Luna

Luna


Capítulo 24

Página 27 de 35

Ya en la camioneta de Luca, me dio una paleta de las que solía regalarme; sonreía relajado mientras la metía a mi boca.

—¿A dónde quieres ir a celebrar?

—Donde haya comida, algo así como una pizza enorme —pedí entusiasmada por la sola idea. Rio asintiendo.

Ya sentados en el restaurante, me observó con intensidad.

—Me alegro de que las cosas entre tu padre y tú estén mejorando.

Nos había escuchado, comprendí.

—Eso espero —admití dándole un trago a mi refresco, pensativa, ese tema era algo escabroso aún.

—Así será, sólo es cuestión de tiempo. —Acercó sus dedos a los míos, los entrelazamos atentos al gesto. Era asombroso que apenas hacía unas horas habíamos descubierto que podíamos tocarnos y ahora, ya no imaginaba una vida sin eso.

—Puede ser que tengas razón… Ya veremos —sacudí la cabeza, fijando la mirada en la buganvilia que estaba a unos metros y que adornaba el lugar. Demasiadas cosas en pocas horas, pero parecía que mi mundo giraba y giraba, y ya no planeaba detenerse.

—Sara, supe lo que te dijo Gael —soltó de pronto. Posé mi atención en su rostro, seria.

—Nos escuchaste… —hablé después de un rato. Frustrada. Tal parecía que la privacidad no existiría aquí, comprendí vencida.

—A ti no, a él. Venía hablando con Eduardo a unos metros de mí cuando íbamos a clases. No pude evitarlo, de hecho, lo dijo para que todo los que estuviesen alrededor lo supieran. —No lucía enojado, tampoco sorprendido, pero sí intrigado.

Bajé la mirada hasta lo que quedaba de mi pizza. Eso era incómodo.

—No quería que te molestaras… No hay necesidad —murmuré.

Elevó una de sus grandes manos hasta mi rostro y levantó mi barbilla, enseguida me topé con sus ojos miel, pestañeé un tanto nerviosa. Sonreía.

—No estoy molesto, no haré una escena, Sara. Lo que pasó aquel día que casi pierdo el control con Gael, fue porque no toleraría que nadie te lo hiciera, no es él específicamente.

—Pero ayer dijiste que te pones celoso. No quiero hacerte sentir eso, es… horrible. —Recordé la sensación desagradable de hacía unos días con respecto a él y Florencia. Acarició mi mejilla con ternura.

—Eso no lo puedes evitar, pero ten un poco de fe en mí, no lo agrediré ni haré ninguna tontería, incluso aunque eso sea lo que intenta. Lo que me duele de esto, en realidad, es que me creas capaz de hacerlo y que no me lo pensabas contar por miedo a mi reacción, no porque significara poco.

—Luca, yo… no sé cómo lo tomaría si fuera al revés.

—Pero no lo es, y si tú deseas que no te oculte las cosas, entonces tampoco lo hagas, no si las consideras importantes, no por ese motivo —pidió con simpleza, posando su mano en mi brazo; se veía afligido y pensativo.

—No lo hago.

Asintió, tomando de nuevo su tenedor. Él había pedido una pasta.

—¿Te incomodó mucho? —Quiso saber metiéndose un bocado a la boca. Torcí los labios.

—Es insistente.

Asintió, mientras masticaba.

—Yo lo sería en su lugar —admitió un segundo después—. Pero quizás es importante que seas más clara —sugirió con tranquilidad, limpiándose con la servilleta la boca, que no tenía ni una mancha.

—¿No estás enojado?

—No me parece divertido su atrevimiento, ni tampoco me hace brincar de la emoción. Pero no, no estoy enojado, no contigo.

—¿Con él?

—No, Sara. Gael está haciendo lo que cualquier humano haría y lo que harán muchas veces en el transcurso de tu vida otros hombres.

—¿Entonces?

