Luna

Luna


Capítulo 16

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—Sara, ¿tienes calor? —preguntó Bea al verme, frunciendo el ceño. Estaba más que lista para irnos. Me toqué las mejillas, seguro aún lucían sonrojadas, y es que la sensación que había experimentado unos minutos atrás no desaparecía. Bea sonrió perspicaz—. ¿Un chico? —dedujo enarcando las cejas.

—Claro que no —mentí con descaro, pasando a su lado—. Ahora bajo. —Me examinaba, lo sabía, así que corrí para salir de su campo de visión.

Llegué a mi recámara, aventé mi mochila sobre el sofá y me dirigí al baño. Me eché agua en el rostro una y otra vez hasta lograr que se sintiera fresco. Me sequé y al hacerlo noté que, de una forma atípica, mis ojos chispeaban, mis mejillas estaban enrojecidas y mi boca lucía muy rosada. Me llevé los dedos a los labios, era como si suplicaran que él me besara.

Me volví a echar agua, se sentía helada.

Eso era lo máximo que obtendría de él y no podía aceptarlo. Me consumía, pero por ahora prefería eso a su lejanía.

Humedecí mi cuello y acomodé de nuevo mis rizos que estaban hechos un desastre. Bufé mirándome fijamente.

¿Podría con esto? Me pregunté preocupada.

Mi hermana me llamó sacándome de mis cavilaciones. Debíamos irnos.

Estuve más ausente que de costumbre, lo extraño es que no me sentía tan deprimida como cada vez que ponía un pie en esa casa que me traía recuerdos dolorosos. Luca, de algún modo, había logrado menguar la culpa y tortura con la que solía vivir.

Cuando regresamos, mi padre ya estaba en su habitación viendo la televisión. Entré a mi cuarto cerrando la puerta tras de mí. Me puse la piyama después de desmaquillarme y lavarme los dientes. Estaba agotada. Últimamente los días parecían muy largos.

Me recosté aún en trance, pensando en él, en eso que sentíamos. Evoqué sus labios, sus manos, su cercanía, ese calor que irradiaba, su aroma…

Nunca había estado enamorada, pero sospechaba que no podía ser tan intenso como lo que yo sentía.

Di varias vueltas sobre el colchón hasta que terminé sentada en medio de una maraña de cobijas, resoplando frustrada.

Ahora sabía que provenía de otro planeta y, como sospeché, no había cambiado en nada de lo que generaba en mí, lo que comenzaba a sentir. Me dejé caer sobre la cama, exhausta de tanto pensar, de no poder acomodarlo todo.

Éramos, de forma literal, dos especies distintas. Eso no podría terminar bien y, a pesar de ello, no quería alejarme… no podía. La certeza inconsciente de esto último me puso peor. ¿Cómo qué no podía? Era simplemente decirle que… que…

¡Agh!

¿Decirle qué?

Existía algo más profundo que me hacía sentir unida a él, me atraía de muchas más formas, las cuales algún día sería capaz de comprender, de explicar. Aunque lo ansiaba de una manera absurda e ilógica, eso me daba la certeza de que lo que sentía por él iba avanzando, como dos sensaciones distintas que se dirigen a la misma dirección; todo estaba absurdamente afianzado en mi interior.

Me puse en posición fetal, preocupada. Sin comprender la razón mis palmas comenzaron a sudar, mantenía apretada la quijada, a la par que notaba cómo aumentaba la tensión en mis hombros y en mis piernas.

Esta vez no lo buscaría, debía dominar mi mente y mi cuerpo. No era un bebé.

Minutos después la alerta de un mensaje me sobresaltó, estiré la mano hasta mi mesa de noche y lo tomé deseando dormir con desespero. Pasaban de las once.

Era él, leí su nombre en la pantalla.

Me senté en la cama de forma abrupta. Había escrito algo que no comprendí «¿Puedo?», preguntaba. Sonreí intrigada.

«Hola… a qué te refieres?».

«Te estoy sintiendo, debes dormir».

Mi corazón se encogió. Humedecí mis labios.

«No puedo». Admití derrotada.

«¿Puedo ir?». Comprendí su pregunta al inicio. Sonreí notando cómo el alivio de saberlo a mi lado aparecía. No me lo cuestioné mucho. No sé si por estar tan cansada, o porque simplemente se trataba de él y para mí eso era suficiente.

«Sí».

Aún no dejaba el celular en la mesa cuando sentí su peso sobre mi cama. Giré gimiendo. Sonrió lánguido.

