Luna

Luna


Capítulo 9

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—Sara… —escuché como en sueños. Era su voz, sabía que era él. Su calidez cubría mi costado izquierdo—. ¡Sara! —gritó para que lo oyera, sacudiéndome un poco.

Abrí los ojos, sentía que me encontraba dentro de un sueño, su cara de horror y su mirada negra, con tintes violetas, lograron que regresara. Gemí. No podía hablar, el sabor a óxido subía por mi esófago. Mis extremidades estaban tensas, las sentía poco, un sudor frío inundaba mi consciencia.

—Lu… ca —logré decir.

Se hallaba hincado cubriendo todo mi cuerpo con su fuerte complexión, ahí, en medio del caos. No sentí ni alivio ni nada al saberlo ahí, a mi lado, sólo más miedo, demasiado en realidad. Sabía lo que estaba ocurriendo dentro de mi cuerpo y mi tiempo se agotaba sin poder evitarlo. Lágrimas cargadas de tristeza, frustración, dolor, rodaron por mis mejillas. No quería morir, no así.

Imágenes incoherentes se adueñaban de mis pensamientos, envolviéndolos de forma aún más penetrante. Mi padre, Bea… ¡No, no quería dejarlos, no podía darles un nuevo dolor, no!

—Tranquila, te tengo, te voy a sacar de aquí.

Volví a sentir ese ardor al respirar y me sujeté de su camisa con mi escasa fuerza, jadeando. Lo escuché maldecir. Era tan extraño oírlo hablar de esa manera, no encajaba, sin embargo, ignoré eso, me centré en su aroma, en lo único seguro que tenía en ese momento, en el que parecía ser mi último aliento.

Acto seguido, y sin entender cómo, dejé de escuchar el bullicio, los gritos, la música… Ya no estaba en la fiesta.

Silencio.

—¿Sara? —susurró. Sabía que seguía a mi lado, pero debía estar ya soñando, ¿qué estaba pasando? Sería que ya no estaba del todo consciente.

—¿Sara? Abre los ojos. Por favor. —Su voz se quebraba, sonaba preocupado.

Los párpados me pesaban como si hubiesen instalado piedras en ellos. Con cada respiración el aliento y mi vida se esfumaban. Más lágrimas salieron. Sólo podía pensar en ellos, en mi familia y en lo que mi partida les generaría.

—Ya todo está bien. Sara, mírame. —Su voz era tan asombrosa, me abrumaba y a la vez me calmaba en medio de todo aquello. Por fin pude abrir los ojos. Estábamos dentro de un auto, en la parte trasera supuse, me tenía cargada como a un bebé. Su aspecto era desaliñado y me examinaba con los iris más oscuros que jamás hubiese visto. Intenté moverme, no pude.

—Qué bueno que reaccionas —musitó aliviado, pero esto duró poco porque comencé a toser intentando respirar, volví a gemir de dolor. Su rostro enseguida se congeló. Acercó su mano libre hasta mi boca y pasó un dedo por debajo de mi labio. Estar pegada a él me hacía sentir cerca de un radiador, pero no importaba, prefería eso que ese hielo que se iba apoderando de cada parte de mí—. ¡Sara! ¡Sara! —gritó negando, frenético. Me sentó sobre el asiento, alejándome de él. De inmediato regresó ese espeluznante frío. Tosí con lo que me quedaba de energía.

Moriría, y tener consciencia de ello no me ayudó, era más bien aterrador. Mis extremidades iban dejando de responder, mis manos yacían inertes a mi costado, la cabeza me pesaba y un cansancio crudo se apoderó de mí. Quería gritar, llorar, rogar, pero sabía que ya no tenía sentido. Una bruma oscura me envolvía.

Se colocó casi sobre mí. Tomó mi rostro con la mirada desorbitada, enloquecida.

—Sara… Sara… No cierres los ojos, mírame, ¡mírame! —suplicó. Intenté enfocarlo, pero las lágrimas no me lo permitían, mi energía se esfumaba—. ¡Sara!, no vas a morir, entiendes. No vas a morir. No lo voy a permitir. Veme. ¡Veme, maldita sea! —Sus gritos cargados de ansiedad y miedo lograron que hiciera lo que me pedía.

Soltó el aire cuando notó que lo enfocaba. Sudaba, y yo sólo podía pensar que él sería lo último que vería. ¡No, no quería! Deseaba conocerlo más, saber cómo funcionaba su cabeza, lo que sentiría al estar cerca de él, perderme en su voz una y mil veces. Era tan frustrante, tan espantoso.

Cuando el tiempo no es lo que pensabas, cuando se escapa entre las manos, la impotencia lo cubre todo. Ya lo había vivido y reconocer la sensación, de nuevo, me desmoronó.

—Sara, no cierres los ojos por nada, no dejes de verme, ¿comprendes? Vas a estar bien. Confía en mí, sólo no dejes de verme —ordenó agitado. Asentí con los párpados. Mis segundos estaban contados y él parecía no desear que fuera así. Sin embargo, yo me iría de ahí y quizá, con el tiempo, mi imagen en sus recuerdos se diluyera, desapareciera también.

De pronto fui consciente de cómo sus manos se introducían bajo mi blusa. Quise ver lo que hacía, repentinamente asustada, removiéndome con lo que me quedaba de fuerzas.