—Me enoja no poder ser como él, no poder ofrecerte la vida que alguien, quien fuera, podría y que yo… nunca podré —murmuró circunspecto.

—Si vamos a Vancouver, ¿no es muy frío para ti? —insistí haciendo a un lado mi plato, sin hambre. Hablar de lo que realmente era, hizo que recordara eso. Observó mi gesto.

—Puedo arreglármelas mientras haya sol diario, además puedo ir y venir sin problemas, ¿lo olvidas?

Cierto. Aun así, estaría la mayoría del tiempo ahí.

—Lo sé, es sólo que el invierno es fuerte y el clima no tiene nada que ver con éste, únicamente en verano.

—Nosotros no podemos estar en un lugar como Groenlandia, por ejemplo, en donde hay tan poca luz la mayoría de los meses del año, pero Vancouver no es problema, mis «expediciones» tendrán que ser más continuas, nada más.

—¿Qué tan continuas?

—¿Qué sucede, Sara? Si deseas ir sola, no pasa nada. Lo sabes. El que estemos juntos no significa que no puedas hacer tu vida.

Era evidente que la sola idea no le agradaba, a mí tampoco, era tan incierto todo entre ambos que no podía darme el lujo de desperdiciar el tiempo a su lado porque sin certezas, no hay nada por sentado, y el presente se torna más apremiante, más importante.

—¿Podemos irnos? —le pedí de repente. Asintió sin objetar, pidiendo la cuenta. No volvimos a hablar hasta que subimos a la camioneta.

—Ahora sí me vas a decir qué sucede en esa cabecita tuya. —Ya estaba en marcha el motor.

—Luca, escucha, sé que si fuera necesario tú dejarías muchas cosas por mí, por lo que sentimos, por nosotros. Eso me aterra, tú eres indispensable para los tuyos, y ruego que no sea necesario. Pero entonces creo que lo justo es que, por lo menos, yo ceda un poco.

—No te sigo —aceptó rodeando una rotonda.

—Luca, no iré a Vancouver, no si puedo estudiar en cualquier otro lugar que te implique menos desgaste.

—Tú irás a Vancouver —sentenció autoritario. No tenía ni idea de a dónde íbamos, lo cierto es que me daba igual.

—No puedes obligarme —lo reté desafiante, cruzando los brazos. Cerró los ojos unos segundos.

—No, no puedo, pero no permitiré que dejes tu sueño por mí.

—Sólo comprende, no me molesta.

—Dije que no. Tus años de existencia son tan pocos que no me lo perdonaría, no dejarás nada por mí, ni abandonarás aquello por lo que tanto has luchado. No.

—No estoy de acuerdo —refuté irritada.

—Lo lamento, pero en eso no cederé ni un ápice. Aquí el ajeno soy yo, el que no puede brindarte normalidad soy yo. No puedo permitir que, además, hagas esto.

—¿Normalidad? Yo no veo nada anormal ahora mismo. Peleamos como dos novios, nos besamos como dos novios. Sólo que no toleras el frío. No pasa nada, quiero estudiar, no importa dónde, y lo haré.

—No cambies las cosas. Sabes que no hay normalidad entre tú y yo, aunque lo deseáramos. Y sí, no tenemos idea de cuánto durará esto, lo que crece cada maldito segundo entre ambos, lo cierto es que te has convertido en mi mayor certeza, en mi lazo con la cordura, en mi mente, en mis sentimientos. Sara, discúlpame, eso no tiene nada de normal, no en tu mundo, no en el mío. Así que deja eso ya —pidió mirándome mientras estábamos en un alto.

Bufé frustrada.

—Sé que pasaremos mucho tiempo juntos, no sólo un momento, como pareces insinuar.

—No lo insinúo, sé muy bien lo que deseo, lo que quiero. Eres tú sin tiempo, sin lugar, sin nada, salvo tú, pero no soy tonto y entiendo más de lo que crees, pese a no pertenecer a tu especie. Las cosas a veces pueden dar un viraje que no planeemos, sin embargo, te aseguro que de seguir tú y yo, como ojalá suceda, no me iré de aquí. Así que por mí no te detengas. Ve a Vancouver.