—Luca… —susurré con timidez. No se había mudado de ropa y me miraba sereno, ladeando un poco el rostro, con el cabello ondeando por su frente.

Debes descansar, Luna. Observaba el caos que era mi cama, agobiado. Asentí avergonzada.

—¿Cómo? ¿Por qué? —Quise saber dejando de lado lo que había dicho.

Me llamas… de alguna manera lo haces.

Abrí los ojos, perturbada. Quizá lo había agarrado en medio de algo o yo que sé.

—Lo lamento —admití sin saber qué más decir, con las piernas cruzadas, hecha un desastre.

No lo hagas, estar a tu lado es la mejor parte del día. Aceptó, tranquilizándome.

Su voz me relajó y, de pronto, me percaté de que todos aquellos pensamientos que me torturaban se habían esfumado. Su presencia era lo único realmente importante, trascendental.

—No sé qué sucede, de pronto me abrumo —confesé bajando la mirada.

Sara, no te justifiques. Si no me hubieras llamado, yo me hubiera inventado algún pretexto para que me permitieras venir.

Lo miré incrédula.

—¿No crees que soy algo posesiva o insegura? —pregunté arrugando la nariz. Negó divertido con aquella sonrisa que ya parecía ser lo común en él, por lo menos cuando estaba a mi lado.

Entonces lo somos, a partes iguales. Luna, todo esto es ajeno a mí, pero a tu lado siento que es lo más lógico, que está bien de alguna manera y que éste es mi lugar.

—Luca, es vergonzoso que vengas cada vez que esté ansiosa o preocupada. —Lo último lo dije casi sin voz.

Vendré siempre, no importa el motivo, cuando quieras que esté a tu lado, eso haré.

Se puso de pie.

Ahora intenta dormir, ¿sí? Te ves ya muy cansada.

Lo estaba, mucho en realidad. ¿Pero de qué otra forma podía ser si desde el sábado mi vida parecía ser otra? O quizá desde que él apareció y trastornó mi mundo, abrió las puertas de lo que solía guardar con recelo, despertó algo que ni siquiera sabía que existía en mí.

Asentí, levantándome para intentar acomodar el desorden que había provocado hacía unos minutos, trastabillé y con movimientos torpes moví las cobijas.

Yo lo hago.

En menos de un segundo parecía que no había sucedido nada. Me tumbé otra vez, suspirando de placer al sentir mi cuerpo recostado contra la superficie. Sí que necesitaba perderme en la inconsciencia.

Se sentó cerca de mí, lo observé adormilada, me sonrió con ternura y comenzó a esparcir mi cabello por toda la almohada, concentrado. Su calidez fue logrando un efecto sedante, los párpados pesaron y en segundos ya no supe más de mí. Ese estado de alerta tan desconcertante que me tomaba sin tregua había desaparecido, al igual que mi angustia.

Por la mañana me espabilé gracias al despertador. Me estiré con ganas. Había dormido muy bien. Sonreí recordando de nuevo su visita de la noche. Una nota junto con una extraña flor, que descansaban en mi mesa de noche, llamaron mi atención. Las tomé todavía desperezándome.

Verte soñar es como verte sonreír. Me gustaría estar a tu lado cuando el cansancio no sea suficiente, si lo deseas.

LB

¿Quién no despierta del todo ante una nota así? Sonreí. Tomé la exótica flor blanca y la acerqué a mi nariz. Olía a vainilla. La nota la guardé en mi closet, en el cajón destinado a mis piyamas; dejé la flor sobre la mesa, atontada por el detalle.

Se sentía tan raro y tan normal a la vez, como si fuese lo natural, lo lógico.

Al llegar a su casa me detuve y el portón comenzó a abrirse.

—Luces mejor. —No pude evitar sobresaltarme al escucharlo a mi lado. Giré en todas direcciones, preocupada de que alguien lo hubiese visto. No podía acostumbrarme a eso, aunque cada vez me perturbaba menos—. Aún está oscuro, no pasa nada —aclaró alegre.

—Hola —saludé, embelesada por ese aroma tan suyo, tan único. En cuanto apagué el motor él ya estaba abriéndome la puerta.

—Qué galante —bromeé. Pero él me miraba con una intensidad que me descolocó.

Realmente luces bien. Declaró recorriendo mi cuerpo con sus ojos.

O dejaba de hacerlo o haría combustión, estaba segura, porque, además, él lucía más que bien siempre y ese día no era la excepción; bermudas, una camisa azul claro. Parecía más accesible y real, aunque seguía siendo inigualablemente hermoso e inalcanzable.

