció que quisiera compartir una conversación trivial conmigo. Aquello tenía pretensiones mucho más grandes—. Dice que quiere que vayamos juntos a la universidad.

Me encogí de hombros.

—¿Se necesitan estudios para ser actor porno? —Recordé las tardes en las que nos reuníamos en mi piscina y comentábamos todo histéricos que haríamos cuando tuviéramos edad para decidir. Mauro siempre se las daba de rompecorazones, Eric se sonrojaba hasta la preocupación y Alex alardeaba de lo extraordinariamente bien dotado que estaba mientras Daniela nos observaba incrédula.

Ahogué una sonrisa melancólica.

—¡Joder, eso era cuando tenía doce años! —Me empujó y casi me envía a la cabina del conductor. A la fuerza de Alex uno nunca se acostumbraba. Pero se calló de golpe y ese destello de alegría que por un momento inundó su mirada, enseguida se vio sustituido por el temor—. Eric quería ser asesor político… —susurró cabizbajo, balanceando el arma entre sus dedos.

Ahí estaba. Ese era el verdadero contexto de aquella conversación.

Cargué mi arma, me la guardé en el hueco de mi chaleco antibalas y le empujé contra mí cogiéndole del cuello de su jersey.

—Eric no va a morir, ¿me oyes? —mascullé y Alex torció el gesto.

—Esta no es la misma broma que tú nos hiciste. —Hablar de mi supuesta muerte como una burla de mal gusto en cierto modo me hirió—. Está en coma, Cristianno.

Sí, eso ya lo sabía. Y me dolía tanto o más que a él porque yo había sido quien había portado su cuerpo ensangrentado entre mis brazos.

Apoyé mi frente en la suya y rodeé sus hombros con mis manos.

—Vamos a entrar ahí, salvaremos a Mauro. Regresaremos a Prima Porta y Eric despertará. Todo saldrá bien. —Todo… saldría… bien… ¿Verdad?—. Y si no empiezas a creértelo, entonces estaré demasiado solo, Alex.

Él tragó saliva. Empezaba a interiorizar mis palabras, empezaba a sentir su poder colándose en su piel. Le necesitaba así de fuerte.

—Equipo uno preparado para el asalto —dijo Ben a través del dispositivo que llevábamos en la oreja.

Thiago golpeó la pared de la furgoneta antes de abrir las puertas.

—Nuestro turno, ¿listos?

—¡Listos! —gritaron el resto de nuestro equipo. Casi ni reconocí a Valerio, parecía más preparado que ninguno. Diego había optado por irse al otro grupo porque reconoció que necesitaba adrenalina.

—¿Listo? —Volví a concentrarme en Alex.

—Siempre. —Me guiñó un ojo y saltamos de la furgoneta.

En mi equipo éramos nueve personas. Cinco de ellos expertos en seguridad militar capaces de eliminar a un grupo de esbirros que les doblaba en número con el mínimo esfuerzo. Tanto así que ni siquiera jadearon.

Escuché el sonido de los huesos de sus cuellos quejarse hasta robarles la vida y también le rumor de los puñales al atravesar sus cuerpos. No queríamos ser salvajes, no era el propósito, pero tampoco nos quejaríamos.

Y yo sonreí al sortear los cuerpos de dos de aquellos tipos. Si no hubiéramos decidido atacar así, en la sombra y en el más estricto silencio, tal vez nos habrían cazado y habríamos puesto la vida de Mauro mucho más en peligro.

Ciertamente en aquella zona no había demasiada vigilancia, pero conforme nos adentrábamos en el bosque y nos acercábamos a los túneles aumentábamos la precaución. No habíamos ido allí para matarnos unos a otros, sino para hacer un rescate. Entrar y salir. Una hora a lo sumo. Aunque el contexto real de nuestros motivos, de los impulsos que nos llevaban a estar allí, debería quizás haberme hecho un poco más vulnerable a mis emociones. Sin embargo, no sentía nada. Excepto frialdad.

