Luna

Luna


Capítulo 11

Página 14 de 35

Milagrosamente llegué a tiempo, tuve uno de esos días de suerte en los que hay pocos autos y todo fluye de manera perfecta. Algo bueno después de lo ocurrido hacía unos minutos, pensé mientras caminaba por los pasillos del colegio.

Justo en la entrada de mi salón, estaban él y Hugo conversando. Al parecer la suerte del poco tránsito lo había favorecido más que a mí, o quizá tenía algún extraño don para apartar autos del camino. Casi río ante mis tonterías, por lo que me exigí tomar con más seriedad todo esto.

—Buenos días… —saludé con frialdad cuando pasé a su lado, aún sentía rencor por lo que hablamos. No supe si respondieron porque tampoco me quedé ahí a esperar que lo hicieran. Me sentía nerviosa, sí, mucho, pero también molesta de que ni siquiera me diera la posibilidad de entender qué ocurría en realidad ni de conocerlo.

En la siguiente materia llegamos ambos casi al mismo tiempo. Nos miramos sin saber qué decir. El ambiente entre nosotros era notoriamente extraño, tenso.

—¿No se van a saludar? —indagó Romina a un lado de mí, confusa. Lógicamente no entendía el porqué de nuestra indiferencia.

—Hola —musité desviando mis ojos de los suyos, que eran bastante oscuros. Me sentía irritada, asustada también, debo admitir, pero no tanto como lo primero. Sin embargo, deseaba comprenderlo, en serio que sí.

—Buenos días, Sara. —La forma en la que lo dijo envolvió mi pecho, mi piel. Giré hacia él, aturdida, clavando mi atención en su rostro, escrutándolo con cautela. Aunque mi respiración iba a un compás discorde, jamás me había sentido más tranquila. Sonreí, asintiendo.

Ya en mi lugar, observé su espalda. ¿Qué estaría pasando por su cabeza? ¿Qué ocultaba? ¿Habría más como él? ¿Cuál era su situación? Dios, si me daban un pergamino lo llenaba con preguntas; lo cierto es que Luca parecía no desear que lo hiciera y prefería, por lo que era, no acercarse más a mí. Quizá era lo mejor.

—¿Cómo estás, Sara? —preguntó Eduardo al acomodarse, tenía un par de rasguños en la frente y un hematoma a un lado de los labios.

—Bien… —Gael venía tras él, me escudriñó serio—. Hola, Gael —lo saludé sin prestarle mucha atención. Tenía una mano vendada y en el rostro tenía varias contusiones más que Eduardo.

—Así que, ¿tú y Luca? —susurró muy cerca de mi oreja. La sensación me desagradó. Volteé molesta, no estaba para eso.

—Yo y Luca, ¿qué? —lo desafié apretando la quijada. Se sentó de nuevo, negando.

—No es el momento —señaló levantando la vista hacia el aludido precisamente. Éste estaba completamente rígido en su asiento, mirando de reojo, sin poder ocular su molestia.

Entorné los ojos. ¿Era en serio? Entre ellos dos me terminarían de enloquecer, lo juro.

La hora no fue tan terrible como sospeché. Eduardo, que estaba a mi lado, se dedicó a hacerme una reseña de lo que había ocurrido en la fiesta una vez que me fui. Gael nos ignoraba deliberadamente, se puso a hacer solo el resto del trabajo y nos lo pasaba cuando su amigo se lo pedía. Por tanto, sin queja y sin perder nada de la clase, pude incluso relajarme y reír. Me hacía falta.

Cuando íbamos a entrar a la cafetería, Gael me sujetó del brazo con cierta duda, apartándome del camino.

—¿Podemos hablar? —me preguntó con voz tranquila.

Asentí, era el momento.

Anduvimos uno al lado del otro sin decir media palabra, llegamos a una zona un tanto arbolada y bastante solitaria del colegio. Chasqueando la lengua se detuvo, suspirando, perdiendo la vista en el cielo que estaba adornado por nubes pomposas y bien blancas.

—Sara, ¿estás jugando conmigo? —soltó, bajo la vista un poco inquieto.

—Gael, tú sabías desde el principio que no sentía nada por ti —argumenté con simpleza. Su quijada se tensó.

—Pero me hiciste creer lo contrario, saliste conmigo —me respondió cruzándose de brazos, arqueando una ceja, como esperando mi respuesta a todo aquello. Metí las manos en los bolsillos de los jeans, arrugando la frente.

—No es verdad, salimos un par de veces, nos la pasamos bien… Eso es todo… No significa que sienta algo más que amistad por ti.

—Pero por Luca, sí —aseveró. Su voz estaba cargada de reclamo y celos. Me sentí culpable por un momento. Torcí la boca, dejando salir el aire contenido. Yo sola me metí en eso, debía salir sin herirlo, pero no tenía idea de cómo y su postura ya me estaba irritando.