—Deja de mirarme así —me quejé nerviosa, emprendiendo la marcha hacia su camioneta.

—¿Cómo hago eso? Por cierto, esos pantalones me agradan demasiado —cuchicheó un tanto irritado, mientras subía. Un segundo después ya encendía el motor.

—Son unos jeans cualquiera —refuté, restándole importancia porque lo eran.

—Si tú lo dices —musitó examinando mi cuerpo, recorriéndolo muy despacio con esa mirada ámbar. Me ruboricé de inmediato, pasando saliva con dificultad. ¡Dios, qué era eso!

—Mira a la calle —le ordené avergonzada.

—Tú tienes la culpa, esos «jeans cualquiera», esa blusa cualquiera; aunque en realidad como sea me noqueas. Es muy extraño sentir todo esto, no me acostumbro, pero me gusta —anunció con voz ronca, arrugando la frente, contrariado. Era evidente que ni él comprendía sus reacciones.

—Y gracias por la flor.

—Es una orquídea.

—¿Orquídea? Me olió a vainilla.

—Es una especie la que la produce, y Yori tiene de casi todas —explicó. Asentí asombrada—. ¿Y la nota? —preguntó mirándome de reojo.

—También la vi.

—¿Y? —Quiso saber ahora sí observándome.

—Y… aunque no esté cansada, ¿irías? —pregunté con picardía. Sonrió alegre.

—Creo que para estas alturas iría siempre que lo desearas —admitió sin pena.

—Entonces, sí quiero —declaré divertida, coqueta, cosa que nunca imaginé en mí. Asintió satisfecho. De repente tuve una duda. Sí, otra—. ¿Florencia y Hugo no dicen nada acerca de que ya no se van juntos? —Rebasó a un auto sin siquiera pestañear.

—No tienen nada que decir —soltó como si fuera cualquier cosa. Observé el exterior, amanecía.

—Hugo no estaba precisamente feliz de que estuviera ayer en tu casa.

—Tampoco enojado —admitió con voz profunda y armoniosa.

Sara, le está costando mucho trabajo comprender lo que ocurre entre nosotros. Como ya sabes ni yo lo entiendo, y es absolutamente frustrante porque nunca nada sale de nuestro entendimiento, somos seres de certezas. Pero confío que con el tiempo esto se vaya aclarando para todos, porque… no deseo estar en un lugar en el que no estés.

—¿Nada? —repetí sin poder ocultar lo que esas pequeñas confesiones me generaban, porque todo lo que me decía encerraba más de él que lo que era.

No, nada. Hasta que te conocí. Luna, yo a ti no pienso dejarte, ésa es una decisión y no habrá nada que logre hacerme cambiar de parecer, ni siquiera tú, a menos que me lo pidas o que… ya no sientas lo mismo.

Lo último lo dijo con voz apagada. Molesta, apreté los puños.

—Luca, quedamos que…

Lo sé; la regla «uno». No es que lo piense, sólo quería que supieras lo que he decidido y que te elijo… a pesar de no entenderlo, por encima de todo lo que soy.

Aseguró mostrándose asombrado ante sus propias palabras, pero con una convicción abrumadora, misma que me embargó, ya que yo sentía lo mismo.

Lo contemplé abrumada, desconcertada y asustada quizá. ¿Qué era eso que ocurría entre nosotros? Rehusarme a continuar a lo mejor era lo que debía hacer, pero de sólo pensarlo todo mi ser se rebelaba de manera absurda, avasalladora y, por otro lado, con verlo sabía que ya era tarde para ello, porque mi lugar estaba con él.

—Luca… —susurré llena de todas estas ideas que rondaban como dragones tras una nube de humo que les brinda camuflaje para su seguridad.

Sé lo que sientes por mí. Lo veo en tu mirada, en tu forma de estar a mi lado, en lo que me haces sentir, en cómo te tranquilizas cuando aparezco; y, Sara, nada puede compararse con eso. Estar separado de ti ya no es una opción para mí.

—Ni para mí —acepté aturdida, muriendo por besarlo; todo en mí ya lo exigía con una fuerza violenta.

Suspiré tragándome las ganas, perdiéndome en el exterior. Esto que vivíamos era una reverenda, absurda y retorcida locura; en ese momento, supe que no aguantaría mucho, no gracias a esa fiereza con la que mi ser lo exigía y lo reclamaba como suyo.