Thiago guiaba. Él ya había estado allí, había estudiado bien la zona e incluso habíamos enviado un dron para comprobar el perímetro. Así que me mantuve al final del grupo mientras él marcaba el camino.

Entonces escuché el crujir de la hojarasca. Una pisada que provenía del bosque y que muy probablemente buscaba no delatar su presencia en vano.

No miré hacia el lugar, sino que me detuve y afiné mi oído mientras el grupo seguía avanzando. Mis dedos se hicieron con el mango de un cuchillo moviéndose tan lentos que incluso creí que no estaban obedeciendo. Cogí aire, me concentré profundamente y apreté el mango del puñal antes de lanzarlo.

Alguien gimió y un instante más tarde se desplomó en el suelo. Aparté los arbustos y me acerqué a él para verificar si debía rematar la faena, y de paso recuperar mi cuchillo. Aquel esbirro vivía muy débilmente, consciente de que le quedaban pocos minutos debido a la herida que le había provocado en el cuello. La hoja del cuchillo estaba complemente clavada en la yugular. Me acuclillé, apreté el puñal y giré mientras el tipo borboteaba sangre por la boca.

Murió antes de que yo pudiera sacar el cuchillo de su cuerpo.

Para cuando regresé a mi grupo, uno de los hombres de Thiago estaba tratando de franquear nuestro primer obstáculo, una puerta de barrotes de acero que se encargó de abrir con una cuchilla eléctrica inalámbrica.

Al mismo tiempo, un esbirro armado decidió pasar por el pasillo que cruzaba. Nos vio casi a la vez que Alex disparaba con el silenciador.

Avanzamos.

En aquella zona la cosa empezaba a ponerse fea, no por el peligro sino por las condiciones. Lo primero que pude percibir fue la humedad. Estaba atestado de ratas que correteaban a esconderse al notar nuestra presencia, desprendía un olor a agua estancada, la misma que nuestros zapatos pisaba, y las paredes estaban enmohecidas. Si Ying estaba allí, no era de extrañar que la encontráramos herida. Pero pensar que Mauro también podía estarlo, y que sus lesiones quizás se habían complicado debido al entorno, me ponía frenético.

Tragué saliva.

Nos movíamos juntos, formando una piña silenciosa que inspeccionaba a la perfección cada rincón. Hasta que de pronto Thiago ordenó la detención del grupo, me miró y me indicó con una señal que había cuatro esbirros en el pasillo a nuestra derecha. Me abrí paso hasta su posición mientras me ajustaba las gafas térmicas. En realidad yo no vi a cuatro individuos. Si inspeccionaba un poco más, aquella visión me mostraba el calor corporal de una quinta persona tumbada en el suelo.

Se lo indiqué a Thiago y este asintió.

El segundo de Enrico decidió que lo mejor era entrar y arrasar con todo. Así que avisó a sus hombres mientras yo verificaba mi arma apoyado en la pared. Valerio, Alex y yo cubriríamos desde el pasillo.

Eché un rápido vistazo sin gafas térmicas y confirmé a cuatro tipos como estaba previsto, pero me fijé en que había un pasillo cerca del que no teníamos perspectiva. Thiago también se había dado cuenta, por eso se organizó ante la más que segura llegada de más gente al lugar.

A mí señal. Señaló Thiago con las manos.

Segundos más tarde, él y cinco hombres más entraban en el perímetro sin dar tregua a los esbirros. Thiago cogió las llaves de la celda y me las lanzó antes de pegarle un tiro a aquel tipo al tiempo en que un grupo de refuerzos se unía en el pasillo.

Disparé a uno de ellos tras recibir una bala que rebotó en la piedra tras entregarle las llaves a Valerio. Alex mientras tanto se agazapó en el suelo y disparaba a los pies con buen atino.

—¡Te cubriré! —exclamé al tiempo en que mi hermano se guardaba el arma.

