Luna

Luna


Capítulo 14

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Desperté muy cansada, me giré somnolienta observando la penumbra de mi habitación. Estaba oscuro aún, pero pronto amanecería. Enseguida recordé lo que había ocurrido durante la noche, me erguí buscándolo con la mirada, agitada. No, ya no estaba, dejé salir un suspiro frotándome la frente. Sonreía como una boba. Había estado en Irlanda, apenas hacía unas horas, presenciando ese espectáculo. ¿En qué sitio dijo que estábamos exactamente? Ya le preguntaría, aunque era lo de menos, porque había sido impresionante.

Me acurruqué en la cama, posando la vista en el cielo oscuro.

El miedo y desazón querían aparecer de nuevo, sin embargo, con voluntad logré mantenerlos a raya, no los necesitaba en ese momento. Iría a mi paso, pero definitivamente me dejaría llevar, la lógica ya me importaba un rábano, porque sentirlo cerca, con sus ojos atrapando los míos, era lo único que daba sentido a todo aquello, y adoraba esa sensación.

Después de devorar casi corriendo el desayuno, bajo el escrutinio de Aurora que no sabía si reír o estar preparada por si me ahogaba, logré salir de casa. Conduje expectante, repasando cada detalle de lo dicho, de esos momentos ya inigualables que me había regalado en sólo un día. Luca era especial, era mi urgencia personal.

El portón se comenzó a abrir justo cuando llegué, tamborileé con mis dedos el volante, con las mejillas encendidas.

—Por los dioses. Hoy te ves perfecta.

Grité, lo juro, lo peor es que él rio, no era premeditado, comprendí al verlo, pero lucía divertido con mi susto. Estaba sentado a mi lado, así, tan tranquilo, como si yo estuviera acostumbrada a que de la nada las personas aparecieran en mi auto.

Me llevé la mano a la garganta, un segundo después, cuando su aroma comenzó a colarse en mi sistema haciéndome consciente del ir y venir de mi sangre, así como de eso tan extraño que acontecía bajo mi piel y que pujaba por querer salir; sonreí.

—Serás lo más parecido a un superhéroe, pero me vengaré si vuelves a asustarme así —lo amenacé estudiando su boca, su nariz, embelesada.

—No era lo que deseaba, lo lamento —musitó evaluándome.

El escaneo del que fui presa logró que mi respiración se agitara más. Veía mis piernas, luego mi abdomen, mi pecho, mi cuello, hasta que llegó a mi boca, e inhaló con fuerza. Sus ojos eran ámbar, aunque por la manera en la que me escrutaba, podría haberlo adivinado; lo más curioso fue notar que no había morbo en sus ojos, sino reconocimiento. Me observé un momento; una blusa carmesí de tirantes, pantalones cortos, sandalias, nada atípico.

—Cuando me ves así, me pones nerviosa —admití con la boca seca, encarándolo. Desvió la mirada enseguida.

—Puedes pasar —señaló el interior de su garaje—. La camioneta está encendida —anunció sin decir más. Conduje hasta el sitio donde me indicó, rogando hacerlo bien y no tener un accidente a causa de la distracción.

Tres camionetas todo terreno, enormes, se extendían frente a mí en la larga cochera. La verde militar en la que lo había visto no estaba.

Cuando me estacioné, con éxito, cabe destacar, salió y caminó hasta una verde más oscuro que me recordó de inmediato sus ojos cuando estaba molesto. Era alta, por lo que tuve que agarrarme de las manivelas que tenía a los lados para poder subir.

Él se encontraba atrás de mí, cerró la puerta y en un parpadear ya estaba frente al volante. Volteé sonriendo, en serio era una locura, pero lo curioso era que Luca parecía no percatarse.

—¿Lista? —Asentí recargando mi nuca en el asiento, mirando por la ventana, pensativa—. Sara… —Volteé, atenta—. Jamás temas decirme lo que sientes por miedo a incomodarme, al contrario, me preocupa no saber lo que pasa por esa cabecita. No puedo imaginar todo lo que estás sintiendo.

—Luca, tú también lo sientes —le recodé con simpleza.

—Yo siento todo por ti, más de lo que podría llegar a describir. La lógica ya quedó fuera de esto. —Me guiñó un ojo, relajado, como si ese simple hecho no le preocupara—. Lamento haberte puesto nerviosa hace un momento, es sólo que te veo y comprendo mucho más lo que es estar vivo. —Mis mejillas se encendieron, sus ojos se aclararon. En ese instante entendí que en la locura de nuestro sentimiento se encontraba la cordura de nuestra razón—. Ahora, cambiando de tema, ¿me harías un favor?