—A él no lo metas, esto es entre tú y yo…

—¿No te das cuenta de cómo te mira? No te hagas la ingenua. —Ya estaba más cerca y levantaba la voz.

Apreté los puños a los costados de mi cadera. Eso sí que no me gustaba y no pensaba tolerarlo.

—No me hables así, Gael —le advertí, la furia comenzaba a apoderarse de mí debido a su postura intimidante, que conmigo no funcionaría. Lo miré fijamente, retadora.

—Sara, por Dios, te vi, estabas hablando con él cuando desapareciste y luego «mágicamente» él es quien te saca de la fiesta cuando todo se pone mal —expresó con doble sentido.

¡No, hasta ahí llegaría!

La ira se agolpó en mi cabeza en cuestión de segundos. Mi vida era algo que no lograba definir en esos momentos y que se pusiera de esa manera, me crispó.

—Cuando «tú» lo pusiste mal, querrás decir.

—¡De qué diablos hablas! —rugió.

—¡De que si tú no hubieras pretendido hacer alarde de tu fuerza nada hubiera sucedido!

—¡Estás diciendo que fue mi culpa! —me gritó molesto. No me amedrenté ni tantito.

—¡Sí!, en parte sí. No te das cuenta que alguien pudo haber muerto. Te gusta que te noten, eres posesivo y demasiado ególatra, e insistente —expresé con hastío. Agarró mi brazo acercándome a él hasta tener su aliento sobre mí.

Dejé de respirar, asombrada. Eso no lo esperaba, nunca lo había visto tan molesto ni lo creía capaz de comportarse de ese modo. Apreté los dientes con rabia, lista para zafarme. Eso era demasiado, una bofetada era lo menos que se merecía.

—Suéltala.

Ambos volteamos. Luca estaba a un par de metros de nosotros con los puños apretados. Gael me soltó enseguida.

—No te metas, Luca, esto no te incumbe —gruñó irritado. Su voz estaba cargada de amenaza. Mis manos comenzaron a sudar, miraba a uno y al otro a la vez.

Los ojos de Luca, aun a la distancia, se veían negros como el carbón y tenía problemas para mantener la respiración regular. Gael iba a darse cuenta. ¿Qué debía hacer?

—No vuelvas a tocarla de esa forma, nunca —rugió. Su mirada era lo más aterrador que jamás hubiese visto y tenía peligrosamente contraídos cada uno de los músculos de su rostro. Pestañeé con el corazón enloquecido por el temor, por la preocupación, todo estaba entremezclado.

—No le… estaba haciendo nada. —Ante la advertencia de Luca, Gael se relajó y comenzó a trastabillar. Hugo apareció en ese momento y estudió la escena, sereno, con los ojos entornados.

—No me lo pareció, Gael, tomarla por el brazo y de esa forma no es educado de tu parte —expresó.

¡Dios! Me sentía clavada en el césped. Parecía que Luca tenía que poner todo de su parte para contenerse. Gael ya se encontraba en un plan conciliador, eso era evidente.

—Luca, no quiero problemas… —Se volteó hacia mí, arrepentido—. Lo siento, no estoy en mi mejor momento —se disculpó pálido, supongo que notaba al igual que yo lo aterrador de su expresión, pero no sé si de la misma manera.

Asentí algo nerviosa, pero sin responderle. Un segundo después se alejó, dejándonos a Luca, a Hugo y a mí solos.

De inmediato puse mi atención en el chico que robaba mis pensamientos, me sentía alterada. Rodeé mi cuerpo con mis brazos, pasando saliva.

Caminé hasta él, algo dentro de mí tenía la absurda necesidad de tranquilizarlo, de que volviera a ser el que solía. Sin embargo, seguía luciendo igual de alterado. No me importó, quería estar cerca de él.

—No, Sara, quédate ahí.

Había dado un par de pasos cuando la voz de Hugo me detuvo.

Luca temblaba y transpiraba sin control, parecía estar a punto de una convulsión. Miré a mi alrededor para ver si seguíamos solos. Así era, me froté los brazos, preocupada por su condición, pues no lucía bien.

—La tierra… —sugirió Hugo serio. Luca se agachó. Colocó las palmas de sus manos completamente abiertas sobre la superficie. Un olor extraño comenzó a emerger. No comprendía qué era lo que ocurría, pero a esas alturas sabía que era parte de lo que él en realidad era, aunque no tuviese idea de qué—. Luca, debes irte —dijo, sin mostrar alguna emoción.

Pestañeé confusa al escuchar de nuevo a su amigo. Éste aceptó sin levantar la vista, ahí en cuclillas, a unos metros de mí.

¿Irse? Me llevé las manos a la cabeza, aturdida.

