Luna

Luna


Capítulo 28

Página 31 de 35

Habían pasado varios meses desde que mi vida se vio trastocada por su presencia, por verdades que no imaginaba y que con el tiempo había logrado acomodar de alguna manera, aunque no por completo.

—Ya me dirás en dónde te metes todos los recesos —le pregunté acurrucada a su lado, recostada en mi cama un martes por la noche de la última semana de enero.

La temperatura en esa época del año no era tan baja como en donde solía vivir, ahí no nevaba; aun así, había ciertas horas en el día en que se dejaba sentir el frío, por lo que su cercanía era ideal y muy bien recibida por mi friolento cuerpo.

Todo iba bien, o más que bien, en realidad.

Mi padre y yo vimos toda la serie juntos, casi como solíamos hacer. No era tan sencillo olvidar ese sentimiento con el que conviví por tres años y con el que aún lidiaba, sin embargo, se esforzaba tanto que eso provocaba que yo también lo hiciera.

Por otro lado, mis momentos con Luca eran muchos, situación con la cual estoy segura no se encontraba muy de acuerdo, pero no interfería en lo absoluto. Era evidente que no quería estirar demasiado la cuerda, así que estaba conmigo cuando veía que todo se prestaba.

Ya reíamos o charlábamos sobre cosas sin importancia. Podíamos compartir una cena, incluso solos, y disfrutarla, bromear, discutir sobre béisbol con esa pasión que a ambos nos caracterizaba. Nuestros temas seguros siempre eran los deportes, su trabajo, mis estudios, o cosas así, nunca mi novio o cómo iban las cosas entre nosotros; por una parte se lo agradecía, ya que no quería mentirle.

Mi equipo, Los Cardenales de San Luis, resultó ganador. Luca vio con nosotros algunos partidos comprendiendo sin dificultad y mostrando el mismo interés, incluso en el quinto juego me sorprendió con boletos en Missouri. Grité como una loca cuando me los mostró. Fuimos, y pude ver a mi equipo ganar de nuevo. Nunca creí posible presenciar algo así, sólo él podía lograr que esas cosas ocurrieran.

En su casa rara vez me topaba a alguno de sus inquilinos y no era tan extraño; pasábamos tardes enteras en su recámara sin salir, o en algún parque de la ciudad patinando sin cesar. Nada fuera de lo normal.

Los fines de semana a veces veía a Romina, pero la mayor parte del tiempo la pasaba con Luca. Íbamos, con su particular manera de viajar, a algún lugar en el que me daba recorridos que incluían una explicación completa sobre su historia y cultura. Para cuando acababan las excursiones, yo terminaba completa y absolutamente agotada mental y físicamente, por lo que pensar en nada más que sus ojos o en su sonrisa, era imposible. La verdad me divertía mucho, era inquieta, preguntona, así que no nos dábamos tregua.

Jugar en alguna playa lejana como un par de niños, empapándonos, gritando, riendo. Caminar sin parar sobre ruinas, en lugares inhabitados, en sitios indescriptibles que no imaginé jamás que mi mundo pudiera tener. Comer hasta reventar alimentos realmente deliciosos. Admirar paisajes impresionantes que me dejaban absorta por horas. Ver cosas que sé que jamás hubiese visto sin él y sus habilidades. Luca era experto en hacerse pasar por turista y lograr, a pesar de su impresionante físico, no hacerse notar, así que yo enseguida aprendí a camuflarme. Ya tenía una pequeña colección de lentes en su casa que me había ido regalando, gorras y fotos, miles de fotos juntos en todos eso lugares increíbles que guardaba y ordenaba en su casa.

Cada día era único e irrepetible, y con cada momento fui sintiendo más, mucho más en cada poro, en mi piel, en mi voz, en mi mente, en cada centímetro de mí. No era lógico pero sí abrazador, abrumador también, incluso muchas veces angustiante. Pero lograba empujar las sensaciones a un algún lugar escondido en mi cabeza, donde solía guardar lo que era, ahí lo encerraba para que no estuviese dando vueltas en mi mente, preocupándome, mostrándome la realidad.