Ya habíamos salido del fraccionamiento y se internaba en las calles de la ciudad.

—¿Cuál? —pregunté, mientras miraba clarear el cielo.

—Intenta volver a hablarme con tu pensamiento —me rogó juguetón. Arrugué la nariz, convencida de que estaba realmente loco, o afectado. No sé.

—Luca, ¿estás bien? ¿Cómo hago eso? —pregunté arqueando una ceja. Sonrió.

—Ayer que estabas tan abrumada, te sentí, estaba lejos y sentí eso que te agobiaba, era como si me llamaras —explicó. Debí abrir los ojos de par en par, preocupada, en vez de eso abrí sólo la boca en una enorme O.

—¿Me sentiste? —repetí cauta. Asintió sereno. Por lo menos no lucía agobiado, como yo pensé que debía estarlo—. Luca, algo tengo mal, no es normal todo esto.

Chasqueó la lengua, negando.

—Tú estás perfectamente. No te preocupes, yo me ocuparé de eso. Ahora anda, inténtalo, un poco —me propuso sonriente.

—¿Cómo te ocuparás? —pregunté intrigada. Me miró sereno.

—Sara, te siento, me sientes. Quizá eso sucedió al salvarte el fin de semana, es lo que creo. Pero ahora no quiero que le des vuelta a ello, no tiene sentido. Mejor veamos esto, presiento que puedes hacerlo. Piensa en algo, lo que sea. Un chiste quizá —me desafió. Entorné los ojos.

—Soy malísima para los chistes.

—A ver, permite que yo lo decida. —Y lo hice, claro que sí, me era imposible eludir el reto que iba implícito en su voz.

Debo admitir que fue escabrosamente divertido, durante el trayecto lo intenté sin tener la menor idea de cómo debía hacerlo, y no pude. Nunca me escuchó. Al final, ya me dolía el estómago de tanto reír. Al principio había cuidado lo que quería que escuchara, sin embargo, conforme noté que no funcionaba, comencé a pensar en puras tonterías que sólo lograban que soltara la carcajada, y él también, al yo decírselas con la voz.

Se estacionó con maestría y sin ningún esfuerzo en el estacionamiento del colegio.

Mientras andábamos por los pasillos, continuamos intentando infructuosamente que me escuchara sin usar los labios. Los demás nos miraban por las risas que soltábamos. Era realmente fácil reír a su lado, pese a todo lo que nuestra verdad encerraba.

Eres imposible. Susurró en mi cabeza cuando subíamos las escaleras, después de haberle dicho un trabalenguas en inglés.

—Siempre dices eso —espeté intrigada, enarcando una ceja.

Porque es verdad, eres imposiblemente hermosa, divertida, inteligente e… imposiblemente humana.

Lo último lo dijo con voz ronca, frustrado. Asentí comprendiendo a lo que se refería.

Fuera del aula vi que ya estaban sus compañeros, al igual que Romina, que hablaba animadamente con un par de chicos que conocía de la clase. Todos nos miraron; Hugo y Florencia no mostraron ninguna emoción, Romina se veía completamente asombrada y el resto, desconcertados.

Luca se detuvo varios metros antes de llegar a ellos, hice lo mismo, sonriendo un poco nerviosa. Eso de ser observada como si tuviese un mono sobre la cabeza no era agradable.

—¿Por qué la gente no se mete en sus asuntos? —me quejé, pese a que estaba extasiada por el verde limón de sus ojos.

—Aún no doy con esa respuesta —admitió, serio. Reí, y es que olvidaba de pronto que no era como yo. Miré de reojo a los demás, Romina me esperaba, cruzada de brazos. Cerré los ojos mostrando los dientes, bufando. Suspiré. ¡Diablos! —. ¿Qué les pasa?

—No le marqué ayer a Romina, se me va a echar encima —le comenté, realmente asustada. Luca estuvo a nada de soltar una carcajada, supuse que se había limitado por mí.

—En eso no puedo ayudarte, tendrás que enfrentarla. Te veré después, supongo que no te soltará en un buen rato.