—¿Qué pasa? —Al fin me animé a preguntar con voz temblorosa. Hugo se colocó en medio de nosotros, como protegiéndome. Luca alzó la vista desde su posición, fijándola en mí.

Jamás imaginé verlo así, estaba perdido, apesadumbrado y muy arrepentido. Negó cerrando los ojos, pero no habló. Jamás me imaginé lo que me dolería sentir su dolor, pero era demasiado consciente de él, de su sentir.

—Sara, regresa a la escuela —ordenó Hugo, estaba a menos de medio metro de mí.

¡Con un demonio, yo necesitaba saber qué estaba ocurriendo, qué era toda esa maldita locura! Mis ojos se empañaron, me negué. Todo eso me estaba llevando a mi límite y lo peor era verlo así, afligido, profundamente abatido.

—No, quiero saber qué sucede, necesito que me lo digan… —supliqué. Hugo observó a Luca y luego a mí.

—No puedes acercarte a él.

—¿Por qué? —pregunté muriendo de ganas de hincarme a su lado y colgarme de su cuello. Era ridículo, estaba sufriendo, era evidente.

No lo soportaba, no podía.

Sara… vete.

La voz de Luca me tomó por sorpresa. Parecía súplica. No me moví, pero sí busqué sus ojos, esos que me llamaban.

Por favor.

Susurró con voz ahogada, cargada de un dolor hiriente.

Un sudor espeso recorrió mi cuerpo, abrí los ojos de par en par y me cubrí la boca, azorada. No había movido sus labios. ¡Luca no había usado la boca para hablarme!

Me sentí mareada. No podía creer lo que pasaba, eso era demasiado. Él hablaba en mi… ¿mente? Estaba paralizada, ahí, en medio de aquel enorme jardín, sola con ellos.

Resolveré todas tus dudas, ahora regresa a la escuela, te lo ruego.

Transpirando y sin entender cómo lo logré, regresé, pero con un millón de preguntas más y verdaderamente asustada, aterrada. Temblaba sin parar. Mi cabeza era un torbellino repleto de pensamientos que no tenían lógica, pero que a la vez encajaban.

¿De verdad me había hecho eso? ¿Era posible?

¡Maldición! Cómo podía dudarlo, lo que había ocurrido en las últimas cuarenta y ocho horas no tenía explicación alguna.

Entré a uno de los sanitarios, me eché agua en la cara, en el cuello, con la intención de que mis nervios dejaran de atormentarme. Mi rostro parecía congelado, decidí que ir a la cafetería era lo mejor, no quería estar sola. Al llegar a mi destino, solté el aire. Por suerte ahí nadie parecía saber nada. Gael no estaba en la mesa. Lorena y Sofía hablaban con un par de chicas sobre los pormenores de la catastrófica fiesta. Me senté, me ignoraron completamente, cosa que agradecí. Romina se daba cuenta de que algo ocurría, sin embargo, no me preguntó.

¿Qué diablos estaba ocurriendo?

Todo lo que mis ojos habían visto no era cierto, ¿o sí? La realidad, mi realidad, se estaba mezclando de una forma un tanto torcida con aquella ficción. Telepatía, salvarme la vida, tener esa fuerza, aparecer y desaparecer sin más, su constante cambio de color de ojos, ese líquido caliente cuando me tocaba y su temperatura corporal notoriamente elevada.

No era humano, eso era un hecho… Pero entonces, ¿qué? Sentí un escalofrió viajar por mi piel. No tenía ni idea de con qué estaba tratando y por mucho que intentaba, sólo podía pensar en los héroes o monstruos de las películas. Nada más.

Romina y yo caminamos juntas a la clase de Inglés.

—¿Qué fue eso entre tú y Luca? —Su pregunta me tomó desprevenida, no sabía a qué se refería exactamente, o a qué de todo—. Te gusta, ¿no es cierto? —Parecía un tanto decepcionada. La miré torciendo los labios, entornando los ojos.

—Sí…

—¿Desde cuándo? —preguntó, serena.

—Desde hace un par de semanas, supongo.

—Sara, ¿por qué no me lo habías dicho? —me interrogó. Me encogí de hombros—. Pensé que confiabas en mí —expresó con tristeza.

—Confió en ti. Es sólo que… no le vi caso decírtelo —admití. Se detuvo en medio del pasillo, buscando mis ojos.

—Sara, eres como mi hermana. —Me abrazó repentinamente. Ella no era así por lo que no supe qué hacer.

—Tú también, Romina. —Correspondí, sonriendo.

—¿Sabes? Yo creo que tú a él no le eres en lo absoluto indiferente. ¿Por qué crees que Lorena y Sofía están tan rabiosas? Apuesto mi Beetle a que tú a él le gustas y mucho.

No tenía que apostar su auto, al parecer ésa era la verdad, pero no servía de mucho o más bien de nada.

—Ya veremos… —Suspiré. En la entrada se encontraba Hugo, solo.

