Luna

Luna


Capítulo 5

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—Muy bien, chicos, pasen sus trabajos al frente y junten su mesa con su pareja —ordenó el maestro al entrar, por tanto nuestro plan de «a mayor distancia, mejor» se vino abajo en segundos.

El salón se sumió en un absoluto desastre durante algunos minutos. Cuando al fin estábamos como había pedido, volvió a hablar:

—Siéntense junto a su pareja de proyecto. Éste será el acomodo el resto del semestre, ahora copien lo que anotaré. —Un hervidero de quejas no se hizo esperar, el maestro decidió ignorarnos y comenzó a escribir en el pizarrón las primeras indicaciones. ¡Fa-bu-lo-so! De haber tenido un balón para pegarle, hubiera dado el saque de mi vida por la frustración que me recorría.

—¿Dejarías sentar aquí a mi compañera? Su mesa ya fue ocupada —dijo alguien a mi lado. Me levanté, no tuve más remedio. Caminé hasta donde él se encontraba y me senté a su lado, resignada. Dejé mi cuaderno sobre el escritorio y comencé a escribir sin voltearlo a ver. Eran casi cuarenta preguntas.

—Quiero que las resuelvan juntos. Aquí… —Y señaló su escritorio repleto de libros—, podrán encontrar las respuestas, pero en la biblioteca hay más. Lo quiero contestado el miércoles, a mano —De nuevo se escucharon las quejas de todos. Ese hombre en serio era rudimentario, o un criminal, no lo sé—. Lo siento, de esa manera me aseguro de que algo se les quede en la cabeza. Quiero un solo escrito y ya saben, el trabajo es en equipo —expresó entusiasta.

Apoyé la frente sobre la mesa, dándome cuenta de que hiciera lo que hiciera no nos podríamos librar uno del otro. ¡Puf! Ni hablar, al mal tiempo buena cara, o eso dicen.

—¿En la biblioteca o aquí? —pregunté sin mirarlo. Se puso de pie y tomó un libro.

—Aquí.

Lo observé sin debatir mientras él hojeaba el libro. Su voz, a pesar de ser melodiosa y perfecta, en ese momento se sentía gélida y distante. Un segundo después, como si supiera exactamente dónde se encontraba lo que buscaba, colocó el libro entre ambos y con su dedo señaló un renglón.

—La primera respuesta… —musitó—. ¿Lo apuntas tú o lo hago yo? —preguntó con frialdad.

Lo miré fijamente, me probaba, de alguna manera lo sabía; por otro lado, sus ojos ya estaban más claros, sin llegar a ser ese verde casi amarillo que había visto en la biblioteca. Era muy desconcertante, pero fingí que no lo notaba, que me daba igual. Ya bastante tenía con este maestro criado en la Edad de Piedra y un compañero de equipo que de sólo tenerlo cerca alteraba todas las células de mi cuerpo.

—Yo —zanjé decidida, así no tendría que verlo, sólo escucharlo, por tanto, tendría que ser más sencillo, ¿no es cierto? Asintió y colocó el libro frente a él con pereza.

Me dictó cada respuesta pausada y pacientemente. Mi escritura era más torpe de lo normal, su voz me perturbaba en lo más profundo, como si lograra entrar a mi cuerpo y lo sacudiera con cada sílaba.

Cuando la hora acabó, aún nos faltaban diez preguntas por responder.

—Si quieres yo lo termino —propuse con la mano adolorida, poniéndome de pie. Negó con firmeza, nuevamente sus ojos eran oscuros.

—Te veo en la biblioteca terminando clases —ordenó. Enarqué una ceja ante su tono. Pareció no comprender el gesto. ¡Ya! La realidad es que eso era lo mejor, así que me encogí de hombros fingiendo que me daba lo mismo. Salí de ese odioso salón sintiéndome de nuevo muy cansada, y es que era como si mi energía luchara por no dejarse ir, como si se resistiera y peleara contra eso.

Durante el receso invertí mi tiempo, mientras ingería un enorme helado, pensando en miles de maneras para convencer al profesor de que Luca y yo no lograríamos lo que él quería. Incluso mis ideas fueron tan enrevesadas que terminé ideando un soborno, uno simple, aunque efectivo, estaba en contra de eso pero me sentía acorralada, eso sin contar lo que generaba su sola presencia.

Cuando llegó el momento de vernos nuevamente, estaba resuelta a hablar con él y que buscáramos una solución al «problema», probablemente tendría mejores ideas.

Lo encontré de pie en el mismo sitio que la ocasión anterior. Pasé frente a él sin abrir la boca y entramos juntos a la biblioteca.

