Luna

Luna


Capítulo 6

Página 9 de 35

En clase nos limitamos a trabajar como habíamos acordado, por lo mismo fuimos el único equipo en terminar. Nos habíamos coordinado sin dificultad, cada uno haciendo lo que debía. Más tarde nos encontraríamos en la biblioteca para intentar concluir el primer capítulo.

¡Guau! Nunca imaginé decir esto, pero su concepto de tregua era perfecto. Él fue accesible y por primera vez me había sentido relajada a su lado. Ciertamente su sola presencia no dejaba de generarme estragos importantes, pues su olor era irresistible y sus ojos —que fueron claros toda la clase— no dejaban de impresionarme. Verlo era como un agasajo para los sentidos, y yo lo aceptaba ya sin resistirme, aun así, nadar por los mares de la calma, saber lo que esperábamos el uno del otro, me mantuvo serena.

Durante el receso entré al partido de vóleibol que se organizó. Jugar siempre me ponía de buenas, y no es que lo necesitara en ese momento, pero lo deseaba. Hugo estaba en la cancha, era parte del equipo contrario, suspiré frustrada, si era tan bueno como Luca o Florencia tendríamos serios problemas. Mis ojos husmearon todo el lugar, no lo vi, ni a él ni a su compañera. La decepción y el alivio cruzaron por mi rostro. Sin embargo, su ausencia me ayudó a concentrarme.

Llegué tarde a la última clase, además de sudada y húmeda. La llovizna había regresado en los últimos cinco minutos un poco más intensa por lo que no logré esquivarla. Ni modo. El maestro me dejó entrar, pero no me salvé de que todo el grupo me mirara, incluido él, que sobresalía de entre todas las computadoras.

Sonreí con timidez al toparme con sus ojos que parecían divertidos debido a mi agitada entrada y desaliñado aspecto.

Me senté de prisa junto a Romina, quien al verme se tapó la nariz burlándose de mí. Le di un empujón y entorné los ojos.

—¿Por lo menos ganaron? —Negué y tecleé la contraseña para entrar a mi sesión—. No entiendo cómo es que te encanta estar metida en esas cosas; te rompes las uñas, te lastimas los dedos, sudas… —Sujetó la manga de mi blusa como si ésta estuviera manchada.

No era cierto, y la verdad nunca me había preocupado por ese tipo de cosas. Digo, no era sucia, al contrario, me gustaba oler bien como a cualquiera; jabón y champú al ducharme, loción de vainilla antes de salir de mi recámara. Pero tampoco era obsesiva, no me la pasaba en el tocador pendiente del maquillaje o de mi cabello, que por cierto debía ser un desastre para esos momentos.

—Pero ya verás que cuando alguien te interese le pondrás más atención a tu aspecto, ojalá pase pronto —se quejó arrugando la nariz, molestándome, lo cierto es que ya no la escuchaba. Sin embargo, esa última frase me alertó. En una hora me encontraría con Luca en la biblioteca. De repente sus palabras cobraron sentido, y ya no podía hacer nada. Me intenté alisar el cabello con las manos aún caladas por la lluvia. Casi se carcajea al notar mi reacción sin adivinar el porqué—. No te preocupes, no luce tan mal —Metió la mano entre mis rizos y los acomodó—. Listo —afirmó con suficiencia—. ¿Es por Gael? —preguntó mientras modificaba una imagen en Photoshop.

—No —contesté haciendo lo mismo que ella en mi computadora, o por lo menos intentándolo. No era buena en el dibujo y la vida se empeñaba en recordármelo.

Perdida en la imagen, no pude evitar pensar en lo que la pantalla de él estaría proyectando, probablemente una obra de arte digna de cualquier galería de prestigio.

¿Qué no hacía bien? Reflexioné después de unos segundos, observando lo oscuro de la foto que había estado manipulando. La socialización, definitivamente ése era su punto débil. Sonreí para mí misma por haber podido encontrarle un defecto. Después de todo perfecto no era.

—Estás extraña… —musitó Romina estudiándome con los ojos entornados.

—Cansada, el juego fue rudo.