—¿Podemos hablar, Sara? —No mostraba ninguna emoción, sin embargo, su tono era algo autoritario.

—Tenemos clase. —Señalé el salón. Asintió. La verdad es que no me sentía preparada para más sorpresas, pues no lograba que mi vida y mi mundo fueran lo que solían hacía apenas unos días, además, sentía que lo único que evitaba que mi energía saliera desbocada y huyendo era mi piel.

—De acuerdo, entonces te busco más tarde —dijo. Acepté sin remedio.

Su lugar vacío, a mi lado, en aquella clase que nos unía de más, sólo me recordó lo mucho que me importaba y las millones de preguntas que se atascaban en mi cabeza. ¿Dónde estaría? Recordar su dolor erizó mi piel que rugía por su presencia.

Al salir del aula, Hugo estaba ahí, me detuve en seco. Todo lo que ideé para eludirlo se esfumó.

—Creo que perder un receso no será tan terrible —ironizó.

Pensé mi respuesta por unos segundos, al final del debate interno decidí que el miedo no me servía de nada, salvo para esconderme de esa realidad que ya tenía frente a mis narices. Eso estaba ocurriendo, era real y tenía que ver directamente con Luca, así que más me valía comprenderlo y enfrentarlo, fuera lo que fuera. Estuve de acuerdo, aunque lo miré seria.

Caminamos rumbo a las canchas hasta llegar a las gradas de fútbol. Subió primero y se colocó en la fila más alta, lo seguí decidida. Nunca había hablado con él.

Se sentó, esperando que yo hiciera lo mismo. Mis pasos, que siempre había calificado de ágiles, al lado de los suyos los sentía torpes y lentos. Dejé mi mochila y miré al frente.

—No te haré daño —expresó sereno.

Lo miré de reojo, respirando de manera más pausada. Debo confesar que esa aseveración me relajó un poco, aunque dentro de mí sabía que así era.

—Lo sé —murmuré. Su cuerpo era tan grande como el de él, a su lado me sentía absolutamente insignificante, mas no en riesgo.

—Sara, hay cosas que debes saber… —Guardó silencio durante varios segundos sopesando lo que me diría y cómo lo haría. Esperé, juntando mis manos, sintiendo cómo el aire acariciaba mi piel, mecía mi cabello. Sus ojos, sólo podía pensar en eso… en lo que realmente encerraban, lo que en realidad me llamaba de él—. Todo lo que has visto es parte de lo mismo. No sé si estás lista para entenderlo, para saberlo, pero debo hablar —Suspiró—. El vínculo que hay entre Luca y yo viene desde antes de que siquiera existiéramos. —Comenzó. Lo miré, atenta.

No tenía idea de si era el momento, sin embargo, deseaba comprender un poco de todo aquello.

—Él y yo debemos estar juntos, uno no funcionaría sin el otro —Completó. Fruncí el ceño, perdida por aquella afirmación. Se dio cuenta y suspiró frustrado—. ¿Has escuchado del yin yang? —me preguntó. Afirmé con la cabeza, intrigada—. Así es lo que nos une; complemento perfecto, exacto, sin error, uno es parte del otro. De donde él y yo venimos, Luca es «inteligencia» y yo «fuerza». No podemos existir de forma independiente, no allá. —Tomó aire, se frotó la cabeza—. Aquí no existe esa clase de relación, por eso me cuesta expresarla en palabras —vaciló unos segundos, parecía no saber cómo ordenar sus pensamientos—. Sé que no comprendes nada, sé que tienes muchas preguntas que no me corresponde a mí responder. Quiero agradecerte en nombre de todos que no hayas dicho lo que has visto. Pero tienes que comprender algo, lo que tú y Luca sienten no puede ser —aseguró.

Una losa cayó sobre mi pecho. De todo lo que deseaba y necesitaba saber, no era eso precisamente lo que quería que me dijera. Al fin comprendí el porqué de esa conversación, no era para ilustrarme sobre lo que eran, sino para que no interfiriera.

—No me mires así, lo digo en serio. Lo que viste esta mañana es una muestra de lo que somos. Luca perdió el control, nunca le había ocurrido, él es control en el estado más puro y desde que tú apareciste en su vida, no es el mismo… No lo comprendo, pero está torturado, diferente y no podemos ayudarlo —musitó lo último más para él que para mí.

—¿A qué te refieres con que «perdió el control»? —pregunté, aprovechando su pausa. Obvio tenía muchas preguntas, pero decidí comenzar por ésa.