Echó a correr hacia la celda. Le costó un poco llegar. Él era alto, era un objetivo sencillo, así que me alegré de que optara por acuclillarse.

Abrió la celda justo cuando cayó el último esbirro al suelo. Por el momento ya no había más oponentes, pero no sabíamos cuánto tiempo teníamos para coger a quien fuera que estuviera en aquella celda y salir de allí. Debíamos darnos prisa.

Pero Valerio se quedó paralizado y empalideció en cuanto se puso en pie.

Creo que caminé a cámara lenta porque no me pareció que fuera a llegar nunca hasta él. ¿Qué había visto? ¿Qué le había paralizado de esa manera? ¿Mauro…? Mastiqué tanto temor que casi me atraganto y entré sabiendo que empujarle siquiera le haría cambiar de postura.

Pero no era Mauro.

Ni tampoco se trataba de un cadáver desfigurado.

Era una chica… china, aterrada y con los ojos más vivos que nunca clavados en Valerio, mostrándoles todo su miedo. La miré a ella y después a mi hermano. Lo que habitara en sus miradas en ese momento, lo que fuera que estuvieran diciéndose, solo ellos lo sabían.

Pensé que podría aprovechar esa oportunidad y acercarme a ella, pero Ying fue consciente de mi presencia y empezó a asustarse. Gritó al tiempo en que Thiago también entraba en la celda.

El hecho de que estuviéramos armados debió alterarla, señal de los terrores a los que seguramente había sido sometida.

Le hice la señal de calma con las manos, no iba a herirla. Pero no sirvió de nada, Ying luchaba por abrirse un hueco en la pared que la alejara de mí o de Thiago.

Me fui acercando poco a poco, pero no bastaría, y no teníamos tiempo. Así que la cogí de los brazos y la atraje hacia mi pecho. Ella me clavó las uñas en los hombros y pataleó, intentaba por todos los medios liberarse. Eso llamó la atención de dos de mis compañeros y enseguida se echaron encima de nosotros. Intentaron capturarla, no querían hacerle daño, pero eso la puso más nerviosa. Gritó desgarradoramente alto.

—¡No, basta! ¡Basta! —grité para que la soltaran y la abracé. Su cuerpo temblaba—. Sarah… —le susurré al oído, sin esperar que ella se detuviera—. Me envía Sarah.

Lentamente, se abandonó entre mis brazos y rompió a llorar. La sostuve durante unos minutos mientras todos mis compañeros observaban consternados el estado de la chica. De pronto Ying se desmayó y no me preocupó que fuera algo relacionado con su estado físico. Era de sobra evidente que el alivio que había sentido al entender que ya estaba a salvo había terminado por robarle el aliento.

Miré a dos de mis hombres y les indiqué en silencio que cogieran su cuerpo. Puede que no tuviera ningún vínculo con ella, pero al verla completamente inconsciente me hirió muchísimo.

Salí de la celda tras Ying. Valerio siquiera había tenido valor a mirar. Todavía continuaba ido, confuso y bastante pálido. No comprendía bien qué demonios le pasaba hasta que Thiago se le acercó.

—Despierta, ¿quieres? —Le dijo con curiosa amabilidad. Y este respondió tragando saliva y asintiendo nervioso con la cabeza—. Vosotros dos regresaréis a Prima Porta. El resto conmigo —indiqué antes de mirar a mi hermano—. Tú irás con ellos.

—¿Por qué? —susurró Valerio, casi por inercia.

—¿No debería ser yo quien preguntara?

—No sabría qué respuesta darte… —Se equivocaba, lo sabía bien, pero todavía no era capaz de darle un sentido.

Me acerqué a él y apoyé una mano en su hombro.

—Márchate. Y que Terracota se ponga con ella cuanto antes.

Al ver cómo se iba, caminando lánguido, lo supe tan bien como él.

Valerio había caído empicado.

Y yo acababa de ser testigo de cómo alguien se enamoraba por primera vez.