Sara, esa casa es tan mía como del resto, aunque no tienes que ir si no lo deseas.

El cambio de tema disipó un poco el rumbo de mis pensamientos.

—No es eso, sólo no quiero incomodarlos —confesé.

No lo haces. Lo que sucede es que todo esto es muy nuevo, ni siquiera Yori, que lleva mucho más tiempo que nosotros aquí, está acostumbrado a que un humano deambule por ahí, pero se adaptarán.

—Luca, ¿cuántos años tienes? —pregunté retomando el interrogatorio. Rio sin mirarme. Esa duda había asaltado mi mente desde mi conversación con Hugo. No podía creer que de esa charla del lunes hubieran pasado tan sólo unos días.

—Diecisiete —respondió. Humedecí mis labios, incrédula.

—Si tienes diecisiete, ¿cómo es que llevas «mucho» tiempo aquí? Y si es así, ¿cómo te acuerdas de tu vida en otro lugar? Lo siento, pero no comprendo —musité evaluándolo. Él parecía relajado, ya estábamos llegando.

Porque mi noción de tiempo es diferente a la tuya. Yo cumplo un año en mi planeta cada veinte años de la humanidad.

¡Oh, Dios! Quedé estupefacta, con la boca bien abierta.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —pregunté atropelladamente.

Llegué de dieciséis.

—¿Veinte años? —Comprendí.

Asintió. Nos estacionamos. No pude moverme de mi asiento, era como si algún bromista le hubiese puesto pegamento. Cada día sabía más cosas que parecían salir de una enredada novela de ficción, no de mi vida ni de lo que creí cierto hasta hacía una semana.

Acabo de cumplir los diecisiete.

Permanecí observando el auto que estaba frente a nosotros, sin pestañear.

—No creí que mi edad te importara tanto —susurró sin emoción alguna. Volteé hacia él, negando.

—Importa, o bueno, ya no sé en realidad. ¿Tienen que regresar? —Quise saber con urgencia. La marea de dudas no cesaba.

—Sí.

Cuando cumpla diecinueve.

—¿En cuarenta años? Tendré 68 para ese entonces… No tiene sentido, falta mucho tiempo.

—¿Qué ocurre, Sara?

—Qué en teoría tenemos la misma edad, pero llevas 20 años aquí, que cuando te vayas seré tan mayor que simplemente me parece ri­dículo imaginarte un año o dos mayor a lo que ahora eres. Y que… que no puedo tocarte y cada día está siendo más complicado no actuar por impulso, lo que siento por ti crece, junto con mi necesidad de estar a tu lado. Estoy hecha un lío de nuevo, lo lamento, pero no lo puedo evitar —admití con las lágrimas escociendo mis ojos, con el labio temblando.

Por muy real que se sintiera, comprendí en ese momento que lo nuestro era efímero, que quizá duraría lo que me tardaría en asimilarlo, tal vez un poco más, pero no más que eso. Y dolió, dolió pese a lo prematuro.

Su mirada se volvió turbia y oscura.

—No hagas esto, por favor —me exigió molesto, frustrado. Leí en sus ojos mi necesidad, que era la misma que la suya—. Mi verdad es ésta, y tu edad no es un factor que me agobie porque definitivamente no es tu juventud por lo que daría mi existencia, Sara, por lo que estoy aquí llevándole la contraria a lo que soy, para lo que fui creado. —La intensidad de sus palabras logró que comenzara a hiperventilarme.

Nunca había pasado por una sensación similar; su olor, sus ojos, la manera en la que me decía todo aquello y la verdad, la cruda y absoluta verdad, en la que quedaba más que claro que lo nuestro no tenía ninguna forma de terminar bien, ni siquiera de seguir avanzando. ¿Qué sentido tenía todo esto? Y peor, ¿por qué ya no lograba verme sin él?

Bajé de la camioneta con movimientos torpes, necesitando aire. Me recargué en la puerta lateral, llenando mis pulmones del esmog del estacionamiento. Necesitaba disminuir mi ansiedad, pensar con claridad. Llegó, a paso humano, a mi lado. Gemí preocupada. No me agradaba que me viera así, que notara mi poco control emocional.

—Sara, por favor, no compliques más lo que ya es complicado. Quisiera darte certezas y no más dudas, más temores, pero no puedo. Sólo tengo esto, lo que soy y sé que no basta, pero siento, aquí —Se llevó una mano al pecho, apretando su camiseta—. Tú eres mi realidad, mi motivo, únicamente dame tiempo. Algo entenderé de todo esto, más cosas serán claras —me rogó. Lo miré con tristeza.