—Sara, sé que es difícil entenderlo y ya debes haberte dado cuenta de que no somos humanos. Nuestra esencia es el calor, mucho calor. Si tú hubieras tocado hoy a Luca, te habría podido provocar una quemadura de tercer grado debido a su alto nivel de radiación, ¿comprendes? No se trata de fuego, sino de radiación. Es muy diferente —aclaró. Lo miré asombrada y sin dar crédito a lo que me decía, eso no era posible. ¿Radiación? Digo, lo de no ser humanos aún no lo tenía cien por ciento claro, pero ahora gracias a él ya no tenía esa duda, sin embargo, no me tranquilizó saberlo—. Estaba bastante alterado, pudo haber sucedido algo muy desagradable si Gael no reacciona a tiempo y se marcha, algo irreversible.

—Pero ¿cómo? El otro día me salvó, ¿de qué manera puede ser ambas? —lo cuestioné aturdida.

Resopló mirando al frente, perdiéndose en la cancha vacía.

—No lo sé, hay mucho que aún no entendemos. Luca sintió que tenía que salvarte y… lo hizo. No teníamos idea de que fuéramos capaces de algo semejante, ya que no debemos tener mucho contacto con las personas, las ponemos en riesgo; podemos causarles coma por fiebre, incluso matarlas o calcinarlas por dentro.

—¿Por eso quiere que lo aleje? —inquirí. Asintió serio.

—Sara, escucha, ustedes los humanos necesitan el contacto físico cuando sienten afecto por alguien, más si ese alguien te gusta o… lo quieres. Entre tú y Luca eso no puede ser. Él requiere todo su autocontrol para no dañarte cuando te ha llegado a tocar por alguna razón. Tú y todo lo concerniente contigo logra que no sea dueño de sí. Ahora me doy cuenta de que por muy controlado que sea, no siempre lo podrá manejar, y un día podría ocurrir un accidente de consecuencias funestas. No podemos ponernos en riesgo de esa manera, es absurdo.

—Esto no es por mí o por él. Tú lo necesitas, es por ti —completé con cautela. Me encaró arrugando la frente, se veía asombrado.

—Veo que eres rápida.

—¿Por qué me dices todo esto, Hugo? —lo cuestioné sin temor. De nuevo se puso serio.

—Luca es más que mi amigo, para mí es como lo que ustedes conocen como «hermano», o algo más complejo que no sé cómo explicarte, y que si lo hago me ganaré una pelea estratosférica porque no tienes idea de cómo es en realidad. Escucha, la lucha interna de la que es presa lo está haciendo sufrir mucho, no te imaginas cuánto. Si tú le dijeras que te dejara, que no volviera a buscarte, él lo haría… y terminaría esta locura. Sara, aún nos queda mucho tiempo aquí, no envejecerá, no como tú o el resto de tu gente, entre eso y miles de cosas más, debes comprender que lo que sienten es imposible. Es necesario que lo entiendas.

Esa nueva información me dejó peor. ¿Qué era todo esto? ¿Por qué tenía que ser yo la que estuviera en medio de una situación tan irreal?

—Basta, no quiero saber más —Decidí de pronto. Me observó confuso—. Hugo, obviamente tengo muchas dudas, demasiadas y siento que en cualquier momento perderé la cordura, así que por ahora no sé si quiero saber quiénes son, ni qué hacen aquí. Iré a mi paso. Pero hay algo que sí tengo claro, y no tengo idea de la razón, y es que no voy a pedirle a Luca que se vaya, no sin antes hablar con él. Lo siento, no pretendo que entiendas lo que hay dentro de mí, porque ni yo misma lo hago. Lo llevo en mi interior y no sabes cómo me reprocho por eso, pero no puedo evitarlo… —admití afligida.

Asintió llenando sus pulmones nuevamente de aire, se quedó mirando algún punto muy lejos de ahí.

—Después de todo lo que has visto y… de lo que te acabo de decir, ¿no te damos miedo? —preguntó casi afirmándolo.

—No —respondí asombrada por mi respuesta, pero era cierto, algo en mi interior en medio de esa charla se acomodó después de tanto desastre. Me intrigaban, deseaba conocerlos más y, sobre todo, Luca me atraía. No era miedo a él, sino a lo que sentía cuando lo tenía cerca y cuando no, también.

—No sabes qué hacemos aquí, ni por qué estamos mezclados entre ustedes —señaló un tanto molesto por mi inconsciencia.

—No creo que sea nada malo. Si no ya lo hubieran hecho y yo no estaría aquí hablando contigo… —solté con una simplicidad que me dejó perpleja, pero no se lo demostré.

Me miró sorprendido.

—No comprendo tu cabeza, pero estoy seguro que ningún humano vería las cosas así. Juré que saldrías corriendo y huyendo, que intentarías delatarnos. Eres muy extraña de verdad. —Noté un poco de respeto y admiración—. Aun así, Luca y tú…

Me puse de pie, no seguiría con eso, no con él.

—Lo siento, Hugo, en serio espero que lo entiendas y no me malinterpretes, pero lo que suceda entre Luca y yo no es de la incumbencia de nadie.