¿Por qué no me llevaba a un hospital? Aunque dudo que llegara con vida.

—Sara… mírame, confía en mí, mírame, no te haré daño. —Su voz era apremiante y dura, pero logró que le creyera, no había ninguna intención enferma en esos ojos, únicamente ansiedad.

Lo enfoqué de nuevo, estaba a segundos de caer en la inconsciencia. Volví a toser, pero no dejé de verlo, ya era lo único que me anclaba a la vida, lo sentía. Sus ojos comenzaron a clarear y sostenía mi mirada como apresándome en ella, pero no como solía, sino con una energía real que me absorbía, que me rodeaba, que me protegía.

No sabía si eso era posible, pero lo hacía, me tenía ahí, atrapada, aunque tampoco era que deseara escapar, dentro de todo el terror que bullía en mi interior, eso era lo seguro, así que me aferré sin oponer resistencia.

Comencé a sentir caliente donde me hirieron hacía unos momentos. La temperatura comenzó a subir al mismo tiempo que sus ojos cada vez se hacían más claros, lo podía ver a pesar de la oscuridad. Estaba muy concentrado, atento a mí.

Respirar empezó a ser cada vez más fácil, sin embargo, la sensación de ahogo no se iba. No entendía qué hacía, lo cierto era que no tenía miedo, ya no.

—Sara, respira, lento. Respira… no dejes de verme. —Intenté seguir sus instrucciones sintiendo cómo mi costado comenzaba a quemarse, a escocer. No pude evitar perder el contacto visual y poner mi atención en aquel fuego, porque así era como se sentía. Lo que vi me dejó perpleja.

Su mano estaba ahí, sobre mi costado, emanando luz violeta desde adentro, provocando que su piel se viera translucida. Giré de nuevo hacia él, asombrada, otra vez llena de temor.

¡Qué era eso! ¡Qué estaba haciendo!

—Luca…

—Sara, por favor, no te asustes… Vas a estar bien —rogó. Comencé a removerme sin poder comprender lo que sucedía. No, no iba a estar bien, estar con él no estaba bien.

Sujeté su brazo buscando quitármelo de encima, estaba hirviendo, lo quité enseguida, azorada.

—Quema… —chillé, agitándome, negando débilmente.

—Lo sé… Sólo confía en mí, te lo suplico, va a pasar. Respira.

¿Respirar? No podía ni pensar. ¿Qué diablos era todo eso? Ya estaba alucinando, no tenía otra explicación. Sin embargo, lo sentía demasiado real. ¡Dios! ¿Quién o qué era?

Tomé aire de nuevo, con temor de sentir el ardor de hacía unos segundos, pero no regresó, aunque el sabor a sangre continuaba. Luca me evaluó en silencio, entre temeroso y preocupado. Yo temblaba, sin embargo, no se alejaba.

No era real, no era real. Me repetí de forma frenética. Yo ya estaba probablemente sin vida y no era real.

Unos segundos después, en los que sus ojos se volvieron casi traslucidos de lo claros que eran, se tumbó a un lado quitando la mano de mi herida, respirando con dificultad, notoriamente fatigado.

No me moví, no hablé, no hice nada.

Mis pulmones estaban adoloridos, pero sanos, lo comprendí en ese momento. Ya no moriría, no por eso. Me mordí el labio, asustada, aterrada en realidad. Mi cabeza era un caos, no lograba ordenar nada en ella. De pronto, caí en la cuenta de que habíamos llegado a la camioneta sin más, no había salido de ahí conmigo en brazos, lo hubiera sentido, estaba segura.

Volteé a verlo más espantada que nunca, estaba desconcertada.

Luca parecía haber corrido un maratón. Tenía la cabeza recargada en el respaldo, su cuerpo estaba rendido. Me miraba con los ojos aún muy claros, aunque ya no tenebrosamente traslúcidos. Esperaba mi reacción.

Tragué saliva, pestañeé.

Intenté incorporarme, debía irme, salir de ahí, ¡ya!

Un mareo me hizo regresar a mi posición. Lo tenía a menos de treinta centímetros y pese a saber que debía tener pavor por lo que acababa de presenciar, pues sería lo lógico, no pude irme. Su gesto me generó algo que no supe descifrar, pero no era desagrado, sino lo contrario. Deseé, por un instante, pasar una mano por su cansado rostro que, aun así, seguía pareciendo esculpido en piedra.

Luca estaba asustado y agotado también.

—Perdiste mucha sangre… —habló con voz queda, al ver que volvía a recargarme. Asentí sin saber qué decir—. Tengo que sacarte de aquí. La policía está en camino y tú aún no estás bien —musitó despacio.

¿Sacarme de ahí? ¿Policía? Mi cabeza parecía una pelota de goma que rebotaba de una cosa a otra sin lograr comprender algo congruente.

Se irguió con mucho esfuerzo. Se acercó a mí, sigiloso, como midiendo mi reacción.

No me moví, con trabajos respiré y, por su forma de mirarme, supe que estaba convencido de que saldría gritando de ahí y, la verdad, de haber podido lo habría hecho. Lo cierto es que su cercanía sólo sirvió para entender que, pese a mi miedo, mi corazón deseaba salirse por mi garganta cuando estaba cerca, ahora de una manera más violenta, con mayor determinación.