—¿Segura que no es por Gael?

Giré los ojos. Muchas veces un balón era más interesante que un chico, o eso solía pensar, aunque definitivamente aplicaba para el que mencionaba.

—¿Por qué piensas eso?

—Porque se ha vuelto todo un caballero contigo. Cuando no estás te busca con la mirada y hoy parecía echar fuego cuando llegó a la cafetería y nos mencionó que te habías sentado con Luca —lo último lo dijo en un susurro.

—No entiendo por qué, no somos nada. Además, yo qué tengo que ver con lo que él hace —refuté con simpleza.

—Pues que lo hace porque está enamorado de ti. —Me observó como si tuviera tres años y no entendiera la obviedad.

—Sí, pero yo no, así que… —Me encogí de hombros y proseguí con mi trabajo.

—¿Entonces no vas a salir con él este fin? —chilló decepcionada.

—Ya te dije que sí, pero más que por mí por ti. Recuerda lo que me prometiste. —Levantó la mano solemne y con ojos chispeantes.

—Lo juro. Pobrecito, dale una oportunidad, no pierdes nada, es una salida.

—Romina, basta, no le entiendo nada a este cochino programa y tú estás distrayéndome. Mejor ayúdame, me la debes. En inglés casi te transcribí todo el texto —le recordé. Suspiró, se acercó y comenzó a hacer su parte.

Llegué a la biblioteca un poco después que él, habíamos salido al mismo tiempo, pero yo había hecho una parada técnica por el tocador. Verifiqué que de verdad mi cabello luciera como Romina había dicho y que no tuviera corrido el rímel. Todo en orden. Me observé en el espejo por unos segundos, sacudí la cabeza sonriendo, ahora me preocupaba por esas cosas que jamás me importaron, era el maldito colmo.

—Hola… —sonrió mirándome de una forma muy extraña; una mezcla de frustración y fascinación.

Sus ojos eran verde oscuro cuando lo vi, a los segundos se habían suavizado hasta quedar de nuevo casi amarillos. Sacudí la cabeza rompiendo la extraña conexión. Era tan evidente para mí, que no entendía por qué aún nadie lo había mencionado, no es como que en cada esquina conozcas una persona a la que los ojos le cambian de tonalidad varias veces el día.

—¿Entramos? —pregunté aturdida.

—Vamos… —susurró con voz arrulladora.

La siguiente hora y media trabajamos sin detenernos. Noté de inmediato que Luca evitaba cualquier contacto. En cuanto elegimos mesa se había sentado justo frente a mí. Cuando me movía hacia adelante para mostrarle algo de lo que había escrito, retrocedía la misma distancia que yo avanzaba.

Hubo momentos que la verdad llegué a dudar de la efectividad de mi desodorante, pero había verificado que no fuera así antes de llegar ahí, por lo que sólo podía pensar que no le gustaba lo que sucedía cuando me tocaba; ese líquido caliente que dejaba huella en mi piel horas después de haberlo sentido, probablemente también le pasaba y, a diferencia de mí, a él no le agradaba.

¡Ay, debía dejar aquello, pero simplemente no podía!

Mi estómago emitió un ruido de reclamo a las cuatro, moría de hambre, algo muy típico en mí. Cerró todo lo que teníamos frente a nosotros, incluso las computadoras y me miró sonriendo de forma amigable, poco me faltó para pestañear como una boba, me contuve.

—¿Continuamos mañana? —propuso amistoso.

Asentí sin remedio, mi necesidad de ingesta aumentaba con cada minuto.

Caminamos uno al lado del otro hasta el estacionamiento.

Me acompañó, sin que yo se lo pidiera, hasta mi carro. Abrí con el control y aventé mi mochila al asiento trasero. En cuando giré lo noté perdido en mis facciones, como estudiándolas. Sus ojos ya no eran tan verdes, en realidad eran casi ámbar. Fruncí el ceño. Parecía querer decirme algo, y yo… sólo podía admirar lo extraño y asombroso de ese color en su pupila que se mantenía clavada en mí.