Mauro

Quise abrir los ojos y tener la suficiente concentración como para descubrir de donde provenían los ruidos. Pero no era capaz de hacer lo uno ni lo otro.

Curiosamente lo único en lo que podía pensar era en el frío. Esa mañana, cuando un debilucho rayo de sol se coló por entre uno de los huecos del ladrillo que tapiaba las ventanas, mi padre regresó… No, Alessio regresó y ordenó a sus esbirros que colocaran una mesa frente a mí. Él mientras tanto transportó una silla y tomó asiento antes de exigir que le sirvieran.

Recuerdo que desayunó, sonriendo de vez en cuando mientras hacía ruiditos de placer al masticar. Ese era su modo de doblegarme, pero yo opté por agachar la cabeza y contener el hambre todo lo que mi extraña soñolencia me permitía.

En respuesta, él ordenó algo que susurró al oído de su esbirro mientras me miraba de reojo con una sonrisilla en los labios. Un poco más tarde, sus hombres derramaron dos cubos de agua sobre mí y después me inyectaron algo en el brazo. No sé qué tipo de droga era, pero todos mis instintos se distorsionaron. La saliva se me amontonó en la boca y se me escapaba, escuché y vi como si estuviera bajo el mar y mi respiración se ralentizó hasta hacerme jadear.

Desde ese entonces, el frío y esa sensación aletargada me habían torturado.

Pero mi fuero interno insistía.

Sentía a mi primo cerca.

O al menos, eso quise creer.

Una explosión… bajo mis pies.

Cristianno

El humo se coló por los ventanales inundando nuestra visión a su paso. Había habido una explosión a unos treinta metros de nosotros y por el ruido incesante de los disparos, la seguridad del lugar ya sabía que estábamos allí. Por eso se habían rearmado y atacaban a nuestro otro grupo. El mismo en el que iba mi hermano Diego.

Era cuestión de tiempo que nos descubrieran. Pronto vendrían refuerzos. Y se lo dije a Thiago, en silencio, sin saber que este estaría pensando en lo mismo, además de lo imposible que sería subir al primer piso por aquella zona.

La situación nos acorralaba. La opción más segura era abandonar, pero nadie allí lo pensaba. Nadie allí se marcharía sin Mauro.

—¡Pasillo siete despejado! —Gritó Ben refiriéndose a las pasarelas de la planta principal, la misma en la que nosotros estábamos atrapados, mientras el ruido de los disparos casi enmudecían su voz.

—Refuerzos por los colindantes —dijo Diego jadeante. Dios mío estaba a salvo—. Cristianno, esto se pone feo. —Ya lo sabía. Maldita sea, lo sabía.

—Mierda…

—¡Hombre herido! —gritó otro de los nuestros—. Necesito que alguien… —Pero no terminó porque acababan de matarle.

Cerré los ojos.

Sabíamos eso. Sabíamos que había posibilidades de perder a compañeros. Siempre las hay en una situación como aquella y todo el mundo lo asumía. Pero dolía. Y me enfurecía.

Noté la mano de Alex sobre la mía antes de abrir los ojos y mirarle. Él sabía en lo que estaba pensando, que temía que una bala perdida alcanzara a Mauro.

<<Los planos…>> De pronto no fui capaz de ver nada más que los planos de aquel recinto extendidos sobre la mesa de una de las salas de Prima Porta. En ellos se habían marcado zonas muertas, espacios concretos por los que no se podía acceder debido al lamentable estado del recinto. Pero ¿eso ahora qué más daba?

—Thiago, hay otra manera, ¿cierto? —Lo admití con la mirada perdida. Todavía escudriñando en mi memoria fotográfica.

Le escuché suspirar.