Abrochó mi cinturón de seguridad lentamente.

—Cierra los ojos —me rogó, parecía rebasado por lo ocurrido, eso me tranquilizaba, por lo menos no era la única perdida en todo lo que sucedía, sin embargo, negué con seguridad, no quería perderlo de vista. Todo lo que estaba pasando era absolutamente extraño, irreal. Ni de loca lo obedecería.

Asintió afligido.

En un movimiento, que no tuvo nada de humano, apareció frente al volante, en la parte delantera de la camioneta. Di un respingo ante eso. Ahora me daba cuenta de que estábamos en su camioneta y que probablemente lleváramos ahí unos pocos minutos, y no horas como parecía sentir mi anatomía. Arrancó y salimos de inmediato.

De golpe recordé a mis amigos. Si a mí me habían herido, alguien podía haber muerto.

—Romina… todos —chillé intentando sentarme, de nuevo el mareo hizo que apoyara mi cuerpo contra el asiento.

¡Dios! Quería llorar hasta desvanecerme.

—Ellos están bien —espetó secamente estudiándome por el retrovisor.

Serpenteaba las calles de la ciudad con gran habilidad, como si eso también lo dominara. Sus palabras me dejaron por el momento tranquila, además, no quería hacerle más preguntas, tenía miedo de las respuestas.

Veinte minutos después ya entrábamos al fraccionamiento donde vivía, pero no nos dirigimos a mi casa.

—¿A… dónde me llevas? —pregunté preocupada, mi voz salió temblorosa, como si quisiera llorar.

—Sara, tu padre no te puede ver así. Iremos a mi casa a que te cambies y te limpies… Además, aún estás delicada —habló con suma paciencia. Fruncí el ceño sin comprender. Se detuvo en medio de la calle y giró hacia mí, culpable. Lo observé con cautela—. Cerré tu herida, sé que sequé la sangre en tu pulmón, pero no puedo reponer la que perdiste, sin ella todavía… —No completó la frase.

Comprendí lo que deseaba decirme. Mis fuerzas aún no regresaban, mis extremidades aún se encontraban entumidas y todo me daba vueltas. Era por eso.

—De acuerdo —acepté sin remedio. Sus ojos me atrapaban y su dolor, su confusión, lo alcanzaba a sentir casi como mío. ¿Qué estaba pasando? Además de toda la locura a mi alrededor.

Su casa se adentraba aún más que la mía en aquel lugar donde ambos vivíamos. Casi cuando parecía que la calle empedrada, que caracterizaba aquel lugar terminaría, un portón negro opaco que no permitía ver hacia dentro se abrió. Miré al frente, expectante, y con los débiles latidos de mi corazón a todo galope.

Las casas ahí eran de muchos tamaños, pero la de ellos, además de ser grande, se encontraba en medio de un jardín precioso. Flores, palmeras, árboles altísimos, una piscina del lado derecho bastante larga y que era fácil distinguir gracias a las luces que provenían de su interior, eso sin contar una pequeña cascada artificial que ahí desembocaba. Era bello en realidad.

Se estacionó frente a una construcción moderna, pero a la vez rústica, que no desentonaba con lo campirano del lugar. Varios escalones de piedra, pude apreciar, y una puerta de madera gruesa, oscura, que obstaculizaba ver la parte interior. Parecía de un solo piso, aunque ocupaba gran parte del terreno.

Apagó el motor y sin que me diera tiempo de pestañear ya abría la puerta.

¡Dios! Casi grito al verlo ahí. No me moví. Únicamente lo observé, con la respiración agitada, tanto como me lo permitía mi débil cuerpo.

—Te voy a desabrochar el cinturón —musitó despacio. Parecía cauteloso, era evidente que tenía miedo de lo que fuera a decir o hacer. Y, bueno, de poder hacer algo, lo que fuera, hubiese corrido, no mentiré.

Negué de inmediato, intentando ocuparme yo. Pero hasta hacer eso representaba un enorme esfuerzo, mis dedos temblaban, no me ayudaban. Mi falda estaba muy arriba, la blusa mal acomodada, tanto que me veía parte del sostén. Quería llorar, llorar hasta hartarme. Lo escuché resoplar, se acercó a mí muy despacio.

—Yo lo hago —dijo. En un segundo, literalmente, ya me había desabrochado el cinturón, acomodado la falda y la blusa. Me sacó cargando del auto. Lo observé aturdida—. Lo siento… Estoy nervioso… —musitó. Comprendí que sus disculpas se referían a lo rápido de sus movimientos.

No sabía qué hacer, aunque tampoco era como si tuviera muchas opciones, lo cierto es que algo dentro de mí sabía que a su lado estaba a salvo, por lo menos en ese momento. Su cuerpo estaba caliente, mucho, pero con el frío de la noche y el que yo sentía, era como tener un gran cobertor, lo agradecí en silencio. Sin poder pensar ya demasiado, pues me sentía al límite, recargué la cabeza sobre su pecho. Ya no podía más, luego me ocuparía de ordenar mi mente.

Lo escuché suspirar. La situación era macabra, lo cierto es que me sentía bien ahí, tan cerca de él; era como estar en paz. Una locura, lo sé.