Y sin que yo me lo esperará, mientras estaba absorta en mi escrutinio, elevó una mano hasta mi rostro, muy despacio, midiendo su movimiento, atento a su labor, como si nunca lo hubiese hecho.

Al percatarme de sus intenciones, dejé de respirar. ¿Por qué se sentía como si el mundo fuese a colapsar? Juro que mi corazón pudo haberse salido por la boca en ese momento y yo ni me hubiese dado cuenta. Suena ridículo, pero era la situación más íntima que había vivido con alguien.

No se detuvo como hacía una semana y, definitivamente, yo no deseaba que lo hiciera. Mis palmas sudaban, un cosquilleo viajó por mi piel sin poder detenerlo. Recorrió, muy suavemente, con la punta de sus dedos el camino que hay entre mi oreja y barbilla.

Su puro roce, apenas perceptible, me paralizó. El líquido viajó de nuevo a través de mí de una forma vertiginosa; enseguida comencé a sentirme febril. De repente, de forma abrupta, apartó la mano cerrando los ojos, preocupado, incluso asustado. Y sin decir nada, se fue.

Lo observé alejarse, aturdida. Cuando lo vi subir a la camioneta, me metí al auto, me sentía perturbada. Me recargué en el asiento intentando recuperar el ritmo cardiaco y la respiración. La zona que me había tocado se sentía ardiente. Coloqué una mano sobre ella dándome cuenta de que en efecto esa área había estado expuesta a una alta temperatura, aun así, no la quité.

Su mirada, el color ámbar de sus ojos y esa caricia ahora sí me habían dejado inmovilizada, además de aterradora y fascinantemente embrutecida.

Ese día había sido demasiado a comparación de tantos que ya habían transcurrido, era como si hubiese avanzado y no me gustaba pensar que eso no lo movería de su decisión; no quería intimar conmigo, pero de todas maneras lo hacía.

El crujido de mi estómago recordándome que desfallecía de hambre me hizo reaccionar, ni siquiera él con su asombrosa presencia ganaba contra eso. Yo, ansiosa de ingesta, no reconocía nada.

Esa noche soñé cosas de lo más extrañas. Una voz aterciopelada me rogaba que me acercara, pero no podía avanzar, mis pies estaban paralizados y cuando al fin lograba moverme, se desvanecía sin decir más. Mi madre de nuevo, más cerca, me tocaba y me rogaba que me cuidara. Su mirada estaba desorbitada y parecía poder ver lo que yo no.

Varias veces me desperté sobresaltada, pero como si hubiese estado bajo el efecto de un sedante volvía a caer en el mismo sueño. El miedo me atenazaba, sin embargo, la curiosidad aumentaba en la misma medida en la que aquella voz me atraía.

Cuando desperté del todo, faltaba más de media hora para que la alarma sonara. Me senté en la cama revuelta, intentando ordenar todo aquello dentro de mi cabeza. Mi pecho dolía y ese maldito nudo en la garganta retornaba.

El recuerdo de mi madre.

Me pasé las manos por el cabello, preocupada, agobiada. No quería que desapareciera su imagen de mi mente, sin embargo, cada vez era más débil y eso me deprimió, no lo soportaba.

En mi vida temía a muchas cosas, pero a ninguna tanto como a perder los detalles de su rostro, de cada una de sus gesticulaciones, del timbre de su voz.

Cerré los ojos con fuerza. Mi madre había muerto por mi culpa. Eso jamás lo podría cambiar y jamás me dejaría vivir en paz, y aunque trataba de vivir sin que se notara lo afectada o rota que estaba, había ocasiones en que me superaba.

Como solía hacerlo cuando su ausencia me atacaba, nuevamente repasé aquel día en mi memoria. Había sido inconsciente e impulsiva. Si no hubiese salido como lo hice, ella no hubiera ido tras de mí y aquel auto no la hubiera golpeado. Los tres días siguientes fueron una verdadera pesadilla y los más tristes de toda mi existencia. Ella no había vuelto a abrir los ojos.

Las lágrimas llegaron. Odiaba sentirme así, pero no lograba salir de ese túnel en el que esa acción, años atrás, me sumergió.