Conseguí una mesa cerca de una de las salidas. Algo me decía que era lo ideal por si acabábamos gritándonos o no sé, aventándonos un libro, porque la tensión entre ambos era ridículamente notoria, aunque en realidad no existía una razón para ello, o eso pensaba.

Sacó el libro y yo, el cuaderno. Una hora después terminamos. Giré mi muñeca, a este paso necesitaría una muñequera.

Alcé la vista y noté que me observaba, atento. Dejé salir un suspiro cansino. Me preparé mentalmente para iniciar la conversación que planeaba. Durante un par de minutos estuve buscando el valor para decirle lo que había estado pensando, pero él habló primero.

—Así que tú y ese chico Gael. —La afirmación me tomó de sorpresa, tanto que abrí los ojos de par en par, incrédula. ¿Qué no nos soportábamos? Bueno, en eso me había quedado.

Su rostro no mostraba ninguna emoción, pero podría haber jurado que su voz tenía una nota de ira. Fruncí el ceño sin saber qué contestarle. Dejé pasar varios segundos, me sentía molesta y confundida, ¿a él que más le daba?

—No es asunto tuyo —zanjé mientras masajeaba mi mano.

Asintió y entonces fui testigo de cómo sus ojos se fueron oscureciendo más y más. Recargó ambos brazos sobre la mesa, acercándose un poco y su pupila se clavó en la mía. Ya comenzaba a acostumbrarme a eso que generaba cuando me veía, a esa manera de atraparme. No me amedrenté, aunque debería haberlo hecho, la verdad es que sí era escalofriante, aun así, enarqué una ceja, desafiante.

—Tienes razón, no lo es.

—Qué bueno que lo comprendas. —Intenté levantarme, al diablo la conversación, yo ya me iba. Su tacto duro y caliente me detuvo. Mi mente, mi cuerpo, mis ideas, y todo quedó suspendido con ese absurdo gesto.

—¿En serio no me soportas? —preguntó confundido. No pude contestar enseguida, su mano seguía sobre mi antebrazo y una marea de líquido ardiente corría ya por todo mi cuerpo. ¿Eso era normal? ¿Se podía llegar a sentir algo similar?

Se percató de mi reserva y me soltó al instante, arrepentido, incluso asustado. No entendía nada.

—Yo… —Poco a poco mi cabeza fue regresando a su sitio. Mis sentidos estaban completamente despiertos, alerta—. Pero si tú…

Se paró y se puso la mochila sin dificultad. Se iba.

—Olvídalo, es mejor así —reviró con firmeza.

—¿Es en serio? —pregunté completamente confundida, arrugando la frente. Levanté los ojos hasta él buscando poder entender algo, lo que fuera. Nada, de nuevo esa máscara de indiferencia.

—Realmente no te entiendo. —Le hice ver, intrigada. Se encogió de hombros mostrando su poca preocupación ante mi observación. La furia de nuevo me hizo su presa. ¡Me estaba volviendo loca!—. ¡Sabes qué! Eres insoportable, creo que ni tú te comprendes a ti mismo y la verdad es que incluso te compadezco, debe ser muy complicado convivir día a día contigo mismo.

En cuanto terminé de soltar todo aquello, me arrepentí; además, los «Shht» no tardaron en llegar, había olvidado donde estábamos. Yo no solía ser así, ni reaccionar de esa forma ni de ninguna en realidad, no desde hacía mucho tiempo. Pero había algo en él que generaba que mi cuerpo lo repeliera con la misma intensidad con que me atraía.

Se pasó una de las manos por el cabello, nervioso. La segunda reacción humana que le veía, la otra fue cuando notó que me tocaba. Lo observé fijamente, sin moverme.

—¿Eso piensas? —Sus ojos ahora eran de un verde revolcado. Asentí más ecuánime, respirando agitada. Todo en su comportamiento corporal decía que se acercaría a mí, pero no se movió—. Sara… —escuchar mi nombre en su boca provocó casi la misma reacción que su tacto en mi cuerpo.

¡Dios! ¡Qué era todo eso!

De pronto su expresión captó toda mi atención; lucía afligido y eso me intrigó demasiado, más aún por esa indiferencia que solía mostrar.

—Aunque no lo puedas entender, es por tu bien. Tú y yo… —Desvió la vista, inseguro—. Así tiene que ser. Lamento no hacerte las cosas más fáciles —se disculpó de manera sincera, o por lo menos eso sentía. El ruido susurrante de la biblioteca, el aroma a libros, mis sensaciones, todo se sentía desbordado.