—Quieres decir que si llega el momento de irte, e hipotéticamente seguimos juntos, pese a que yo sea muy mayor y tú luzcas como un chico casi adolescente, no te irías. No me lo creo.

Me miró de soslayo, tenso. Sabía que ya estaba muy enojado.

—Lo que siento por ti no tiene que ver con tu cara, que lo admito, es hermosa, pero no es lo que genera esto con lo que he vivido los últimos meses. Lo que entiendo es que si yo no luciera como luzco, entonces no existiría esta situación. ¿Es así?

Rugí furiosa.

—¡No digas eso! Claro que no, y lo sabes. Lo que siento va más allá de mí, de mi razón, de mi entendimiento. No es tu cara de revista lo que me tiene así. ¡Agh! Hay veces que no te aguanto —solté sin pensar, pero no se inmutó.

—Entonces aceptas que no es normal lo que aquí sucede. Y no, no me iría. Eres parte de mí.

—No podría retenerte —admití turbada.

—Me quedaría de todas maneras.

—Entonces yo no permitiría eso, ni por un segundo dejaría que vivas siglos con esa decisión por unos años a mi lado. No. —Hice una pausa, con la respiración entrecortada, él no dejaba de conducir, aunque ya bajaba la velocidad—. Si descubren todo antes, o no lo descubren jamás, y tú debes regresar a asumir tu puesto, estaré bien, Luca. Lo tendré que asumir, aunque te quiera de esta manera desesperada. A fin de cuentas, yo moriré…

—No empieces —bramó con amenaza impresa en cada nota, deteniéndose en el costado de una calle. Apagó el motor y giró hacia mí con ojos oscuros.

Ahí íbamos de nuevo. Pero no me importaba cuántas discusiones tuviéramos, jamás me quedaría con lo que realmente pensaba, con lo que creía fehacientemente que era lo correcto.

—No empiezo, es la verdad, Luca. Yo moriré, si todo es perfecto, a los 80 o 90 años, ¿y después? En el caso de que siguiéramos juntos, cosa que aún no logro acomodar en mi mente pero que no soportaría que fuera de otra manera, ¿tú, qué? ¿Qué será de ti? Piensa un segundo, maldita sea. No podrás regresar a tu planeta y si lo haces, ¿en qué condiciones sería? —argumenté.

Sus nudillos se blanqueaban debido a la tensión, no apretaba el volante puesto que lo hubiera deshecho si deseaba, pero toda su postura me decía que estaba entrando a terrenos no muy gratos. Me importó poco.

—Lo que pase después de que tu corazón deje de latir, es mi problema —declaró tajante. Abrí la boca, encrespada.

—No, no lo es. ¿Cómo crees que viviré siendo consciente de eso? Verte cada día y saber que planeas renunciar por mí a tu pueblo, para lo que fuiste creado y concebido.

—Ésas serían y son mis decisiones, Sara, sólo mías, tú vive el ahora, tal como lo has propuesto, tal como debe ser porque no hay nada que puedas decir. El futuro se puede calcular, pero no controlar. —Estaba rabioso, sin embargo, ésa era una conversación que necesitábamos tener.

—Bien, tú haces eso porque son tus decisiones, entonces lo mismo te digo, no iré a Vancouver, no lo haré, está decidido —espeté, fijando mi atención en el exterior.

Estábamos frente a un parque donde había varios pequeños jugando con sus madres. El lugar no era muy arbolado, pero sí lleno de juegos y gente sonriendo, pero ni eso lograba distraerme.

—Sara, basta, no hagas esto —me pidió agotado. Volteé seria y también molesta.