Por otro lado, Romina ya había hablado conmigo en un par de ocasiones. Decía que nuestra relación era demasiado absorbente y dependiente. No me agradaba saberlo, menos que me lo dijera, aunque habría sido ridículo negarlo, pero es que cómo explicarle lo que sentía cuando lo tenía cerca, cuando me miraba, cuando me tocaba. Era como si estuviese en mí, como si yo estuviese en él, como si fuésemos parte de lo mismo. Aun así, prometía siempre intentar equilibrar más las cosas pese a ser consciente de los estragos que eso provocaría en mí. Aquellos extraños síntomas de cuerpo cortado, irritado y dolor de cabeza aparecían, pero de alguna manera lograba sortearlos y gozaba a su lado como una niña enloquecida.

Mi novio y mi mejor amiga se llevaban «bien» a secas, con cierta distancia y recelo por parte de ella. En cuanto a Luca, ése era otro cuento, él con su habitual indiferencia que a veces me desconcertaba, pero que intentaba entender. Era evidente que no pensaba intimar con nadie más de la cuenta, por lo que daba la impresión de que todo le daba igual o le provocaba nulo interés. Todo, excepto yo, actitud que no pasaba desapercibida para nadie y que a él le daba lo mismo, pues los ignoraba sin problemas.

El semestre terminó y yo, inconsciente, no podía sentirme más feliz que en esos momentos. No me detenía en pensar en el futuro, en lo que era él en realidad, en nada salvo en lo que crecía cada día más y más entre nosotros, en lo bien que lo pasábamos juntos, en las risas compartidas, en poder ser lo que solía sin detenerme. Me sentía tan viva a su lado.

Ya estaba completamente familiarizada con su forma de moverse rápida e imperceptible, de hablar en mi cabeza, y de que yo rara vez pudiera contestarle, así como de que me llevara a donde quisiera con tan sólo tocar mi mano, con el constante cambio en sus ojos, sus visitas nocturnas, lo que provocaba en mi cuerpo su cercanía y su lejanía.

Habíamos logrado, con mucho esfuerzo, no avanzar más en nuestros encuentros que cada vez se tornaban más exigentes. No teníamos idea de lo que podría suceder y de lo que podría provocar en él, y no estábamos dispuestos a averiguarlo. Por otro lado, era evidente que a pesar de que una de sus cualidades era el autocontrol, cuando se trataba de eso, lo perdía y eso secretamente me encantaba. Siempre tan contenido, calculando todo, observando, pero en esos momentos algo en su interior se desataba y le costaba frenarlo; y luego, de pronto, desaparecía por minutos en los que se iba a lugares lejanos para liberar la energía que lo sometía. Regresaba más sereno, pero turbado, revisando cada parte de mi piel con atención. El calor que irradiaba en momentos se tornaba abrasador y no me molestaba, pues seguía siendo inmune a él, sin embargo, él no se fiaba.

Cuando alguna preocupación o temor se apoderaba de mí, Luca encontraba la forma para que lo pasara de largo y lo olvidara; lo evadíamos, ésa era la verdad. Intentábamos maquillar lo que ocurría, ignorándolo. O por lo menos, yo lo descubrí después al conocer a Luca en su totalidad.

Hugo seguía igual de molesto con él, pero aún no había hecho ni decidido nada. Respecto a Florencia y Yori, se mantenían a raya, aguardando, observando, atentos a lo que iba ocurriendo. Aunque sabía por Luca que les resultaba muy frustrante la forma en la que nuestra relación iba creciendo, además, les parecía muy inconveniente que dependiéramos tanto el uno del otro.

Lo cierto es que, aunque hubiese querido, me daba cuenta de que no podía alejarme. Estar cerca de Luca evidentemente tenía que ver con mis sentimientos, él ocupaba todos mis pensamientos y deseos, pero también se relacionaba con mi necesidad de estar bien físicamente, con sentirme completa de una manera inexplicable. Aunque eso último no se lo decía, pese a que se lo había prometido.

No estaba dispuesta a pensar en el futuro ni en lo que podría ocurrir más adelante; me enfocaba en el momento, en él, en lo que vivíamos sin medir hasta qué punto las cosas se estaban saliendo de control, hasta qué punto estábamos adentrándonos en algo sin retorno.

Luna, ya te lo he dicho como sesenta y cinco veces, estoy con Hugo y Flore, perdiendo el tiempo.