La puerta se abrió sin que él hubiera hecho nada para que eso sucediera. Giré mi rostro agotada, con el corazón de nuevo alborotado, para ver con qué me toparía ahora. ¿Magia? ¿Gnomos? ¿Hadas? Ya nada parecía ser lo que creía, así que me di permiso de fantasear tanto como mi mente medio somnolienta podía. Por otro lado, la parte racional que habitaba en mí se negaba a creer nada que no pudiese tener una explicación, todo lo que en esa noche estaba sucediendo debía de tener una respuesta lógica y, en cuanto me sintiera mejor, la buscaría.

Un hombre igual de alto que ellos, pero mayor, se encontraba en el umbral. Debía rondar los treinta años, su cabello era lacio y lo llevaba casi tan corto como Hugo. Su complexión era ancha e igual de atlética que los otros dos. Sin embargo, sus ojos eran casi dorados, logrando así un contraste muy peculiar con su cabello castaño obscuro y tez trigueña.

De algo pude estar segura en aquel momento; ese hombre no era su padre, aunque definitivamente compartían mucha genética.

Se miraron en silencio por un rato, pero ninguno se movió. Hasta que el hombre chasqueó la boca, molesto, supuse por su expresión.

—Tú así lo quieres, ahora dime, ¿qué es todo esto, Luca? —Su voz era tan profunda como la de ellos, sin embargo, su timbre era más sereno y rasposo. Me escudriñó apenas por un segundo entornando los ojos, para luego volver a verlo a él.

—Yori, necesito que me ayudes, luego te explico —respondió sereno, pasando por un costado del hombre que no se mostraba nada contento con mi presencia.

La iluminación en el interior era tenue, supuse que por la hora, sin embargo, no pude apreciar nada, lo único que tenía toda mi atención era el gesto duro de Luca y la forma tan posesiva con la que me tenía sujeta.

Entramos a una recámara, volteé un poco para observarla, de nuevo el mareo. Lo único que alcancé a vislumbrar fueron unos ventanales de piso a techo ubicados al lado izquierdo, el suelo oscuro era de duela y había una tenue luz sobre una mesilla de noche.

—Sara, te voy a dejar sobre la cama… —habló despacio. Asentí mientras sentía la fría colcha en mi espalda, eso me provocó un pequeño temblor. Lo veía fijamente, con la mirada plagada de preguntas, de miedos, de desconcierto.

—¿Está herida? —preguntó Yori, perplejo al entrar, pasándose una mano por la frente, apretando la quijada. Supuse que ése era su nombre, pues Luca así se había referido a él hacía unos segundos. Me acurruqué, o por lo menos lo intentaba, estaba tan asustada que no planeaba quitarles los ojos de encima.

—Ya no… —aseguró. Yori dejó de observarme para trasladar su atención a mi salvador, se veía claramente furioso.

—¡Qué hiciste, Luca! —Su voz estaba cargada de advertencia.

—La… sané —Él mismo parecía incrédulo ante su afirmación, perdiendo la atención en sus manos, abriéndolas frente a sí.

No, no lo soñé, no lo imaginé, comprendí de inmediato, lo cierto era que me tranquilizó notar que para Luca también era nuevo eso, que lo tenía igual de azorado que a mí.

—¿Pero qué carajos pasa contigo? Me niego a continuar la conversación de esta forma —gritó sin reparar que yo aún seguía ahí. Luca se ubicó entre él y yo, como protegiéndome. Comencé a transpirar sin control, debía salir de ahí, rápido.

—No será de otra manera, no mientras ella esté aquí. Escucha, hubo un problema en la fiesta, hirieron a Sara, estaba muriendo. Sentí que debía hacerlo… —le explicó.

Yori me evaluó al tiempo que tomaba una bocanada de aire.

—¿Sabes lo que significa esto? ¿Sabes los problemas que puede acarrearnos?

—No pasará nada, y no quiero discutir enfrente de ella. Perdió mucha sangre y no la veo bien. Además, date cuenta, parece querer salir corriendo de aquí, no se lo hagas más difícil —le pidió conciliador.

Yori se llevó las manos al cabello y dio media vuelta, para después enfrentarse de nuevo a Luca que permanecía quieto, atento a sus reacciones.

—¿Y qué esperabas? ¡Por los dioses! Prometiste no inmiscuirte, no acercarte más. Sabía que esto sucedería, debí haberte alejado. ¡Carajo!

—Ya te dije que no quiero discutir, está asustada y evidentemente no puedo llevarla a un hospital ahora, no entenderían la pérdida de sangre, ni nada. —El mayor se recargó en la pared que estaba junto a la puerta. Nos miró a ambos sopesando la situación—. Si no me ayudas entonces sí estaremos metidos en un buen problema. Sabes qué hacer.

—Luca, estás loco, esto es una locura. —Me señaló desconcertado. Me abracé con mayor fuerza.

Dios, ¿en dónde estaba?

—Yori, estamos perdiendo tiempo —le hizo ver, con tono apremiante. El hombre volvió a aspirar profundo y asintió al fin.

—De acuerdo, ¿dónde están Hugo y Florencia?

—En la fiesta, iban a intentar ayudar.

—Está bien, conseguiré todo, no tardo. No te muevas de aquí y no hagas más tonterías, mira que esto ya es más de lo que podré explicar alguna vez. —Y salió.

