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Retales madrileños » 18. Madrid y los sucesos

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18 Madrid y los sucesos

En Madrid, como en cualquier ciudad grande, siempre están pasando cosas. «En Madrid, hija, pasan cosas que si se cuentan, nadie las cree», leemos en Los duendes de la camarilla , de Galdós. Hasta hace unos diez o quince años la Telefónica repartía unas voluminosas guías con el nombre y número de teléfono de los abonados, y de la misma manera se podría Pobres y demás humanidad inestable repartir anualmente a los madrileños un grueso libro con todos los sucesos del año: crímenes, accidentes, robos, timos, ajustes de cuentas, redadas, estafas, quiebras, atentados, reyertas, inundaciones, asuntos que han hecho necesaria las intervenciones de la policía, de los bomberos o del Samur… Luis Bello lo expresó con gracia: «Ya se sabe que el crimen madrileño es el del amor a la fuerza: “O me quieres o te mato”».

Pobres y demás humanidad inestable

En Madrid se ha prestado también mucha atención al delito y a la crónica negra, desde los tiempos en que se instaló el brasero de la Inquisición en la plaza Mayor (1622) hasta el asesinato de los marqueses de Urquijo, ayer como quien dice, pasando por el ahorcamiento del general Rafael de Riego en la plaza de la Cebada (1824) o el crimen de la calle Fuencarral. La literatura de sucesos (La Linterna (primer tercio del XX ) y El Caso (segunda mitad del XX ), y mil publicaciones más donde vienen pormenorizados los crímenes, ha contado siempre con muchos lectores, sobre todo de las clases populares, necesitadas de esa ejemplaridad: la tentación de cometerlos para mejorar su suerte es también mayor en esas clases que en otras más favorecidas, razón por la cual los asesinatos cometidos por ricos causan una gran conmoción (los cometidos por el señorito Ruiz Jarabo, después de la guerra, por ejemplo). En Madrid la multitud se congregaba lo mismo a la entrada de la Audiencia para ver desfilar a sus criminales predilectos (los que le causaban mayor morbo) que en los descampados y cuarteles donde tenían lugar las ejecuciones. Existen media docena de libros actuales sobre «la crónica negra de Madrid», con los casos más célebres (mi preferido para el siglo XX : De Madrid al infierno. Guía de crímenes de Madrid , de Marco Besas y José Antonio Pastor: desde «el macabro caso de la marquesa Lihory» hasta los de Eta, muy ilustrado con fotos y recortes de época). Muchos de estos casos truculentos, sobre todo los del XIX y hasta los años sesenta del XX , pasaron a romances y se difundieron por toda España en pliegos de cordel: envenenadoras, «crímenes pasionales», bandolerismo (Luis Candelas), político-freudianos (Hildegart asesinada a manos de su madre)… Que el broche de muchos de ellos fuese el garrote vil venía a añadirles un grado de espanto muy atractivo para aquellos que querían adornar su vida con filigranas morbosas. La desaparición de la pena de muerte del código penal y el perfeccionamiento de la comunicación (telégrafo, teléfono, teletipos, cine, televisión e internet) han contribuido a que el interés por el delito se haya reducido mucho: la noticia de los crímenes más atroces, cometidos en los rincones más escondidos, se nos sirve a diario en los telediarios antes de los deportes, y así es muy difícil sorprender a la audiencia, que ha preferido entretenerse con sucesos más festivos o esperpénticos: de Ruiz Mateos al Dioni (quien robó el furgón blindado que tenía que custodiar y dilapidó el botín en francachelas brasileñas).

290. Mendigos esperando la desinfección municipal, 1905.

291. Fue El Caso un periódico madrileño de sucesos popularísimo durante el franquismo, acaso el único al que le fueron respetadas libertades que a otros les fueron censuradas.

La crónica de sucesos de Madrid es hoy, por tanto, parecida a la de cualquier otra ciudad española.

Cuando redacto estas líneas leo la noticia del desprendimiento de una cornisa de un edificio de la calle Alcalá (la Consejería de Cultura del gobierno regional): ha acabado con la vida de una mujer que se paseaba tranquilamente. Mañana esa noticia se habrá olvidado y yo seguiré transitando por esa acera por la que he pasado ya un millar de veces, sin acordarme de esa mujer de la que solo dijeron en un primer momento que era una turista coreana de treintaidós años. He buscado su nombre, Jihyun Lee, pues deseaba ponerlo aquí, a modo de lápida.