—¿Qué, Luca? ¿Qué hago? Estoy pensando en los dos. La universidad es un mínimo detalle de todo esto y lo sabes. No quiero que contemples ni siquiera la posibilidad de dejar tu cargo allá, no por mí —le supliqué de pronto. Eso, en especial, me turbaba de una manera enferma, porque no deseaba separarme de él jamás, pero esa palabra era absurda y no la usaría, no quería.

—Lo hago.

—¡No! —chillé medio histérica.

—Deja esto ya, no tiene sentido —pidió hermético.

No podía. Era como un caudal que no lograba contener. Por mucho que lo quisiera, que lo ansiara, que lo deseara, para mí no era tan fácil asumir todo sin cuestionar, sin preguntar, sin hacer hipótesis, sin pensar en todas las opciones que mi cabeza pudiera contemplar.

—Sara, ¿piensas que si no estuviera absolutamente seguro de lo que siento te estaría arrastrando a toda esta locura? ¿Piensas que no he evaluado todo lo que me estás diciendo, que no he contemplado la posibilidad de desaparecer de tu mundo y permitirte tener una vida normal? —El color se me fue del rostro y mis pulmones se comprimieron—. Sí, sí lo he pensado, pero no lo haré, no mientras no me lo pidas, porque lo que siento por ti va más allá de mi propio entendimiento, de mi propia condición. Así que detén esto, detenlo ya. Sé que no puedo contestarte muchas preguntas, que tienes dudas y miedo. Yo también, demasiado, y así como te juro que no permitiré que nada te pase, así también te juro que no habrá nada que pueda alejarme de ti, salvo que tú así lo quieras.

—Luca, no quiero que me odies —logré decir al fin con la voz cortada.

Se alejó más de mí dándome espacio, con gesto confuso.

—No hay forma de que eso ocurra.

—Sí, sí la hay. Los conflictos con Hugo, con Florencia. El peso de tu decisión si llega a darse el momento, todo junto hará que me odies. No vives, incluso ahora, lo que tendrías que vivir en aras de que yo sí lo haga. Te alejas cada vez más de lo que es tu lugar para estar a mi lado. —Sus ojos se oscurecieron de nuevo—. ¿De verdad crees que valgo tanto la pena como para vivir sin ser lo que eres? Y si las cosas avanzan, ¿de lo que debes ser?

—¿Qué intentas decirme, Sara? —me preguntó con voz ahogada.

—Eso, Luca, sólo eso. Contéstame.

—Sí, sí vales la pena para eso y mucho más —dijo sin titubear.

Asentí mirándome las manos.

—No quiero arruinar tu vida —admití al fin. Mis ojos se empañaron sin poder evitarlo. Tomó mi barbilla y la acercó a él.

—No hay forma de que eso suceda, eres la luz en la oscuridad, eres el motor por el que existo, eres todo lo que jamás pensé encontrar —declaró con vehemencia.

Lo abracé, disfrutando de poder hacerlo y de conocer la impotencia que se sentía no poder tocarlo. Me rodeó con cuidado, dejando sobre mi espalda caricias suaves.

—Tienes razón en todas tus dudas, y aunque quisiera, no tengo respuestas para ellas. Por el momento, te suplico que no te presiones con eso. No te odiaré ni me arrepentiré de nada, confía en mí, sé lo que te digo —aseguró. Me separé de él, quitándome las lágrimas. Tomó mi rostro y me observó, estaba a un par de centímetros del suyo—. ¿En serio me dejarías con tal de que yo no tomara esa decisión?

No pude responder, lo quería tanto para mí, como su felicidad, su tranquilidad.

—También quiero que seas feliz —acepté mirando el dorado de sus ojos mezclado con limón.

—Suena exagerado, pero mientras eso que hay dentro de ti exista, así será… —Un segundo después apresó un labio entre los suyos. Me sentía inmóvil y completamente su presa. Permití que marcara el paso e hiciera lo que quisiera. Me daba igual, yo sólo necesitaba estar a su lado. Atrapó mi otro labio y también lo probó con su lengua cálida. De pronto, sentí ambos labios posados sobre los míos, degustándolo, robando todo de mí. Gemí devolviendo la invitación.