—No es segura ni tampoco estable. —Sí, lo sabía, pero…

—No tenemos alternativa. —Le miré de súbito. Porque mi cabeza ya lo había organizado y era imposible obviarlo—. Si ahora salimos ahí y nos unimos a ese desastre no valdrá de nada. —Siquiera seríamos de ayuda, el verdadero contexto de la misión se podía ir a la mierda—. Sabes que vienen refuerzos. No son estúpidos.

—Podríamos reagruparnos —comentó Alex siguiendo de cerca mis intenciones.

—Exacto —chasqueé los dedos—, podríamos atraer la atención hacia una zona en concreto mientras nosotros subimos al primer piso. —Por la zona muerta… Por la misma en la que ni siquiera había escalera.

—Sabes que hay esbirros distribuidos por cada planta —recordó Thiago.

—Y también sé que el grupo uno podría llamar su atención. —Si conseguíamos atraer a todos nuestros oponentes a una zona en concreto, nosotros podríamos colarnos sin problemas—. Además, para cuando estemos arriba, podremos saber dónde está Mauro. —No habría tanta carga de humo, no habrían tantos cuerpos.

Thiago se pellizcó el puente de la nariz y apretó los ojos. Como el buen agente que era, lo estaba imaginando, justo como hacía Enrico. Después me observó con fijeza. Sus ojos azules se clavaron en los míos con tal potencia que le vi capaz de cualquier cosa. Pero también vi la rabia que se esforzaba por mantener contenida.

—No podremos subir sin ayuda. —Una respuesta positiva—. Esa escalera es inestable y necesitaríamos de un soporte para poder alcanzarla.

Lo que significaba que solo podríamos subir cuatro de los seis que éramos, dado que los otros dos nos empujarían para subir.

—Sandro y yo haremos ese soporte del que hablas y después trataremos de reorganizar el grupo. —Valerio apareció de la nada junto a uno de los agentes que se había llevado a Ying.

Mentiría si no admitiera que me alegró verle de nuevo.

—¿Dónde está Ying? —pregunté.

—Luigi se ha marchado con ella. —Por tanto estaba de camino a Prima Porta—. Nosotros hemos decidido quedarnos. —Porque seguramente escucharon la explosión.

Presioné el auricular de mi oreja y agaché la cabeza.

—¡Benjamin! —grité—. Reagruparos en la parte este del edificio. Vamos a subir por la zona muerta.

—¡Hecho, jefe! —Exclamó él antes de ponerse a dar órdenes—. ¡Reagrupad!

Cuando volví a mirar al frente, mi equipo ya estaba organizado para salir de aquel rincón. Seguí a Thiago notando como la respiración se me amontonaba en la boca. Correr y estar pendiente del perímetro era una tarea de lo más desquiciante porque nunca se sabía por dónde podía venir el peligro. Atravesamos dos pasillos. Hubo un momento en que apenas nos separaba una fina pared de ladrillo de toda la batalla. Esta temblaba, igual que el suelo bajo mis pies.

Llegamos a la zona muerta. El techo que nos cubría estaba agrietado y mostraba algunos huecos astillados. Pero lo que verdaderamente importaba ahora era la maldita escalera por la que debíamos subir.

—Bien, yo subiré primero —dijo Thiago mientras Sandro y Valerio se colocaban junto al filo de la escalera.

Debían empujarnos unos dos metros hasta llegar al primer bordillo. Pero no era complicado teniendo en cuenta el impulso.

Thiago se apoyó en los cuerpos de sus compañeros e inició una cuenta atrás antes de salir disparado hacia arriba. Alcanzó el bordillo in extremis y se arrastró todo lo que pudo hasta subir por completo.

Sus hombres fueron los siguientes y después les siguió Alex. Mientras yo observaba a mi hermano bastante encandilado. Realmente me sorprendía que estuviera tan capacitado cuando jamás le había visto en una situación igual.

—Tened cuidado, por favor. —Les dije, a él y a Sandro, antes de colocarme para saltar.

—¿Preparado? —preguntó mi hermano y yo asentí con la cabeza.