En cuanto me quedé sola con él, giré mi rostro hacia las grandes ventanas que no tenían las cortinas corridas y daban al iluminado jardín. Sentía las lágrimas escocer en mis ojos, aferré la tela sucia de mi blusa, nerviosa. No comprendía nada y tenía miedo, mucho miedo. Millones de dudas y preguntas surgían, pero no me atrevía a decir nada, hasta respirar me angustiaba.

—¿Sara? —Se escuchaba tan agotado, preocupado. No giré, de reojo lo vi acercarse, esta vez con una velocidad casi humana. Apreté aún más mis puños—. Sé que tienes miedo, y… lo lamento, no quise meterte en esta situación. Pero te juro que no te haré daño. —Su voz seguía provocando en mí esa descarga eléctrica que inundaba cada parte de mi ser. Junté el valor necesario y volteé, estaba a un par de metros, ansioso y acongojado. Pasé saliva con dificultad.

—Me… me salvaste la vida… Sé que no me… lastimarás —susurré buscando, sin entender por qué, hacerlo sentir mejor. Jamás hubiera imaginado a Luca así, tan vulnerable. Por otro lado, lo creía de verdad. Sonrió sin alegría. Su cabello estaba revuelto y su mano derecha aún tenía sangre, mi sangre.

—Nunca, jamás —aseguró convencido. Dio un paso más hacia la enorme cama de colchas color perla, y que ya debía estar manchada con el líquido rojo que aún se hallaba en toda mi ropa. En seguida busqué retroceder, no lo podía evitar—. Sara… —soltó mi nombre con tono torturado—, no me temas, por favor —suplicó. Pero por mucho que deseara comprender todo, no podía, no en ese momento. Giré de nuevo mi rostro al lado contrario.

—Luca, qué pasó con mis amigos. —Cambié de tema, lo cierto era que sí deseaba saber. Lo escuché suspirar. Lo encaré de nuevo, llorosa—. Gael, Eduardo… Ellos… no creo que hubieran podido… —Recordar todo comenzó a perturbarme, mis nervios estaban a punto del colapso, lo sentía. Cambió su gesto al escuchar esos nombres, pero enseguida lo suavizó. Parecía contenido.

—Sara, tranquila —dijo desde la distancia.

—¿No entiendes? Esos chicos estaban locos, llevaban armas y si me hirieron a mí probablemente… ¡Dios, Romina! —chillé intentando levantarme, él fue más rápido y sentí su tacto caliente sobre mis hombros. Estaba de nuevo muy cerca de mí. Gemí asustada.

—Sara, no te muevas, no es un juego lo que te dije sobre tu condición. Quédate quieta, por favor. —Parecía un tanto molesto. Asentí tragando saliva, temblando. De pronto, sin comprender por qué, tenerlo así de cerca me provocó unas enormes ganas de pasar una mano por su cabellera negra. Lucía muy cansado, incluso parecía tener unas pequeñas ojeras que hacía unas horas no.

Estaba muy cerca, demasiado. Me soltó en cuanto me tocó, y luego se alejó—. Hablaré con Hugo, pero tú no te muevas —ordenó.

Y arriesgarme a que me diera un paro cardiaco, no, así que volví a asentir, sintiéndome muy fatigada, incluso adormilada. Los párpados comenzaron a cerrarse en contra de mi voluntad. Lo vi marcar y pegarse el celular a la oreja. Arrugué la frente al observarlo hacer aquello, me pareció ridícula la pura acción.

—Hugo… —No dijo nada en casi toda la conversación. Yo luchaba por no quedarme dormida, necesitaba saber lo que había sucedido—. De acuerdo, aquí. —Colgó en menos de un segundo mirándome, preocupado—. La policía llegó y los detuvo. Al parecer tú fuiste la única que salió herida de gravedad, a otra chica le rozaron el brazo y hay otro más al que le lastimaron una pierna, los demás fueron golpes y unas cuantas costillas rotas. Romina sabe que estás conmigo, ella y… los demás, se encuentran bien —concluyó.

Cabeceé, la inconsciencia me absorbía pese a que buscaba evitarlo. Me venció sin que me percatara.

Desperté y no reconocí dónde estaba, giré lentamente y vi que tenía conectada a mi brazo una delgada manguera transparente por la que pasaba un líquido rojo. Pestañeé varias veces, desorientada. De repente mi memoria regresó, despertándome por completo. Me erguí sin pensarlo, asustada, pero unas manos me regresaron a mi posición.

—Despertó. —Era la voz de una mujer. Volteé. Florencia me sonreía con su cara de portada de revista.

Había una luz tenue y yo estaba bajo las cobijas. Estudié mi cuerpo, ya tenía ropa limpia. De inmediato regresaron las pulsaciones rápidas, el miedo, todo.

—Teníamos que deshacernos de lo que llevabas puesto, espero que no te importe —apuntó con ternura al ver mi reacción. Parecía de lo más fresca, como si eso le ocurriera cada tanto. Sin poder evitarlo y embargada por la preocupación, lo busqué con la mirada. Estaba en un sillón, a un costado de la cama, casi detrás de ella. Florencia se hizo a un lado—. No te preocupes, Sara, todo está bien, tú estás bien —habló con dulzura. Ella parecía muy amigable y bastante más relajada que ese tal Yori.