Eres tan valiente.

Susurró con su frente de nuevo en la mía.

Es porque te siento.

Ambos nos quedamos paralizados. Yo no había hablado, no con la boca, sin embargo, eso era lo que iba a contestarle.

—Lo lograste —musitó asombrado, alejándose, abriendo de par en par los ojos.

—Pero… no sé cómo —acepté todavía en shock.

—No importa, lo sabremos pronto.

—Tengo miedo de todo esto —solté con sinceridad. Y es que lograr comunicarme sin usar mis labios terminó por derrumbar mi poco aplomo. Ni siquiera podía recordar mi vida una semana atrás. Me sentía justo en medio del ojo de un huracán potente y aniquilador, con la certeza de que después de su paso nada quedaría en pie.

—Lo sé y quisiera decirte que no hay necesidad, lo cierto es que te juré hablar siempre con la verdad y no sé lo que ocurrirá.

Me separé de él; necesitaba pensar con claridad, cosa que difícilmente sucedía cuando estaba cerca, porque cuando me tocaba, me resultaba imposible. Necesitaba saber más, así que continué inhalando todo el oxígeno que requería.

—Luca, hay cosas que no comprendo, algunas me dejan con más dudas. Quiero saber cómo ha sido para ti el tener que vivir aquí. Necesito entenderte. Conocerte más.

Tomó aire asintiendo, fijando su atención en el exterior.

—Hablemos de eso, entonces. Para empezar, nosotros actuamos bajo otros parámetros, desde otras creencias y posturas. Es por eso que su dualidad no deja de sorprendernos y confundirnos: amar y odiar, reír y llorar, dar y quitar. Es demasiado… Con ustedes nada está escrito, nada está dicho, eso los vuelve seres intensos y más complejos de lo que piensan. Viven con pasión, con fuerza, y nosotros no contábamos con eso. Sus cuerpos manifiestan de una forma única las emociones que proyecta su energía. Su tiempo de vida es tan increíblemente corto que no pierden el tiempo con facilidad, ya sea para hacer el bien o hacer el mal.

Cada una de sus palabras me adentraban en su mente de una manera hipnotizante, agradable.

—Cuando llegamos aquí hace dos décadas, Hugo, Florencia y yo no teníamos ni idea de con qué nos toparíamos. Pero si he de ser sincero, no nos importaba mucho, siempre nos hemos sentido superiores en diversos aspectos a muchas especies, y ustedes no podían ser la excepción. Yori mandó información durante un tiempo para que nosotros la estudiáramos sin decirnos exactamente a donde iríamos, ni quien era él. Nos enseñaron a adaptarnos, a diluirnos y a no intimar.

Acomodó uno de mis rizos tras mi oreja, sonriendo al notar lo absorta que estaba con la conversación.

—No puedo decir que el entrenamiento haya sido malo, al contrario, pero en mí no fue suficiente. Crecí siendo consciente de lo que tenía que ser, de lo que tenía que hacer y de qué jerarquía tenía sobre mi pueblo. Soy un «Hichica», hijo de uno de los tres con jerarquía más alta entre los nuestros. Hugo y Florencia están a mi lado desde el primer momento. Desde que fuimos concebidos, estábamos destinados a ser parte de «El Triángulo», como solemos llamarlo. —Hizo una pausa, reflexivo—. Nos enseñaron a pensar en sincronía, a apoyarnos unos en los otros, dependiendo de nuestras aptitudes. Mi control, mi temple y mi inteligencia son mis mayores herramientas. Aprendí a desarrollarlas a conveniencia de los nuestros. Desde que tengo memoria, se nos dijo que llegado el momento saldríamos de ahí y tendríamos que refugiarnos en un lugar ajeno y desconocido.

