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Retales madrileños » 9. Francisco de Goya

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9 Francisco de Goya

(Fuendetodos, Zaragoza, 1746-Burdeos, 1828). Pintó, grabó y dibujó el «todo Madrid» de su tiempo, desde los arrabales a la corte, reyes, aristócratas, artistas, poetas, políticos y tipos y escenas populares, en todos los registros: graves, históricos o festivos, académicos, religiosos o íntimos. Es a Madrid en pintura lo que Galdós sería en literatura: tan completo como inabarcable. Como muchos, vino a Madrid a triunfar (1775) y lo logró después de varios intentos frustrados y muchos años de trabajo: al fin y al cabo ni su manera de pintar gustaba ni él fue un artista de dotes excepcionales. Al contrario, fue tachado en sus orígenes de torpe (al igual que sucedió un siglo más tarde con el más fascinante y original de sus partidarios, José Gutiérrez-Solana). Confesó que sus maestros fueron Rembrandt, Velázquez y la naturaleza: del primero tomó la expresión y el claroscuro, del segundo la serenidad y el sentimiento y de la naturaleza la expresiva realidad, eterna y novedosa. Empezó con trabajos decorativos para la Real Fábrica de Tapices con escenas livianas combinando los minués con los fandangos que le señalaron el camino hacia «el pueblo de Madrid»: majos y aristócratas, duquesas, toreros, saltimbanquis y artesanos, juegos, corridas de toros y bailes, procesiones y revueltas. A partir de entonces todo en la vida de Goya fue una providencial combinación de voluntad, maduración y genio. Su galería de retratos es extraordinaria y extensa, sus progresos, palmarios, y su producción, ingente. Su estilo personal se impone a los altibajos y logros de su carrera. Llegados a un punto su visión de las cosas, torpe o brillante, luminosa o sombría, termina por crear ese mundo nuevo que llamamos «goyesco», encerrado mejor que en parte ninguna en su célebre cuadro La familia de Carlos IV (1800), visto así por Ramón Gaya: «Todo Goya parece reunido aquí, el sensible, el feroz, el malhumorado, el delicado, el bruto, el sensual, el tierno, el desalmado, el sabio, el torpe, el poderoso, el truquista, el moderno, el tartamudo, el expresivo». Muchos han visto en este cuadro, antípoda de Las meninas y retrato de una familia de infelices, la crítica audaz y solapada hacia quien le había nombrado pintor de la corte. No se crea. Así como el emperador Carlos recogió del suelo el pincel de Tiziano, Carlos IV abrazó emocionado a Goya después de ver uno de los retratos que este le hizo, agradeciéndole el esfuerzo de sacarlo mejor de lo que era (para eso están los cortesanos). Su sordera agrió su carácter, dicen, pero no mermó su popularidad ni la estima en que se le tenía (fue al parecer un hombre campechano y querido por todos). Sus ideas liberales le apartaron de la corte, primero, y le llevaron más tarde a colaborar con José Bonaparte, aunque no era liberal. Fernando VII, el rey felón, que impuso de nuevo el absolutismo traicionando la Constitución de Cádiz que había prometido cumplir, lo mantuvo pese a ello como primer pintor de la corte, al igual que favoreció a otros muchos afrancesados. Goya siguió entonces su frenética labor, y tras completar la serie de aguafuertes de los Caprichos , inició la de los Desastres de la guerra y la Tauromaquia , y empezó la de Los disparates , las cuatro en verdad poderosas y originalísimas, pero aún más sus dibujos, la nota quizá más alta de su talento. Su condición de artista consagrado, requerido y respetado acabó no obstante marcada por una misantropía que le llevó a comprar (1819) una casa apartada a orillas del Manzanares, conocida como la Quinta del Sordo (llamada así no por él, aunque ya lo estaba, sino por un propietario anterior), en cuyas paredes pintó sus célebres pinturas negras , más que visiones y sueños, como se ha dicho, el triunfo de la realidad: la edad moderna en pintura entraba así por la puerta de la España Negra. El fin del trienio liberal, el regreso del absolutismo y el temor a las represalias le llevaron al exilio (1824), donde murió a los cuatro años, no sin antes volver a Madrid un par de veces a cobrar la renta de cincuenta mil reales que le tenía asignada el rey y que este jamás le retiró. O sea, que el suyo fue más un cambio de aires que otra cosa, menos exilio que balneario.

264. Francisco de Goya, Goya a su médico Arrieta , 1820.

265. Francisco de Goya, El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos de patriotas madrileños , 1814.

Al exhumarse sus restos muchos años después, se advirtió que le faltaba la cabeza, que sigue dando tumbos en paradero desconocido (la otra calavera célebre fue la de Calderón, de la que Fernández de los Ríos contó que «no sabemos si se consumó el proyecto de fotografiarla y pasear su cráneo por toda Europa para entretenimiento de frenólogos»). A falta de la calavera, Goya, se repatriaron sus restos en 1899 y tras pasar por algunas otras tumbas, reposan desde 1919 en la ermita de San Antonio de la Florida, bajo los maravillosos frescos que había pintado cien años antes.

La mayor parte de su obra inmensa está hecha en Madrid, y sus cuadros, grabados y dibujos con personajes, sucesos y paisajes madrileños son numerosísimos. Entre ellos no pocas obras maestras de la pintura e inseparables de la historia madrileña (La familia de Carlos IV , Los fusilamientos, La lucha con los mamelucos ), de la ciudad de Madrid (La pradera de San Isidro , memorable, bellísimo), de sus fiestas profanas o religiosas (Entierro de la sardina , Procesión de disciplinantes , Aquelarre , Corrida de toros ) y de quienes vivieron aquí (La tirana , Moratín , Jovellanos , La duquesa de Chinchón , Las majas (Pepita Tudó, en cueros y vestida, la amante que la reina ya vieja le buscó a Godoy, quien enseñaba una u otra pintura mediante un juego de poleas), reyes, príncipes y demás familia).

Empezó siendo un pintor empeñativo que caminaba un poco a ciegas y acabó representando como nadie de su tiempo el triunfo de la naturalidad y del íntimo fulgor, sobre todo en sus pinturas negras. El que mejor ha pintado el tránsito de «se hace camino al andar» al «nos vamos yendo», epígrafe de uno de sus dibujos. El pintor que muchísimas ciudades más importantes y hermosas que Madrid hubieran deseado tener, y no tuvieron.

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