Fijé mi atención en mi calzado, tenía que romper el hechizo del que siempre me hacía presa y es que verlo directamente era como estar anclada a algo, apresada a su mirada.

—Luca, estuve pensando, podríamos hablar con el maestro y…

—¡No! —musitó de forma abrupta, lo encaré desconcertada, mirándolo de nuevo. Su forma de decirlo me tomó desprevenida, juraba que eso era lo que quería. Se acercó a mí elevando una mano, dudoso, hasta mi rostro.

Está bien, ya no respiraba y es que de pronto nada alrededor importó, sólo él y lo que me generaba. Antes de llegar a mí se detuvo, negando.

—Sara, el maestro fue muy claro, no hay cambios, ¿lo recuerdas? —habló ahora más sereno, casi conciliador. Asentí medio embrujada, medio nerviosa, medio perturbada—. Es mejor que me vaya. —Metió las manos en los bolsillos y se marchó casi con prisa.

Sentía como si una ola me hubiese revolcado. Mis piernas eran de gelatina. Me senté unos minutos en la silla más cercana, intentando recuperar la compostura. Aspiré varias veces consiguiendo así regresar a mí misma. Aun así, mi corazón retumbaba de una forma odiosa, tanto, que de pronto me encontré molesta con él y no con el responsable de todas esas sensaciones.

Llovió a cantaros toda la noche, el olor a tierra mojada se colaba por mi nariz, era agradable, pero los truenos y relámpagos me impidieron conciliar un sueño parejo, aunque lo cierto es que mi mente no deseaba descansar tampoco. Aún podía sentir un poco más cálida esa parte del cuerpo donde había puesto su mano. Era ilógico.

No, no me gustaba lo que pasaba en mí cuando estaba cerca, estar lejos era lo mejor, sentía que tenía razón de alguna manera y pondría de mi parte para que así fuera.

Por la mañana el calor de nuevo se dejó sentir, ahora más húmedo que el del día anterior. Me enfundé en un atuendo ligero y sujeté mi cabello, las personas que lo tenemos rizado, sabemos qué sucede en esos días.

Gael buscaba llamar mi atención una y otra vez durante las clases, mientras Eduardo se mofaba de él. Más de una vez pensé que las cosas no terminarían bien entre ellos, pero de pronto, lo dejaban pasar, al fin y al cabo, eran chicos. Luca llegó, pero mantuvo su habitual y fría distancia.

El resto de la mañana fue similar, aunque entraba a algunas clases y a otras no. Extraño.

Así fue durante algunos días, la verdad eso ayudó bastante para dejar de pensar como posesa en lo que me ocurría con su cercanía, así que yo también busqué centrarme en lo que me atañía, intentando olvidar su existencia.

Por otro lado, Gael estaba insoportablemente atento. No me acosaba, o bueno, sólo un poco. Cuando por alguna razón estábamos juntos, su interés se volcaba sobre mí y era asfixiante, ya no disimulaba ni un poco. Sofía, por supuesto, ya había tenido su primer ataque de celos. Romina, fiel a su promesa, la había controlado. Sin embargo, sabía que estaba resentida conmigo y que así sería de ahora en adelante. Pobre de ella.

Para el viernes era como si mi vida hubiese vuelto a ser como antes de que él se impactara en mi camino de esa forma tan irracional, y lo cierto era que, aunque desconcertada, me sentía tranquila porque, además, no había asistido a ninguna clase de Desarrollo Humano, así que la hora fue relajada para mí. De una forma absurda era demasiado consciente de su ausencia, pero no le daba muchas vueltas, él me huía, era más que evidente, y yo lo prefería.

El viernes, al salir justo de esa materia, tarareaba una canción cuando me topé con Hugo, parecía esperarme. Arrugué la frente.

—Sara… —Su voz era igual de enigmática que la de él, lo cierto es que no despertaba las mismas sensaciones en mí. Asentí haciéndome a un lado del pasillo para que los demás pasaran. Por algo me buscaba, ¿no? Él me siguió relajado—. Hemos tenido unos días complicados en la familia, Luca me pidió que te dijera que le mandaras lo que debe hacer a esta dirección de correo. —Me tendió un pequeño papel blanco cuidadosamente doblado.

—Gracias. —Lo guardé en un cierre de mi mochila sin siquiera leerlo. Hugo me miró confuso e intrigado, sus ojos eran de un color azul violáceo, me obligaban a admirarlos.