Esa noche no estaba dispuesta a ceder y tragarme sus palabras, sabía que había algo más, lo intuía, lo conocía ya muy bien como para estar segura de que me decía sólo la verdad que creía que yo podría tolerar.

Cuando le hacía esa pregunta, contestaba con superficialidades y luego me distraía preguntándome sobre algún otro tema que sabía que era de mi absoluto interés. Para cuando volvía a recordar mi duda, ya estaba de nuevo en el segundo receso, sentada con mis amigos sin saber dónde se encontraba, como venía ocurriendo desde hacía meses. Aunque no me molestaba, algo dentro de mí se alertaba.

Me giré hacia él, encarándolo con ojos entornados.

Error, cuando me miraba atrapándome con sus hermosos ojos ámbar, no podía pensar. Aun en la oscuridad podía contemplar sus ojos dorados, lo tenía tan cerca que su aliento acariciaba mi mejilla sin problema, cosa que me ponía todavía peor.

Se acercó aprovechando mi aturdimiento, pasando su nariz por todo mi rostro, aspirando mi aroma. Enseguida comencé a sentir el ritmo alocado de mi corazón y mi cabeza invadida por una bruma alucinante y expectante. Mi saliva se tornó espesa. Empezó a besar mi lóbulo, mi cuello, mi mandíbula, como solía; cuidadosamente, pero con decisión.

—Luca… no… —logré decir sin convicción, sin provocar el mínimo cambio en él.

Apresó uno de mis labios entre los suyos de esa forma sensual y sugerente que acostumbraba, ya no pude pensar.

Me acerqué aún más a su cuerpo aferrándolo por la cabeza, completamente embriagada.

Sentía ese líquido ir y venir por mi ser a toda velocidad. Era como si recorriera cada célula, cada órgano y lo inundara de él, de su sabor, de su cercanía, y no hablemos de esa vitalidad que parecía tener vida propia, ésa saltaba frenética, alucinada, deleitada y, a la vez, ronroneando mansa con cada caricia. Era una deliciosa locura todo dentro de mí.

Inexplicablemente, olvidé todo lo que le había preguntado. Me besaba lánguido y lento. Cuando todo se volvió más intenso, sus dedos ya estaban adentro de mi blusa aferrados a mi cintura, mientras yo me hallaba a horcajadas sobre su cuerpo. Sujetó mis manos y las rodeó con firmeza.

Con calma, Luna.

Su respiración era agitada al igual que la mía. Asentí perdida en sus ojos. Me dio un beso en la frente y me arrastró a la cama, hasta que mi rostro quedó encima de su pecho, otra vez.

¡Dios! Esos momentos eran tan difíciles. Sentía urgencia de él, de su ser a tal grado que dolía.

¿Ya decidiste si irás al festejo de Bea? Interrumpió mi marea de emociones con aquello.

Mi hermana cumplía quince años y mi padre le había prometido un viaje para celebrarlo junto a cuatro amigas. Me habían incluido en el plan, ya siempre lo hacían aceptara o no. Sin embargo, yo tenía clases y, por otro lado, el más importante en realidad, no quería separarme de él, no lo toleraría, aunque sabía que por las noches lo vería. Sí, sé que suena posesivo, inmaduro, y muchas más cosas que yo me he recriminado en silencio, pero tenía la certeza de que no lo soportaría, por tanto, terminaba agobiada, sintiéndome dividida.

—Es nieve. No es la mejor idea. Además, la escuela… —susurré casi sin voz. Él jugaba como solía con mis rizos, entretenido.

Sara, yo iré a donde tenga que ir para verte.

Eso lo sabía, aun así, sentía mucha inquietud de sólo pensar en alejarme más de una semana, algo me decía que no debía hacerlo.

—Lo sé —acepté sin estar convencida.

No te presionaré. Solo piénsalo. Es Bea… y recuerda que en unos meses te irás. No dejes de hacer las cosas que harías si no estuviera yo.

Asentí sin responderle.

El viaje era la tercera semana de febrero, justo cuando ella cumplía años. Había decidido ir a Whistler, un lugar montañoso y perfecto para esquiar en Canadá, muy cerca de Vancouver, ya que extrañaba los paisajes blancos y la nieve. Desde que mi padre lo había planteado, me había dicho que lo pensara, sabía que yo tenía clases y que me preocupaba la beca que había solicitado para la Universidad de Vancouver. Sin embargo, tenía que decidir ya. El viaje estaba por saldarse y sólo faltaba que yo aceptara o rechazara la invitación; la realidad era que me ponía en una encrucijada incómoda, que no deseaba enfrentar y que me había dedicado a eludir los últimos días.