»Eso, como ya te dije, debe suceder, es parte de mi condición. Al llegar a la Tierra, paradójicamente, fue a mí al que más trabajo le costó adaptarse. Mi inteligencia es directamente dependiente de mi pueblo, así que la adaptación, tal como ustedes la conocen, no me fue fácil. Su forma de vida tan estruendosa, tan de prisa, me desconcertaba e irritaba. Flore y Hugo, en cambio, no; al principio los sacó de su centro, pero pronto encontraron formas de diluirse y aprovechar lo que este mundo les ofrecía, tal como debía ocurrir. Lo cierto es que el hecho de que su tiempo fuese tan diferente al nuestro, tampoco me ayudó. Todo pasaba tan despacio y rápido a la vez que me confundía.

»El primer lugar a donde llegamos fue a la India. Suficientemente grande, demasiada gente. Ideal para nosotros. Pero pasé casi los cinco años sin conocerla, Yori había adquirido una casa en un lugar muy agradable, aunque muy ruidoso. Prácticamente no salía de mi recámara intentando mantener la calma dentro de mí. Ahí fue donde comencé a leer y a encontrar en la música tranquila un poco de paz y serenidad.

»En ese tiempo no estudiamos, nos dedicamos a conocerlos y a adoptar sus hábitos. Tener un cuerpo de la noche a la mañana puede ser muy frustrante, no hay tanta libertad, no hay tanta intimidad, nos sentíamos torpes y muy limitados. Había ocasiones en que me transportaba, sin poder evitarlo, a lugares completamente desconocidos… Sin embargo, con el tiempo, fuimos aprendiendo a dominarlo. Comer, dormir, reír, correr, caminar… tocar. —Enredó su mano en la mía, observándola—. Fue tan frustrante y complejo al principio, pero gracias a Yori, que ya manejaba su cuerpo a la perfección y conocía el planeta entero, pudimos comenzar a vivir.

—Suena muy duro todo eso —musité asombrada.

—Sí, al principio sí. No es que extrañara a mi pueblo, no de la forma en la que tú los extrañarías, pero era como no ser nada de repente. Mis pensamientos y creencias, en particular los míos, están íntimamente ligados a las necesidades de ellos. Me sentí muy perdido. Pero con el tiempo pasó. Yori me abasteció de todo lo que creía me haría la vida más fácil y comenzó a enseñarnos todos los idiomas, su historia, su composición, las diferentes formas de comportarse según la cultura, de vestirse, de andar, de pensar.

»En esos cinco años llenó de información nuestro cerebro y nos mostró cómo podíamos utilizar nuestras habilidades a nuestro favor, para así dominar a nuestra mente. Nuestro siguiente destino fue Portugal, ahí ya nos integramos por completo al mundo. Nos matriculó en la escuela y comenzamos a vivir realmente entre ustedes. Fue fácil en realidad, la gente allá es más tranquila y mucho menos ruidosa. Vivimos ahí otros cinco años, aprendiéndolo todo. Las personas, en general, no se nos acercaban si nosotros no lo hacíamos y como no estamos aquí para eso, no había mayor problema, además, contando con Hugo y Flore era evidente que no necesitábamos intimar con nadie.

»Pronto Hugo comenzó a meterse a torneos donde hacía gala de nuestras habilidades. Flore llenó sus espacios haciendo esencias y aprendiendo de jardinería con Yori; y yo me dediqué a leer, a conocer los diferentes lugares a los que podía acceder sin despertar sospechas, a ir a conciertos de música clásica, exposiciones, me empapé de su mundo de esa forma, así que sí, yo soy el «intelectual» —aceptó con timidez.

Sonreí intentando comprender la soledad en la que debieron haber vivido y lo difícil que tuvo que ser pasar por todo aquello.

—Después Hawái, Laos y… aquí. Cuando entré al colegio apenas habíamos llegado hacía unos días.

—¿Por qué cada cinco años?