—Te equivocas, nos atañe a todos.

—No diré nada, por lo que a mí respecta son como el resto, así que no veo qué más tenga yo que ver con ustedes. Por otro lado, tu relación con él es precisamente eso, tuya… —atajé. Bajó la vista hasta sus pies.

—Veo que eres difícil y tienes tu carácter, tal como él nos informó, no podía ser de otra manera tratándose de Luca —musitó levantándose, proyectando una enorme sombra sobre mí—. Quiero que sepas que no estoy de acuerdo con todo esto, pero no haré nada para evitarlo, no por ahora. —Eso último no me agradó, sin embargo, era su decisión. Asentí y me di la media vuelta. Su mano sobre mi hombro me detuvo, se sentía igual de caliente que la de Luca, sin embargo, el líquido no corrió dentro de mí—. Sara, ¿realmente no te importa qué tipo de seres seamos? Digo, no nos conoces, no lo conoces.

—A ustedes no, pero a él sí… y necesito creer que si en nosotros se ha despertado esto es por algo. No puede ser malo, sé que no lo es.

No esperé su respuesta y bajé las gradas. No tenía ni idea de en qué me estaba metiendo, pero conforme las cosas avanzaban me daba cuenta de que deseaba ir más allá, que lo necesitaba, por Luca, por mí, por este extraño sentimiento que nos envolvía, que nos marcaba. No, primero hablaríamos, después, después ya vería qué decidir, qué hacer.

No llegué a tiempo a la siguiente clase y tampoco tenía mucho ánimo de rogarle al profesor para que me dejara pasar. Me dirigí al estacionamiento.

Conduje sin rumbo, repitiendo esa conversación una y otra vez en mi cabeza, así como lo ocurrido con Gael y Luca. ¿Cómo estaría Luca? Aún podía sentir su temor, su dolor, y no me gustaba nada. Yo tampoco me sentía mejor.

Di con un parque que lucía bastante agradable. Grandes robles hacían sombra, había rosales y ficus por doquier. Tenía un pequeño camino adoquinado para los transeúntes y bancas pintadas de verde. Me bajé y caminé intentando despejarme.

Sonreí al ver a unas chicas patinando, pasaron a mi lado, conversaban, movían sus pies a ese ritmo que conocía tan bien. Los recuerdos me asaltaron. No había sentido la necesidad de hacerlo desde que mamá murió, y de pronto ahí, después de esa marea de cosas, me encontré extrañando la sensación del aire sobre el rostro, mis piernas deslizándose por el pavimento a toda velocidad. Sí, ése fue por mucho tiempo uno de mis mayores hobbies, junto con trotar en la playa y jugar cualquier cosa que implicara balones.

Anduve un buen rato. Nada tenía sentido y, aun así, era una realidad, nuestra realidad y no quería huir de ella, algo me decía que no debía. Evoqué nuestro primer encuentro; si era sincera me había repelido en la misma proporción que me había atraído, porque no había podido sacármelo de la cabeza desde ese momento.

Sus ojos los tenía clavados en mi mente de una forma tan clara que si cerraba los míos podría tocarlos. Esa marea líquida, su cambio de color, la forma de atraparme, eso que despertaba en mi cuerpo, bajo mi piel.

Me senté en una banca en posición de flor de loto, intentando acomodar todo de una forma coherente y con sentido. No, nada lo tenía si era sincera y me hallaba ahí, confusa, viva gracias a él, añorándolo, pensando únicamente en cómo se encontraría.

Perdida en el mecer de los árboles, recordé la sensación de su mano contra mi piel; me había cauterizado la herida en tan sólo segundos. Cuando intenté apartarlo me había quemado, aún tenía la sensación nítida.

Sus ojos… el iris se había quedado casi sin color y él… sin energía. Hugo había dicho que eran seres calientes. Sabía que no mentía, Luca ya me había tocado algunas veces como para saber que su cuerpo siempre estaba a una temperatura más elevada que el resto.

Di un respingo al recordar la fiebre que tuve la semana anterior. Él me había abrazado y después de eso la sensación de irritación no había desaparecido, al contrario, aumentó hasta el punto de sentirme enferma. Con su actitud del viernes, al fin comprendí su lejanía.

Luca había provocado eso en mí. Me froté la frente, desconcertada. ¿Cómo podía haberme enfermado días atrás y después ser quien me salvó la vida?

Mi celular sonó dentro de mi mochila, no reconocí el número, aun así, contesté.

—¿Sara? —Era él.

El aire no escaseó, fue como si se tornara espeso, difícil de inhalar, mis manos comenzaron a sudar.

—Luca… —susurré.

—¿Estás bien? —se escuchaba preocupado. Por ese simple hecho noté que ya lo conocía lo suficiente como para descifrar ese tipo de detalles.

—Sí… —Soltó el aire.