Intenté pensar qué nueva mentira tendría que contarle. Cerré de nuevo los ojos, con fuerza. La idea no me agradaba en lo absoluto, porque si había alguien que conocía toda mi vida era ella, y al hacer eso me sentía desleal, sin embargo, tampoco le hablaría de Luca, pues no lo sentía correcto.

Al abrirlos, seca de ideas, noté que enredaba uno de mis rulos castaños en su dedo índice. Dejé de respirar, estaba a menos de treinta centímetros de mí.

—Sara, dile lo que tú quieras.

No necesitas mentir por mí.

Arrugué la frente, intentando someter eso que brincaba dentro de mi cuerpo.

—¿Entonces?

No te sientas dividida entre tu mundo y el mío.

Continuó.

—Decidas lo que decidas, estará bien, ¿de acuerdo? —aseveró. Asentí perdida en su mirada. Soltó mi cabello y dio un paso hacia atrás—. ¿Vamos?

En cuanto llegamos hasta donde estaban los demás, saludé con la mirada a Hugo y a Florencia, y me dirigí directamente hacia Romina, quien de haber tenido poderes, me hubiese acribillado. En cuanto me tuvo a su alcance, dejó al par de chicos, se cruzó de brazos y entró al salón, evidentemente debía seguirla o se me armaría la Tercera Guerra Mundial. Resoplé, entornando los ojos. Ni modo. Debía asumir mi parte.

Se detuvo frente a unas bancas y dejó caer su mochila sobre la mesa, hice lo mismo, sonriendo conciliadora.

—Me puedes explicar qué pasa. ¿Tú y él? —Juntó sus dedos índices, inquisidora. Me senté en la silla, serena.

—No… —E imité su gesto con los dedos. Soltó el aire más relajada, se acomodó a mi lado.

—Pues déjame informarte que no tardan, te mira de una forma… ¡Dios! Hasta hizo que yo me derritiera. Qué hombre —Se abanicaba con la mano como si tuviese calor, ya era la Romina de siempre. Me reí, dándole un empujón.

—Escucha, lamento no haberte llamado ayer, es que estuvimos hablando hasta tarde y luego llegué a casa, ya sabes, si papá me ve hablando a esas horas, me cae otro problema —expliqué sinceramente arrepentida.

—No te preocupes, obvio creí que mi teléfono tenía algo mal o no había señal, pero si ésa es… —Y señaló con la barbilla hacia afuera—, la razón, quedas perdonada.

Negué divertida.

—No tienes remedio —expresé alegre. De alguna manera, ella me hacía sentir en equilibrio.

—Lo sé, ahora, pormenores: ¿de qué hablaron?, ¿a dónde fueron? Detalles, Sara, detalles —me apremió. Reflexioné un poco antes de hablar, intentaría mentir lo menos posible.

—Fuimos a un parque —comencé. La Barranca eso parecía, bueno, sólo por el pasto y los árboles, pero a ella le daba igual.

—¿Un parque? —preguntó arrugando la nariz, el escenario pareció no ser de su agrado.

—Sí, un parque. Tenía una vista espectacular —repliqué intentando sonar convincente.

—De acuerdo, no importa, con él enfrente no necesitabas más espectáculo. ¿Qué hicieron ahí toda la mañana? Son muchas horas, Sara.

—Conversar de su vida, de la mía. Conocernos. —Sonrió románticamente, recargando la barbilla en su palma, cruzando las piernas, con esa mirada soñadora que solía hacerme reír, aunque en esta ocasión, debido a los nervios, no sucedió. Tenía que ser cuidadosa con mis palabras.

—¿Son de Italia? —indagó desbordada por la curiosidad. Abrí los ojos sin saber qué contestar, esa parte no la habíamos tocado.

De la Toscana.

Volteé hacia la puerta, él estaba aún ahí, con Hugo. No me veía, parecía inmerso en su conversación. Repetí lo que me dijo, ocultando mi nerviosismo, era malísima para eso de las mentiras.

—Con razón, los italianos son hermosos. —Suspiró mirando el techo unos instantes—. ¿Por qué se mudaron?

¡Dios! Romina tenía más dudas que yo, o quizá las que debí haber expuesto primero, pero jamás las pensé, debo admitir.

Por el trabajo de mi tío. Somos primos, los tres.

Nuevamente lo repliqué. Aquello era desquiciante, pero debía aceptar que iba saliendo bien pese a mi inexperiencia en eso que aún no sabía cómo nombrar.