Alex capturó mi mano y tiró de mí sin apenas darme tiempo de reacción. Me vi tumbado sobre él mientras Thiago y los demás verificaban la zona.

—Todo despejado —advirtió al ponerme en pie.

Cogí mi arma y la cargué antes de ponerme las gafas.

—¿Veis algo? —quise saber conforme me acercaba a ellos.

—No.

—Avancemos.

Fui el primero en salir, en abrir camino y dejar que mis instintos me guiaran sabiendo que dejaba posibilidades tras mi espalda. Hasta que de pronto se me ocurrió mirar hacia arriba.

Justo sobre mi cabeza, dos pies…

Eché a correr con todas mis fuerzas sabiendo que mis compañeros siquiera se detendrían a preguntar. Supe que era arriesgado responder así, pero también lo era esperar.

En aquella zona las escaleras estaban completas y no nos costó subir, pero crujían demasiado con cada movimiento, así que no estuvo demás extremar nuestros pasos.

En cuanto terminamos de subir, me asomé por el muro.

Allí había cuatro tipos que no se moverían por nada del mundo. Señalé a Thiago y este sonrió porque empezaba a ver la luz a todo el problema. Estábamos muy cerca de nuestra meta.

Él y sus agentes se cargaron a esos esbirros mientras yo caminaba tras ellos, acercándome a las puertas.

Esos pies que había visto formaban parte de una persona que estaba encadenada.

<<Ya estoy aquí, Mauro…>>, pensé notando como mi pulso parecía suspenderse.

Me quedé muy quieto. Dos de mis compañeros abrieron las puertas de una patada. Y le vi… con los brazos completamente estirados, empujando sus clavículas. La cabeza gacha, el torso amoratado y húmedo. Los labios secos y titubeantes.

Mauro gruñó con mucha debilidad y se esforzó hasta lo imposible por mirarme. Una sonrisa desgastada y sin fuerzas. Él quería demostrarme lo contento que estaba de verme, pero no podía. No podía.

Apreté los dientes y los puños. Di un paso. Algo de mí no se creyó capaz de más, pero después di otro, y luego otro, y levanté una mano. Mis dedos rozaron su cabello antes de acariciar su cabeza. Mauro volvió a bajarla, no tenía más fuerza. Seguramente siquiera era consciente de como sus compañeros estaban desencadenándole.

Capturé su rostro entre mis manos y apoyé la frente en la suya. Respiraba débil, siquiera notaba como sus pulmones se ensanchaban. Y mis ojos se encolerizaron a la par en que se humedecían.

Jamás perdonaría al enemigo que había estado a punto de robarme a mi primo.

—¿Qué pasa, compañero? —susurré. Las cadenas temblaban. Mauro jadeó al oírme—. Estás hecho un asco. —Bromeé justo cuando uno de sus brazos cayó a plomo. Tuve que mantener su cuerpo en pie aferrándome a su cintura. Mauro ya no tenía fuerzas.

Vi los pies de Alex correr hacia el otro lado, hacia la otra cadena.

—No sabía…que era una…cena…de gala —tartamudeó muy bajito, continuando con mi broma e incluso sonrió—.

Has…venido…

Le abracé con todas mis fuerzas al tiempo en que nos desplomábamos sobre el suelo. Su cuerpo cayó sobre el mío. Noté las heridas de su espalda bajo la yema de mis dedos. Y me quedé allí, muy quieto, dándole calor con mi pecho mientras el suyo extrañamente temblaba.

Alex se acuclilló a mi lado y comenzó a desvestirse como un loco.

Se quitó el chaleco antibalas y después la sudadera que llevaba. Enseguida cubrió a Mauro con ella y se unió a nuestro abrazo.

Perdí la noción del tiempo.

—Tenemos que salir de aquí, chicos —me advirtió Thiago notablemente sosegado.

Asentí con la cabeza.

Fue mi amigo Alex quien portó a Mauro entre sus brazos al ver que los míos temblaban.

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