—Lo lamento, no debí llamarte —hablaba más rápido de lo normal por lo que me costó seguirle el paso.

—Espera… —lo insté, nerviosa—. Luca, ¿podemos hablar mañana? —Me parecía irreal estar conversando con él por mi celular después de todo lo que había ocurrido. Sin embargo, me hizo sentir segura y normal.

—Claro.

—En el primer receso, ¿está bien?

—Cuando tú quieras —declaró con sinceridad. Su voz de nuevo era pausada y un tanto melancólica. Sonreí al imaginarme su expresión.

—Luca, ¿de dónde sacaste mi número? —pregunté intrigada. Podía no saber mucho de él, pero de algo estaba segura, no habíamos intercambiado teléfonos. No habló durante unos segundos que me parecieron eternos—. Dijiste que no me mentirías, ¿lo sacaste de mi cabeza? —conjeturé molesta por esa intrusión a mi intimidad.

Si era así, quizá sí debía poner distancia, me parecía espantoso imaginar que alguien se inmiscuyera en tus más íntimos pensamientos, en tus imágenes mentales, en tus recuerdos.

—¿Tu cabeza? —No sabía de qué hablaba.

—Sí, mi cabeza… Sé que puedes meterte en ella, en la mañana lo hiciste —lo acusé.

Silencio.

—Ya comprendo. Lo obtuve de tu celular el día de la fiesta, cuando estabas en mi casa. Buscaba el de tu padre, por cualquier cosa. Lo vi en tu memoria. Sé que no debí. Lo lamento.

Observé a la gente pasar, sintiéndome una loca y fuera de lugar.

—Está bien —susurré con tono comprensivo.

—¿Dónde estás? —No tenía urgencia por saber, pero sí curiosidad. Unos niños habían pasado corriendo y gritando detrás de un schnauzer blanco. Obviamente los había escuchado.

—En un parque —contesté observándolos jugar con el perro. Le lanzaban una y otra vez una pelotita de goma amarilla y el animal salía tras ella, mientras la madre de los chicos los vigilaba de cerca.

—Cuídate, ¿sí? —No me preguntó en cuál, tampoco qué hacía ahí. Me daba cuenta de que no quería estirar demasiado la cuerda y, en parte, se lo agradecía.

—Sí.

—Hasta mañana, Sara. —Colgué absorta en la imagen que se desarrollaba frente a mí. Supe, en ese momento, con una claridad abrumadora que si las cosas entre Luca y yo avanzaban, no tendría un futuro como ése.

Me levanté de prisa, dejando a un lado la escena. Ya pronto cumpliría dieciocho y no tenía por qué darle importancia a ese tipo de pensamientos absurdos, tenía una vida por delante, ¿no es cierto?

Por la noche, ya recostada y lista para dormir, mi cabeza comenzó a divagar de forma frenética.

¿Qué le preguntaría? Intenté hacer una lista mental, que estiré, contraje y desaparecí en varias ocasiones. Ésa fue la primera vez que el sueño tardó más de la cuenta en llegar. Se lo adjudiqué a mis nervios, qué otra cosa.

Y es que ¿por qué existiendo millones de humanos me tenía que enamorar por primera vez del único que no lo era?

Coloqué un brazo sobre mis ojos intentando relajarme, pero no pude. Mi padre no tenía ni idea de lo que a su alrededor sucedía y Bea… menos. ¿Los estaba poniendo en riesgo? No, Luca no era así. Deseché ese pensamiento de inmediato, aunque no totalmente.

Ya era más de medianoche cuando decidí tomar mi reproductor y ponerlo otra vez a todo volumen; Arctic Monkeys sería suficiente, creí. Hacer eso comenzaba a convertirse en una fea costumbre, pero no sabía de qué otra manera acallar mi mente para caer en la inconsciencia. Casi de madrugada, logré cerrar los ojos.

Por la mañana me sentía agotada. Había dormido muy poco. Me puse unos jeans, una blusa blanca lisa y mis botas de cintas. Ojalá el día terminara pronto para poder pegar el rostro a la almohada de nuevo.

Mientras me aproximaba a mi clase, lo vi recargado en el barandal cromado que se hallaba frente al salón, a su lado estaban sus amigos, o lo que fueran. Después de la conversación con Hugo, ya no entendía qué parentesco los unía.

Con cierto temor, pero también incertidumbre, lo miré fijamente, importándome poco que los demás se dieran cuenta. Luca suavizó su expresión al toparse con mis ojos, examinó mi rostro, a la distancia, con detenimiento. Lucía mejor, noté de inmediato y eso de alguna forma me relajó.

Pasé a su lado sin dirigirles la palabra, sólo sonriendo apenas. Sé que él lo notó, con eso me conformaba.