—¿Primos? Tiene sentido, son similares y muy diferentes a la vez —apuntó. Acepté siguiéndole el cuento, jugueteando con el asa de mi mochila—. ¿Se besaron? —preguntó de pronto, la miré con las mejillas hirviendo. En serio no tenía filtro.

—No —solté ruborizada.

—¡Dios, Sara! Todo el día con ese espectacular espécimen y ni un besito, ¿qué esperas? —señaló divertida al ver mi expresión.

—Romina, somos amigos.

—Aja, él no te ve como amiga, ya te lo había dicho. Además, tú tampoco. Las dos sabemos que te gusta y mucho.

¡Maldición! Deseaba cubrirle la boca para que dejara de avergonzarme.

—Y eso qué, no tengo prisa —mentí con soltura, comenzando a sacar las cosas de mi mochila. La maestra estaba retrasada, noté desesperada.

—Sara, ya, fuera de broma, ¿qué sientes por él? —preguntó seria. Suspiré con fuerza. Me tomé unos segundos. Empecé a reflexionar, y algo cálido comenzó a cubrir cada centímetro de mi anatomía, era como una marea silenciosa pero dulce, delicada. Era extraño, pero mío, lo sabía, lo sentía.

—Lo quiero, Romina —dije al fin, sorprendida de escucharme. Y era verdad, durante semanas esa atracción creció, tanto que ahora eso era lo que sentía. Quizás era pronto, quizás era absurdo, quizá ni siquiera tenía sentido, aun así, era real.

—Dices que se contaron sus vidas, ¿pudiste abrirte con él? —Mi semblante cambió. Entendía muy bien a qué se refería. Mi madre, su muerte. Negué sin verla, seria—. Espero que algún día dejes eso, me gustaría tener un aliado para hacerte ver que tú no fuiste la responsable de lo ocurrido.

—No quiero hablar de eso, por favor —le supliqué, mirando hacia la entrada, ya no estaba y la maestra se abría paso entre mis compañeros. Suspiré aliviada, esperaba que no hubiera escuchado esa parte de la conversación.

Divagué durante la clase, mi pensamiento se dividía entre él, mi amiga, mi familia y lo que había ocurrido hacía tres años.

¿Cómo decirle a alguien, y sobre todo a Luca, que yo había sido responsable de la muerte del ser que más he amado?

Decidí que no era el momento, no quería manchar la imagen que tenía de mí, no de esa forma, porque por mucho que no fuera… humano, lo que había sucedido no dejaba de ser imperdonable, no desde mi punto de vista y con eso me bastaba. No estaba lista.

De camino a la siguiente clase, dejó en paz el tema de Luca. Se lo agradecía. Lo malo fue que justo en la puerta del aula me topé con Gael. Se hizo un silencio incómodo.

—Nos vemos luego —gruñó Romina con fastidio. No sabía qué había sucedido entre ellos, pero no se lo preguntaría a él.

—¿Te sentiste mal ayer? —preguntó mi examigo, con tono conciliador. Negué tranquila, buscando el momento para entrar y no verme grosera o nerviosa, aunque en realidad eso no debería preocuparme—. No te vi el resto del día.

—Teníamos una entrega —explicó Luca, que ya se encontraba detrás de mí. Gael asintió, serio.

Giré pasando saliva. ¿Cómo se actuaba en una situación similar? Le sonreí conciliadora, me regresó el gesto.

—Hola, Luca.

—Hola, Gael —le respondió tranquilo, se paró a mi lado, podía sentir su calor debido a lo cerca que se hallaba de mí.

—Entonces… Nos vemos luego —se despidió aquel que solía ser mi amigo. Alcé mi rostro hasta Luca, su iris era aún verde botella, no se había oscurecido totalmente.

Estoy bien.

Asentí intentando sonreír.

Nos sentamos uno al lado del otro. En cuanto saqué mi cuaderno, volvió a hablar.

—Romina no estaba tan molesta.

—No, creo que le encantas —admití hojeando mis apuntes.

—Son muy diferentes.

—Sí, lo sé. Supongo que por eso la quiero como a una hermana —expresé relajada. Me observaba, lo sentía, así que giré, sonriendo con timidez. Aunque ya no lo disimulaba, tampoco coqueteaba, sólo era él mostrando lo que sentía sin filtro.

—Y es recíproco, evidentemente.

—Siempre he contado con ella y me conoce mejor que nadie.