Me quedé dormida pensando en lo que quería y tenía que hacer; ambas eran cosas opuestas.

Por la mañana, Luca pasó por mí como hacía desde mediados del semestre anterior. Mi padre ya lo sabía y no objetó al respecto.

En cuanto me tuvo cerca, tomó mi cuello dándome un profundo beso, arrancado un segundo después; dejándome aturdida.

—¿Qué tal la mañana?

—Igual que siempre —conseguí decir.

Posó una mano sobre mi pierna fría y me evaluó alegre, sonriendo de esa manera única que tenía; suavizando sus gestos duros, sus fuertes facciones. Lucía relajado, noté al lograr recuperar mis emociones. Era un desafío cada día, pero me encantaba.

—¿Lograste decidir algo? —preguntó sin afán. Sabía muy bien que tenía hasta esa tarde para avisarle a papá.

Negué mirando por la ventana. Ya no deseaba que me preguntara sobre el tema, me hacía sentir caprichosa, mimada, absorbente, posesiva y miles de cosas más.

—Luna… —me llamó con dulzura, esa que empleaba con recurrencia para mí. Volteé con desgano—. Por los dioses, no puedo creer que te diga esto, pero ve… —me pidió con ternura.

Cerré los ojos recargando la cabeza en el respaldo.

—Luca —abrí los ojos afligida, avergonzada hasta lo inimaginable—. Yo no quiero estar lejos de ti —acepté agobiada. Y es que era patético, pero cierto.

—Lo sé, tampoco yo. Y si te digo que vayas no es porque no te quiera a mi lado, Luna, al contrario, pero debes hacerlo, sé que no te lo perdonarás después. Lo nuestro no cambiará porque viajes.

Fijé la vista en el exterior, contenida, de pronto muy incómoda por lo que sentía, por no poder decidir algo tan simple debido a lo que sentía por él. Comencé incluso a molestarme.

—Sara, prometí no presionarte, pero iré todas las noches, encontraremos la forma. Son sólo unos días.

—Entonces no me presiones —exigí irritada conmigo, sin encararlo, apretando los dientes.

Había días en que todo me abrumaba y no sabía cómo reaccionar. Por mucho que lo quisiera y que sintiera con esa potencia, la realidad me alcanzaba y me hacía sentir impotente, fraccionada. No era agradable.

Lo escuché resoplar, él sabía muy bien que ese día era uno de esos que, aunque no eran recurrentes, de pronto algo los accionaba. Sin embargo, con el transcurso de las horas lograba de nuevo hacer todo a un lado y continuar.

—¿Quieres hacer algo por la tarde? —preguntó unos minutos después. Lo miré suspicaz.

—Sí —admití. Se volvió hacia mí, sonriendo—. Quiero que dejes de evadir mis preguntas y me contestes lo que te pido sin desviar mi atención con besos o caricias —zanjé decidida. Pestañeó aturdido, arrugando la frente ante mi exigencia.

—¿No te gustan mis besos? —inquirió evaluándome, medía hasta dónde estaban las cosas en mi interior.

—Sabes muy bien que no es eso, Luca. Amo tus besos, amo como me tocas, amo todo de ti, pero me confunde y no me deja pensar con claridad. No me gusta que uses esa debilidad para desviar mi atención. No me agrada —expliqué sin rodeos.

Elevó las cejas asintiendo al escuchar mi confesión. Lo había tomado por sorpresa, comprendí de inmediato; era raro en él ya que solía tener todo bajo control.

—No es ésa mi intención, Sara. Me vueles loco, lo sabes. Lamento que lo veas de esa manera —argumentó circunspecto.

Me sentí culpable enseguida, pero no cedería.

—Tú también me vuelves loca, Luca. ¡Dios! Ni siquiera puedo dormir si no estás a mi lado. ¿Qué tan posesivo puede llegar a ser eso? Pero… —Bajé la vista hasta mis manos.

—Está bien, Sara, hablaremos —dijo al fin.