Me cubrí el rostro con las manos y dejé drenar mi dolor. Podía verla ahí, tumbada en el pavimento, con el rostro ensangrentado y su cuerpo completamente lesionado. Jamás sacaría esa imagen de mi mente.

Me acosté apretando la almohada contra mi cuerpo. No había nada que pudiera calmar ese dolor y esa culpa que me corroía sin piedad. Perder a alguien amado es doloroso, que esa persona fuera mi madre y que, además, yo hubiera sido la responsable, lo volvía una carga tan pesada que me hacía sentir que jamás podría volver a ser la de antes.

Dolía la piel, dolía el alma.

Aquella mañana me sentía aislada, como si esos muros de hielo que tuve hace tiempo me rodearan de tal forma que era imposible que alguien llegara a mí. Mi estado de ánimo nunca había sido tan volátil como a últimas fechas, no entendía por qué no lograba mantenerlo medianamente bien, con mi típica indiferencia, ignorando todo lo que no me importaba, alejada de la emocionalidad, por tanto, de la impulsividad.

Cuando llegué al aula había un par de chicos adentro mirando atentos sus celulares. Me senté donde siempre y me quedé mirando a la nada.

—¿Sara? —era Romina. Su voz me hizo volver, el salón ya estaba casi lleno. ¿En qué momento ocurrió? De pronto una mirada me atrapó, conectó conmigo de alguna manera llegando a donde no permitía que nadie entrase. Él estaba ahí, junto a Hugo, de pie al lado de la puerta, estudiándome—. ¿Estás bien? —preguntó mi amiga, perdí el contacto con Luca a regañadientes; asentí intentando sonreír—. No lo pareces.

—No dormí nada bien… —dije. Me evaluó reflexiva; Luca ya no estaba.

—¿Es de nuevo lo de tu mamá? —adivinó. Evadí la pregunta y sus ojos—. No te preocupes —colocó una mano sobre mi hombro.

—Últimamente he soñado mucho con ella —confesé abriendo mi libreta.

—Eso es bueno, jamás te va a dejar. Debes intentar superarlo.

—¿Cómo? Te juro que lo intento y lo intento y no sé cómo. Además, en estos sueños me advierte cosas, es como si supiera que algo me va a pasar —le expliqué agobiada, sintiéndome un poco loca al escucharme. Torció la boca con el ceño fruncido.

—Sara, deja eso, por favor, te hace daño. No la conocí, pero dudo que le gustara verte así. —Me señaló afligida.

El resto del día no varió mucho, salvo Gael que fingía no percatarse de mi aislamiento pululando alrededor de mí, o cuando había pillado a Luca observándome, sin mostrar alguna emoción. La verdad es que no tenía ánimos para prestar mucha atención a nada, cuando la escena más aterradora de mi vida se repetía en mi mente una y otra vez, el mundo desaparecía y yo junto con él.

Para cuando la jornada terminó, rogaba por ir a casa y dormir hasta que ese episodio, como lo llamaba, desapareciera. Sin embargo, había quedado con Luca para continuar con nuestro trabajo.

Llegué desganada, lo esperé sentada en una banca de concreto que estaba a un lado de la puerta principal. Me perdí en el movimiento de las copas de los árboles y es que eso me serenaba, era como si arrullara mi dolor logrando que se diluyera un poco. Aunque el viento no era fuerte, parecían ser mecidas con ternura y tranquilidad.

Alguien se sentó a mi lado. Miré de reojo, era él. Observaba lo mismo que yo, atento. No sé cuánto tiempo permanecimos así; uno al lado del otro, envueltos en un agradable silencio.

Curiosamente conforme pasaban los minutos mi nostalgia fue cediendo, dándole paso a un sentimiento de seguridad y serenidad que hacía mucho tiempo no ponderaba en mi vida. Sentía como su calidez entibiaba mi piel aún con los veinte centímetros que nos separaban.

Una locura si se piensa de forma racional, pero juro que era así y yo, sumergida en aquella nostalgia, decidí simplemente dejarme llevar sin estar dándole más vueltas.