—Sí, de eso ya me he dado cuenta. —La forma en la que lo dijo logró que arqueara una ceja. No logré descifrar nada con su expresión—. Así que, ¿no hay prisa? —preguntó burlón, aligerando el ambiente que por alguna razón se sentía denso.

—Pues sí, ¿no? ¿O qué querías que le dijera?

—Lo que quieras. Eso está bien. Ya te dije que no importa, no retrocederé y la calma en nuestro caso creo que es lo mejor —zanjó con seguridad. Bajé la mirada hasta mi cuaderno, sonrojada. Con él parecía que ése era mi estado puro. Garabateé algo sin fijarme.

Cuando la clase acabó, me esperaba en el pasillo. Lo observé intrigada.

—Si deseas ir con tus amigos, no diré nada al respecto —murmuró. Me crucé de brazos, recargándome en el muro, dejé caer la mochila al piso.

—No suelo hacer nada que no quiera, si tú quieres estar conmigo, lo estás, si no, no pasa nada, Luca.

Sonrió negando, frotándose el cuello. Se paró a mi lado.

—Lo mismo te digo, Luna, pero lo decía porque no me gustaría que pensaran que te acaparo —explicó. Aunque noté que no le importaba en lo absoluto lo que creyeran, lo decía por mí.

—Si a esas vamos, yo no quiero que los tuyos piensen eso —refuté enarcando una ceja. Rio recargando su nuca en el muro.

—Ellos, digamos que no entienden todo esto, pero no se molestarán.

—Hugo no está de acuerdo con lo que sucede, ¿no es así? —Conocía la respuesta, pero deseaba que me lo confirmara. Me miró serio.

—Me dijo que hablaron. —No respondí, sólo me mantuve ahí, atrapada en sus ojos—. Vayamos a otro lugar, no creo que sea el mejor sitio para tener esta conversación. —Tenía razón, porque las personas iban y venían.

Anduvimos por uno de los jardines, nos sentamos sobre el césped. Ahí nadie escucharía, los estudiantes desayunaban y, además, estábamos muy alejados de todos.

Me recargué en un tronco con las piernas flexionadas. Él se colocó en perpendicular para que nos pudiéramos ver. Cerré los ojos aspirando el olor a tierra mojada, a verde, disfrutando del aire fresco que nos brindaba esa hora de la mañana.

—Sara, ¿deseas hablar de esto? O podemos simplemente dejarlo a un lado. No necesitas más preocupaciones —murmuró. Abrí los ojos.

—Quiero saber —declaré sin dudarlo. Asintió bajando la vista. Era evidente que no le gustaba tocar el tema, pero lo haría. Pasaron un par de minutos hasta que habló. El desasosiego se arremolinó justo en medio de mi estómago, por su postura adivinaba que lo que vendría no me gustaría, aun así, me armé de valor, o por lo menos lo intenté.

—Lo nuestro… —comenzó sin rodeos—, no debería estar pasando —declaró con seguridad—. Nunca ha ocurrido con ninguno de mis compañeros, jamás. De donde yo vengo, no se sienten estas cosas —explicó con simpleza. Fruncí el ceño, irguiéndome intrigada.

—No comprendo.

—Nosotros nos «fundimos», no nos enamoramos. Cuando uno… —Buscaba las palabras adecuadas, era evidente lo difícil que le resultaba; esperé, atenta—. Cuando uno de los míos decide estar con una «chica» —esto lo entrecomilló para que comprendiera, supuse— es porque ella lo eligió y no por las razones que ustedes lo hacen. Es porque empatan, es decir, encajan a la perfección desde cualquier ángulo existente. Una vez que se elige, se vuelven uno de la manera más literal que te puedas imaginar. No hay dudas, no hay celos, no hay posesividad, nadie interfiere y es para siempre. No lo hacemos con la idea romántica que aquí se tiene, sino desde la práctica. El amor tal como tú lo conoces y como ahora lo estoy conociendo, no existe de donde vengo.

Pestañeé asombrada. Lo que me decía era increíble y, a la vez, triste. Además, me preocupaba.

—Entonces se escogen evaluando, ¿qué cosas? —Necesitaba entender. Resopló arrugando la frente.

—La intensidad de la energía, la jerarquía en el grupo, los defectos y las cualidades, la compatibilidad, todo ello sirve para garantizar que la unión sea perpetua y perfecta. Ahí no hay errores —aseguró.