—Luca, estar sin ti ya es impensable, ¿comprendes? Y podría decirte lo mismo, que no basto, pero lo cierto es que no puedo ni siquiera imaginarme lo que sería no verte, aunque deba vivir la tortura de no tocarte.

—Sara, quizá con el tiempo logre dominarme. Aguarda, sé lo que sientes porque no pasa ni un solo segundo en el que no desee con esta potencia desconocida y tan ridículamente real querer tocarte, abrazarte… ¡Por los dioses! ¡Besarte! Contigo estoy aprendiendo a ir un paso a la vez. Confía en mí, aquí estoy, aquí estaré —aseguró.

Cerré los ojos volviendo a aspirar, poco a poco, para no desmayarme, porque sentía que justo eso sucedería. Se alejó un poco, aguardando. Después de un par de minutos, logré superar el ataque de pánico, supongo, porque no tengo otra manera de catalogarlo; abrí los ojos. Me miraba. Sonreí intentando disipar la tensión.

—¿Estás bien? —me preguntó examinando mi rostro con preocupación.

—¿Tendrás una paleta o un dulce entre tus cosas? —pregunté con ligereza, irguiéndome nerviosa aún, pero más tranquila. Mis piernas ya no temblaban. Sonrió no tan alegre, ni tan convencido. Abrió un cierre lateral de su mochila negra y sacó una paleta como la del día anterior, pero de limón y me la tendió. Abrí los ojos con asombro—. Espero que esto sirva. —La tomé intrigada, riendo.

—¿Por qué siempre traes dulces? ¿Eres del mercado negro de confites? —bromeé. Sonrió más ligero, entornando los ojos. No, no permitiría que todo aquello me consumiera, no quería.

—Es sólo que conozco a una chica que siempre busca algo que comer —musitó. Lo peor había pasado. Me metí a la boca el caramelo. Andando.

—Bueno, a esa chica también le gustan los chocolates, las gomitas, los chiclosos…

—Lo tomaré en cuenta para la próxima vez que sea hora de su interrogatorio. —Me guiñó un ojo.

—Ya no te preguntaré nada —me quejé. Casi llegando al salón, fingí indignación.

—Me herirá que no lo hagas —admitió sin bromear. Asentí con timidez debido a la intensidad de su mirada.

—Con que tengas caramelos basta.

Entramos todavía sumergidos en esa bruma extraña; Sofía y Gael estaban sentados del lado izquierdo. Los saludé con la mirada, él correspondió mi gesto decepcionado y ella un tanto molesta. Los ignoré sin problema, Luca y yo nos sentamos sin que él siquiera se tomara la molestia de girar en su dirección.

Cuando la segunda clase terminó, Romina me esperaba en el pasillo. Luca ya me había avisado segundos atrás. Sonreí deseando pasar tiempo a su lado. Los últimos días sentía que me había trepado en una nube, pero una mecánica, de algún parque de diversiones cruel que cuando te regala calma y un bello paisaje, es porque viene una bajada en picada que pretende dejarte noqueada.

—¿Ese chico decidió compartirte? —soltó con sarcasmo, mientras bajábamos las escaleras.

—¿De qué hablas? Si te he visto diario, hablamos, a qué viene eso —la cuestioné. Para mí la vida había dado un vuelco, pero era consciente de que no uno que los demás notaran de forma trascendente. Para ellos algo se gestaba entre Luca y yo, y nada más. Dramatizaba.

—¿Ya andan? —preguntó con suspicacia. Reí, poniendo los ojos en blanco.

—No, no «andamos».

—¿Entonces por qué llegan juntos? Ayer te vi bajar de su increíble camioneta y hoy también… solos —me acusó dándole énfasis a la última palabra.

—Nos estamos conociendo, ya te lo dije, hacer eso es normal, ¿no? Me gusta, le gusto, sentimos más, pero no hemos pasado de ahí, así que para.

—De acuerdo, no presionaré. Sólo promete que me dirás cuando hayan pasado al siguiente nivel —pidió con un mohín. Le di un empujón, riendo.

—Lo prometo —acepté levantando una mano, solemne.

—Y júrame que no te olvidarás de mí —chilló caprichosa.

—Nunca, ya lo sabes. —Dio un par de aplausos emocionada.