Luca me evaluaba sin moverse en lo absoluto, se veía más cansado, su boca era tan sólo una delgada línea. Observé mi brazo, consternada hice ademán de quitarme eso que me estaban introduciendo. ¡No tenían idea de mi tipo de sangre! Si eso era lo que me estaban poniendo.

—No, no te lo quites, es A positivo, está limpia y la necesitas para mejorar —la chica me pidió con voz calmada, llena de una serenidad abrumadora. Le creí.

—¿Qué… hora es? —Quise saber. Tenía que llegar a casa.

—Las dos… —me mordí el labio interno, intentado sentarme, pero me costaba mucho.

Luca hizo ademán de acercarse a mí para ayudarme, pero de inmediato sus ojos se posaron en los míos, dudosos. Florencia nos observó a ambos sin hacer ni decir nada. Un segundo después él me ayudó a incorporarme, alejándose de inmediato, mostraba una timidez tan extraña.

—Tengo que llegar a mi casa —susurré con la garganta seca. Él se dio cuenta de mi dificultad para hablar, me tendió un vaso con jugo de naranja y un popote. Lo tomé, desconcertada. Todo parecía irreal.

Se volvió a acomodar en aquel sillón. Su cabello negro, con sus rizos desordenados, su rostro inescrutable, su quijada tensa y esos ojos que me envolvían estaban más claros que nunca.

—Ya casi termina la trasfusión, en cuanto eso suceda te llevaré —musitó serio.

—¿A qué hora debes regresar? —Florencia ya estaba parada a los pies de la cama. Llevaba puesto un conjunto deportivo negro y su cabello sujeto en una coleta alta, no parecía haber estado envuelta en todo lo que pasó, al contrario.

—Antes de las tres. —Yori ingresó en ese momento. Parecía más tranquilo, incluso me sonrió. Sin embargo, no pude evitar encogerme un poco.

—Veo que está mejor —apuntó. Luca asintió sin dejar de observarme—. Tienes que marcharte, nosotros nos encargaremos de que llegue a su casa —ordenó. Miré a Luca frunciendo el ceño. ¿A dónde debía irse? Tenía los codos recargados en sus largas rodillas y continuaba estudiándome. Mis latidos se aceleraban a cada segundo y no sabía qué de todo lo provocaba.

—Hasta que no la deje yo ahí, no iré —zanjó. Yori puso los ojos en blanco posando una mano sobre su hombro. No podía dejar de verlos.

—Luca, ella ya está bien, no seas necio. Flore y yo la llevaremos —propuso. Florencia asintió mirándolo, preocupada.

—No, lo haré yo, después iré… —repitió. Yori resopló.

Fue evidente para todos que no lo moverían de ahí. Lo cierto era que prefería que así fuera. No quería que me dejara con ellos, en esa casa, de sólo pensarlo mis palmas sudaban.

—Luca, no debes llevarte hasta este límite, no es necesario. No sabemos las consecuencias que puede generarte esto, ninguno ha hecho algo semejante nunca. —La voz de Florencia sonaba molesta.

—Dejen eso ya. No iré. —Y giró hacia mí, ansioso, notando mi preocupación, yo me aferraba a las sábanas con fuerza—. Sara, no te dejaré sola, de acuerdo, no hasta que estés en tu casa, ¿sí? —Asentí más tranquila, pero también inevitablemente intrigada. ¿A dónde debía ir? ¿Qué estaba pasando conmigo?

—Ya veo que no cambiarás de parecer. Como gustes. —Yori se acercó a la bolsa que contenía la sangre y la evaluó. No comprendía cómo era que tenía eso conectado a mí, ¿de dónde lo habían sacado? ¿Cómo sabían mi tipo de sangre? ¿Era médico? Lo observé, más confusa—. Veinte minutos… —Luca asintió aún serio. Yo no cesaba de mirarlo fijamente. Florencia y Yori desaparecieron un segundo después, sin decir nada.

—¿Cómo te sientes? —me preguntó desde su lugar. Bajé la vista hasta las sábanas, alisándolas. Al borde de un ataque de nervios, era la respuesta, pero preferí no decirlo en voz alta.

—Mejor, aunque no es necesario que…

—No discutiremos eso, Sara, te llevaré yo. Soy consciente de lo asustada que te encuentras ahora mismo, puedo sentirlo. El miedo, las dudas. Así que pese a saber que estar a mi lado no es lo que elegirías si las cosas fueran distintas, en este momento soy al que conoces.

—Luca… me estoy volviendo loca, ¿no es así? —se lo preguntaba en serio. Sonrió triste y negó con un débil movimiento de cabeza. Asentí, regresando mi atención a las sábanas—. ¿Qué debo decirle a Romina? —susurré intentando cambiar de tema.

—Lo que tú decidas —admitió con suavidad. Lo miré sin comprender.

—¿No te importaría que le dijera la verdad? —indagué incrédula. Negó sereno y evidentemente más cansado. Fruncí el ceño y, de pronto, lo entendí.

—No entiendo nada —admití con voz temblorosa.