—Porque es el tiempo suficiente para no despertar sospechas, para no crear raíces ni vínculos, es decir, para no hacernos parte de algo.

Claro, eso según mi pueblo, pero ya descubrimos que no es así.

—¿De dónde obtienen dinero? —Quise saber. Su estilo de vida era caro, mucho.

—De la bolsa. Yori llegó aquí mucho antes, hace casi ochenta años. Él estudió su modo de vida, así supo cómo obtener el dinero que necesitaba. Al principio tuvo negocios de diferentes cosas, pero con el tiempo se dio cuenta de que no era seguro y sí muy esclavizante. Por ello, comenzó a comprar acciones de diferentes empresas que sabía le harían ganar dinero seguro sin la necesidad de él dar la cara. Las computadoras del estudio permanecen casi todo el tiempo encendidos. Desde ahí, monitorea todo. Es asombroso en ese campo, aunque debo aceptar que su economía es muy predecible, por lo que no le ha costado mucho trabajo dedicarle unos minutos diarios al día. En realidad, todos sabemos manejarlos, pero a él es al que le apasiona.

—¿Cuántos más como tú hay aquí?

—Somos 21, con sus respectivos guardianes. Hay siete regiones, cada una tiene su propio «Triángulo», yo pertenezco a Irralta. La segunda región más poderosa y grande de Zahlanda.

—¿Se visitan? —Sí, mi curiosidad no conoce límites, lo sé, pero era el momento y él se mostraba entusiasmado con mi interés.

—No sé dónde están ni cómo son. No es aconsejable cruzarnos, eso también lo coordinan los guardianes. Aunque vernos de forma esporádica no ocasionaría un problema, pero lo ideal es que no.

—¿Por qué?

—Por nuestra seguridad —argumentó con simpleza.

Me recargué en el asiento, atónita debido a todo lo que acaba de escuchar.

—¿A dónde irán después de México?

—No lo sé, no se nos dice. Pero en mi caso dependerá de nosotros, no de mi Guardián.

—¿Sería seguro para ti? —pregunté preocupada.

—No lo sé —aceptó serio. Luca no mentía, eso me gustaba y atemorizaba a la vez.

—Yori, ¿lo permitiría?

—No puede evitarlo, aunque no estuviera de acuerdo —atajó.

Suspiré agobiada.

—Si tú no estás con ellos, ¿aun así se quedarían aquí?

—Tienen que hacerlo. Nosotros no sabremos nada de nuestro mundo hasta dentro de 40 años, cuando tengamos que regresar. Seguirán las reglas, yo también mientras pueda. Aunque ya sabes, he roto varias.

—¿No tienen modo de contactar con ellos? Digo, en caso de emergencia —apunté nerviosa. Me miró con ternura y dándose cuenta de mis cavilaciones.

—Sí, pero no debemos hacerlo. Pondríamos en riesgo nuestro escondite. —Apretó mi mano un poco, aunque con suavidad—. Creo que por hoy es suficiente, Luna, tu expresión parece haberse congelado —musitó acercándose a mí, dándome un cálido y fugaz beso. Enseguida prendió la camioneta. Pero lo detuve colocando la mano en su antebrazo.

—Hugo, ¿qué piensa él? —Quise saber.

—Sara…

—Dime, Luca. Siento que es el más afectado.

No apagó el motor y se recargó de nuevo en el asiento.

—Hugo y yo no estamos atravesando por el mejor momento. Está molesto, no quiere escucharme y yo a él tampoco. Hasta ayer estaba seguro de que esto duraría semanas, quizá meses, no más, pero cuando supo que no eres inmune a mí, se salió de sí. Se dio cuenta de que ya no sería tan sencillo que me alejara y no está equivocado, me siento más unido a ti y, aunque no sepamos lo que sucederá, sé que necesito y quiero estar contigo; él lo percibió, lo sabe. Por otro lado, no se fía, al igual que yo, de lo que ha venido ocurriendo entre nosotros.