Debo confesar que mordí la lengua para no preguntar qué sucedía. Aguanté y no cedí, después de todo, a mí qué más me daba; en realidad, mejor. Se rascó la corta cabellera, sonriendo como por algo que recordaba.

—Bueno, listo, nos vemos luego.

—Sí, y gracias —musité enarcando una ceja. ¿Eran mis ideas o había esperado que dijese algo más? Me encogí de hombros, jamás lo sabría.

No recordé el papel hasta el sábado por la tarde, cuando me encontraba hecha un enredo con las tareas que tenía que hacer y con la próxima entrega del primer capítulo del proyecto.

¡Gracias, Luca, por faltar toda la semana justo a esa materia!

La entrega sería hasta el siguiente viernes, sin embargo, lo que pidió el profesor era absurdo, necesitaba algunas vidas más para acabarlo a tiempo y más si este hombrecito decidía seguir atendiendo sus asuntos de familia justo a la hora de esa clase.

¡Agh! Alguien debía hacer reaccionar a mi maestro, quizá presentarle un poco de tecnología o llevarlo al cine por lo menos para que dejara de descargar su frustración sobre nosotros exigiendo esos trabajos interminables. Lo cierto es que no sería yo, así que no tenía más remedio que cumplir con mi deber, como solía. Ser tan aplicada a veces podía resultar odioso.

Saqué la nota de mi mochila, la desdoblé mientras abría mi correo para mandarle un listado de lo que teníamos que hacer y el poco tiempo que teníamos para elaborarlo. Escribí el mensaje lo más impersonal y austero que pude. Lo leí varias veces para corroborar que viniera todo lo que necesitaba y nada de lo que pensaba.

Cuando por fin giré mi atención al pequeño papel y lo leí, quedé aturdida y de nuevo esa avalancha de sensaciones que él producía regresó azotándome. Con su letra cuidadosa decía:

En definitiva no hay nada típico en ti, y sí... creo que lo mejor será intentar convivir con los mortales.

Su mail venía escrito en el borde inferior derecho. No entendía a qué se refería con lo que había trazado, pero las manos comenzaron a sudarme mientras que el corazón volvió a retumbar como un demente.

¡Dios, no era agradable que hiciera eso! Pero no podía controlarlo. Sonreí como una boba, leyéndolo nuevamente. Si cerraba los ojos podía imaginarlo justo cuando lo redactaba, con aquella dedicación que tenía al hacer las cosas, como cuando lo veía a lo lejos garabatear en su libreta.

El sentido de sus palabras no me decía mucho, o bueno, nada que mi mente y yo pudiéramos comprender. ¿A qué se refería con que era «atípica»? ¿Debía sentirme insultada o adulada?

¡Maldito Luca! ¡Agh! ¿Por qué era tan contradictorio? O quizá yo era la loca que intentaba buscar un mensaje oculto a un simple trozo de papel amigable.

Refunfuñando, cerré la computadora. Me quedé pensativa y recargué la espalda sobre la silla con el papel aún entre mis dedos. Lo leí una y otra vez, riendo, haciendo gestos, muecas. No entendía. De repente recordé lo que le había dicho en Desarrollo Humano el viernes anterior. Me ruboricé enseguida cerrando los ojos y dándome con la palma un golpe en la frente.

¿Cómo se acordaba exactamente de mis palabras? ¿Qué quería decir con que «intentaría convivir con los mortales»? ¿Se referiría a mí? Resoplé frustrada, mirando el techo. Dudaba de que su intención hubiese sido ponerme a pensar como una obsesa sobre lo que escribió, sin embargo, no lo podía evitar; pero ¿para qué escribía eso?

Me sentía hastiada y sofocada, así que tomé un suéter y decidí salir a tomar un poco de aire. El sol se estaba ocultando, pero no había nubes, era mi oportunidad de estirar un poco las piernas y dejar que mi mente se despejara, como solía ocurrir cuando salía a hacer precisamente eso. El verde del paisaje, los olores a hierba, la luz tenue, todo de alguna manera siempre me había serenado. Cuando vivía en Vancouver solía ir a Stanley Park a caminar, a trotar o a hacer otras cosas que prefería no recordar; era algo que me gustaba, que me relajaba. Aquí no era lo mismo, pero casi se sentía el mismo alivio.

Tomé mi celular, las llaves de la casa y me aventuré a la temprana oscuridad del lugar. Sonreí en cuanto cerré la puerta, llenando mis pulmones de ese olor a pino tan característico de ahí.