—Sara, debes estar tranquila, además, yo jamás te obligaría a hacer algo que no quieras, así que di lo que desees. —Su forma de actuar conmigo, tan delicado, suave, sigiloso, además de sus palabras, me dejaban perpleja y debo admitir que a una aparte de mí, lo cual no lograba comprender, le agradaban más de lo que debería.

—No se lo diré a nadie, Luca, después de todo te debo la vida —expresé con seguridad. Hice una pausa intentando encontrar algún sentido a todo aquello, pero no lo logré—. Sólo dime, ¿qué es lo que has pensado que debo decirle a Romina y al resto? En este momento mi cabeza es un torbellino, no logro hilar una idea con otra, incluso tengo miedo de estar en medio de un sueño porque lo ocurrido no puede ser real —expresé con voz ahogada. No pareció sorprenderle mi pregunta.

—Que te lastimaron la quijada… —Recordé ese golpe que no me dolía—. Yo te encontré en medio de la confusión y te saqué de ahí. Tú estabas muy asustada, te traje a mi casa, mi tío te ayudó a pasar el mal rato y te atendió el golpe. No querías que tu padre te viera así.

Bien, prácticamente no mentiría, únicamente omitiría una parte de la historia y eso me hizo sentir más tranquila. Después de todo, cómo diablos explicaría que él hizo «eso», lo que sea que hubiese sido y en lo cual no deseaba pensar en ese momento porque terminaría gritando.

—Yori no es tu padre, ni tu tío, ¿verdad? Tampoco doctor —deduje. Me dio la razón, bajando la vista hasta sus pies. Durante unos minutos no dijimos nada. El silencio estaba plagado de sentimientos contradictorios, tanto que podía percibir cómo viajaban por mi piel, por mis poros hasta los suyos, y viceversa.

—Recuéstate —me pidió en lo que pareció un ruego. Le hice caso, pese a sentirme mejor, era consciente de que aún mis fuerzas no estaban del todo restablecidas. Volqué mi atención en las ventanas, que ahora tenían unas cortinas blancas enrollables, completamente cerradas. Yori volvió a entrar unos minutos después en los que no volvimos a hablar.

—Listo. —Se acercó hasta mí y me quitó la aguja con mucho cuidado y maestría, mi pecho se contrajo al verlo actuar tan cerca—. Intenta descansar mañana y come bien. El lunes estarás como nueva, ¿de acuerdo? —Acepté sujetando un algodón con alcohol que me había dado para que lo colocara donde había entrado la aguja. De mis labios no salió ni media palabra, por lo menos para agradecer.

—Luca, llévala y luego te vas.

—Gracias, Yori, eso haré. —Ambos colocaron las manos sobre sus hombros serios, era como si se dijeran algo que sólo ellos podían comprender.

En cuanto se fue, hice a un lado las cobijas y me senté sin desear perder más tiempo. Aún llevaba mi falda, que por ser negra no parecía sucia y otra blusa, similar a la anterior, pero me quedaba grande, aunque no se me caía. —Supuse que era de Florencia.

Luca se acercó a mí en cuanto me incorporé y pasó un abrigo por mis hombros. Lo miré de reojo, temblorosa.

—Gracias. —Intenté ponerme de pie. Todo dio vueltas, lo cierto es que no como hacía unas horas o minutos… No tenía noción del tiempo. Se acercó de inmediato y me obligó a sentarme de nuevo. Pasé una mano por mi frente, ansiaba ya estar en casa, olvidar todo aquello, aunque sabía que jamás lo lograría.

—Aún no te encuentras bien —musitó como maldiciendo, su voz estaba plagada de preocupación. Respiré profundo y me volví a poner de pie, ignorándolo. Esta vez el mareo no llegó, no tan fuerte por lo menos—. ¿Puedes? —Quiso saber al lado de mí.

—Sí… —susurré buscando parecer autosuficiente y comencé a caminar de manera torpe rumbo a la salida. Dios, mis pies no me ayudaban mucho, los sentía pesados. Cerré los ojos, molesta, nerviosa.

—Maldición. —En ese momento volé por los aires quedando de nuevo atrapada en sus brazos de hierro ardiente. Di un respingo al comprender lo que hacía.

—Yo puedo… —protesté agarrada de su camiseta limpia, conteniendo el aliento.

—Mientes. Además, debes guardar energías para subir las escaleras de tu casa. —Tenía razón, así que no protesté más.

De nuevo, al salir, no me pude fijar en nada, sólo en él y en su agotado rostro. Sus ojos parecían no tener el brillo de siempre, de hecho, el líquido con movimientos que los caracterizaba no estaba, lucían estáticos. Poder escudriñarlo de esa manera era algo que había ansiado desde hacía tantas semanas, y ahora que podía, comprendía que no tenía idea de quién era. Mi corazón se contrajo ante ese descubrimiento.

Me acomodó sobre el asiento del copiloto con una facilidad impresionante, parecía no hacer más esfuerzo del que yo ponía cuando tomaba una hoja de papel entre mis manos.

Manejó en silencio hasta mi casa. Se estacionó frente a la cochera que, en mi caso, era abierta.

Sentí que habían pasado siglos desde la última vez que había estado ahí. Mi auto y el de mi padre estaban estacionados, sus palabras en el comedor antes de que me fuera, mi hermana dormida plácidamente en su recámara sin sospechar los misterios que el mundo encerraba.