Giré asombrada. Él miraba al frente, ya casi llegábamos al colegio. En cuanto se estacionó, desbrochó su cinturón y luego el mío de esa forma imperceptible. Tomó mi barbilla y me miró con sus ojos ámbar un tanto oscuros.

—Jamás he usado lo que sientes por mí para confundirte, es sólo que me llamas, me haces sentir tus ansias, sé que sientes las mías. No tienes idea de lo que me cuesta tenerte cerca y no querer tomar todo de ti, más siendo consciente de lo inexplicable y milagroso que es.

—Lo sé —susurré sintiendo su aliento cálido muy cerca del mío.

—Pero si tienes dudas, preguntas, las responderé. Aunque las respuestas sé que te agobiarán y eso es lo que quiero evitar. Ya ha sido bastante trabajo intentar que olvides toda esta locura, que intentes llevar una vida normal durante estos meses, como para que lo eches abajo por algo ajeno a ti —admitió con simpleza.

Así que había sido a propósito, una parte de mí lo intuía, la otra quedó asombrada.

—Entonces, sí me has ocultado cosas —deduje, observándolo. Sus ojos se oscurecieron.

—No, no es información que tiene que ver contigo o con lo nuestro.

—Pero… pasa algo, ¿verdad? —insistí. Asintió. Tragué saliva queriendo saber más. Él se dio cuenta y colocó un dedo sobre mi boca.

—Ahora no, Luna, hoy debes de decidir algo que tienes pendiente. Después de eso, conversaremos.

Me alejé confusa.

—¿Por qué después?

Sacudió la cabeza sonriendo sin alegría.

—Porque todo lo concerniente a ti es prioridad. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? No quiero que nada interfiera en tu decisión y como me acabas de decir que no te presione, y considero que tienes razón, dejaré que tú sopeses los pros y contras de lo que harás.

No lo miré, no quería.

—Sara… —Tomó mi mano acercándosela a su boca, paciente—. Sé que por ahora no eres tú. Mi Luna está en menguante, ¿no es así? —acomodó un rizo detrás de mi oreja. Solía decirme eso cuando estaba de malas o muy sentimental.

—Supongo —admití intentando despejar mi mente. Me atrajo hasta él rodeándome con sus brazos.

—Está bien, nada de lo que hagas o digas podrá cambiar ni un poco lo que siento por ti. Eres humana y tus reacciones también los son. —Besó mi cabeza, quedándose ahí un rato.

—Luca, una última duda…

Suspiró, ahí, sobre mi cabeza.

—Si algo sucediera que pudiera afectar de alguna manera lo nuestro, ¿me lo dirías?

Permaneció en silencio varios segundos. No podía ver su expresión, pero sabía muy bien que sus ojos estaban oscuros.

—Si fuera necesario —aceptó al final, con voz críptica. Me separé de él, arrugando la frente.

—¿Si fuera necesario? —repetí confundida. En efecto, sus ojos eran una mezcla de miel y carbón.

—Sí, Sara, sólo si fuera necesario —repitió sin remordimiento.

El incipiente enojo e impotencia retornaron. ¿Qué ocurría? Estaba metida en medio de algo que no tenía ni pies ni cabeza, y que sí, eludía la mayor parte del tiempo. Ahora sabía que justamente eso era lo que él hacía y, además, sólo me comunicaría las cosas «si fuera necesario». ¡Al diablo!

Me bajé del auto y caminé sin esperarlo. Hacía mucho tiempo que no teníamos una discusión, y aunque sabía muy bien cómo terminaban, en ese momento sentía que no lo podía tener cerca. Yo tenía cosas que decidir, y él debía decidir si valía la pena hacerme partícipe de algo que nos atañía. Bien.

Era consciente de que venía detrás de mí, sin embargo, no buscó acercarse ni hablar conmigo. Me conocía muy bien como para saber que cuando me ponía así era inútil hacer cualquiera de las dos cosas, y que conforme pasaran los minutos me tranquilizaría y podríamos hablar. Ese día sería la excepción.

Entramos uno detrás del otro a nuestra clase, nos sentamos en los lugares de siempre, sólo que ahora sin cruzar palabra ni tomados de la mano como solíamos.

Su compañero, que compartía nuestra clase, se percató de nuestras actitudes, sin reparos nos miró sonriente y satisfecho. ¡Tarado! Pude ignorarlo porque Gael y Lorena me saludaron en ese momento con un ademán. La hora fue larga.