—Te hubieras acercado a ellos, parece que les caes bien y eso es raro —murmuró mi mejor amiga, que ya estaba a mi lado. No la había escuchado acercarse. Le di un empujón, riendo. Nos sentamos en el lugar de siempre.

—Deja en paz eso, mejor dime qué auto tienes en mente —la regañé divertida. Pronto le darían otro carro, por lo que ese cambio de tema era infalible.

La escuché atenta por un par de segundos, luego entró al salón y olvidé todo lo que ocurría a mi alrededor. Tan pacífico y amenazante a la vez, con esa mirada cambiante, delirante. Llevaba jeans y camiseta negra deslavada de lo más sencilla, pero que en él lucía arrebatadora. Su cabello aún se encontraba húmedo, así que caía pocos centímetros más abajo de lo habitual, haciéndolo lucir enigmático, absolutamente atractivo. Pronto se secaría y quedaría ese pelo negro brillante, un tanto ondulado y alborotado, que sólo generaba unas ganas mortales de tocarlo para conocer su textura.

Sí, todo en Luca me atraía, algo bajo mi piel se alborotaba con su presencia. Ésa fue la primera vez que lo hice consciente, me desconcertó, aunque no le presté mucha atención.

En la siguiente materia busqué de forma deliberada el lugar más alejado de Gael. Todavía me sentía molesta por lo del día anterior, por mucho que se hubiese sentido usado, o quizá lastimado, cosa que asumía como mi responsabilidad, no le daba ningún derecho de amedrentarme, de sujetarme de esa manera. Sin embargo, su culpabilidad y su expresión me ablandaron un poco.

—Sara, ¿podemos hablar? —escuché minutos después. Lo miré reacia, traía las manos dentro de las bolsas del pantalón y no me veía a los ojos.

—Gael, el maestro no tarda en entrar —le recordé seria. Posó sus ojos en mí, profundamente arrepentido.

—Lo sé, será rápido —prometió. Me crucé de brazos, aguardando. Notó mi postura, tomó aire como para agarrar valor—. Sara, no sé qué me pasó ayer… No quise decir lo que dije y te juro, por lo más sagrado, te juro que jamás te lastimaría.

—Quizá debí ser más clara contigo, quizá no debí aceptar tus invitaciones, sólo tengo a mi favor el hecho de que realmente deseaba ver qué sucedía, pero jamás, por mucho que tú te hubieses sentido usado, cosa que no es verdad, puedes justificar una actitud como ésa.

—Lo sé, lo sé y no sabes cómo me siento. Sé que fue así y que incluso antes de que aceptaras no sentías salvo amistad por mí. Lo lamento mucho.

—Yo también lo lamento. A lo mejor dije cosas que no debía. Si te lastimé espero puedas disculparme. Pero quiero que quede bien claro que no quiero que vuelvas a tocarme —murmuré con voz dura.

Luca entró en ese momento, Gael no lo vio, le daba la espalda. Parecía tranquilo, no volteó hacia nosotros. Sospechaba que había escuchado todo y continuaría haciéndolo sin ningún esfuerzo.

—Eso te lo puedo jurar. No soy así, me conoces y no te disculpes. Yo asumí el riesgo. Además, lo que dijiste es cierto; los expuse… te expuse… y doy gracias a Dios que no te haya sucedido nada grave. —Elevó una mano hasta tocar con cuidado la marca amarillenta de aquel golpe que había recibido.

Vi cómo Luca se removía incomodo en su asiento, mas no se giró. Sonreí alejando mi rostro de su mano, independiente de él, no quería que se me acercara, no por ahora. Bajó la mirada, afligido, para un segundo después encararme de nuevo.

—Sé que no es pretexto, pero… te quiero, me enamoré de ti —confesó. Abrí los ojos de par en par ante su declaración—. Sé que tú no sientes lo mismo, siempre he sido consciente de eso. —El salón se llenaba cada vez más y yo sólo podía observarlo, abatida—. Pero repararé mis estupideces y volveré a luchar por ti. Eres especial, mucho.

—Gael, no —rogué mordiéndome el labio. Negó sonriendo con nostalgia.

—Ahora estás molesta; Luca tenía toda la razón en defenderte, pero la pasas bien cuando estamos juntos. Te daré tiempo y te demostraré que puedo ser el chico que te mereces. Te quiero desde que te vi, eso no lo podrás cambiar —declaró con seguridad.

—Gael, no, no lo hagas —le pedí agobiada, angustiada por tenía la certeza de que nunca sentiría algo siquiera similar—. Sólo te lastimaré más y no quiero eso.

—No lo harás, tranquila.

El maestro entró en ese momento, exigiendo orden. Me miró unos segundos más y regresó a su lugar. De inmediato busqué a Luca, me veía de reojo, con la quijada tensa, pero no volteó.

¡Agh! Sólo yo me metía en esos líos.

Ir a la siguiente página

Report Page