—Puede hacer algo, ¿no es cierto? Como para separarnos, para que dejemos esto.

—Sí y no. Aunque no me preocupa mucho en realidad. Es consciente de que lo conozco tanto o más que él a sí mismo; sé cómo piensa y lo que hará aun antes de que lo maquine en su cabeza. Para eso fui creado y entrenado… Ésa es mi ventaja.

—Me debe odiar.

—No, Sara, no te odia. No sabe qué hacer y siente que todo se desmorona. Lo entiendo, porque yo también lo siento, pero la diferencia es que él no puede comprender cómo puedo quererte y necesitarte. Ellos sienten en una pequeña medida lo que yo, no pueden apropiarse de mi sentimiento, únicamente pueden conocerlo. Lo que le proyecto no puede procesarlo y lo confunde aún más. Ya se dio cuenta de que es muy fuerte y real. Eso lo asusta porque puede poner en peligro su reinado y nuestra amistad.

—Luca… —susurré aturdida.

—Sara, me pediste la verdad y no te ocultaré nada. Sé que esto sólo te confunde y angustia más, pero es así y necesito que lo tomes con calma. No te adentraré en esto a ciegas, tienes derecho a conocer la realidad.

—Son muchas cosas. Jamás creí estar en medio de algo así —susurré, viendo el parque casi vacío debido al crepúsculo.

—Mírame —pidió con dulzura. Lo hice, pestañeando—. No pienses en nada más. Por ahora somos tú y yo, el resto se resolverá. Quiero verte sonreír, pelear, enojarte, jugar vóleibol, patinar y devorar caramelos sin cesar. Quiero que te preocupes por tu padre, la escuela, tus calificaciones, tus amigas, tu vida… Nada más. No le robes tiempo a todo eso por mí, no vale la pena. No estoy dispuesto a que lo hagas

Me acerqué a él y lo rodeé con mis brazos, escondiendo mi rostro en la curva de su cuello. Él correspondió mi gesto frotando mi espalda, inhalando a su vez mi aroma.

—Todo lo que me cuentas es como magia y lo siento tan real —murmuré aún escondida ahí, en ese inigualable lugar.

Suspiró.

—No quería verte así, no después de lo de ayer.

—Estoy bien, a pesar de todo, cuando estoy a tu lado siempre estoy bien —declaré más tranquila, su cercanía había sido un bálsamo para mi huracán mental. Me separó lentamente, tomó mi barbilla y me miró con sus ojos dorados.

—Cuando hablas así, siento esta certeza absurda de que después de ti… no hay nada. —Cerró los ojos y me besó despacio. Aferré su rostro, necesitando tenerlo más cerca aún, saborearlo, sentirlo.

Te siento tanto, Sara.

—Y yo a ti, Luca, en cada parte de mí —acepté sobre sus labios.

—Es mejor que nos vayamos, ya está oscureciendo —señaló sonriente.

Acepté, regresando a mi lugar, aún con miles de cosas merodeando en mi mente, rebotando como una pelotita que va y viene sin detenerse. Una nueva paleta apareció frente a mí. Reí quitándosela de las manos.

—Creo que debo cambiar eso, rodaré en unos meses con estas conversaciones y tú dándome caramelos cada vez que hablamos de cosas que me alteran.

—Exagerada, si no quieres ésa, en mi mochila tengo otros que pueden gustarte —declaró, restándole importancia mientras conducía. Sin poder contenerme me giré, tomé su mochila y la abrí sobre mi regazo. En una bolsa traía varios tipos de dulces, todos de mi agrado. Seguro en su casa tenía una dotación.

—Luca Bourlot, me convertirás en una glotona —expresé husmeando.

—Eso ya lo eres, pero son tuyos, toma los que quieras.

—Debería insultarte, pero no lo haré porque no eres un humano, así que gracias. —Sacudió la cabeza, rodando los ojos, divertido.

—Cuando quieras, Luna.

Ir a la siguiente página

Report Page