Quienes están más expuestos a los sucesos son, claro, los pobres, los vagabundos y los de vida desarreglada.

En Madrid, desde que se la proclamó corte, ha habido muchos tratando de vivir del cuento o del delito (pícaros) y del pleito (abogados) y muchos que no queriendo vivir del pleito, del cuento ni del delito se han visto en la necesidad de vivir de la limosna. En Madrid nació la distinción entre pobres de solemnidad y pobres vergonzantes. Los primeros son aquellos que no tienen donde caerse muertos y los segundos aquellos que viviendo como los pobres de solemnidad, adoptando sus mañas, lo disimulan cuanto pueden. Misericordia , la novela de Galdós, la protagoniza una maravillosa pobre de solemnidad, Benina, que pide limosna en nombre de la señora a la que sirve, una pobre vergonzante.

Fue en ese tiempo (finales del XIX y principios del XX ) en el que los pobres, vagabundos, prostitutas y malhechores concitaron la mayor atención de los médicos higienistas, los urbanistas, los escritores, las instituciones benéficas y las autoridades políticas y municipales, que buscaban su estudio y redención. Los libros que se publicaron con ese tema fueron muchos, desde los clásicos El Hampa de Rafael Salillas, La mala vida en Madrid de Llanas Aguilaniedo y Bernardo de Quirós o Los malhechores de Madrid , de Gil Maestre, y la trilogía barojiana de «La lucha por la vida» . Lo decía Baroja de los mendigos: «Los pintores y escritores han tenido cierta delectación para representarlos».

292-293. Wenceslao Ayguals de Izco, María o la hija de un jornalero , 1845-1846, y López Silva, Los barrios bajos , Librería Fernando Fe, 1905.

En tiempos en que ricos y pudientes eran pocos, los pobres eran muchos, y Madrid ha respondido con la creación de numerosas sociedades benéficas que los amparan. La más célebre, la Real Hermandad del Refugio y Piedad, o de la Bien Mirada, que se fundó en 1615, todavía existe en la Corredera Baja de San Pablo. «En este buzón se depositan los memoriales para todas las clases de socorros que reparte este benéfico establecimiento», se lee allí. Cuando pasamos y vemos las colas que esperan les den la cena, se nos encoge el corazón. Los pobres de 1615 iban vestidos de harapos, si creemos las pinturas de entonces. La mayor parte de los que hacen esa cola son como cualquiera de nosotros, visten y calzan igual, algunos se ve que han tenido un trabajo honrado y lo han perdido, y no pocos acuden con sus hijos pequeños que juegan con los niños de otros colistas. En su día este refugio hizo célebre una Ronda del Pan y Huevo, que iba por las calles de Madrid buscando pobres a los que entregaba un pan y un huevo, después de aprobar el calibre de este con un escantillón. Hubo también la Ronda del Pecado Mortal y la de la Buena Dicha. Los pobres de la cola de las Góngoras, que hemos visto tantas veces también, están más gastados que los otros. Yo hace años pegué un recorte del periódico en una de mis libretas: hablaba de todos estos refugios, por si venían mal dadas. No sé si algunos han cerrado, pero no creo, porque el de los pobres con el de la prostitución es el oficio más viejo del mundo, y seguramente seguirán abiertos como la Hermandad del Refugio dentro de otros cuatrocientos años, los que yo espero que se lea este libro. Ahora lo pongo aquí para saber que este tendrá una utilidad segura y por acordarme del amigo que me aconsejó por vez primera el Refugio hace cincuenta años: «En total son siete los centros que hay en Madrid –todos privados– para servir comidas a los indigentes. Desayuno y bocadillos: Ave María (Doctor Cortezo, 4), de 9:30 a 12:00. Comidas: María Inmaculada (General Martínez Campos, 18), de 12:00 a 13:00; San Francisco (General Asensio Cabanillas, 23 [nombre que una jueza ordenó reponer, cuando el Comisionado de la Memoria Histórica lo propuso cambiar], a las 12:00; Hijas de la Caridad (Mesón de Paredes, 78), a las 12:30; y Damas Apostólicas (José Marañón, 15), a las 12:30, donde además se puede jugar a las cartas y al ajedrez hasta las 15:00. Para cenas: Hermandad del Refugio (Corredera Baja de San Pablo, 16), de 18:30 a 20:00, y Misioneras de la Caridad Madre Teresa de Calcuta (Ronda de Segovia, 1), a las 17:00 (excepto los jueves)». A estos hay que añadir San Antón, en la calle Hortaleza, abierto a todas horas y donde las noches de mucho frío dan caldo y por el día bocadillos».

