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Retales madrileños » 16. Benito Pérez Galdós

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16 Benito Pérez Galdós

No sabemos si Madrid es un pueblo, un poblachón manchego como se ha dicho, una capital de provincias, la capital de España o la ciudad moderna y fascinante que nos descubren a diario tantos extranjeros (incluso puede que sea todas esas cosas a la vez), pero desde que Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843-Madrid, 1920) escribió Fortunata y Jacinta e hizo de Madrid la ciudad donde transcurrió su historia, para mí Madrid es el corazón de la literatura.

283. Victorio Macho, Monumento a Galdós en el Retiro, 1918.

«¿Será Galdós acaso el poeta de Madrid? Ese poeta que toda ciudad necesita para existir, para vivir, para verse también», se preguntaba María Zambrano, y añadía: «Poeta quiere decir en la lengua griega creador, no fantaseador. Creador de criaturas de carne y hueso, alma, espíritu, razón». Sí, Galdós es el poeta de Madrid, su creador, a quien Madrid debe el ser una criatura con vida propia. Hizo de Madrid el escenario de muchos de sus Episodios nacionales y novelas, entre ellas Fortunata y Jacinta , que es a la literatura española y a Madrid lo que ninguno de los monumentos madrileños es a la historia universal de la arquitectura.

Pero el amor de Galdós por Madrid no es, como han creído muchos madrileñistas, amor a su ciudad, sino amor a las criaturas que viven en ella, el decorado que le sirve para hacer que sus luchas y pasiones abstractas les entren a sus lectores por los ojos y les predispongan a su favor o en su contra, para al final redimirlos a todos, como hace su autor. En las novelas de Galdós, Madrid es la cadencia y los seres humanos la melodía.

Y dentro de esas criaturas, sobre todo, las mujeres.

El principal interés vital de Galdós, si acaso no el único, son las mujeres, «la mujer», diría JRJ., y el tema central de su literatura, el amor, el misterioso deseo, sobre todo, de sus personajes femeninos (sus verdaderos logros: Fortunata, Nina, Tristana). Se le ve a Galdós en pos de ellas llevando el plano de Madrid en la cabeza, calle por calle, arrabal por arrabal, haciendo más cortos o más largos los trayectos de sus personajes, según le convenía. Corralas, casas burguesas, palacios, iglesias, buhardillas y covachuelas, en todos estos sitios entra y sale como «perro por su casa» para mostrarnos infierno, purgatorio y paraíso: «Y en este oficio de peatón adquirió tan completo saber topográfico», nos dirá Galdós de Luisito, nieto de Villaamil, protagonista de Miau , «que recorría todos los barrios de la Villa sin perderse; y aunque sabía ir a su destino por el camino más corto, empleaba comúnmente el más largo, por costumbre o vicio de paseante o por instintos de observador». Esto le hizo decir a Ramón Gaya: «A Galdós me lo figuro dando vueltas y vueltas por Madrid, sin prisa, claro está, pero no a la manera del paseante o del ocioso, sino con ese paso de perro callejero que no es propiamente una lentitud, sino una sapiencia», y añade: «Galdós, con su gabán y su bufanda parecía un mendigo de calidad, un mendigo que no pide, que recibe todo pero que no pide; y la realidad se le iba entregando así, cordialmente, sin violencia, sin conquista, sin estudio ». Quienes lo vieron caminar por Madrid, coinciden: siempre iba solo.

284. Juan Manuel Castro Prieto, Días de confinamiento. Paseos nocturnos , 2020. Al fondo un cartel de Galdós que celebra el centenario de su muerte; en primer término, una pareja con un perro, y en el cartel, Galdós con un gato. Tiene Galdós la calle más galdosiana de Madrid (antes fue del Colmillo), corta, tuerta y escondida en el barrio de Maravillas, y el monumento, precioso, de Victorio Macho, camuflado entre las frondas del Retiro. Lo pusieron poco antes de su muerte, cuando ya estaba medio ciego y todo lo veía borroso, y borrosa está la piedra, maltratada desde entonces por las inclemencias del tiempo. Escribió Galdós, ya viejo, una Guía Sentimental llena de detalles autobiográficos madrileños, y muy joven un artículo asombroso figurándose la vista de Madrid desde lo alto de la torre de Santo Tomás. Mariano de Cavia lanzó la idea descabellada de llevar su tumba a la plaza Mayor, sustituyendo el monumento a Felipe III, el mismo que veía desde su palomar Fortunata, cuando a ese lugar fue a morir tocada ya del ala. La idea de Cavia, por suerte, no se llevó a cabo, y la gente puede, sin pensar en la muerte, disfrutar de sus cervezas frías y de los calamares fritos que se sirven en esa plaza como en ningún otro lugar del mundo.

Aún decimos «el Madrid galdosiano» y nos lo representamos de una manera moral: gris, pobretón, el lugar ideal para «ir tirando», el de las ilusiones perdidas y el de las conquistas efímeras. Acaso el galdosiano es el único Madrid que haya existido, antes incluso de Galdós (léase el episodio nacional que lleva por título El terror de 1824 , obra maestra), y el único que aún pervive extendido por toda la ciudad (el barojiano desapareció por completo bajo la M-30 y el solanesco pervive únicamente en esas criaturas irredentas que hacen la calle en las de la Cruz y Desengaño). Y si creemos que el Madrid galdosiano es universal es debido únicamente a la sabiduría de Galdós, «que se solidariza con la realidad sin inmiscuirse en ella», nos dirá Gaya, como amigo , como un semejante , para dejar el camino libre a sus lectores.

Que las formidables creaciones de sus novelas contemporáneas se desarrollen en el Madrid de la Restauración y la Regencia, acaso el Madrid más gris y penoso de toda la historia, añade aún más misterio al milagro galdosiano.

El Madrid galdosiano huele a gato, a brecolera y a nardos, todo un poco mezclado. Es el de la «pequeña burguesía vergonzante» o los miaus de solemnidad.

Por otra parte Madrid ha tenido en Galdós al mejor de sus biógrafos, «su evangelista», en palabras de Unamuno (siempre esa cicatería de los del 98 para con él: ¿Galdós evangelista? No, don Miguel, Galdós mesías, el salvador de Madrid. Nos lo ha dado además con los argumentos de sus ficciones, tanto o más portentosas por habérnoslas entregado sin restarle un átomo a la realidad de donde las tomó. Y él, sí, es el novelista de Madrid, pero sobre todo su poeta.

285. Alfonso, Benito Pérez Galdós en su casa de Hilarión Eslava , 1910.

286. Si Fernández de los Ríos fue muerto la vera efigie de don Quijote, Victorio Macho sacó de Galdós en su lecho de muerte el 4 de enero de 1920 su íntimo parecido con Miguel de Cervantes.

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