—Genial, ahora tú y yo iremos a desayunar solas, quiero chisme —advirtió degustándoselo. La miré arrugando la nariz. Hizo un puchero mientras salíamos del colegio.

—Eres una metiche —me quejé.

—Sí, lo soy, ahora comienza que tenemos poco tiempo.

Regresamos justo cuando sonó el timbre.

La pasamos riendo a carcajadas, por lo mismo casi no comimos, sin embargo, de una manera extraña mi cuerpo había sido consciente de la ausencia de Luca. Era como si algo dentro de mí todo el tiempo hubiese estado esperando que regresara a donde debía, y ese lugar fuera a su lado.

No, no me gustó la verdad, así que ignoré la sensación casi todo el tiempo, aunque resultaba molesto, incómodo.

Al entrar a clases lo vi, estaba con Florencia, me daba la espalda escuchando atento algo que ella le explicaba. Algo rugió en mi interior, algo primitivo, algo desconocido. Un calor abrazador me envolvió. Mi razón sabía que no había ningún motivo para sentirme así, irritada, pero el resto de mi ser lo reclamó con fiereza. Era como si unas garras desearan ir hasta donde se encontraba, rodearlo y salir corriendo con él a cuestas.

Sin saber cómo, pero de alguna forma logré tomar el control sobre mí. Ellos dos eran como hermanos, no había motivo para sentir eso. Lo cierto es que no existía ningún lazo que los uniera en realidad y llevaban compartiendo más de veinte años la vida en mi mundo, ése que Luca se esforzaba por comprender. Pertenecían al mismo lugar, era mucho más viable su relación que la nuestra. Ésa era una realidad. Mi pulso disminuyó, mi saliva desaparecía y sentí de nuevo esas malditas náuseas.

Me senté intentando controlar lo que acontecía en mí, pero era más fuerte que yo, provenía de mi instinto; era como respirar, como comer. Por mucho que intentaba no lograba someterlo y no sabía qué me aterraba más en ese momento, lo cierto es que ante todo eso sólo tuve ganas de llorar.

Romina notó que mi buen humor se esfumaba. Buscó distraerme, nada funcionaba. Mantuve la vista fija en mis manos entrelazadas, apretándolas, rogándole a mi cuerpo que se calmara, deseando con vehemencia que se acercara y me abrazara.

En cuanto sonó el timbre salí corriendo. Me detuve en el baño, me eché agua, busqué un caramelo, algo. No quería llorar, no quería, pero las cosas estaban llegando demasiado lejos, tanto que sufría al no comprenderlas.

Vencida, llegué a la siguiente clase, con la cabeza atrapada en millones de dudas. Nada era imposible, ahora lo entendía y eso me ponía peor.

No había nada entre ellos, eso lo sabía, ¿pero si ella lo elegía? ¿Si decidía que él era el indicado? ¿Qué pasaría? Había dicho que ellos se «fundían». ¿A qué se refería? Apreté la sien, cerrando los ojos. Los días no eran suficientes para las preguntas que tenía, y cuando obtenía las respuestas, me llevaba un rato aceptarlas, acomodarlas. Sentía que lindaba en los límites de la razón, casi a la par de la locura, por eso me detenía; sin embargo, debía seguir porque no hacerlo me ponía peor.

Cuando él entró, yo garabateaba círculos desiguales en mi libreta. Se sentó a mi lado sin hablar, sólo observando lo que hacía, intrigado.

—¿Todo bien? —preguntó, cuando la clase estaba por comenzar. Intenté pensar con objetividad.

—Sí… —mentí mirándolo al fin. Alzó la comisura izquierda de su boca, entornando sus ojos oscuros.

Ésa es una gran mentira, nada lo está. Pero me gustaría saber qué de todo te puso así. Rogó con suavidad.

Su mano descansaba cerca de la mía, la miré con atención, parecía tan sencillo acercarme y tocarla, sentir su piel bajo la mía. Rocé sus dedos, pero sólo un poco. No se movió, ponía atención en mi gesto, deleitado.

—Me siento molesta —acepté ruborizada, con un hilo de voz. Pasó una yema de sus dedos por mi mano, hasta mi codo, despacio.

¿Es por mí? ¿Hice algo?

Quiso saber alejándose con los ojos dorados. Había sido demasiado. Negué mordiéndome el labio. Debía preguntarle.

—Luca, ¿tú y Florencia pueden fundirse? —solté sin suavizarlo. Ladeó el rostro, arrugando la frente—. Luca, ¿pueden?

¿Por qué lo preguntas?