Me perdí en las nubes, viendo cómo se movían de acuerdo con el viento que las arrastraba, sin oponerse, sin cuestionarlo. Respiré hondo varias veces, reflexionando sobre sus palabras. En muchas películas había visto que, incluso en la política, ésas eran razones para unirse a alguien, sin embargo, entendía que lo dicho por Luca iba más allá, mucho más, era otra forma de vivir, de existir.

—¿Estás bien? —me preguntó trémulo. Asentí sin mirarlo, terriblemente confundida, con repentinas náuseas. El «no hay errores» me abrumó, además del hecho de que el amor, como tal, no existía—. Sé que en cualquier momento saldrás huyendo. Sería lo lógico. —Supongo que notó mi semblante mortecino, porque transpiraba un poco más de la cuenta. Aun así, me mantuve, atreviéndome a mirarlo.

—Luca, seas lo que seas, no lo haré. Hay algo que es más fuerte que yo y que no lo permitiría, algo que me hace sentir demasiado bien a tu lado, que me hace sentir fuerte, que… te ansía. No me iré —declaré. Asintió agobiado—. Mejor explícame por qué Hugo dijo que tú y él no pueden estar separados. No entiendo.

Pasó las manos por sus rizos y luego por su rostro. Le costaba hablar de ello, comprendí.

—Hugo es algo así como el heredero a un trono —empezó. ¡Maldición! Sé que notó la manera en la que mi cuerpo reaccionó ante aquella declaración, pero no me lo demostró—.

En él recaerá el legado de mi «pueblo» —sentenció.

¿De su pueblo? ¡Dios! Tenía un pueblo, mi compañero de clases era como un rey. Mi cabeza comenzó a dar vueltas.

—¿Y tú? ¿Por qué dijo que no pueden estar allá el uno sin el otro? —Quise saber. Su seriedad me daba escalofríos. Fijó su atención en un punto lejano, estaba tenso. Ahí iba su verdad, su identidad, lo presentía.

—Porque es verdad —anunció molesto y afligido, sin esconder su preocupación—. Sin él no hay una cabeza. Y sin mí, esa cabeza no puede decidir.

OK, no entendía nada, y menos cómo funcionaba aquello, no tenía lógica. Parpadeé, me crucé de piernas, acercándome un poco a él, interesada y asustada también. Nada era simple, al parecer, sino todo lo contrario. Las náuseas continuaban.

—Sara, es muy complicado, más aún porque no has querido saber de dónde vengo, ni quién o qué soy en realidad. Has evitado esas preguntas y sé que lo haces deliberadamente, ayer me lo dijiste. No quiero presionarte, tú tienes tu tiempo y lo voy a respetar. Y sé que si digo algo que no quieres escuchar, tu angustia de ayer por la noche no sería nada en comparación; y quién podría juzgarte. Nada tiene sentido, ni siquiera para mí, no deseo verte atormentada o más preocupada.

—Luca… —Relajó su postura y se acercó un poco.

—No digas nada, Luna, para mí está bien. Yo también tengo mucho que entender, que aceptar. No está siendo sencillo todo esto. Pero indudablemente no deseo cambiarlo.

Jugué un segundo con el césped, mi corazón latía muy rápido.

—¿Sabes? Crecí pensando que era imposible que existiera alguien como tú. Me han enseñado a no creer en fantasmas, monstruos, extraterrestres, seres mitológicos, dioses… Me cuesta mucho trabajo pensar que esto es real, que mi cabeza no lo está inventando. Tengo miedo de que sea un sueño y despierte dándome cuenta de que nada existió, que tú no estás y que yo no podré volver a ser la misma, porque eso es lo que siento desde que apareciste. Me despertaste en más de un sentido —admití en susurros. Lo tenía tan cerca; me escuchaba con suma atención.

—Luca, la verdad es que tengo miedo de que al saber de dónde vienes, qué eres y qué haces aquí, por muy terrible que la respuesta pueda llegar a ser, a mí no me importe. No están aquí para crear caos o, no sé, una guerra, ¿verdad? —inquirí con nerviosismo. Sonrió con tristeza, negando. Por alguna razón mi pregunta no lo asombró. Me sentía una loca preguntando aquello, y culpable también.

—No, Sara, no estamos aquí por algo semejante, eso sería romper varias reglas —aclaró.

Me recargué de nuevo en el tronco, nerviosa, confundida y afligida. Ansiaba a Luca en todos los sentidos y no me era posible tenerlo.