Después de varios minutos tomé valor y lo encaré, no se movió pese a saber que lo miraba. Lucía absorto aún en el paisaje, era como si presenciara un milagro, algo digno de ser admirado la vida entera. Sonreí, su rostro reflejaba esa paz que percibí minutos atrás y que en ese momento me envolvía.

—¿Te sientes mejor? —deseó saber con esa voz casi irreal, gruesa y melodiosa. Asentí bajando la mirada hasta mis pies. Supe exactamente en qué momento dejó de prestar atención a la naturaleza para trasladarla hacia mí—. Sara… —Levanté el rostro, despacio—. No te puedo preguntar qué te pasa, porque quedamos que así sería —al decir lo último se le oscureció el iris—. Sólo deseo decirte que hay cosas que así son y que, por mucho que luches, no las podrás cambiar, únicamente aceptarlas —expresó con suavidad. Entendía muy bien lo que eso significaba, lo cual me intrigó, ya que era como si estuviera pasando por algo similar.

—Lo sé… —susurré. Sus ojos chispearon de nuevo, claros.

—Creo que lo mejor es que descanses. Yo adelantaré y mañana continuamos —propuso con una débil sonrisa. Torcí el gesto. Me gustaba estar a su lado—. No te lo echaré en cara, lo prometo. Tú lo hiciste toda la semana pasada y ni siquiera me preguntaste el porqué de mi ausencia. Debo corresponder a ese gesto.

Asentí agradecida, quizá estar a su lado en ese momento me hacía sentir mejor, pero necesitaba dormir, olvidarme un poco de esa molesta bruma que quería sumergirme como hacía mucho tiempo no me sucedía.

—Anda… te acompaño. —Se puso de pie, mirándome desde su metro noventa.

Caminamos en silencio, ya parecía ser una costumbre y, la verdad, resultaba agradable. Entré a mi auto sintiéndome muy fatigada. Cómo deseaba quitarme todo y cerrar los ojos.

—Conduce con cuidado, yo me ocuparé del trabajo. —Me guiñó un ojo con ternura, dejándome completamente perpleja. Cerró mi puerta y caminó hasta su camioneta, sereno, sin prisa, contemplando su alrededor. Era tan extraño.

Dormí casi lo que quedó del día, sólo me levanté para comer algo y volví a caer rendida.

Luca y yo sentíamos los beneficios de nuestra tregua; trabajábamos juntos sin dificultad, hablando únicamente de la materia; manteníamos cualquier cuestión personal a raya. A veces, si nuestras miradas se topaban, ambos sonreíamos respetuosos, nada más.

Las cosas eran mucho más fáciles así, aunque no de mi total agrado, debo admitir, porque la realidad era que yo, para esas alturas, babeaba por él y era lamentable saber que el primer chico que en serio me gustaba no sentía lo mismo, y que aunque a veces parecía querer avanzar, generalmente parecía agradecido por nuestra distancia.

El viernes entregamos el primer capítulo. Habíamos trabajado duro, no obstante, ese día lo había percibido más serio de lo normal, cosa casi imposible, pero en serio lo estaba, y sus ojos eran tan oscuros que no parecían ser verdes.

Gael había quedado en llegar por mí a las ocho del sábado, para ir a cenar y al cine. Tengo que admitir que no me la pasé nada mal. Al final cambiamos el cine por el billar, que aunque no era buena, pues no solía frecuentar esos sitios, me había divertido tanto.

Nos retábamos abiertamente y tomando en cuenta lo competitivo de nuestras personalidades, eso se había convertido, en menos de una hora, en una guerra declarada.

Él tiraba, la bola entraba, yo lo intentaba, lo lograba y me paseaba a su lado con suficiencia jugando con el taco, con lo que soltaba la carcajada. Cuando Gael iba ganando, buscaba distraerlo, pero no se dejaba. Aprendí rápido, por lo que tuve mi turno para ganar. Duramos así varias horas, riendo sin parar, bromeando, burlándonos uno del otro.