¿Qué hubiese sido de ellos si Luca no me devuelve la vida?

Apreté los puños, con un nudo enorme en la garganta. Suspiré afligida.

Abrí la puerta sin tener la menor idea de qué protocolo seguir.

—Gracias —dije bajito, sin atreverme a encararlo. Comprendiendo que esa palabra quedaba pobre ante lo que hizo, pero sin saber qué otra cosa decirle.

—Sara… —Lo miré temerosa.

—Cuando regrese, si tú quieres… hablaremos.

—¿Tardarás mucho? —Mi pregunta sonó de lo más fuera de lugar, sin embargo, ésa era mi genuina preocupación. Él no pareció notarlo.

—Mañana estaré aquí por la noche, o mucho antes —dijo. Asentí estudiando la oscura calle.

—¿Contestarás todas mis preguntas?

—Siempre.

—¿Con la verdad?

—Sara, mírame —rogó. Lo obedecí con las palpitaciones desbocadas. El miedo entremezclado con lo que me provocaba su cercanía. El haber estado a punto de morir hacía unas horas, no me permitía actuar con normalidad o como sea que se debiera actuar en una situación semejante—. Te juro que nunca te he mentido y que jamás lo haré. —Por un momento no reaccioné, cuando me di cuenta de que no me movía, asentí perdida en sus ojos muy claros.

—Es mejor que me vaya. —Bajé de la camioneta sintiendo que me pesaban los pies. Escuché que su puerta se abría y de nuevo volaba en el aire—. Para de hacer eso —me quejé sin mucha convicción.

—No me gusta dejarte así —caminó hasta la puerta a paso normal, conmigo a cuestas, ignorando mi queja.

—Estaré bien. —Me bajó justo en la entrada, sacó la llave de mi bolso y abrió. De repente se acercó hasta rozar mi oreja—. Te veo arriba. —Torcí el gesto, confusa. Desapareció, miré a mi alrededor extrañada. Sólo quería mi cama y no pensar, si era posible.

Cerré la puerta tras de mí a prisa y subí sintiendo cada escalón más alto que el anterior. Rogaba que mi padre no se despertara y se diera cuenta de mi condición. Cuando al fin llegué a mi habitación, me encerré soltando el aire.

Prendí la luz al tiempo que me quitaba las sandalias, alcé levemente el rostro y… lo vi. Estaba de pie a un lado de mí. Casi grito del susto, pero me llevé una mano a la garganta sintiendo mis pulsaciones frenéticas.

¿Qué hacía ahí? ¿Cómo?

Pestañeé aturdida, ya no podría soportar algo más por esa noche, ni en un buen tiempo, aunque sospechaba que tendría que hacerlo.

—Ahora estás en tu casa sana y salva —declaró inspeccionándome. Su voz era una mezcla de alegría y ansiedad que me congeló. Se acercó hasta quedar a veinte centímetros de mí. Dejé de respirar. Elevó lentamente una de sus manos, temblorosa, hasta mi mejilla. Mi corazón brincó, gritó y se sacudió como si fuese un maldito demente—. Cuídate, ¿sí? —asentí sin remedio al sentir su tacto sobre mi piel, de esa forma tan peculiar, íntima, cargada de significados que ninguno entendía.

Era un disparate que en medio de toda aquella locura eso fuera en lo único que verdaderamente me fijara. Un segundo después acunó mi barbilla y la acercó despacio hasta su boca, pero sin rozarnos. Su aliento chocó con el mío, cerró los ojos aspirándolo deseoso.

Me hallaba estática, sólo podía disfrutar lo que su contacto generaba en mí y su olor que envolvía todos mis sentidos, era alucinantemente delicioso, desconocido. Era Luca, me repetí, sólo él, ese chico que me enloquece, que había cambiado en semanas mucho de mi interior sin siquiera sospecharlo, sus silencios, sus palabras, sus ojos. Era él, pero sentía que apenas lo conocía.

—Debo irme. —Un segundo después de eso ya se encontraba a un par de metros de mí. Sus movimientos eran imperceptibles y… aterradores. Aparecía y desaparecía así, sin más.

Pestañeé sin poder recobrarme, sintiendo las terminaciones nerviosas ya muy agitadas, expuestas. Y sin decir nada, su imagen se evaporó. No hubo humo, efectos visuales, nada, simplemente se desvaneció sin que mis ojos pudieran registrarlo.

Mi corazón, todavía débil, latía de manera dolorosamente irregular. No deseaba pensar, no quería, de lo contrario enloquecería, o ya lo había hecho.

Varios minutos después mis piernas se doblaron, me sujeté del muro más cercano. Sacudí la cabeza, cerrando los ojos. Necesitaba dormir.

Me metí al baño, me observé en el espejo por un minuto, estaba muy pálida, mi cabello estaba ondulado de varias partes, un moretón adornaba mi quijada pero nada de sangre.

Dejé salir un largo suspiro, mientras con lágrimas me logré despintar, me puse la piyama y me metí bajo las cobijas, convencida de que no podría dormir, no después de lo que había pasado las últimas cuatro horas; dejé que el líquido salado, que no paraba de salir de mis ojos, humedeciera la funda de mi almohada. Unos segundos después, me perdí en la inconsciencia.

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