Mi novio apuntaba y respondía sin dificultad lo que el profesor decía, de vez en vez observaba mi cuaderno percatándose de que yo no había ni siquiera contestado la primera ecuación. Me hallaba inmersa en un limbo de pensamientos discordes y molestos.

En algún momento, sin que me diera cuenta, chasqueó los labios y cambió los cuadernos. Cuando tuve de nuevo el mío enfrente, ya estaban todos los ejercicios resueltos con una letra muy similar a la que yo tenía. Lo miré con atención. ¿Qué me ocurría? Por qué de pronto quería pelear con él, encontrar algo a qué sujetarme, hallar algo malo a todo lo que habíamos construido durante esos meses.

No se volvió, pese a saber que lo estudiaba, y continuó prestándole toda la atención al maestro como si de verdad lo necesitara.

Cuando el timbre sonó, y después de cavilar hasta el punto de que mi cabeza doliera, pude entender su postura, no obstante, el ser tan consciente de lo incierto y poco normal de nuestra situación, me hacía sentir a veces insegura e irritable.

Esperó a que guardara todo y me acompañó afuera del salón, al cruzar la puerta, entrelacé mis dedos con los suyos, sonriendo un poco arrepentida. Enseguida se llevó mi mano a la boca. Me recargué en él, rodeó mi cintura mientras caminábamos.

Todo está bien, Luna.

Murmuró en mi mente con suavidad, mientras nos dirigíamos a mi salón.

En la siguiente asignatura, vi a Romina, conversaba con Gael que, evidentemente, había llegado antes que nosotros. Me senté junto a ellos sin prestar mucha atención a lo que decían. Sentía una revolución en la cabeza, debía ordenarla.

—¿Sucedió algo entre Luca y tú? —Quiso saber Gael, sentándose en la banca contigua. Ya no me hacía insinuaciones, pero para todos seguía siendo evidente que continuaba esperando que algo malo ocurriera entre nosotros.

Negué abriendo mi cuaderno. No estaba para eso.

—Entonces, ¿por qué esa cara? —indagó.

Romina también esperaba la respuesta.

—Hoy tengo que decidir si iré al viaje de mi hermana.

—¿Aún no lo sabes? —me preguntó mi amiga, asombrada. Gael me estudió con suspicacia, cruzado de brazos.

—¿Es por Luca? —dedujo, enarcando una ceja. Lo miré fijamente, irritada.

—No —declaré, intentado invocar al profesor para que apareciera de una vez. Lamentablemente yo no tenía poderes, aunque lo deseaba en ese instante. También una bola de cristal, de ser posible, pero no, era una simple mortal, lidiando con algo que no tenía nada de normal.

—Es que como parece que no da un paso sin que tú lo des. Pensé que…

—Ya te dije que no —repetí, aunque sabía que tenía razón. Se separó un poco de mí, alzando las palmas en símbolo de rendición.

—¿Entonces? —Quiso saber Romina, entornando los ojos—. Es el cumpleaños de Bea, tienes que ir. Si me hubiera invitado hubiera dicho que sí desde el primer día —aseguró. Eso lo sabía muy bien.

—Tengo la beca de la universidad y mi promedio no puede bajar, son muchos días —le recordé. Ésa era parte de la verdad, y aunque Luca me había dicho que no necesitaba de ella, para mí era impensable que fuera de otra manera. Yo la había conseguido, no la perdería, era una cuestión de orgullo.

Ambos parecieron durar un siglo en procesar la información.

—¿Por qué no hablas con el director? A lo mejor te ayuda a decidir esto, ¿no crees? —Lo propuesto por Gael me pareció fabuloso, lo miré sonriendo por primera vez en el día. Si el director decía que no, pues listo, no iría y si decía lo contrario… sabía qué debía hacer, independientemente de mi afición por Luca.

—Eso es buena idea, gracias —declaré alegre, mucho más relajada. Él sonrió ante mi gesto, acercando una mano hasta mi mejilla pero completamente perdido en mi boca. Pestañeé azorada, quitándome por reflejo, apretando los labios.

Iván se aproximó a él, que no se había alejado pese a tener su mano vacía y yo encontrarme varios centímetros atrás, mirándolo con advertencia.