294. Robledano, Cola de la lotería .

295. Carlos Saura, El Rastro , 1961. Una de las mejores fotos españolas de todos los tiempos, ninguna más elocuente para contar qué fue el franquismo.

Fue también Madrid la ciudad donde la prostitución formó parte durante mucho tiempo de su ser. En 1900 se calculaban en dos mil las prostitutas oficiales, y quince mil las aficionadas, entre las cuales se consideraban a menudo a quienes vivían de una manera irregular («¡Qué lástima que no sea decente!», dice de Fortunata el que será su marido).

Siempre fue ese un mundo muy regulado: cantoneras o putas de calle, putas de rufián y tusonas o discretas, que vivían en sus casas. En el siglo XVI podían serlo las niñas mayores de doce años, no vírgenes y huérfanas de padres conocidos, y estaban obligadas a ser visitadas por los médicos y a recogerse una vez al año en el convento de las Arrecogidas. Y si Felipe II consintió la prostitución ya Felipe IV la persiguió, pero no al extremo de acabar con ella. Nourry habló de treinta mil prostitutas en Madrid, cifra a todas luces bastante abultada (Madrid tenía entonces unos doscientos mil habitantes). Fue célebre en el siglo XIX la institución de las Micaelas (la saca Galdós en Fortunata ), fundada por Micaela Desmaissières, vizcondesa de Jorbalán, esclava del Santísimo y de la Caridad, y más tarde sor Sacramento; recibió el nombre de Casa de las Desamparadas: «El objeto de la institución es hacer volver al camino de la virtud cristiana a las mujeres solteras que viven en el vicio y desean voluntariamente enmendar su vida, instruyéndolas en la religión y al mismo tiempo enseñándolas labores y bordados». Podían permanecer allí, según Antonio Velasco Zazo, hasta tres años, «si se portan bien y manifiestan verdadero arrepentimiento […] a fuerza de lágrimas y oraciones».

En España (tercer país en el ranquin mundial de turismo sexual) se calculan en la actualidad entre cien mil y cuatrocientas mil prostitutas (la clandestinidad de su oficio hace incierta esta estadística, advierten), y de ellas solo el 10% son españolas, según la Guardia Civil, que lo deduce por las denuncias, aunque otra estadística de Cáritas da para Madrid la cantidad de 2.772 prostitutas, de las cuales estarían haciendo la calle unas 650. Uno de los viajeros franceses del siglo XVII dice que en Madrid (cien mil habitantes), había dos mil, aunque otro sube esa cifra a treinta mil. Se ve que en estas estadísticas calculan todos un poco a bulto. Sin ir más lejos: la única cifra que se encuentra en un portal de internet sobre mujeres que ejercen la prostitución hoy, 2020, en Madrid, es de unas dos mil, y en otro informe oficial se habla de unos quinientos locales donde se ejerce la prostitución, lo que daría una media de cuatro chicas por burdel. No es uno experto en la materia, pero la idea que tenía de esos garitos, por sórdidos que nos los hayan pintado, era bastante más colorista y animada.

Para las personas sin hogar, sin embargo, las estadísticas parecen más conformes unas con otras. Un estudio de la Universidad Complutense da para Madrid 2.576, de las cuales duermen en la calle 919 y el resto en albergues.

Cuadros de la prostitución más sórdida del siglo XIX , agravados por la heroína en muchos casos, quedan en las calles Ballesta, Desengaño, Cruz y Montera, la Casa de Campo y algunos polígonos de las afueras.

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