¿Cómo lograría manejarlo si al verlo lo único que quería era tocarlo, besarlo, abrazarlo? ¡Agh! ¿En serio podría con esto? En ese momento no lo sabía, y eso me hería, me causaba una molestia ardiente. Eso que pujaba bajo mi piel se quejaba, me recorría como buscando salir, como deseando no estar dentro de alguien que no le daba lo que quería. ¿Eso les ocurría a todas las personas que se enamoraban o sólo a mí con él?

—Debemos ir a clase —anuncié y me puse de pie de un brinco. Necesitaba distancia, y un baño, o le vomitaría encima.

—Sara… —musitó, levantándose enseguida.

—Estoy bien, es sólo que… Dame un momento. —Me dirigí hacia la escuela, casi corriendo. No huía de él, aunque seguro lo estaba pensando, sólo deseaba sacar eso que en mi organismo se revolvía y no quería que me viera hacerlo, porque sé que entendería lo que sus palabras habían logrado causar en mí. Si estaríamos juntos, no sería yo la débil, pero era demasiado.

Llegué al baño y enseguida saqué todo de mi sistema, una y otra vez. Sudorosa, esperé a que no hubiera más en mi estómago que pudiera expulsar. Me pasé el antebrazo por la frente perlada de sudor.

Aceptar lo que acababa de decirme resultaba tan difícil. No quería lastimarlo, ni tampoco a mí misma, pero necesitaba obtener respuestas, pese a que me daba mucho miedo saberlas. No obstante, lo que él generaba en mí era contundente, muy fuerte y mi mente me suplicaba que lo intentara, que no huyera de eso, aunque no lo comprendiera, aunque estuviera fuera de mi raciocinio. Mi cuerpo lo exigía con potencia, con anhelo. Y mi corazón me rogaba que lo mantuviera a mi lado.

Me eché agua en el rostro, me enjuagué la boca. Ya me encontraba mejor, más clara. Me sequé mirándome fijamente al espejo. «Nuestros caminos se unieron por algo, no debía rechazarlo».

Al salir por supuesto que me estaba esperando; se había sentado en un escalón de concreto, dándome la espalda, con los dedos entrelazados, mirando a la gente pasar. Me acomodé a su lado, silenciosa.

—Yo… —murmuré nerviosa.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó sin verme, con la quijada tensa.

Cómo deseaba rodearlo, sentir su calor, y que él me trasmitiera el suyo. Un abrazo era mi necesidad, pero no sucedería.

—Sí, sólo fue… No sé —admití al final. Giró tranquilo, sus ojos eran oscuros.

—¿Quieres espacio? —me cuestionó imperturbable, aunque ya sabía lo que escondía en realidad, le dolía siquiera pensarlo, algo dentro de mí lo sentía.

—Únicamente cuando me pasen estas cosas, si no, prefiero tenerte cerca —intenté bromear, pero no cambió su expresión.

—Sabes de qué hablo. Herirte no es una opción para mí. Verte sufrir por esto, tampoco.

—Me cuesta comprenderlo, por eso deseo ir despacio, eso es todo. Pero definitivamente no daré marcha atrás. No me estás lastimando, tampoco sufro. Es sólo que me abruma, pero pasa. Ahora ya me siento más tranquila. Lamento haberte dejado ahí y de esa manera —me disculpé. Su gesto se ablandó un poco, incluso sonrió apenas, contemplándome. Alzó una mano y tomó un mechón que cruzaba mi rostro para acomodarlo concienzudamente junto con el resto de mi cabello. Sentí de nuevo el sonrojo, y esas malditas ganas de besar esos labios delineados, gruesos.

—No te disculpes, eres humana, esto es lo normal.

—No quiero lastimarte —acepté con voz muy baja, mordiendo mi labio, agobiada.

—Yo estaré bien si tú lo estás —atajó. Me enredé en su mirada ahora clara, se sentía complacida.

—Quiero comer algo antes de entrar a clases, si no definitivamente ambos estaremos mal. —Me froté el estómago, deseaba una bebida o lo que fuera.

Sonrió, poniéndose de pie, al yo hacerlo rozó mi codo para ayudarme apenas un poco. Sonreí agradecida, me guiñó un ojo.

—Vamos, luces un poco pálida.