—Responde —exigí seria y nerviosa, jugando con mis dedos.

—Sara, no, pero no es el lugar… —murmuró atónito y desconcertado. Asentí tomando el lápiz y volví a garabatear.

Sé que mi suposición era estúpida, pero desde que me salvó la vida con su calor y después de intentar asimilar todo lo que siempre creí imposible, no podía evitar que mis pensamientos viajaran en todas direcciones. Lo escuché resoplar.

No ocurrirá, prácticamente es imposible.

Dejé de dibujar, respirando de forma irregular, había detectado duda en aquella aseveración.

—¿Prácticamente? ¿Por qué no me lo habías dicho? —susurré apretando la quijada.

—No me lo habías preguntado —respondió con simpleza. Lo encaré molesta.

Sara, no puede pasar eso entre ella y yo. No miento. Insistió.

—Déjame ver si entiendo. Me estás diciendo que entre ustedes nada puede haber, así como se supone que no sucedería esto que hay entre tú y yo, ¿no? —argumenté deseando comprender, quizá yendo muy lejos, pero entonces ¿dónde estaba el límite?

Lo dejé perplejo, su iris se oscureció varias tonalidades más y su gesto se congeló. El profesor entró en ese momento, no volvimos a hablar durante el resto de la clase.

Cuando el timbre sonó, guardé todo y salí sin esperarlo, sólo lo miré un momento, negando. Continuaba en su lugar, aturdido.

Tal vez no debí decirle eso, pero no lograba entender lo que me ocurría; creo él tampoco; entonces, ahí estábamos los dos, atrapados en algo que no debía ser, pero que estaba ocurriendo. No podía tocarlo, únicamente sentirlo y aunque a veces era suficiente, otras no, sobre todo cuando la angustia aparecía.

Era de otro planeta, poseía esa serie de habilidades, accionaba todos mis interruptores, y no podíamos estar juntos, de ninguna manera. Él era importante para «su pueblo», era parte de algo que parecía poderoso. Tenía una noción distinta del tiempo. Estaba diseñado para las certezas, lo había dicho.

Sentada en las gradas, perdida en un partido de fútbol, cerré los ojos.

¿Esto tenía algún sentido? Un escalofrío me estremeció. Gemí rodeando mi cintura. No, no lo tenía y eso no cambiaría mi decisión.

La duda sobre Florencia y él continuaba, no porque sintiera celos, sino por miedo. Cuando algo no se entiende, todo es probable, el abanico de posibilidades se extiende y entonces todo se vuelve factible.

Lo quería y asumirlo me estaba llevando más de lo que pensé, aunque tampoco me latigueaba, estar en una situación semejante no tenía por qué parecerme normal.

Taciturna, pero más resuelta, llegué hasta los cambiadores. Lucharía, debía hacerlo, pero no debía presionarme, sólo comprenderme. Me dolía saber que en el proceso lo hería, porque él también pasaba por su propio tormento.

Me puse el pants y me eché agua en el rostro.

—¿Estás bien? —preguntó Romina, viéndome por el espejo; acababa de llegar. Le sonreí más serena.

—Sí, te espero —le dije señalando la ropa que traía en la mano.

Me senté en una de las bancas con la cabeza apuntando el piso. Las cosas se estaban saliendo de nuevo de mis manos. La impulsividad y aquella marea de emociones que habían escapado de su encierro aparecían con mayor fuerza, con mayor recurrencia, y me daba miedo. Después de la muerte de mamá, me había asegurado de guardarlas muy bien, pero ahora ya no podía someterlas.

—Sara… —levanté el rostro, desconcertada. Era Florencia. Incluso con el conjunto deportivo del colegio parecía modelo. Se sentó a mi lado, guardando la distancia, me observó fijamente—. ¿Qué haces? —me preguntó de forma capciosa. No supe qué decir. Sonrió con dulzura—. Anda, ven. —Se puso de pie, con las manos en la cintura y moviendo la cabeza hacia la salida.

—¿A dónde? —Quise saber irguiéndome.

—Afuera, tenemos que hablar. —Miré hacia los vestidores, Romina saldría en cualquier momento—. Avísale, te espero en la entrada —pidió con suavidad. Resoplé.

Mi mejor amiga salió un segundo después, le pedí que inventara algo y le dije que no tardaría. No hizo preguntas, sólo asintió dándome un beso en la mejilla.

Cuando crucé la puerta, Florencia ahí estaba. Caminó esperando que la siguiera, y lo hice.