Por las calles había alumbrado, aunque no era demasiado potente, por lo que su luz amarilla caía sobre el camino empedrado, los árboles y las ramas de una forma un tanto lúgubre, pero a mí me encantaba, tenía la cualidad de serenarme. Las casas no estaban una sobre otra como en el resto de la ciudad, la mayoría se hallaban escondidas detrás de muchos árboles y plantas. Olía a naturaleza y a tierra mojada, ese olor jamás me cansaba.

Caminé sin rumbo, sintiéndome, a pesar de todo, segura. Conforme el aire entraba en mi sistema, mi mente se llenaba de pensamientos agradables, de esas metas por las que luchaba. Media hora después ya me sentía completamente «yo».

Cuando emprendía el camino de regreso a la casa, los vellos de la nuca se me erizaron, la sensación de que alguien me observaba se hizo aterradoramente presente, de inmediato me puse nerviosa. Miré a cada lado y de inmediato lo vi. Estaba ahí, de pie, recargado sobre el tronco de un árbol, con las manos en los bolsillos de sus jeans oscuros, mirándome.

Pestañeé desconcertada, por unos segundos ninguno de los dos se movió; luego alcé la mano, a manera de saludo. Hizo lo mismo y avanzó hasta donde me encontraba. Mi pulso enloqueció y yo también. No me imaginé encontrármelo aquí, y de esa manera.

—No quería asustarte —murmuró ya casi frente a mí. Su voz me mareó, pero logré asentir, cruzando los brazos sobre mi pecho, como si tuviese frío, lo cierto es que buscaba guardar esas emociones que se deseaban escapar.

—No, no… sólo caminaba, iba de regreso a casa, lloverá. —Señalé el cielo, intentando parecer tranquila. Sabía que vivía ahí, pero el fraccionamiento era tan grande que toparnos podía ser imposible. Me equivoqué. Un silencio extraño se instaló ahí, en medio de ambos, sólo se escuchaban las hojas moverse en la calle empedrada o en los árboles, y los truenos a lo lejos.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó con suavidad. Lo miré intrigada, pero su fachada de indiferencia estaba ahí, lo cierto es que deseaba que lo hiciera. Asentí cohibida. Reanudé la marcha con él a mi lado. No hablamos en el trayecto, sin embargo, su compañía era agradable; era silencioso, pero no incómodo, sino más bien pacífico.

Al llegar a casa, me detuve. Luca parecía venir mirando el cielo, inmerso en él, pero paró cuando yo lo hice y me miró, sereno.

—Gracias, te veo luego —dije con suavidad. Asintió apenas, serio. Ya estaba oscureciendo, por lo que no podía ver sus ojos con claridad, no obstante, se veían claros. Sonreí ante lo extraño que resultaba.

—Sí, seguro. —Y se dio la media vuelta para regresar el trecho que anduvo conmigo. Lo observé alejarse, desconcertada, fascinada también, y es que no sé cómo explicar todo lo que generaba, pero sobre todo lo que despertaba en mí.

A la mañana siguiente, abrí mi bandeja de entrada para ver si había contestado. Vacía. Arrugué la frente. ¿Por qué esperaba que fuese diferente?

El lunes de nuevo la lluvia repiqueteaba cuando salí de casa. Estacioné mi auto y me tapé con la gorra de mi cazadora. No di ni un solo paso cuando lo vi. Iba junto con sus compañeros importándoles poco mojarse, Florencia incluso elevaba las manos para que las gotas cayeran en sus palmas. Lo cierto es que la mañana estaba fresca y ellos no parecían notarlo. Caminé prácticamente detrás todo mi recorrido. Hugo iba a mi clase y el otro par a unos salones más adelante.

Como era recurrente en mí, entré despistada a la segunda clase. Mis amigos aún no llegaban, pero él sí. Me quedé de pie en la puerta, había olvidado mi sonrisa de hacía unos segundos. El impacto de lo que despertó de nuevo en mí hizo que me diera cuenta de una cosa de la que había querido estar huyendo todo ese tiempo por terca o miedosa, pero lo cierto era que Luca me gustaba, me gustaba mucho, pues de qué otra forma podía explicar mi bipolaridad en cuanto a él y con lo que me generaba.

No, no lo podía negar, estaba un poco harta de intentarlo, aunque tampoco me alivió reconocerlo, si soy sincera.

Con aquel descubrimiento golpeándome como un martillo a un clavo testarudo, entré. Yo era responsable de mi sentir, así que debía portarme con madurez. Él se encontraba sentado ahora más cerca de donde yo solía hacerlo, en cuanto entré me estudió relajado, con la misma expresión serena del sábado por la noche. Avancé sonriéndole a manera de saludo, pero no hablé, me gustaba, y eso me hacía sentir más expuesta.