La mala noticia era que, de pronto, en medio de ese agradable ambiente, la imagen de Luca aparecía y me encontraba imaginando cómo sería salir con él, jugar algo como eso, pasar una noche sólo riendo, dejando de lado esa envergadura contenida que lo rodeaba, dejándose llevar así, sin más. Pero la realidad llegaba golpeándome. No le interesaba, y yo no era de las que permitía que su orgullo quedara pisoteado por nadie, así que la causa estaba absolutamente perdida y debía entenderlo. Quizás él pasaba por una situación fuerte y lo último que tenía en mente era empezar algo con alguien.

Tantas teorías rondaban en mi cabeza, que mejor decidí encerrarlas en aquel sitio donde solía guardar mis emociones, así no saldrían, así no me lastimarían.

Después de esa «cita», que yo prefería ver como una salida amigable, Gael y yo nos comenzamos a llevar mucho mejor, sin embargo, no lograba sentir nada más por él. No deseaba lastimarlo. En serio me caía muy bien, era ligero cuando se lo proponía, gracioso e hiperactivo también, por lo que era interesante estar a su lado realizando todas aquellas ideas que lo arrollaban.

El siguiente fin de semana también salimos, ahora a los bolos. Me enseñó varios trucos y de nuevo reímos sin parar. Cenamos hot dogs en un carrito callejero, después terminamos en casa de Iván, donde estaban otros compañeros trepados en unas patinetas. Yo no sabía muy bien, pero me defendía y era temeraria, así que como un par de locos nos aventábamos por las bajadas sin miedo alguno, sólo gritando. Nos caímos algunas veces, pero eso no nos impidió seguir y pasarla increíble.

El lunes el profesor del dichoso proyecto, alias «mi pesadilla», puso fecha para la siguiente entrega. Una semana. Todos chistamos, excepto Luca por supuesto, que parecía tan ecuánime e impasible como siempre.

Esa tarde decidimos trabajar en la biblioteca, era como una rutina silenciosa que formaba parte de nuestra extraña relación.

A las seis, sin consultar, cerró todo, dándome a entender con ese gesto que el tiempo había terminado. Comencé a guardar mis cosas en la mochila, sin quejarme. Tenía hambre y, si era sincera, prefería no tenerlo tan cerca. Me gustaba tanto que dolía irremediablemente notar que únicamente en sueños demostraría eso que sentía.

Alcé la vista, resoplando para que un rizo se alejara de mis ojos, fue ahí que noté que me observaba de una forma extraña. Sus ojos eran verde claro, como color limón.

—Las cosas con Gael marchan bien, ¿no es cierto? —murmuró, sin dejar de prestarme atención. Por un segundo no supe qué decir, así que encogí los hombros, restándole importancia.

—¿Ésa no es una pregunta un poco personal? —pregunté audaz, enarcando una ceja. Si iba a entrar a ese terreno, entonces debía quedar bien claro.

Negó un tanto divertido. No lo había visto sonreír desde hacía varios días, por lo que ese gesto tan insignificante me dejó deseando más.

—Lo es…, pero estamos agotados, creo que podemos charlar un poco.

—Como compañeros de proyecto —afirmé evaluándolo, cruzando los brazos sobre el pecho, torciendo la boca.

Asintió reflexivo.

—Pero no me has contestado… —me recordó recargándose en el respaldo.

—Nos llevamos bien.

—Él parece querer algo más que «llevarse bien» —apuntó serio, jugueteando con su pluma.

—Lo sé.

—¿Y sabe que eso es lo que piensas? —me preguntó sereno.

Suspiré desviando mi atención, sentía que me evaluaba, que buscaba adentrarse en mis pensamientos no sólo con las palabras. Mi piel se erizó.

—Supongo.

—Casi siento lástima por él, no quisiera estar en sus zapatos —admitió sonriendo un poco. Recargué los codos sobre la mesa, seria.

—Dudo que algún día eso te suceda.

Sus labios se contrajeron de forma repentina, desvió la vista unos segundos y luego la regresó a mí.

—Te equivocas —confesó. Mi interés surgió como un salvavidas en pleno mar abierto.

—Lo dudo, ¿acaso hay alguien? —pregunté enarcando una ceja, retadora. Me miró lo que me parecieron horas y, al final, asintió.