Llegamos a un jardín desierto, se recargó en un árbol, seria; contemplaba el verdor, aspirando con deleite. Lo disfrutaba. Esperé frente a ella, a un par de metros, sin comprender aún qué era lo que teníamos que hablar. De pronto clavó sus ojos en los míos, buscaba algo, pero no la sentía atraparme como Luca, o llamarme, sin embargo, podía detectar el ir y venir del líquido en su iris.

—Sara, escucha. Todo esto, lo de Luca contigo… Nos ha tomado por sorpresa y no tenemos respuesta a muchas más preguntas de las que nos gustaría y, sobre todo, para aquellas que seguro se forman en tu cabeza a cada segundo. Sin embargo, hay algo que sí sé y que tú tienes aceptar de una vez. —Elevó la mirada hasta la copa de un árbol, haciendo una larga pausa. Cuando al fin habló, el sonido cantarín de su voz me sobresaltó—. Lo que hay entre tú y Luca es puro, es real. ¿Comprendes? No imagino lo difícil que está siendo todo esto para ti, pero sí sé que para él ha sido determinante, no te dejará, no sin luchar. Implique lo que implique.

—¿Por qué me dices todo esto? —pregunté insegura, intimidada por estar tan cerca y a solas.

—Porque si decides seguir a su lado, tendrán que enfrentar muchas cosas, demasiadas, tantas que ni siquiera puedo imaginarlas. Esto nunca debió ocurrir. Nosotros no estamos diseñados para lo que están viviendo. Cariño, querer, amar… Ni siquiera tienen definición en nuestro planeta, pero les está ocurriendo. Sé que él ya te eligió, aunque esa decisión me parece la equivocada y lo ha hecho sufrir más de lo que crees. Por estar a tu lado, está rechazando todo lo que en realidad es. Así que, Sara, piensa muy bien qué es lo que quieres, no le hagas hacerse un daño innecesario, ni a él… ni a nosotros.

—Yo… no sé qué decirte, Florencia —confesé susurrando, con los brazos rodeando mi estómago.

—No digas nada, no a mí. Si para nosotros, que trabajamos con la mente esto va más allá, para ti… No puedo ni imaginarlo. Y hay algo más… —acotó. Levanté la vista hasta sus impresionantes ojos miel—. Yo no lo elegiré. Él y yo no nos fundiremos, ni en este mundo ni en el nuestro. No podemos por nuestra propia condición; y aunque existiera una posibilidad, que no lo hay, no somos compatibles ni en energías ni en defectos ni en cualidades, eso siempre lo he sabido. Para mí, él es como mi hermano, de mi sangre. Los tres estamos destinados a gobernar juntos, entre nosotros sólo puede existir esa relación.

Abrí los ojos de par en par. Aquella nueva información me dejó más confundida. No eran dos, sino tres gobernando aquel lugar del que ni siquiera sabía su nombre. ¡Dios!

—¿Luca te pidió que me dijeras todo esto? —inquirí. Negó compasiva. Algo tenía que emanaba serenidad, pues pese a saber que no era como yo, me relajaba, me hacía sentir en paz.

—No, Sara. Aunque ya debe saber que estamos juntas, pero no me lo pidió. Lo cierto es que me buscó turbado, cuestión inexplicable en el Luca de antaño, pero contigo ha conocido la duda, al igual que nosotros. Tu pregunta lo hizo poner en tela de juicio la realidad de lo que somos.

—Tú tampoco estás de acuerdo en que sigamos —afirmé. Me evaluó, reflexionado unos segundos. Alta, hermosa, siempre erguida, pero con una dulzura en su mirada que no tenían los otros tres.

—No tengo nada en contra tuya; me pareces valiente e inteligente, incluso divertida y ocurrente, además, has despertado un Luca que ni él mismo conocía y… es mucho más agradable que el anterior —me confesó sonriendo—. Sin embargo, no puedo negar que tu presencia altera todo para nosotros y para mi pueblo. No puedo evitar sentir gran resistencia hacia lo que pasa entre ustedes, pero no te preocupes, si llega el momento veremos qué hacer, te lo aseguro —Sus palabras lograron tranquilizarme y, al mismo tiempo, hacerme sentir un tanto culpable por él. La batalla que se libraba en mi interior, él también la estaba teniendo, incluso era mayor—. Ahora vamos a que saques toda esa energía que tienes en donde debes, jugando.

—Gracias… —susurré cohibida.

—Sólo sigue haciéndolo sonreír.

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