—Hola… —escuché. Pestañeé nerviosa, con las palmas sudorosas. Su iris era una mezcla de verde amarilloso. De inmediato me encontré inmersa ahí, en ese sitio donde me apresaba, generando teorías sobre esa extrañeza; quizá le cambiaban según su humor.

—Hola —murmuré, aferrada al tirante de mi mochila. Su olor a menta y hierbabuena inundó mis sentidos. Deslizó hacia atrás la silla que estaba a su lado, estudiándome. Observé el lugar vacío, luego su rostro perfecto. No supe que hacer, me sentí una tonta.

—¿O prefieres sentarte con tus amigos? No habrá resentimientos —expresó con honestidad. Su quijada, sus labios, su cabello tan negro… Mi boca tuvo problemas para pasar saliva.

Me senté y comencé a sacar mis cosas intentando esconder la marea de emociones que me generaba su presencia, su voz y esos ojos alucinantemente extraños. Tenerlo tan cerca y haber descubierto hacía unos minutos que me atraía tanto no me ayudaba en lo absoluto.

—Me llegó tu correo, no pude contestarlo, pero prometo que nos pondremos al corriente —su voz era tan profunda que podía perderme en ella como si fuese parte de un lugar tan cálido que calienta todo a su paso y, además, noté que iba cargada de doble intención. Lo miré sin disimulo, acalorada.

—Me parece bien —lo desafié sonriendo con timidez. Sonrió también, mostrándome sus dientes y unos hoyuelos que no le había visto, quizá porque no lo había visto reír.

Gracias a Dios, en ese momento el profesor cruzó la puerta. Pero también Gael y Eduardo. Ambos, al igual que los demás, nos veían extrañados. Luca ni lo notaba, o eso pensaba, y yo era bien consciente de cierta mirada perforándome la espalda.

El resto de la hora no volvimos a cruzar palabra, aunque de vez en cuando sentía sus ojos sobre mí. Su sola presencia me mareaba, pero saber que me observaba me dejaba verdaderamente noqueada. Sí, irremediablemente me encantaba, ya no tenía ni cómo esconderlo.

Cuando sonó el timbre, no me moví. La clase había sido la más rápida que había tenido nunca y me encontraba deseando que jamás hubiese terminado para poder tenerlo así de cerca.

Luca tampoco se levantó, me evaluaba detenidamente, sin pretender disimularlo. Vi salir a los chicos; Gael echaba lumbre, mirándonos molesto una y otra vez hasta desaparecer; no le di importancia, lo único que me interesaba por primera vez en mi vida estaba sentado frente a mí y me miraba con sus ojos casi amarillos.

—Entonces, ¿qué tengo que hacer para que no pienses que soy la peor de las personas? —preguntó con tono divertido. Sonreí negando, pasando una mano por mi frente, logrando que un par de rizos se movieran y dejaran de obstaculizar mi visión.

—Lo siento, no quise decir eso —murmuré avergonzada.

—Yo creo que sí, pero no importa, nada de lo que pienses me molesta, al contrario —admitió. Abrí los ojos de par en par, sorprendida por lo que acababa de escuchar—. Pero no has contestado mi pregunta.

Pestañeé varias veces maldiciendo mi poca retención de las cosas. Él se recargó en su silla, sonriendo. Dobló los fuertes brazos tras su cabeza, me miraba divertido. Dios, me dejó sin aliento y es que se veía asombroso, y lo peor es que parecía no ser consciente de ello.

Desvié la mirada, buscando otro punto donde colocar mi atención, mas no en su anatomía o en esos malditos hoyuelos que lo hacían ver tan varonil. El salón estaba vacío, apenas si lo noté.

—No importa, confío que con el tiempo cambies de opinión.

—¿Quieres que cambie de opinión? ¿Ya quieres que seamos amigos? —lo cuestioné un tanto perdida. Se incorporó de inmediato con el iris oscureciéndose. Pronto debía preguntarle a qué se debía eso, eran muchas tonalidades como para pasarlo por alto, pero me detuvo el percibir cierta tristeza en sus ojos, aunque enseguida recobró la compostura.

Recargó sus enormes brazos en la mesa, negando.

—Sara, no, así está todo bien —declaró con seguridad, aunque no feliz con ello, aun así, sentí que de alguna manera estaba jugando conmigo y eso no lo permitiría, no en ese momento en el cual mi impulsividad amenazaba con salir, y no con todos mis sentimientos expuestos. Y es que, ¿de qué iba todo eso? ¿Qué era lo que pretendía con todo aquello?