—Sólo un idiota provocaría a alguien como Luca. Dudo que verte hacer eso lo ponga precisamente feliz —declaró meciéndose en la silla justo a su lado. Gael se alejó enseguida, reaccionando, y yo bajé la vista hasta mi cuaderno, sintiéndome molesta e incómoda. El silencio se hizo embarazoso hasta que el profesor entró unos minutos después.

En cuanto terminó la hora, salí del salón sin voltear. Luca ya estaba ahí. Sonreí y lo abracé; me rodeó enseguida con esa suavidad tan característica.

—Lamento haberme portado así en la mañana —musité arrepentida. Bajó el rostro, hasta quedar frente al mío, agachándose.

—No hiciste nada malo, tú piensas de una forma y yo de otra. Eso es todo. —Rozó mis labios de forma fugaz, pero dulce.

Éramos tan diferentes, desde lo evidente hasta en nuestro carácter y preferencias. Sin embargo, eso no solía ser un problema, no siempre, o por lo menos no para él, ya que normalmente encontraba la forma de que yo quedara satisfecha con la decisión, aunque no fuera en ocasiones lo que yo hubiera elegido en un principio. Y, de forma paciente, me hacía ver que mi carácter impulsivo no me dejaba pensar con claridad. Realmente su autocontrol, en casi todos los sentidos, era asombroso e innegable.

—Es sólo que me preocupa lo que pueda ocurrir, no puedo evitarlo, Luca. Por mucho que parezca que ni siquiera lo tengo en la mente —confesé un poco agobiada. Me guio a un lugar solitario para poder conversar de forma más privada.

—Sé que haces un esfuerzo por no recordar los problemas, pero no son tuyos, sino míos. Yo los resolveré —aseguró pegando su frente a la mía.

—Pero estamos juntos en esto —le recordé afligida, no me parecía justo que cargara con todo y me tratara como alguien incapaz de enfrentar lo que ya había decidido.

—Sara, hay cosas que están pasando, que no tienen nada que ver contigo, ni con tu bienestar, y he preferido no mencionarlas porque no encuentro ningún sentido que las sepas, no porque no confíe en ti, sino porque tú tienes tus problemas humanos, situaciones en las que pensar y ocuparte. No voy a añadir ni un poco más de carga a eso porque sé que si no existiera, ésas serían tus preocupaciones y así debe ser, siempre.

—¿Por eso te desapareces en los recesos? —Quise saber.

—No desaparezco —me corrigió. Pero lo hacía, no lo sentía cerca, era así de simple, aunque no lo dije—. Sólo quiero darte tu espacio. Pero sí, aprovechamos ese tiempo para ponernos al tanto.

Me sentí un poco más tranquila, aunque con dudas aún, ellos no necesitaban estar en el mismo espacio para conversar; así que debía ser delicado si destinaban un momento del día para hacerlo de frente.

—A veces todo esto duele —admití sin remedio. Sólo con él podía hablar de todo, así que no me limité. Sonrió agobiado, abrazándome de nuevo, negando.

—Eso no me agrada —murmuró con tristeza en cada nota de su hermosa voz.

Lo rodeé sin decir más. Ésa era una verdad que no pensaba ocultar. Dolía por lo que implicaba, por las verdades, por las mentiras, por el miedo a lo que podría venir, por ser consciente de cómo crecía a cada segundo lo que sentía, lo cual, a veces, no me permitía actuar con claridad.

Permanecí ahí durante varios minutos. Refugiada en su pecho todo era posible y nada alcanzaba a atormentarme, no tanto por lo menos. Él lo sabía, y por lo mismo no me soltó. Cuando el receso terminó, me quejé caprichosa, aferrándome más fuerte a su camiseta.

—Vamos, Luna —me instó sacudiéndome un poco. Asentí todavía escondida en su abrazo. Me dio un beso en la cabeza, aspirando todo mi aroma—. Cuando te pones así, por los dioses que me dan ganas de atarte a mí para siempre —confesó con voz seria, ronca. Me separé acalorada, más serena.

—Creo que eso sólo nos traería más problemas —aseguré acariciando su mejilla con atención, haciendo a un lado un mechón de rizos negro que cruzaban por su frente.

—Puede que no.

Ir a la siguiente página

Report Page