De acuerdo, quizá sí prefiriera ahogarme en pleno mar abierto y rodeada de tiburones en plena tormenta. Su confesión fue como si me hubiese echado encima un balde de agua fría, con todo y hielos. Eso me pasaba por curiosa. Por supuesto que Luca estaba interesado en alguien más.

Después de los segundos que me tomó procesar eso, proseguí. Total, ya andaba en ésas.

—Y ella, ¿siente lo mismo que tú? —indagué como no queriendo la cosa. Sus ojos se volvieron a oscurecer.

—Esa pregunta no puedo contestártela, sólo ella lo sabe, pero preferiría que no.

—¿Por?

—Es complicado —musitó un poco tenso.

—No creo, a lo mejor si le dices… —propuse. Desvió de nuevo su atención.

—Prefiero no hacerlo, las cosas así están bien, es lo mejor.

—Claro, eso de intimar e ir más allá no se te da —mi declaración lo dejó perplejo, lo hizo pestañear y yo, por supuesto, me arrepentí de inmediato de abrir la boca.

Se recargó sobre la mesa acercándose un poco más a mí. Al momento, mi boca se secó y el cosquilleo retornó para embestirme, aun así, no me moví.

—Eso no es verdad.

—Con nadie hablas y míranos, no somos más que compañeros de equipo —dije. Aspiró agotado.

—Eso ya lo hablamos —me recordó con paciencia. Agité las manos acallándolo.

—Ya sé, no tienes que repetirlo, es un poco humillante, ¿sabes? —admití sin tapujos. Se acomodó de nuevo en su sitio, pensativo.

—No sabía que así lo sintieras —musitó.

—Bueno, no es muy agradable que te repitan una y otra vez que tu amistad no es interesante. Pero no te preocupes, ya lo superaré.

—No es así, créeme cuando te digo que eres lo más interesante que me he topado… —admitió. Me ruboricé enseguida—. Y te equivocas. ¿No me he comprometido contigo en esta materia? —Colocó su palma sobre uno de los libros que habíamos estado hojeando, arqueando una ceja, indolente.

—Bien, tú ganas; eres un excelente compañero de equipo, pero no por mí, sino por tu calificación.

—Otro error. —Fruncí el ceño sin comprender—. La tuya también, así que como verás sí me comprometo, es sólo que no de la forma que tú esperas —apuntó con simpleza.

Bien, ahora me sentía de nuevo una tonta. Qué capacidad tenía para ponerme en mi lugar, pero bueno, había hablado de más y ahora pagaba las consecuencias.

—¿Sabes? Esto ya se está poniendo muy amistoso —Y nos señalé a ambos, quejosa—. Recuerda que nuestra relación tiene metas y fines muy concretos.

—Eso nunca lo olvido —reviró irascible, aunque también un tanto divertido.

—Fabuloso. Entonces dejemos nuestras vidas privadas a un lado. Lo que a mí me ocurra con Gael… —Sus ojos se oscurecieron dramáticamente—. Y lo que tú decidas respecto a esa chica es problema de cada uno y no debe ser tema de conversación entre dos personas que no pueden ser amigos —apunté. Rio frustrado y asintió.

Terminé de guardarlo todo y me puse de pie con una sonrisa de suficiencia.

—Por hoy terminamos, «compañero». Nos vemos mañana.

Me observó durante varios segundos, como estudiando mi actitud de fingida despreocupación. No me creía, era evidente, pero tampoco haría nada para cambiarlo.

Quizá sí estuviera atravesando una situación personal muy fuerte y yo aquí, hostigándolo, haciéndolo sentir miserable por algo que en ese momento simplemente no podía manejar.

—Hasta mañana, Sara… —se despidió. No parecía divertido, sino resignado.

Llegué a mi auto y lo puse en marcha, me sentía furiosa. ¿Cuándo iba a parar todo aquello? ¿Quién era esa chica que había conseguido conquistarlo? Y peor aún, ¿cómo iba a sacarlo de mi mente si cuando estaba cerca sentía más que en toda mi vida?

Ir a la siguiente página

Report Page