Me levanté con la intención de alejarme. Que se vaya al infierno, por mucho que me guste no soy de las que se pone de tapete para que pasen sobre mí, eso nunca.

—¡Eh! No te enojes de nuevo —me rogó desde su lugar, preocupado. Resoplé mirando el techo, buscando claridad.

—No me enojo, pero no me gustan estos juegos. No quieres mi amistad, ni nada en realidad, bien, déjalo así y listo, ¿para qué esa nota o por que acompañarme el sábado a casa? ¿Para qué esto? —Señalé mi silla vacía, dejando caer la mochila sobre la mesa, bajando los hombros con evidente frustración.

—Sara, no me conoces. —Su voz contenía cierta advertencia, teñida de aflicción.

—Ni tú a mí —declaré alzando la barbilla, orgullosa. Sonrió de nuevo con sus ojos verde claro.

—Te equivocas —refutó con pedantería. Recargué la espalda contra la pared que estaba justo detrás de mí, cruzándome de brazos, desafiándolo con los ojos.

—Ah, ¿sí?

—Sí —afirmó sin titubear.

—Y según tú, ¿cómo soy? —lo desafié. Volvió a sonreír sacudiendo la cabeza, parecía tan real y tan fantástico que no podía salvo contemplarlo.

—Eres ingenua y aprensiva. Leal y muy responsable. No te complicas la vida y no intentas agradarle a nadie, en general, guardas lo que sientes, pero para ser sincero aún no sé por qué hay días en los que no logras ocultar tu tristeza…

Pasé saliva despacio, desviando la mirada al escuchar lo último. Era evidente que me observaba, que se había tomado el tiempo para conocerme por lo menos un poco, o bastante, no lo sé. La realidad era que me había descrito mejor de lo que yo lo hubiera hecho nunca y, sin embargo, el que hubiera mencionado mis días grises opacó lo anterior

—Eres independiente y un poco gruñona —continuó. Arrugué la frente. ¿Gruñona? Claro que no, aunque si era justa quizá con él emergía esa parte de mí sin mucho esfuerzo.

—Así déjalo… —pedí. Me obedeció enseguida, aunque serio—. De acuerdo, ya entendí; me conoces… No sé cómo, pero en lo general creo que soy así, lo que parece indicar que no soy tan complicada —argumenté. Enarcó una ceja sonriendo de nuevo. Me acerqué hasta la mesa y apoyé mis manos sobre ella, sin soltar sus ojos—. Pero no entiendo, ser así, ¿qué tiene de malo? —No me siguió—. Quiero decir, no parezco tan despreciable —ironicé alzando las cejas. Bufó recargándose en la silla, respirando hondo.

—Sara, precisamente porque eres «así» es por lo que no necesitamos esto. Eres muy diferente a todo lo que he conocido y… —Sus ojos volvieron a oscurecerse y aunque sonara extraño comenzaba a acostumbrarme a ello—. Quisiera poder explicártelo, pero, por favor, confía en mí, es lo mejor para los dos. Y no estoy jugando a nada, eso te lo aseguro, jamás lo haría.

—Gracias por aclararlo, Luca, y tranquilo, no tienes por qué darme explicaciones, no somos ni amigos, ¿recuerdas?

Resopló frotándose el rostro, evidentemente frustrado.

No tenía idea de qué ocurría en su cabeza, pero en definitiva no era de los que iba por la vida complicándose; la mía ya era un desastre que intentaba cada día acomodar y no tenía planeado introducirme en otro por muy ojos asombrosos que tuviera o por voz tan profunda como el mar en la noche.

—Eres imposible —musitó colocando sus dedos en el puente de la nariz, cerrando los ojos. De pronto abrió los párpados, más sereno—. Sara, el fin de todo esto es proponerte algo… —soltó al fin.

Asentí lista para escucharlo, esa charla ya me estaba mareando. Recargué el peso de mi cuerpo en un pie, cruzándome de brazos. Al comprender que yo no diría nada, siguió.

—Una tregua.

Casi rio. Eso sí lo notó, pero no quitó su actitud solemne.

—Hay que sacar adelante ese proyecto, por lo que tendremos que vernos bastante. Sé que no te lo he hecho fácil y que puedo ser… difícil, aunque admite que tú tampoco eres un turrón —argumentó sonriendo—. Así que si tendremos que convivir tanto, pues hagámoslo sin discusiones. En cuanto todo acabe prometo no volver a cruzarme por tu camino —aseguró.

¡Ouch! Esa promesa me encogió el corazón.