En el segundo receso le dije que deseaba pasar un tiempo con los demás, él simplemente acarició mi cabello con dulzura y desapareció por los pasillos abarrotados de chicos.

A mediodía, al estacionar su camioneta dentro de su casa, apagó el motor y giró hacia mí, serio. Parecía que la nube gris que se había posado sobre nosotros en la mañana había desaparecido, o por lo menos eso había intentado que sucediera el resto del día.

—Sara… —me nombró con suavidad. Lo miré relajada, metiéndome a la boca una paleta de caramelo que me había dado cuando salimos de clases—. No sabes mentir, debes saberlo, ya no finjas —me rogó, evaluándome.

Creí que mi lucha interna no era tan evidente, pero me equivoqué. Lo cierto es que no pude comprender cómo era que él lo tenía tan claro, si me había mostrado despreocupada e incluso alegre la última hora, aunque dentro de mí seguían resonando aquellas frases: «No hay errores», «su pueblo».

Bajé la paleta, suspirando, fijando la vista en mis manos. Su tacto caliente sobre mi barbilla logró que cerrara los ojos disfrutando de sus dedos sobre mi piel, sonreí apenas.

Mírame…

Tardé un poco más de la cuenta, sabía que de esa forma prolongaba esa sensación líquida por mi cuerpo, esa marea delirante que me envolvía, que parecía incluso adictiva.

Al fin, levanté los ojos y me soltó. Parecía abatido, tenía el rostro tenso y cauto.

—Eres un ser maravilloso, has cambiado mi esencia más de lo que imaginas, pese a que ha transcurrido tan poco tiempo. Eres una bengala en esta oscuridad que acabo de comprender que ha sido mi vida. Sin embargo, no tengo derecho a hacerte pasar por esto —declaró profundamente afligido, incluso parecía perdido.

Mi pecho, al escucharlo, rugió, podría jurarlo. Fue como si renegara de sus palabras, mi mente se llenó de angustia. Pasé saliva, y decidida elevé un dedo hasta su boca y lo posé sobre sus labios gruesos, delineados. Mi puro roce logró que cerrara los ojos. Sonreí. Se sentía tan bien. Dejé las yemas de mis dedos sobre sus mejillas, apenas tocándolo. No se apartó.

—Esto es parte de lo que eres y no retrocederé, así como tú lo dijiste. A pesar de mis temores, de la angustia que sé que tú también sientes, del miedo y de la incertidumbre, incluso a pesar de las náuseas, deseo recorrer este camino a tu lado. Sólo deja que lo haga —pedí. Su gesto se transformó, dulcificándose hasta lo indescriptible.

—Eres fuerte, eso me encanta, pero estoy seguro de que tu elección no es la más inteligente. No tengo certezas de nada, no por ahora, sin embargo, intentaré que sea de otra forma, lo prometo.

—Luca, no quiero ir a casa. —Cambié de tema, creyéndole por alguna razón. Bajé mi mano despacio, su iris era ámbar, un ámbar que iba y venía, pausado, tranquilo.

En un segundo estaba abriéndome la puerta de la camioneta. Reí al dar un respingo, él también.

—Avisa, esta tarde serás mía —declaró con frescura. Era evidente que, al igual que yo, dejaría pasar lo ocurrido.

—Y tú mío —completé de forma pícara. Sacudió la cabeza, sonriendo.

—Sin remedio, así es —aceptó con simpleza.

Parecía que él lidiaba mejor con todo este asunto, o quizá lo escondía de una forma tal que me era imposible adivinarlo; lo cierto es que huir quizá hace días hubiese sido lo mejor, pero ya no había tiempo. Lo desconocido no era sinónimo de malo, de dolor, aunque en mi mundo se manejara de esa manera. Luca era bueno, lo sentía, no había nada maquiavélico, peligroso o torcido en él. Esperaba que mi instinto no me fallara y que esta ansiedad por su ser no me estuviera nublando la razón.

—¿Quieres entrar? Podemos comer aquí. La última vez que estuviste no tuve oportunidad de invitarte —lo decía un tanto burlón.

Aligerar el ambiente funcionaba, intentar actuar como dos seres humanos, también. Le saqué la lengua, rio con ganas.

La verdad se encontraba entre ambos; lo que él era, lo que yo soy, nuestras diferencias. Pero teníamos algo en común, y era ese sentimiento que en su mundo no era posible y que no tenía nombre, y que en el mío nunca había experimentado hasta que lo conocí.

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