—Eso si no nos vuelven a poner en el mismo equipo… —musité herida, con ganas de salir ya de ese salón.

—Eso si no nos vuelven a poner en el mismo equipo —repitió casi cariñoso. Mi decepción era palpable y lo peor fue que no supe cómo ocultarla. No estaba acostumbrada al flirteo, menos con alguien tan atípico, por lo que me encontraba en medio de un lugar desconocido donde no tenía idea de nada.

—De acuerdo —acepté al fin—, no pelearemos, presentaremos el proyecto y nada más. Suena bien —declaré con simpleza. Sus ojos se tornaron en segundos verde oscuro. Asombroso. Su expresión también se endureció mientras asentía. Ambos permanecimos en silencio, sin saber qué más decir.

Cuando me pareció que ya no era sostenible, me colgué la mochila, escondiendo a toda costa la desilusión que me embargaba.

—Nos vemos al rato, entonces —me despedí. Asintió bajando la vista hasta sus manos. No parecía satisfecho con lo que acabábamos de hablar y no entendía por qué si él mismo lo había propuesto, sin embargo, no le preguntaría, cada uno su vida. Las reglas estaban muy claras; sólo el proyecto, lo demás no era mi asunto y evidentemente tampoco el suyo.

Llegué a la cafetería, todos me observaron. ¡Genial! Debí irme directo a la siguiente clase. Gael parecía resentido, las demás, incluida Romina, esperaban la reseña completa. Evidentemente sabían dónde había estado. Suspiré.

—¿Con que sentada con Luca? —Lorena parecía echar humo. Asentí ignorando su tono. Romina sonrió intrigada.

—Anda, cuenta —me alentó, acercándome su refresco para que le diera un sorbo. Le di un trago intentando humedecer de nuevo mi garganta.

—Teníamos que ponernos de acuerdo para el trabajo de Desarrollo Humano.

—¿Son pareja en esa materia? —preguntó Gael con voz rota. Admití mientras continuaba tomando de la bebida.

—Sí que tienes suerte… —prosiguió Sofía entre feliz y frustrada—. Yo tuve el año pasado esa materia y me tocó con Rafa, poco nos faltó para acampar uno afuera de la casa del otro, ¿lo recuerdan?

Lorena giró de nuevo hacia mí, irritada.

—¿Los pusieron juntos?

—Sí —contesté.

—Increíble, ahora resulta que precisamente tú eres su pareja. La vida es de verdad injusta, no cabe duda de que Dios le da pan a quien no tiene dientes —ironizó.

¡OK! Me tenía harta.

—Probablemente por eso mismo no le da alas a los alacranes, ¿no crees? —pregunté fingiendo ingenuidad.

Romina soltó una pequeña risa al igual que los dos chicos. Sofía parecía sorprendida y Lorena me miró con odio. Solía ignorar ese tipo de comentarios, pero no pude más, deseé por alguna razón defenderme, dejar de fingir que no me importaba.

Durante los minutos restantes, el ambiente se sintió tenso y nadie dijo más, cuestión que agradecí porque aún continuaba dándole vueltas a la extraña conversación con Luca, y es que si hacía un resumen todo con él era extraño. Quizá por eso me atraía; su misterio, lo atípico de su actitud, o el hecho de que se mostrara tan claramente reticente a intimar un poco más conmigo. Tal vez era el clásico caso del chico difícil que se da a desear y yo la clásica boba que caía presa de esa estrategia tan vieja y usada.

En clase no fue sencillo olvidar mi fascinación por él, pero gracias a mi amiga, lo dejé pasar, pues sólo podía reír con sus locuras.

Cuando iba a aquella tortura de la era de la inquisición llamada Desarrollo Humano, lo vi. Estaba recargado en un muro, varios metros adelante de mí.

Ladeé la boca, sonriendo confusa, parecía que me estaba esperando. No me quise hacer ilusiones; Luca se estaba convirtiendo en especialista para darme reveses, así que anduve derecho, envuelta en mi fachada de «me importas un rábano». Pero fui consciente del momento en que se puso a mi lado.

—¿No que sólo en la materia? —pregunté sin detenerme y sin mirarlo. Mi corazón saltaba de arriba abajo, de un lado al otro, de haber podido hubiese metido una mano para detenerlo.

—Justo vamos para allá —me recordó, ligero. Entorné los ojos, mirándolo con intriga.

—Eres indescifrable.

—Al fin pensamos lo mismo, porque tú también —expresó sin detenerse.

—Ajá, por eso me describiste mejor que mi padre —me burlé con ironía.

—Por eso debo alejarte, nada más.

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